Temblé, ¿qué podría querer esa mujer?
¿Qué es lo que tendría en mente?
Stan me había advertido, antes de mi
primer encuentro con la Señora, que
debía tener cuidado con la selección de mis palabras delante de ella, pues
aprovecharía cualquier desliz, cualquier tropiezo para atraparme y tomar
ventaja usando mis propias palabras en mi contra.
Con delicadeza, sujeté la cabeza de Stan
y la puse sobre mi regazo, acariciando su rostro, desfigurado en una mueca de
dolor. La espesa sangre se deslizaba por la piel del cuello, empapando la tela de
la oscura camiseta que usaba. Las heridas no tardarían en sanar, estaba segura,
pero verlo sufrir hacía que la sangre me hirviera de furia.
“Maldita
y desgraciada perra”, pensé, deseando por un momento echarme sobre la mujer
y golpearla, arañarla, arrancarle esa maldita sonrisa malévola del rostro. Lo
que fuera.
–Puedes odiarme todo lo que quieras. Es
divertido ver el odio que sientes por mí en este momento.
»Ven –me llamó con el índice de la mano
derecha –Te doy una oportunidad de intentar lo que estás pensando. Apuesto que
serás un dulce y fácil “bocadito” de deshacer.
–No… –Stan me agarró fuertemente por las
muñecas con sus manos, mientras me miraba suplicante. El áspero tono de su voz
me indicaba lo doloroso que había sido el ataque de la Señora. –moje láska, no. Es…estaré bien.
Con un suave movimiento, libré la mano
derecha de su prisión, y acaricié con ella su rostro, deslizándola una vez más
hacia sus heridas. Mis manos estaban manchadas con la sangre de él.
–Oh, que bella pareja, no me sentía tan
conmovida desde Salomón y la Reina de Saba –pronunció la Señora con burla.
Fruncí el ceño aún más, sintiendo que mi
odio crecía a medida que pasaban los segundos. La Señora permanecía de pie, imperturbable, observándonos con un
brillo de diversión en su mirada. Quien pudiera verla, sin saber de quién se
trataba en realidad, podía encandilarse con la belleza de la mujer; pero yo
sabía que era la encarnación de la maldad, que en su cuerpo no había ni un
ápice de compasión o bondad.
La observé a detalle: el lustroso
cabello negro recogido en un moño francés; su delgado cuerpo enfundado en un
largo vestido rojo sangre de gasa, de manga larga y cuello alto, de donde
colgaba una delgada y larga cadenita de oro, con un dije ovalado de vidrio en
un rojo más oscuro colgando. No llevaba ni una gota de maquillaje, no lo
necesitaba, su belleza era absoluta. Parecía totalmente fuera de lugar en la
iglesia, ataviada así. Supuse que tenía cierta vena melodramática, estaba
vestida para impactar.
–¿Por qué…? –la voz me salió forzada
–¿Por qué ha decidido darnos la espalda? ¿Por qué justamente ahora? –no pude
reprimir una nota de rabia en mis palabras. Pero estaba cabreadísima; habíamos
hecho un trato, no era justo que pretendiera romperlo en ese instante.
–Yo no tengo por qué darte
explicaciones. ¿Quién te crees que eres para exigirme cuentas de mis
decisiones? –el desprecio en su voz, en la forma en que arqueaba la ceja
izquierda, era impactante.
–Renesmee… por favor–pronunció casi
suplicante, mientras lentamente, Stan empezó a levantarse, hasta quedar
sentado, mientras yo permanecía arrodillada a su lado. Cerré los ojos un
instante, para no ver como su propia sangre había manchado la piel del cuello.
Las heridas habían empezado a cerrar, pero esa pérdida de sangre, en un
Stanislav sediento, no era nada bueno; mi vampiro checo se debilitaba más.
Ese “por
favor” llevaba implícito el “por
favor cállate y no le sigas el juego. Evita darle un pretexto para su cólera”.
Y a pesar de la advertencia que leía en
los ojos de Stan y en el tono de su voz, yo no podía parar. Quería saber por
qué esa mujer pretendía dejarnos colgados a vísperas del asalto al cuartel de
los Vulturi.
–No puedo confiar en alguien que ha
quebrantado una de nuestras normas más antiguas.
–¡Eso es una estupidez! –No pude más,
escupí las palabras antes de pensarlas siquiera, poniéndome de pie en un salto,
encarándola a pesar de montón de escalofríos de pánico que me provocaban sus
ojos de un azul casi cristalino, fríos, crueles. –Cuando nos vimos en el burdel,
usted sabía que Stan y yo habíamos intercambiado sangre…
»Usted misma dijo que no podía beber de
mi sin el consentimiento de él, porque aunque no habíamos completado el
intercambio, yo le pertenecía a él.
–En ese instante pude haberlos matado,
pero quise ser benévola con ustedes, precisamente porque no habían completado
el sellamiento. Quise darles el
beneficio de mi misericordia sabiendo que Stanislav había bebido de ti para
sacar la ponzoña que uno de los “criados” de Aro te había inyectado al atacarte.
Y, por si fuera poco, te dio de beber su sangre con tal de que pudieras
recuperarte. Teniendo eso en cuenta, ¿cómo no iba a apiadarme de ustedes? –pude
detectar la mordaz ironía en cada una de sus palabras, fiel reflejo de la
sonrisa burlona que se asomaba por la comisura de sus labio carmesí.
–Además
–continuó –lejos de lo que puedas creer, no soy ninguna estúpida, mocosa
irreverente. Decidí darles la oportunidad de escuchar lo que tenían qué
decirme, porque tal vez y solo tal vez tuvieran algo que pudiera interesarme.
»Pero a pesar de saber de que era algo
prohibido, aun así siguieron adelante. Nuestras leyes son pocas pero muy
claras, el castigo es inevitable.
–¡Eso es una…!
–¡Renesmee, basta! –Stan alzó la voz. A
pesar de que no parecía totalmente recuperado del ataque, había sacado la
suficiente fuerza como para imprimirla en su voz. Se puso de pie, con menos
gracia con la que lo hubiera hecho en otras circunstancias. Sin amedrentarse,
se puso delante de mí, en un claro intento de protegerme, utilizando su macizo
cuerpo como barrera.
–Pensé que eras más inteligente,
Stanislav. –La Señora estaba
implacable, sus ojos llameaban de furia y desprecio hacia nosotros dos –No
puedo creer que alguien como tú, un soldado nato, un asesino con talento terminara
dominado por algo tan patético como el “amor”. Después de este tiempo, creí que
eras más listo, mejor que esto –su
mano derecha hizo un desdeñoso ademán hacia nosotros, señalándonos mientras su
perfecta boca se torcía casi con asco.
–Yo no me atrevería a decir que la
conozco perfectamente, a pesar de que son un par de años los que he tenido el… honor –no se me escapó la inflexión un
tanto irónica de su voz al pronunciar esa palabra– de estar cerca de su grupo.
Pero con lo poco que he visto, que he ido conociendo, sé que hay algo más
detrás de esta inesperada visita. Si su deseo fuera matarnos por haber roto una
de las leyes más ancestrales de nuestro mundo, simplemente ya hubiera acabado
con nosotros, sin necesidad de tanto espectáculo.
La Señora
enarcó una ceja, lanzándonos una larga mirada y guardó silencio, a pesar de
las palabras de Stan. No es que él hubiera dicho algo como para sorprenderla o
avasallarla, era más bien como si estuviera estudiándonos.
Sentía el corazón repiqueteándome sin
control; me mordí el labio, nerviosa, y de vez en cuando, echaba una mirada de
reojo en dirección de la puerta de la sacristía. ¿Por qué los demás no venían?
Los rumanos ya deberían de haber llegado a las catacumbas y haber transmitido
las órdenes de la Señora a Eros y las
Erinias. Mi familia debió de haber sentido el temblor minutos antes de que ella
apareciera, ¿dónde estaban? ¿Qué estaría sucediendo con ellos?
–Entonces, ¿qué es lo que está buscando
en realidad?
–Stanislav Masaryk, siempre tan
temerario, siempre listo para el ataque, sin miedos, sin remordimientos –la
mujer al fin se dignó a hablar, esbozando una sonrisa ladeada, casi burlona –Dispuesto
a plantarse, sin importar quién es el enemigo. Admirable, definitivamente
estúpido, pero admirable.
Y antes de que pudiera darme tiempo de
respirar o parpadear, o incluso, para temer, la Señora se movió con una rapidez impresionante, hasta llegar atrás
de mi y rodearme con su brazo por el cuello, apretando con facilidad,
imposibilitándome moverme o respirar bien.
–¡No!
–¿No qué, Stanislav? ¿Estarías dispuesto
a tomar su lugar?
–Si.
Sentí que las órbitas de mis ojos
estaban a nada de estallar por la presión del brazo sobre mi frágil cuello. El
pánico empezaba a correr con violencia por mis venas; me costaba respirar,
y sentía que las fuerzas empezaban a
abandonarme a toda velocidad. Pero a pesar de todo, intenté gritar, evitar que
Stan terminara en mi lugar.
Lo intenté, pero en vano. No podía
moverme, no podía hablar, y la mente empezaba a sentirme abotargada, a punto de
sumirme en una especie de bruma oscura… ¿De verdad ese sería mi fin? ¿Así, tan
fácil, sin siquiera poder un poco de lucha? ¡Dios! El terror se apoderaba de
mí, mientras los pulmones luchaban por recibir algo de aire, faltaba poco, casi
nada para que la penumbra de la inconsciencia se apoderara de mí.
Las voces de Stan y la Señora se escuchaban tan distantes, que
ni siquiera estuve segura de entender lo que decían. A pesar de mis esfuerzos,
cerré los ojos, totalmente vencida y me sentí caer por un abismo tan profundo,
como si no tuviera fin.
–¡Renesmee! má lásko, prosím ... zpátky se mnou ...
Abrí los ojos desmesuradamente, mientras
inhalaba con fuerza, llenando mis pulmones del vital oxígeno. El pecho me subía y bajaba con violencia,
mientras con desesperación mi cuerpo buscaba llenar mis pulmones casi hasta
reventar. A penas si presté atención al hecho de que el rostro de Stan parecía
lívido, mientras me sostenía contra su cuerpo, rodeándome por la cintura con
sus manos, impidiendo que las piernas cedieran y terminara cayendo como una
muñeca rota contra el piso de la iglesia.
Quise decir algo, lo que fuera, incluso
una palabrota, pero la garganta me escocía, y apenas si salió un ruidito
extraño. Instintivamente, me llevé la mano derecha al cuello, acariciando la magullada piel,
comprobando que la férrea presión ya no existía.
–S-s-stan… –Susurré con esfuerzo,
intentando enfocar mi mirada, que luchaba por recuperar la nitidez, porque aun
mi mirada era brumosa. Era como si el cuerpo me volviera a funcionar por
partes, porque mientras las piernas parecían ser capaces de sostenerme
nuevamente, los pulmones dejaban de trabajar a toda velocidad, a mi mente
parecía que todavía no ponía el interruptor en “encendido”.
El cuerpo de Stan temblaba, podía
percibirlo en mi mano izquierda agarrada de su antebrazo. Estaba furioso, lo
sentía. Pero no sabía por qué…
“Porque
este demonio de mujer ha tratado de matarte, idiota”, el grito de mi
subconsciente hizo eco en mi abotargado cerebro, y eso bastó para que terminara
de despertar del todo. La Señora
estaba cabreadísima con nosotros, nos quería quitar el apoyo contra los
Vulturi, y de pasada, matarnos a Stan y a mí.
–¿¡Qué demonios quiere de nosotros?!
–escupió Stan, con la voz cargada de furia y veneno.
–¿Qué quiero? –repitió la mujer, con voz
distante y seca –Quiero que las órdenes y leyes que yo dicto, se cumplan a raja
tabla.
»Quiero que aquellos a los que decido
ayudar desinteresadamente, sean completamente honestos. No me gusta tratar con
mentirosos consumados.
Ok, definitivamente me estaba perdiendo
de algo. ¿A qué se refería esta mujer?
–Aparte, parece ser que le he apostado
al caballo perdedor. La mestiza ha
decidido darse por vencida antes de empezar la pelea. Si ese es el ánimo del
grupo, ¿creen que voy a permitir que mis hijos terminen enfrascados con el
bando de los perdedores?
¿Cómo sabía que yo…? “Bebió de ti, ¿recuerdas?”. Mi
subconsciente estaba en “bitch mode on”,
utilizando el sarcasmo contra mi misma para sacarme del aturdimiento en el que
estaba.
–Renesmee –pronunció mi nombre con
desagrado –tienes dos de las características que detesto más de los humanos: la
cobardía y la mentira.
–Es cierto, por un momento flaqueé, pero
fue un lapso… estoy dispuesta a enfrentarme a Aro…
–¿De verdad solo fue un lapso? No estoy
segura de creerte… la mentira es algo que llevas bajo la piel, algo inherente a
ti.
Seguía insistiendo con lo de la mentira,
¿a qué venía todo esto?
–¿Cómo puedo fiarme de ti cuando eres
capaz de mentirle a todos, a tu familia, a Stanislav, al lobo…?
–No tengo idea de qué está hablando…
–realmente estaba toda confundida.
–¿A caso toda tu vida no se ha
construido a base de mentirle a los demás? A tus padres, cuando decidiste irte
a vivir con tu abuelo humano con el
pretexto de querer estar cerca de él, o cuando elegiste al lobo por encima de
Stanislav.
»A él –señaló a Stan con el dedo índice
derecho –al prometerle que seguirías con tu vida, que no te apresurarías. Al
lobo, o Jacob, como le llaman, al decirle que solo le amabas a él, mientras tu
corazón sangraba por el amor de Stanislav.
–Yo… bueno, a veces he sido algo
flexible con la realidad de las cosas, pero…
–¿Flexible? Creo que incluso hay un
nombre pare eso… Mitomanía
»Pero mi mentira favorita de tu
repertorio es esa de que te habías enfermado de hepatitis al comer una ensalada
contaminada… ¡C'est magnifiqué! –palmeó
con burla, mientras un brillo de perversa diversión bailaba en sus ojos.
Tensé el cuerpo, ella no podía conocer
tanto de mí por haber bebido de mí un poco de sangre, ¿verdad?
–Una pequeñísima gota de sangre, incluso
una de tamaño microscópico basta para conocer hasta el más oscuro de tus
secretos –respondió a la pregunta que no me atreví a hacer en voz alta –Pero
volviendo a tu compulsiva necesidad de mentir, ¿qué pasaría si Stanislav y tu
clan supieran lo que realidad pasa contigo y esa repentina fatiga que tienes? Junto
con los mareos, la temperatura más alta de lo normal…
Abrí los ojos desmesuradamente, y aunque
intenté decir algo, simplemente, mi voz había vuelto a esfumarse. Quería que se
callara, mi historial clínico era algo que no quería discutir con nadie.
–Creo que empiezo a perderme en esta
conversación
–Puedo ayudarte, Stanislav… verás,
¿recuerdas la historia del tatuaje de tu mestiza? –estaba petrificada, tanto
que no supe que Stan respondió o no a la pregunta. Simplemente mi cuerpo se
había quedado paralizado, y se limitaba a ser un espectador ajeno, silencioso –Lo que no te dijo es que
esa noche no salió únicamente con un horrendo dibujo en su cuerpo, sino también
con algo llamado Hepatitis C.
Se hizo un silencio sordo, apenas roto
por el crepitar de las llamas de las veladoras que aún seguían encendidas. Me
quedé boquiabierta, mirando a la Señora¸ que
parecía divertidísima a costa mía. Me quedé con la vista clavada en ella,
incapaz de mirar a Stan; era una cobarde, lo sabía, pero no estaba segura de
como enfrentarme a él con otra de mis medias verdades.
En mi mente se conjuró el recuerdo de la
única vez que había tenido que ir al médico, sintiéndome físicamente fatal dos
o tres meses después de haberme hecho el tatuaje. Con algo de esfuerzo, conseguí una
identificación falsa y tuve que viajar a
New Rochelle para que me atendieran en una clínica de asistencia social; me
mandaron hacer unos análisis de sangre. Cuando la doctora que me atendió me dio
el diagnostico, realmente no me importó. En ese entonces estaba pasando por mi periodo
de autodestrucción, así que vi como una buena noticia saber que algo me haría
morir antes de lo previsto. Le di las
gracias, me levanté de la silla de plástico y me alejé de ahí lo más rápido que pude, antes
de que pudiera preguntarme algo más, como el por qué yo tenía más cromosomas
que el resto de los humanos. Las indicaciones así como los medicamentos habían
ido a parar a la basura y empecé a hacer exactamente todo lo contrario a lo que
me habían recomendado.
Jamás regresé a hacerme algún otro
chequeo de rutina, pero estaba bastante consciente de que mi afición a la
bebida, los cigarrillos y una dieta poco saludable no hacían nada por mejorar
mi condición. Decidí olvidarlo, mandar mi pequeño problema de salud a un
recóndito lugar de mi memoria.
–¿Por qué no nos dijiste la verdad? –Stan
pronunció con dureza cada palabra. Estaba furioso, encabritado, colérico… los adjetivos y sinónimos no me alcanzaban
para describir su cólera.
–Se me olvidó… –dije, encogiéndome de
hombros. Sonaba ridículamente infantil mi excusa, pero era la verdad… o al
menos parte de ella.
–¡¿Se te olvido?!... –Stan empezó a
murmurar algo en checo, a tal velocidad que no pude entender ni una sola
palabra. Pero era evidente que no eran dulces palabras de amor. Podía sentir su furia como si fuera la mía
propia.
–Pensé que me curaría… después de todo,
tengo un súper poder de sanación. En mi vida me había dado una gripe, y pues
pensé que…
–Los mestizos tienen la cualidad de
acelerar el proceso de curación de alguna herida o un golpe. –interrumpió la Señora –Pero también pueden acelerar los
virus que llegan a incubarse en sus cuerpos. Lo que en un humano puede tardar
años o décadas en manifestarse alguna enfermedad, en los mestizos pueden ser
meses, incluso días.
»¿Nunca escuchaste aquello de “ten cuidado con lo que deseas”?
Felicidades, tu deseo se esta cumpliendo: vas a morir antes de lo esperado. Tu
sangre me dice que no más allá de un par de meses.
–¡NO!
Por un instante, pensé que el grito
había salido de mi garganta. Pero no, me había quedado sin voz. Y totalmente en
blanco, como si hubiera hecho un corto-circuito en mi cabeza, dejándome imperturbable.
Era una experiencia extracorporal, donde yo podía observar a Stan, a la Señora y a mi misma, a lo lejos, como si fuera un observador externo, el
espectador de una obra de teatro bastante extraña.
Miré el rostro desencajado de Stanislav, y me
imaginé que mi mueca no sería tan distinta a la de él. En cambio, el rostro de la otra mujer mostraba
tal deleite, que me imaginé a un enorme gato persa a punto de comerse a un
indefenso ratón, sin que nada ni nadie pudiera evitarlo.
“¡Mierda!
¡Mierda! ¡Mierda!” repetía mi voz interior, como un mantra, mientras mi
subconsciente me señalaba con un dedo acusador, dejándome en claro que yo
solita me había metido en esto. Yo, estúpida, egoísta, autodestructiva, solo yo
tenía la culpa de lo que me estaba sucediendo.
Es cierto, que a veces mis pensamientos habían llegado a ser algo
suicidas pero… bueno, no era lo mismo decir que te quieres morir a enterarte
que la muerte tiene fecha y hora establecida para venir por ti.
–¿Crees que puedo confiar en alguien que
es capaz de mentirle incluso a aquellos que dice amar? No lo creo. En este
mundo, hay tres reglas inquebrantables por las que nos regimos: la lealtad, la
sinceridad y la discreción; y querida,
eres un fracaso en las tres áreas. Así que nuestra pequeña alianza ha terminado
“¡Mierda!
¡Mierda! ¡Mierda!”, era lo único que resonaba en mi cabeza, y era como si
hubiera perdido la capacidad de reaccionar. Tenía que intentar suavizar las
cosas, doblegar mi orgullo y rogar si era necesario para que no nos quitara su
apoyo. Pero mi cerebro y mi lengua definitivamente habían cortado la
comunicación.
–¿Ha decidido quitarnos la ayuda, así
sin más? –algo en el tono de voz de Stan me espabiló un poco, haciendo que
prestara atención. Él ya había tratado antes con el grupo, así que la pregunta
llevaba algo más.
–Sabes como son las reglas, Stanislav. Nosotros
vivimos siendo invisibles a los demás; el que sepan de nosotros, que puedan
interactuar con nosotros es una bendición concedida a unos cuantos a cambio de
silencio y obediencia.
»Tengo que asegurarme de que el estilo
de vida de mis hijos y el mio propio, siga siendo tan silencioso y anónimo como
hasta ahora. Y teniendo en cuenta eso y como se han desarrollado las cosas….
El cuerpo se me crispó de pura tensión y
lo entendí; rápidamente supe lo que venía a continuación.
–Curiosa elección la de Emmett. Una
iglesia como guarida. Y con catacumbas en el sótano; era como si supiera que
este sería el sepulcro de ustedes.
–¡No puede matar a mi familia! ¡¿Y qué
va a pasar con Jake y Seth?! ¡Ellos son ajenos a todo esto, son inocentes!
–A veces, inocentes terminan atrapados
en el fuego cruzado. Pero así son las cosas, no pretenderás que deje sueltos a
un montón de testigos de mi existencia, fiándome de que serán capaz de guardar
un secreto. Sería bastante estúpido de mi parte, ¿no te parece? Teniendo en
cuenta que ellos fueron los que te criaron, y terminaste siendo una mentirosa
consumada y patológica.
Sin detenerme a pensarlo, me lancé sobre
la mujer, dispuesta a borrarle la burlona mueca a arañazos. Stan fue más
rápido, abalanzándose sobre mí, rodeándome entre sus brazos mientras yo me
retorcía furiosa entre ellos, buscando zafarme y hacerle daño a ella. Si iba a
matarnos, por lo menos no sería sin dar pelea.
–¡Suéltame, Stanislav Masaryk! Voy a
darle a esta p…–su manaza me tapó la boca, bloqueando mi fluido y florido
vocabulario.
La maliciosa carcajada de la mujer hizo
eco en la iglesia, y podía jurar que las llamas de las velas se avivaron más.
–Admiro ese carácter lleno de fuego, sin
amilanarse a pesar de que todo esté perdido. Que desperdicio… Espero que mis
hijos se diviertan allá abajo en cuanto reciban mi orden.
¿En cuanto recibieran su orden? ¿Nos iba
a matar ella primero y después iría abajo para ordenar el exterminio de mi
familia y amigos? Porque no veía que trajera algún sistema de comunicación como
para ordenar a la distancia.
–No necesito ninguno de esos juguetitos
que ustedes llaman tecnología para hacerme oír. De vez en cuando, basta ser un
mal pensamiento para desatar un apocalipsis.
“Te
voy a soltar, pero estate quieta y trata
de no hacer ninguna estupidez”, murmuró Stan contra mi oído; asentí, y me
liberó de mi prisión. Ok, yo trataría de no hacer una estupidez, pero temía que
fuera él quien intentara hacer una con tal de ponerme a mi a salvo.
–Este fue su plan desde el principio,
¿no es así? El que decidiera prestarnos su ayuda solo fue una charada.
»Usted misma lo dijo antes, esta
dispuesta a negociar con nosotros siempre y cuando tengamos algo qué ofrecerle.
–Stanislav, me ofendes. Mis intenciones
siempre fueron nobles y desinteresadas. El que les retire mi apoyo, es culpa de
ustedes. Si no hubieran roto una de las dos leyes más importantes que tenemos,
los demás defectos de la mestiza los hubiera podido dejar pasar por alto.
»Y sé lo que intentas hacer. Crees que
puedes convencerme de que te mate a ti y que a ella la deje vivir. ¿Para qué? De todas maneras moriría en menos
de un año. ¿Por qué sacrificarse por la mestiza? ¿Por qué no rogar por tu
existencia?
–Solo existo por ella –Stan apretó las
quijadas mientras pronunciaba las palabras, dejando entrever la furia
contenida.
La Señora
esbozó otra de esas sarcásticas sonrisas ladeadas. Pero no dijo nada, se
limitó a lanzarnos una larga mirada, estudiándonos como si nos fuéramos un par
de bichitos debajo de un microscopio.
–Supongamos, y digo “su-pon-ga-mos” que decido negociar con
ustedes el destino de todo su clan. Supongamos que han logrado llegar a mi “corazón” –pronunció con ironía la
palabra mientras se llevaba la mano derecha sobre el pecho izquierdo por un instante,
en un gesto algo teatral–y decido darles una oportunidad de rescatar nuestra
alianza. ¿Qué están dispuestos a
negociar a cambio? ¿Estarías dispuesto a renunciar a ella a cambio de salvarla?
–Si
–¡No! –grité, con fuerza, tajante. Ya
había renunciado él a mí antes, y eso casi acaba conmigo. Jamás volvería a
pasar por eso otra vez. Sin importar las circunstancias, no permitiría que nos
alejaran nuevamente.
–¿Y tú, mestiza, estarías dispuesta a
renunciar a él para salvarlo? –estuve a punto de decir que no, pero me detuve.
Por salvarlo, renunciaría hasta a mi alma. –¿Y por tu familia, qué estás
dispuesta a dar a cambio?
El rostro de mis padres, de mis tíos,
abuelos, de Jake y de Seth, fueron desfilando uno a uno por mi mente. ¿Qué
tenía yo que pudiera ser de valor para la Señora?
¿Cuál sería el pago que consideraría justo para no hacerle daño a aquellos que
amaba?
–Yo… yo… –balbuceé con torpeza. ¿Qué
tenía yo que pudiera ofrecerle a ese demonio de mujer a cambio de nuestras
vidas y de la alianza que nos había prometido? No creía poseer algo que pudiera
interesarle. Había dejado en mi cuenta de ahorros en un banco de Nueva York
apenas mil ochocientos ochenta y nueve dólares con veintidós centavos, pero
dudaba que le interesara mi pobre patrimonio. Aunque también tenía las joyas
que la tía Rose me había dejado a manera de herencia, tal vez ahí hubiera algo
que…
–No necesito ninguna baratija que
pudieras ofrecerme –cortó mis pensamientos la Señora, provocándome un nuevo escalofrío de la impresión de que
conociera lo que pensaba. Estaba segura que no poseía un don como el de mi
padre, sino que sus “dones” partían de algo mucho más siniestro y complicado
–Negociar conmigo significa renunciar a algo que realmente valga la pena tener.
Si te digo que la única forma de que vivan aquellos que están allá abajo, es
que Stanislav se marche en este instante conmigo y jamás vuelvas a verlo,
¿accederías al trueque?
Stan a cambio de la vida de mi familia y
mis amigos. Una vida a cambio de catorce. Debía decir que sí, debía hacerlo,
era mi familia… Pero el “si” jamás
salió de mis labios. Apreté los ojos, mientras una solitaria lágrima se
deslizaba por mi rostro. No, no podía renunciar a él…. Era como dejar que me arrancaran
el corazón en carne viva. No podía, no podía renunciar a él. Me pertenecía dela
misma forma que yo era suya.
“¿Y
qué pasará con tu familia, con Jake?¿Podrás vivir con tu consciencia si algo
les pasara por no acceder a hacer este sacrificio?” No, tampoco podría
lidiar con eso, así de simple. Y así de complicado.
–Si lo que quiere es que me marche con
usted, entonces andando –Stan habló, tomando la decisión por mí. Rápidamente
volví mi vista a él, asustada. Sentí que el
color me abandonaba por completo, mientras una sensación helada se
colaba hasta lo más profundo de mí. Negué con un movimiento de cabeza, sin
encontrar mi voz para gritar el “no”, sin voz para protestar.
–El sacrificio tiene que hacerlo ella,
no tú. La única forma de que te marches de aquí es que ella acceda a renunciar
a ti.
»Entonces, mestiza, ¿qué va ha ser? ¿Tu
felicidad por la vida de tu clan?
–No… no puedo… –me dejé caer de
rodillas, derrotada. –No me pida eso, no puedo… cualquier otra cosa menos eso.
Estoy dispuesta a darle lo que quiera, lo que sea, menos esto…
–¡Renesmee, no! –Stan me tomó entre sus
manos con prontitud, obligándome a ponerme de pie nuevamente. Creí detectar
cierta nota de advertencia en su tono de voz, pero estaba demasiado asustada,
demasiado desesperada como para estar segura de nada.
–¡Por fin llegamos a algo! –la Señora esbozó una sonrisita de
satisfacción, mientras Stan murmuraba una retahíla de palabrotas en checo.
–Deberíamos tener algún testigo para
darle seriedad a esto, ¿no creen? –continuó la mujer, casi alegre –Es obvio que
separarlos sería demasiado duro para ustedes, por lo menos ahora. Y
considerando que no te queda mucho tiempo de vida, sería bastante cruel de mi
parte obligarlos a olvidarse el uno del otro. No quiero convertirlos en la
versión vampiro de “Romeo y Julieta”.
»Tal vez debería pedirte que como prueba
de que realmente puedo confiar en ti, que a pesar de todas tus faltas, todavía
puedes redimirte… ¿Qué te parecería ser sincera por primera vez?
–¿Qué quiere decir con eso? –pregunté,
temiendo la respuesta que pudiera darme.
–Que me gustaría que dijeras todo
aquello que has callado, sabiendo que está mal. No sé, tal vez como acto de redención,
podrías decirle al lobo que su padre tuvo una aventurilla estando casado y que
uno de los lobos de su manada, era en realidad su hermano.
Me quedé de piedra. ¿Cómo diantres sabía
esta mujer tanto? ¿Con qué clase de demonio estábamos tratando?
–También podrías decirle que su nueva
mujer está embarazada y que si no se lo dijo, fue por que tú regresaste. La
patética mujercita tiene miedo de que se quede a su lado por obligación.
» Podrías decirle a Stanislav cuantos
hombres pasaron por tu cama intentando llenar el vacío que él había dejado.
–¡¿Hombres?! –
–No… Stan no…
“¡Carajo!”,
¿es que no pensaba callarse esta mujer? Y no habían sido tantos hombres en mi
vida…
–¿Hubo más a parte de Black y el tal VJ?
–Stan no… solo una vez, una tontería sin
importancia… no…
La respiración de Stan se volvió un
auténtico bufido rabioso. Triple carajo. No era el momento del Stan Celoso. No
podía ponerme a explicarle mi historial amoroso durante los años que no
estuvimos juntos. Y esa “única vez” de la que obviamente no me salvaría de
explicarle, apenas si había sido un estúpido ligue en una muy estúpida
borrachera. Pero no había habido nada más.
– Podrías decirle a tu familia la verdad
sobre tu salud. A tus padres les encantaría saber que su “pequeñita” morirá
pronto gracias a la desenfrenada vida que llevaba...
»Oh, qué bien, tenemos compañía…
acérquense.
Giré el rostro en dirección a la puerta
que llevaba a través de la sacristía. Ahí parados estaban tío Emmett, mi padre
y Eros. ¿Qué tanto tiempo llevarían ahí? ¿Qué tanto habrían escuchado? Por el
ceño fruncido de papá y mi tío, pude imaginar que habían escuchado bastante.
Eros les dio un par de empujones a papá
y a Emmett, haciendo que avanzaran hasta nosotros.
“Lo
que hayas escuchado, prometo explicártelo después”, pensé, sabiendo que
papá escucharía con su don.
–Así que tú eres el padre de la mestiza.
–Y usted la líder de las Erinias.
La Señora
no respondió, simplemente se limitó a contemplar por un momento a mi padre
antes de decir:–Eros, ¿qué esperas?
–Lo siento, Madre… –hizo una pequeña reverencia antes de patear a papá en la
parte interna de las rodillas, haciéndolo a caer sobre ellas en el piso.
Enterró los dedos con brusquedad entre los mechones cobrizos de la cabellera de
papá, obligándolo a ladear la cabeza, dejando expuesto el cuello.
Quise moverme hacia ellos, defender a mi
padre, pero era como si una fuerza invisible me sujetara, impidiéndome dejar mi
lugar. Busqué con la mirada frenética la de Stan y la de tío Emmett, y supe que
a ellos les pasaba lo mismo.
La Señora
se inclinó hacia el cuello de papá, y sin mucha ceremonia, clavó sus
colmillos en mi padre. Cerré los ojos, intentando ignorar la escena, pero podía
escuchar como los labios de la mujer succionaban la sangre de papá. La Señora estaba cobrando su cuota por
permitir que papá la viera.
Para cuando me atreví a abrir los ojos,
papá ya estaba de pie, cubriéndose la mordida en el cuello con la mano. Sanaría
pronto, pero odiaba que papá hubiera tenido qué pasar por eso. Y de pronto, mi
mente tuvo un chispazo de lucidez, ¿qué hacía mi padre ahí?
–Como dije, necesito testigos de nuestra
negociación. Y quienes mejor que tu
padre y tu tío para que den fe de lo que aquí pactemos, ¿no crees?
Guardé silencio, mirando
alternativamente los rostros de los demás. Quería preguntar qué estaba pasando
allá abajo con el resto de la familia, pero no me atreví a abrir la boca. Algo
me decía que era preferible acabar con lo que fuera que la Señora tuviera en mente y que las preguntas las dejáramos para
después.
–Edward Cullen, el padre de esta pequeña
aberración en nuestra raza… –pronunció con desprecio, estudiando con
detenimiento a papá –Aro está obsesionado con tenerte en la guardia, como parte
de su colección de “talentos”. –No era una pregunta, la mujer sabía de
perfectamente de lo que hablaba.
»Bien, supongo que estarás al tanto de
las faltas de tu hija. Es increíble que no le hayan explicado las reglas por
las que nos regimos. Me pregunto si no deberían recibir los padres un castigo
también por el descuido en su educación. Eso sería justo, ¿no crees, Eros?
–Si así lo cree, Madre...
–Pero estoy dispuesta a mostrar algo de
piedad, y concederles, por el momento, el perdón. Claro, siempre y cuando estén dispuestos a pagar el precio
que pido por ello.
Mi padre frunció el ceño aún más,
visiblemente molesto. Algo en el brillo de sus ojos dorados me dijo no estaba precisamente
contento, y no se debía únicamente a lo que pudo haber escuchado antes. Algo
había pasado allá abajo, estaba segura; tal vez los rumanos ya habían hecho el
anuncio de que nuestra alianza estaba anulada.
En mi mente se empezaron a barajar toda clase
de imágenes y posibilidades, unas más lúgubres que las otras. Estaba tan
ensimismada en mis pensamientos, que me llevé un susto de muerte cuando escuché
el grito de papá.
–¡Aaaargh!
Lo vi caer de rodillas nuevamente,
llevándome las manos a la cabeza, enterrando sus dedos en su cabello. ¿Qué
estaba pasando? Nunca había visto a mi padre así, literalmente retorciéndose
del dolor, pero ¿por qué…? Y entonces recordé cuando había intentado utilizar
mi don en la Señora. Mi cerebro había
recibido algo parecido a una descarga eléctrica, provocándome un intenso dolor.
–De tal palo, tal astilla. Tu hija trató
de utilizar su don conmigo, igual que tú. Pero por lo menos ella tuvo la buena
educación de presentarse primero, y tú, pequeña sabandija, directo al ataque.
La mujer soltó otra de esas carcajadas
odiosamente diabólicas. Se la estaba pasando bomba a costa de nosotros, era
evidente. ¿Es que tantos años de encierro ya la habían hartado y al toparse con
nosotros, había decidido que seríamos su nueva diversión, sus marionetas para
movernos y destruirnos a su antojo?
–Emmett, levanta a tu… “hermano” y
terminemos con esto.
Impulsivamente, di un paso en dirección
de mi padre, con la firme intención de ayudarle a incorporarse nuevamente. Pero
ella me detuvo con un seco: –He dicho Emmett.
Mi tío ayudó a papá. Podría apostar que
lo veía más pálido de lo normal, y su mirada parecía totalmente desenfocada. Quise decir
algo, hacer algo pero temía que mis acciones llevaran a la Señora a hacerle daño a Stan, a mi padre o a mi tío.
–Bien, mis condiciones para perdonar las
afrentas de tu clan, Emmett, son bastante sencillas.
–¿En esas condiciones se incluyen
respetar el pacto de las Erinias en
nuestra lucha contra los Vulturi? ¿Y qué hay de los demás? ¿También incluye
respetar nuestras vidas?
–¡Vaya, quieres el paquete completo! ¿No
sabes que aún en los vampiros, la codicia no sienta bien?–respondió con mofa –En
fin, supongamos–prosiguió la Señora –que
además de perdonarles el castigo a la muerte verdadera a Stanislav y Renesmee,
decido que mis hijos podrán acompañarlos mañana en su marcha a Volterra. Pero
el precio que exijo es algo sencillo y no está a negociación. Lo toman o lo
dejan.
Ese “o
lo dejan” me sonaba bastante a que si decíamos que no, la masacre Cullen y
aliados empezaría en un abrir y cerrar los ojos.
–¿Qué es lo que quiere a cambio? –la pregunta
hosca de mi padre era una señal de que se iba recuperando del ataque.
–La vida de la mestiza.
Se hizo un silencio sordo. Incluso,
estaba segura que todo el oxígeno se había consumido. La respiración se me
había parado, junto con el latido del corazón y el sentido del oído. ¿Había
escuchado bien?
–¡No!
–¡No!
Las voces de mi padre y Stan resonaron
en eco, cortando al fin el silencio sepulcral que nos habíamos sumido. ¿Quería
mi vida a cambio de los demás? ¿Matarme ahí mismo, dejar que mi sangre lavara
las “ofensas”? Era algo bastante medieval, a decir verdad.
–No puede matar a mi sobrina…
–Nadie ha dicho nada de matar. Y te
recuerdo que puedo matarla a ella o a todo este maldito pueblo con solo quererlo.
»Todos ustedes han estado demasiado
obsesionados con evitar que ella se convierta completamente; incluso ella
detesta la idea de terminar abrazando nuestra naturaleza. Su corazón latiente
es lo que más valoran, así que si quieren que me haga de la vista gorda y siga
esta pequeña alianza como si nada hubiera sucedido, simplemente pido un
sacrificio en gesto de buena voluntad. Y qué mejor que entregándome la vida
humana de la mestiza.
»Bajo ninguna circunstancia podrá ser convertida,
a menos que yo lo ordene. Y si eso llegara a suceder, si un día decido que le
daré el regalo de la eternidad, su
conversión la haré yo. Entonces, a partir de ese momento, cuando su corazón
deje de latir, me entregará su vida humana y prestará vasallaje en mi clan
durante el tiempo que yo lo decida.
“¿Vasallaje?
¿Y eso qué demonios significa en la jerga vampírica?”. No estaba segura de
entender. O sea, según la Señora, me quedaban pocos meses de vida
y nadie podía convertirme, bajo ninguna circunstancia (imaginé que eso incluía
mi sentencia de muerte) a menos que ella así lo ordenara. Y ella sería quien
llevaría a cabo mi conversión a monstruo.
–Eros, explícale a nuestra scories petite lo que significa el honor
de prestar vasallaje en el clan.
–Significa tener el privilegio de honrar
y servir a Madre en todo lo que ella dicte, de la manera que lo requiera,
cuando sea y como sea. Los vasallos de Madre no conocen más familia que ella,
no adoran nada más que ella, solo existen para servirla, para arrodillarse en
su presencia. Su mundo empieza y termina a los pies de nuestra Señora.
–¿El precio por su ayuda, por “perdonar”
nuestras supuestas faltas es que mi hija se convierta en su esclava? ¡Jamás!
–Es un pequeño sacrificio qué hacer en
pro de un bien mayor…
–¡Renesmee es mía!
–Y ustedes me pertenecen a mí, así de
sencillo. Desde el inicio de los tiempos…
–¡Acepto! –grité, interrumpiendo las
protestas de los demás. Sentí los cuatro pares de ojos clavados de mí, cada uno
con uno reflejando una distinta gama de emociones –Acepto darle mi vida humana,
acepto que solo usted sea quien pueda convertirme.
Ella estaba exigiendo que nadie me
convirtiera, y si me quedaban unos cuantos meses de vida, ¿qué más daba que
aceptara ser su esclava vampira? La única forma que eso sucediera es que ella
exigiera mi conversión, pero la mujer me consideraba un bichito insignificante,
así que podía esperar sentada antes de que la Señora decidiera llevar a cabo mi transformación. Era evidente que
lo único que quería era asegurarse de que nadie pudiera salvarme de la muerte.
Yo era un soldadito desechable: una vez que llevara a cabo la misión que me
había encomendando respecto a Marco, entonces yo sería prescindible. Y había
dejado muy en claro que nos consideraba a los “mestizos” una mera abominación
que debía ser erradicada.
Así que si apenas viviría un par de
meses, aceptar no me costaría nada. No era como si me estuviera pidiendo que me
fuera en ese instante con ella en calidad de esclava.
Con solo aceptar significaba tener el
apoyo de las Erinias para atacar a los Vulturi y salvar a Charlie. Significaba salvar
a mi familia, a mis amigos… lograr que Jacob regresara a La Push y que
encontrara la manera de hacer funcionar las cosas con Emma. Tenía que regresar
con su familia, saber que se convertiría en padre y que al fin tendría la vida,
la felicidad que se merecía.
Y sobretodo, que podría estar con
Stanislav cada día de los que me quedaran de vida. Pedía lo que quedara de mi
vida, no me exigía alejarme de él, no tenía que renunciar a él.
–Bien, entonces no hay nada más que
decir. La mestiza ha aceptado, será mía cuando yo así lo decida y por el tiempo
que yo quiera.
–¡Hija, no puedes hacer esto! ¡No puedes
aceptar esta locura!
–Renesmee, no puedes hacernos esto.
–Papá, Stan, ya lo decidí... lo siento,
tomé una decisión que solo es mía. Si lo
que quiere es la promesa de convertir mi corazón latiente, pues ahí la tiene.
“Y
si según ella, mi final está más cerca de lo que pensaba, entonces el gusto le
va a durar muy poco”
–No hay mejor forma de cerrar un pacto
de honor que con la sangre. Es lo que exige la tradición.
Puse los ojos en blanco. Ya sabía lo que
esta mujer esperaba de mí, así que llevé mis labios sobre la herida donde un
par de noches atrás había bebido la Señora.
Usé mis dientes para reabrir el corte, cubierto por una costra en señal de que
empezaba a sanar el corte. Succioné con fuerza, logrando que saliera un buen
brote carmesí. Instintivamente, desvié mi mirada hacia Stan, como esperando su
comprensión y su permiso, después de todo, mi sangre ya no me pertenecía únicamente
a mi.
Tendí el brazo hacia ella, y giré el
rostro. No quería ver sus labios sobre mi piel, no quería ver el brillo de
triunfo en sus ojos. Detestaba estar en esa posición, pero no había otra salida.
Nos había acorralado, presionado, para lograr nuestra rendición.
Con esfuerzo, traté de poner la mente en
blanco, pero no pude. Así que me concentré en repasar el bello momento que
había vivido con Stan antes de que este demonio disfrazado de mujer apareciera
en el umbral de la iglesia. Stan me
había llamado “Señora Masaryk” y así me sentía, como su esposa, su mujer, su
compañera… aunque fuera por poco tiempo.
La Señora
liberó mi brazo, después de un tiempo que se me hizo eterno. Con la otra
mano, cubrí la herida, intentando frenar el pequeño brote de sangre.
–Tu turno, mestiza.
Fruncí el seño, confundida. ¿A qué se
refería a que era mi turno? ¿Iba yo a morderla o qué?
–No tendrías tanta suerte. Beberás mi
sangre, pero no de mí.
Abrí los ojos como plato, totalmente
perdida. ¿A qué rayos estaba jugando?
La Señora
tomó entre sus manos el dije que pendía de la cadena que adornaba su
cuello. Con un rápido movimiento de sus manos, soltó la esfera de vidrio rojo y
quitó la parte de arriba, como si se tratara del corcho de una botella de vino;
fue entonces que noté que no era una simple joya, sino un vial. Y por el color,
indudablemente el contenido era sangre.
–Toma. Bébela –extendió el pequeñísimo
recipiente hacia mi. Lo agarré, pero no tanto porque me lo hubiera ordenado,
sino que estaba tan pasmada que no supe qué más hacer. Contemplé el pequeño
recipiente de cristal, alternando la mirada hacia el rostro de la Señora.
–Oh, por favor…. ¿te has vuelto sorda o
idiota? ¡Bébelo!
Di un último vistazo a los todavía más
confundidos rostros de Stan, papá y Emmett, y preparándome para el agrio sabor
de la sangre de vampiro, respiré profundamente y me empiné el contenido del
pequeño recipiente.
La sangre se deslizó espesa por mi boca
y después por mi garganta, dejando un sorpresivo sabor dulzón,
indescriptiblemente delicioso.
Extrañamente, sentí que el corazón
empezaba a latirme más rápido, que mi respiración se aceleraba mientras un
escalofrío recorría una y otra vez cada una de mis terminales nerviosas. Tal vez
estuviera volviéndome loca, pero sentía el ritmo furioso con el que mi sangre
corría por mis venas.
La Señora
esbozó una sonrisa ladeada, mientras me miraba con divertido deleite.
–Bien. Supongo que el trato sigue en
pie. –Nos miró alternativamente a Stan y cada uno de los Cullen, como
estudiando las reacciones claramente reflejadas en nuestros rostros –Será mejor
que me marche. Después de todo, ya no tengo nada más que hacer aquí.
»Stefan y Vladimir se quedarán a su lado
para pelear contra Aro.
–Madre,
permíteme acompañarte –intervino Eros, avanzando hasta la mujer. No dejaba
de sorprenderme que un vampiro como él, tan intimidante, fuera capaz de
someterse con tal facilidad a la Señora. Detuvo
su avance a un par de pasos de distancia de ella, y con una reverencia, como
pidiendo permiso para hablar o acercarse un poco más, prosiguió:–Permíteme ir a
tu lado para protegerme.
“Oh,
oh” No presté atención a la respuesta de la Señora, pues empecé a templar incontrolablemente. Algo andaba mal
conmigo, muy mal. Empecé a tener dificultad para respirar y cada uno de los 206
huesos de mi cuerpo empezó a dolerme, como si una ráfaga de descargas
eléctricas viajara a través de ellos sin control.
Quise pedir ayuda, pero de mi garganta
apenas salió un gemido lastimero. Mi cuerpo colapsaba, se convulsionaba y yo
estaba aterrada, sin saber qué pasaba. ¿Realmente sería sangre lo que bebí?
¿Estaría envenenada?
Un par de manos me sostuvieron, pero no
pude ver de quién se trataba. Todo era borroso, mi vista parecía empañada por
una espesa neblina. Los pulmones los sentía como de plomo, sin poder llevar el
suficiente oxígeno a ellos. Por mi mente pasó la idea de vomitar, expulsar de
mi cuerpo aquello que la Señora me
había hecho beber; el problema es que la comunicación entre mi cabeza y el
resto de mi persona parecía estar cortada. Diablos, el dolor era insoportable.
Y no solo los de los huesos, sino de todos mis órganos internos. Era como si mi
riñón derecho hubiera decidido dar un paseo por el área de la pelvis. Algo se
removía dentro de mí, como si cada hueso, cada órgano, cada célula hubiera
decidido tomar su propio rumbo y dejar de trabajar en equipo para pelearse
entre ellos mismos.
–¡Renesmee!
–¡Nessie!
–¡¿Qué diablos le han hecho?!
Escuchaba las airadas voces, pero no
podía identificar a quién correspondía cual. Una malévola y divertida carcajada
femenina resonaba a modo de respuesta, mientras mi cuerpo se contorsionaba de
forma antinatural, y yo apenas si podía emitir un débil gemido tras otro.
–Estará bien –creí escuchar la voz de la
mujer.
–¿Por qué? ¡Ya tenía lo que quería!
Renesmee había accedido a sus deseos.
–No tengo por qué rendirle cuentas a
nadie… –las voces parecían irse
desvaneciéndose a cada seguro. Sentí terror. No solo no veía, sino que también
estaba a punto de quedarme sorda.
–Algún
día, ella poseerá algo que tal vez yo deseé. Y entonces, tal vez llegue el
momento de volver a negociar.
Realmente no estaba segura de haber
escuchado esas palabras, porque llegaron a mí como si fueran el susurro de un secreto
por parte del viento.
El cuerpo se me puso completamente
tenso, e inexplicablemente, a mi mente se me vino la imagen de unas manos
pálidas sosteniendo entre ellas la ramita seca de un árbol caído. Un dolor
insoportable atravesó todo mi cuerpo, desde las plantas de los pies hasta el
cráneo; al mismo tiempo, la imagen de mi mente se amplió y las pálidas manos
tuvieron dueño, o mejor dicho, dueña: la Señora,
y sin muchos miramientos, con insana diversión, partió la ramita con
violencia; pero la ramita que sostenía se había convertido en mi cuerpo.
Tal vez fue por el dolor físico o por lo
horrible de las imágenes que se habían apoderado de mi mente, pero de mi
garganta salió un desgarrador gruñido, tan violento que sentí que el sonido iba
quemándome por dentro a medida que salía por mi boca.
La última nota de ese bufido se llevó lo
que quedaba de aire en mis pulmones así como los últimos vestigios de
consciencia. Todo se sumió en insonoras tinieblas; todo mi alrededor se
desintegró, ya no sabía qué sucedía, quién estaba o no a mi lado. Lo único que
podía sentir eran oleadas de dolor, pero ya no tenía voz para protestar, ya no
era capaz de moverme o respirar
¿Ese había sido mi fin? ¿Así había acabado
todo? Ni siquiera fui capaz de contestarme eso, incluso, mi voz interior me
había abandonado.
Abrí un ojo. La cabeza me martillaba
como si hubieran jugado un partido de fútbol con ella. Y ni hablar del resto de
mi cuerpo. Sentía que los huesos los tenía hecho polvo.
Mi rostro estaba sobre una larga y fría
plancha de piedra. ¿Dónde estaba? Con esfuerzo abrí el otro ojo y frente a mí
había otra superficie como en la que estaba acostada. Tardé un par de segundos
para procesar que se trataba de una tumba, algo polvorienta y despostillada por
el tiempo. Probablemente, yo estaba encima de una igual, pero ¿por qué?
Con un poco de esfuerzo, apoyé las manos
sobre la fría roca y empecé a levantarme. Me sentía extraña, por decirlo de
alguna manera. Era como si estuviera despertando después de un largo sueño. Logré
incorporarme hasta quedar sentada, y mecánicamente, empecé a mover mi cuello de
un lado a otro, mientras me tomaba las manos tras la espalda, en un intento de
poner en marcha mis engarrotados músculos.
“¿Dónde
jodidos estoy?”, pensé,
mirando a mi alrededor, en busca de alguien, quien fuera y me explicara qué
estaba pasando.
“Tal
vez debería ir a explorar por ahí”. Sí, esa podría ser una buena idea. Me
puse de pie, esta vez apoyándome en la cruz que adornaba la tumba.
“¿¡Qué
demonios…?!”, abrí los ojos como plato, observando la mitad del crucifijo
en mi mano. El trozo de roca debería de pesar por lo menos unos 30 kilos, y ahí
estaba yo, sosteniéndolo con una mano como si se tratara de un pedazo de
utilería hecho a base de poliestireno.
–Al fin has despertado, princesa.
La voz me tomó por sorpresa,
provocándome un sobresalto y haciendo que dejara caer al suelo la piedra
tallada; ésta apenas si sufrió daño con el estrellón, demostrando lo sólido del
material. Entonces, ¿cómo es que lo había podido romper tan fácilmente al
apoyarme en él?
–Creí que dormiría para siempre.
Empezaba a pensar en usar la táctica del “Príncipe Azul y Blanca Nieves” y
venir a besarte para sacarte de tu sueño.
Me giré en busca del dueño de esa voz.
Estaba a un par de metros de mí. Lo miré y su belleza, si es que así podía
calificar a ese pedazo de hombre que tenía delante de mí, me dejó sin
aliento. Si quería besarme, ¡adelante!
Aunque se me ocurrían cosas más interesantes que podíamos hacer que sólo
limitarnos a un sencillo beso.
Me quedé alelada, observándolo casi
babeante como se acercaba a mí con una sonrisa y una mirada llenas de alivio.
Al fin estaba tranquilo; no podía explicar cómo es que lo sabía, pero algo en
mi me lo decía.
“Que
hermoso.”, pensé con un suspiro. Y aunque sus ojos me parecían de un
extraño color entre café y rojizo, no noté nada raro en ellos.
Me pareció una eternidad los pocos
segundos que tardó en recorrer la distancia que nos separaba. Me envolvió en su
abrazo y depositó un beso en mi cuello, mientras yo llenaba mis pulmones con el delicioso
aroma que desprendía su pecho. Tan delicioso que se me hacía agua la boca;
quería morderlo, probar su sangre y…
“¿Probar
su sangre?” ¿De dónde había venido eso? Ok, oficialmente, estaba completa y
totalmente confundida. ¿Por qué estaba en esa especie de cementerio? ¿Quién era
este adonis que me provocaba los más extraños pensamientos? Pero sobre todo,
¿qué rayos me había pasado?
–¿Cómo te sientes? Freyja dijo que tal
vez te sintieras un poco confundida cuando despertaras.
¿Freyja? ¿Y esa o ese quién era? Sentí
que abría los ojos tanto como un personaje de caricaturas.
–¿Quién eres? –solté con la voz más
aguardentosa que jamás había escuchado. Y al fin caí en cuenta en que no tenía
ni idea de quién era él y ahí estaba yo, dejándome abrazar y besar por él sin
el menor empacho. Era extraño, debía sentirme abochornada por dejar que un
extraño me acariciara de tal manera, pero algo me decía que no estaba mal. Y
ese algo, una especie de voz interior, me decía que me daría una buena paliza
si me movía un milímetro siquiera y me separaba de él.
Ahora fue su turno de abrir los ojos
como plato. Mi pregunta lo había desconcertado.
–¿No sabes quién soy? ¿De verdad? –me
miró entre incrédulo, sarcástico y preocupado. –¡No otra vez!
–¿Otra vez? ¿De qué hablas? ¿Qué me ha
pasado?
–Freyja nos advirtió que podías estar
algo perdida cuando volvieras en ti. Pero nunca mencionó que pudieras terminar
amnésica una vez más.
Mis ojos se abrieron a un más. Al paso
que iba, iba a terminar con cara de caricatura japonesa. “…nunca mencionó que pudieras terminar amnésica
una vez más ” Esa frase bastó para encender un pequeño chispazo en mi
cerebro. Algo, una idea, un recuerdo querían salir a flote…
–Stan… –susurré. Stan, él era Stan. Y
fue como si jalara un pequeño hilo y de un tirón, se viniera completa la hilaza
de recuerdos. –¡Diablos! ¿Qué me pasó? Lo último que recuerdo anoche fue la Señora y… la sangre que bebí… y… y…
–Estuviste inconsciente casi veinte
horas.
–¿Qué? ¿Qué hora es?
–Faltan un par de minutos para las seis
de la tarde.
“Y
menos de cuatro horas para ir contra los Vulturis”, mi mente terminó por
él.
–¿Qué fue lo que me pasó?
–Te desvaneciste completamente. Por un
momento llegamos a creer que esa maldita mujer podía haberte envenenado.
»Pero nos aseguró que no te pasaba nada.
Que al contrario, solo te había dado un pequeño empujón para que estuvieras
lista para esta noche. No sé qué significa eso, pero deseaba matarla, si
hubiera sido posible. Y tu padre y Emmett se sentían igual.
¿Un pequeño empujón? Y entonces, recordé
lo sucedido con la cruz de piedra.
Finalmente, me solté de su abrazo y me
agaché con rapidez a recoger el pedazo de cruz que yacía a mis pies.
–¿Podría referirse a esto? –le pregunté,
sosteniendo la piedra tallada con una mano, y dándome el lujo de lanzarla y
atraparla como si se tratara de un muñequito de peluche. Stan frunció el ceño,
y yo agregué: –Al despertar, me apoyé en ella para levantarme de la lápida
donde estaba acostada y la rompí.
–No
es posible. Eres fuerte, pero no tanto…
–No tanto para destrozar algo así y
cargarla como si nada –terminé por él –Soy más fuerte que un humano, pero esto
es más que eso. Es la fuerza de un…
–De un vampiro. –Esta vez fue él quien terminó la frase por mí.
Nos miramos fijamente, y pude ver en su
rostro, en sus ojos que se preguntaba lo mismo que yo, ¿sería posible que con
el solo hecho de beber un poco de la sangre de la Señora hubiera bastado para terminar convertida en lo que todo lo
que mi familia había luchado para que no sucediera?
–No –respondió Stan de repente –Tus ojos
no han cambiado, y tu corazón no ha dejado de latir. Siente –tomó mi mano con
la suya y ambas terminaron apoyadas sobre mi pecho izquierdo. Sentí el rápido
ritmo bajo mi piel, sin poder evitarlo,
lancé un suspiro de alivio.
Pero aun así, eso no explicaba la
repentina aparición de mi súper fortaleza. Y pensándolo bien, ya no me sentía
cansada, ni débil. Rápidamente, eché un vistazo hacia las heridas que había
tenido en el brazo con tanto corte, estaban completamente cerradas. No había ni una costra, la piel estaba
regenerada. Me curaba rápido, sí, pero no a esa velocidad.
¿Qué rayos me estaba pasando? ¿Qué me
había hecho esa mujer?
–Cariño, creo que será mejor buscar a
los demás. Quieran o no, Eros y hermanas van
a tener que explicarnos que está pasando contigo.
Asentí, completamente de acuerdo. Porque si la sangre de la Señora me había convertido momentáneamente
en una especie de wonder-woman medio
vampira, quería saber cuánto tiempo duraban los efectos, y sobre todo, qué
precio tenía qué pagar por esa ayuda extra.