Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

lunes, 30 de marzo de 2009

DÍA DESPUÉS



Me deslicé en el asiento del copiloto y me abroché el cinturón de seguridad con las manos algo temblorosas. No era tanto por precaución o por cumplir con la ley de tránsito, sino más bien por tener algo qué hacer.
Stanislav ocupó el asiento del piloto y encendió el vehículo, cuyo motor rugió suavemente. Le miré de reojo sin dedicarle una sola palabra pues, ¿qué podría decirle después de la noche anterior? Ni siquiera encontraba un adjetivo para describirla. Además, no sabía cuál era el protocolo a segur en situaciones como esa; era una auténtica novata en esas cuestiones.
El auto empezó a avanzar suavemente por la estrecha calle antes de incorporase a una avenida mucho más transitada. Giré la vista hacia el cristal oscuro de mi ventanilla. De hecho, todos los cristales estaban ahumados, tanto que no sabía cómo era posible que Stan pudiera tener visibilidad para manejar.
Es por el asunto del sol”, me había dicho momentos antes cuando había salido de la casa cubierto por una gruesa capa gris oscuro, a pesar de que debajo de ella iba perfectamente vestido con unos jeans negros y una camisa tipo polo del mismo color. Cuando vi la capa pensé que era para mí, por aquello de que no tenía ropa a la mano. De hecho, había tenido que volver a echar mano del guardarropa de Stanislav, quien ésta vez se había visto forzado en dejarme una camiseta y unos shorts deportivos que me quedaban bastante grandes.
Cuando leyó mi perplejidad sobre el tema, se limitó a sacar una mano bajo la capa/hábito, no sin antes cerciorarse de que no había gente alrededor que pudiera observarnos. Me quedé boquiabierta ante lo que mis ojos veían: la piel de la mano de Stanislav brillaba como si fuera un cristal.
–¿Cómo…? ¿Es en serio..?
–Sí, tan enserio como que el cielo es azul.
–O sea que los vampiros no se desintegran –dije medio en broma, esperando que sonriera, pues desde que yo había despertado, había estado bastante serio.
–No, no nos desintegramos –dijo secamente mientras se cercioraba que la puerta quedaba bien asegurada –La piel de todo nuestro cuerpo brilla intensamente con los rayos del sol. Por eso tenemos que ser discretos y no exponernos, sino nuestra naturaleza quedaría al descubierto. Cuando está nublado, podemos andar más libremente entre la gente; en días tan soleados como este, hay que ser discretos. –Dijo al tiempo que abrió la puerta de mi auto y con un ligero movimiento de la cabeza, me instó a subir.
–¿Segura que quieres volver? –me preguntó Stan, dignándose a dirigirme la palabra al fin, distrayéndome de mis pensamientos. El tráfico de Florencia a esas horas era imposible, así que avanzábamos lentamente, para desesperación de mi… ¿de mi qué? No estaba muy segura qué etiqueta sería la adecuada para Stan en esos momentos.
–No es que quiera, pero tengo qué volver… Apolo va a estar bastante pesado por mi ausencia y más vale hacerle frente de una buena vez a lo que se avecina. Además, necesito algo de ropa, no puedo ir por la vida medio desnuda.
–Supongo.
¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba tan seco conmigo? Bueno, tampoco esperaba poemas cursis ni odas a mi belleza o promesas de una sublime eternidad. ¿A qué venía esta especie de semi ley de hielo? Era un juego que yo también podía jugar, sin lugar a dudas.
Me repantigué más en el asiento y volví una vez más la vista hacia la ventana, pretendiendo que estaba ocupada viendo todo lo que iba surgiendo a nuestro paso. Nerviosamente, empecé a jugar con mi anillo de compromiso, girándolo con los dedos de la otra mano.
Stan masculló algo así como “kurva” y por la manera en que lo dijo, imaginé que era una palabrota en checo.
–¿Qué? –pregunté apática mirándolo de reojo casi con desdén
–¡Deja de jugar con esa maldita cosa!
–¿Cómo? –me volví por completo para mirarlo con los ojos como plato, estaba segura. ¿Qué le pasaba? Mi paciencia estaba empezando a evaporarse y dudaba poder tolerar su genio ese día. Me fijé que estaba aferrando con mucha fuerza el volante tanto que sus manos se pusieron más blancas si era posible; temí que terminara por romperlo o sacarlo de su lugar.
–Estoy haciendo un esfuerzo por no arrancarte ese maldito anillo y tirarlo por la ventana. ¡Me importa un comino si es un diamante muy raro o si vale millones! –dijo mientras daba una fuerte palmada sobre el volante y frenaba la marcha del auto. Se volvió y por primera vez en ese día me miró directamente a los ojos; me sentí algo aturdida al ver la furia y a la vez, la desesperación en ellos. –Tenemos que hablar –traté de decir algo, pero puso su frio dedo índice derecho sobre mis labios para evitar que lo hiciera –no es el lugar ni el momento indicado, pero tenemos qué hacerlo… Me revienta que Apolo esté cerca de ti, no me gusta y…
En eso escuchamos el claxon del automóvil de atrás, instándonos a continuar la marcha dado que el semáforo había cambiado de color. Con un furioso “hovno” reanudó el camino.
Voy a tener que comprarme un diccionario de checo” pensé mientras escuchaba lo que seguramente sería otro insulto en su idioma natal.
El tenso silencio volvió a instalarse entre nosotros y por primera vez lamentaba que no pudiera conducir como un maniático a toda velocidad. El denso tráfico hacía que fuera insoportable la agonía de estar sentada ante ese vampiro tan cambiante, arrogante, bipolar, maniático…
Y sexy, tierno, cariñoso y bastante mmm…” terminó mi mente por mi. Involuntariamente empecé a recordar la noche o mejor dicho, la madrugada anterior.
Para mi bochorno, mi respiración empezó a ser un poco más descontrolada mientras sentía cómo el rubor empezaba a apoderarse de mis mejillas hasta la piel de mi pecho. Me volví una vez más hacia el cristal, esperando que Stanislav no se diera cuenta de mi aspecto.
–¿Qué te pasa? –su voz ya no era tan brusca, pero aún así sonaba algo forzada.
–Nada… sólo que… que de ponto siento algo de calor. No se me da muy bien estar en lugares tan encerrados…
Sin más, él encendió el aire acondicionado mientras yo daba gracias en silencio por que mi mente encontró una excusa perfecta para no ponerme en evidencia delante de él. Cerré los ojos, tratando de retomar el control de mis emociones.
–Puedes dormirte un rato, si quieres. Con tanto tráfico, todavía nos queda una media hora de camino al palazzo… Supongo que estarás casada después de….
–No lo estoy –dije tajante. No le iba a dar la oportunidad de que su ego se fuera hasta la estratósfera.
–Pensé que…
–No.
Se instaló un nuevo tenso silencio entre nosotros; estaba confundida porque no entendía como pudimos haber estado tan cerca y después tan lejos.
–¿Sabes que hablas dormida? –dijo de pronto, como si nada.
–¿De verdad? –dije secamente, aunque también un poco sorprendida.
–Sí.
–¿Y no ronco también?
–No, no –esta vez, sonrió relajadamente y no pude evitar sentir una especie de vuelco en mi interior –No roncaste, de hecho, apenas si dijiste un par de palabras… fuera de eso, duermes como un ángel.
Ok, si empezaba a sonreír de esa manera y su mirada ya no era tan dura, iba a empezar a tener problemas para controlar mis emociones.
–¿Y qué fue lo que dije? –pregunté tratando de concentrarme en algo que no fuera el rostro de Stanislav o el recuerdo de sus manos acariciándome tiernamente o…
–Nada importante –su tono volvió a ser algo seco, y por un instante su rostro se puso rígido, como si hubiera recordado algo que le hubiera molestado.
–¿Nada importante? –si así había sido, ¿por qué había sacado el tema a colación?
–Sí, hablaste sobre tu… tu... tu no se qué –movió nerviosamente la mano al aire. Noté su trastabilleo, como buscando una respuesta que pudiera servir para sacarle del atolladero –¿Recuerdas qué estabas soñando? –preguntó con repentino interés.
Fruncí el ceño, ¿a qué venía todo esto de mis manías a la hora de dormir ó su interés por mis sueños?
–Mmm… pues no sé. Ni siquiera estoy segura de haber soñado algo; creo que quedé profundamente dormida después de… tú sabes –finalicé nerviosa desviando la mirada.
–Supongo que te debo una disculpa… –exhaló ruidosamente
¿Estaba arrepentido de la noche anterior?
¿¡Qué le pasa?! No sé qué significa, pero kurva para él también
–No hay nada qué disculpar –mi tono de voz salió seco, duro –Si sientes alguna clase de arrepentimiento, culpa o lo que se le parezca, créeme que prefiero no saberlo…
–¿Crees que me arrepiento? –su voz sonó sorprendida, mientras abría los ojos desmesuradamente y me dirigía una rápida mirada antes de volverse a concentrar en el camino.
–Pues estás diciendo que me debes una disculpa y bueno, tu humor no es precisamente el mejor…
–Mi disculpa no es por anoche –exhaló nuevamente con violencia –¡Sakra!
–¡Deja de estar maldiciendo en checo! Por lo menos hazlo en un idioma que entienda…
–Lo siento, sólo que esto es algo nuevo para mi.
¿Estaba bromeando?
–¡Por favor! ¿¡Cómo que nuevo para ti!? ¡Tuviste una hija….! –no pude evitar alzar la voz, pero estaba a punto de perder la paciencia y darle un buen puñetazo en el brazo.
–No me refería a eso… ¡Claro que eso no es nuevo para mi!
–¿Entonces…?
–A lo que me refiero es que… –suspiró mientras se salía de la congestionada avenida y se metía a un estrecho callejón para aparcar el auto.
Apagó el motor, se soltó el cinturón de seguridad y se giró en el asiento para quedar frente a mí; entrelazó su mano izquierda entre las mías mientras ponía su mano derecha bajo mi barbilla para obligarme a mirarle.
–Te debo una disculpa por mi actitud de esta mañana. Lo siento, no pretendí ser busco o frío… no después de anoche… –sus ojos me miraron con ternura mientras deslizaba su mano derecha y acariciaba con suavidad mi mejilla –Sólo que... bueno, esto es casi nuevo para mi; hace tiempo que no…
–¿Qué no estás con una mujer? –terminé rápidamente por él
–Que no estoy con una mujer humana –corrigió
–Oh… –traté de ocultar mi desilusión.
–No te voy a mentir, no soy ningún santo y he tenido algunos… episodios con otras vampiras.
Recordé a Heidi, Chelsea y Renata, las tres impresionantemente guapas vampiras, y la actitud tan efusiva y confianzuda que habían mostrado con él la noche anterior. No pude evitar sentirme algo molesta. Bueno, es que hasta Jane andaba tras él.
Genial, de todos los vampiros que me rodean tuve que terminar enredada con el más facilote
–Oh, bueno, después de todo, eres hombre. –dije escupiendo las palabras, como si fueran una maldición –Supongo que tienes necesidades qué satisfacer. –traté de sonar tranquilamente sofisticada.
Stanislav sonrió, pareció encontrar graciosa mi respuesta.
–Pues sí, incluso los monstruos de nuestra raza tenemos esas necedades tan básicas. Fácilmente podemos distraernos con eso…
–Ah, entonces lo de anoche fue una distracción para matar el tiempo…
–¿Podrías dejarme hablar por favor? Creo que nos estamos enredando de más –Hice el intento de hablar, pero me lanzó tal mirada que me disuadió de hacerlo o de intentarlo siquiera –Escúchame bien por favor: te ofrezco una disculpa por mi actitud tan seca de esta mañana, mi excusa es que todo me tomó por sorpresa y con la guardia baja. Desde Maia no había estado con una mujer mortal, hace tiempo que no sabía lo que era la calidez de un cuerpo tan cerca del mío… No te voy a mentir en esto: tengo un pasado tras de mi, aunque ninguna de ellas fue algo serio o significativo, más bien eran relaciones cortas, pasajeras con el único propósito de saciar ese otro instinto que puede ser tan fuerte para nosotros como el beber sangre. Tal vez sea una excusa tonta, pero es la única que tengo y es la verdad. No sabía cómo comportarme o qué decir; temía tu reacción e incluso tu rechazo… Desde que me convertí, nunca había dejado que nadie mortal o no, se acercara tanto a mi.
Me quedé callada, ¿qué podía decir? No tenía la más remota idea… Tal vez si no tuviera esa maldita amnesia sabría qué hacer, tal vez tendría más experiencia para manejar la situación, tal vez…
No te hagas tonta, amnésica o no, no tienes la experiencia como para manejar a alguien como Stanislav. No me hiciste caso anoche, así que atente a las consecuencias de jugar a algo tan peligroso y del que no conoces las reglas.”, me regañó mi conciencia.
–Y, ¿entonces…?
–¿Qué?
–¿En dónde nos deja todo esto? –pregunté. –Obviamente, esto cambia algo entre nosotros, ¿pero qué?
Stanislav guardó silencio antes de contestar
–No puedo prometerte nada…
–¿Quieres que lo olvidemos? –sus palabras me calaron, pero logré hablar con calma. –Total, una cosa más que echarle a mi amnesia, qué más da… –traté de hacer una broma, pero Stan torció el gesto. Parecía que no entendía mi sofisticado sentido del humor.
–¡Claro que no! –masculló entre dientes.
–Entonces, ¿¡qué quieres de mí!? –grité exasperada. –No me gustan los jueguitos ni andar por las ramas, así que aclaremos todo de una maldita vez para poder regresar a casa. Apolo debe estar esperándome y…
–¿De verdad estás ansiosa por regresar junto a esa bestia? –Me tomó por los hombros, zarandeándome ligeramente.
–¡Suéltame! –le ordené mientras me zafaba con brusquedad –Apolo me importa un soberano comino, pero prefiero hacerle frente de una buena vez a él y al insoportable drama que me va a armar por irme anoche del “banquete”.
–Lo siento… –se disculpó nuevamente. –Me revienta pensar en ti junto al animal ese… No voy a dejar que le hagas frente sola, temo que pueda hacerte algo.
–No me va a pasar nada…. –dije con calma –Creo que puedo manejarlo; es algo fanfarrón, pero no creo que pueda hacerme daño.
–No lo conoces…
–¿No? Entonces, ¿cómo demonios terminé comprometida con él? –pregunté suspicaz –O ¿hay algo que se me esté escapando…?
Pude ver en su tensa mirada la lucha interna que tenía, ¿qué pasaba? ¿Había algo que me estaban ocultando?
–Sólo no te separes de mi lado cuando lleguemos al palazzo, ¿si? –fuera cual fuera aquello que había estado a punto de decirme, decidió callarlo. Estiré una mano y la posé en uno de sus fuertes antebrazos, esperando que mi don descargara algún recuerdo que me ayudara a descubrir aquello que parecía ocultarme.
¡Maldición!, ¿es que esto solo funciona cuando se le da la gana?” refunfuñé para mis adentros, al darme cuenta que a pesar de mis esfuerzos, mi don no respondía.
Suspiré exasperada.
–Está bien… pero no contestaste mi pregunta, ¿y ahora qué?
–No lo sé… como te dije, no puedo prometerte nada y menos en esta situación.
–¿Qué situación?
–La batalla que viene, tu compromiso con Apolo, y sobre todo, que en cuanto todo termine, te vas a ir de aquí.
–¿Me voy a ir?
–Lo prometiste, ¿recuerdas?
–Si, pero creí que después de anoche, bueno, ya no…
–No importa lo que haya pasado ni lo que esté por suceder. Tienes que alejarte de todo esto, tienes que salvar tu alma; no dejes que esta oscuridad te atrape…
–Supongo que tú no vas a venir conmigo, ¿verdad?
–No puedo o mejor dicho, no debo hacerlo… No puedo dejar que estés junto a una abominación como yo. Mereces algo mejor que un monstruo.
–No lo eres...
–Lo soy, soy un asesino, que no se te olvide. Me alimento de la sangre de indefensos humanos…
–Pero anoche me contaste del club de la eutanasia y lo que haces por esas personas enfermas…
–Pero eso lo hago apenas un par de años atrás; antes me alimentaba de la manera tradicional. Y por muy “piadoso” que quieras ver lo que hago, eso no oculta lo que en realidad hago: matar gente. No soy bueno, no soy de fiar y no merezco tenerte…
–Me está empezando a doler la cabeza tratando de entenderte…
–Creo que ni siquiera yo me entiendo… Viniste a poner mi mundo de cabeza, ¿sabes? –sonrió tristemente. Entrelazó una vez más su mano con la mía; parecía que le gustaba mí contacto.
–Stanislav, lo último que quiero es obligarte a nada o que me digas aquello que no sientes… Si lo que quieres decirme es que todo fue un gran error y que preferirías hacer de cuenta que no pasó nada… bueno, está bien.
–No, no estaría bien… Tal vez si fue un error, pero por dejar que te acercaras tanto al peligro de este mundo oculto. Voy a estar a tu lado si así lo quieres y de la forma en que lo desees; para nuestra desgracia, no creo ser capaz de estar lejos de ti, pero lo haré si tú quieres.
–¿Y qué pasa si no quiero que te alejes?
–Que no lo voy a hacer, aunque sé que sería lo más estúpido y egoísta de mi parte. No me voy a alejar de ti mientras estés cerca de los Vulturi y todo lo que ellos representan, pero después…
–Después, me vas a dejar ir, ¿no?
–Así es… Y sé que me va costar, porque los vampiros somos unas criaturas bastante egoístas, y por ese mismo egoísmo me va a ser difícil dejarte ir. Pero es lo correcto, es lo justo para ti.
–¿Y Apolo?
–¿Qué pasa con él?
–¿Crees que me va a dejar ir tan fácilmente?
–No, y por eso mismo, hoy cuando lleguemos la palazzo y termines tu compromiso con él, voy a estar a tu lado.
–¡Hey! Un momento… ¿quién dijo que voy a terminar con él?
–¿¡Qué?! Dime que estas bromeando…
–No –Stanislav me miró con furia y confusión a la vez. Imaginé que debía de explicarme claramente antes de que le diera un ataque –Si me voy a ir de aquí después de que el enfrentamiento con los Cullen haya pasado, tengo que trazar un cuidadoso plan para que no sospechen nada. Tú y yo sabemos que ellos no me van a dejar irme tan fácilmente, así que no puedo darles motivo para que sospechen, y eso incluye fingir que sí me voy a casar con Apolo, pero no dentro de una semana como él quiere.
–¿Quiere que se casen ya? ¡Menos te quiero cerca de él…!
–Stanislav, por favor… déjame hacer las cosas a mi manera.
Se quedó callado
–¿Por favor?
Mutis nuevamente
–¿Por fis?... ¿si?
–Ok… –parecía que había tenido que torturarlo para que aceptara –Pero por favor, ten cuidado; trataré de protegerte como sea de Apolo, no te imaginas lo peligroso y terrible que puede llegar a ser. Tenemos que ser precavidos y fingir que nada ha cambiado entre nosotros, no podemos levantar sospechas sobre los planes de tu marcha.
–Está bien, tendré cuidado para que no noten algo raro entre tú y yo…
–¿Puedes prometerme algo?
–¿Otra cosa? Si ya te prometí que me voy a ir de aquí…
–Sí, necesito que me prometas algo más y en eso voy a ser inflexible.
–¿Qué? –pregunté suspicazmente
–Prométemelo primero
–Está bien, te lo prometo –dije poniendo los ojos en blanco –¿De qué se trata?
–Que pase lo que pase, no te vas a enamorar de mí ni vas a tratar de salvarme.
–¿Cómo?
–No quiero que pongas tu amor ni tu corazón en algo como yo, ni que pretendas salvarme de algo que soy y que no se puede cambiar. No quiero decepcionarte al ver que no consigues aquello que deseas. –Dijo tajante, poniendo nuevamente en marcha el automóvil para sacarlo del callejón y retomar la avenida por la que habíamos estado transitando con rumbo al palazzo.
Me quedé aturdida por sus palabras.
Me sentí como alguien que estuviera ahogándose en una piscina, y en lugar de lanzarle un salvavidas, decidieran poner un cartel advirtiendo el peligro.
Y sentí que la advertencia de Stan estaba llegando tarde para mí.



–¿Estás lista?
–No precisamente –respondí soltando el aire que había estando conteniendo desde que el palazzo se había hecho visible unos metros atrás.
Stan dobló a mano izquierda del imponente edificio de tres pisos para entrar por el garage subterráneo. Me sorprendió no encontrar el auto que Apolo había usado la noche anterior, sin embargo, un Ferrari azul cobalto, un Mercedes rojo y un Porsche descapotable café metálico estaban estacionados ahí.
–¿Qué sucede? –pregunté al ver que Stanislav miraba con el ceño fruncido los automóviles.
–el café es de Jane y el Ferrari se parece al de Dimitri… creo que tenemos compañía.
–¿Crees que signifique “problemas”?
–Tal vez... –suspiró ruidosamente, como si la situación le fastidiara –Probablemente mandaron la “artillería pesada” para buscarte.
–¿Qué quieres decir?
–Demetri es el mejor rasteador. Es capaz de encontrar a cualquiera en cualquier parte del mundo, aún en el mismísimo centro de la tierra; tiene unos sentidos bastante desarrollados que le ayudan en eso.
–¿Y Jane?
–Imagino que a ella la mandaron solo por si acaso…
–Por si acaso no quería volver yo, ¿verdad?
–Sí, su don es bastante atemorizante…
–Y doloroso –me estremecí al recordar la vez que Jane se le ocurrió usar su don conmigo, pretextando ayudarme en mi entrenamiento.
Stanlislav agarró mi mano y se la llevó a los labios para depositar en los nudillos un suave beso. En un parpadear se bajó del auto y lo rodeo para abrirme la puerta y ayudarme a bajar de él.
Cerró la puerta y me rodeó con los brazos.
–Recuerda, hay que ser cautelosa con Apolo y con los demás… Voy a estar cerca de ti, para cerciorarme que no te pasa nada malo.
¿Qué era aquello a lo que temía tanto? Siendo hija de Aro, el líder de los Vulturi, era inimaginable que hicieran algo contra mía, ¿verdad? A veces sentía que eran más parecidos a una familia de la mafia italiana, donde hicieras lo que hicieras, nunca podías abandonarlos si no era con tu vida de por medio.
–Te doy mi palabra que voy a portarme bien.
Stanislav me besó suavemente, si apenas un roce frío de sus labios con los míos, nada parecido a los explosivos besos de unas horas antes. Me sentí un poco decepcionada.
–Si te beso como realmente tengo ganas de hacerlo, no creo poder parar… ¿Sería mucho pedir que no beses a Apolo? Sé que tienes que fingir que todo sigue igual con respecto a él, pero trata de no mostrarte demasiado efusiva con él. No creo poder soportarlo sin intentar romperle el cuello.
Sonreí
–Trataré…
–¿Nada de besos para ese remedo de vampiro?
–Haré lo que pueda.
–¿Y sería mucho pedir que tampoco nada de coqueteos con él o con el resto de los vampiros de la guardia o cualquier humano que se atraviese por tu camino?
–No, nada de vampiros, humanos…
No, nada de vampiros, humanos, zombies, brujos o momias revividas... Sólo tú, Jacob Black.”
¿De dónde había salido eso?
De pronto, el atractivo rostro moreno de un hombre de ojos castaños apareció en mi mente.
Jacob Black
La imagen me sonreía con ternura y sus ojos eran un profundo y tranquilo pozo donde parecía sumergirme; una sombra cubrió la imagen por un segundo, y después el mismo rostro volvía a surgir, pero esta vez con una mirada cargada de dolor, tanto que de solo verle podía destrozar el corazón.
Sólo tú, Jacob Black.”
–¿Quién demonios es Jacob Black? –el rostro de Stanislav se volvió de piedra mientras su voz sonó como un latigazo cruel.
Lo miré sorprendida. No sólo había pensando en el tal Jacob, sino que había dicho su nombre en voz alta.
–¿Qué significa eso de “Sólo tú, Jacob Black”?
Lo miré sin responder, pues mi voz parecía haberme abandonado.
¿Qué podía decirle? No sabía quién era Jacob Black ni por qué de pronto su rostro vino a mi mente; lo que sí podía saber, porque una vocecita interior así me lo indicaba, es que él era una pieza fundamental en el rompecabezas que era mi vida, sólo tenía qué averiguar quién era. Y sobre todo, averiguar por qué sentía tal tristeza y un sentimiento como de traición justo cuando mi mente conjuró su rostro.

domingo, 29 de marzo de 2009

Noticias


Había pasado un mes, una semana y dos días desde que ella había desaparecido y yo por lo menos había conseguido seguir viviendo; o medio viviendo si es que el estado zombie contaba.
Me resultaba duro mirarme siquiera al espejo, no podía reconocerme en ese hombre demacrado y al que parecía haberle caído por lo menos cinco años encima. Pero tenía que hacer un esfuerzo por levantarme y tratar de sobrevivir un día a la vez, pero no era tanto por mí, sino por mi padre, quien parecía irse consumiendo junto conmigo. El viejo ya no era el mismo de antes, ya no tenía la misma fortaleza; aún y cuando muchísimos años antes se vio confinado a una silla de ruedas, aún así su espíritu orgulloso y aguerrido, digno del heredero de Eprahim Black, jamás se había visto mermado. Pero hacía más de un año que su salud había empezado a decaer y mi lamentable estado físico y emocional no estaban haciendo mucho por él; mi pobre padre tenía que lidiar con sus achaques y con lo que era apenas la sombra de lo que alguna vez fui yo.
Me dejé caer sobre el pequeño sofá que había terminado por instalar en la parte de atrás de mi taller; se podía decir que prácticamente vivía ahí, pues me la pasaba metido allí desde el amanecer hasta pasadas la media noche, pero era el único lugar donde podía estar solo y rumiar mi tristeza sin tener a alguien dándome lata sobre que no podía segur así, diciéndome una y otra vez que tenía que empezar a hacerme a la idea de que ella jamás iba a volver, pero ¿qué sabían ellos? Algo en mi interior me decía que ella estaba viva y que iba a regresar a mi lado; pensar así era lo único que me mantenía respirando en esos momentos sin perder la cordura.
Volví a mirar por enésima vez la desgastada fotografía que tenía en mi mano, la cual ya tenía los bordes bastante deteriorados y unas profundas líneas arrugadas empezaban a marcarse demasiado por algunas partes. Era una tira de pequeñas fotos, de esas que salen de las máquinas donde por un par de monedas consigues una tira de seis imágenes. Nos habíamos tomado esas fotos el día que fuimos a la feria, de hecho, eran las únicas fotos que tenía de ella y yo juntos. Había sido el día anterior a su fallida fiesta de cumpleaños, al día en que todo se torció horriblemente, en gran parte por mi culpa…
Di un largo suspiro mientras con el dedo índice de mi mano derecha acariciaba el rostro de Renesmee, con el deseo de que donde quiera que estuviera, sintiera mi presencia cerca de ella; recé para que de alguna milagrosa manera, ella presintiera cuánto la extrañaba y cuanto la amaba.
–Por favor, aguanta… pronto te he de encontrar, pero resiste. Tienes qué hacerlo… –dije en voz alta. Algo en mi interior me decía que su ausencia y el no saber de su paradero o cómo se encontraba, era algo que no dependía de ella. Renesmee jamás sería tan cruel como para someternos a esta tortura, a la angustia en que sus padres y yo estábamos envueltos desde el día de su desaparición. No, Renesmee estaría retenida contra su voluntad y por eso era mi desesperación: temía que cada día que pasara, el martirio de ella fuera mayor.
Esbocé una sonrisa triste al mirar cada imagen de mi bella Nessie; en una aparecía sacando la lengua, traviesa. En otra, su sonrisa tan radiante parecía capaz de iluminar la más cerrada oscuridad… Todas y cada una de las divertidas expresiones del rostro de ella en esas fotografías decían lo feliz y lo confiada que se sentía en esos momentos. En sus ojos se podía leer la sinceridad y la alegría con la que abrazaba la vida.
–¡Jake, sonríe! No seas tan serio… anda –me había apremiado en nuestra improvisada sesión fotográfica. Yo no era muy dado a tomarme fotos, el lente me hacía sentir tímido.
–Lo siento, sabes que no soy muy bueno con estas cosas….
–Te voy a tener que hacer cosquillas… –dijo frunciendo el ceño cuando vio nuestra primera tanda de fotos. –¡Mira esto…! Sales demasiado serio, parece como si me hubieras visto otra vez con mi bikini azul…
Me había reído con ganas
–Por si no lo sabes, no tengo nada contra tu bikini, al contrario, me encanta… Lo único que no me gusta es las miradas que provocas cuando lo usas en público. –Le había dado un ligero y cuidadoso beso en los labios. En ese entonces era cuando había tomado la decisión de llevar las cosas lentamente, no quería meterle prisas, quería darle tiempo a nuestra relación para que tuviera fuertes cimientos.
Renesmee me miró entre divertida y seria.
–Nunca pensé que fuera usted un hombre celoso, señor Jacob Black.
Le di un pequeño pellizco en la punta de la nariz
–Y no lo soy, pero tampoco me encanta la idea de tener que irle deteniendo las manos a toda la población masculina de 18 a 50 años de Forks.
–¡Exagerado! –rió –Además, a mi nada más me gustan los hombres-lobo quileutes de 26 años, ojos castaños, casi dos metros de altura y que sus iniciales sean J.B.
–Eres de gustos específicos, ¿eh?
–¡Claro! Sólo licántropos con esos requisitos
–¿Solo licántropos? ¿Nada de humanos, vampiros…?
–No, nada de vampiros, humanos, zombies, brujos o momias revividas... Sólo tú, Jacob Black. –Nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro y en su mirada supe que me quería. Nunca habíamos pronunciado esas palabras, pero al mirla descubrí que el amor que yo sentía por ella era correspondido. Había estado a punto de decirle “Te amo”, pero no creí que una pequeña cabina de fotos-express en medio de una atestada feria fuera el lugar indicado para hacerlo.
–Bueno, creo que tenemos que mejorar estas fotos, ¿no crees? –dije carraspeando la garganta. Ella asintió, pero no dijo nada más. Me levanté un poco para sacar un par de monedas del bolsillo de mi pantalón y las eché en la máquina para iniciar una nueva sesión fotográfica.
Mi fotografía favorita era una donde Renesmee y yo estábamos de perfil, mirándonos el uno al otro fijamente; ella me sonreía y sus ojos castaños parecían perderse en la profundidad de los míos. Mi semblante era la imagen misma de la adoración que le profesaba.
Parecía que habían pasado años desde entonces y no sólo poco más de un mes.
Mi teléfono móvil empezó a sonar, pero no me molesté en contestar. No estaba de ánimo para hablar con quienquiera que fuera. Pero aquél que me buscaba parecía no estar dispuesto a darse por vencido, así que llamó una y otra y otra vez hasta que terminé por levantarme y buscar mi móvil. Cuando por fin lo encontré y pude ver de quién se trataba, una sensación como de anticipación me envolvió.
–Dime Edward… –dije directo al grano, no estaba para cortesías sociales.
–Jacob, creo que sería bueno que vinieras a casa… Jasper ha regresado.
No necesité más, cerré el teléfono, agarré las llaves de mi camioneta y salí disparado a toda velocidad a casa de los Cullen. El regreso de ella estaba más cerca.



–Pasa… los demás están en la sala –me dijo Rosalie mientras se hacía a un lado para dejarme pasar. A últimas fechas, parecía haberse instalado una especie de tregua no negociada entre nosotros; quizá su sufrimiento por la desaparición de Nessie era equiparable con el mío, tal vez ver el calvario emocional en el que ambos estábamos metidos nos había hecho sensibilizarnos el uno con el otro.
–Gracias.
Rosalie me dedicó lo que pareció la mueca de una sonrisa y emprendió la marcha hacia la sala mientras yo la seguía a penas unos pasos atrás. Me encontré en la habitación, con toda la familia Cullen, los “primos” de Denali y el clan del Amazonas; también me di cuenta que había un par de nuevos invitados: Benjamin y Tía, parte del aquelarre egipcio que habían venido en nuestra ayuda cuando los Vulturi se hicieron presente años atrás.
–Jasper, ¿qué averiguaron en Italia? ¿Dónde está Eleazar? –dije al darme cuenta de la ausencia de éste.
Jasper estaba parado frente a la pared de cristal que daba hacia un espectacular paisaje del bosque, acompañado de Alice y ambos voltearon al escuchar mi voz.
Tenía que conocer que últimamente estaba olvidándome de las buenas maneras y el correcto comportamiento social, pero ¡qué diablos!, en esos momentos estaba desesperado por saber lo que Jasper tuviera que contarnos, que por preocuparme por ofender a un montón de vampiros con mi comportamiento poco educado. Bueno, tal vez debería esforzarme un poco por la dulce Esme, quien a veces era un poco maniática con eso del buen comportamiento social.
–Disculpen, creo que primero debería haber saludado antes que nada… hola a todos.
–Está bien, no pasa nada… últimamente todos hemos estado demasiado, preocupados como para fijarnos en esas pequeñeces –pronunció Carlisle mientras tomaba con fuerza la mano de Esme entre las suyas.
–Estábamos esperando a que llegaras para que Jasper nos cuente lo que averiguaron en Italia –intervino Edward –Prácticamente viene bajando el avión.
–¿Entonces…? –pregunté, apremiándolo a hablar. Desde que había salido del taller, durante el trayecto me había acompañado una sensación de desasosiego, de pérdida… No podría explicarlo exactamente, pero era como si algo importante le estuviera ocurriendo a Renesmee.
–Como ya todos saben, Eleazar y yo les hicimos una pequeña visita a nuestros “queridos amigos” italianos. Sabíamos que teníamos que ser bastantes cuidadosos para que no malinterpretaran ni una sola de nuestras palabras o gestos, sobre todo por lo que Aro es capaz de hacer… En fin, Eleazar consiguió que nos recibieran en el castillo de los Vulturis ayer en la noche o antier o cómo sea; las 9 horas de diferencia me tienen un poco confundido todavía –dijo a modo de disculpa –el caso es que pudimos reunirnos con ellos, usando la excusa de que habíamos ido a solicitar desesperadamente su ayuda para localizar a Renesmee.
–¿Y qué dijeron? ¿Aro se tragó el cuento de que no sospechamos de ellos? –preguntó incrédulo Edward
–Claro que no. Nada más llegar, Aro se las arregló para estrechar nuestras manos y por ende, entrar en contacto con nuestros pensamientos; sin necesidad de que le explicáramos nada, nos dijo “Lamento mucho la desaparición de Renesmee, pero más me entristece que duden de nosotros, sus más sinceros amigos”. Eleazar rápidamente tomó control de la situación explicándole que en nuestra angustia y desesperación dudábamos de todos aquellos que conocíamos; yo tuve que hacer lo mío, para calmar la situación. Éramos dos contra unos veinte, estaban reunidos varios de ellos ahí, casi podría apostar que la guardia por completo. Traté de hablar lo menos posible, para evitar que mi rabia me delatara, sobre todo cuando vi al tal Awka ahí mismo.
–¿Lo vieron? –dijo Edward con el rostro rígido de la furia mientras se ponía de pié rápidamente –¡Maldita sea! Sabía que esos desgraciados estaban detrás de esto… Yo tenía que haber ido a Volterra, no debí permitir que me convencieran de quedarme fuera…
–¿Y qué querías, Edward? ¡¿Ponerte en peligro tú también?!– Bella saltó furiosa a su vez; al parecer, la tensión seguía causando algunas fricciones entre ellos –Sabes perfectamente que si hubieras ido, Aro no iba a dejar que regresaras. Si ellos tienen a nuestra hija, seguramente es porque saben que es la única forma en que pueden capturarnos…
–¡Eso es lo de menos; tenemos que rescatarla cuanto antes!
–Y lo vamos a hacer, pero no podemos dejarnos llevar por la furia –por el tono conciliador de Jasper, supuse que había puesto a trabajar su don… Probablemente no era la primera vez que lo usaba en ellos, imaginaba que de alguna manera había terminado siendo como un especie de terapista de parejas para Bella y Edward –Bella tiene razón, si hubiéramos dejado que nos acompañaras, no hubieras podido controlarte al ver a Awka… Tenemos que trazar un plan concienzudamente, para evitar exponer a Renesmee o alguno de nosotros.
Edward bufó furioso
–Lo cierto es que vimos a Awka, pero no encontramos señales de Renesmee en Volterra –continuó Jasper –al tipo este lo alcancé a ver pero por casualidad o por fortuna… Había estado prácticamente escondido entre los demás, pero en un descuido de él, alcancé a ver su rostro a pesar de estar cubierto por la capa que usan los de la guardia. Eleazar y yo acordamos en que él se quedaría para tratar de averiguar más y yo regresaría a casa, ya que después de la breve reunión, Aro nos insinuó que esperaba que abandonáramos la ciudad de inmediato; no lo dijo con esas palabras ni tampoco pronunció directamente una amenaza, pero captamos el mensaje. Eleazar conoce mejor que yo el terreno y para evitar levantar sospechas, tuve que regresar.
–¡Oh, no! –dijo preocupada Carmen, la pareja de Eleazar. Tanya rápidamente estrechó su mano con la de ella, dándole un apretón en señal de consuelo –No me gusta la idea de que Eleazar esté solo… ¿Qué pasaría si lo descubren? Podrían matarlo.
–Calma, hermana –dijo la rubia Kate, que estaba parada atrás de ella, con Garrett a su lado –como dijo Jasper, Eleazar conoce muy bien el territorio de los Vulturi, tiene experiencia en este tipo de cosas gracias a los años que pasó en la guardia… ¿Y qué vamos a hacer ahora? –dijo mientras miraba alternativamente a Jasper, Edward y a mi.
–Tenemos que trazar un plan con cuidado, dependiendo de lo que descubra Eleazar. Si bien estoy convencido de que ellos la secuestraron, dudo que tengan a Nessie en Volterra. Sólo tenemos que averiguar dónde exactamente
–¿Tenemos que seguir esperando? ¡No! –estaba furioso, harto de limitarme a esperar cuando algo en mi interior me decía que ella me necesitaba. –Deberíamos ir para allá y obligarlos a que confiesen dónde la tienen…
–¿Y qué, exponernos a que nos masacren a todos? Es su terreno, su campo de juego, así que la ventaja es de ellos. –Rosalie habló con voz clara y directa. –Jasper tiene razón, no podemos precipitarnos sin un plan y sin saber exactamente nuestro objetivo.
–Podemos contar con el factor sorpresa –agregó Benjamin, quien junto a Tia habían permanecido en silencio.
–Pero estamos en desventaja –observó Zafrina –Aún con lo que Bella, tú y yo podemos hacer, aún así estamos en desventaja numérica; el escudo de Bella nos puede proteger de Alec y Jane, pero no de la fuerza física del resto de la guardia… ¿Cuántos dijiste que eran, Jasper?
–Eran veintidós, sin contar a Aro, Cayo, Marco y las esposas
–Podríamos pedir ayuda a algunos de nuestros conocidos.
–Pero eso lleva tiempo, Bella… Además, dudo que Alistair y los rumanos hagan caso a nuestro llamado; de los egipcios, sólo Benjamín y Tia vinieron, aún en contra de los deseos de Amun…–respondió Carlisle
–Podríamos llamar al aquelarre irlandés.
–Y está la manada. Sé que algunos de los chicos estarían más que dispuestos a participar…
–Sinceramente Jacob, me preocupa llevarlos hasta el corazón del imperio Vulturi; recuerda la reacción de Cayo la última vez que los vio y lo más seguro es que intente exterminarlos.
–¿Pretendes dejarnos fuera de esto, Edward? –dije enarcando la mirada –De ninguna manera voy a permitirlo; proteger a Renesmee también es un derecho mío.
–No te estoy negando un derecho, sólo quiero proteger a tu manada… Los Vulturi no tienen piedad, son demasiado sanguinarios… Recuerda que la mordida de un vampiro es mortal para ustedes.
–¡Basta! –dijo Alice con su voz cantarina algo exasperada –Hay que hacerle caso a Jasper y esperar un poco en lo que Eleazar consigue más información. No podemos ir a ciegas sin saber exactamente la ubicación de Renesmee, exponiendo a que le hagan algo antes de poder dar con ella siquiera; además, recuerden que yo ya no puedo ver a los Vulturi y ahora entiendo el por qué: el tal Awka está con ellos y bloquea mi don.
–Tal vez si…
El resto de la noche nos la pasamos trazando plan tras otro; buscando las mejores tácticas de ataque, debatiendo entre esperar noticias de Eleazar o atacar directamente en Volterra.
En algún momento de la larga velada, me alejé hasta la pared de cristal y me quedé contemplando la luna llena mientras mis pensamientos regresaban a Renesmee…
Me preocupaba no llegar a tiempo a salvarla, temía por lo que pudiera pasarle mientras más se prolongara su cautiverio.
No me olvides, pase lo que pase, no me olvides amor…”
Me tomó por sorpresa ese pensamiento, algo que antes no me había pasado por la cabeza desde su desaparición; me estremecí ante la posibilidad de que ella me olvidara o que de alguna forma, su amor por mi se extinguiera y una vez más me maldije por mi estúpida terquedad de no confesarle mis sentimientos con tal de no abrumarla y darle tiempo a que las cosas se cimentaran fuertemente entre nosotros.
Tenía que salvarla, a como diera lugar y lo más pronto posible.
Tenía que luchar por ella.
Tenía que luchar por nosotros.

viernes, 27 de marzo de 2009

LA NOCHE MÁS LARGA



El aroma de la sangre envolvía el ambiente, embriagando mis sentidos, nublando mi mente. Aspiré profundamente, dejando que su particular olor llenara mis pulmones. Literalmente, la boca se me hacia agua por saborear la sangre de alguno de aquellos humanos; la bestia por fin empezaba a controlarme.
Frenéticamente busqué con la mirada alguna presa, puesto que los demás vampiros ya habían empezado el siniestro festín. Miré a un lado y a otro, empezando a desesperarme, sintiendo que la sed iba haciéndose cada vez más insoportable, más dolorosa.
Por fin, al fondo del salón, medio escondido atrás de los tronos de madera, había un hombre.
Es mío” pensé con ansia y me lancé por él. No estaba dispuesta a dejar que alguien me quitara a mi presa, si era necesario iba a luchar encarnizadamente por él, sin importar si era contra uno o veinte vampiros más.
Me abrí paso entre la masa de cuerpos humanos y de vampiros a base de empujones y codazos: Tenía que llegar hasta el humano, tenía que atraparlo antes de que alguien más lo hiciera.
Es mío, es mío” era la única frase que repetía una y otra vez mi mente. No me digné a mirar a nadie más, no me importaba lo que pudieran estar haciendo en esos precisos momentos Apolo, Aro o cualquier otro; mis oídos se habían vuelto sordos a los gritos de terror y súplica, era como si la habitación se hubiera quedado completamente a oscuras y un potente reflector alumbrara únicamente al hombrecito que se iba a convertir en mi victima.
El hombre estaba agachado contra uno de los costados del trono que estaba a la izquierda, justo donde Marco antes había estado sentado; estaba en cuclillas, abrazando sus rodillas con sus brazos mientras su cuerpo temblaba descontroladamente. Sus ojos estaban abiertos como platos, llenos de terror e incredulidad por la cruda escena que se desarrollaba ante él.
Sonreí con crueldad; la sangre olía mucho mejor cuando iba cargada de un torrente de adrenalina.
El hombre pareció percatarse de mi presencia, pues giró su vista hasta posarse en mi rostro. A pesar de su miedo, pude notar que sus pupilas se habían dilatado, señal de que me encontraba atractiva; sonreí nuevamente, disfrazando la malicia con una mueca seductora. Había un mito que decía que las serpientes eran capaces de hipnotizar a sus presas antes de devorarlas; sonreí al recordarlo, pues de pronto me sentí como una impresionante áspid egipcia a punto de merendarse a un indefenso ratoncito.
–Ven, no temas… –le dije con voz grave mientras extendía una mano hacia él –Todo está bien, nada malo va a pasar… –“O por lo menos para mi” pensé.
El hombre, todavía como hipnotizado, me dio su mano y con un ligero movimiento lo urgí a ponerse de pié y acercarse a mi. Mi víctima era un hombre de estatura media que aparentaba unos cincuenta años, cabello castaño algo ondulado pero empezando a escasear en algunas partes; tenía unos ojos marrón oscuro que parecían estar cargados de bastante sabiduría.
–Ven –insistí mientras lo acercaba más a mi. Acerqué mi nariz hasta ese punto en que se unen el cuello y el pecho, justo donde se puede percibir el ritmo que marca el corazón; aspiré el aroma de su sangre, me deleité con los rápidos latidos de su corazón y sin pensarlo demasiado abrí mi boca y clavé mis filosos colmillos en su piel.
–¡Carleees! ¡Noooooooooooo! –gritó horrorizada una mujer en algún lugar del salón, justo cuando las primeras gotas de sangre entraron en contacto con mi lengua, provocando un shock en mí.
Carles… Charles… Charlie…”
El rostro de un hombre de ojos marrones, mirada dulce y sonrisa confiada vino a mi mente.
“–Abuelo, te quiero…
–Y yo a ti, mi cielo, mi preciosa Nessie
.”
Me separé del hombre dándole un fuerte empujón que lo dejó tendido sobre el rugoso suelo, lanzándome una mirada sorprendida.
–¡No! ¡Dios, no! –grité frenéticamente, mientras me limpiaba furiosamente los labios con el dorso de la mano derecha. Miré mi mano, donde una nítida mancha roja se extendía tanto por la palma como por el anverso de ésta y en un impulso, traté de limpiarla con la tela de mi vestido; miré horroriza al pobre humano y vi en su expresión un reflejo de la mía: terror, miedo, asco, confusión. Toda una gama de sentimientos que recorrían mi cuerpo a velocidad de a luz. –Perdón, perdón… –pronuncié con una voz tan débil, tan aterrada que no reconocí como la mía.
Empecé a caminar hacia atrás, tenía que alejarme de él, de su rostro desfigurado, lívido por el miedo.
Abuelo, te quiero
¿Ese recuerdo que me había detenido ante de acabar con la vida de mi desdichada víctima era realmente mío o era de alguien más? Sí, porque había sido el rostro de ese tal Charlie, el recuerdo de unos ojos tan oscuros como los míos, el recuerdo de su sonrisa amable, la sensación de paz que su sola imagen irradiaba en mí, todo eso fue lo que me detuvo de cometer una atrocidad.
No soy un monstruo, no soy un monstruo… no puedo ser un monstruo
Me repetía una y otra vez, mientras con una mirada casi perdida caminaba frenéticamente en busca de la salida. Sentía que el aire me faltaba, que el corazón se me saldría por la boca de un momento a otro. Miré horrorizada cómo los demás bebían de sus indefensas presas sin derramar una gota siquiera sobre sus ropas; me estremecí al comprender que probablemente esa pulcritud se debía a años o siglos de práctica.
Temí que alguien me detuviera en mi intento de abandonar la escena del crimen, pero aún así me abrí paso entre ese montón de victimarios y víctimas casi a empujones; pero nadie parecía reparar en mi, por lo visto, los vampiros estaban demasiado concentrados en beber como para darse cuenta de lo que pasaba más allá de sus narices. La sed que hasta hacía unos momentos me había parecido dolorosamente insoportable, había pasado a segundo término al darme cuenta de lo que estaba haciendo o mejor dicho, de lo que estuve a punto de hacer. Ahora lo único que importaba era largarme de ahí a como diera lugar.
En lo que me pareció una eternidad, alcancé la entrada a la oscura antesala que llevaba a la salida de ahí; respiré un poco aliviada al darme cuenta que nadie bloqueaba ya su paso por ella y sin más, salí a toda velocidad de ahí, rezando porque Apolo no se percatara de mi huída. Oh, porque estaba segura que ese lapso tan espantoso en el que mi conciencia había sido nublada, de alguna forma tenía que ver con él.
Temblando y con un sensación de asco que se iba haciendo cada vez más grande, empecé a correr frenéticamente por el largo pasillo por el que antes había pasado. Corrí como si la vida se me fuera en eso, mientras las lágrimas amenazaban con anegar mis ojos.
No soy un monstruo, no soy un monstruo…” repetía la frase una y otra vez, como un mantra.
Eso crees, pero ¿quién te dice que no eres exactamente como ellos? No recuerdas nada de tu vida, no puedes saber exactamente lo que eres.”
Llegué hasta la recepción y detuve mi loca carrera.
–¿A dónde voy ahora? –dije en voz alta y angustiada. No estaba segura cómo podría irme de ahí; no tenía dinero ni las llaves del auto de Apolo como para salir corriendo a toda velocidad para alejarme de ese lugar de pesadilla.
La angustia amenazaba con atenazarme, así que luché por no quebrarme en esos momentos. Tenía que huir de ahí, alejarme a como diera lugar de ese mundo diabólico y retorcido. Me mesé los cabellos con desesperación, deshaciendo en el proceso el elaborado moño en el que había recogido mi larga cabellera; por primera vez desee con vehemencia que todo fuera un sueño, que en realidad no hubiera despertado todavía de la especie de coma en el que había estado sumida apenas unas semanas atrás.
Respiré hondo y di un paso hacia el ascensor, pero una mano se posó en mi hombro, apretándome con fuerza y deteniendo mi huida.
Me estremecí.
Mi pesadilla me había atrapado.


Abrí la boca para gritar horrorizada a todo pulmón, pero otra mano me la tapó, impidiéndome hacerlo. La mano que inicialmente se había posado en mi hombro, ahora me rodeaba fuertemente por mi cintura, inmovilizando mi brazo derecho en el proceso; me rebatí con ganas, a pesar de que era inútil, ya que mi captor era increíblemente fuerte.
–Shhhh… –dijo un frio aliento cerca de mi oído.
Intenté gritar nuevamente, pero el sonido de mi voz se topó con la barrera de la pétrea mano. Quise morderlo para liberarme de la presión, pero fue como morder una roca.
–Tranquila, estás a salvo. –me dijo con suavidad y al instante reconocí su voz.
La presión del brazo alrededor de mi cintura, así como de la mano que me tapaba la boca fue aflojándose a medida que él se dio cuenta que le había reconocido.
–No grites –aunque su voz era tranquila, reconocí la orden implícita en ella.
Retiró su brazo de mi cintura para con sus manos tomarme por los hombros y girarme hasta quedar frente a él.
–Stan… –dije entrecortadamente. Sentía que estaba a nada de soltar el llanto que tanto había luchado por controlar.
–Shhh, princesa. Tenemos que salir de aquí, aguanta, por favor –su voz ya no tenía ni un solo rastro de burla cuando pronunció el “princesa”. El semblante de Stanislav era serio y hasta preocupado.
Sentí que una solitaria lágrima se deslizaba por mi mejilla izquierda.
–Resiste, princesa –me estrechó entre sus brazos y apoyé mi mejilla en su duro y amplio pecho mientras cerraba los ojos intentando borrar el horror y el asco que sentía por mi misma –Tenemos que irnos de aquí, antes de que echen de menos nuestra presencia.
Asentí levemente, pero no sentía que mis piernas fueran capaces de dar un par de pasos para tomar el ascensor; es más, ni siquiera estaba segura de que pudieran sostenerme en pie por si solas.
Stanislav debió imaginarse lo mismo, porque en un parpadear me tomó en voladas y me cargó en sus brazos como si fuera tan ligera y pequeña como una niña. Me acurruqué entre sus fríos brazos, que de pronto se habían convertido en una guarida cálida, segura y reconfortante. Apoyé mi cabeza contra su pecho izquierdo, ahí donde alguna vez debió haber latido con vigor su corazón y cerré los ojos con fuerza, tratando de no pesar, porque si lo hacía no sería capaz de aguantar tal y como él me lo había pedido, sino que terminaría derrumbándome miserablemente.
En segundos, casi lo que toma un suspiro, me encontré sentada dentro de su negro automóvil. Como si fuera una frágil muñeca de cristal, Stanislav me acomodó en el asiento del copiloto y me abrochó el cinturón de seguridad antes de cerrar mi puerta, dar la vuelta al auto para subirse y encender el potente motor.
Había apenas un par de lámparas que alumbraban el semi-vacío y silencioso aparcamiento. Abrí los ojos solo para mirar ansiosa por la ventana, para asegurarme que ni Apolo ni ninguno de los otros nos seguían. Stanislav puso en marcha el vehículo y salimos de ahí a toda velocidad. Sólo hasta que el edificio fue apenas una lejana sombra a la distancia, fue cuando solté el aire que había estado conteniendo.
Volví a Cerrar los ojos y empecé a rememorar lo que había hecho. Recordaba a detalle esas ansias casi sádicas de atacar al pobre hombre; su rostro horrorizado, el miedo casi sobre humano que se reflejaba a través de su mirada. Sentí como las nauseas se apoderaban de mí, creciendo segundo a segundo al igual que una sensación de claustrofobia.
Me sentía asqueada, horrorizada, avergonzada de mi misma. Dudaba que pudiera volver a mirarme al espejo sin sentir todo eso contra mí; si sería capaz de olvidar alguna vez la atrocidad de lo vivido, del pecado que estuve a punto de cometer.
Una fría mano apretó mis manos, que descansaban entrelazadas sobre mi regazo.
–Vas a estar bien, te lo prometo
Sonreí con sorna, porque ¿cómo iba a poder estar bien si había clavado mis colmillos en un inocente? ¿Cómo iba a poder seguir adelante sin recordarme la clase de monstruo que había en mí? Porque no podía negar el hecho de que lo poco que había alcanzado a probar de la sangre de mi víctima me había gustado.
–¡Para! –grité de pronto, abriendo los ojos desmesuradamente mientras me llevaba la mano sobre mis labios. Las nauseas se habían tornado demasiado fuertes y violentas como para controlarlas.
Stanislav se salió de la carretera para estacionar el auto y sin haberse detenido del todo la marcha del vehículo, me desabroché desesperadamente el cinturón y abrí la puerta de mi lado para salir. Me alejé lo más que pude antes de las arcadas me atacaran violentamente; me incliné para volver el estómago y sentí cómo una mano sostenía mi cabello mientras otra se posaba en mi espalda.
–Vete, por favor– dije casi suplicante, avergonzada del estado en que me encontraba, pero Stanislav hizo caso omiso y se quedó ahí, para mi bochorno, cuando una nueva oleada de arcadas se hizo presente.
Cuando sentí que mi estómago estaba vacío, me enderecé de la posición en la que estaba y arrugué el rostro ante el hedor. Apenada, me di la media vuelta decidida a alejarme de ahí, con la mirada gacha, pues no estaba segura si seria capaz de mirar a Stan a la cara. Odiaba que me viera en ese estado tan patético y, a la vez, tan abominable. Imaginé en su rostro una mueca de repulsa y eso bastó para que mis rodillas empezaran a ceder bajo mi peso; para mi sorpresa, Stanislav volvió a cargarme en sus brazos y me acomodó nuevamente en el auto con la misma o más delicadeza que antes.
Mientras él ponía de nuevo el auto en marcha, no pude evitar volver la vista hacia atrás.
–Hace rato que las murallas de Volterra quedaron atrás. Ya estamos bastante alejados de ellos.
Stanislav debió imaginar lo que había pensado: que esta parada inesperada podría haber hecho que los Vulturi estuvieran más cerc; eso si ya habían notado nuestra ausencia y hubieran decidido venir tras nosotros.
El automóvil se volvió a poner en marcha, incorporándose con suavidad a la carretera una vez más. Me di cuenta que Stanislav iba manejando a una velocidad alarmantemente rápida y que no se había molestado siquiera en encender los faros.
–¿No deberías prender las luces? –Traté de que mi voz no sonara alarmada, pero fracasé en el intento.
–No te preocupes, todo está bajo control –pronunció mientras me lanzaba una rápida mirada acompañada de una suave sonrisa.
No pude contestar su sonrisa, me sentía sin fuerza siquiera para eso. Tampoco dije nada más, de alguna extraña manera confiaba en él. El resto del viaje lo hicimos en completo silencio, cosa que agradecí. No me presionó para que le contara lo que me había sucedió ni lo que estaba pensando en esos momentos; ni siquiera trató de rellenar el silencio con cháchara superficial e insulsa.
El viaje de regreso a Florencia se me hizo más corto que el de ida. Reconocí las luces que daban la bienvenida a la ciudad y nuevamente la aprehensión se apoderó de mí.
–No quiero ir al palazzo, por favor –dije mientras giraba la cabeza hacia el para mirarle de forma suplicante.
El asintió a la vez que pronunció: –No pensaba hacerlo, aunque mi existencia dependiera de ello.
Suspiré agradecida. Temía llegar a ese enorme y frío mausoleo de mármol, pero sobre todo, me aterraba la idea de encontrarme ahí con Apolo.
Me recargué sobre la puerta, casi haciéndome un ovillo en el asiento. No me esforcé en mirar a través del cristal; total, para mi todas las calles eran iguales. No conocía lo suficiente la ciudad como para saber con exactitud hacia dónde nos dirigíamos y honestamente, tampoco me importaba demasiado siempre y cuando fuera algún lugar donde encontrarme con la guardia de mi “familia” fuese algo casi imposible.
De repente el auto detuvo su marcha y sin darme cuenta siquiera, Stanislav me abrió la puerta galantemente.
–Hemos llegado.
Su profunda voz pareció despabilarme un poco de mi ensimismamiento, así que con movimientos algo torpes y lentos, me desabroché el cinturón de seguridad y puse los pies fuera del vehículo. Tal vez mi aspecto era peor de lo que me imaginaba, pues sin mediar palabra alguna, Stanislav me rodeó con un brazo apoyando casi todo mi peso contra él para ayudarme a caminar.
Paseé la mirada rápidamente y me sorprendió encontrarme frente a lo que parecía una vieja bodega adoquinada en la fachada. Estaba ubicada en una estrecha callecita alumbrada apenas por un par de lámparas que parecían luchar porque sus focos no se fundieran.
Stanislav sacó unas llaves de uno de los bolsillos del pantalón y abrió la puerta sin despegarse siguiera un milímetro de mí para hacer la maniobra. La bodega estaba completamente a oscuras, lo que me puso nerviosa. No sabía qué podría encontrar y por primera vez me cuestioné si confiar tan fácilmente en él sería sensato; no debía olvidar que Stanislav era parte de ese horripilante mundo que parecía gobernar los Vulturi.
Stan presionó un interruptor y se encendieron apenas un par de lámparas. Agradecí que el cambio de iluminación no fuera tan brusco a la vez que me sorprendí al ver que no era una bodega abandonada, tal y como lo había creído al principio, sino que era una especie de chalet.
–¿De quién es? –pregunté recelosa. Lo que menos quería era terminar presa por allanamiento de morada; claro que si eso sucedía sería como la guinda en el pastel de un día bastante malo.
–Es mío.
–¿Es tu casa?
–Digamos que a veces vengo aquí para distanciarme de aquello que me molesta o a veces vengo simplemente para pensar.
Miré a mí alrededor entre curiosa y asombrada. Si bien, el lugar no era muy grande, todo estaba bastante ordenado. En la parte de abajo, en el centro había una pequeña sala de sillones mullidos de gamuza en color chocolate, sin una mesa de centro, pero si un par de mesillas laterales donde estaban un par de lámparas antiguas que en ese momento alumbraban el lugar. El suelo era de madera, con una gruesa alfombra café con un elaborado diseño oriental en ocre y sepia; al fondo, había una especie de librero que ocupaba casi toda la pared, el cual estaba atestado de libros bastante usados unos y otros parecían más nuevos.
Al fondo, a la derecha había una maciza escalera de madera que llevaba a una especie de templete/segundo piso, donde estaba colocada lo que parecía una cama matrimonial y frente a esta, un enorme televisor de pantalla plana.
Las paredes estaban pintadas de terracota y se alzaban hasta un altísimo techo de vigas de madera. Había un solo cuadro que adornaba la pared izquierda; era un lienzo enorme de un bello castillo que parecía sacado de algún cuento de hadas, el cual estaba enclavado en un frondoso bosque.
–Es el castillo de Bouzov –dijo pero yo no respondí nada, aunque seguía admirando el cuadro –Está en la república Checa.
Me quedé callada, ¿qué podía decir? Esa no era precisamente una visita de cortesía para tomar el té. Tal vez en otras circunstancias me hubiera volcado en hacerle una pregunta tras otra sobre el castillo o sobre la historia del cuadro. Pero en ese momento me sentía tan vacía, tan confundida que todo me daba igual.
–Como verás, no hay una cocina por aquí o siquiera un refrigerador. Pero si quieres algo, puedo ir a…
–¡No! –dije de aprensiva. La idea de quedarme sola en esos momentos me daba miedo; era como si temiera que el monstruo que vivía en mi pudiera salir otra vez a la luz y atacarme.
–¿Entonces…? –parecía que para Stanislav tampoco era fácil esta situación.
Tenía la mirada como perdida mientras buscaba algo coherente al qué aferrarme para no dejarme llevar por la crisis de nervios que parecía estar dispuesta a estallar a la menor oportunidad.
–¿Tienes baño? –dije mientras recorría nuevamente el lugar con la mirada –Necesito ir al baño… mi aliento está mal. Si, tengo qué… –me llevé la mano hacia mis labios, para tapar mi boca. Tenía la mirada algo perdida, lo más seguro es que en esos momentos pareciera como una enferma fugada de algún hospital siquiátrico.
–Sí, es por aquí –Stan me tomó suavemente por el codo para indicarme que lo siguiera.
Di un par de pasos apenas cuando detuve bruscamente mi marcha.
–¿Qué pasa? –Preguntó confuso a la vez que su rostro denotaba preocupación.
Bajé mi mirada hacia mi muy arrugado vestido. Aunque era negro, creí ver exactamente las partes donde estaba manchado de la sangre de aquel hombre; luego, me llevé las manos al pelo y noté que eran más los mechones desordenadamente sueltos que aquellos que todavía seguían sujetos por las horquillas. Por último, miré nuevamente mis manos, donde las manchas de sangre todavía se notaban.
Lo miré angustiada y sentí que las lágrimas empezaban a juntarse al borde de mis ojos.
–¿Qué sucede? –volvió a preguntarme
–No… no tengo cepillo de dientes y… no tengo ropa… –Stan frunció el seño, parecía bastante confundido –No tengo casa, no tengo familia… no tengo alma… ¡No tengo nada! ¡Soy un maldito monstruo!
Solté el llanto que tanto había tratado de evitar mientras me dejaba caer de rodillas en el piso; lloré de manera desgarradora, inconsolable. Lloré por el horror de esa noche, por los rostros de esas pobres personas que seguramente ya estaban muertas, por sus gritos de terror y angustia. Lloré por la suerte de ese pobre que apenas había alcanzado a morder, pero aún así, me sentía cómplice de su muerte. Lloré por mi misma, por el asco y la repugnancia que sentía por mí, por el desprecio al descubrir lo que en realidad era.
Era tanta mi angustia, que el aire me faltaba, pero aún así mis lágrimas no remitían, sino que parecían no tener fin.
Stanislav se agachó junto a mí y envolviéndome en sus brazos, me dejó descargar mi zozobra; su pecho amortiguaba un poco el ruido lastimero que salía desde lo más fondo de mi alma. No supe cuanto tiempo estuvimos así abrazados, mientras el único sonido alrededor de nosotros era el de mi llanto.
Poco a poco, mis lágrimas se fueron haciendo menos, dejándome apenas con un pequeño hipar y una sensación de pesadez general en mi cuerpo. Respiré profundamente, tratando de recomponerme un poco.
–Perdóname… –dije mientras me enderezaba para romper el contacto con él. Tenía la cabeza y la mirada gacha, pues me sentía patética, avergonzada por mi falta de control.
–No tengo nada que perdonarte –puso un par de dedos debajo de mi mentón, obligándome a mirarlo directamente a los ojos. Había esperado encontrar furia, desprecio o incluso burla en su mirada, pero no, la mirada de Stanislav era ecuánime, con un dejo de ternura y comprensión, haciendo que las lágrimas bañaran nuevamente mis ojos. Tomó mi rostro entre sus manos con suavidad, como si tuviera miedo de que pudiera quebrarme con el más ligero movimiento –¿Quieres hablar de ello?
Suspiré.
–Creo que… primero tengo que ir al baño. Debo de tener una pinta espantosa –dije torciendo un poco la boca. Me limpié los restos de mis lágrimas de mi rostro con el dorso de la mano, que si ya estaba manchada de rojo, ahora tenía unas manchas negras a lo largo.
Stan se puso primero de pie, y con la misma suavidad de antes, me dio la mano y me puso de pié en un santiamén.
–Ven, por aquí está el baño –con su mano entrelazada con la mía, me llevó a una sencilla puerta que estaba a la derecha. Abrió la puerta haciéndose a un lado para dejarme pasar al pequeño pero pulcro baño. –Espera… toma –si se había movido, no me di cuenta. Lo que sí, es que como por acto de magia, en su mano apareció una pequeña cajita alargada que contenía un cepillo de dientes nuevo.
–Gracias –mi voz sonó ronca debido al llanto. Miré nuevamente mi maltrecho vestido y después, pude ver mi reflejo en el espejo que había en el baño. Estaba tan pálida como Stanislav, con el maquillaje corrido y los rastros de mis lágrimas muy visibles en mi cara; mi mirada se encontró con la de Stan a través del espejo y sonreí sin ganas –¿No podrías aparecer también por arte de magia algo de ropa para mi? –dije intentando bromear con él.
–¿Quieres darte un baño? –Ofreció de pronto –Tal vez un poco de agua caliente te ayude a relajarte.
¿Cepillo de dientes? ¿Agua caliente? Lo miré extrañada
–Cuido mi higiene como todos los demás –respondió a mi pregunta no hecha. –Espérame un momento, ¿si?
Le dije “Si” al aire, pues prácticamente se había esfumado ante mis ojos. Asomé la cabeza por la puerta, pero no lo encontré en la planta baja, así que imaginé que estaría en lo que vendría a ser su recámara. Y así, tan rápido como se fue, regresó, dándome un buen susto en el proceso.
–Lo siento –dijo al notar mi sobresalto –Ten, no tengo mucho de dónde escoger, pero creo que esto puede servirte para que te cambies. –me dijo mientras me entregaba un bultito de prendas. Asentí con la cabeza y lentamente cerré la puerta tras de mi. Extendí las prendas y encontré que me había dado una camisa negra de mangas largas y un par de calzoncillos deportivos del mismo color. Temblé, pues se me hacía algo muy íntimo usar ropa de él, pero al mirar nuevamente mi vestido, me olvidé del remilgo. Ese vestido era un recuerdo de la pesadilla de Volterra y en esos momentos me hubiera encantado poder prenderle fuego y olvidar las últimas horas.
Me desnudé rápidamente y me metí a la ducha, donde abrí la llave del agua caliente al máximo, como si el hervor sobre mi piel pudiera quitarme esa sensación de suciedad y repulsa que sentía. Me paré estática bajo el potente chorro de agua, esperando que el efecto relajante del agua actuara sobre mis agarrotados músculos. Me lavé el cabello y me froté con vigor mientras me enjabonaba el cuerpo, concentrándome en eso para evitar pensar a toda costa. Cuando vi que la piel de mis dedos se empezó a arrugar, decidí que era hora de salir de ahí; tomé una pequeña toalla que estaba a mi alcance para secarme y empezarme a vestir. Tuve que volver a usar mi bikini sucio, no creía que Stan tuviera también una reserva de ropa interior para “invitadas de emergencia” y después me puse el short que me quedaba justo encima de las rodillas, mientras que la camisa tuve que terminar por arremangármela hasta los codos, ya que era demasiado larga para mis brazos. En un impulso, hice un pequeño bulto con el vestido y lo tiré al cesto de la basura. Antes de salir del pequeño refugio en el que se había convertido el cuarto de baño, me desenredé los mechones húmedos de mi pelo, esperando tener un aspecto decentemente humano.
Un poco tímida, salí del baño y me encontré a Stanislav, muy serio y sentado en la orilla uno de los sillones. En la mano tenía un vaso de cristal con un líquido ambarino en él; en la mesilla de al lado, junto a la lámpara, había otro vaso igual. Al percatarse de mi presencia, giró su rostro y me miró largamente antes de decir:
–Creo que te vendría bien algo fuerte. –Tomó el vaso de la mesilla y lo tendió hacia mi –El gusto por el whiskey es en lo único que coincido con algunos humanos. –Le dio un largo trago al vaso y con su mirada me instó a hacer lo mismo.
Encontré el licor bastante fuerte, tanto que al pasar por mi garganta me hizo toser fuertemente.
Stanislav sonrió
–Con calma, princesa, de lo contrario vas a terminar hecha una cuba y creo que eso es lo último que necesitas en estos momentos…o tal vez sí. –dijo mientras se encogía de hombros.
Me bebí hasta la última gota de licor y sentí que empezaba a relajarme un poco más. Dejé el vaso sobre la mesa y sin saber qué hacer, empecé a pasear la mirada por todos lados sin posarla en él.
–Ven –palmeó el lado vacío del sillón donde estaba sentado.
Sin remilgos, hice lo que me indicó y me senté, pero tratando de alejarme lo más posible de él. Me hice un ovillo sobre el sillón, subiendo mis desnudas piernas para flexionarlas y rodearlas con mis brazos.
–¿Qué sucedió esta noche?
–¿De qué hablas? –dije entre nerviosa y avergonzada. Oculté parte de mi rostro atrás de mis rodillas, dejando visibles únicamente mis ojos fijos en él.
–Tú sabes de qué.
Me quedé en silencio, pues ¿qué podía decirle? ¿Qué me había asustado descubrir la clase de monstruos que somos? Porque a pesar de que me habían dicho que éramos vampiros, en el fondo, nunca lo había creído realmente. Tal vez podría decirle el asco y la repulsa que sentía de mí, de los demás… de él. ¿Cómo podía decirle que a pesar de lo bien que se había estado portando conmigo, una parte de mi no podía evitar considerarlo un ser diabólicamente despreciable?
–Yo… –respiré hondamente, buscando qué decir, tratando de encontrar las palabras exactas para explicar lo que sentía en esos instantes pero sin ofenderlo. Al fin y al cabo, Stanislav seguía siendo un vampiro que se alimentaba de humanos.
–No pudiste hacerlo. Simple y sencillamente te horrorizaste al darte la clase de monstruos que te rodean –No fue una pregunta. Lo dijo tan claro y tajante que quedé boquiabierta.
–Lo siento… –bajé la mirada avergonzada.
–No hay por qué. Hace demasiado tiempo que entendí cual es mi naturaleza así que el que me consideres un abominable monstruo, que hasta cierto punto de parezca repulsivo, no me ofende. Digamos que tengo un ego a prueba de balas –sonrió. Traté de responder a su gesto, pero lo más que logré fue una mueca forzada, así que él retomó la plática –Vi que Apolo se acercó a ti y de dijo algo, ¿no?
Asentí con fuerza.
–Cuando me di cuenta del por qué estaban esas personas ahí… te juro que traté de huir de ahí, estaba demasiado aterrorizada, pero de pronto… no sé, fue demasiado extraño. Era como si de repente me hubieran bajado el “switch” y hubiera quedado en piloto automático, obedeciendo de alguna forma lo que las palabras de Apolo habían provocado en mí. –El rostro de Stanislav se volvió bastante sombrío, pero no habló, dejándome seguir con la conversación –Así que lo único que me importaba era matar a ese pobre hombre, saciar mi sed, apagar el ardor que sentía en la garganta. –la voz me salió enronquecida. Respiré hondo nuevamente, no quería que otro ataque de lágrimas sin control se hiciera presente.
–Pero te detuviste…
–Alcancé a morderle, a saborear su sangre… Y me gustó, ¿sabes? Eso es lo que más horrible lo hace porque ¿Qué tal si la próxima vez no puedo detenerme? ¿Qué me va a pasar si no logro domar al demonio que vive en mí? ¿Qué pasa si no hay un recuerdo lo bastante fuerte como para detenerme?
–¿Recuerdo? –dijo sorprendido
–Sí… recordé el rostro de un hombre llamado Charlie. Y fue por el recuerdo de sus ojos, de su rostro sereno que pude detenerme. No tengo idea de quién es pero… –tomé con fuerza una bocanada de aire– … Tengo miedo, no sé si pueda luchar contra lo que soy…
–¿Y por qué tratas de luchar? ¿No sería más fácil si te dejaras ir simplemente?
–¡No! –Me levanté de un salto –¡No podría vivir conmigo misma siendo un monstruo! ¡No puedo convertirme en algo tan espantoso como, como….!
–Como yo. –Finalizó por mi. Stanislav se puso de pié también y quedamos uno frente al otro, mirándonos fijamente; yo tratando de controlar los temblores de mi cuerpo, él como buscando qué decir exactamente para no provocar que me viniera abajo nuevamente.
Me di media vuelta, dando unos pasos inquieta. De pronto, sentí que estábamos demasiado cerca el uno del otro, provocándome una sensación de claustrofobia; necesitaba poner cierta distancia entre los dos. Caminé hasta el fondo, justo donde estaba el enorme librero.
–¿Por qué viniste conmigo entonces si piensas que soy igual o peor que ellos? –dijo con voz dura a mi espalda.
–¿Por qué me ayudaste y dejaste tu… cena a medias? –contesté sin dignarme a voltearme.
–No dejé mi cena a medias –Stanislav se había acercado bastante, tanto que pude sentir su aliento contra mi cuello y su aroma tan característico, como a madera y cuero, se coló por mi nariz. –Yo no me alimento al estilo de ellos.
–¿No? –pregunté burlonamente incrédula –¿Entonces tus ojos rojos son producto de tus noches insomnes?
–No dije que no me alimentara de sangre humana dique que no me alimento al estilo que ellos lo hacen.
–No entiendo…
–No me gusta el sadismo con el que atacan a sus víctimas ni la forma en que las engañan para atraerlos. –lentamente, giré hacia él pues sus palabras me habían dejado intrigada. –No te voy a negar que yo me alimento de sangre humana, es parte de mi naturaleza así que no tiene caso que te mienta.
–¿Entonces?
–Digamos que encontré una forma de alimentarme con la libre y gustosa colaboración de mis “proveedores”, por así llamarlos.
–¿Podrías dejar de andarte por las ramas? Estoy harta de tantos misterios que me rodean, de tantas historias sin terminar. Habla claro –le exigí poniendo los brazos en jarras.
Stanislav ahora era quien parecía incómodo, paseando la mirada de un lado a otro.
–Yo… bueno, hace un par de años encontré un selecto club al que me uní… –dijo con una mueca triste, pero tratando de que pareciera burlona –Un club de personas desesperadas; era un grupo de pacientes de enfermedades terminales que buscaban una forma de morir dignamente, sin tener que padecer la largas y atormentada agonía de sus horas finales.
–¿Una especie de club de eutanasia? –dije incrédula.
–Sí. Sabes que esa práctica está prohibida, que la mayoría de los gobiernos se oponen a darle a los pacientes terminales el derecho de elegir entre morir con dignidad o con un sufrimiento atroz. Bueno, pues digamos que yo soy su eutanasia legal; es un trato justo: ellos me permiten alimentarme y yo les doy una muerte rápida, sin sufrimiento y sin levantar sospechas.; quiero pensar que de alguna manera les ayudo, que de esa forma soy menos diabólico que el resto de nuestra especie.
Lo miré sin saber qué decir o pensar, ¿un vampiro piadoso? ¿Era posible eso?
–Pero eso no explica por qué pudiste salir tras de mi sin caer en la tentación de… ya sabes.
–¿Recuerdas que me preguntaste a dónde había ido después de regresar del centro comercial?
–Sí, y tú dijiste que… dijiste que habías salido a cenar.
–Así es. Anoche hubo una reunión del club. Por eso mi sed estaba controlada, por eso pude evitar participar en el salvaje banquete de los Vulturi.
Estaba bastante confundía e incrédula. ¿Sería verdad lo que decía? Claro que eso no borraba el hecho de que se alimentaba de humanos, de que los mataba, por muy piadosas que fueran sus intenciones. Aunque tenía que reconocer que al final le encontraba el lado humano lo que hacía.
–No has contestado a mi pregunta –dijo, sacándome de mis cavilaciones
–¿Cómo?
–Que no me has respondido sobre el por qué decidiste venir conmigo. Al fin y al cabo soy un perfecto ejemplo del horror del que huiste.
–Porque, de alguna manera confío en ti… más que en mi padre o en mi flamante prometido. Confío en ti aunque una vocecita me dice que no debería hacerlo. –dije con una sonrisa torcida
–Deberías hacerle caso a tus instintos. Yo no soy de fiar, yo soy un monstruo, a pesar de lo que haga, a pesar de lo que diga, nada puede borrar el hecho de que hace mucho tiempo dejé de ser un ser humano y me convertí en una bestia.
Desvié la mirada de su rostro, tratando de controlar el estremecimiento que provocaron sus palabras. Fijé la mirada sobre su hombro, en un punto fijo de uno de los entrepaños del librero. Era una vieja foto en blanco y negro, la cual estaba en un portarretratos que también parecía tener bastantes años a cuestas. Avancé lentamente hacia el, esquivando en mi paso a Stanislav; sin poder evitarlo, tomé el retrato entre mis manos, con los ojos abiertos como plantos.
–Anna… –susurré ligeramente.
Era la foto de una familia, estaba segura por la forma en que estaban abrazados. Había una mujer menuda de enormes ojos oscuros, que en su regazo tenía a una niña de grandes ojos oscuros como ella y cabellos rizados cortos; ambas sonreían felices mientras los brazos de un apuesto hombre las rodeaba en un abrazo por demás afectuoso. Ese hombre era Stanislav, no había duda. El amor que sentían entre ellos parecía saltar de la foto.
–Anna –dije con voz fuerte mientras miraba a Stan, que se había quedado como clavado donde estaba parado, con el rostro lívido. –Ella… es la niña que vi en el estacionamiento del centro comercial, cuando te toqué…
–Imposible… No pudiste verla, no creo…
En un impulso, me acerqué a él y posé mi mano sobre su mejilla, para mostrarle aquello que había visto. Conforme le mostraba las imágenes, el rostro de Stanislav adquiría un nivel de palidez irreal.
–¿Cómo es posible que tengas mis recuerdos? –dijo consternado
–No lo sé… simplemente sucedió. Puse mi mano sobre tu hombro para llamar tu atención, ¿recuerdas? –Stan asintió con fuerza –Y al segundo, vi a Anna en mi cabeza junto con la mujer…
–Maia.
–¿Así se llama?
–Se llamaba –la voz de Stanislav era más ronca de lo normal. Parecía que ahora era él quien luchaba por controlar el llanto, aunque era imposible pues los vampiros no pueden llorar.
–¿Está muerta? –asintió –¿Las dos?
–Es una historia bastante larga y además, pertenece a una vida que ya no existe. A un Stanislav Masaryk que yace en una triste y abandonada tumba desde el 25 de Diciembre de 1942.
–¿Fue cuando…?
–¿Cuándo me convertí en esto? Sí, días más, días menos… En esa terrible época de la guerra, el tiempo no existía, todo era una larga y tortuosa pesadilla.
–Stanislav… –lo toqué en el hombro y a mi mente vino la imagen de la tal Maia, sonriendo dulcemente y mirando fijamente hacia mi, o mejor dicho, hacia Stan. Quité mi mano con rapidez, como si el contacto me hubiera quemado.
–¿Qué sucede?
–Nada… sólo…
–¿Qué? –me tomó por los hombros y la imagen ahora de Anna jugando con una deshilada muñeca de trapo pasó por mi mente
–Suéltame, por favor… –entrecerré los ojos, pues las imágenes se iban volviendo más fuertes y nítidas. –Son demasiados recuerdos, empiezo a sentirme mareada.
Me soltó con brusquedad, tanto que di un ligero trastabilleo hacia atrás.
–Te pedí que no hurgaras en mis cosas.
–No lo hago a propósito… te lo prometo. Es algo que no puedo controlar.
Stanislav caminó hacia uno de los sillones y se dejó caer en él. Imaginé que lo había hecho más por poner distancia entre nosotros que porque estuviera cansado de estar parado.
–¿Quiénes son? –me aventuré a preguntar, sin estar completamente segura de obtener una respuesta.
–Son… o mejor dicho, eran mi esposa y mi hija.
¿Había tenido una familia? Me impactó su respuesta.
“¿Qué les pasó? ¿Por qué él había terminado convertido en vampiro, sólo?” pensé curiosa.
Dudosa, me acerqué hasta donde él estaba, pero me senté en otro de los sillones, sin estar completamente segura si él tomaría con agrado mi intento de acercarme.
–Supongo que te preguntarás que sucedió, ¿no?
–Stan, no es necesario…
–Conocía a Maia desde mi infancia, éramos vecinos del mismo edificio –dijo sin prestarle atención a mis palabras– Crecimos siendo compañeros de juegos, los mejores amigos, hasta que un día, de alguna manera, nuestra amistad dio paso a un tórrido amor… –la mirada perdida de Stanislav me indicó que su mente estaba lejos de ahí, en un lugar y un tiempo bastante alejado de nuestro presente –Nos casamos en 1935, un 9 de Julio, justo el día en que ella cumplió los dieciocho años. Nadie se casaba en martes, pero nosotros lo hicimos, a pesar de que sus padres y los míos no estaban muy felices con la unión, aún así decidimos estar juntos.
–¿Por qué sus padres estaban molestos?
–Porque ella era judía y yo protestante. Ellos querían que se casara con alguien de su misma religión y mis padres, bueno, aspiraban para mi alguien más que la hija de un simple relojero. –Dijo encogiéndose de hombros –Nos dolía la actitud de nuestros padres, pero sabíamos que era imposible estar lejos el uno del otro… No concebíamos vivir separados, así que nos casamos, a pesar de que yo apenas iba a entrar a la Escuela de Medicina de la Universidad de Praga. Nos mudamos a un departamento bastante pequeño y modesto en el último piso, por no decir que en el desván de un edificio que estaba a un par de calles de la Facultad; no fue fácil, a decir verdad, a veces tuvimos momentos muy duros para salir adelante, pero a pesar de la estrechez económica seguíamos locamente enamorados como desde el primer día… Cada obstáculo, cada problema que se nos presentaba sólo hacia que nuestra relación se volviera más fuerte.
»Maia era pequeña de estatura, tan menuda y de una piel blanquísima, tanto que parecía porcelana, aunque lo que más me encantaba de su rostro eran sus enormes ojos negros. Era tan fácil descubrir lo que ella pensaba o sentía a través de su mirada. Con ella no había dobleces ni medias verdades, siempre podías contar con su sinceridad y su franqueza… Cada día daba gracias al cielo que ella fuera mía, que hubiera tenido la oportunidad de conocer la verdadera felicidad, cosa que pocos podían experimentar… Y nuestro perfecto y mágico mundo se vio colmado con la llegada de mi preciosa Anna.
–¿Cuándo nació?
–El 15 de mayo de 1939, apenas tres meses y medio antes de que los alemanes invadieran el país… Mi pobre Annie vino en una época tan turbulenta, tan negra… su infancia se limitó a un cuartucho, sin poder salir a la calle, sin poder convivir con otros niños por el peligro de que esos malditos cerdos nazis nos descubrieran…
Algo me dijo que la historia de Stanislav se había torcido de una manera por demás dolorosa, así que en un impulso, me senté a su lado y entrelacé mis manos con la suya. Y nuevamente, las imágenes de sus recuerdos se iban alojando en mi mente. Ahora me sentía parte del relato de Stan, pues podía ver lo que sus palabras iban relatando.
–Sabíamos que los alemanes estaban persiguiendo a los judíos, que había una especie de cacería de brujas contra ellos, pero creo que ni en nuestros más retorcidos pensamientos pudimos imaginar la clase de horror que estaban cometiendo… Sabíamos que se los llevaban lejos aunque no sabíamos exactamente para qué; Auschwitz sonaba algo remoto y casi desconocido… Y aunque trataban de disimular las atrocidades, éramos conscientes del peligro, de que algo no marchaba bien.
»Al principio, eran cosas tan ridículas como que los judíos tenían que usar una parche con la forma de Estrella de David y la palabra “judío” escrita en ella para poder identificarlos; luego, siguió la prohibición de que no podían andar por las aceras, sino tenían que caminar sobre el asfalto o la tierra… las prohibiciones se fueron haciendo demasiado duras, demasiado extremas. Y después, llegaron las redadas… Hombres, mujeres, niños, no importaba, no había distinciones. Iban desapareciendo en manos de la SS. Yo tenía demasiado miedo por Maia y Anna, aunque mi esposa trataba de tranquilizarme y decirme que no iba a pasarnos nada malo, que siempre íbamos a estar juntos, que íbamos a envejecer juntos…
»Nos tuvimos que mudar a un edificio en una zona por demás miserable, buscando escondernos. Yo apenas si salía a la calle, sólo para buscar algo qué comer y enterarme de lo que estaba pasando… Durante dos años, Maia y la niña no pudieron salir a la calle, ni siquiera asomarse a la ventana por miedo a que alguien pudiera verlas. No tienes idea de lo duro que es para un padre ver que el mundo de su pequeña hija se limita a una habitación de apenas 20 metros cuadrados. Pero aún así, jamás vi a mi Maia lamentarse de nuestras circunstancias, Annie jamás dejó de jugar con sus muñecas y soñar con cuentos de princesas y príncipes en blancos corceles.
Nuevamente, las lágrimas se deslizaron por mi rostro, pero esta vez ni siquiera me di cuenta. Estaba demasiado concentrada viendo los recuerdos de Stanislav, que no era consiente de lo que sucedía a mi alrededor.
»La Noche Buena de 1942 hubo una redada en el edificio donde vivíamos. Nos tomó por sorpresa. Los malditos bastardos llegaron a mitad de la noche, allanando todos y cada uno de los diminutos departamentos del edificio… A pesar del tiempo, aún puedo escuchar los gritos de terror, los sonidos de las pistolas descargándose contra aquellos desgraciados que trataron de resistirse a las fuerzas de la SS… Eran tan salvajes, tan crueles, que no les importaba arrojar a la gente por la ventana, a pesar de estar a una altura de cuatro o cinco pisos, y lo mismo eran hombres, mujeres, niños o ancianos. No tenían piedad, lo único que les importaba era exterminarles…
»Esa noche, Maia y yo estábamos dormidos, con Annie en medio de los dos, cuando de pronto escuchamos el alboroto. Me sentí frenético, aterrorizado por mi familia; mi cabeza trabajaba a toda velocidad, ideando la forma de salir de ahí, de poner a salvo a Maia y a la niña.
»”No va a pasarnos nada. Tal vez ni siquiera nos molesten” me dijo con su voz suave, pero yo pude ver en sus ojos el terror que sentía. Me juré a mi mismo que iba a hacer todo lo posible por mantenerla a salvo, aunque la vida se me fuera de por medio. Sólo que no nos dio tiempo de nada; de pronto, unos golpes demasiado fuertes contra la puerta de nuestro departamento nos alertó de la presencia de los oficiales. Annie, se metió debajo de la cama, asustada por los gritos de los furiosos nazis. Quise ignorar los llamados, me resistí a abrir la puerta, pero salió contra producente. De pronto, sonó un disparo y la cerradura cedió…. Se llevaron a Maia, casi arrastrándola de los cabellos, arrancándola de mis brazos que se negaban a soltarla. Me gané una buena golpiza por eso, pero ¿qué más podía hacer? Había jurado proteger con mi vida lo que más amaba. ¿Sabes por qué aguanté la brutal paliza? Porque sabía que Annie estaba debajo de la cama, me imaginé que estaría paralizada del miedo y no quería que esas bestias la descubrieran; temía lo que pudieran hacerle a mi niña.
»”Dejen a mi papi en paz” gritó mientras salía de su escondite. Y ellos se burlaron… “¿Quieres que dejemos en paz a tu papá” dijeron son sorna mientras mi niña les decía que sí. Y sí, me dejaron de golpear, sólo para lanzarme por la ventana, haciendo añicos el cristal en el proceso. Caí desde un sexto piso, estrellándome brutalmente contra el pavimento… Me dejaron ahí, rodeado de los cuerpos de otros más. Había si apenas sobrevivido a la caída, pero me dejaron ahí para que muriera, como una advertencia a aquellos que se atrevieran a ocultar o ayudar a los judíos… No quería morir, no quería irme sin saber qué iba a pasar con Maia y con Annie, pero la oscuridad iba ganando, se iba apoderando de mi; y de pronto, la oscuridad fue acompañada de una horrible sensación de ardor, como si estuviera ardiendo en las llamas del mismísimo infierno… Tres días después, desperté en un oscuro y nauseabundo callejón, convertido en esto… Nací un 10 de Septiembre de 1917 y abandoné este mundo 25 años, tres meses y dos semanas después.
–¿Qué sucedió con Maia y con Annie?
–Maia murió en un campo de concentración, enferma de tuberculosis… Pasé mucho tiempo buscándola al igual que a mi hija. A pesar de haber terminado convertido en un vampiro sin alma, no pude olvidarlas ni dejar a un lado el amor que sentía por ellas… A mi hija la entregaron en adopción a la familia de un oficial de la SS. No pude salvar a Maia, pero sí a mi Annie; llegué a casa del tipo ese y lo maté despiadadamente. No bebí su sangre, jamás podría haberlo hecho puesto que detestaba a todos esos nazis con todo mi ser. Y tampoco le hice daño a su mujer, ¿Qué culpa tenía ella de haberse casado con una bestia así? Me limité a llevarme a mi hija, tenía que ponerla a salvo…
»Quise que ella se quedara junto a mi, pero el latido de su corazón, el torrente de su sangre era demasiado tentador para mi… Había jurado salvarla, y lo hice. Huimos a Londres y tuve que dejarla en un orfanato. Aun recuerdo su carita cuando tuve que decirle que era la última vez que íbamos a estar juntos. “No, papi, no” decía una y otra vez… pero tenía que hacerlo, por su bien, por su vida tenía que decirle adiós. La muerte de Maia y dejar a mi hija acabaron con la poca humanidad que me quedaba, si es algo había conservado al convertirme en este monstruo que soy desde ese día…
–¿Alguna vez volviste a saber de Annie?
–Sí… no dejé que ella me viera, pero siempre estuve cerca de su vida de alguna otra forma. La adoptó la familia de un vicario y tuvo una buena vida. Tengo que agradecer que le haya tocado una familia que la amó como su madre y yo lo hubiéramos hecho si el destino nos lo hubiera permitido. Mi Annie vivió una vida plena, eso es lo importante.
Estaba llorando a mares, pero no podía controlarlo. Sentía que estaba llorando también las lágrimas que Stanislav era incapaz de derramar.
–¿Annie murió?
–No, todavía vive, si es que eso se le puede llamar vida… Está en una clínica de Londres, hace seis años le diagnosticaron Alzheimer y como su esposo y su único hijo murieron hace tiempo, no hay quien se encargue de ella. De alguna forma, la vida me está dando la oportunidad de cuidarla nuevamente al final de su vida.
–¿No has pensado en…?
–No, yo jamás podría matar a mi Annie, ni aunque fuera por ahorrarle los momentos más duros de su enfermedad. Por eso acepté unirme a los Vulturi cuando Jane me lo propuso; no me dejé seducir ni por el poder ni por estos festines descontrolados de sangre. Ya había visto demasiados horrores en mi vida, pero cuando me ofreció una buena paga y la posibilidad de que los últimos años de vida de mi hija fueran los más cómodos posibles, pues no pude dejar pasar la oportunidad… Pase lo que pase, el bienestar y la protección de mi hija son lo más importante, por encima de todo.
Stanislav siguió con su frio dedo índice el camino que mis lágrimas habían recorrido por mi mejilla izquierda.
–No llores o por lo menos, no lo hagas por mí.
–Es que están triste, tan duro…
–Así es la vida… No tiene caso de lamentarme por aquello que no puede cambiarse; no gastes tus lágrimas en un monstruo como yo.
–¡No eres un monstruo! –tomé con fuerza su rostro entre mis manos y apoyé mi frente contra la de él, entrecerrando los ojos –No prohíbo que digas eso de ti.
–Pero eso es lo que soy. –se enderezó, rompiendo nuestro contacto. Me sujetó por la barbilla, obligándome a mirarlo directamente a los ojos –No dejes que la historia de mi vida pasada te conmueva. Soy un monstruo, soy un asesino y por eso no puedes confiar en mí. No soy bueno, estoy demasiado podrido por dentro.
–Me niego a creerlo… Te has portado conmigo demasiado bien, lo que has hecho por tu hija, lo que haces por esas personas enfermas…
–Nada de eso justifica los horrores que he ido cometiendo a lo largo de mi existencia…. Prométeme algo, ¿quieres?
–¿Qué?
–Que pase lo que pase, no vas a permitir que el monstruo te domine. Esta noche demostraste ser más fuerte que él; no te dejes arrastrar a este lado tan oscuro sin retorno.
–Eso significaría renunciar a los Vulturi…
–Hazlo. Vete después de que pase la batalla.
–¿Por qué no antes?
–Porque… ¡Diablos!
–¿Qué?
–Nada… olvídalo.
Pero mi mente ya estaba a toda marcha imaginando la respuesta.
–Si me voy, significaría que fracasaste en tu trabajo y tú me dijiste que con los Vulturi, el fracaso no existe… Irían tras Annie, ¿verdad?
El silencio de Stanislav me lo confirmó.
–Me voy a quedar hasta la batalla y después me voy a ir. Te lo prometo.
Asintió con la cabeza, pero no dijo nada.
–Ahora lo entiendo…
–¿Qué cosa? –preguntó casi indiferente
–Por qué me ayudas y me cuidas, por decirlo de alguna manera. –Stanislav me miró confuso, sin seguir el hilo de mis palabras –Te recuerdo a tu hija, a Annie, ¿verdad? –La explicación a la que había llegado el por qué de su protección me desilusionó un poco, tenía que reconocerlo.
–¿Crees que te veo como a una hija? –dijo con una sonrisa sarcástica.
Sentí que las mejillas se me ponían tan rojas como un tomate. Tal vez su historia me había puesto tan sensible que ya veía camaradería donde no la había.
–¿No? Oh, lo siento… yo…
–Jamás podría sentir por ti algo tan filial… ¿Sabes por qué me gusta cuidar de ti aunque a veces eres bastante latosa, voluntariosa y cabezota?
Fruncí el ceño al escuchar la lindura de adjetivos calificativos de mi persona.
–No estoy segura si quiero oírlo.
De pronto me di cuenta que él y yo nos habíamos acercado bastante el uno al otro.
–Me gusta estar cerca de ti por esto…
Solté una especie de gritito ahogado cuando Stanislav me agarró por los hombros y me atrajo con fuerza hacia él. Aplastó mis labios contra los suyos, y por un momento, me quedé quieta, sintiendo el frio de aquella boca, la humedad helada de la lengua al deslizarse entre mis dientes. Los brazos de Stan me rodearon con más fuerza para acercarme más aún a él y sentí cómo la excitación se iba apoderando de nosotros.
La sorpresa se convirtió en sentimiento cuando algo cambió en la actitud de Stanislav, que subió las manos para acariciarme la cara y gimió. El beso se volvió dulce, empezó a seducir, además de exigir y el deseo surgió de la nada como brisa cálida. Cuando Stanislav saboreó las comisuras de mis labios y deslizó la lengua por mi labio inferior, sentí un cosquilleo por todo el cuerpo, envolviéndome en un calor intenso. El beso lento, lánguido se convirtió de nuevo en apasionado, y se lo devolví con una impaciencia fogosa, mientras mi propio deseo crecía con cada latido del corazón.
Inconscientemente, subí las manos por los botones de la camisa de Stan, las entrelacé alrededor del cuello mientras mi cuerpo empezaba a temblar de la anticipación. El debió notarlo, pues me acercó más a él, sentándome sobre su regazo de tal manera que envolví su cintura con mis piernas. Otro beso húmedo, ardiente y yo gemí en voz baja. Stanislav me besó un lado del cuello, mordisqueó el lóbulo de mi oreja y empezó a desabrochar los botones de la camisa que me había prestado. Sin apartar esos abrazadores ojos carmesí de mí, enterró sus manos entre mi cabello, enredando los dedos entre los mechones ondulados.
–Dios Mío, Atena….
Con un suave tirón, echó mi cabeza hacia atrás y me besó con más pasión, violando mi boca, tomándola con su lengua. Le devolví el beso con la misma pasión ardiente, estremeciéndome de pies a cabeza, acalorada, aturdida y debilitada.
Los acontecimientos de las últimas horas parecían haber quedado en el olvido. Era como si Stanislav y yo estuviéramos refugiados en una burbuja de deseo y necesidad, aislándonos de los problemas y el dolor que nos esperaba al otro lado de la puerta. Éramos simplemente un hombre y una mujer encontrando consuelo en los brazos del otro, buscando colmar la necesidad de sentirnos vivos, humanos, capaces de profesar algo más que terror y oscuridad.
Me lanzó una mirada interrogante, significativa…
Esperaba mi respuesta, una respuesta que cambiaría determinantemente el rumbo de mi destino.

lunes, 23 de marzo de 2009

LA SED

Abrí los ojos horrorizada, sin estar completamente segura si lo que estaba a punto de presenciar era algo real o producto de una pesadilla.
–Atena, es hora de elegir tu platillo… –la voz socarrona de Apolo me llenó de asco. ¿Cómo era posible que hablara así de algo que era tan… horrendo, tan espantoso?
Las pobres personas empezaron a dar gritos espantosos de terror, incrédulos y a la vez horrorizados. Esos gritos eran tan horribles, tan escalofriantes que parecían más propios de un animal herido que de un ser humano.
–¡No por favor!
–¡Aaaaaah!
–Merci, s'il vous plaît
Intenté dar un par de pasos hacia atrás, retroceder del horror que estaba apunto de ver mis ojos, pero unas manos me apresaron por mis antebrazos como si fueran garras de hierro, impidiéndome avanzar.
–Querida, no te puedes ir, este festín es en honor tuyo…
Estaba muda de la impresión. Aunque quería gritar que no, que yo no quería semejante atrocidad y menos que dijeran que era por mi, mi voz se negaba a salir; así que frenéticamente sacudí la cabeza en señal de negación.
Levanté mi mirada azorada y vi a los demás vampiros enloquecidos de frenesí, dispuestos a acabar con los pobres inocentes que no entendían exactamente lo que sucedía, pero que a la vez, eran concientes que sus vidas iban a terminar en unos pocos segundos.
Jane, Afton, Chelsea, Aro, Cayo… todos y cada uno tenían una mirada que provocaba que los pelos se pusieran de punta. Si el odio, el horror y todo aquello que representaba lo más oscuro de esta tierra tuviera un rostro, sin duda podría ser el de cualquiera de esas criaturas monstruosas; tal vez la hermosura de su rostro era lo que los hacía más terribles.
Miré frenética hacia la salida, pero Santiago y Dimitri la bloqueaban. Eran como dos sendos bloques de mármol imposibles de mover, dejándonos atrapados en esa pesadilla a esas veinte indefensas personas y a mí.
Una de las víctimas, una mujer menuda de unos treinta y tantos años, a pesar del terror que sentía, obvio por la forma en que temblaba su cuerpo, miraba embelesada el rostro perfecto de Alec; la mujer me recordó a las polillas, que a pesar de que significan su muerte, no pueden evitar acercarse al fuego.
–¿Sientes el ardor en tu garganta, verdad? Sientes que cada vez el fuego se va extendiendo cada vez más por tu garganta. Sientes que el ardor se va incrementando de forma incontrolable. Tu sed es insaciable, quema, duele… ¿no es así?
Me llevé las palmas de las manos a mis oídos, para taparlos y evitar que las palabras de Apolo llegaran a lo más profundo de mi psique. Quería evitar a toda costa la tentación que estaba empezando a tomar fuerza en mí.
–¡Mírame! –me giró hasta quedar de frente a él, quise cerrar los ojos, pero me zarandeó tan fuerte que terminé abriéndolos, quedando atrapada en su maliciosa mirada –No puedes resistirte a tu verdadera naturaleza; esto es lo que eres, esto es lo que siempre has sido, no puedes negarlo…
–¡No! ¡No!
Pero mis gritos fueron ahogados por otros más espantosos; volteé rápidamente hacia atrás y vi cómo el baño de sangre había empezado. Grité espantada, aterrorizada…
Félix tenía aprisionada a una pobre chica entre sus brazos mientras le clavaba vorazmente los colmillos en el cuello; vi como un chorro de sangre corría a través de la blanca piel del cuerpo de la mujer, mientras sus ojos estaban vidriosos de la agonía y el terror.
–Vas a ser una buena niña, ¿verdad amor? –la odiosa voz de Apolo se hizo más intensa, más profunda mientras ponía una mano en mi barbilla y me obligaba a mirarlo fijamente. De pronto, las ganas de luchar y salir corriendo de ahí; el deseo de ayudar a esas pobres víctimas a escapar del horror me fueron abandonando, dejándome laxa, sintiéndome como una marioneta con las cuerdas rotas –Vas a “brindar” con nosotros, vas a apagar esa ardiente y dolorosa sed. Esta noche abrazarás a tu verdadero instinto, seguirás el curso de tu propia naturaleza.
–Sí… –pronuncié como una autómata. De pronto el horror había desaparecido, la mirada atormentada de todos esos inocentes, sus gritos de súplica, todo eso había sido borrado por arte de magia. Ya no era conciente de ello, ahora lo único que ocupaba mi mente era la necesidad, el ansia de aplacar la sed que segundo a segundo se volvía más dolorosa, más acuciante. El aroma óxido de la sangre se iba colando por mi nariz, nublando mis sentidos pero apremiando mi necesidad de ella. Sentía no solo la garganta reseca, sino también los labios y la lengua; como si hubiera estado vagando por el árido desierto sin llegar al oasis prometido.
–Mi hermosa Atenea… –ronroneó satisfecho Apolo –Elige tu víctima, sacia tus instintos…
Asentí suavemente mientras me liberaba de la prisión de sus manos.
Una vocecilla sonaba a lo lejos de mi mente
“¡No!” gritaba mi vocecita con debilidad pero desesperadamente. Pero no era suficiente para detenerme, el ansia de sangre era lo que me controlaba ahora; sonreí con malicia mientras con mi lengua acariciaba mis filosos colmillos, cortándomela en el proceso; saboreé mi propia sangre y sonreí satisfecha. La cena estaba lista.

Añadir/Share

Bookmark and Share