Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

sábado, 30 de mayo de 2009

EXTERMINIO

–Ya sabes cuál es tu objetivo. Acaba con ella…

La orden se clavó en mi mente a cal y a canto.

Acaba con ella

Acaba con ella

Salí de entre las sombras protectoras de los árboles, sin perder de vista mi objetivo. Mi amo ordenaba, yo ejecutaba.

Acaba con ella

Estábamos en un amplio claro del bosque, a varios metros de una casa blanca de tres pisos, la guarida de nuestros enemigos. La noche era despejada, sin rastros de nubes que taparan la luna casi llena. Me alegré, de alguna forma hasta los astros estaban de nuestros lado, a la luz del astro iba a ser mucho más fácil terminar con ellos.

Avancé con paso decidido, con mi amo y otros dos a mi cuesta. Me molestaba la túnica que tenía que vestir, pero él me había dicho que tenía que hacerlo, así que obedecí.

Pálidos rostros, túnicas oscuras. Todos luchando entre sí, pero ellos no eran mi objetivo; otra era la orden que debía ejecutar.

Acaba con ella

La adrenalina corría por mis venas, la anticipación, el sabor de la lucha. Todo era excitante, una sensación poderosamente adictiva.

Una de ellos cayó al suelo con una mueca de dolor. El ataque de Kaito era certero, le había dado un buen golpe en el abdomen, lanzándola a varios metros de distancia.

Sonreí con placer. Sería muy difícil que pudieran derrotarnos, éramos más rápidos, más fuertes. Éramos mejores.

Ignoré los combates que se desarrollaban a mi alrededor, segura de que la victoria sería nuestra. Ellos, nuestras presas, me provocaban cierta pena; sus intentos de defenderse rayaban en lo patético, ¿no sería mejor simplemente rendirse y ahorrarnos tanto esfuerzo sin sentido?

Justo cuando Kaito se preparaba para darle la estocada final a la que había caído, un enorme lobo de pelaje en tono arena se interpuso en su camino. Rápidamente desenfundé las dagas, lista para atacar a la  bestia.

–Olvídate del perro, acaba con ella. –El amo me detuvo poniendo una mano en mi hombro izquierdo, adivinando mis intenciones. Le obedecí, pero no guardé las armas, al contrario, empecé a blandirlas con destreza, como una demostración de lo que venía, porque en cuanto cumpliera con mi objetivo principal, me daría el gusto de matar a un par de bestias como esa. Hasta donde sabía, nuestros enemigos tenían toda una camada de mascotas de este tipo.

–Después, te prometo que te dejaré hacerte un abrigo con su piel, pero primero obedece –volvió a repetirme nuevamente las ordenes Apolo, mi amo y señor. Casi a regañadientes, busqué mi objetivo con la mirada a la vez que trataba de encontrar  la mejor forma de acercarme a ella en medio de las luchas que se libraban a nuestro alrededor. 

Apenas si había dado un par de pasos y me tuve que hacer a un lado pues Batista había estado a punto de arrollarme en su caída. Estaba peleando contra uno de nuestros enemigos, uno tan alto y musculoso como él, de cabello oscuro y rizado. Me llamó la atención el color dorado de sus ojos, tan distinto al rojo de los vampiros de la guardia.

–¿Eso es todo lo que puedes hacer? –pronunció burlón. Gruñí por lo bajo, molesta por el tono de satisfacción con el que dijo las palabras. ¿Quién se creía que era? Deseé propinarle una buena paliza para que viera que nosotros no andábamos con juegos; debió escuchar mi gruñido furioso, pues alzó la cara y nuestras miradas se encontraron por un instante. Sabía que la capucha de la túnica ocultaba por completo mi rostro, haciendo imposible que viera las facciones de mi cara,  pero sentí cómo se establecía una especie corriente extraña entre nosotros y por ese breve instante sentí una cierta vacilación…

Figlio di Puttana… –Batista se levantó casi de un salto, interponiéndose entre aquél y yo, liberándome de ese momento tan raro. Recordé que algunos de los vampiros tenían dones especiales y me pregunté si ese que estaba peleando con Batista tendría alguno que pudo haber estado usando conmigo. Casi por descuido, posé la mirada en el hombro izquierdo de Batista y noté que le faltaba un buen trozo de piel y entendí al instante el por qué del insulto.

–¡Con mi madre no te metes…! –respondió frenético el otro mientras se lanzaba violentamente sobre Batista; al parecer, el mastodonte entendía el italiano.

Sacudí la cabeza, consciente de que me estaba distrayendo de mi tarea principal. Si quería participar más de la lucha y no limitarme a acabar solo con uno de ellos, tenía que actuar ya; los demás se estaban llevando la mayor parte de la diversión   

Ella estaba al fondo, cerca de la casa. Parecía concentrada en algo, lo supe por la expresión concienzuda de su rostro mientras que uno de ellos, uno de cabello castaño cobrizo trataba de protegerla del acecho de Neema.

De pronto, otro lobo emergió de las sombras, uniéndose a la batalla. Era de pelaje café rojizo y con la mirada estudiaba la escena que se desarrollaba delante de él.

Volví a sonreír burlonamente. Me imaginé que la mascotita de nuestros enemigos estaría abrumada por lo que veía. Aún y cuando los gemelos se habían quedado al fondo, al margen de toda lucha física, aún así éramos lo suficientemente fuertes para acabar con ellos.

–Nessie…– pronunció aquel y Neema aprovechó para atacar a su objetivo con fiereza, logrando que él se apartara bastante de Isabella, aquella a la que me habían encomendado matar. Con pasos decididos me encaminé hacia donde estaba, preparada para el ataque final.

Acaba con ella

Una nueva descarga de adrenalina fluyó por mis venas, agudizando cada uno de mis sentidos. No estaba nerviosa ni era presa del miedo, sino todo lo contrario, la sensación de anticipación a la caza era maravillosa, me hacía sentir viva, plena; era algo para lo que había nacido, era parte de mi naturaleza y me encantaba.

Sabía que usar las dagas con ella sería inútil pues no le harían el más mínimo daño en su piel tan dura como el granito, pero estaba deseosa por enterrarlas en la bestia de pelaje rojizo. Oh, porque casi podía apostar que el lobo iba a tratar de impedir que yo me acercara a ella.

El animal pareció dudar entre ayudar al vampiro que peleaba con Neema o proteger a quien era mi objetivo principal. Vi su indecisión reflejada en sus ojos castaños, vi como deslizaba la mirada de un lado al otro tratando de decidir a quién auxiliar, y en mi fuero interno desee que escogiera protegerla a ella, quería acabar con los dos.

El lobo se interpuso entre ella y yo, para mi satisfacción. Era hora del show, un poco de calentamiento antes del acto principal no estaría nada mal. De pronto, el metal de las dagas se me antojó demasiado ligero en mis manos, maniobrándolas como si se tratara de un par de plumas y no de un par de peligrosas y milenarias armas. Sin esperar más, me lancé con todo sobre el perro.

 

 

 

–¡Maldita bestia! –escupí con verdadero odio. ¿Qué le pasaba? ¿por qué no me atacaba? De todos los malditos enemigos que me pudieron haber tocado, justo tenía que enfrentarme al cobarde o al pacifista, o como quisieran verlo. Parecía más decidido a esquivar mis ataques que a responderlos, ¿qué clase de monstruo era este?

Patético perro inútil”, pensé para mí al ver que mi intento por encajarle la daga a la altura del hígado fallaba. Se había movido un paso más hacia su derecha, como anticipando mi movimiento y desviando lo que hubiera sido sin duda alguna un certero ataque. Parecía que el chucho estaba más empeñado en sujetarme e inmovilizarme más que en hacerme daño y eso me enfureció más si es que era posible. Me agaché un poco en mi posición, sintiéndome como si mi cuerpo fuera una especie de liga a la que estiraran al máximo antes de soltarla para tomar toda la velocidad posible, pues con este movimiento logré dar un salto prácticamente imposible para un simple ser humano. Caí justo a espaldas del animal, y sin pensarlo dos veces, encajé la daga que traía en la mano derecha en su  media espalda y con fuerza hice un movimiento hacia arriba para profundizar la herida a la vez que escuchaba el suave crujido de algo romperse. Con un veloz movimiento, clavé la otra daga en un costado, apenas un par de centímetros debajo de la axila izquierda.

El lobo profirió un seco quejido, en parte de dolor, en parte de la sorpresa mientras caía al suelo. Me dejé caer sentada sobre el cuerpo del lobo y antes de desenterrar siquiera las armas, empuñé la mano derecha y le asesté un buen revés en la nuca, asegurándome de dejar completamente noqueado al animal.

Al tiempo que desencajaba las dagas del cuerpo del lobo, me puse de pie casi de un salto, lista para reanudar mi labor original. El enfrentamiento con el hijo de la luna resultó demasiado breve y decepcionante, esperaba que el acabar con Isabella fuera algo más divertido. Guardé las armas en el las fundas que colgaban de mi cinturón, pues para lo que seguía, los cuchillos eran más un estorbo que una ayuda. Mientras lo hacía, casi de refilón vi como mi víctima empezaba a transformarse de bestia a hombre y muy a mi pesar, no pude desviar la mirada, era como si el proceso resultara casi fascinante. La sangre del licántropo aún goteaba caliente por mis manos, despidiendo un olor que se me antojaba por demás pestilente.

Di media vuelta y con el gesto, se deslizó un poco la capucha de mi túnica. Maldije tratando de acomodarla nuevamente, intentando no mancharme con la sangre del lobo; no quería terminar hediendo como él. Exasperada, decidí bajarme del todo la capucha, total, eso no iba contra la orden de no quitarme el grueso hábito gris oscuro que llevaba sobre el par de jeans  y la camiseta. No entendía el por qué de esa regla, pero como había dicho el amo, yo estaba ahí para seguir las órdenes, no para cuestionarlas.

–Renesmee…

Pronunció una voz con suavidad y dulzura. El viento arrastró con ligereza la palabra hasta mis oídos, haciendo que de forma involuntaria terminara por voltear el rostro hacia el lugar de donde provenía la voz.

Apenas mi mirada se encontró con la de ella, todo pasó tan rápido, pero a la vez tan lento… como si fuera la escena culminante de una película de acción, donde la protagonista se enfrenta a un cataclismo de proporciones apocalípticas. Todo pasa en apenas segundos, pero parece que durara una vida entera.

–Renesmee…

–Renesmee…

Sentí como si algo cálido me arropara al tiempo que reconocí las voces de mi madre y de mi padre, mientras que un potente torrente de imágenes empezaban a desfilar delante de mí: mi familia, Forks, Italia, Stan, Jacob… Fue un completo shock, como pasar del cero absoluto al calor abrazador del Sol.

Giré la mirada hacia atrás y vi la lucha que se desarrollaba a mi alrededor. Emmett contra Batista; Jasper contra Viktor; Ivan con Benjamin; Kaito había lastimado a la abuela Esme y ahora Seth luchaba con él. Quise buscar al resto de mi familia, pero en eso, el aullido de los lobos me distrajo; el sonido era bastante cercano, la manada estaba por llegar… la manada, Embry… Jacob…

–¡Dios mío, qué he hecho! –exclamé con los ojos desorbitados de horror al comprender lo que acababa de hacer con Jacob. Voltee a mirar hacia donde yacía su cuerpo desnudo, inmóvil por mi ataque.

Él había tratado por todos los medios de no hacerme daño, porque conociendo su fuerza y sus capacidades como licántropo, hubiera podido acabar conmigo en un parpadeo, pero se había controlado con tal de no lastimarme. Y yo era quien lo había atacado de una forma por demás salvaje y monstruosa.

Regresé a toda prisa a su lado, quitándome la maldita capa en el proceso para cubrir su desnudez. Me agaché a su lado.

–Jacob… Jake –susurré casi inaudiblemente al tiempo que me arrodillaba a un lado de él para poner un par de dedos sobre su cuello, buscándole el pulso, el cual era muy débil, pero aún lo tenía. Todavía estaba inconsciente, imaginé que producto del puñetazo que le había propinado certeramente en la nuca; me estremecí de horror, pues había aprendido muy bien todo lo que Stan me había enseñado, sabía que a pesar de la sorprendente rapidez con la que la manada quileute podía recuperarse de sus heridas, aún así había lastimado seriamente a Jacob. Me debatí entre moverle o no, temiendo que en medio de la batalla alguien más pudiera hacerle daño, pero también corría el riesgo de lastimarlo más con algún movimiento brusco. La herida más grande se la había hecho en la espalda, estaba segura que había escuchado tronar lo que parecía un par de huesos de la espina dorsal.

–¡Edward!

El grito de mi madre me hizo buscar con la mirada a papá, que luchaba con Neema, apenas a un metro de distancia de donde yo estaba. Noté que el escudo protector de mamá, eso cálido que había sentido que me envolvía apenas unos instantes antes parecía ceder. Ella no podía perder la concentración, de lo contrario, estaríamos perdidos, a merced de los dones tan terribles de Jane y Alec. Eludiéndolos, teníamos una oportunidad contra los Vulturi, pues en cuanto al poderío físico, éramos capaces de igualarlos sin ningún problema, estaba segura.

Neema tenía las manos extendidas hacia papá, quien parecía paralizado por completo. Su postura rígida, como la de una estatua caída me recordó a la de Stanislav en aquel callejón inmundo, cuando ella… No, ni siquiera me sentía capaz de recordarlo, me dolía hasta el alma el invocar esas imágenes. Me puse de pie en el acto, rodeando el cuerpo de Jake, rezando por no perderlo a él también.

Me quitaste a Stan… no harás lo mismo con papá, dije para mi mientras miraba con odio a Neema, quien al parecer no se había dado por enterada de que yo ya no estaba bajo el control de Awka. En cuanto mamá me había protegido con su escudo, el don de Awka había dejado de tener efecto en mi mente.

Sin pensarlo demasiado, me lancé contra el duro cuerpo de la vampira, decidida a que liberara a papá de su don. La tomé por sorpresa con mi asalto, pues salimos rodando varios metros violentamente una sobre otra.

Decían que el enojo era un fuerte aliciente para las batallas, pero yo no estaba enojada, no. Lo que sentía en esos momentos iba más allá, era algo que ni la palabra furia podría descubrir. Era odio puro, podía saborearlo incluso en mi lengua, era algo tan potente, tan tenebroso como el propio veneno de un vampiro. Era como una fuerza oscura naciendo en el centro de mi abdomen, extendiéndose por todo mi cuerpo, llenándome de un irrefrenable deseo de matarlos a todos y cada uno de aquellos de los Vulturis, vengar el dolor y la amargura que seguramente habían sembrado en mi familia y en mis amigos. Vengar las pérdidas del tío Eleazar, de Stanislav, de Embry, incluso, la pérdida de mi propia humanidad, de esa humanidad que me habría impedido hacerle daño a Jacob. El aborrecimiento que empezaba a sentir por mi misma también se los debía a ellos.

–¿Por fin saliste del letargo, princesa? –pronunció burlona Neema, sentada a horcajadas sobre mi cuerpo, al tiempo que me retorcía tratando de liberarme de su peso.

–Te voy a matar, maldita pe…

–Sh… –puso uno de sus largos y fríos dedos sobre mis labios para silenciarme –No deberías maldecir delante de tus padres.

–Grr…–le di un buen empellón, logrando sacármela de encima. Me puse en pie, tomando una posición de ataque, tal y como me habían enseñado en su momento el tío Jasper y Stan.

–Renesme…

–Papá, cuida a mamá. Es importante que no le hagan daño ni pierda la concentración… Alec y Jane está al fondo, cerca de los límites con el bosque, esperando un descuido para entrar en acción. –pronuncié sin apartar la mirada de Neema. Imaginé que mi padre intentaría tomar mi lugar, enfrentarse a ella por mí; pero no, esta era mi lucha personal. Lo bueno de ser vampiros es que no necesitábamos gritarnos para comunicarnos, bastaba con hablar en voz alta para escucharnos a la distancia.

–Ella no…

Fuera lo que fuera que papá iba a decir fue interrumpido por el estruendo que causó algo bastante pesado estrellándose contra la enorme pared de cristal de la casa. Papá se movió hasta donde mi madre estaba parada, la rodeó con sus brazos y la apartó de ahí, no tanto para evitar la lluvia de los cristales, pues era imposible que estos le hicieran daño, sino para esquivar aquello que había provocado que se rompiera el enorme y grueso ventanal.  Ese algo resultó ser nada más ni nada menos que el cuerpo de Jade, o parte de él. La tía Kate llegó corriendo a toda velocidad y con una mirada furiosa, con sus hermosas facciones deformadas por la ira, gruñendo aterradoramente; sin vacilar ni un solo segundo, se dejó ir sin piedad contra el cuerpo de la Vulturi, destazándolo brutalmente.

–¡Llegaron! –exclamó papá al tiempo que los aullidos de los lobos resonaron con potencia en el claro que rodeaba la casa de la familia. Los aullidos provenían de todos lados, imaginé que cada uno de los lobos había decidido  emerger en el campo de batalla por todas direcciones, formando un cerco alrededor de los Vulturis. Mientras que un montón de nubes empezaron a arremolinarse sobre el cielo, tapando la luna y dándole al ambiente un cariz más tenebroso si era posible.  Supuse que podría ser obra de Benjamín y su don.

Neema exclamó algo en una lengua extraña que sonó como una maldición. Me figuré que la perspectiva de enfrentarse a toda una furiosa manada de licántropos no era precisamente algo que le alegrara la noche.

Por el rabillo del ojo, observé el pelaje gris de un pequeño lobo llegando por la dirección del Este, el cual se acercó a olfatear a Jacob. Reconocí de inmediato a Leah Clearwather en su forma lupina. El animal exclamó un desgarrador aullido después de oler al caído, y de inmediato, sin titubear ni un instante, me lanzó una mirada de puro veneno.

–¡Leah, detente! –gritó mi padre, al tiempo que el animal se alzaba sobre sus patas traseras sobre mí.

Recordé que los quileutes, una vez en fase, estaban conectados entre sí, eran capaces de saber lo que pasaba por su mente. Imaginé que habían “visto” la forma en que había atacado a Jacob, sabían que yo era la responsable de que estuviera malherido. Leah, con el paso de los años, se había convertido en la mano derecha de Jacob, en su segunda mejor amiga (la primera, era mi madre). Lo cuidaba y protegía de tal manera, que en algún momento llegué a sentir celos de ella, preguntándome si detrás de esa especie de sobre protección se escondería algún sentimiento más fuerte que el de la amistad.  Ni siquiera traté de defenderme, en el fondo sabía que me merecía la furia de Leah; casi por instinto, lo único que hice fue levantar las manos para protegerme la cara al tiempo que cerré los ojos con fuerza, esperando la dolorosa mordida o el desgarre de mi piel por parte de sus peligrosas garras.

Nada. El ataque no se produjo. Eso, o Leah había sido tan rápida que me había matado en un tris y sin en menor dolor.

Abrí lentamente el ojo izquierdo, solo para comprobar.

–¿Pero qué…? –me interrumpí sorprendida mientras bajaba los brazos.

Leah  estaba suspendida en el aire, como flotando,  apenas si a un par de centímetros de mí. Había visto algo parecido antes, pero… no, era imposible…

–No puedo dejarte sola ni un minuto sin que te metas en problemas… –abrí los ojos como platos, sintiendo que el corazón me latía el doble de rápido al tiempo que el cuerpo entero empezaba a temblarme de forma descontrolada.

Leah me había matado, era la única explicación posible. Porque esa voz profunda y burlona ya no pertenecía a este mundo.

–Grrrr –el lobo gris gruño entre frustrado y asustado, haciendo que por un momento creyera que mi ensoñación no era tal. Lentamente, con miedo a ser presa de una mala pasada, con los ojos cristalizados por unas lágrimas que me resistía a soltar, giré la mirada hacia el Oriente, hacia el lugar de donde había llegado Leah, hacia el lugar de donde llegaba esa voz.

–Stan…

Ahí, delante de mí, emergiendo de entre las sombras de los árboles como un espectro más,  estaba el mismísimo Stanislav Masaryk, el mismo que había visto ser brutalmente atacado por Neema, quien ahora sonreía como si nada mientras se acercaba a él para palmearle la espalda a manera de saludo antes de quitarse la túnica gris oscura.

Lo estudié fijamente con la mirada, tratando de asegurarme de que era realmente él. Era su mismo rostro, sus mismas facciones, sus mismos ojos, su misma sonrisa burlona. Aunque ahora tenía una cicatriz en forma de media luna en el lado derecho del cuello. Una cicatriz muy parecida a las muchas que tenía el tío Jasper en esa parte del cuerpo.

¿Cómo era posible? Yo había visto cómo lo había atacado Neema. Había visto a la distancia el fulgor del fuego que había consumido su cuerpo… El olor a carne quemándose, el salvaje ataque. Tenía que ser un sueño, o había muerto o…

Quise acercarme a él, tocarlo para estar segura si era real o una alucinación. Estuve a punto de hacerlo, pero recordé a Jacob y una rápida mirada hacia donde estaba bastó para detener cualquier deseo de acercarme a Stanislav.

–¡Por fin llegas! Esto de ser niñera de tu novia empezaba a fastidiarme –masculló Neema con hastío.

Oh, oh

Escuché el respingo de mamá y papá tras de mi, incluso Leah lo hizo al escuchar a la vampira. Imaginé que en cuanto mis padres vieron que Leah había tratado de hacerme daño, sin pensarlo siquiera se habían lanzado en mi auxilio. Pero, ¿cómo papá no había “escuchado” a Stanislav? ¿y a qué demonios se refería Neema con ser mi niñera?

–Escuché que alguien pensaba en llegar a ti, pero no reconocí la “voz” de sus pensamientos. Sólo su preocupación por ti. –contestó entre dientes papá mientras le dedicaba una mirada severa a Stanislav.

Oh, oh”, no quería pensar en esos momentos en lo que papá podría estar oyendo en la mente de Stan. No era el momento, de eso tendría que preocuparme después, si es que había tiempo para hacerlo.

Un nuevo gruñido proveniente del cuerpo de Leah me recordó que Stanislav todavía la tenía bajo su poder.

–Por favor, baja a Leah, no le va a ser daño a nuestra hija. Sabe que va contra las reglas de la impronta.

oh, oh”, miré ansiosa una vez más hacia donde estaba Jacob. A cada segundo, iba siendo consciente de un montón de cosas a las que tenía que hacer frente, y cada una de ellas pesaba como una losa.

Stan bajó lentamente a Leah, y por su expresión, supe que no estaba muy convencido de hacerlo, recelaba de la loba, una enemiga natural de nuestra raza.

En cuanto se vio libre y en tierra, Leah volvió a gruñir con fuerza, pero no hizo intento alguno por atacarme de nuevo. De pronto, salió disparada hacia atrás.

–Seth –dijo papá a modo de explicación – Está herido… Oh –escuchó algo, porque su expresión cambió de la preocupación a la fiereza. –Demetri viene para acá. Viene por mi.

–Sí –dijo Neema –Eres su objetivo. Te mata a ti y después a ella –dijo señalando con la cabeza hacia mamá.

 Papá emitió un gruñido inaudible. Sabía que con únicamente insinuar que alguien podría lastimar a mi madre, con eso bastaba para despertar la colosal ira de Edward Anthony Cullen.

–Neema, ¿o sea que ahora te cambiaste a nuestro bando? –pregunté de pronto, confundida.

–Yo soy del bando donde esté Stanislav… Creo que las explicaciones las dejamos para después, es hora del juego. –Me guiñó un ojo antes de internarse de lleno en el claro, para caer sobre Ivan, quien en ese momento agitaba los brazos que le había arrancado a Benjamin como si se tratara de las baquetas de una batería.

Yo tenía muy en claro cual era mi objetivo. Awka era todo mío.

–¿A dónde crees que vas? –El brazo de papá se posó sobre mi hombro, impidiéndome avanzar.

–Esta también es mi pelea

–Tú te quedas al margen de esto.

–Pero… tengo que proteger a….

–Si quieres proteger a alguien, protege a Jacob. Cuida que nadie lo lastime más de lo que ya está.

Sus palabras me dejaron de piedra. Sabía que no lo había dicho con la intención de herirme, pero era la verdad. Alguien podría lastimar a Jacob más de lo que ya estaba por mi culpa.

Papá besó rápidamente a mi madre, antes de salir al encuentro de Demetri. Ella lo miró con anhelo y preocupación. Entendí que él prefería enfrentar al Vulturi lo más alejado de ella, previniendo  cualquier posibilidad de que pudiera hacerle daño. Si bien, mamá había aprendido algo sobre ataque físico a lo largo de los años, realmente nunca se había visto en una situación donde tuviera que poner en práctica sus conocimientos. Se había dedicado más a aprender a manipular su escudo, logrando hacerlo tan flexible, que podía llegar a expandirlo fuera de ella a distancias realmente impresionantes; decía que había logrado proyectarlo no sólo como una especie de toldo, sino también en formas irregulares o amorfas, dependiendo de la manera en como estuvieran distribuidos aquellos a quienes quisiera cubrir con su escudo. Pero para hacerlo, necesitaba la mayor concentración posible, y estar peleando físicamente no le ayudaba a ello.

–Te quiero –me dijo mamá –, más que a nada en el mundo.

–Lo sé, yo también te quiero, mamá.

Ella me tomó de la mano con fuerza, antes de clavar la mirada con atención hacia el claro. Yo sé que en otras circunstancias, después de la forma en que nos habían separado, nuestro reencuentro hubiera sido con una sesión de abrazos, besos y litros y litros de lágrimas por mi parte, pero la batalla que se desarrollaba ante nosotros no daba lugar para escenas tiernas y conmovedoras. De la concentración de mamá dependía la existencia de por lo menos 20 seres, así que el reencuentro cursi y conmovedor tendría que posponerse para después. Así como el montón de explicaciones que tendría que dar.

–¿Él está aquí? –me preguntó Stan en un susurro distante. Supe a quién se refería.

–Sí. –dije mientras señalaba suavemente con la cabeza en dirección hacia donde estaba Jacob.

–¿Qué le pasó?

–Yo.

–¿Cómo…?

–Me enseñaste muy bien –pronuncié escuetamente.

Nos quedamos callados por un momento, viendo el desarrollo de la pelea.

–Stan, cuida  a mi madre…

–¿A dónde vas?

–¡No puedo quedarme cruzada de brazos viendo como mi abuela trata de pelear con Kaito, a la par de Seth y Leah! O cómo mi tía Alice combate con Alec…

–No te voy a dejar pelear sola… vamos los dos.

Stan me tomó de la mano con decisión y nos internamos en el campo de batalla. Agradecí que él no me viera como un frágil objeto de cristal al que con el menor contacto pudieran dañar; él me había preparado para éste momento, sabía que era capaz de luchar con fiereza y precisión. Pude voltear con rapidez hacia mamá y dirigirle una mirada suplicante que en la que esperaba que entendiera el mensaje

Protégelo a él también

 

 

 

A estas alturas, esto ya era una especie de juego de ajedrez muy sangriento, donde cada bando protegía que su respectiva reina no cayera en manos del otro. Mamá estaba al borde, tratando de mantener la concentración, mientras papá luchaba con Demetri para evitar que éste lograra llegar a ella. Jane, por su parte, era la única de los Vulturi que no participaba en la lucha, incluso el pequeño Alec estaba ahí metido, enfrentándose a mi querida tía Alice. Jane era algo así como la joya de la corona de la guardia, sabía que con su don era más que suficiente para derrotar a una legión completa de vampiros, pero para ello necesitaban eliminar a mi madre. Pero eso no iba a pasar; aunque tuviera que dar mi vida semi humana a cambio, no iba a permitir que eso pasara.

Stan rápidamente entendió cuanto me preocupaba Alice, así que le hizo frente a Alec, quien en su perfecto rostro reflejó la sorpresa que le representó descubrir que Stanislav aún existía.

–Eras tú… –exclamó casi estranguladamente tía Alice. No entendí lo que quiso decir, pero no tenía tiempo ni era el momento para ponerme a reflexionar en sus palabras. Yo también tenía cosas qué hacer.

Días atrás, no sabía cuantos pues no estaba segura por cuánto tiempo había estado bajo el control del don de Awka, había entrenado con Kaito, había estado aprendiendo su estilo de pelea y había notado algunos puntos débiles en su defensa. Decidí ir por él, pues a pesar de que Leah le estaba haciendo frente con toda su furia, lo cierto es que el Vulturi prácticamente había logrado dejar fuera de combate a mi abuela y a Seth.

Decidí aprovechar el factor sorpresa y atacarlo por la espalda. Ok, tal vez  sonaría bastante cobarde el asaltarlo así, pero a estas alturas del partido, enfrentándonos a esta especie de mafia vampírica por demás tramposa y despiadada, ya todo era válido. Era una cuestión de supervivencia.

Tenía que reconocer que Seth y Leah habían logrado herir bastante a Kaito, pero aún así este parecía dispuesto a sostenerse en pie a como diera lugar. Leah lo tenía prensado con sus potentes dientes por el lado derecho del abdomen, tirando de su piel. El agarró el cuerpo del lobo con sus manos, tratando de quitárselo y en el esfuerzo, inclinó la cabeza hacia un lado, dejando el cuello expuesto. Aproveché en ese momento de distracción de Kaito para trepar por su espalda, y recordando la forma en que Neema había mordido a Stan, encajé con ímpetu mis dientes en el vampiro. Le arranqué un buen trozo de piel, al tiempo que escupía con asco al probar el sabor de la sangre del Vulturi. Decidí que no era momento para remilgos, así que sin más, empecé a destazar con mis dientes la piel de Kaito, arrancándola como poseída, mientras Leah me ayudaba con su parte.

Nos aseguramos de lanzar los trozos del cuerpo del vampiro los más alejados lo uno del otro, pues en cuanto se pusieran en contacto entre sí, tratarían de unirse nuevamente.

A unos diez metros de donde estábamos, trozos de uno o varios cuerpos ardían frenéticamente. Sabía que Cayo llevaba consigo esa espantosa especie de arma que lanzaba fuego con la que había acabado con el tío Eleazar; me pregunté quienes habrían sido sus víctimas esa noche. Y de pronto, se me ocurrió algo.

Agarré los trozos más grandes del cuerpo de Kaito y corrí hasta donde ardían aquellos restos. No quería ver a mí alrededor, temía darme cuenta que faltaba alguien y descubrir cuál de mis amigos había muerto en esta batalla por mi culpa. Porque en mi corazón, en mi mente sabía que este baño de odio y sangre era única y exclusivamente culpa mía. Pero lo que más me daba terror era descubrir que a quién habíamos perdido era a alguien de mi familia, a alguien que amaba.

Casi con la mirada clavada al piso, corrí de un lado al otro, para deshacerme del cuerpo de Kaito. Iba a usar como pira vampírica el propio fuego iniciado por los Vulturi.

Leah corrió hacia otro extremo del claro, mientras que un aroma familiar proveniente de una parte oculta por las sombras de los árboles me llamó la atención.

–¿Abuela?

Pronuncié con cautela, buscando tras un par macizos abetos. Ahí en la oscuridad, tendido sobre un montón de musgo, estaba Seth todavía en su forma lupina. La abuela Esme estaba a su lado, acariciando con cuidado el pelaje color arena de éste.

–¿Abuela? –volví a pronunciar casi quedamente, con un matiz de emoción contenida. Había visto a mi dulce abuela salir prácticamente volando a causa del ataque de Kaito, verla así, cuidando casi maternalmente de Seth era por una parte un alivio porque eso quería decir que no estaba del todo herida, pero por otro lado, significaba que era mi amigo quien estaba mal.

–¡Nena! –al escuchar mi voz, la abuela volvió su vista hacia mi. Sus ojos brillaron como si estuvieran anegados por las lágrimas, algo imposible, pero así parecía. Extendió sus amorosos brazos hacia mí y sin más, me dejé caer en el dulce refugio que siempre había sido su abrazo para mí. Sentí como depositó un suave beso en mi pelo mientras me estrechaba con fuerza; imaginé que lo hacía casi para asegurarse de que yo realmente estaba ahí, sana y salva. –Has vuelto.

–Sí, sí… ya estoy en casa. –a mi pesar, rompí nuestro contacto. No había nada en el mundo que deseara más que abrazar a mi familia, pero eso tenía que dejarlo para después, cuando la pesadilla que estábamos viviendo terminara realmente. También, tenía que reconocer, que sentía cierta culpabilidad que mi primer abrazo real en este recuento se lo diera a mi abuela en lugar de dárselo a mis padres, que se estaban jugando la existencia por mí apenas a un par de pasos de distancia. Tal vez era una tontería, tal vez nadie me lo recriminaría o tal vez sí, no lo sé, pero era así como me sentía.

–¿Qué tiene Seth? –pregunté nerviosamente. Temía que Kaito hubiera podido morderlo, pues el veneno de los vampiros reaccionaba letalmente en los quileutes. No tenían ni una sola posibilidad ante él.

–Trató de defenderme… y… –mi abuela temblaba al hablar. Definitivamente, a pesar de ser un vampiro, ella no estaba hecha para este tipo de brutalidad. –Si no hubiera sido por Seth, me hubiera matado… Le dio un golpe demasiado fuerte, y Seth cayó mal… no sé, creo que se rompió algunos huesos…. Tu abuelo… él….

De pronto, los lobos empezaron a aullar descontroladamente. Seth abrió los ojos y se puso de pié, a pesar de que el movimiento le produjo un gruñido lastimero tan agudo que hizo que me tapara los oídos. Era obvio que no podía moverse, un vistazo a su pata delantera derecha, anormalmente desviada, me lo dejó en claro.

Seth trató de ir hacia el campo de batalla.

–¡No!

–¡No puedes moverte! Vas a lastimarte más –lo reprendí. Aún así, Seth empezó a avanzar casi arrastrándose de dolor, con mi abuela y yo tras él. Apenas rodeamos uno de los abetos, vimos algo al otro extremo del terreno algo que nos dejó con la boca abierta.

El enorme lobo negro se retorcía sobre el pasto, de una forma tan antinatural que temí que por su mismo movimiento terminara por romper su propio esqueleto. Reconocí en ese impresionante animal que se convulsionaba sin control a Sam Uley.

Solo después supimos que aquello que presenciamos fue lo que marcó el desenlace de la lucha, lo que inclinó la balanza a favor de uno de los bandos.  La historia completa de lo sucedido no la supimos sino hasta después, cuando el dolor permitió que aquellos que lo atestiguaron pudieran relatar los retazos faltantes…

Sam se había abalanzado furioso sobre Cayo, quien estaba divertido usando su lanza llamas como una especie de juego de tiro al blanco. Su primera víctima había sido Tía, la pareja de Benjamín, de ella había sido el primero de ese montón de cuerpos en llamas que había visto y terminado por usar para quemar el de Kaito. Había tratado de lastimar a Leah, quien literalmente por los pelos se había salvado de morir carbonizada por el pirómano de Cayo, lo que provocó la ira de Sam Uley. Éste se lanzó de lleno contra el Vulturi, logrando arrancarle el lanzafuegos y la mano con la que lo sostenía. Pelearon al tú por tú, Sam sin dejarse amedrentar por el líder de esta especie de escuadrón de extermino; Cayo deseoso por satisfacer su deseo de un baño de sangre y sadismo. En medio de una lucha tan física, pero con miles de años de experiencia en combates, Cayo encontró la forma de tomar posición de ventaja sobre Sam, a pesar de que le faltaba la mano. Le clavó  los dientes, inyectándole su ponzoña.

La abuela y yo llegamos justo cuando los temblores más fuertes acometían el cuerpo del lobo antes de dejarlo laxo sobre el piso marcando el fin de su vida. Una muerte súbita y sin sentido. Lo primero que me vino a la mente fue la imagen de los pequeños hijos de Sam, que en poco más de un año habían perdido a sus padres, ¿qué iba a ser de ellos ahora? Dos niños inocentes cuyas vidas parecían suspender sobre un profundo abismo. Y todo por mi causa. Algo más que anotar a mi larga lista de culpas.

–¡No..! Carlisle… –la abuela me sacó de mi ensoñación. El abuelo le había hecho frente a Cayo.

–¡Quédate con Seth! –prácticamente le ordené sin miramientos, pues mi amigo a pesar de sus esfuerzos por moverse e ir al lado de Sam, no lograba hacerlo. Definitivamente tendría roto algo más que la pata delantera derecha.

–Tu abuelo…

–¡Quédate con Seth! –repetí sin mirar hacia atrás, exasperada. Sentía un nudo en la garganta, asfixiándome. Era parte dolor, parte temor, pero sobre todo, odio, de esa clase de odio que te ciega y no permite ver más allá de lo obvio, ahogando a la razón, dejando que el instinto animal sea el que te mueva.

Caminé furiosa, como un toro listo a embestir al matador de brillante capote.

–¡¿A dónde crees que vas? ¿¡Por qué no has hecho tu maldito trabajo?! –Una pesada y nada fría mano me aprisionó por el antebrazo izquierdo con fuerza. Su voz era un claro reflejo de su cólera.

Awka

Me volví furiosamente, soltándome de su mano. Su sólo contacto me repugnaba.

–¡Ella sigue viva! –gritó nuevamente. Algo en mi mirada o en mi rostro hizo que me estudiara detenidamente frunciendo el entrecejo –Tu hábito… tú… Oh… Entonces, ¿cómo va a terminar esto, querida Renesmee? ¿Realmente estás lista para morir esta noche, malen túten? –pronunció con sorna, torciendo el rictus burlonamente.

–Si he de morir esta noche, no será primero que tú. Me encargaré de que seas el primero en la fila del Infierno.

Exclamé un gruñido más propio de una bestia que de un ser humano y sin pensar en las consecuencias, sin detenerme a estudiar las probabilidades que tenía de sobrevivirlo, salté sobre él.

Awka me esperó con un potente puñetazo en el plexo solar que me lanzó un par de metros, cayendo estrepitosamente sobre mi trasero. En otro momento probablemente me hubiera levantado  lloriqueando del dolor o ni siquiera hubiera podido ponerme en pie, pero, ¡diablos!, estaba encabronadísima, y más que sentir dolor, lo que sentía era ansias pero arrancarle una a una las uñas de sus veinte dedos antes de decapitarlo tal y como Aníbal lo había hecho con Embry. Como un resorte me levanté, sacudiendo la cabeza tal como lo hacen los boxeadores antes de cada round.

–Eres pan comido… –estaba seguro de vencerme. Awka, Apolo o como quisiera llamarse, pecaba de ególatra. Ansiaba borrarle esa sonrisita de autosuficiencia de la cara.

Fui yo quien esperé su ataque. Patada, jab, upper-cut. Me habían entrenado para esto, pues bien, que observaran lo buena alumna que había sido. Respondí con la misma intensidad, con la misma fuerza uno a uno de sus golpes; con satisfacción, noté que le había roto la comisura del labio, haciendo que escupiera su propia sangre. Por la manera en que fruncía el entrecejo sabía que trataba de volverme a meter bajo el control de su don, pero gracias al escudo de mamá, su don ya no tenía efecto en mí. Ya no era más su patética marioneta.

Recordé la primera paliza que me propino. Aquella que me dio una noche tiempo atrás en otro claro del bosque, la noche que marcó el inicio de toda esta lucha. Esa noche había descubierto sus mentiras, había descubierto que había sido capaz de matar a su propio hermano. La Nessie de esa noche no era la misma Renesmee que tenía enfrente; ahora era más fuerte, más valiente. La Nessie de aquella noche hubiera muerto en los primero minutos de una lucha como la que estábamos enfrentando; la Renesmee que le hacía frente en estos momentos se iba a cobrar una a una las afrentas. Ojo por ojo, diente por diente.

Las dagas” recordé al tiempo que me llevé las manos hacia el cinturón de donde todavía colgaban. Las desenfundé, lista para clavarlas en él.

–¿Juegas sucio?

–El burro hablando de orejas… –respondí –Te divertiste jugando conmigo como un títere, bueno, ahora voy a jugar contigo al “muñeco vudú”. Te voy a clavar esto tantas veces hasta que no quede ni una gota de sangre en tu miserable cuerpo.

Giré las dagas en mis manos sonriendo con crueldad antes blandirlas contra él.

Awka tenía buenos reflejos, tenía que reconocerlo, lograba esquivar mis ataques, pero aún así logré rajarle la piel varias veces. Contestaba mis ataques con puñetazos y patadas. Algunos lograba esquivarlos, otros hacían contacto con mi cuerpo. Yo sangraba, pero él también lo hacía.  La balanza al fin estaba nivelada entre nosotros.

–Grrrrr –enterré una daga en su bíceps izquierdo. Lamenté no habérsela encajado justo en el corazón. Tenía realmente desatados mis instintos asesinos al máximo.

Stan siempre me había dicho que durante la pelea era importante mantener la concentración, pues el mínimo descuido podía hacer que todo se fuera al demonio.  De pronto me pareció escuchar el jadeo ronco de una voz conocida, no supe detectar a ciencia cierta cual, pero eso bastó para que perdiera la concentración por un momento, el suficiente para que Awka lanzara toda una compleja secuencia de golpes con los que primero logró desarmarme y después, con una poderosa patada salí en voladas varios metros de distancias.

La patada me había dejado sin aire, así que empecé a respirar a grandes bocanadas, prácticamente sofocada. Me senté de prisa, provocándome un leve mareo. Tenía que recuperarme ya, no podía perder ni un solo segundo y darle una  ventaja a Awka…

–Debo reconocer que has dado pelea, malen túten. Pero aquí acaba el juego –Awka hablaba con autosuficiencia, con ese tono de voz de aquellos que se sabían vencedores. Levanté la mirada, encontrándome con que de alguna forma, el lanzafuegos de Cayo ahora estaba en poder de mi oponente.

¿Realmente pensaba freírme? ¿Después de tanto golpes, secuestros, lavado de cerebros, manipulaciones, todo se iba a reducir a morir así? Sonreí incrédula. Si todo lo que querían era matarme, lo hubieran hecho la noche de mi secuestro, cuando me tuvieron sola y a su merced, sin necesidad de que involucraran a mi familia y a nuestros amigos.

Me dejé caer hacia atrás, casi derrotada. Tal vez estaba equivocada, tal vez luchar nunca fue la opción. Tal vez la solución a todo esto fue mi muerte desde un principio. La primera vez que los Vulturi habían venido por nosotros a Forks, justamente había sido a causa de mi existencia, y aunque la tía Alice había logrado dar con Nahuel y lograr detener el juicio contra nosotros, el que yo viviera era la excusa perfecta para buscar una nueva razón para que vinieran repetidamente por los Cullen y “sus mascotas”, como los Vulturis se referían a nosotros. Mientras ellos supieran de mi, estarían atentos a que yo rompiera alguna regla, a que por mi condición de semi-vampiro pudiera equivocarme y poner en peligro el secreto de nuestro mundo.  Mientras yo viviera sería la excusa perfecta contra mi familia.

¡Basta! Darte por vencida es dejar sin sentido las muertes de Eleazar y Embry”, me reñí a mi misma. “Hasta el último aliento, hazlo aunque sea por todos ellos”.

Empecé ponerme en pie mientras el horroroso chirrido metálico que ya a empezaba a serme familiar se mezcló con el resto de los sonidos proveniente de la pelea. Era cuestión de nada para que el géiser de centellas y lenguas de fuego apareciera, ya empezaba a percibir el abrazador calor proveniente de ellas.

–¡Noooo!

No supe de quién fue el grito, si mío o de alguien más. De lo único que fui conciente fue que la tía Rosalie había aparecido prácticamente de la nada para ponerse delante de mí y recibir de lleno la descarga de fuego que Awka pretendía darme.

Miré horrorizada el cuerpo de mi tía en llamas.

–¡Emmett!

–¡Deténganlo!

Los gritos me parecieron bastantes lejanos mientras veía cómo el tío Jasper y Stan corrían presurosos a nuestro lado. Entre los dos desarmaron a Awka y le dieron muerte en ese instante, rompiéndole el cuello antes de arrancarle la cabeza y prenderle fuego con la misma arma que había intentado usar contra mí.

El tío Emmett parecía enloquecido, lanzando aullidos inarticulados llenos de un desgarrador dolor. Intentaba alcanzar a toda costa el cuerpo carbonizado de la tía Rose.

–¡Deténganlo! –volvió a gritar alguien. Esta vez logré identificar a mi padre como el dueño de la voz.

Se necesitó de toda la fuerza del tío Garret y de las tías Kate y Tanya para contenerlo. Estaba desesperado por llegar al lado de su amada Rosalie, en sus ojos se leía que creía que aún podía hacer algo por ella, por salvarla.

–Es demasiado tarde para ayudarla, ya no hay nada que puedas hacer… –susurró suavemente la tía Kate. Si el tío Emmett tomaba en sus brazos el cuerpo aún llameante de mi tía, él correría la misma suerte sin ninguna duda.

–¡No! ¡No! ¡Roooose! – el bramido atormentado del tío Emmett retumbó con furia no solo en el claro que rodeaba la casa, sino en todo el bosque. Incluso podría jurar que el lamento bien se pudo haber escuchado hasta Forks con facilidad.

Yo estaba ahí, parada como una estatua, observando todo mientras en mi cabeza me negaba a aceptar que lo que estaba ocurriendo fuera real.  Sabía que estaba llorando, sentía cómo la humedad de las lágrimas se deslizaba por mis mejillas, pero ni siquiera era capaz de alzar la mano para limpiármelas. El shock por la magnitud que significaba la pérdida de mi adorada tía Rose me tenía completamente pasmada.

Mi bella tía Rosalie, quien había sido como una segunda madre para mí. Me había amado desde el primer día, había luchado al lado de mamá para que yo pudiera nacer aún cuando los demás no estaban de acuerdo. Mi tía alguna vez me dijo que gracias a mí, ella y mi madre habían llegado a ser tan buenas amigas, a quererse como verdaderas hermanas.

Las lágrimas me impedían ver, cerré los ojos y en mi mente resonó la dulce voz de mi tía durante mis primeros días en esta tierra. Aún recordaba la canción con la que me arrullaba en sus brazos

“…You Are My Sunshine

My only sunshine.

You make me happy

When skies are grey.

You'll never know, dear,

How much I love you.

Please don't take my sunshine away…

(Fragmento de “You are my sunshine”, una canción de cuna)

Recordé también la vez que después de ver “El mago de Oz”, decidí que quería ser “Dorothy” y me obsesioné con todo lo que tenía que ver con la película. La tía Rose decidió darme la experiencia más realista posible, así que convenció al tío Emmett para que se disfrazara de “El hombre de Hojalata”, al tío Jasper del “Espantapájaros” y a Jacob de “el León cobarde”. A Jake no le había gustado mucho su papel y había protestado por ello.

Perros, gatos, leones… ¿cuál es la diferencia?” había respondido mi tía con guasa antes de agregarle que después de todo lo que importaba era que yo me divirtiera jugando a ser “Dorothy” con mis zapatos espolvoreados de diamantina  rubí.

La tía Rose había sido mi constante compañera de juegos en mi fugaz infancia, mi cómplice de aventuras y travesuras. Y ahora, se había ido…

–Renesmee…

–¡Mamá! –giré la cabeza con desesperación hacia la derecha, que era de donde provenía su voz.

Eché a correr. Abrió sus brazos hacia mí y me estreché con fuerza a ella, dando rienda suelta a mi llanto.

–Todo ha terminado… –dijo con voz estrangulada.

–La tía Rose….

–Lo sé…

Ninguna pudo seguir hablando, la emoción nos sobrepasaba. La había extrañado tanto, había temido tanto por ella. Por fin estaba en brazos de mi madre.

No podía dejar de llorar, pero tenía que controlarme, no era momento para caerme en pedazos.

–¿Los demás? –pregunté con ansiedad, mirando alrededor, buscando a los Vulturis luchando contra el resto de mi familia, pero no había señales de ellos. –¿Alguien más está...?

– Ya no queda ninguno de ellos en pié. Todo ha terminado. –repitió mamá. Eso quería decir que había habido más bajas de nuestro lado…

–¿Quién más? –demandé saber.

–Colin.

Me cubrí el rostro con las manos, impotente. Esa noche habíamos perdido demasiado. Rosalie, Sam, Embry, Colin, Benjamin y Tia, además de Eleazar…

–Ha despertado…

¿?

–Jacob.  Recuperó la conciencia…

–Tengo que ir con él… –hice el ademán de alejarme, pero mamá detuvo mi marcha con su mano en mi antebrazo izquierdo

–Está muy malherido. Sus hermanos quileutes están con él.

–Es mi culpa, tengo que ayudarlo… Yo fui quien lo dejó así.

–Espera por favor. El resto de la manada sabe que tú… no sería buena idea que te acerques a ellos en estos momentos. Van a llevárselo para atenderle las heridas.

–Debo estar con él…

–Por favor –dijo apretándome un poco más con su mano –nosotros también te necesitamos. Tenemos que estar juntos, es demasiado…

Miré a un lado y al otro. En un extremo alejado estaban los licántropos sobrevivientes, unos arrastrando los cuerpos de los caídos mientras los demás se movían con agitación.  Parecían decididos a ignorarnos a como diera lugar.

Del otro lado, cerca de donde estaba parada junto con mamá, mi familia trataba de dar consuelo a mi tío Jasper, mientras Stan, Garrett y Neema terminaban por lanzar al fuego los restos de nuestros enemigos. No pude evitar sentir cierto alivio al ver que papá, así como mis abuelos, mi tía Alice y el tío Jasper estaban a salvo. Aunque me partía el corazón ver a mi tío Emmett en ese estado; me pregunté si alguna vez seríamos capaces de reponernos de la pérdida de la tía Rose, sobre todo él.  

De pronto, tuve la sensación de que esa noche no sólo habíamos perdido familia y amigos, sino también se había perdido gran parte del sentido del pacto que generaciones antes habían hecho Eprhain Black y mi abuelo, Carlisle Cullen.

Ahora quedaba por saber qué tanto se había perdido. Me estremecí al pensar que otra vez volvíamos a ser enemigos letales por naturaleza. 

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