Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

domingo, 22 de noviembre de 2009

TRATO HECHO

–Debería haber ido con ellos –murmuré molesta mientras pateaba una pequeña piedra que había frente a mí. Había decidido salir al exterior de la cabaña, pues con los nervios de saber qué era lo que estaba sucediendo, no podía estar tranquila en un solo lugar. Supuse que tomar un poco de aire fresco valdría para aliviar mi nerviosismo, pero parecía que era algo imposible. Miré por enésima vez en dirección hacia donde mi familia se había internado en el bosque, rumbo al claro de mis padres (como ello solían llamarle), antes de ponerme a caminar de un lado a otro.

Había sido apenas una hora antes, mientras papá me observaba para asegurarse de que me terminaba el enorme plato de ravioles que me había preparado (le encantaba preparar ese platillo, decía que le recordaba su primera cena con mamá, o algo así), tía Alice había recibido una llamada de Jacob. Acordaron que la manda y los Cullen se habrían de encontrar en el bosque.

Una vez pactada la hora y el lugar exacto, todos empezamos a prepararnos para el encuentro. Sabíamos que no sería una reunión fácil, los quileutes nos consideraban una raza enemiga. Y para colmo, nuestra relación estaba llena de desafortunados desencuentros.

Nada más abrir la boca para opinar sobre nuestro encuentro con la manda, papá me detuvo en seco.

–Tú no vas.

–¿Cómo?

–Que tú no vas a ir con nosotros.

–Pe-pe-pero, ¿por qué? No puedo quedarme aquí con los brazos cruzados y…

–Nadie está diciendo que te quedes cruzada de brazos.

–¿Entonces?

–Simplemente hay que tantear el terreno antes de exponerte a ellos… –papá se detuvo un momento, como buscando la forma de acomodar sus palabras –Han pasado bastantes cosas entre nuestras familias, tantas que no podemos decir a ciencia cierta el estado en el que se encuentra nuestro tratado. Temo que tu presencia sea como agitar un paño rojo delante de un toro listo a embestir.

»Lo sucedido con Claire podrían tomarlo como el rompimiento definitivo de nuestro pato. Uno de nosotros hirió a uno de ellos… El ataque de Jacob contra ti me da mucho que pensar.

Parpadeé sorprendida, ¿cómo lo sabía? Había tenido mucho cuidado de no mencionarlo la noche anterior. Jacob había dicho que no me había reconocido, así que el ataque había sido un mero accidente, o por lo menos así trataba de verlo. No quería agregarle más a nuestra ríspida relación.

–Jasper me lo contó –respondió papá a la pregunta que no había pronunciado en voz alta.

Fruncí el ceño. Lo último que quería era que los niveles de animosidad subieran entre quileutes y vampiros. Sí, papá había llegado a respetar y a considerarles sus amigos, pero que uno hiriera a su hija… oh no, no había excusa alguna ante sus ojos, aún y cuando su hijita fuera un completo monstruo.

–Así que te quedas. Y no pienso cambiar de idea al respecto… y eso va para ti también, Stanislav.

El interpelado rápidamente hizo acto de presencia en la pequeña cocina. Estuve a punto de reír ante la mueca sorprendida de Stan. Era como si no diera crédito al hecho de escuchar su nombre en voz de papá.

–¿Qué quieres decir con eso, papá?

–Que Stanislav se queda al margen de la reunión. Me temo que su sola presencia sea más que suficiente para que él y Jacob retomen la pelea donde la dejaron.

–Oh… –así que eso también le había contado tío Jasper.

–Así que será mejor que se que se quede contigo y nos esperen aquí mientras nos reunimos con Jacob y los demás.

De pronto se hizo el silencio absoluto, tanto que casi podía escuchar cómo caían las hojas de los árboles contra el suelo cubierto por una ligera capa de nieve. Los demás, que habían estado haciendo otras cosas, de pronto se aparecieron por la cocina con claros gestos de sorpresa. Era como si desearan asegurarse, al igual que yo, de haber escuchado bien: mi padre estaba dispuesto a dejarnos a solas a Stan y a mí.

–¿Qué? –dijo papá secamente –Alguien tiene que quedarse a cuidar a esta niña para que no se meta en problemas. Y en vista que nadie de nosotros puede hacerlo… En fin, será mejor que nos apresuremos.

Así que tuve que conformarme con quedarme en la cabaña, completamente al margen del encuentro con los quileutes. Estaba a nada de subirme a las paredes de los nervios y maldije una vez más la férrea determinación de tía Alice para que yo dejara de fumar. ¡Cómo necesitaba una sana dosis de nicotina! En cambio, tenía que conformarme con morderme las uñas hasta casi sangrar.

–Deja de morderte las uñas –la voz de Stan cargada de una ligera amonestación me tomó por sorpresa. No me había dado cuenta de que había salido también de la cabaña.

–Deja de regañarme como si fuera una niña… ¡Maldita sea! Debí haber ido aunque papá no quisiera.

–Deja de portarte como tal... Tienes que admitir que tu padre tenía razón al pedirte que te quedaras. Nuestra presencia podía ser tomada como una provocación hacia los lobos… Aunque reconozco que me sorprendió bastante al nombrarme tu guarura oficial. Supongo que no tenía otra opción, hubiera sido bastante estúpido presentarse al encuentro siendo apenas dos o tres de nosotros.

–Aún así… –di un fuerte pisotón al suelo, más propio de un berrinche infantil que del comportamiento de un adulto. Pero me sentía ansiosa, irritada e indescriptiblemente nerviosa. Necesitaba sacar todo eso de mi sistema, pero no sabía cómo.

Stan esbozó una divertida sonrisa, ¿se estaba burlando de mí?

–¿Qué es tan divertido?

–Tú… –fruncí el ceño una vez más. Tanto que casi podía jurar que me quedaría una marca profunda en medio de la frente. –No lo tomes a mal, sólo que no sé, estos arranques tuyos me dejan ver un poco de la antigua Renesmee. O por lo menos de la que yo conocí en Italia.

–Pero en Italia no sabía quién era, no conocía ni siquiera mi nombre. Ahí no era más que “Athena”, un personaje más dentro del retorcido y macabro juego de Aro.

–¿Sabes? Creo que aún y con lo de la amnesia, mientras estuviste ahí, fuiste tú misma más que nunca.

Entorné los ojos sin estar completamente segura de haber escuchado bien, tomando mi tiempo para procesar las palabras. Abrí la boca para replicar, pero Stan no me permitió hablar.

–No me mires como si estuviera loco –prosiguió con calma –Estando a Italia, simplemente eras tú, sin tantos dilemas morales, sin tantos miedos de hacer o no las cosas. Estabas rodeada de un montón de monstruos sanguinarios a los que jamás temiste realmente; te enfrentabas a nosotros una y otra vez sin más, a pesar de saber nuestras costumbres o de los dones que podíamos usar en tu contra. Aún así, jamás te amedrentaste a la hora de hacernos frente.

»Aceptaste fácilmente nuestra existencia, te sentías cómoda conviviendo con ello, enfrentándote a ello.

–O sea que según tú, me sentía mmm… “cómoda” entre un montón de vampiros sádicos porque, ¿soy como ellos?

–No, no. Sencillamente aceptaste que formas parte de esa naturaleza sin quebrarte tanto la cabeza. No peleabas o recelabas de ella, simplemente entendías que era algo que forma parte de ti; jamás luchaste por ser algo que no eras, pero te esforzabas por no permitir que el lado oscuro te arrastrara con él.

–¿Y qué se supone que no soy?

–Humana

–¡¿Qué?! –veía que los labios de Stan se movían, pero no estaba segura de entender ni una sola de las palabras que salían de ellos –¿Y qué o quién se supone que soy entonces?

–Eso es algo que tienes que descubrir por ti misma… Dime algo, ¿nunca te has puesto a pensar que parte de tus problemas vienen del hecho de que tratas demasiado de ser humana, cuando realmente no lo eres? Te esfuerzas demasiado pero jamás conseguirás serlo; y lo peor, es que quieres rechazar tu parte vampírica, la tratas de relegar a lo más profundo, temiéndola.

»Lo que no comprendes es que necesitas conocerla a fondo, aceptarla para poder mantenerla bajo control… La diferencia entre quien eras en Italia a quien eres aquí, al lado de tu familia, es que aquella chica amnésica y con miedo de no conocer su pasado era capaz de aceptarse a sí misma. Y aquí, con tu familia, con tu historia completa, te repeles a ti misma.

–¿Y qué se supone que tengo que hacer? ¿Lanzarme como si nada sobre todo hombre o mujer que se me ponga enfrente? ¿Matar no sé, unos 10, 25 o 100 humanos antes de decidirme a portarme bien? ¡Estás loco!

–No, no estoy diciendo que de buenas a primeras te conviertas en asesina en serie. Sólo digo que en cuanto más tardes en aceptar lo que eres y no huir de ello, más pronto dejaras de sentirte miserable.

–Yo… ¿sabes? Creo que no estoy en estos momentos para una sesión de sicología para vampiros.

Me di la vuelta y empecé a caminar sin rumbo definido para poner distancia entre nosotros. Siendo sincera, tenía que reconocer que las palabras de Stan tenían bastante sentido, pero no quería pensar en eso. Ya tenía mucho en la cabeza como para sumarle una más. No estaba preparada para ese tipo de charla profunda, no quería que sus palabras se alojaran en mi de por sí atestada cabeza.

No había recorrido ni unos diez metros con unos pasos atípicamente torpes para mí, cuando sentí la presión de sus manos en mis hombros.

–Espera, ¿a dónde crees que vas?

–A cualquier parte donde pueda estar tranquila, sin tener que aguantar tus intentos por sicoanalizarme. –pronuncié, esforzándome por reanudar la marcha, sin dignarme a volver el rostro para mirarle.

–¿Por qué? ¿Por qué no te gusta escuchar la verdad?

–¿Y cuál es esa verdad, según tú?

–Que no te conoces realmente; estás tan perdida que te temes, te odias.

–¿Crees que me odio? –traté de darle una entonación un tanto irónica a mi voz, tratando de disimular la sorpresa de que Stan estuviera tan cerca de lo que sentía.

–Es evidente. –Sin mucho esfuerzo, me giró hacia él, apoyando su mano en mí barbilla para obligarme a sostenerle la mirada. Con algo que casi podía imaginar como ternura, deslizó esa misma mano por mi fría mejilla antes de acunar mi rostro entre sus manos. Cuando me fui de tu vida, jamás imaginé… nunca creí que volvería a verte y menos que te encontraría en este estado. Creí que estarías bien, que serías capaz de seguir adelante fácilmente.

–Lo hice… seguí con mi vida tal y como querías. Tal y como lo esperaba todo el mundo.

–“Tal y como lo esperaba todo el mundo”. Interesante elección de palabras… Intentaste complacer a los demás, ¿y tú? ¿Realmente te detuviste a pensar por un momento qué era lo que querías? –pronunció más para sí, mientras seguía mirándome fijamente. Sabía que era una pregunta meramente retórica, así que ni siquiera intenté responder. –Te apresuraste demasiado, intentaste reparar todo aquello que creíste que se había roto o lastimado por tu culpa.

»Te esforzaste en hacer feliz a todo aquel que te rodeaba, a dar todo sin detenerte a pensar en qué era lo que tú querías, lo que necesitabas. Sin darte tiempo a conocerte, a aceptarte tal y como eres.

–¿A dónde quieres llegar? ¿A que acepte que hice todo mal, que le hice daño a muchos y que de pasada, arruiné mi vida? ¡Eso ya lo sé! Soy consciente de ello… No hay un solo maldito día que no despierte y no reconozca el desastre en que me he convertido. –Bufé enojada. Una cosa era reconocer mis carencias, otra muy distinta era tener que reconocerlas en voz alta y delante de alguien más. –¿Qué quieres de mí, Stan? ¿Por qué sacar todo esto? ¿Por qué ahora?

–Quiero que despiertes. Quiero que dejes de navegar en la autocompasión; que asumas tus culpas, pero también que dejes que los demás asuman las suyas propias… Te quiero de vuelta, completa, fuerte. Te quiero a ti.

–Quieres a alguien que ya no existe, que se ha desvanecido por completo. –Bajé la mirada, triste mientras rompía nuestro contacto. Stan esperaba que volviera a ser la misma chica aguerrida, audaz que alguna vez fui; pero, ¿cómo hacerlo cuando había comprobado con qué facilidad y magnitud podía herir a quienes me rodeaban? Había probado de la manera más dura que aún las decisiones más pequeñas que podía tomar, aún así terminaban por repercutir en aquellos que me rodeaban. Había aprendido a tener miedo incluso de respirar al lado de alguien. Justamente por eso me había convertido en una especie de animal solitario, construyendo relaciones superficiales, evitando que cualquiera se acercara lo suficiente a mí y alejándome de todo aquello que alguna vez había sido cercano y querido.

–Eso no es verdad. La Renesmee fuerte, indomable y sin una pizca de cobardía sigue ahí dentro, atrapada en una prisión de dolor y miedo. Lo difícil es liberarla, dejar que vuelva a la vida. Y eso tienes que hacerlo cuanto antes.

–¡Qué fácil es decirlo desde fuera! ¡Se te da bien hablar como si supieras como me siento, opinar cuando no sabes lo que duele, lo que pesa todo!

–Probablemente jamás podré darme una idea exacta de lo que te duele, pero te entiendo. He estado ahí, he caído en mi propio infierno, de uno que jamás pensé que podría salir. ¿Y sabes qué? Pude hacerlo.

–Bien por ti. Me alegro que hayas encontrado la forma de salir del abismo, pero no todos somos tan fuertes como tú. No todos podemos hacerlo tan fácilmente y menos, solos.

–El chiste es encontrar algo por lo que valga la pena hacerlo.

Esbocé una mueca algo parecida a una sonrisa desganada. ¿Encontrar algo por lo que valiera la pena hacerlo? ¡Qué fácil decirlo!... Hacía tiempo que había aceptado que mi vida era un desastre, sin muchas opciones que realmente valieran la pena. No tenía nada para dar, no había nadie a quien pudiera darle nada. Era como una especie de lata vacía.

Ok, era cierto que había hecho las paces con mi familia, pero ¿y luego qué? Porque una vez que solucionáramos lo de la desaparición del abuelo Charlie y nos libráramos de esta nueva amenaza por parte de los Vulturis, ¿qué seguía? Me había acostumbrado a la soledad, a vivir de forma independiente. Supuse que mis padres querrían que regresara a vivir con ellos, pero no estaba segura de poder volverme a acostumbrar a ello.

Con gesto cansado, metí las manos en los bolsillos de mis jeans, dejando caer los hombros en forma derrotada. Mi cabeza era un hervidero de ideas, ya tenía demasiado en qué pensar, en qué preocuparme.

–Por favor, ya no quiero seguir con esto… –pronuncié al fin después de un buen rato de silencio. Mi voz sonaba suplicante, cansada de todo. –Dejémoslo para después.

–Yo sé que es difícil con todo el caos que de pronto empieza a rodearnos, pero tienes que empezar a despertar de una vez, tomar control de tu vida de una vez por todas.

»Yo se que no hay una varita mágica que pueda ayudarte a poner orden de buenas a primeras. Y el camino para la auto aceptación y el perdón es difícil y largo. Pero hay que empezar por alguna parte y… ¡kurva! –exclamó con los dientes apretados, llevándose una mano sobre el cabello en un gesto desesperado. –No sé si me estoy dando a entender o me estoy haciendo un lío yo solo pero… lo que quiero decir es que tienes que reaccionar ¡ya! Sabes tan bien como yo que se nos vienen tiempos duros con los Vulturi tras de nosotros, y eso implica que tienes que estar fuerte física y anímicamente para hacerle frente a esta nueva guerra. Esta vez no vienen con juegos, esta vez vienen directo a matar.

–Lo sé. Fue bastante claro con la forma en que me atacaron en Nueva York.

Me mesé el cabello con gesto nervioso y empecé a caminar una vez más pero esta vez rumbo al río. Necesitaba sacar la tensión y la ansiedad que me consumían, así que quizá un poco de ejercicio podía servirme para ello en vista de que no conseguiría una cajetilla de cigarros. No me molesté en voltear para comprobar si Stan me seguía, sabía que lo haría. Papá le había encomendado mantenerme vigilada y, sana y salva, y Stan siempre había sido un buen soldado, capaz de seguir las órdenes a raja tabla.

¿Por qué estaba ahí? ¿Por qué había decidido tomar parte a favor de nosotros? Y aún cuando sabía que mi papá no era precisamente su más grande fan, aún así estaba ahí, aceptando las órdenes de él sin rechistar.

Conoces la respuesta, sólo que no te atreves a pensar en ella”, resonó una vocecita en mi cabeza bastante parecida a la de Stan. Ok, tal vez tantas emociones en tan pocas horas estaban empezando a afectarme.

Sin meterle prisas, con un paso humanamente regular anduvimos a través de los árboles, ambos sumidos en silencio, apenas roto por los suaves murmullos provenientes del bosque.

A través de las hojas y ramas de los grandes abetos y arces, se podía distinguir cómo el azul grisáceo del cielo iba cambiando lentamente de color, listo para encontrarse con el crepúsculo. Era invierno y sabía que quedaría una hora más o menos para que la noche cayera sobre nosotros, pero eso tampoco me preocupaba. Mi mente una vez más volaba a través de los bosques del Olimpic, preguntándome qué estaría sucediendo con mi familia y los quileutes.

Al fin llegamos al borde del río, y desde ahí pude ver con claridad la vieja casa de los Cullen, que a pesar de los años de abandono, aún se alzaba orgullosa entre el bosque. Era el lugar donde había nacido, el hogar de mis primeros años de vida. Ahí había compartido un montón de bellos momentos con mis abuelos y mis cuatro tíos… y ahí había sido donde había empezado una larga cadena de tragedias y tristezas.

La noche anterior, tía Alice y tío Jasper habían querido que nos refugiáramos ahí, pero me había negado con toda el alma. No me sentía capaz de volver y traspasar la puerta de esa casa. Me daba miedo el dolor que pudiera sentir.

Ambos estábamos parados uno al lado del otro, hombro con hombro, sin apartar la vista del otro lado del río. Justo enfrente de nosotros estaba el lugar donde años atrás nos habíamos dicho adiós, un “adiós” que habíamos pensado sería definitivo e irrevocable. Por lo menos para mí, era inevitable no pensar en ello.

–Quiero que vuelvas a entrenarme. – Solté lo primero que se me ocurrió para borrar de mi mente el recuerdo de aquella tarde lluviosa y triste –Necesito estar fuerte, lista para la lucha si es necesario y no conozco a nadie mejor para hacerlo. Hiciste un gran trabajo en Italia.

Lo último lo dije, volviendo ligeramente el rostro a él, estudiando su reacción a mis palabras. Stan arrugó el ceño casi de forma imperceptible, pero lo conocía bien, y pude detectar con rapidez ese gesto que siempre hacía cuando una idea no le convencía del todo.

–¿Qué crees que diga tu padre? –Con la pregunta, eludió darme un “sí” o un “no” a mi petición.

–Nada.

–¿Realmente crees que no tenga nada qué decir al respecto? –preguntó incrédulo –Lo dudo.

–No tiene por qué decir nada si no se entera.

Stan comprendió que pensaba mantenerle oculto eso a papá. No quería preocupar a mis padres, tal y como imaginaba que lo harían si se llegaban a enterar que estaba dispuesta a ponerme a punto para una pelea física contra Aro y los suyos. Los padres se tranquilizan al saber que sus hijos aprenden defensa personal, pero se ponen frenéticos ante la idea de que alguna vez tengan que poner esos conocimientos en práctica, así que era preferible que los míos no supieran nada.

–Renesmee, no creo que sea buena idea.

–¿Ayudarme? Si no quieres, siempre puedo decirle a tío Jasper.

–No me refería a eso, sino a ocultárselo a tu padre. No es ningún tonto, y dudo que podamos engañarlo aunque fuera una sola vez con ese don que posee.

–Siempre que no pensemos en ello estando él cerca, podemos hacerlo.

–Aún así…

–Conociendo a papá, si por él fuera me encerraría en una cajita de cristal y me metería en la bóveda de un banco suizo para evitar que me pasara algo. Pero si algo he aprendido en estos años es que sólo hay dos caminos a seguir con respecto a los Vulturi: o te pones práctico o te pones histérico, y prefiero la primera opción.

–Lo siento, no me convences. Prefiero que tu padre sepa lo que quieres hacer antes de que se arme un buen lío por ocultarle cosas.

–No es que me guste ocultarle las cosas, como dices, solo que… –Exhalé un tanto agobiada –Si mis papás se enteran o ven la forma en que entrenamos, imaginarán que no pienso quedarme cruzada de brazos y eso, es lo último que desearían. Se empezarían a preocupar por mí y no quiero que lo hagan; ya bastante tiene mamá con lo del abuelo.

Stan me miró largamente en silencio, como si le diera una y otra vez vueltas al asunto.

–¿Y? ¿Qué dices, me entrenarás? –Le apremié a darme una respuesta.

–Sí, porque realmente creo que sería mala idea que te enfrentaras a cualquier cosa que venga estando fuera de forma y con la guardia baja. Pero tengo mis condiciones para entrenarte

–¿Y cuáles son?

–Primero, les dirás a tus padres la verdad –intenté abrir la boca para protestar, pero Stan ni siquiera me permitió hacerlo. –No quiero problemas ni malos entendidos por verdades a medias… creo que ambos sabemos muy bien que al final, los secretos traen demasiados problemas.

–Pero ya te dije que…

–Entiendo que lo último que desees es darles otro motivo de preocupación, pero si te voy a entrenar, que sea con el conocimiento de tu familia.

–¿Esa es tu única condición? –dije enarcando una ceja al tiempo que me cruzaba de brazos un tanto molesta.

–Segundo, te alimentarás como es debido. Y no me refiero a salir a cazar únicamente, también necesitas algo de comida humana –pronunció arrugando levemente la nariz. A los vampiros, la comida “normal” se les hacía todo menos apetecible –Si te entreno, seré implacable tal como en Italia.

–No esperaría menos.

–Y mis últimas dos condiciones serían que me prometas regresarme las dagas que te di tiempo atrás y, que te cambies el cabello. Odio ese color que traes.

Con gesto defensivo, me llevé una mano a mi corta melena. Había escuchado durante las últimas horas a las mujeres de mi familia lamentarse por la pérdida de mi cabellera natural. Había heredado del abuelo Charlie los rizos, y de papá, un peculiar tono cobrizo difícil de conseguir en los tintes que vendían en las farmacias. Así que la pérdida de ese rasgo de familia había levantado un buen de protestas.

Nunca me hubiera imaginado que Stan también rezongaría por mi cambio de look.

–Bueno… no te puedo prometer nada con respecto a eso. El tono de cabello de los Masen no se consigue tan fácilmente, aún y en el mejor salón de Nueva York.

»Y en cuanto a las dagas, si las quieres recuperar, tendrás que hacerlo por ti mismo, porque no pienso darme un chapuzón en aguas tan heladas.

–¿Cómo?

–Las dagas están ahí –pronuncié señalando con el índice de la mano derecha hacia el río –Si es que aún están… Después de que te fueras, en un arranque las lancé hacia el río. No se si sigan en el fondo o si las haya terminado por arrastrar la corriente, pero ahí me deshice de ellas.

– ¡Eran una antigüedad!

–Lo siento, sólo que verlas…. Eran el recuerdo de una noche espantosa. –con gesto mortificado, me mordí el labio inferior. Según yo, las armas habían pertenecido a la colección de los Vulturi, nunca me hubiera pasado por la mente que fueran de Stan. –¿Tenían algún valor sentimental?

–Eran un regalo… en fin, supongo que no importa. –pronunció encogiéndose de hombros, como quitándole importancia al asunto. –Entonces, ¿tenemos un trato?

Extendió su mano hacia mí, esperando a que la estrechara en señal de aceptación.

–Aunque preferiría no decírselo a papá… Está bien, acepto. Trato hecho.

–¿Cuándo quieres que empecemos? –dijo con una amplia sonrisa.

–Ahora

–¿Ahora?

–Sí, ¿por qué no? Estamos solos, yo necesito descargar la tensión de una buena vez y… supongo que tengo energía de sobra. No recuerdo la última vez que dormí tantas horas o que me sintiera bien. Es más, cuando me vi al espejo, casi podía jurar que ya no estaba tan ojerosa como de costumbre.

Stan me miró de una forma bastante peculiar, como si se debatiera en decirme o no algo importante. Me pregunté qué podría ser, pues si me detenía a pensar un minuto, lo cierto es que poco habíamos hablando sobre él. No sabía qué había sido de su vida a ciencia cierta los últimos años, salvo que había regresado al lado de su hija y que mis tíos habían seguido en contacto con él. Stan había llevado nuestras conversaciones a saber lo que había sido de mi vida durante los años de nuestra separación, qué había pasado, con quién había estado.

–Bien, vamos.

–¿A dónde?

–Allá –con un ligero movimiento de cabeza, señaló hacia la otra orilla del río.

–¿A la casa? ¿Por qué?

–El jardín de la casa, o mejor dicho, el claro que está a un lado de ella es perfecto. No hay árboles y es un espacio abierto amplio. Justo lo que necesitamos.

Estuve segura que no pude evitar poner una mueca de horror combinada con el desagrado. ¿Ir al lugar donde se había producido la fatídica lucha contra los Vulturis? La idea hacía que se me pusieran los pelos de punta.

–No, no… ¿por qué no nos quedamos aquí? Es tan buen lugar como aquel.

–Porque aquí el espacio es muy pequeño, hay demasiados árboles y no quiero que termines estampada contra uno de ellos en uno de nuestros entrenamientos. Recuerda lo que te dije, voy a ser implacable como en Italia.

Y eso significaba sudar sangre si era necesario. Los entrenamientos de Stan eran duros y llenos de disciplina; serían la envidia de cualquier grupo militar de élite. Estaba segura que después de la primera sesión, iba a terminar con el cuerpo molido. Pero necesitaba ponerme en forma a la voz de ya; lo último que deseaba es que el combate se nos viniera encima y yo, fuera de toda práctica, terminara una vez más de saco de box de Afton o Chelsea o cualquier otro miembro de la guardia italiana. Para entonces, el trasero a patear no seria el mío.

Iba a empezar a decir algo cuando Stan, en un rápido movimiento, me colgó sobre su hombro como si fuera un saco de papas. De pronto me vi con la cabeza en el aire, dándome vueltas todo y sin estar segura de que lo que veía bajo de mí era el agua del río. Casi en un parpadeo me encontré del otro lado, justo a unos cuantos metros de la casa de dos pisos.

–No tenía ganas de ponerme a pelear contigo si este era un buen lugar o no para entrenar. Dijiste que querías empezar de inmediato así que manos a la obra.

–¿Pe…? ¿Qué…? ¿Có…? –balbuceé como tonta, sin encontrar exactamente qué decir. A veces Stanislav podía ser bastante mandón y avasallante, lo bueno es que yo era suficientemente terca y obstinada. De alguna forma, eso lograba balancear la peculiar pareja que formábamos, porque realmente el carácter de cada uno podía llegar a ser algo volátil.

–Vamos a empezar con algo leve, para ver qué tanta condición física tienes, ¿qué te parecen unas trescientas abdominales para empezar?– Pronunció jocoso.

Esperaba que realmente fuera una broma porque, ¡demonios!, no estaba segura de aguantarle el paso a las primeras. No es que me hubiera tirado a la milonga estos años, pero mis clases de Yoga distaban bastante de parecerse a los entrenamientos de Stan.

Dimos inicio con una serie se sencillos ejercicios, patadas básicas y puñetazos de mediano alcance, pues como había dicho Stan, primero teníamos qué comprobar que tan fuera de práctica estaba. En silencio agradecí que tía Alice hubiera decidido salir de compras e incluyera en las prendas que me había seleccionado un par de zapatos deportivos, camisetas sencillas y sobre todo, un par de jeans que no me quedaran tan grandes. Pero sobre todo, fui feliz de poderme deshacer de la horrenda camiseta navideña; por primera vez entendí al pobre Mr. Scrooge y su aversión a la Navidad.

Stanislav realmente se concentró en lo nuestro, ya que tenía que medir su fuerza para no hacerme daño. Yo sabía que el contacto físico entre los vampiros y los humanos era algo raramente posible, no sólo porque era seguro que el humano terminara como postre para los monstruos, sino porque la diferencia física entre ambas especies era abismal. A veces con un simple empujoncillo con el dedo índice de un vampiro se podía lastimar seriamente a un hombre.

Aunque Stan decía que yo no era realmente un ser humano, lo cierto es que había heredado varias de las debilidades de ellos gracias a la forma en que fui concebida. En alguna ocasión le había preguntado a Stan que cómo era posible que yo no terminara literalmente con el esqueleto hecho polvo después de estar con él.

No sé.”, había dicho perezosamente mientras jugaba con uno de los mechones de mi entonces larga cabellera desparramada sobre las almohadas de la cama de nuestra habitación en el castillo de los Vulturi, “supongo que por ser mestiza eres más resistente de lo normal. O tal vez simplemente es que sé medir la fuerza que debo usar contigo.

–¡Ey, presta atención! –palmeó con fuerza a pocos centímetros de mi rostro, haciéndome volver a la realidad. No era la primera vez que me sucedía que al recordar el pasado compartido con Stanislav, mi mente se sumiera en un mar de recuerdos y anhelos agridulces.

–Lo siento… supongo que no puedo evitar preguntarme cómo irán las cosas entre mi familia y la manada. –Me excusé en algo casi cercano a la verdad. No estaba segura de que decirle que en las últimas 48 horas una de las constantes de mi atiborrada mente eran los recuerdos que tenía de él y lo que habíamos compartido. Lo último que necesitaba Stan era que su de por sí elevado ego subiera dos rayitas más.

Stan me dedicó una más de esas largas y enigmáticas miradas con las que empezaba a contemplarme últimamente, cargadas de significado pero que al mismo tiempo no me sentía capaz de comprender. Era extraño, porque parecía engancharme a él, como si se estableciera una conexión demasiado poderosa, demasiado fuerte, eléctrica entre nosotros. Como si de pronto una bola de cristal nos atrapara casi al vacío, aislándonos de todo, haciéndonos concientes únicamente el uno del otro.

Recordé las veces que mamá me había contado la forma en que siendo humana todavía, ella se podía perder en la mirada de mi padre, haciéndola incluso olvidarse de respirar; y de alguna manera, supe en ese instante que podía comprenderla mejor que nunca.

De pronto, los ojos de Stan se entornaron sorprendidos y por la forma en que crispó los músculos de su cuerpo, noté que empezaba a ponerse en guardia. Algo había roto nuestra bola de cristal.

–Alguien viene. –dijo en un profundo susurro, empujándome suavemente con una de sus manos hacia atrás, de tal forma que interpuso su cuerpo delante del mío como una barrera protectora.

Mi oído no era tan fino como el de los vampiros, aunque sí más agudo con respecto al de los humanos, así que parpadeé algo perpleja puesto que yo no escuchaba, veía u olía algo extraño.

–Por el sonido, creo que es un auto estacionándose–agregó a modo de explicación.

–¿Quién será? –dije en un susurro, como temiendo que nuestra visita pudiera oírnos. Algo casi ilógico, pero no podía evitar tratar de estar en guardia.

–No tengo idea… Será mejor irnos.

Stan me tomó del brazo y justo cuando empezábamos a dar media vuelta en dirección de los árboles, se escuchó el sorpresivo grito agudo.

–¡Alto ahí! –la voz femenina sonó con bastante autoridad –Pongan las manos en alto y dense la vuelta lentamente.

No sabía si me sentía más asustada o sorprendida y lo único que se me ocurrió fue mirar de reojo a Stan mientras ponía ambas manos en alto, tal como lo había exigido la mujer que estaba a mi espalda.

Perdóname… estaba distraído”, susurró apenas audiblemente para mí mientras seguía las órdenes al igual que yo.

–¿¡Están sordos o qué?! ¡Dense la vuelta, en el acto!

Muchas veces había visto en series y películas de acción escenas parecidas a estas y siempre había creído que estaban un poco exageradas. Ahora que tenía a la oficial de pelo corto y castaño delante de mí y con una pistola lista para usarse a la menor provocación, me di cuenta que la ficción puede llegar a ser tan parecida a la realidad.

–Bien, con las manos en alto y no intenten nada –prosiguió la oficial y con una destreza que me sorprendió, logró activar el radio que portaba sin dejar de apuntarnos firmemente con el arma. No le temblaba ni por un segundo la mano –Tengo a los sospechosos, cambio. Estamos en la casona abandonada del bosque, cambio.

No entendía qué estaba pasando. ¿Sospechosos? ¿Pero de qué? Hasta donde recordaba en Nueva York se me consideraba como desaparecida, entonces ¿cómo es que había pasado a ser sospechosa de algo?

–Tienen derecho a guardar silencio o todo lo que digan puede ser usando en su contra. No intenten nada estúpido y acérquense con calma hacia acá.

–¿Qué pasa, oficial? –pronunció con calma Stan, sin levantar la voz mas que únicamente lo necesario, pero sin hacer ni un intento de acercarse tal como lo había pedido la oficial. Me pregunté si sería alguna compañera del abuelo, aunque a decir verdad, no la reconocí o no recordaba haberle visto durante el tiempo que había vivido en Forks. –Creo que está cometiendo un error, nosotros…

–No es ningún error. La policía de Nueva York ha emitido una alerta para detenerles. Al parecer a la señorita Masen, Cullen o como se haga llamar ahora, se le olvidó que no podía abandonar la ciudad mientras no se cerrara el caso de Jordan Kenneth jr.

Suspiré un poco aliviada. Bueno, si era por eso esperaba que no pasara de alguna amonestación o alguna multa. No estaba muy versada en leyes pero no creía que fueran a ponerme una pena severa.

–Pero no se alegren demasiado –agregó la oficial –También están detenidos por allanamiento de morada y la desaparición del jefe de policía Charles Swan –pronunció con mueca de disgusto la oficial.

Me quedé de piedra, ¿cómo sabían que el abuelo había desaparecido? Hasta donde yo sabía, la familia había decidido guardar silencio sospechando que tras la desaparición de mi abuelo estaban las fuerzas sobrenaturales y no la mano del hombre. ¿Y por qué nos acusaban de la desaparición del abuelo? ¡Era una locura!

No podíamos permitir que de pronto la policía cayera sobre nosotros, eso sería complicar aún más las cosas. Debía de haber una manera de zafarnos, pero ¿cómo? Stanislav sería completamente capaz de desarmar a la mujer, pero eso significaría develar su verdadera naturaleza y entonces sólo quedaría un camino por seguir: eliminara a la oficial, pues el secreto debía permanecer como tal a toda costa.

En ese momento, sentí una curiosa vibración dentro del bolsillo delantero de mis vaqueros. Recordé que ahí había guardado el pequeño móvil de papá (me lo había dejado para estar en contacto por si era necesario mientras estaban en la reunión). Mi blackberry se había quedado inútil sin batería, así que papá me había dejado su teléfono, el cual estaba vibrando en esos momentos. De una forma bastante estúpida, casi por instinto, bajé la mano hacia el bolsillo derecho para extraer el aparato.

No sé que habrá pasado por la cabeza de la mujer, pero casi en cuanto mi mano alcanzó la altura de mi cintura, escuché una potente detonación.

Paradójicamente, lo siguiente pareció moverse en cámara lenta pero al mismo tiempo a velocidad de la luz. Me quedé parada casi en shock, sin dar crédito a que la oficial me hubiera disparado. Durante muchas veces había sido pateada, cortada, mordida, pero nunca me habían disparado… hasta ese momento. ¿Me atravesaría fácilmente la bala? ¿Moriría por la herida? Como si estuviera resignada a la fatalidad que parecía seguirme con rabia, apreté los ojos con fuerza, como si con ese gesto pudiera evitar la herida.

Durante varios segundos permanecí con los ojos cerrados, esperando el dolor. Nada. Escuché un sonido extraño, parecido al que hacen las rocas al chocar entre sí. Me aventuré a abrirlos, y mi mirada chocó contra el cuerpo de Stan, parado delante de mí como un escudo protector. Comprendí que el sonido que había escuchado instantes antes debió ser el de la bala rebotando contra su cuerpo de mármol.

–¿Qué…? No es posible… ¿Cómo es que no….?

La voz de la oficial estaba teñida de espantada incredulidad. Stan había develado una parte de él por salvarme a mí, ¿y ahora qué? No podíamos permitir que la mujer descubriera nuestro secreto. Así que sólo quedaba un camino por seguir.

–Stan, no… –supliqué con voz ahogada mientras le veía prácticamente desaparecer delante de mis ojos para aparecer delante de la mujer como si se tratara de un acto de magia gracias a la velocidad con la que se movía.

Observé la mueca de miedo y espanto de la oficial mientras sus ojos miraban suplicantes a Stan, sin poder desviar la mirada de su rostro a causa del pánico que sentía. Era como si quisiera memorizar a conciencia el rostro del que sería su asesino.

Stanislav la agarró por la camisa, elevando el delgado cuerpo por los aires con pasmosa facilidad. La oficial me recordó a una indefensa muñeca de trapo.

–¡Noooo! ¡Déjame en paz! ¡Por favor, noooo! ¡Dios Mío!

Stan le arrojó con fuerza contra la pared de la casa, haciendo que el cuerpo de la oficial se estrellara estrepitosamente contra ella. Podría jurar que escuché el crujir de un par de huesos al romperse contra el impacto. La mujer cayó inerte contra el piso, con sus miembros hechos un amasijo antinatural. De un costado de la frente comenzó a brotar un hilo carmesí que fue cubriendo a toda velocidad el rostro de la mujer.

Stan contemplaba inmóvil el cuadro, sin parpadear siquiera, recordándome a una de las tantas frías esculturas que había visto en el palazzo florentino donde me habían tenido oculta los Vulturi.

Con pasos rápidos pero temblorosos, me acerqué al cuerpo de la oficial y puse mis dedos índice y medio sobre su cuello. Su corazón aún latía, aún había vida en ella. Giré el rostro en dirección a Stan, quien como en una especie de trance seguía mirando a la oficial S. Downes (al fin había estado lo suficientemente cerca para leer la placa bordada en el bolsillo izquierdo de la camisa de su uniforme).

–Aún está viva… –pronuncié casi sin voz mientras me ponía en pie con lentitud. Stan pareció no escucharme, mirando con interés hacia la sangre que brotaba por la herida de la cabeza.

Él aún estaba en proceso de adaptar el “vegetarianismo” de mi familia, así que era bastante difícil aún para él resistirse al olor de sangre fresca de un humano; sobre todo cuando estaba al alcance de su mano.

Me acerqué a él y apoyé mis manos sobre su amplio pecho, tratando de zarandearlo para sacarlo de esa especie de enajenación.

–Stan, mírame, por favor mírame… –supliqué posando mi mano bajo su fuerte mentón para obligarlo a poner sus ojos en mí. Noté sus pupilas dilatadas de deseo por la sangre. –Stan, no. Puedes resistirlo… por favor mírame.

Apresé su rostro entre mis manos con desesperación, rezando por ser capaz de evitar que rematara a la mujer.

–Mírame, por favor… no la necesitas, no tienes por qué hacerlo. Por favor.

Stan me dedicó una larga mirada vacía y pensé que no lograría llegar a él, que sus instintos serían mucho más fuertes que su consciencia. Para mi alivio, pareció ir saliendo del trance lentamente; los ojos que antes me habían parecido vacíos, recobraron la consciencia.

–Te iba a hacer daño… Prefiero mil infiernos a permitir que te pase algo malo. Miluju tě moc nechat se to stalo

Me abrazó con desesperación, y yo lo hice de la misma manera. Se había expuesto por mí, le había hecho daño a esa mujer por protegerme a mí. Sentía una mezcla de orgullo y culpabilidad.

–Vámonos –le apremié –Hay que alejarnos de aquí –dije porque no quería arriesgarme a que Stan volviera a caer bajo el embrujo de la sangre fresca. Era difícil resistirse a ella, y ahora que había logrado sacarlo del trance, no podía arriesgarme a seguir ahí a riesgo de que Stan terminara por caer presa de la sed.

Como si necesitáramos un empujón más, escuchamos un par de sirenas acercarse por el camino que llevaba a la casa. Genial, los refuerzos habían llegado ya.

Sin decir ni una palabra, Stan me trepó a su espalda y echó a correr como alma que lleva al diablo hacia el corazón del bosque. Podía sentir el alocado repiqueteo de mi corazón retumbar en mis oídos mientras una mezcla de miedo y adrenalina corrían con furia por mis venas.

Estuvimos recorriendo los bosques un buen rato, sumidos en silencio. Los árboles se me antojaban manchas verdes borrosas a causa de la velocidad, así que opté por cerrar los ojos para evitar terminar mareándome. De por sí, sentía el amargo sabor de la bilis en mi garganta a causa de lo sucedido.

Stanislav no se detuvo hasta que no pareció estar seguro de que había una buena distancia entre los terrenos de la casa Cullen y nosotros. Nos detuvimos en alguna parte del bosque, rodeados mas que por altísimos árboles, algunos troncos caídos y musgo que parecía una alfombra verde por la forma en que cubría el suelo. Levanté la mirada hacia el cielo para asegurarme si la oscuridad del lugar se debía a los abetos o a que al fin había llegado el crepúsculo.

Con cuidado, Stan se deshizo de mis manos alrededor de su cuello y lentamente me deslizó por su cuerpo para dejarme con los pies sobre el suelo. Sentí que las rodillas me temblaban un poco, pero aún así me esforcé por no dejarme caer. Lo último que necesitaba era una patética escena de debilidad por mi parte.

–Gracias… –pronunció tembloroso –Gracias por no dejar que cayera en la tentación.

–No… sé lo difícil que puede llegar a ser. Yo…. Yo soy quien debe agradecerte por evitar que me hicieran…

Ambos guardamos silencio, nerviosos. A decir verdad, no tenía idea de qué hacer a continuación.

–Deberíamos tratar de comunicarnos con tu familia... ponerles sobre aviso.

–Sí, supongo. –con movimientos torpes metí la mano en el pantalón para extraer el teléfono. Era tal la manera en que temblaba que el aparato terminó por resbalarse de mi mano; si no hubiera sido por los rápidos reflejos de Stan, el móvil hubiera terminado estrellado contra el suelo.

Busqué en la libreta de contactos el número de alguno de mi familia. Marqué primero el que estaba registrado con el nombre de “Bella”. Nada, me mandó directamente al buzón de voz. Intenté después con el de “Carlisle” y esperé uno, dos, tres timbrazos hasta que contestó.

–¿Diga?

–¡Abuelo, soy Renesmee! –la voz me salió demasiado agitada a mi pesar.

–¿Qué sucede, cariño?

–¿Dónde están?

–Ya casi llegamos a la cabaña…

–¡No! –grité histéricamente contra la bocina del aparato –¡No vayan para allá!

–¿Qué pasa?

–Nos están buscando… la policía fue y…

Empecé a balbucear torpemente. Respiré hondo, tratando de controlarme para poder explicarme mejor.

–Será mejor que hable yo. –Pronunció Stan mientras me quitaba de la mano el móvil. No me resistí, por el contrario. Al parecer todo lo sucedido empezaba a shockearme al fin.

Stanislav comenzó a explicar lo sucedido con claridad una y otra vez. Casi me podía imaginar que uno a uno de los miembros de mis familia se iban arrebatando el celular para escuchar por sí mismos lo sucedido.

Empecé a mover el cuello y los hombros, en un intento por quitarle la rigidez a mis adoloridos músculos, cuando me pareció detectar un peculiar brillo entre las ramas bajas de unos árboles que estaban a unos metros de nosotros. Stan me daba la espalda mientras seguía hablando de lo sucedido a mi familia.

Llámenlo locura, imprudencia o curiosidad, pero el caso es que caminé hacia ese par de puntos brillantes, intentando descubrir de qué podría tratarse. Un aroma lejanamente conocido parecía colarse por los poros de mi nariz. No era un efluvio particularmente agradable, pero estaba segura de que ya lo había olido antes.

–¡Renesmee, no!

La voz furiosa de Stan vino tras de mí mientras un potente rugido emergía de entre las sombras de las ramas.

Entonces reconocí de qué se trataba ese brillo. Eran los ojos de un enorme lobo del tamaño de un caballo pequeño.

Reconocí el pelaje café chocolate. No era un lobo cualquiera.

Era uno de los quileutes. Un lobo que tenía un asunto pendiente conmigo, una cuenta de sangre por saldar.

Después de poco más de tres años, Quil Ateara y yo volvíamos a vernos las caras.

Añadir/Share

Bookmark and Share