Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

martes, 30 de noviembre de 2021

ZURICH

 

 

Había creído que no volvería a ver un amanecer, que mis ojos se cerraría con la última campanada del Año Viejo.

Pero aquí estaba yo, sentada sobre una fría banca de piedra en el patio trasero de la casa que nos había conseguido tío Jasper en Zurich, Suiza, a mitad de la madrugada, envuelta en la oscuridad y el gélido clima que calaba hasta los huesos.

Sí, dentro de los mil y un resultados posibles que pudiera haber imaginado que sucederían después de nuestra pelea contra los Vulturis, jamás imaginé que estaría sentada un 3 de enero, congelándome el trasero en el patio del número 46 de la calle  Kurhausstrasse mientras fumaba el que juré sería el último cigarrillo de mi vida.

Los últimos días habían sido como un borrón en mi memoria, a veces tenía retazos de recuerdos de lo que había pasado desde que salimos prácticamente volando de la destrucción del centro de Volterra (se le había pasado bastante la mano al socio de tío Emmett, Alejandro, con eso de los explosivos) hasta que llegamos en un vuelo privado a Zurich y metimos al abuelo Charlie al Hospital Universitario.

Recuerdo el cuerpo de mi abuelo contorsionándose de dolor, sufriendo por el veneno de Aro; recuerdo también, la frenética carrera por detener su conversión… había sido un caos: mamá gritando, debatiéndose entre el deseo egoísta de dejar que mi abuelo se convirtiera y nunca perderlo, o evitar que se convirtiera en algo que probablemente detestara una vez que abriera los ojos. Y luego, la decisión de quién detendría el avance del veneno en el torrente sanguíneo del abuelo, quién se encargaría de beber la sangre contaminada.

Ni mamá ni yo tuvimos el estómago de hacerlo, papá no estaba seguro cómo se tomaría el abuelo saber que Edward Cullen había bebido de él (a pesar de tanto tiempo, los bonos de papá no eran precisamente los más altos con su suegro); así que al final había sido mi Stan el encargado de evitar la conversión de Charlie.

–Realmente, no conozco a tu abuelo –me había dicho después de que había logrado retirar toda la ponzoña Vulturi –Es más sencillo pensar en él como un extraño cualquiera y así beber de su vena.  

Di la última y larga calada al cigarro, reteniendo el humo en mis pulmones hasta que sentí el ardor en el pecho y la garganta; el dolor me hacía sentir viva, reafirmándome que habíamos logrado salir con vida de Volterra.

–Creí que ya no ibas a volver a fumar… tvrdohlavá žena

La voz de Stan me sacó de mis pensamientos, al tiempo que soltaba el humo que había estado reteniendo. Al verlo y olerlo, mi vampiro checo frunció el ceño con desagrado

–Es el de la despedida –pronuncié con una ligera sonrisa ladeada –Me lo merecía, después de la locura de estos días, me lo tengo ganado.

Stan negó con la cabeza, encogiéndose de hombros. Sabía que no había mucho sentido discutir conmigo por una tontería así.

–Deberías volver a la cama. No has dormido nada en los últimos días. –Dijo con suavidad, mientras se acomodaba a mi lado en el banco antes de levantarme y dejarme sobre su regazo. No me había percatado que traía una frazada bajo el brazo hasta que me envolvió en ella, proporcionándome un cálido refugio.

–No puedo conciliar el sueño –un profundo suspiró escapó entre mis palabras, mientras apoyaba mi mejilla en el hueco entre su hombro y cuello –Empiezo a caer dormida y mi corazón empieza a latir como si fuera un colibrí atrapado en mi pecho. Es como si mi cuerpo se pusiera alerta, porque si cierro los ojos, puedo despertar y darme cuenta que realmente no vencimos a Aro, que todo fue un sueño y estamos atrapados por los Vulturi

–Estás a salvo, Můj anděl, nadie volverá a aterrorizar tus sueños. Todos estamos a salvo.

 La Señora… –no pude evitar que un escalofrío recorriera mi espina dorsal mientras pronunciaba quedito su nombre. Recordaba perfecto que prácticamente le había prometido depositar mi vida en sus manos en el momento que ella quisiera a cambio de que no nos retirara su apoyo al borde de la pelea en Volterra

–Nadie –Stan me obligó a sentarme recta, posando su mano bajo mi barbilla, obligándome a enlazar mi mirada a la suya –absolutamente nadie, ni monstruo, ni humano, jamás volverá a romper tu tranquilidad. No lo permitiré.

»Este es el inicio de nuesto “vivimos felices para siempre”. No pienso permitir que te conformes con menos, que vuelvas a vivir con miedo.

–Stan… –me abracé a él, rodeándolo por el cuello, deseando fervientemente que así fuera, que ninguna otra oscuridad se cerniera sobre nosotros, amenazando nuevamente aquellos a quienes amamos.

Milagrosamente, no habíamos perdido a nadie de la familia; solo los rumanos y una Erinia habían caído ante la guardia Vulturi… y claro, Leah. Al parecer, había muerto al interponerse entre un Vulturi y Seth, salvando a su hermano de la letal mordida del vampiro. El cielo me perdonara, pero realmente no me sentía triste por ninguna de esas pérdidas. A los tres vampiros no los conocía realmente, y su adición a nuestro grupo había sido más por sus intereses que por “amor” a nosotros.

En cuanto a Leah… ella había ocasionado todo este desastre. Y realmente quería ser empática, tratar de entender que un corazón roto te lleva a hacer demasiadas locuras, yo podía dar testimonio de ello, pero no podía perdonarle haber expuesto a un inocente, al abuelo Charlie, con tal de llevar a cabo su venganza. Lo sentía mucho por Seth, porque estaba destrozado con la muerte de su hermana, sin saber cómo enfrentar el dolor de su madre, quien estaba a miles de kilómetros de distancia sobrellevando la pena, sola.

Me avergonzaba no poder sentir pena por ella, y tal vez pareciera una perra sin corazón, pero este desastre empezó gracias a ella. Si no hubiera movido los hilos para sacarme de mi escondite de la manera que lo hizo,… ¡Demonios! No se debe hablar mal de los muertos, pero yo distaba mucho de ser perfecta. Tal vez fuera la parte vampírica en mí, la que me hacía guardar un intenso rencor difícil de diluir.  

Sacudí ligeramente la cabeza, esforzándome en alejar esos pensamientos de mi cabeza, mientras que lentamente soltaba mis brazos alrededor de Stan, volviendo a acurrucarme entre sus brazos, el único lugar en el que me sentía segura y en paz.

–¿Sabes si hay alguna noticia de Charlie? –pregunté, cambiando un poco el tema

–Ninguna desde la última que nos dieron ayer por la tarde. –sentí los labios de Stan posarse en un ligero beso en mi coronilla –Pero él estará bien; los doctores le dijeron a tus padres que le empezarían a retirar los calmantes, en unos días despertará del coma inducido.

Dada la gravedad de las heridas del abuelo, y su historial de cardiopatías, los médicos habían acordado mantenerlo sedado para darle tiempo a su cuerpo a mejorarse. La familia había tenido qué inventar un montón de mentiras y pagar otro tanto de dinero para evitar las preguntas y asegurar la mejor atención que mi abuelo pudiera recibir. Mamá se había negado a abandonar su lado, así que le habían acondicionado una habitación en el hospital, cerca del abuelo. Quería quedarme con ella, pero de la manera más dulce y enérgica, me había mandado a casa a dormir. Y les había ordenado a Stan y a papá que se aseguraran de que así fuera.

–No sé qué va a pasar cuando el abuelo se despierte –me mordí el labio, nerviosa –tanto qué explicar, y no sé si él…

–Él te seguirá amando como desde el primer día –Stan interrumpe mi retahíla nerviosa, sabiendo a qué me refería.

–¿Lo crees?

–Lo sé.

–¿Cómo es eso?

–Porque, ángel mío, así fue conmigo. Te he amado desde el primer momento,  nunca dejé de hacerlo y jamás dejaré de amarte.

Enderecé mi posición, hasta que mis ojos quedaron prácticamente a la altura de los suyos. Respiré profundo, llenándome los pulmones no solo del frío aire, sino del dulce aroma tan característico de Stanislav Masaryk, mi vampiro, mi alma gemela… mi marido hasta mi último aliento en esta tierra.

–Te amo –dije mientras atrapaba su rostro entre mis manos. Recorrí con el pulgar derecho su labio inferior, maravillándome de la suavidad de su piel. –Para siempre… para esta vida y la que sigue.

–¿Recuerdas lo que te dijo la adivina en Volterra? –Stan acercó su rostro aún más al mío, hablando en un bajo susurro, provocando mi boca con la suya, anticipando el contacto. Sentí que mi sangre empezaba a correr elevando su temperatura, sintiendo un agradable calor que empezaba a expenderse de mi pecho hacia el resto de mi cuerpo.

–Aja... –apenas si pude jadear esa brevísima respuesta, más concentrada en lo que estaba pasando entre mi cuerpo y el de Stan que en hacer memoria de eventos del pasado. Parecía algo tan lejano, como si hubiera sido en otra vida.

–Sibila –recordó el nombre nos había sido develado por la Señora, así como el hecho de que también era una mestiza, como yo –Ella dijo que éramos destinos enlazados desde siempre, sin un fin

No tenía idea a dónde quería llegar, y bien podría decirme que Sibila me había recitado en el alfabeto en gaélico y le hubiera la razón, con tal de que guardara silencio y me besara hasta quitarme el aliento.

Desesperada por sentir su sabor en mí, y más esclava de mis deseos que de mi conciencia, me abalancé sobre él, necesitando de su contacto, de sus caricias… no habíamos podido estar juntos en los últimos días, así que mi cuerpo empezaba a protestar por la abstinencia de Stan.

En algún lugar muy profundo y recóndito de mi cabecita, una vocecita intentaba hacerme recordar que estaba a la intemperie, que mi padre, mi ex y el mejor amigo de mi ex estaban dentro de la casa y que sería muy bochornoso si alguno de ellos nos atrapara haciendo el amor sobre la banca.

Chci vás. Potřebuji tě... Potřebuji být v tobě, cítit v tobě, zemřít a znovu se v tobě narodit…

Su tono tan bajo, su urgencia, sus labios en mi cuello y sus manos por mi cuerpo, era imposible no sentir que me derretía por él. Prácticamente soldé mi cadera sobre la de él, enterrando mis manos en su cabello, ofreciéndole mi cuello, mi vena… cerré los ojos, sintiéndome libre, salvaje, como no lo  había hecho durante mucho tiempo.

Ejem… ejem…

Así, con los ojos cerrados, lo único que me permitía era sentir sus caricias y el retumbar alocado de mi corazón.

Mío, mío” gritaba cada parte de mi cuerpo, reclamándolo, dando gracias porque que había regresado a mí, y prometiéndole al cielo jamás dejarlo ir.

Y sabía que Stan sentía lo mismo, pensaba lo mismo… nuestro sellamiento era completo, éramos capaz de sentir al otro, una conexión no sólo física, sino que iba más allá de lo que cualquier pudiera entender.

Un fuerte silbido, seguido de unos enérgicos “¡Renesmee!, “¡Stanislav!” bastaron para sacarnos de nuestra pequeña y caliente burbuja que habíamos creado.

Sabía muy bien a quién pertenecía esa enojada voz. Y no quería abrir los ojos, oh no.

Re-nes-mee –Papá no necesitó gritar, el bajo y apretado tono de su voz era más que suficiente para hacer que un pelotón completo se cuadrara en posición.

Con toda la dignidad posible, me acomodé rápidamente la ropa bajo la manta, que gracias a Dios, todavía nos cubría a Stan y a mí. A velocidad del rayo, me puse de pie, quitando la suave manta de mis hombros y dejándola a un lado de la banca.

Tosí ligeramente, intentando aclarar mi garganta para que las palabras me salieran lo más firmes posibles.

–¿Nos buscabas, pa? –me puse de pie, consciente de la mirada asesina que mi padre le lanzaba a Stan, y de que mi cara había adquirido por lo menos unos siete diferentes tono de rojo.

–Es hora de que los chicos se vayan – por “chicos” entendí que se trataba de Jake y Seth. Al parecer, tío Jasper había logrado echar andar su magia de billetes y al fin había arreglado el vuelo privado que llevaría a los Quileutes de regreso a casa. Y eso implicaba que también había logrado recuperar el cuerpo de Leah. –Creí que tal vez querrías decirles “adiós”.

Me mordí el labio con aprehensión, pero sabía que era lo justo y lo correcto. Era el momento de darle un cierre a una historia que había traído bastante dolor.

Asentí ligeramente y enfilé mis pasos al interior de la casa, preparándome para pronunciar el “adiós” que no dije tantos años atrás.

–Será mejor que te quedes aquí, Stanislav –pronunció mi padre, deteniendo el paso de Stan.

Giré el rostro al tiempo que Stan se preparaba para contradecir la orden de mi padre, quien ni siquiera lo dejó pronunciar palabra al soltarle un seco: –Te caería bien un rato en el frio, necesitas bajar el “ánimo” después de… –soltó un violento resoplido, como el de un toro  detectando algo rojo – y tal vez deberías de cubrirte con la manta que ha dejado mi hija, mi cordura te lo agradecería.

Sentí la cara arder, luchando entre la mortificación y soltar una risa nerviosa antes de entrar a la casa; algún día, sería capaz de reírme de la situación de “la gran casa de campaña dentro de los pantalones de Stan y la ira de mi padre”. Pero ahora tenía algo importante qué hacer.

 

 

 

Observé a través de la alargada ventana que daba del recibidor a la calle, cómo se alejaban las luces traseras del automóvil que llevaban a Jake y a Seth hacia el aeropuerto. No pude evitar que una solitaria lágrima se deslizara por mi mejilla. Decir “adiós” nunca había sido mi fuerte, y menos cuando en mi corazón sabía que esta vez era el definitivo.

Mi amor por Stanislav no quitaba el hecho de que Jacob Black siempre ocuparía una parte importante y especial en mi corazón. No era el hombre de mi futuro, pero lo había sido de mi pasado.

Habíamos compartido una historia de amor, corta y trágica, pero también con destellos de radiante felicidad. Y por eso, deseaba que fuera feliz, que lograra tener todo lo que merecía y necesitaba al lado de Emma.

“–La impronta dice que seremos aquello que el otro necesita: un amor, un amigo, o un aliado – me dijo antes de salir por la puerta, de regreso a América –pero creo que en nuestro caso, lo que necesitamos es saber que el otro es feliz. Que nuestros corazones han sanado y podemos seguir adelante.

»Así que dime, pequeña Nessie, ¿lo eres? ¿Eres feliz? ¿Tanto que ya no necesitas correr para sentirte libre?

Sus palabras me sacudieron, dándome cuenta que tenía razón. Había corrido toda mi vida, siempre encontrando un pretexto tras otro para no quedarme en un solo lugar, sin darme tiempo a sentir pertenencia.

Encontré mi lugar, mi corazón… soy libre al fin. – mi voz sonó con emoción, al darme cuenta que era verdad. Ya no sentía el miedo que me hacía huir, había llegado a donde mi corazón podía echar raíces, libre de cualquier remordimiento o de algún necio sentido del deber. Era libre para decidir, para amar. –Así que sí, soy completa y estúpidamente feliz.

Ambos esbozamos una suave sonrisa, felices el uno por el otro, quitándonos una pesada lápida de amarguras. Sin pensarlo mucho, nos fundimos en un abrazo, uno que contenía tantas emociones y sentimientos compartidos, de una historia de cuando uno él era protagonista de la vida del otro.

Hermano, el chofer dice que hay que salir ya – la monótona voz de Seth rompió nuestro abrazo. Me dolía verlo así, como un autómata, con un vacío en la mirada que me recordaba al mismo que tenía tío Emmett cuando perdimos a la tía Rose. Esperaba que una vez que regresara a la reserva, junto a su madre y el resto de la manada, pudiera encontrar la manera de sanar.

Me despedí de ellos, segura que sería la última vez que los vería.

La vida es larga, y el mundo es pequeño… tal vez algún día nuestros caminos vuelvan a toparse

Asentí mientras veía como Seth salía, despidiéndose con un pequeño gesto con la cabeza. Cuando Jake estaba a punto de salir por la puerta, pronuncié:

Cuídalo por mí, Jake. –Jacob frunció el ceño un momento, no entendiendo –Y la próxima vez que visites a nuestro Isaiah, llévale un ramo de “No me olvides” y dile… dile que su mamá lo ama, siempre.

Los ojos de Jake se volvieron vidriosos al escuchar mis palabras; supuse que la emoción no lo permitía emitir palabra alguna, ya que simplemente asintió con la cabeza.

Con un profundo suspiro, atravesó la puerta, listo para subir al automóvil que los llevaría al aeropuerto privado a las afueras de Zurich. El viaje de 11 horas los esperaba, y con la diferencia horaria de nueve horas menos, esperaban llegar a las 7 de la mañana de Seattle.

Abrió la puerta trasera izquierda del vehículo y antes de subirse, me dedicó una sonrisa ladeada. Cerró suavemente y el automóvil emprendió su marcha. Cerré con suavidad la puerta de la casa, y no pude evitar quedarme viendo mientras se alejaban del lugar.

–¿Estás bien? –Stan me rodeó por detrás con sus fuertes brazos, mientras apoyaba su rostro contra el mío; detecté la preocupación en su voz, así que giré para quedar de frente a él, mientras atrapaba su rostro en mis manos.

–Lo estoy.  Estoy con los que amo, ¿qué más puedo pedir? Y… –Lo que fuera a decir, murió en mis labios al sentir la presencia de mi padre en la habitación contigua a nosotros –Y, creo que es hora que tú, papá y yo solucionemos unas cosas… es hora de empezar nuestro “y vivieron felices por siempre” haciendo las paces con tu suegro.

No pude evitar soltar una risa divertida y poner los ojos en blanco al escuchar el resoplido molesto de Stan y de mi padre. Iba a ser un largo camino antes de que este par se llevaran bien.

No tenía idea cuan largo sería.

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