Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

CHOQUE

No sé cuanto tiempo permanecimos en la misma posición, mi cuerpo descansando sobre el suyo; él, deslizando una y otra vez los dedos entre los mechones de mi pelo. El único sonido que había era el del compás de nuestras respiraciones; la mía, natural y vital. La de Stan, forzada, realmente innecesaria, pero era algo que solía hacer en Italia, después de estos momentos de intimidad entre nosotros. Era como si con ese pequeño detalle, él intentara igualar nuestra humanidad, y la verdad es que escucharle respirar, ver como su pecho subía y bajaba con lenta cadencia me tranquilizaba.

Estaba sumida en un letargo, totalmente agotada, pero feliz, de eso no cabía la menor duda. Apenas empezaba a darme cuenta que habíamos hecho el amor con las luces encendidas y que apenas un trozo de frazada cubría parte de mi desnudez. Y no me importó. Por primera vez en muchísimo tiempo, no me sentía incómoda o avergonzada de que alguien más viera cada una de las marcas de mi cuerpo. Para el hombre que me abrazaba como si fuera el centro de su mundo, yo era perfecta y así me hacía sentir. Lo único que me importaba era que al fin estaba a su lado, al fin había regresado a casa.

–¿Quieres que me mueva para que te acomodes mejor? –Preguntó al fin, intentando moverse para salir debajo de mí.

–Ni se te ocurra –Contesté, abrazando su cuerpo con el mío en un infantil intento por inmovilizarlo. Claro, bastaría menos que un pestañeo para zafarse de mí si lo intentara. Pero no lo haría, estaba bastante segura de ello.

Me sentía agotada pero feliz. Incapaz de moverme, como si los huesos de mi cuerpo se hubieran vuelto líquidos. No sabía que hora era, pero imaginé que el alba no estaría demasiado lejos. Me resistía a pensar en ello, ya que en cuanto el sol saliera nosotros debíamos seguir nuestro camino para reunirnos con mi familia y emprender la marcha sobre los Vulturi.

–Yo tampoco quisiera irme. Desearía poder quedarnos aquí para siempre, así… –Pronunció con un susurro ronco. Me sorprendí un poco, era como si me hubiera leído la mente; inmediatamente recordé lo que me había contado la tía Alice sobre el sellamiento: era una unión tan profunda entre dos vampiros, que emociones, pensamientos y sensaciones iban unidas, sin saber donde empezaban las de uno y terminaban las del otro. Algo que iba mucho más allá del cuerpo, la mente o el alma. Un compromiso, una unión para siempre.

O hasta donde yo durara.

–Gracias –Prosiguió con la voz cargada de dulzura, después de un breve silencio.

Levanté la cabeza ligeramente, con la ceja arqueada, sin saber a qué se debía el “gracias”.

–Por permitirme volver a ti –respondió a mi pregunta no formulada –Por regresar a mi.

Sonreí.

–Me siento una completa idiota por resistirme tanto tiempo. Ahora lo entiendo, era inevitable no terminar juntos. Siento que por mi terquedad perdimos demasiado tiempo.

–Si no fueras terca, no serías tú. Es parte de tu encanto.

–Bobo…

Pero mi sonrisa le quitó cualquier seriedad a la palabra. Stan volvió a besarme, ahogando mi risa, y de paso, cualquier pensamiento que pudiera tener. Era increíble la facilidad con la que me desconectaba de todo a la menor caricia de su parte. No me sentía capaz de parar, de separarme de él ni por un segundo… pero hasta que ya no pude respirar, porque de hasta eso me había olvidado, fue que interrumpí el beso.

–¡Wow! –dije con un hilito de voz, mientras trataba de llenar de mis pulmones con el suficiente aire como para echar a funcionar el cerebro.

–¿Pasa algo?

–Nada… solo que… me olvidé por un momento de respirar y… ¡Vaya! Creo que empiezo a entender mejor la explicación de tía Alice sobre el sellamiento.

–¿Bastante fuerte, verdad? Había escuchado algo sobre ello, pero siempre creí que eran tonterías, un mito más sobre nuestra especie.

–¿Lo sientes? –pregunté con seriedad. No podía explicar exactamente que era eso nuevo, esa sensación, sentimiento o lo que fuera. Era tan nuevo, tan intenso y extraño, que no había siquiera una palabra exacta para describirla. O entenderla. Pero quería asegurarme que yo no era la única que se sentía así, que no estaba loca y que Stan se sentía igual que yo.

–Si. Y estoy igual que tú, no puedo ponerle palabras, solo… –inhaló profundamente, mientras se rascaba la cabeza, como si intentara aclara sus ideas. –Simplemente, nos pertenecemos. Así de sencillo y complicado como suena.

Guardé silencio. Sí, nos pertenecíamos de una forma tan sencilla de entender para nosotros, y tan complicada para los demás. No sería fácil de explicar a mi familia, pero con su aprobación o no, mi destino estaba atado al de Stan; mi lugar era junto a él.

Stan se giró un poco, con cuidado, deslizándome con suavidad hasta quedar ambos de costado, frente a frente, abrazados mientras enroscaba una pierna a la suya. No había necesidad de palabras, con una mirada, con un acaricia podíamos entendernos a la perfección.

Deslizó con suavidad y lentitud su mano derecha a lo largo del costado de mi abdomen, hasta las caderas. Cerré los ojos, permitiéndome disfrutar la caricia, arrullándome con la cadencia del movimiento. Empezaba a sentirme adormecida cuando preguntó:

–¿Me dirá qué significa el tatuaje? –su mano se detuvo justo encima del dibujo.

Abrí los ojos y posé la mirada hasta la cadera izquierda, mientras recordaba el momento en que había entrado a un negocio de tatuajes en el Bronx. Un lugar que distaba mucho de ser higiénico o de operar de forma legal, y cuya clientela eran los adictos y pandilleros del barrio.

–¿Un mal recuerdo?

Supongo que arrugué el gesto con desagrado, pues detecté la preocupación en su voz.

–Algo así. Me lo hice en un impulso dentro de mis días oscuros… Yo… Había días que eran tan terribles, tan dolorosos, que incluso el solo respirar me lastimaba. Fue un día de esos, así que empecé a beber desenfrenadamente, intentando entumecer mis recuerdos, parar el dolor; en un momento, me quedé sin una gota de alcohol, así que salí a comprar más. Camino a la licorería, pasé por un lugar donde hacían tatuajes, o por lo menos, esa era la fachada que usaban para otro tipo de negocios.

»No recuerdo haberlo pensado mucho… no estoy muy segura, pero el caso es que de pronto me vi en una especie de camilla, sobre una mugrienta sábana blanca, lista para marcar mi cuerpo con algo que jamás me permitiera olvidar.

–Te refieres a lo que pasó en la reserva.

–Sí. Quería castigarme de todas las formas que fueran posibles, y eso incluía jamás permitirme olvidar.

Ambos volteamos la mirada al tatuaje.

No se podía decir que fuera precisamente una obra de arte; el tipo que lo hizo se dio un “pase” antes de ponerse a trabajar, e incluso me había ofrecido una “línea” y una cerveza para amortiguar el dolor. Solo le acepté la cerveza y después de darle una rápida explicación de lo que quería, lo dejé trabajar sobre mi piel.

El diseño era una agrietada luna menguante, en cuyo cuerno estaba sentada una esquelética hada con las halas rotas, abrazando sus rodillas con sus propios brazos mientras enterraba el rostro entre ellas. No había ni una sola gota de color, no lo había permitido. Todo en negro, blanco y gris. Debajo de la luna, había una frase en letras temblorosas: “Nunca olvidar. Nunca perdonar”.

Al día siguiente, después de una buena resaca, me arrepentí de mi arrebato. Pero ya no había forma de borrarlo. Primero, porque no podía costearme el tratamiento a láser que se necesitaría para eso, y segundo, porque tenía prohibido recurrir a cualquier médico a riesgo de que descubrieran que mi cuerpo no funcionaba igual que el del resto de la humanidad.

–No es precisamente “bonito” –dije, dejando de lado mis recuerdos –pero me sirve para recordar cada uno de mis errores.

–¿Incluyendo el habértelo hecho en medio de una borrachera?

–Incluido ese. Y todo el desastre que fui dejando a mi paso en estos últimos años… el dolor que cause, y… –sentí un ligero picor en los ojos mientras mi voz se debilitó.

–No, moje láska, no te pongas triste –me abrazó con fuerza y depositó un rápido beso en mi frente, buscando reconfortarme.

Respiré profundo, intentando controlarme. No era momento de traer fantasmas del pasado. No podía ni quería empañar esos instantes de felicidad con Stan. No era justo para él.

–¿Qué tanto crees que se enoje tu padre cuando sepa sobre nosotros? –Pronunció burlón, mientras agradecí en silencio el que decidiera cambiar de tema –Presiento que la próxima vez que nos veamos, tendré suerte si no me rompe la cara como mínimo.

–¡Claro que no! Papá no se atrevería.

–No creo que reciba la notica de que estamos juntos de nuevo y esta vez, para siempre, con una gran sonrisa. Dudo que de saltitos de felicidad.

–No, pero… –sonreí. Papá se pondría furioso, eso podía jurarlo. –Tienes razón, se va a poner lívido contigo y conmigo.

En el pasado, mi padre había logrado separarnos. Lo había hecho porque realmente creía que estaba protegiéndome y salvándome de cometer un error que podría lamentar. Había creído que al alejarme de Stan, lograba salvarme de un futuro bastante negro. Nada más alejado de la realidad.

Y aunque me había molestado al descubrir lo que había hecho, al final entendí sus motivos, estuviera o no de acuerdo con ellos. Era mi padre, y lo único que quería era lo mejor para mí.

–¿Qué crees que le va a enojar más? ¿Qué estés conmigo o que sea yo quien te convierta?

Que sea yo quien te convierta…”

La frase resonó como un eco en mi cabeza.

¿Había escuchado bien?

–¿De qué hablas? –pregunté con toda la confusión reflejada en mi voz, y muy seguramente, en mi gesto arrugado. Incluso me apoyé en los codos para elevar mi posición y mirarlo directamente a la cara. Quería asegurarme de entender bien.

–Ahora eres mía y, por mucho que él sea tu padre, no puedo permitir que nadie que no sea yo te convierta.

–¿De qué hablas? –repetí. Definitivamente algo se me estaba escapando.

–¿Olvidaste lo que nos dijo la Señora esta noche? –respondió él, con una pregunta a su vez. –Los híbridos como tú no viven para siempre. Y aunque sé que tu padre ha luchado a toda costa por mantenerte tan humana como sea posible, esta vez estará de acuerdo en que es necesario convertirte. Tus padres no te dejarían morir.

–Sí, ellos intentarían por todos los medios evitar que me pasara algo, pero, no pienso ni quiero que me conviertan.

–¿Entonces, seré yo quien lo haga? –Pronunció con una amplia sonrisa y un peculiar brillo en la mirada.

–Creo que no me expliqué bien: no quiero que ni mis padres ni tú ni nadie me conviertan. No seré un vampiro totalmente. Seguiré tal como estoy, mitad humano, mitad monstruo hasta el último día de mi existencia.

Solté con seriedad, como las palabras definitivas de un juez antes de marcar sentencia con el martillo en mano. La sonrisa de Stan se congeló primero y desapareció un segundo después. La habitación quedó en un hueco silencio, mientras nos mirábamos sin parpadear. Él, intentando comprender lo que yo había dicho. Yo, esperando la explosión.

1…

2…

3…

–¿Qué demonios significa eso? –Stan se sentó tan recto como fue posible, pronunciando cada palabra con lenta dureza, haciendo más evidente el acento checo al hablar mi idioma. Apenas si había levantado la voz y su rostro era una estoica máscara. Pero lo conocía bien, y sabía que debajo de esa aparente indiferencia, estaba bullendo ese temperamento tan de él, listo para hacer explosión a la menor provocación.

–Significa eso: que yo dejaré que el tiempo corra sobre mí, que deje sus marcas, que mi cuerpo dure lo que tenga que durar.

–¡No! No pienso perderte, ¡jamás! –Se levantó de un salto, importándole un comino estar tan desnudo como el día que vino al mundo. Se mesó el pelo con exasperación mientras murmuraba una retahíla de palabrotas.

–Stan, por favor, cálmate. –intenté utilizar el tono más sereno posible, intentando mantener la tranquilidad.

–¿Qué me calme? ¡Ja! ¡Debes estar de broma! –Lo vi respirar profundo una y otra vez; era evidente que estaba tratando de controlar la furia que corría como lava ardiendo por sus venas.

Sin mucho esfuerzo, me agarró de los hombros, obligándome a ponerme de rodillas sobre el colchón, con su rostro cerca del mío, sintiendo su helado aliento sobre mi piel.

–¿Por qué? ¡No es justo lo que quieres hacerme! Ya he perdido a antes a quién he amado… no me pidas que me cruce de brazos y me resigne a perderte a ti también. No, me volvería loco… ¡No puedo!

Lo miré, y en sus ojos encontré el dolor y la desesperación. No supe si de forma voluntaria o no, pero mi don se echó a andar, y vi rápidos destellos de sus recuerdos de las muertes de Maia, su primera esposa, y de Annie, su hija. Tuve que hacer un esfuerzo descomunal para romper la conexión entre sus recuerdos y yo, no quería ver más, no soportaba verle sufrir.

–Stan… no, quiero hacerte daño, no quiero que sufras…

–Eso es lo que vas a lograr si dejas que te vea envejecer, que te deje morir sin hacer nada…

–No quisiste esto para tu hija…

–¡No es lo mismo, y lo sabes!

Respiré hondo. Utilizar el recuerdo de Annie era jugar sucio, así que tenía que defenderme con mis propias armas.

–Stan… te amo, y te juro que deseo estar únicamente contigo, pero…. –hice una pausa, intentando acomodar mis pensamientos, deseando buscar las palabras exactas para explicar lo que sentía. –Toda mi vida me he sentido como una especie de títere, atada por un montón de designios y profecías que tenía que cumplir al pie de la letra. Tenía una vida trazada, un camino perfectamente diseñado del que no podía desviarme ni un centímetro, y cuando lo hacía, un montón de cosas malas pasaban.

Stan hizo un intento de interrumpirme, de refutar mis palabras, pero me adelanté y seguí con mi discurso:

–Ya sé, sueno muy melodramática, pero quiero que entiendas como me he sentido toda mi vida. Nunca me sentí realmente dueña de mi vida, porque hiciera lo que hiciera, yo tenía un destino qué cumplir. Nacida para a ser siempre la misma, jamás cambiar.

»¿Sabes qué significa para mi lo que escuché de la Señora, la historia de Sibila? Un híbrido como yo, que vivió una vida, que creció, vivió muchos años, envejeció y murió. ¿Sabes qué es eso?

–Cambio. –contestó con un murmullo seco.

–Si, cambio… La oportunidad de experimentar lo que cualquier otra persona. Me llevará más tiempo, pero algún día envejeceré, mi pelo se llenará de canas y mi cuerpo de arrugas; no tendré que jugar para siempre a la adolescente, repetir el mismo papel una y otra y otra vez hasta el hartazgo… Algún día, me tocará ser a mí la Abuela Cullen y podré mandar a los demás –dije con sonrisa forzada, intentando aligerar el ambiente, sin ningún resultado.

Stan me soltó, como si el contacto le quemara. Su rostro parecía grabado en granito, con el ceño duro, impasible. Pero sus ojos eran un par de pozos negros de furia y dolor.

–No, lo siento, no puedo aceptar menos que para siempre. No me pidas que te deje ir, que me quede cruzado de brazos esperando el día que tú… No, no puedo.

–¿Y eso qué significa entonces? –pregunté seria. Era como darse de topes contra la pared. ¿Era tan difícil de entender el por qué no quería convertirme?

–Te entiendo. –Pronunció –Pero entiéndeme tú a mí también… ¿O acaso no quieres estar conmigo? ¿Es eso lo que te pesa?

–¡No! Estás equivocado. ¿Cómo puedes pensar eso después de habernos unido? Yo quise hacerlo, quise que nuestro sellamiento fuera completo. Lo elegí porque así lo sentí, porque así lo quiero, lo deseo.

»Además, una vez me dijiste que luchara contra el monstruo interior con todas mis fuerzas, ¿lo recuerdas? Tú tampoco querías que me convirtiera.

–Cierto, pero muchas cosas han cambiado desde entonces. Eso fue antes de saber que tu vida tiene un fin.

–Pero yo no necesito una eternidad. Me conformo con vivir mi propia vida, contigo a mi lado. ¿No es suficiente para ti?

No respondió. Se limitó a dirigirme una larga mirada.

Habíamos llegado a un impasse. Ambos éramos lo suficientemente tercos como para no dar nuestro brazo a torcer. Y eso era lo que iba a suceder, yo no pensaba cambiar de opinión. Cada uno con nuestros genios, con nuestra obstinación. Era el choque de dos temperamentos, dos convicciones demasiado férreas y demasiado orgullosas como para ceder ante el otro.

–Convertirme no sería fácil para mí. –Proseguí –Realmente no creo tener la fuerza necesaria para llevar la vida “vegetariana” que lleva mi familia. Siendo mitad humana y mitad monstruo, la lucha por mantener a raya mis instintos más básicos es demasiado dura. Simplemente no creo poder ser como los Cullen, no creo alcanzar el estándar de ellos.

»Ya he tratado de vivir conforme a lo que ellos esperan de mi, o por lo menos a lo que yo creía que esperaban de mi, y casi me destruyo en el camino.

Sabía que él estaba molesto y yo empezaba a estarlo por su terquedad. No me gustaba estar peleando cuando un par de minutos antes estábamos abrazados, felices de al fin estar juntos después de tantos tropiezos. Tal vez sería bueno poner un poco de distancia, dejar que los ánimos se tranquilizaran.

Lancé un rápido suspiro y me di la media vuelta para meterme al pequeño baño del departamento.

Tenía ganas de llorar, de gritar, de hacer que él me entendiera. ¿Realmente era difícil de comprender lo que sentía?

Encogí los hombros antes de apartar la cortina de baño y meterme bajo el grifo de la regadera. Por suerte, esta vez no tuve problemas para regular la temperatura del chorro de agua. Me metí debajo de él, con los ojos cerrados, dejando que el agua se llevara, a parte del sudor, la tensión de mis músculos y un par de lágrimas que se deslizaban por la piel de mis mejillas.

Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no pensar, para que mi mente estuviera en blanco. No quería pensar en nada de lo ocurrido en la noche; no quería revivir nada de la Señora, de la llegada de los Vulturi, y mucho menos, en la terquedad de Stan. Solo quería pensar en lo feliz que había sido en sus brazos, como latía mi corazón con solo una mirada de él… como lo amaba de una forma estúpidamente irracional e irremediable. Yo le pertenecía de la misma manera en que él me pertenecía, pero eso no parecía ser suficiente. El quería un “para siempre”, y yo necesitaba únicamente toda mi vida para amarle.

–Te amo, lo sabes. –Me sobresalté, al sentir como me rodeaba con sus brazos por la cintura, mientras su frío aliento chocaba contra el lóbulo de mi oreja izquierda. –Por eso es duro que me pidas que te deje ir cuando no hemos podido estar juntos ni un solo día.

–Stan… –me giré, para quedar frente a él. Deslicé mis brazos alrededor de su cuello, pegando su cuerpo contra el suyo, acercando su pecho al mío.

–No insistiré, o no lo haré por el momento. –Pronunció mientras me apretaba más contra él, mientras posaba un lento beso en la base de mi cuello. –Pero eso no quiere decir que no intentaré hacerte cambiar de parecer. Y te advierto: voy a echar mano de todo lo que tenga a mi alcance, voy a jugar sucio. Lo que sea con tal de mantenerte a mi lado, siempre.

Sus ojos brillaron con fuego. Sabía lo que significaba esa mirada.

Si pensaba contestarle algo, la verdad es que no lo recordé. Bastó con que sus labios devoraran los míos para que cualquier protesta se esfumara. En esos instantes, lo único que deseaba era tocar una vez más el cielo junto a él.

–¿Puedo pedirte algo? –Dije, una vez que los espasmos del éxtasis habían abandonado mi cuerpo, y cuando me sentí capaz de hilar más de dos palabras a la vez. Había una sola toalla seca en el baño, Stan me la cedió. Me envolví rápidamente con ella, mientras empecé a desenredarme los mechones del pelo con las manos.

–Dime.

–Que mi familia no se entere de lo que hemos descubierto esta noche. No quiero que mis padres tengan algo más de qué preocuparse en estos momentos.

–Está bien. Pero no puedo asegurarte que Emmett no diga algo, o que a tu padre no se le ocurra darse una vuelta por mi mente y se entere.

–Conociendo a mi tío, sé que se lo guardará hasta que pase todo esto con los Vulturi. Pero se los dirá, como tú también lo harás.

–Te dije que voy a echar mano de todo lo que pueda para hacerte cambiar de opinión, aunque eso signifique que por fin en algo tu padre y yo vamos a ponernos de acuerdo.

Esbocé una sonrisa ladeada. Una vez que mis padres se enteraran que yo no era inmortal, se unirían en la cruzada de Stan por hacerme cambiar de opinión. No necesitaba ser pitonisa para saber qué eso era lo que ocurriría.

–Supongo que el no querer convertirte significa que quieres vivir cada experiencia humana que puedas.

–Quiero vivir la vida, tomar mis decisiones, cometer mis propios errores. Sin importar a donde me lleve eso.

–¿Eso incluye tener hijos?

La sonrisa que tenía en mis labios se congeló, desdibujándose para dejar paso a un rictus seco. Me ajusté un poco más la toalla sobre mi pecho y salí del cuarto de baño. De pronto, se me antojó algo claustrofóbico.

–Sabes que no puedo tenerlos. –Contesté, agradecida de que la voz me sonara clara. Por una vez en la vida, no había perdido el habla como solía sucederme cada vez que tocaba el tema de mi imposibilidad de tener hijos.

–Dijiste que había una posibilidad…

–Una menor al 5%, lo que es prácticamente nula.

–Pero existe esa posibilidad.

–¿Y a qué viene esto al caso? –pregunté –¿Es que has cambiado de opinión en estos años y ahora sí quieres volver a ser padre?

–No –contestó seco –No he cambiado de opinión.

–¿Entonces?

–Solo me preguntaba que si parte de tu renitencia a pasar una eternidad conmigo era precisamente porque alguna vez te había dicho que yo no quería tener más hijos.

–Bueno, pues somos perfectos el uno para el otro: tú no quieres tener hijos, y yo no puedo dártelos. Así que no tiene caso hablar de eso.

–Si pudieras, ¿eso cambiaría las cosas? ¿Estarías conmigo?

–El hubiera no existe…

–Contéstame.

Lo miré fijamente, intentando entender el por qué estábamos hablando de algo que no iba a suceder.

–Si pudiera tener hijos, me hubiera gustado que fueran tuyos. Trataría de convencerte para tenerlos.

–¿Lucharías por ello así como yo pienso hacerlo por mantenerte a mi lado?

–Probablemente.

–Y si me hubieras convencido, y tuviéramos un bebé, ¿eso te haría cambiar de idea sobre el convertirte?

Guardé silencio. Si fuera a tener un hijo de Stan, al ser hijo de un vampiro y de un semivampiro, bueno, era lógico que fuera más monstruito que humano, y tal vez la pasaría tan mal como mamá cuando me tuvo a mí. Obviamente, querría ver a mi hijo crecer, estar con él, así que si convertirme era la única opción para ello, lo aceptaría sin dudarlo.

–Supongo que eso significa que sí.

–Eso significa que ya no quiero seguir hablando de algo que jamás va a suceder. –respondí.

Stan iba a contestar algo, cuando un par de golpes en la puerta llamaron nuestra atención.

No tenía idea de qué horas serían, pero puesto que el sol todavía no salía, supuse que no sería una hora precisamente como para hacer visitas sociales.

A velocidad vampiro, Stan se puso un par de vaqueros antes de llegar a la puerta.

Con un simple ademán de su mano, me indicó que me quedara quietecita, atrás y lo más alejada de la puerta.

Con cada músculo de la espalda completamente en tensión, se acercó aún más para echar un vistazo por la mirilla.

Yo también estaba un poco tensa, preguntándome quién o qué estaría llamando a la puerta. Pero supuse que si fueran los Vulturis, lo último que harían era echar mano de los buenos modales para entrar al departamento y tratar de arrasar con nosotros.

Stan pareció relajarse un poco y abrió la puerta, para mi sorpresa. En un parpadeo, delante de mis ojos apareció una vampira. Algo me dijo que pertenecía al clan de las Erinias.

–¿Qué haces aquí, Freyja? –Preguntó mientras cerraba la puerta nuevamente.

La tal Freyja era altísima, casi unos 5 centímetros por arriba de Stan. Vestía un sencillo pantalón de mezclilla y un suéter negro con botas del mismo color. Tenía el pelo rubio rojizo amarrado en una larga coleta que le llegaba hasta más allá de la cintura. De una de sus manos colgaba un pequeño maletín gris plomo.

Como el resto de las Erinias, era de facciones perfectas, pero había algo que te provocaba que la sangre se te helara.

–Eros me ha enviado.

–¿Por qué? ¿qué ha pasado?

La vampira frunció el ceño. Era evidente que aquello que estaba recordando la llenaba de furia.

–Los Vulturis. Llegaron al mismo tiempo que ustedes abandonaban el lugar.

–Lo sé –respondió Stan –Eros y algunas de las demás nos ayudaron a salir sin que ellos nos notaran. Aunque hubo uno que sí se percató de nuestra presencia y nos siguió.

»Tuve que matarlo.

–Resulta que sabían que ustedes estaban ahí. Descubrieron su rastro.

–¿Queeeé? –la voz me salió en un chillido.

–La tal Jane le exigió a Eros que los entregara. Amenazó con destruirnos si no obedecía.

–¿Eso significa que vienes por nosotros? –pregunté nerviosa. Claro, ahí éramos dos contra una, pero eso no significaba que el edificio no estuviera rodeado por el resto del clan. Y teniendo en cuenta que eran vampiros mucho más viejos y mañosos que nosotros, era claro que estábamos en desventaja.

–No… Eros se rio en su cara y le respondió que no sabía ni le interesaba cuál era el conflicto entre ellos y ustedes. Le dijo, además, que nosotros éramos un pequeño grupo que prefería mantenerse al margen de los conflictos y que cualquier hermano vampiro era bienvenido en nuestro negocio.

»Jane se puso furiosa ante la negativa y juró que nos íbamos a arrepentir de encubrirles. Nina se había acercado a ellos en esos momentos a ellos. Algo le hizo a Nina, Eros dice que usó su don sobre ella

Freyja seguía de pie casi apoyando su espalda contra la puerta. Su cuerpo estaba rígido, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por contener una descomunal furia. Tenía la mirada de una asesina y la verdad es que solo el dedicarle una mirada me ponía los pelos de punta.

–De ahí, fue un caos. –Prosiguió – Eros se enfureció y se fue encima de Jane, los otros Vulturis que la acompañaban también entraron… Se armó en grande. En un parpadeo, todo se llenó de gritos, golpes, un completo caos. Y después, vino el fuego.

–¿Y qué pasó?

–Alguien le prendió fuego al lugar. Apenas si pudimos sacar a Madre de ahí.

Recordé que el burdel estaba atestado de clientes, vampiras y algunos empleados humanos. ¿Qué habría pasado con ellos?

–¿Lograron salir todos?

–Dos de mis hermanas… Nina y Veronika –la Erinia apretó más el de por sí duro gesto –No lograron salir.

–¿Y la gente que estaba ahí? Los humanos.

Me lanzó una mirada como si le hubiera preguntado una superficialidad en medio de una gran tragedia.

–Fueron pocos los que pudieron salir de ahí… Eros está furioso, ¡no solo mataron a nuestras hermanas, nos quitaron el negocio de las manos! Y por poco nos descubren…

»Se nos ha liado todo. Eros está furioso porque esta vez ni con todo el dinero que tenemos va a poder evitar el escándalo. El lugar se llenó de patrullas, ambulancias y un montón de curiosos.

¿Realmente eso era lo que les preocupaba? ¡Era increíble! Un montón de gente inocente había quedado atrapada en medio de un incendio, y lo único que les importaba es que se habían quedado sin prostíbulo que regentear.

­–¿Sabes algo de los otros? –preguntó Stan. Recordé que Neema y tío Emmett habían salido huyendo de ahí al igual que nosotros. Me sentí culpable, pues en toda la noche no había pensado en ellos. Si uno de los Vulturi había ido tras nosotros, ¿quién podría asegurarme que Neema y mi tío no hubieran corrido con la misma suerte?

–Lograron huir.

–¿Y qué es lo que haces aquí? Deberías estar con tu clan, ¿Qué no?

–Eros quiere sangre, y no precisamente humana. Tengo órdenes de escoltarlos.

–¿A dónde? –Pregunté

–Vamos a reunirnos con Emmett y su grupo. Eros ha decidido unirse al ataque a Volterra. Esto ya no es solo su pelea. Ahora es nuestra venganza.

La vampira dijo casi con placer, como si pudiera saborear la sangre de sus enemigos con cada palabra pronunciada. Incluso, podía jurar que el rojo de sus ojos se había vuelto de un tono mucho más brillante e intenso.

Involuntariamente, me recorrió un escalofrío por toda la espalda, como advirtiéndome de que estaba delante del peligro, de un monstruo que podía ser un adversario letal.

Tal vez no debería de temerle a ese tipo de miradas cargadas de odio. No era la primera con la que me topaba en mi vida.

Aunque esta vez, ese odio no iba dirigido a mi.

De pronto, una idea iluminó mis pensamientos, y después de mucho tiempo, sonreí con ganas.

La balanza al fin se había nivelado, incluso, se podía decir que estaba a nuestro favor. Los Vulturis podían ser un enemigo poderoso, letal. Pero nosotros contábamos con un arma bajo la manga: teníamos la representación física de lo que significaba la palabra “maldad”.

Los Vulturi iban a caer. Y de una forma es-pec-ta-cu-lar.

lunes, 20 de septiembre de 2021

Hola… de nuevo

 Se que han pasado muchos meses, días, minutos desde la ultima vez que anduve por aquí 

Me fui porque la vida me pasó por encima, me abrumé con tantas cosas que simplemente perdí el camino. 

Gracias a quienes estuvieron al pendiente de mi, no solo por dar cierre a esta historia, sino también por mi historia como persona.

Siento mucho haberme alejado de pronto, solo que para cuando me di cuenta, el tiempo se había ido como el agua y yo no estaba en el mejor momento para retomar la historia.

Espero que tod@s estén bien, que todavía tengan la dicha de tener a su lado a la gente que aman. A quienes han pedido familiares, amigos, los abrazo con todo mi corazón y espero que cada día sea más llevadera la ausencia. 

Gracias por estar y por dedicarme de vez un cuando un pensamiento… gracias por no olvidarme 😘


PRELUDIO

 

“¡Mierda!”, pronuncié en mi mente, en sentido figurado y literal, cuando pisé por enésima vez algo pastoso con la suela de mi bota. Trataba de no ser tan remilgosa, teniendo en cuenta lo que se nos venía encima, pero no podía evitar arrugar la nariz con el fétido olor del agua sucia que corría a través del oscuro túnel subterráneo de Volterra. Caminaba por una especie de cornisa, negándome del todo a entrar en el agua, como lo hacían los demás sin inmutarse. De vez en cuando caía en ella, pero nuevamente retomaba mi camino.

Para alguien que había estado acostumbrada a cazar con sus propias manos y dientes animales tan feroces como pumas, osos y hasta un león, era bastante absurdo tenerles tanto miedo y asco a las ratas que pululaban por ahí. Así que tenía que aguantar, morderme los labios para no gritar y avanzar al lado de los demás.

Habíamos estado caminando en la oscuridad desde hacía media hora, desde San Gimignano hasta llegar a la compleja red de túneles subterráneos de Volterra. A medida que iban presentándose bifurcaciones, el contingente había ido separándose, tomando su lugar en el perfecto y temerario plan de ataque que habían armado en los días previos. Por momentos, un frío temblor me recorría por la espina dorsal, instándome a dar media vuelta y salir corriendo a toda velocidad, poniendo toda la distancia entre el peligro y yo.  Pero luego, casi de inmediato, una voz resonaba en mi cabeza, recordándome todo lo que estaba en juego ahí y por qué no podía huir como una cobarde. Eso era todo lo que necesitaba para jalar la rienda al miedo y regresarme al juego.

­–Alto –Susurró Emmet, mientras levantaba la mano derecha, bien estirada y echaba una rápida mirada sobre el hombro, enfatizando la orden.­ ­–Nos estamos acercando al lugar donde Alejandro colocará las cargas de C4. A partir de aquí, nos dividiremos en grupos más pequeños. Stan, Nessie  y Freyja, ustedes seguirán por la derecha,  en el siguiente tramo, cerca de uno de los accesos al gran salón.

No dije nada, ¿qué podría decir salvo que sentía una corriente helada por mi cuerpo, parte anticipación, parte miedo por lo que pasaría en un par de minutos?. Alguna vez había fantaseado vengar la muerte de aquellos que perdimos esa fatídica noche, años atrás. Alguna vez había imaginado qué se sentiría arrancar esa sonrisa tan autocomplaciente del rostro de Aro; claro, lo había imaginado y disfrutado mientras me bebía solita un par de botellas de tinto… pero desear una cosa y estar realmente frente a ella, era todo un viaje muy diferente.

–Si el humano Swan está alojado en la “habitación de invitados especiales” – enfatizó Neema haciendo con sus dedos unas comillas al aire – los lobos y yo también tendremos que seguir ese túnel.

–Si mi padre está ahí, yo debería con ustedes – pronunció mi madre, decidida a ser algo más que el escudo protector portátil contra Jane, como había protestado mientras afinábamos últimos detalles de nuestro ataque. El que mamá fuera de naturaleza tranquila, no quería decir que no supiera dar un buen golpe; si algo había descubierto, es que en estos años de mi ausencia,  mamá había estado aprendiendo a luchar, porque ella sabía que algún día los Vulturi volverían por nosotros, y no pensaba quedarse simplemente de pie, haciendo lo suyo, atenida a que alguien más se encargara de su protección. Odiaba pelear, odiaba hacer daño, pero no era una tonta que se quedaba de brazos cruzados mientras los demás arriesgábamos el pellejo.

–Bella – papá apretó la mano de mi madre, atrayendo su mirada –Sé que quieres ir por Charlie, pero tenemos qué atenernos al plan inicial. No podemos improvisar.

»Necesitamos atacar por todos los frentes, arrinconar a los Vulturi mientras dejamos que Jake y Seth rescaten a Charlie y… a Leah.

Fruncí el ceño, aprovechando que los quileutes estaban a mi espalda. Yo no me tragaba el cuento que Leah era inocente en todo este embrollo; cada minuto que pasaba, mi corazón y mi cabeza se convencían de que la loba había sido quien había secuestrado y entregado a mi abuelo.

–Bien, entonces, es hora de seguir. Asegúrense de tener bien ajustados el equipo de comunicación –tío Emmett señaló a los auriculares y pequeños micrófonos que nos habíamos ajustado antes de partir de San Gimignano –Y no dejen de estar al pendiente de sus relojes. Alejandro va a volar este maldito castillo justo cuando se marque la última campanada de la media noche. Debemos estar fuera de las murallas antes de que pase esto.

Volteando a mirar el reloj inteligente que traía en la muñeca izquierda, me di cuenta eso nos daba menos de una hora para atacar.

Tenía que reconocer que la parte de volar un edificio con un montón de siglos de antigüedad, sin mencionar que había un pequeño margen de posibilidad de víctimas humanas colaterales, era la parte que menos me encantaba de nuestros planes, pero el tiempo del abuelo Charlie se agotaba, nuestro margen de maniobras era muy estrecho.

Y para demoler un edificio, reducirlo a algo tan fino como arena en el desierto, Alejandro era el indicado para que se encargara de ese tipo de cosas, según había entendido. No había cruzado ni una sola palabra con el socio del tío Emmett, no solo porque había estado demasiado ocupada con mis propios problemas personales, sino porque el tipo me daba un miedo hasta la médula. Se lo había comentado ha Stan, quien me respondió: –Mantente apartada de él. Está jodidamente loco. Sinceramente, no sé por qué Emmett lo tiene a su lado, o como logra controlarlo, pero es una bomba de tiempo andante. En vida humana, fue un pirómano y asesino en serie. . Eso bastó para evitar cruzarme incluso por accidente con el tal Alejandro. Ya no quedaban vacantes en mi vida para “vampiros dementes y peligrosos”.

Sabía que mis padres tampoco estaban muy felices de no estar conmigo en esta parte del plan; pero como había dicho tío Emmett, era necesario atacar por todos los flancos, y eso significaba formar pequeñas células de ataque.

Seguimos avanzando apenas un par de metros más, antes de llegar un túnel mucho más estrecho y pestilente que por que habíamos andado. Emmett hizo un ligero movimiento de cabeza, al que Stan  y Neema respondieron de la misma manera; esa era nuestra señal. Con un profundo suspiro, y antes de dirigirles una mirada a mis padres, que esperaba les diera la pequeña tranquilidad de que nos veríamos más adelante, con el abuelo Charlie a salvo y muy lejos antes de que se nos viniera un montón de escombros encima.

Fue inevitable que no arrugara aún más el rostro del asco que sentía por los pútridos aromas que invadían mis fosas nasales a medida que avanzábamos en la oscuridad. Y que el agua fuera subiendo de nivel a medida que nos internábamos en este tramo del camino, tampoco ayudaba en nada; había visto por lo menos flotar los cadáveres de 5 ratas, de los cuales, uno me había rosado un brazo. Sabía que era una estupidez ponerme en ese plan tan remolón, cuando íbamos a meternos de lleno a una pelea sin cuartel contra nuestros peores enemigos. Y eso me enojaba, me enfurecía estar molesta por una estupidez superficial. Y de eso tenía la culpa la maldita Señora.

Sí, al darme su sangre, mi cuerpo había sido dotado de una fuerza casi similar a la de los vampiros; mis sentidos se habían agudizado tanto que podía ver sin esfuerzo en la más profunda oscuridad, como lo estábamos haciendo en ese momento; mi olfato podía percibir cualquier aroma, así que la pestilencia me estaba acribillando la nariz en cada inhalación que hacía. Incluso, después de beber esa maldita sangre, mis heridas y malestares de días anteriores habían desaparecido por completo. Es más, aunque parecía una locura, podía jurar que las horribles marcas de mi brazo izquierdo, las que me había infligido Quil aquella fatídica noche, parecían haberse atenuado un poco.

–Seth y yo también tenemos qué apañárnoslas. –murmuró entre dientes Jake, sobresaltándome al sacarme de mis pensamientos. No me había dado cuenta que él ya me había dado alcance, mientras Stan y Neema iban a la cabeza, abriendo y marcando el camino a seguir.

–Pobrecitos de ustedes… –dije, medio sarcástica mientras pisaba con la punta del zapato algo de una consistencia medio extraña

–¿Y qué vas a hacer cuando el agua llegue hasta aquí? –levantó su mano hasta la altura de su barbilla. Abrí los ojos, sorprendida. No sabía hasta dónde podía llegar el agua, pero lo cierto es que ya me llegaba por arriba de las caderas. Imaginarme nadando en medio de esa inmundicia, pensar en que el cadáver de algún animal muerto, o algún desecho humano pudiera rosarme el rostro.

Quería salir corriendo a toda marcha de ahí, pero Emmett y Neema nos habían advertido que íbamos a tener que andar con cuidado. Aunque mi tío había recorrido cientos de veces ese pasaje, y estaba seguro que nadie salvo él, Neema y Stan habían estado al tanto de la existencia de esos túneles, no quería llevarse la sorpresa de que Aro y sus monstruos habían descubierto el lugar y  correr el riesgo de toparse con alguien de la guardia Vulturi.

–Puedo llevarte en mi espalda, si quieres… como en los viejos tiempos.

Esbocé una sonrisa ladeada. No supe qué contestar…  Era extraño recuperar esa sensación de camaradería entre  Jake y yo; una sensación de un tiempo muy  atrás, cuando no había habido dramas, sentimientos confusos, ni tristeza. Cuando había sido simplemente mi mejor amigo.

Antes de contestar cualquier cosa, desvié la mirada hacia más adelante y me encontré con la de Stan, quien al parecer, no descuidaba ningún detalle sobre mí, aún con una guerra encima.

El gesto no había pasado desapercibido por Jacob, que atinó a decir: –O tal vez no.

Un incómodo silencio se instaló entre nosotros, recordándonos en qué punto de nuestras vidas estábamos parados. Recordándonos que apenas si quedaban fragmentos de lo que alguna vez fue nuestra amistad.

–Será mejor que nos apresuremos, creo que ya nos llevan una buena distancia –realmente no era mucha, tal vez unos cinco metros a lo más. Pero necesitaba decir algo que rompiera esa incomodidad.

–Sí… tengo que ir a vigilar a Seth. No vaya a ser que se le ocurra alguna estupidez al amparo de la oscuridad.

Asentí y proseguí mi camino, con pasos más largos, dejando que Jacob se alejara hasta ponerse a un lado de Seth.

 Todavía no es tarde para dar media vuelta y huir.” Esa pequeña idea que había cruzado fugazmente por mi consciencia me sorprendió. Debía ser mi instinto de supervivencia. ¿Podía alguien culparme de sentir miedo a cada paso que me acercaba al palacio de los Vulturi? Porque por mucho que estuviera dispuesta a arriesgar mi vida para rescatar al abuelo Charlie, por más que hubiera recibido una dosis del equivalente a “anabólicos para vampiros” cortesía de la Señora, por más que me mentalizara en que saldríamos victoriosos de esa pelea, aun así no podía controlar el miedo que me recorría de arriba a abajo por cada una de mis terminales nerviosas. Porque siempre existía la posibilidad de no salir con vida de ahí; de perder seres queridos, de terminar en una peor condición… Años atrás, habíamos perdido a tantos, había cambiado todo en nuestras vidas o existencias, o como se pudiera decir.

Pero esta vez eres más fuerte, más rápida, más lista”.

Sonreí burlona. Tal vez fuera en mejores condiciones físicamente, pero “lista”, bueno, creo que a pesar de los miles de libros que había leído en mi vida, ese adjetivo definitivamente no me lo había ganado. Si fuera lista, no hubiera cometido tantos errores que al final me habían llevado al lugar donde estaba en esos momentos.

Piensa que esta vez, tendrás la oportunidad de patearle el trasero a Aro y Jane sin que te rompan el esqueleto en el intento”.

La sonrisa se hizo más amplia al imaginarme dándole una paliza a Jane. Sí, tenía qué animarme a mí misma con ese tipo de pensamientos. No había nada como levantar el ánimo la imagen mental de mi puño estrellándose contra el perfecto rostro de la “enana malévola”.

Después de todo, tal vez sí había salido algo bueno después del desastroso encuentro con la Señora.  Claro, sin contar con el hecho de que había accedido a que mi conversión a vampiro dependiera única y exclusivamente de ella, y si eso sucedía, sería su esclava por el tiempo en que ella lo deseara, y bien podría ser un día o una eternidad.

Beber esa pequeña cantidad de sangre no solo había puesto coléricos a mis padres y a Stan; las Erinias estaban encabronadísimas. Al parecer, solo Eros y Freyja habían tenido el honor de beber la sangre de su creadora. Las demás se sentían realmente ultrajadas y no entendían por qué su madre había tenido tal detalle con un bichito insignificante como yo. Y tampoco yo lo tenía en claro, era un completo misterio para mí.

Todavía trataba de asimilar de lo que me había enterado después de despertar, totalmente desubicada, el día anterior. Gracias a esa inesperada visita y lo sucedido después de, habíamos tenido que retrasar un día nuestro ataque.

Según lo poco que pudimos sacarle de información a Freyja y Eros, la Señora jamás daba su sangre a nadie, a menos que supusiera una ventaja para sus propios planes. Antes de que yo despertara, Freyja les había advertido a los demás que yo podría sentirme algo perdida una vez que despertara. Eran trocitos de información los que se habían dignado a darnos. No sé si por tozudez o porque era tal el domino de la Señora  en su clan, que estos quisieran o no, no podían decir más de lo que ella les estuviera permitido pronunciar.

Así que mi padre había tenido que recurrir a su don, sondear sus cabezas para saber qué era lo que se traían en manos. Fue como supo lo mal que había sentado entre el resto de las Erinias  el “privilegio” que se me había otorgado. Si no fuera porque tenían la orden tajante de que yo debía llegar entera, vivita y coleando a nuestra cita en Volterra, entre todas se hubieran encargado de destrozarme.

Mi familia tampoco se había tomado nada bien lo de la sangre y todo lo sucedido en el encuentro con la Señora. Papá, Emmett y Stan se habían encargado de decirles lo que había sucedido allá arriba. Mi padre sabía más que Emmett, obviamente. Cuando vio el arribo de Stefan y Vladimir, algo no le dio buena espina, así que se puso a rondar por las mentes de todos, tanto en las catacumbas como lo que sucedía metros más arriba.

Papá “escuchaba”, ataba cabos, iba hilando retazos de pensamientos, ideas… pero no terminaba de soltar prenda.

Algo no anda bien– había dicho. –Eso de tu enfermedad, de que tienes los días contados, no me lo termino de creer. Esa mujer buscó la forma de acorralarte, de acorralarnos para obligarte a aceptar el trato.

¿Pero por qué? – yo no me podía imaginar por qué haría tal cosa la Señora.

Los demás trabajaban a marchas forzadas, mientras los Cullen y Masaryk (como me consideraba ya) nos habíamos reunido para discutir lo que había sucedido conmigo. No es que tuviéramos el tiempo del mundo para intercambiar opiniones, filosofar o armar complots y consecuencias de lo que había pasado. De hecho, no podíamos obviar que nuestra prioridad era Aro y Volterra. Pero mi madre, mis tíos y abuelos querían detalles de nuestro encuentro con la Señora.

Quiere dominarnos. – sentenció Stan –He estado en contacto con el clan como para saber que aun moviéndose en las sombras, el deseo de dominar y someter a los demás es algo que no pueden dejar de lado.

Si después de todo resultaba que la Señora había montado todo un teatro con tal de acorralarme y no dejarme otra salida más que aceptar las condiciones que había puesto para seguir con nuestra alianza, lo importante era el por qué. ¿Por qué se había tomado tantas molestias?

Algún día, ella poseerá algo que tal vez yo deseé. Y entonces, tal vez llegue el momento de volver a negociar.”. Esas palabras no dejaban de retumbar en mi cabeza. Las había escuchado casi a la distancia, con la mente casi ahogada en la neblina de la inconsciencia y el dolor apoderándose se mi cuerpo una vez que bebí la sangre. Pero habían sido reales; mi padre y Stan me lo habían confirmado.

¿Qué es lo que podría querer de mí? ¿Un donante de riñón, médula ósea o de un pulmón? Lo dudaba, pero ¿qué podía ser? Lo único material que poseía era las joyas heredadas de tía Rose (que la Señora había dejado en claro que no le interesaban). Y Stan. Él era la posesión más importante de mi vida… pero si ella lo quisiera, lo hubiera podido apartar de mi lado cuando él había estado dispuesto a dejarme con tal de salvarme.

Odiaba esa sensación de incertidumbre, de que mi destino, mi vida no me pertenecería una vez más. Había luchado tanto por no tener que estar regida por leyendas y designios, por trazar mi propio camino, aunque no había sido ni el más fácil, ni mucho menos perfecto, pero lo había hecho. O eso había creído hasta la noche anterior.

Mi futuro, efímero o  eterno, dependía de esa mujer y lo que decidiera hacer con él.

Lancé un suspiro.

Había sido una estupidez haber callado ante mi familia el pequeño “detallito” de la hepatitis C que había contraído. Pero era parte de mi aún más estúpida naturaleza; no podía evitar esa necesidad de guardarme cosas… Era la fuerza de la costumbre, sabiendo que cualquier pensamiento, cualquier sueño, cualquier cosa dentro de mi cabeza estaría expuesta, ya fuera por el don de mi padre, o a causa del mío propio.

Cuando regresemos a casa, Carlisle te hará un chequeo completo.”, había dicho tajante mi madre. “Y no es algo opcional. Por una vez en la vida vas a hacerme caso sin protestas ni pretextos. Estoy cansada de que nos dejes fuera, y que por tu cabezonería, una vez más te pongas el peligro”. Lo único que atiné a hacer fue a asentir y quedarme dócilmente callada. Mi madre no había gritado, pero en sus ojos pude ver todo el dolor y el miedo que cargaba por dentro. No solo por Charlie, sino por mí, por mi padre, por la familia y amigos al completo. Mi encuentro con la Señora había sido la guinda en ese pastel de angustia emocional. Su reprimenda me había hecho sentir como una niñita atrapada mientras metía la mano en el jarrón de las galletas, pero no podía culparla… Exactamente, mi cabezonería me había vuelto a llevar a un lugar bastante complicado.

Di un paso y choqué contra el cuerpo de Neema.

­–¡Epa! –la vampira me dio un vistazo con el ceño fruncido sobre su hombro derecho, mientras trastabillaba su paso. Cuando vio que se trataba de mí, relajó su expresión –¿Estás bien?

–Sí… Lo siento…  –murmuré, todavía incapaz de controlar del todo mi nueva fuerza. Antes, había sido capaz de luchar contra un vampiro, dar pelea y aguantar un par de minutos en pie, pero sin lograr hacerles mucho daño. Ahora, era capaz de igualar su fuerza, provocarles dolor. Stan me había dejado probar con él, al asestarle un buen puñetazo en el abdomen, logrando doblarlo del dolor y de pasada, yo no me había roto ni un solo hueso de la mano.

Pero eso no era lo importante, sino que al fin nos habíamos detenido, justo donde una vez más el túnel volvía a dividirse en dos caminos a seguir. Neema se volvió hacia Jake y Seth y dijo: –Nosotros tres seguimos por aquí –con la cabeza indicó hacia la derecha. –Stan, ya sabes hacia dónde va esa escalerilla.

Levanté la vista y me percaté que sobre nuestras cabezas, había una especie de ducto, de donde se podía ver la escalerilla que había mencionado Neema; probablemente el metal había visto y tenido días más gloriosos. Si significaba lo que yo creía, que me iba a tocar subir por ahí; esperaba que fuera lo suficientemente resistente para soportar mi peso. Dudaba que la sangre de la Señora me hubiera dado también la capacidad de trepar por muros como los demás vampiros.

Los lobos y la vampira avanzaron sin vacilación. Tragué saliva una vez más, y por un momento estuve lista para gritarle a Jake que se detuviera. Sentí la mirada vidriosa y solté la mano de Stan para llevarme la mía hacia los labios y fruncirlos con ella, para asegurarme que ni un solo sonido histérico salía de mi boca.

Jacob volvió su rostro sobre el hombro izquierdo, mirando hacia mi dirección y me dirigió un breve guiño, como si esperara que eso me infundiera tranquilidad. Pero en lugar de eso, me pareció una despedida, un adiós tan breve pero tan definitivo.

Deshice el puño que aprisionaban mis labios, y estiré los dedos, lista para decir adiós con un gesto. Pero no pude, y el gesto murió a medio camino; así que cerré los ojos y agaché la cabeza, casi con cobardía. De repente recordé la pesadilla que había estado rondándome en los últimos días, esa donde estaba en un oscuro y húmedo túnel, recorriéndolo como si fuera un enorme laberinto sin fin, atormentada por los gritos de auxilio del abuelo Charlie y siendo perseguida por los furiosos gruñidos de un lobo. Era un sueño, una simple y aterradora pesadilla, producto de mi subconsiente, me recordé. Pero parecía haber cobrado vida en ese instante. Y no porque temiera que Jacob estuviera listo para hacerme daño, sino porque temía que Leah pudiera aprovecharse de cualquier cosa y dar la última estocada de su traición haciéndole algo a Jake o a Seth, su propio hermano.

–Estará bien, te lo prometo –susurró Stan –Neema no permitirá que le suceda algo.

Levanté la mirada hacia Stan, y no supe qué fue lo que me sorprendió más: si el hecho de que en su voz no había ningún vestigio de celos o resentimiento hacia Jake, o la mirada de entendimiento de Stan. Sabía qué Jake me preocupaba, pero no porque hubiera un motivo romántico de fondo. Era como si entendiera que Jacob era un capítulo importante en el libro de mi vida, y que una parte de mí siempre le querría.  

Me tomé un segundo más para respirar y componer la forma, pero sin previo aviso, Stan me tomó de la cintura y con un rápido impulso, me montó sobre sus hombros; no tardé ni un parpadeo en entender que me estaba ayudando a alcanzar la parte baja de la escalerilla; con ligereza, me puse de pie sobre sus hombros y con un ligero salto, llegué hasta el segundo barrote. Al tiempo que subía por los 17 peldaños, Stan y Freyja hacían lo mismo, pero trepando la pared contraria. Llegaron primero que yo a una especie de escalón o plataforma, justo donde terminaba o empezaba, según se viera, la escalera.  

Stan nos miró alternativamente a Freiya y a mí, con un “¿Listas?” silencioso en la mirada. Con manos suaves, palmeó un conjunto de viejos ladrillos, y para mi sorpresa, una parte de la pared, no más grande que una ventana de las que hay en los baños, empezó a recorrerse hacia la derecha con lentitud. Recé por que no hubiera nadie al otro lado y se percatara del sonido y de nuestra presencia.

Stan salió primero por el estrecho hueco, seguido de la poderosa Erinia. Yo me paré a penas un segundo, esperando controlar el latido de mi corazón, que bombeaba al ritmo del aleteo de un colibrí. Tragué saliva de manera grave, intentando apartar los recuerdos que me asaltaban sobre la última estancia en ese lugar.

Stan, tío Eleazar, Awka/Apolo, los Volturi, el “banquete “… el latido de mi corazón retumbaba hasta mis propios oídos, como si se tratara de un descontrolado tambor de guerra.

laska– Stan tendió su mano hacia mí, para ayudarme a pasar al otro lado del pasillo.

Ajustándome mentalmente mis pantalones de chica dura y grande, salí al pasillo y por un instante me congelé al reconocer el lugar. Era el pasillo que llevaba directamente al salón principal, donde estaban los tronos de los Vulturi. No había cambiado ni un ápice en estos años: el mismo lustre sobre el blanco mármol, las mismas antiquísimas pinturas y estatuas adornaban las paredes y el corredor, el cual barrí de izquierda a derecha en un segundo, sorprendiéndome el encontrarlo vacío.

Volví a mirar el reloj, habían pasado apenas quince minutos desde la última vez que lo había checado; eran las 11:29 de la noche. Supuse que por ser Noche Vieja, los Vulturi estarían reunidos en la cámara principal, listos para degustar el banquete de celebración por el nuevo año. Dimos un par de pasos, recorriendo apenas unos 2 metros hasta llegar a una puerta; si mal lo recordaba, era un minúsculo cuartito del tamaño de un ascensor que se utilizaba para guardar productos de limpieza. Con esfuerzo, los tres entramos ahí, yo en medio de los dos vampiros, para ocultarnos y esperar nuestra señal.

Habían decido atacar cuando los Vulturi estuvieran todos reunidos. Y eso sucedía a “la hora de la cena”. Alejandro se encargaría de vigilar el regreso de Heidi con las “presas” recolectadas entre un los turistas que pululaban por Volterra. Era la parte más dura del plan; no estaba de acuerdo con ella, pero no había encontrado una alternativa a ello. ¿Era egoísta anteponer la vida del abuelo Charlie sobre las de 20 o 30 personas? Jodida y decididamente sí.  Pero ese no era el momento de que el remordimiento machacara mi conciencia; tendría el resto de mi vida para ello.

En toda guerra, hay daños colaterales. Vidas inocentes sacrificadas”, eso habían dicho Emmet y Neema. Y aunque me lo había repetido una y otra vez, tratando de dejarlo grabado en mi mente, era difícil digerirlo. Veinte vidas a cambio de la de mi abuelo… Egoísta, duro, y definitivamente terminaría pudriéndome en el infierno por esto, pero ahí estaba yo, esperando la señal para entrar en acción.

–Pyro en posición. Cambio

–Esperamos señal. Cambio

El intercambio de murmullos entre Alejandro y tío Emmett apenas si era perceptible en los pequeños audífonos que todos traíamos como sistema de comunicación. Es cierto, el sentido del oído de un vampiro era mucho mejor que el de un humano, al habernos dividido en grupos de ataque teníamos qué coordinarnos; obviamente, el único capaz de “escucharnos” a todos, amigos y enemigos,  era mi padre con  su don de telépata; los demás teníamos qué buscar la manera de comunicarnos entre sí  y hacerlo a grito pelado quedaba totalmente descartado. 

A cada líder de grupo se le había asignado un dispositivo de treinta centímetros de largo, hecho a base de carbono, unido a una base cilíndrica de otros ochos centímetros de alto y diez de diámetro. A simple vista, parecía una simple linterna, pero al girar la base de lo que vendría siendo la lámpara en sentido de las manecillas del reloj,  se escuchaba un chispazo y de inmediato, una furiosa ráfaga de fuego salía de la apertura, alcanzando la misma altura que el mango del dispositivo. Era una versión más sencilla y mucho más moderna del arma que habían utilizado los Vulturi contra sus enemigos con anterioridad. La misma arma con la que tía Rose había muerto interponiéndose entre el chorro de fuego y mi cuerpo, justo cuando Awka había intentado matarme. Stan estaba a cargo del dispositivo en nuestro grupo; a Freyja le había sentado muy mal no estar a cargo del arma, pero como dijo Stan, era preferible tenerlo nosotros, no fueran las Erinias a cambiar de opinión en el último minuto e intentaran incinerarnos a lo demás.

Tragué saliva con esfuerzo, mientras el corazón me martillaba a cada segundo con más intensidad, a la espera de las instrucciones.

––¿Cosecha empacada? Cambio

–Hasta la última pieza. La puerta ha cerrado. Cambio

Heidi venía en camino, junto con la “cena”. Mentalmente, repasé el recorrido que llevaba desde la puerta principal hasta el recinto donde estarían esperando a Heidi. A paso humano promedio, no llevaba más de 7 minutos recorrerlo. Siete minutos que podían significar ser los últimos en esta tierra para muchos de nosotros.

Cerré los ojos, apoyando mi frente en la amplia espalda de Stan, mientras que con mi mano derecha busqué su mano izquierda y la apreté, echando a andar mi don; le mostré cada uno de los recuerdos que más atesoraba sobre nosotros; la primera noche que pasamos juntos; la primera vez que bailamos juntos en nuestra cita en Volterra; apenas un par de días atrás, en Praga, decirle “te amo” una y otra vez mientras yacía en sus brazos. Y el más importante, nuestra boda y las promesas que nos habíamos hecho un día antes en la iglesia, sin sacerdote, reverendo o juez de paz. No los habíamos necesitado, porque nuestro amor y nuestros juramentos habían bastado para sellar nuestra unión.

–No –susurró volteando para abrazarme –Esto no es un adiós.

–Por si acaso no… –el susurro se quebró en mi voz. No quería pensar en un adiós, no quería pensar en no vivir un día más a su lado pero… ¿quién podría predecir el final de esta guerra? La única vidente del grupo tenía el don “bloqueado” gracias a la intervención de los quileutes y a mi origen mestizo. La moneda estaba en el aire, y aunque una gran parte de mí se concentraba en visualizar un resultado positivo, la victoria sobre nuestros enemigos, otra parte, muy pequeña pero muy pesada, no dejaba de gritar en mi cabeza que el resultado podría ser no favorable

Freyja emitió un ligerísimo carraspeo, rompiendo mi abrazo. Esperé algún comentario ácido de su parte, pero solo nos dirigió una larga mirada, sin pronunciar palabra.

Esbocé una forzada sonrisa torcida hacia el amor de mi vida, dispuesta a concentrarme en lo que venía. Nuevamente miré la pantalla del reloj: faltaban 2 minutos más para que Heidi llegara a su destino. Apenas unos segundos después, escuchamos al otro lado de la puerta los pasos y animadas voces indiscutiblemente humanos. Los sonidos duraron tan poco, pero pareció durar una eternidad hasta que el pasillo nuevamente quedó en silencio.

Show time –pronunció en un lúgubre tono Emmett a través del “chícharo” de comunicación –Es hora de romper trastos viejos.

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