Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

martes, 30 de noviembre de 2021

ZURICH

 

 

Había creído que no volvería a ver un amanecer, que mis ojos se cerraría con la última campanada del Año Viejo.

Pero aquí estaba yo, sentada sobre una fría banca de piedra en el patio trasero de la casa que nos había conseguido tío Jasper en Zurich, Suiza, a mitad de la madrugada, envuelta en la oscuridad y el gélido clima que calaba hasta los huesos.

Sí, dentro de los mil y un resultados posibles que pudiera haber imaginado que sucederían después de nuestra pelea contra los Vulturis, jamás imaginé que estaría sentada un 3 de enero, congelándome el trasero en el patio del número 46 de la calle  Kurhausstrasse mientras fumaba el que juré sería el último cigarrillo de mi vida.

Los últimos días habían sido como un borrón en mi memoria, a veces tenía retazos de recuerdos de lo que había pasado desde que salimos prácticamente volando de la destrucción del centro de Volterra (se le había pasado bastante la mano al socio de tío Emmett, Alejandro, con eso de los explosivos) hasta que llegamos en un vuelo privado a Zurich y metimos al abuelo Charlie al Hospital Universitario.

Recuerdo el cuerpo de mi abuelo contorsionándose de dolor, sufriendo por el veneno de Aro; recuerdo también, la frenética carrera por detener su conversión… había sido un caos: mamá gritando, debatiéndose entre el deseo egoísta de dejar que mi abuelo se convirtiera y nunca perderlo, o evitar que se convirtiera en algo que probablemente detestara una vez que abriera los ojos. Y luego, la decisión de quién detendría el avance del veneno en el torrente sanguíneo del abuelo, quién se encargaría de beber la sangre contaminada.

Ni mamá ni yo tuvimos el estómago de hacerlo, papá no estaba seguro cómo se tomaría el abuelo saber que Edward Cullen había bebido de él (a pesar de tanto tiempo, los bonos de papá no eran precisamente los más altos con su suegro); así que al final había sido mi Stan el encargado de evitar la conversión de Charlie.

–Realmente, no conozco a tu abuelo –me había dicho después de que había logrado retirar toda la ponzoña Vulturi –Es más sencillo pensar en él como un extraño cualquiera y así beber de su vena.  

Di la última y larga calada al cigarro, reteniendo el humo en mis pulmones hasta que sentí el ardor en el pecho y la garganta; el dolor me hacía sentir viva, reafirmándome que habíamos logrado salir con vida de Volterra.

–Creí que ya no ibas a volver a fumar… tvrdohlavá žena

La voz de Stan me sacó de mis pensamientos, al tiempo que soltaba el humo que había estado reteniendo. Al verlo y olerlo, mi vampiro checo frunció el ceño con desagrado

–Es el de la despedida –pronuncié con una ligera sonrisa ladeada –Me lo merecía, después de la locura de estos días, me lo tengo ganado.

Stan negó con la cabeza, encogiéndose de hombros. Sabía que no había mucho sentido discutir conmigo por una tontería así.

–Deberías volver a la cama. No has dormido nada en los últimos días. –Dijo con suavidad, mientras se acomodaba a mi lado en el banco antes de levantarme y dejarme sobre su regazo. No me había percatado que traía una frazada bajo el brazo hasta que me envolvió en ella, proporcionándome un cálido refugio.

–No puedo conciliar el sueño –un profundo suspiró escapó entre mis palabras, mientras apoyaba mi mejilla en el hueco entre su hombro y cuello –Empiezo a caer dormida y mi corazón empieza a latir como si fuera un colibrí atrapado en mi pecho. Es como si mi cuerpo se pusiera alerta, porque si cierro los ojos, puedo despertar y darme cuenta que realmente no vencimos a Aro, que todo fue un sueño y estamos atrapados por los Vulturi

–Estás a salvo, Můj anděl, nadie volverá a aterrorizar tus sueños. Todos estamos a salvo.

 La Señora… –no pude evitar que un escalofrío recorriera mi espina dorsal mientras pronunciaba quedito su nombre. Recordaba perfecto que prácticamente le había prometido depositar mi vida en sus manos en el momento que ella quisiera a cambio de que no nos retirara su apoyo al borde de la pelea en Volterra

–Nadie –Stan me obligó a sentarme recta, posando su mano bajo mi barbilla, obligándome a enlazar mi mirada a la suya –absolutamente nadie, ni monstruo, ni humano, jamás volverá a romper tu tranquilidad. No lo permitiré.

»Este es el inicio de nuesto “vivimos felices para siempre”. No pienso permitir que te conformes con menos, que vuelvas a vivir con miedo.

–Stan… –me abracé a él, rodeándolo por el cuello, deseando fervientemente que así fuera, que ninguna otra oscuridad se cerniera sobre nosotros, amenazando nuevamente aquellos a quienes amamos.

Milagrosamente, no habíamos perdido a nadie de la familia; solo los rumanos y una Erinia habían caído ante la guardia Vulturi… y claro, Leah. Al parecer, había muerto al interponerse entre un Vulturi y Seth, salvando a su hermano de la letal mordida del vampiro. El cielo me perdonara, pero realmente no me sentía triste por ninguna de esas pérdidas. A los tres vampiros no los conocía realmente, y su adición a nuestro grupo había sido más por sus intereses que por “amor” a nosotros.

En cuanto a Leah… ella había ocasionado todo este desastre. Y realmente quería ser empática, tratar de entender que un corazón roto te lleva a hacer demasiadas locuras, yo podía dar testimonio de ello, pero no podía perdonarle haber expuesto a un inocente, al abuelo Charlie, con tal de llevar a cabo su venganza. Lo sentía mucho por Seth, porque estaba destrozado con la muerte de su hermana, sin saber cómo enfrentar el dolor de su madre, quien estaba a miles de kilómetros de distancia sobrellevando la pena, sola.

Me avergonzaba no poder sentir pena por ella, y tal vez pareciera una perra sin corazón, pero este desastre empezó gracias a ella. Si no hubiera movido los hilos para sacarme de mi escondite de la manera que lo hizo,… ¡Demonios! No se debe hablar mal de los muertos, pero yo distaba mucho de ser perfecta. Tal vez fuera la parte vampírica en mí, la que me hacía guardar un intenso rencor difícil de diluir.  

Sacudí ligeramente la cabeza, esforzándome en alejar esos pensamientos de mi cabeza, mientras que lentamente soltaba mis brazos alrededor de Stan, volviendo a acurrucarme entre sus brazos, el único lugar en el que me sentía segura y en paz.

–¿Sabes si hay alguna noticia de Charlie? –pregunté, cambiando un poco el tema

–Ninguna desde la última que nos dieron ayer por la tarde. –sentí los labios de Stan posarse en un ligero beso en mi coronilla –Pero él estará bien; los doctores le dijeron a tus padres que le empezarían a retirar los calmantes, en unos días despertará del coma inducido.

Dada la gravedad de las heridas del abuelo, y su historial de cardiopatías, los médicos habían acordado mantenerlo sedado para darle tiempo a su cuerpo a mejorarse. La familia había tenido qué inventar un montón de mentiras y pagar otro tanto de dinero para evitar las preguntas y asegurar la mejor atención que mi abuelo pudiera recibir. Mamá se había negado a abandonar su lado, así que le habían acondicionado una habitación en el hospital, cerca del abuelo. Quería quedarme con ella, pero de la manera más dulce y enérgica, me había mandado a casa a dormir. Y les había ordenado a Stan y a papá que se aseguraran de que así fuera.

–No sé qué va a pasar cuando el abuelo se despierte –me mordí el labio, nerviosa –tanto qué explicar, y no sé si él…

–Él te seguirá amando como desde el primer día –Stan interrumpe mi retahíla nerviosa, sabiendo a qué me refería.

–¿Lo crees?

–Lo sé.

–¿Cómo es eso?

–Porque, ángel mío, así fue conmigo. Te he amado desde el primer momento,  nunca dejé de hacerlo y jamás dejaré de amarte.

Enderecé mi posición, hasta que mis ojos quedaron prácticamente a la altura de los suyos. Respiré profundo, llenándome los pulmones no solo del frío aire, sino del dulce aroma tan característico de Stanislav Masaryk, mi vampiro, mi alma gemela… mi marido hasta mi último aliento en esta tierra.

–Te amo –dije mientras atrapaba su rostro entre mis manos. Recorrí con el pulgar derecho su labio inferior, maravillándome de la suavidad de su piel. –Para siempre… para esta vida y la que sigue.

–¿Recuerdas lo que te dijo la adivina en Volterra? –Stan acercó su rostro aún más al mío, hablando en un bajo susurro, provocando mi boca con la suya, anticipando el contacto. Sentí que mi sangre empezaba a correr elevando su temperatura, sintiendo un agradable calor que empezaba a expenderse de mi pecho hacia el resto de mi cuerpo.

–Aja... –apenas si pude jadear esa brevísima respuesta, más concentrada en lo que estaba pasando entre mi cuerpo y el de Stan que en hacer memoria de eventos del pasado. Parecía algo tan lejano, como si hubiera sido en otra vida.

–Sibila –recordó el nombre nos había sido develado por la Señora, así como el hecho de que también era una mestiza, como yo –Ella dijo que éramos destinos enlazados desde siempre, sin un fin

No tenía idea a dónde quería llegar, y bien podría decirme que Sibila me había recitado en el alfabeto en gaélico y le hubiera la razón, con tal de que guardara silencio y me besara hasta quitarme el aliento.

Desesperada por sentir su sabor en mí, y más esclava de mis deseos que de mi conciencia, me abalancé sobre él, necesitando de su contacto, de sus caricias… no habíamos podido estar juntos en los últimos días, así que mi cuerpo empezaba a protestar por la abstinencia de Stan.

En algún lugar muy profundo y recóndito de mi cabecita, una vocecita intentaba hacerme recordar que estaba a la intemperie, que mi padre, mi ex y el mejor amigo de mi ex estaban dentro de la casa y que sería muy bochornoso si alguno de ellos nos atrapara haciendo el amor sobre la banca.

Chci vás. Potřebuji tě... Potřebuji být v tobě, cítit v tobě, zemřít a znovu se v tobě narodit…

Su tono tan bajo, su urgencia, sus labios en mi cuello y sus manos por mi cuerpo, era imposible no sentir que me derretía por él. Prácticamente soldé mi cadera sobre la de él, enterrando mis manos en su cabello, ofreciéndole mi cuello, mi vena… cerré los ojos, sintiéndome libre, salvaje, como no lo  había hecho durante mucho tiempo.

Ejem… ejem…

Así, con los ojos cerrados, lo único que me permitía era sentir sus caricias y el retumbar alocado de mi corazón.

Mío, mío” gritaba cada parte de mi cuerpo, reclamándolo, dando gracias porque que había regresado a mí, y prometiéndole al cielo jamás dejarlo ir.

Y sabía que Stan sentía lo mismo, pensaba lo mismo… nuestro sellamiento era completo, éramos capaz de sentir al otro, una conexión no sólo física, sino que iba más allá de lo que cualquier pudiera entender.

Un fuerte silbido, seguido de unos enérgicos “¡Renesmee!, “¡Stanislav!” bastaron para sacarnos de nuestra pequeña y caliente burbuja que habíamos creado.

Sabía muy bien a quién pertenecía esa enojada voz. Y no quería abrir los ojos, oh no.

Re-nes-mee –Papá no necesitó gritar, el bajo y apretado tono de su voz era más que suficiente para hacer que un pelotón completo se cuadrara en posición.

Con toda la dignidad posible, me acomodé rápidamente la ropa bajo la manta, que gracias a Dios, todavía nos cubría a Stan y a mí. A velocidad del rayo, me puse de pie, quitando la suave manta de mis hombros y dejándola a un lado de la banca.

Tosí ligeramente, intentando aclarar mi garganta para que las palabras me salieran lo más firmes posibles.

–¿Nos buscabas, pa? –me puse de pie, consciente de la mirada asesina que mi padre le lanzaba a Stan, y de que mi cara había adquirido por lo menos unos siete diferentes tono de rojo.

–Es hora de que los chicos se vayan – por “chicos” entendí que se trataba de Jake y Seth. Al parecer, tío Jasper había logrado echar andar su magia de billetes y al fin había arreglado el vuelo privado que llevaría a los Quileutes de regreso a casa. Y eso implicaba que también había logrado recuperar el cuerpo de Leah. –Creí que tal vez querrías decirles “adiós”.

Me mordí el labio con aprehensión, pero sabía que era lo justo y lo correcto. Era el momento de darle un cierre a una historia que había traído bastante dolor.

Asentí ligeramente y enfilé mis pasos al interior de la casa, preparándome para pronunciar el “adiós” que no dije tantos años atrás.

–Será mejor que te quedes aquí, Stanislav –pronunció mi padre, deteniendo el paso de Stan.

Giré el rostro al tiempo que Stan se preparaba para contradecir la orden de mi padre, quien ni siquiera lo dejó pronunciar palabra al soltarle un seco: –Te caería bien un rato en el frio, necesitas bajar el “ánimo” después de… –soltó un violento resoplido, como el de un toro  detectando algo rojo – y tal vez deberías de cubrirte con la manta que ha dejado mi hija, mi cordura te lo agradecería.

Sentí la cara arder, luchando entre la mortificación y soltar una risa nerviosa antes de entrar a la casa; algún día, sería capaz de reírme de la situación de “la gran casa de campaña dentro de los pantalones de Stan y la ira de mi padre”. Pero ahora tenía algo importante qué hacer.

 

 

 

Observé a través de la alargada ventana que daba del recibidor a la calle, cómo se alejaban las luces traseras del automóvil que llevaban a Jake y a Seth hacia el aeropuerto. No pude evitar que una solitaria lágrima se deslizara por mi mejilla. Decir “adiós” nunca había sido mi fuerte, y menos cuando en mi corazón sabía que esta vez era el definitivo.

Mi amor por Stanislav no quitaba el hecho de que Jacob Black siempre ocuparía una parte importante y especial en mi corazón. No era el hombre de mi futuro, pero lo había sido de mi pasado.

Habíamos compartido una historia de amor, corta y trágica, pero también con destellos de radiante felicidad. Y por eso, deseaba que fuera feliz, que lograra tener todo lo que merecía y necesitaba al lado de Emma.

“–La impronta dice que seremos aquello que el otro necesita: un amor, un amigo, o un aliado – me dijo antes de salir por la puerta, de regreso a América –pero creo que en nuestro caso, lo que necesitamos es saber que el otro es feliz. Que nuestros corazones han sanado y podemos seguir adelante.

»Así que dime, pequeña Nessie, ¿lo eres? ¿Eres feliz? ¿Tanto que ya no necesitas correr para sentirte libre?

Sus palabras me sacudieron, dándome cuenta que tenía razón. Había corrido toda mi vida, siempre encontrando un pretexto tras otro para no quedarme en un solo lugar, sin darme tiempo a sentir pertenencia.

Encontré mi lugar, mi corazón… soy libre al fin. – mi voz sonó con emoción, al darme cuenta que era verdad. Ya no sentía el miedo que me hacía huir, había llegado a donde mi corazón podía echar raíces, libre de cualquier remordimiento o de algún necio sentido del deber. Era libre para decidir, para amar. –Así que sí, soy completa y estúpidamente feliz.

Ambos esbozamos una suave sonrisa, felices el uno por el otro, quitándonos una pesada lápida de amarguras. Sin pensarlo mucho, nos fundimos en un abrazo, uno que contenía tantas emociones y sentimientos compartidos, de una historia de cuando uno él era protagonista de la vida del otro.

Hermano, el chofer dice que hay que salir ya – la monótona voz de Seth rompió nuestro abrazo. Me dolía verlo así, como un autómata, con un vacío en la mirada que me recordaba al mismo que tenía tío Emmett cuando perdimos a la tía Rose. Esperaba que una vez que regresara a la reserva, junto a su madre y el resto de la manada, pudiera encontrar la manera de sanar.

Me despedí de ellos, segura que sería la última vez que los vería.

La vida es larga, y el mundo es pequeño… tal vez algún día nuestros caminos vuelvan a toparse

Asentí mientras veía como Seth salía, despidiéndose con un pequeño gesto con la cabeza. Cuando Jake estaba a punto de salir por la puerta, pronuncié:

Cuídalo por mí, Jake. –Jacob frunció el ceño un momento, no entendiendo –Y la próxima vez que visites a nuestro Isaiah, llévale un ramo de “No me olvides” y dile… dile que su mamá lo ama, siempre.

Los ojos de Jake se volvieron vidriosos al escuchar mis palabras; supuse que la emoción no lo permitía emitir palabra alguna, ya que simplemente asintió con la cabeza.

Con un profundo suspiro, atravesó la puerta, listo para subir al automóvil que los llevaría al aeropuerto privado a las afueras de Zurich. El viaje de 11 horas los esperaba, y con la diferencia horaria de nueve horas menos, esperaban llegar a las 7 de la mañana de Seattle.

Abrió la puerta trasera izquierda del vehículo y antes de subirse, me dedicó una sonrisa ladeada. Cerró suavemente y el automóvil emprendió su marcha. Cerré con suavidad la puerta de la casa, y no pude evitar quedarme viendo mientras se alejaban del lugar.

–¿Estás bien? –Stan me rodeó por detrás con sus fuertes brazos, mientras apoyaba su rostro contra el mío; detecté la preocupación en su voz, así que giré para quedar de frente a él, mientras atrapaba su rostro en mis manos.

–Lo estoy.  Estoy con los que amo, ¿qué más puedo pedir? Y… –Lo que fuera a decir, murió en mis labios al sentir la presencia de mi padre en la habitación contigua a nosotros –Y, creo que es hora que tú, papá y yo solucionemos unas cosas… es hora de empezar nuestro “y vivieron felices por siempre” haciendo las paces con tu suegro.

No pude evitar soltar una risa divertida y poner los ojos en blanco al escuchar el resoplido molesto de Stan y de mi padre. Iba a ser un largo camino antes de que este par se llevaran bien.

No tenía idea cuan largo sería.

domingo, 17 de octubre de 2021

RESCATE

 

Dicen que cuando pasas por un acontecimiento dramático, tu mente se protege y olvidas todo, o la mayoría de las cosas que viviste… pero a veces, cuando estás en una situación de mucha adrenalina y terror, todo se graba en tu mente, y es posible repetirlo una y otra vez; cada detalle, cada color, cada rostro… como si fuera una película y en realidad, apenas si duró un par de minutos.

A veces creo que lo que sucedió esa noche, me ha dejado caminando en una línea muy delgada entre el olvido y quedar grabado a cal y canto en mis recuerdos. Cerrar los ojos y lo único que puedo ver es destrucción y olor a muerte.

No recuerdo exactamente cómo llegamos hasta la cámara principal. Creo que estaba demasiado concentrada en intentar apaciguar el loco latido de mi corazón, que el bombeo frenético alertara a nuestros enemigos.

No sé cómo, pero los pequeños grupos en los que nos habíamos ido dividiendo para poder ingresar de manera más discreta por los diferentes pasadizos del castillo Vulturi, nos habíamos logrado reunir a unos pocos metros de la entrada camuflada. Estábamos todos menos Alejandro que estaba afuera listo para volar el edificio, y Jake, Seth, Neema  y una Erinia de la que no me había esforzado por retener su nombre. Ellos estaban buscando a mi abuelo y a Leah en el lado opuesto del castillo.

Emmett hizo una muda señal para que retrocediéramos un poco mientras se adelantaba y colocó lo que parecían unas pequeñas calcomanías negras sobre el arco de la entrada. A toda velocidad y en un parpadeo, regresó tan atrás como nos habíamos alejado y ¡boom! El primero de varios estallidos que escucharíamos esa noche.

Lo que había sido una entrada perfectamente camuflada en un antiquísimo mármol, se resquebrajó y empezó a caer como si se tratara de una ligera capa de nieve.

Stan me había protegido con sus brazos de la explosión, evitando que algún escombro pudiera dañarme; pero después de la explosión, solo me quedó un molesto y repetitivo pitido en los oídos. Aunque realmente no tuve tiempo de preocuparme por eso o ponerle mucha atención. Oh no, todo el oxígeno parecía haberse extinguido del ambiente, todo sonido parecía haber muerto en la explosión… porque había un descomunal e irregular hueco en la pared, y detrás de él, una escena sacada de una pesadilla, algo muy parecido a un cuadro sacado de las Pinturas Negras de Francisco de Goya.

En ese profundo hueco, 21 vampiros, con las manos y los rostros manchados de sangre, algunos con sus víctimas todavía en sus manos, nos miraban atónitos, como si no estuvieran seguros de lo que estaba sucediendo.

No podría decir e exactamente como lo supe o cómo medí el tiempo, pero durante seis segundos, todo se detuvo. Nadie se movió, nadie parpadeó, fue la nada absoluta y al segundo siete, el caos estalló en proporciones casi apocalípticas.

Gritos, gruñidos y el olor metálico de sangre fresca, eso era lo que inundaba la habitación; y para rematar, un apagón dejó en tinieblas el recinto. Pero para monstruos como nosotros, acostumbrados a vivir en las penumbras, la luz no era necesaria para luchar a muerte contra los enemigos del otro bando.

­­–Renesmee, cariño, no sueltes mi mano... pase lo que pase, no te alejes de mí –Stan susurró en mi sien, antes de tirar de mi mano hacia la pesadilla

Demonios, era demasiada la sangre que manchaba el antiquísimo mármol, cuerpos inertes con los ojos abiertos llenos de terror aún después de muertos; otros, los que no habían alcanzado a ser masacrados, se debatían entre el dolor del veneno de los vampiros y el desangrarse por las inmisericordes heridas recibidas por parte de los Vulturis. Evidentemente, habíamos interrumpido la cena de fin de año. Tenía que concentrarme en mi objetivo, que era llegar a Marco y mostrarle lo que la Señora me había indicado; pero la contradicción de luchar entre el asco de ver esa carnicería y el picor que sentía en mi garganta, deseando poder saborear esa sangre desperdiciada, parecían jugar en mi contra.

Todo pasaba tan rápido, pero a la vez, a cámara lenta. Stan se aferraba a mi mano, avanzando juntos en medio de la lucha, mientras que con la que tenía libre, apartaba enemigos, tratando de protegerme.

Paseando mi mirada frenéticamente de un lado a otro, veía a mi madre tratando de manipular su don y protegernos, mi padre peleando a unos pasos contra dos Vulturis de capa gris oscura, intentando por todos los medios que mamá no fuera herida.

Los Cullen, los Denalli, las Erinias, los Rumanos… todos peleaban con furia, bestias contra monstruos.

­–¡Neema, vengan al salón! ¡La loba y Charlie están aquí! – la furiosa voz de tío Emmett sonó a través de nuestros equipos de comunicación. –¡Los necesitamos aquí!

¿El abuelo Charlie estaba ahí? ¿Pero… cómo?

Un muy mal presentimiento me llenó cada célula de mi cuerpo, mientras los escalofríos recorrían mi espina dorsal de arriba para abajo.  Por instinto, miré hacia donde recordaba se encontraban los tronos de Aro, Marco y el que alguna vez fuera de Cayo. Y ahí estaba, Aro, de pie y con la mirada regocijada por lo que veía; recordé una vieja película sobre gladiadores en el circo romano, y Aro me recordó al personaje del “César” que se entusiasmaba y regodeaba con el espectáculo de la lucha y la muerte. Era casi fascinante ver el brutal y maligno rictus de su rostro marmoleo, tanto que por un momento, no me había percatado de algo: a un lado de Aro, hincado, estaba el cuerpo de un hombre, con la cabeza tirada hacia abajo, su barbilla tocando la parte superior del pecho.

Aun en las sombras, aún entre el caos de la lucha, pude escuchar la suave y macabra voz de Aro, la misma voz que a veces me visitaba en mis pesadillas

–Quisieron protegerte de que supieras nuestro secreto, aunque en el fondo lo sabias y nunca tuviste la valentía de decirlo en voz alta... patético.

»¡Ve este hermoso y perfecto caos! ¡Esto es por ti! –Al tiempo que gritaba casi en éxtasis cada palabra, con la mano derecha le jaló del cabello para levantar el magullado rostro, y con la izquierda lo tomaba sin misericordia de la parte trasera del cuello, obligando a su presa a ponerse de pie.

­–¡Ah! ­– jadeé al darme cuenta que se trataba del abuelo Charlie. ¡Mi abuelo estaba en manos del más jodido y psicópata vampiro de nuestra especie!

Mi primer impulso fue lanzarme hacia él, tratar de arrancarlo de las manos de Aro. Como pude, me liberé de la mano de Stan y corrí hacia los tronos, lista para pelear contra un vampiro por lo menos 2 mil años más viejo que yo, más astuto, pero ¿qué locuras no hace uno por amor?

–¡Renesmee! –el grito de Stan no llegó a tiempo. No había avanzado ni un par de metros cuando algo me arrolló con la fuerza de un bus escolar.

El impacto me sacó todo el oxígeno de mis pulmones, dejándome aturdida por un segundo. Tuve la suerte de poder recuperarme pronto, porque de lo contrario, no hubiera tenido los reflejos necesarios para esquivar la mordida de un enorme y rabioso lobo… o mejor dicho, loba de pelaje gris. Leah Clearwater.

Nunca había luchado contra un lobo (lo sucedido muchos años atrás con Jacob no podía considerarse una pelea, no cuando él jamás había lanzado un ataque hacia mí para defenderse de mi yo en modo zombie) y creo que nada me hubiera preparado para algo así. Leah estaba tratando de desgarrarme el cuello con sus dientes, y no sé si por pura suerte o un milagro, lograba zafarme antes de que hundiera su mordida en mí.

–¡Ella es mía!

La dueña de la furiosa voz le dio un fuerte puñetazo al cuerpo de Leah, y podría jurar que escuché como se le fracturaban un par de costillas en el proceso mientras era separada de encima de mi cuerpo; pero claro, yo no podía tener tanta suerte. Mi enemiga favorita, “la enana malévola”, había intervenido para arrancarme de Leah, y dudaba mucho que lo hubiera hecho por la bondad que rebozaba en su corazón

–¿Me extrañaste, querida? –Susurró a milímetros de mi rostro para después sentarse a horcajadas sobre mi pecho y envolver mi garganta entre sus pequeñas manos –Tu madre podrá anular mi don, pero no el odio que siento por ti. Maldita mestiza...

Aunque la presión sobre mi cuello me estaba dificultando bastante respirar, no pude evitar esbozar una sonrisa burlona. Yo también había esperado mucho tiempo por esto,  y no había llegado hasta aquí para dejarme matar tan fácil por esta pequeña bruja.

Como si algo hubiera hecho ignición en mi sangre, sintiendo que cada fibra de mi cuerpo, que cada bombeo de mi latiente corazón se revolucionaban como una máquina de guerra, empuñé mi mano derecha y le asesté un fuerte golpe en la quijada, desequilibrándola, lo que aproveché para hundir mis manos en su largo cabello, que en algún momento de la pelea, se había soltado de su peinado. Empezamos a pelear ferozmente, arrancándonos puñados de cabello mutuamente, lanzándonos golpes a diestra y siniestra. Me partió el labio en el proceso, haciendo que saboreara mi propia sangre. Y eso, en lugar de acobardarme, había enfurecido aún más a mi bestia interior.

Me lancé sobre ella, pero para mí mala fortuna, había pisado un charco de algo que suponía era sangre, haciendo que resbalara antes de concretar el golpe; Jane aprovechó y me dio una fuerte bofetada, haciéndome escupir más sangre y uno de mis molares izquierdo.

–¡Bye! –La voz de Neema sonó de repente a espaldas de Jane, y mientras expresaba esa pequeña palabra, encendió la pequeña antorcha con apariencia de MagLite, dirigiendo el chorro de fuego hacia la Vulturi. La había atacado a traición, pero no estaba segura que el honor y la moral de guerra se pudiera aplicar en un monstruo.

–Se dice “gracias” –pronunció con sorna Neema –Chica, tienes trabajo que hacer. Ve por Marco…

–Stan – paseé la mirada frenética por el lugar, sin poder ubicarlo –Mi abuelo Charlie…

–¡Haz lo que se te ordenó si quieres que esto se detenga! –Gritó mientras se lanzaba en el tumulto de golpes y mordidas que nos rodeaba.

Jalé aire una y otra vez mientras buscaba con la mirada a Stan, a mi familia y amigos… todos estaban peleando, inclusive Jake y Seth ¡Se suponía que ellos no se iban a ver envueltos en la pelea!

Leah estaba tirada en el piso, retorciéndose de las heridas, completamente desnuda en su forma humana. Por un momento dudé en ayudarla o no, porque al fin y al cabo, se trataba de la hermana de Seth, aun cuando me había atacado.  Justo cuando iba a dar un paso hacia ella, con mi vista periférica, detecté algo que se escondía en la parte más recóndita del salón, más allá de donde se encontraban los tronos.

Era Marco, quien con la lánguida mirada de siempre, se había quedado como una estatua en las sombras, observando sin ver realmente, lo que sucedía a su alrededor. A sus pies estaba en cuerpo inerte de una mujer humana. Al parecer, se había dado tiempo de terminar su cena, aún en medio de la lucha.

Me lancé lo más rápido que pude, esquivando cuerpos, golpes y lo que se atravesara en mi camino.

Nos separaban apenas 5 metros, pero sentía que había corrido 5 kilómetros para poder llegar a él. Me paré frente a él, quien parecía no haber notado mi presencia

–Marco… –pronuncié con un hilo de voz –Marco, yo…

El campo de batalla es una escena de caos constante. El ganador será el que lo controla, tanto el propio como el de los enemigos… –pronunció con ese tono lánguido y desinteresado de siempre.

–Tienes que detenerlo, tienes qué pararlo –pronuncié frenética, dando un paso más cerca hacia él. Siempre me había parecido lo que supongo era un vampiro en depresión, pero no podía confiarme. Era parte de los Volturi, y tan viejo como Aro. Que pareciera desinteresado no quería decir que reamente fuera así. Era como ver un tigre adormilado y no pretender que era un peligroso depredador.

–¿Y por qué debería hacerlo? Si gana mi clan, todo seguirá igual… si ganan ustedes, tal vez al fin tenga paz.

Cualquier cosa que yo fuera a responder, murió antes de salir de mi boca, al escuchar el grito de pánico de mi madre: –¡Papá!

Rápidamente giré mi mirada hacia el lugar donde lo había visto por última vez y para mi horror, vi el preciso momento en que Aro clavaba sus dientes en el brazo de Charlie Swan, mi muy humano abuelo.

–Creo que la balanza se ha inclinado –pronunció a mi lado Marco, con el mismo monótono tono de voz.

–¡Noooooo! – grité desde mi entraña, sintiendo como se desgarraba cada músculo de mi garganta, cómo ardían mis pulmones al expulsar todo el oxígeno en ese grito. Era un grito de miedo por mi abuelo, por Stan, Alice y Tanya, que hacía rato que habían desaparecido de mi radar.

En absoluta desesperación, me lancé sobre Marco y atrapé su rostro entre mis manos. Y con un profundo desgarro de mi corazón, nacido del miedo, eché a andar mi don, mostrándole aquello que la Señora me había dado a modo de mensaje para él.

Era como si mis manos estuvieran soldadas al rostro de Marco, no era capaz de moverlas ni un milímetro; mi mirada se ancló en la de él y vi cada sentimiento que iba despertando en él a medida que le compartía los recuerdos.

La Señora había sido bastante “generosa”, dándome hasta el más mínimo detalle de cómo Aro había perpetrado el asesinato de Dydime. Cada escena de ese recuerdo era tan vívida, tan nítida, que era como estar dentro de la historia. Y Marco y yo lo estábamos “viendo” al mismo tiempo; era curioso, cuando la Señora me dio los recuerdos, supe de qué se trataba, pero no podía “verlos”; era como si hubiera programado para que la trama completa se desvelara una vez que hiciera contacto con Marco.

Ver la manera en que la dulce Dydime había sido traicionada por su hermano, cómo Aro la había engañado para apartarla y asesinarla, era brutal. Increíble de imaginar que un hermano pudiera hacerle eso a su hermana de sangre y carne.

–¡¿Cómo?¡ –la mirada de Marco era enloquecida, llena de odio y promesa de una dolorosa venganza. Entendí el significado de la pregunta, y no estaba segura de que me pudiera creer, así que solo pude pronunciar: –La Señora

Eso bastó. No necesité explicar nada más, no tuve que contar cómo me hice de esa información. Con la simple mención de ella, Marco supo que era la verdad. Que al fin sabía quién y por qué había arrancado la felicidad de su vida.

Con brusquedad, se separó de mí, y como un toro embravecido al que le agitan un capote rojo, el alguna vez depresivo Vulturi, se dejó ir contra Aro.

Caí al suelo, como si me hubieran drenado toda la energía del cuerpo. La manera en que había utilizado mi don, me había dejado frita. Pero aun así, con piernas temblorosas, me apoyé sobre la pared y dando pasos de bebé, intenté llegar al abuelo Charlie.

Todo sonido parecía llegarme a una distancia muy lejano; golpes, gritos, el crujir de cuerpos y paredes del castillo, todo eso parecía estar a kilómetros de distancia. Casi arrastrándome, logré llegar a donde estaba el abuelo Charlie, retorciéndose del dolor, ardiendo por el veneno de vampiro. Aro no lo había matado, pero lo había mordido lo suficiente como para empezar la conversión de mi abuelo.

–Abuelo… ­– susurré, sin saber qué hacer. Mamá trataba de abrirse paso entre los que aún estaban peleando y los cuerpos que ardían. Al parecer, no solo Neema había empezado a utilizar las pequeñas antorchas; el salón empezaba a sentirse muy caliente y el aroma a carne quemándose era cada vez más fuerte.

–Papá… –la voz de mi madre sonó con un dolor y una desesperación que desgarraba

–¡Tenemos que largarnos ya! –ladró tío Emmett por los auriculares. Pensé que había perdido el mío en medio de mis peleas con Leah y Jane. –En dos minutos, Alejandro va a volar esto. Quien todavía pueda estar de pie, es hora de salvarse.

»No hay tiempo de levantar heridos. ¡Largo ya!

–¡Edward! ­–gritó mi madre ­–¡No puedo dejar a mi padre aquí! ¡No puedo permitir que se convierta si no es su voluntad!

–Yo lo llevaré ­– pronunció papá, inclinándose a toda velocidad para levantar a mi abuelo ­–Pero necesito que tú y Renesmee corran, tenemos que huir antes de que se venga el palazzo encima.

Entendía la urgencia de papá; los explosivos podían acabar con cualquiera de nosotros, vampiro, mestizo o humano.

Mamá echó mi brazo izquierdo sobre sus hombros, lista para ayudarme a salir de ahí como ánima que lleva el diablo.

–¿Y Stan?

Pregunté frenética, porque no lo veía por ningún lado… y no había manera de que yo dejara a mi vampiro checo. Había sido un camino muy largo y tortuoso para poder encontrarnos, esta vez para siempre; era mío, yo era suya. Habíamos intercambiado nuestras promesas apenas  un par de noches atrás… no, yo no me iba sin encontrarlo. Tenía que estar vivo, en alguna parte, esperando por mí.

–No sé…  –respondieron al unísono mis padres, mientras nos arrastraban a Charlie y a mí por los pasillos, tratando de llegar a los túneles por los que habíamos entrado.

Me detuve por completo, soltándome de mi madre.

–No me voy sin él.

menos de un minuto para que saquen sus jodidos traseros de ahí – estaba empezando a odiar el tono autoritario de tío Emmett

–¡Hija! ­–Mamá intentó jalar mi mano para reanudar la marcha, pero no se lo permití

–Salven al abuelo, ¡corran! Pero yo no me voy sin Stan… juré que compartiría el destino con él. Y si él no… –la voz se me entre cortó, no queriendo pensar en la posibilidad que se estaba plantando en mi corazón. –No pienso vivir en un mundo sin él.

Una lágrima recorrió mi mejilla mientras observaba a mis angustiados padres.

–Y yo no pienso vivir en un mundo sin ti, pero tampoco pienso permitirte ser tan testaruda –mi corazón dio un vuelco, mientras unos brazos me elevaban por el aire. Enredé mis brazos en su cuello, ocultando mi rostro y las lágrimas de alivio que se deslizaban por él. Mis padres y Stan empezaron a correr, frenéticos por salir antes de que todo estallara.

–Pensé que… –pronuncié quedito, pero con la angustia aún latente en mi voz

–Jamás  –pronunció igual de bajo, sin dejar de correr a toda velocidad –Ni en esta vida ni en la siguiente, ni en la siguiente después de esa, podrás deshacerte de mí. Eres mí para siempre.

Cualquier cosa que pudiera contestarle, quedó callada cuando Stan se lanzó conmigo hacia abajo, después de mis padres cargando al abuelo Charlie, por el mismo túnel que habíamos entrado.

­–Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos… per mai più rivederci, mierda Vulturi

La satisfacción en la voz de tío Emmett retumbó en nuestros aparatos de intercomunicación, seguido de un fuerte estallido varios metros más arriba y a la distancia.

Cerré los ojos, esperando que este fuera el último capítulo de esta guerra sin cuartel. Pero sobre todo, esperaba no haber perdido a nadie, como había sucedido una fatídica noche años atrás.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

CHOQUE

No sé cuanto tiempo permanecimos en la misma posición, mi cuerpo descansando sobre el suyo; él, deslizando una y otra vez los dedos entre los mechones de mi pelo. El único sonido que había era el del compás de nuestras respiraciones; la mía, natural y vital. La de Stan, forzada, realmente innecesaria, pero era algo que solía hacer en Italia, después de estos momentos de intimidad entre nosotros. Era como si con ese pequeño detalle, él intentara igualar nuestra humanidad, y la verdad es que escucharle respirar, ver como su pecho subía y bajaba con lenta cadencia me tranquilizaba.

Estaba sumida en un letargo, totalmente agotada, pero feliz, de eso no cabía la menor duda. Apenas empezaba a darme cuenta que habíamos hecho el amor con las luces encendidas y que apenas un trozo de frazada cubría parte de mi desnudez. Y no me importó. Por primera vez en muchísimo tiempo, no me sentía incómoda o avergonzada de que alguien más viera cada una de las marcas de mi cuerpo. Para el hombre que me abrazaba como si fuera el centro de su mundo, yo era perfecta y así me hacía sentir. Lo único que me importaba era que al fin estaba a su lado, al fin había regresado a casa.

–¿Quieres que me mueva para que te acomodes mejor? –Preguntó al fin, intentando moverse para salir debajo de mí.

–Ni se te ocurra –Contesté, abrazando su cuerpo con el mío en un infantil intento por inmovilizarlo. Claro, bastaría menos que un pestañeo para zafarse de mí si lo intentara. Pero no lo haría, estaba bastante segura de ello.

Me sentía agotada pero feliz. Incapaz de moverme, como si los huesos de mi cuerpo se hubieran vuelto líquidos. No sabía que hora era, pero imaginé que el alba no estaría demasiado lejos. Me resistía a pensar en ello, ya que en cuanto el sol saliera nosotros debíamos seguir nuestro camino para reunirnos con mi familia y emprender la marcha sobre los Vulturi.

–Yo tampoco quisiera irme. Desearía poder quedarnos aquí para siempre, así… –Pronunció con un susurro ronco. Me sorprendí un poco, era como si me hubiera leído la mente; inmediatamente recordé lo que me había contado la tía Alice sobre el sellamiento: era una unión tan profunda entre dos vampiros, que emociones, pensamientos y sensaciones iban unidas, sin saber donde empezaban las de uno y terminaban las del otro. Algo que iba mucho más allá del cuerpo, la mente o el alma. Un compromiso, una unión para siempre.

O hasta donde yo durara.

–Gracias –Prosiguió con la voz cargada de dulzura, después de un breve silencio.

Levanté la cabeza ligeramente, con la ceja arqueada, sin saber a qué se debía el “gracias”.

–Por permitirme volver a ti –respondió a mi pregunta no formulada –Por regresar a mi.

Sonreí.

–Me siento una completa idiota por resistirme tanto tiempo. Ahora lo entiendo, era inevitable no terminar juntos. Siento que por mi terquedad perdimos demasiado tiempo.

–Si no fueras terca, no serías tú. Es parte de tu encanto.

–Bobo…

Pero mi sonrisa le quitó cualquier seriedad a la palabra. Stan volvió a besarme, ahogando mi risa, y de paso, cualquier pensamiento que pudiera tener. Era increíble la facilidad con la que me desconectaba de todo a la menor caricia de su parte. No me sentía capaz de parar, de separarme de él ni por un segundo… pero hasta que ya no pude respirar, porque de hasta eso me había olvidado, fue que interrumpí el beso.

–¡Wow! –dije con un hilito de voz, mientras trataba de llenar de mis pulmones con el suficiente aire como para echar a funcionar el cerebro.

–¿Pasa algo?

–Nada… solo que… me olvidé por un momento de respirar y… ¡Vaya! Creo que empiezo a entender mejor la explicación de tía Alice sobre el sellamiento.

–¿Bastante fuerte, verdad? Había escuchado algo sobre ello, pero siempre creí que eran tonterías, un mito más sobre nuestra especie.

–¿Lo sientes? –pregunté con seriedad. No podía explicar exactamente que era eso nuevo, esa sensación, sentimiento o lo que fuera. Era tan nuevo, tan intenso y extraño, que no había siquiera una palabra exacta para describirla. O entenderla. Pero quería asegurarme que yo no era la única que se sentía así, que no estaba loca y que Stan se sentía igual que yo.

–Si. Y estoy igual que tú, no puedo ponerle palabras, solo… –inhaló profundamente, mientras se rascaba la cabeza, como si intentara aclara sus ideas. –Simplemente, nos pertenecemos. Así de sencillo y complicado como suena.

Guardé silencio. Sí, nos pertenecíamos de una forma tan sencilla de entender para nosotros, y tan complicada para los demás. No sería fácil de explicar a mi familia, pero con su aprobación o no, mi destino estaba atado al de Stan; mi lugar era junto a él.

Stan se giró un poco, con cuidado, deslizándome con suavidad hasta quedar ambos de costado, frente a frente, abrazados mientras enroscaba una pierna a la suya. No había necesidad de palabras, con una mirada, con un acaricia podíamos entendernos a la perfección.

Deslizó con suavidad y lentitud su mano derecha a lo largo del costado de mi abdomen, hasta las caderas. Cerré los ojos, permitiéndome disfrutar la caricia, arrullándome con la cadencia del movimiento. Empezaba a sentirme adormecida cuando preguntó:

–¿Me dirá qué significa el tatuaje? –su mano se detuvo justo encima del dibujo.

Abrí los ojos y posé la mirada hasta la cadera izquierda, mientras recordaba el momento en que había entrado a un negocio de tatuajes en el Bronx. Un lugar que distaba mucho de ser higiénico o de operar de forma legal, y cuya clientela eran los adictos y pandilleros del barrio.

–¿Un mal recuerdo?

Supongo que arrugué el gesto con desagrado, pues detecté la preocupación en su voz.

–Algo así. Me lo hice en un impulso dentro de mis días oscuros… Yo… Había días que eran tan terribles, tan dolorosos, que incluso el solo respirar me lastimaba. Fue un día de esos, así que empecé a beber desenfrenadamente, intentando entumecer mis recuerdos, parar el dolor; en un momento, me quedé sin una gota de alcohol, así que salí a comprar más. Camino a la licorería, pasé por un lugar donde hacían tatuajes, o por lo menos, esa era la fachada que usaban para otro tipo de negocios.

»No recuerdo haberlo pensado mucho… no estoy muy segura, pero el caso es que de pronto me vi en una especie de camilla, sobre una mugrienta sábana blanca, lista para marcar mi cuerpo con algo que jamás me permitiera olvidar.

–Te refieres a lo que pasó en la reserva.

–Sí. Quería castigarme de todas las formas que fueran posibles, y eso incluía jamás permitirme olvidar.

Ambos volteamos la mirada al tatuaje.

No se podía decir que fuera precisamente una obra de arte; el tipo que lo hizo se dio un “pase” antes de ponerse a trabajar, e incluso me había ofrecido una “línea” y una cerveza para amortiguar el dolor. Solo le acepté la cerveza y después de darle una rápida explicación de lo que quería, lo dejé trabajar sobre mi piel.

El diseño era una agrietada luna menguante, en cuyo cuerno estaba sentada una esquelética hada con las halas rotas, abrazando sus rodillas con sus propios brazos mientras enterraba el rostro entre ellas. No había ni una sola gota de color, no lo había permitido. Todo en negro, blanco y gris. Debajo de la luna, había una frase en letras temblorosas: “Nunca olvidar. Nunca perdonar”.

Al día siguiente, después de una buena resaca, me arrepentí de mi arrebato. Pero ya no había forma de borrarlo. Primero, porque no podía costearme el tratamiento a láser que se necesitaría para eso, y segundo, porque tenía prohibido recurrir a cualquier médico a riesgo de que descubrieran que mi cuerpo no funcionaba igual que el del resto de la humanidad.

–No es precisamente “bonito” –dije, dejando de lado mis recuerdos –pero me sirve para recordar cada uno de mis errores.

–¿Incluyendo el habértelo hecho en medio de una borrachera?

–Incluido ese. Y todo el desastre que fui dejando a mi paso en estos últimos años… el dolor que cause, y… –sentí un ligero picor en los ojos mientras mi voz se debilitó.

–No, moje láska, no te pongas triste –me abrazó con fuerza y depositó un rápido beso en mi frente, buscando reconfortarme.

Respiré profundo, intentando controlarme. No era momento de traer fantasmas del pasado. No podía ni quería empañar esos instantes de felicidad con Stan. No era justo para él.

–¿Qué tanto crees que se enoje tu padre cuando sepa sobre nosotros? –Pronunció burlón, mientras agradecí en silencio el que decidiera cambiar de tema –Presiento que la próxima vez que nos veamos, tendré suerte si no me rompe la cara como mínimo.

–¡Claro que no! Papá no se atrevería.

–No creo que reciba la notica de que estamos juntos de nuevo y esta vez, para siempre, con una gran sonrisa. Dudo que de saltitos de felicidad.

–No, pero… –sonreí. Papá se pondría furioso, eso podía jurarlo. –Tienes razón, se va a poner lívido contigo y conmigo.

En el pasado, mi padre había logrado separarnos. Lo había hecho porque realmente creía que estaba protegiéndome y salvándome de cometer un error que podría lamentar. Había creído que al alejarme de Stan, lograba salvarme de un futuro bastante negro. Nada más alejado de la realidad.

Y aunque me había molestado al descubrir lo que había hecho, al final entendí sus motivos, estuviera o no de acuerdo con ellos. Era mi padre, y lo único que quería era lo mejor para mí.

–¿Qué crees que le va a enojar más? ¿Qué estés conmigo o que sea yo quien te convierta?

Que sea yo quien te convierta…”

La frase resonó como un eco en mi cabeza.

¿Había escuchado bien?

–¿De qué hablas? –pregunté con toda la confusión reflejada en mi voz, y muy seguramente, en mi gesto arrugado. Incluso me apoyé en los codos para elevar mi posición y mirarlo directamente a la cara. Quería asegurarme de entender bien.

–Ahora eres mía y, por mucho que él sea tu padre, no puedo permitir que nadie que no sea yo te convierta.

–¿De qué hablas? –repetí. Definitivamente algo se me estaba escapando.

–¿Olvidaste lo que nos dijo la Señora esta noche? –respondió él, con una pregunta a su vez. –Los híbridos como tú no viven para siempre. Y aunque sé que tu padre ha luchado a toda costa por mantenerte tan humana como sea posible, esta vez estará de acuerdo en que es necesario convertirte. Tus padres no te dejarían morir.

–Sí, ellos intentarían por todos los medios evitar que me pasara algo, pero, no pienso ni quiero que me conviertan.

–¿Entonces, seré yo quien lo haga? –Pronunció con una amplia sonrisa y un peculiar brillo en la mirada.

–Creo que no me expliqué bien: no quiero que ni mis padres ni tú ni nadie me conviertan. No seré un vampiro totalmente. Seguiré tal como estoy, mitad humano, mitad monstruo hasta el último día de mi existencia.

Solté con seriedad, como las palabras definitivas de un juez antes de marcar sentencia con el martillo en mano. La sonrisa de Stan se congeló primero y desapareció un segundo después. La habitación quedó en un hueco silencio, mientras nos mirábamos sin parpadear. Él, intentando comprender lo que yo había dicho. Yo, esperando la explosión.

1…

2…

3…

–¿Qué demonios significa eso? –Stan se sentó tan recto como fue posible, pronunciando cada palabra con lenta dureza, haciendo más evidente el acento checo al hablar mi idioma. Apenas si había levantado la voz y su rostro era una estoica máscara. Pero lo conocía bien, y sabía que debajo de esa aparente indiferencia, estaba bullendo ese temperamento tan de él, listo para hacer explosión a la menor provocación.

–Significa eso: que yo dejaré que el tiempo corra sobre mí, que deje sus marcas, que mi cuerpo dure lo que tenga que durar.

–¡No! No pienso perderte, ¡jamás! –Se levantó de un salto, importándole un comino estar tan desnudo como el día que vino al mundo. Se mesó el pelo con exasperación mientras murmuraba una retahíla de palabrotas.

–Stan, por favor, cálmate. –intenté utilizar el tono más sereno posible, intentando mantener la tranquilidad.

–¿Qué me calme? ¡Ja! ¡Debes estar de broma! –Lo vi respirar profundo una y otra vez; era evidente que estaba tratando de controlar la furia que corría como lava ardiendo por sus venas.

Sin mucho esfuerzo, me agarró de los hombros, obligándome a ponerme de rodillas sobre el colchón, con su rostro cerca del mío, sintiendo su helado aliento sobre mi piel.

–¿Por qué? ¡No es justo lo que quieres hacerme! Ya he perdido a antes a quién he amado… no me pidas que me cruce de brazos y me resigne a perderte a ti también. No, me volvería loco… ¡No puedo!

Lo miré, y en sus ojos encontré el dolor y la desesperación. No supe si de forma voluntaria o no, pero mi don se echó a andar, y vi rápidos destellos de sus recuerdos de las muertes de Maia, su primera esposa, y de Annie, su hija. Tuve que hacer un esfuerzo descomunal para romper la conexión entre sus recuerdos y yo, no quería ver más, no soportaba verle sufrir.

–Stan… no, quiero hacerte daño, no quiero que sufras…

–Eso es lo que vas a lograr si dejas que te vea envejecer, que te deje morir sin hacer nada…

–No quisiste esto para tu hija…

–¡No es lo mismo, y lo sabes!

Respiré hondo. Utilizar el recuerdo de Annie era jugar sucio, así que tenía que defenderme con mis propias armas.

–Stan… te amo, y te juro que deseo estar únicamente contigo, pero…. –hice una pausa, intentando acomodar mis pensamientos, deseando buscar las palabras exactas para explicar lo que sentía. –Toda mi vida me he sentido como una especie de títere, atada por un montón de designios y profecías que tenía que cumplir al pie de la letra. Tenía una vida trazada, un camino perfectamente diseñado del que no podía desviarme ni un centímetro, y cuando lo hacía, un montón de cosas malas pasaban.

Stan hizo un intento de interrumpirme, de refutar mis palabras, pero me adelanté y seguí con mi discurso:

–Ya sé, sueno muy melodramática, pero quiero que entiendas como me he sentido toda mi vida. Nunca me sentí realmente dueña de mi vida, porque hiciera lo que hiciera, yo tenía un destino qué cumplir. Nacida para a ser siempre la misma, jamás cambiar.

»¿Sabes qué significa para mi lo que escuché de la Señora, la historia de Sibila? Un híbrido como yo, que vivió una vida, que creció, vivió muchos años, envejeció y murió. ¿Sabes qué es eso?

–Cambio. –contestó con un murmullo seco.

–Si, cambio… La oportunidad de experimentar lo que cualquier otra persona. Me llevará más tiempo, pero algún día envejeceré, mi pelo se llenará de canas y mi cuerpo de arrugas; no tendré que jugar para siempre a la adolescente, repetir el mismo papel una y otra y otra vez hasta el hartazgo… Algún día, me tocará ser a mí la Abuela Cullen y podré mandar a los demás –dije con sonrisa forzada, intentando aligerar el ambiente, sin ningún resultado.

Stan me soltó, como si el contacto le quemara. Su rostro parecía grabado en granito, con el ceño duro, impasible. Pero sus ojos eran un par de pozos negros de furia y dolor.

–No, lo siento, no puedo aceptar menos que para siempre. No me pidas que te deje ir, que me quede cruzado de brazos esperando el día que tú… No, no puedo.

–¿Y eso qué significa entonces? –pregunté seria. Era como darse de topes contra la pared. ¿Era tan difícil de entender el por qué no quería convertirme?

–Te entiendo. –Pronunció –Pero entiéndeme tú a mí también… ¿O acaso no quieres estar conmigo? ¿Es eso lo que te pesa?

–¡No! Estás equivocado. ¿Cómo puedes pensar eso después de habernos unido? Yo quise hacerlo, quise que nuestro sellamiento fuera completo. Lo elegí porque así lo sentí, porque así lo quiero, lo deseo.

»Además, una vez me dijiste que luchara contra el monstruo interior con todas mis fuerzas, ¿lo recuerdas? Tú tampoco querías que me convirtiera.

–Cierto, pero muchas cosas han cambiado desde entonces. Eso fue antes de saber que tu vida tiene un fin.

–Pero yo no necesito una eternidad. Me conformo con vivir mi propia vida, contigo a mi lado. ¿No es suficiente para ti?

No respondió. Se limitó a dirigirme una larga mirada.

Habíamos llegado a un impasse. Ambos éramos lo suficientemente tercos como para no dar nuestro brazo a torcer. Y eso era lo que iba a suceder, yo no pensaba cambiar de opinión. Cada uno con nuestros genios, con nuestra obstinación. Era el choque de dos temperamentos, dos convicciones demasiado férreas y demasiado orgullosas como para ceder ante el otro.

–Convertirme no sería fácil para mí. –Proseguí –Realmente no creo tener la fuerza necesaria para llevar la vida “vegetariana” que lleva mi familia. Siendo mitad humana y mitad monstruo, la lucha por mantener a raya mis instintos más básicos es demasiado dura. Simplemente no creo poder ser como los Cullen, no creo alcanzar el estándar de ellos.

»Ya he tratado de vivir conforme a lo que ellos esperan de mi, o por lo menos a lo que yo creía que esperaban de mi, y casi me destruyo en el camino.

Sabía que él estaba molesto y yo empezaba a estarlo por su terquedad. No me gustaba estar peleando cuando un par de minutos antes estábamos abrazados, felices de al fin estar juntos después de tantos tropiezos. Tal vez sería bueno poner un poco de distancia, dejar que los ánimos se tranquilizaran.

Lancé un rápido suspiro y me di la media vuelta para meterme al pequeño baño del departamento.

Tenía ganas de llorar, de gritar, de hacer que él me entendiera. ¿Realmente era difícil de comprender lo que sentía?

Encogí los hombros antes de apartar la cortina de baño y meterme bajo el grifo de la regadera. Por suerte, esta vez no tuve problemas para regular la temperatura del chorro de agua. Me metí debajo de él, con los ojos cerrados, dejando que el agua se llevara, a parte del sudor, la tensión de mis músculos y un par de lágrimas que se deslizaban por la piel de mis mejillas.

Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no pensar, para que mi mente estuviera en blanco. No quería pensar en nada de lo ocurrido en la noche; no quería revivir nada de la Señora, de la llegada de los Vulturi, y mucho menos, en la terquedad de Stan. Solo quería pensar en lo feliz que había sido en sus brazos, como latía mi corazón con solo una mirada de él… como lo amaba de una forma estúpidamente irracional e irremediable. Yo le pertenecía de la misma manera en que él me pertenecía, pero eso no parecía ser suficiente. El quería un “para siempre”, y yo necesitaba únicamente toda mi vida para amarle.

–Te amo, lo sabes. –Me sobresalté, al sentir como me rodeaba con sus brazos por la cintura, mientras su frío aliento chocaba contra el lóbulo de mi oreja izquierda. –Por eso es duro que me pidas que te deje ir cuando no hemos podido estar juntos ni un solo día.

–Stan… –me giré, para quedar frente a él. Deslicé mis brazos alrededor de su cuello, pegando su cuerpo contra el suyo, acercando su pecho al mío.

–No insistiré, o no lo haré por el momento. –Pronunció mientras me apretaba más contra él, mientras posaba un lento beso en la base de mi cuello. –Pero eso no quiere decir que no intentaré hacerte cambiar de parecer. Y te advierto: voy a echar mano de todo lo que tenga a mi alcance, voy a jugar sucio. Lo que sea con tal de mantenerte a mi lado, siempre.

Sus ojos brillaron con fuego. Sabía lo que significaba esa mirada.

Si pensaba contestarle algo, la verdad es que no lo recordé. Bastó con que sus labios devoraran los míos para que cualquier protesta se esfumara. En esos instantes, lo único que deseaba era tocar una vez más el cielo junto a él.

–¿Puedo pedirte algo? –Dije, una vez que los espasmos del éxtasis habían abandonado mi cuerpo, y cuando me sentí capaz de hilar más de dos palabras a la vez. Había una sola toalla seca en el baño, Stan me la cedió. Me envolví rápidamente con ella, mientras empecé a desenredarme los mechones del pelo con las manos.

–Dime.

–Que mi familia no se entere de lo que hemos descubierto esta noche. No quiero que mis padres tengan algo más de qué preocuparse en estos momentos.

–Está bien. Pero no puedo asegurarte que Emmett no diga algo, o que a tu padre no se le ocurra darse una vuelta por mi mente y se entere.

–Conociendo a mi tío, sé que se lo guardará hasta que pase todo esto con los Vulturi. Pero se los dirá, como tú también lo harás.

–Te dije que voy a echar mano de todo lo que pueda para hacerte cambiar de opinión, aunque eso signifique que por fin en algo tu padre y yo vamos a ponernos de acuerdo.

Esbocé una sonrisa ladeada. Una vez que mis padres se enteraran que yo no era inmortal, se unirían en la cruzada de Stan por hacerme cambiar de opinión. No necesitaba ser pitonisa para saber qué eso era lo que ocurriría.

–Supongo que el no querer convertirte significa que quieres vivir cada experiencia humana que puedas.

–Quiero vivir la vida, tomar mis decisiones, cometer mis propios errores. Sin importar a donde me lleve eso.

–¿Eso incluye tener hijos?

La sonrisa que tenía en mis labios se congeló, desdibujándose para dejar paso a un rictus seco. Me ajusté un poco más la toalla sobre mi pecho y salí del cuarto de baño. De pronto, se me antojó algo claustrofóbico.

–Sabes que no puedo tenerlos. –Contesté, agradecida de que la voz me sonara clara. Por una vez en la vida, no había perdido el habla como solía sucederme cada vez que tocaba el tema de mi imposibilidad de tener hijos.

–Dijiste que había una posibilidad…

–Una menor al 5%, lo que es prácticamente nula.

–Pero existe esa posibilidad.

–¿Y a qué viene esto al caso? –pregunté –¿Es que has cambiado de opinión en estos años y ahora sí quieres volver a ser padre?

–No –contestó seco –No he cambiado de opinión.

–¿Entonces?

–Solo me preguntaba que si parte de tu renitencia a pasar una eternidad conmigo era precisamente porque alguna vez te había dicho que yo no quería tener más hijos.

–Bueno, pues somos perfectos el uno para el otro: tú no quieres tener hijos, y yo no puedo dártelos. Así que no tiene caso hablar de eso.

–Si pudieras, ¿eso cambiaría las cosas? ¿Estarías conmigo?

–El hubiera no existe…

–Contéstame.

Lo miré fijamente, intentando entender el por qué estábamos hablando de algo que no iba a suceder.

–Si pudiera tener hijos, me hubiera gustado que fueran tuyos. Trataría de convencerte para tenerlos.

–¿Lucharías por ello así como yo pienso hacerlo por mantenerte a mi lado?

–Probablemente.

–Y si me hubieras convencido, y tuviéramos un bebé, ¿eso te haría cambiar de idea sobre el convertirte?

Guardé silencio. Si fuera a tener un hijo de Stan, al ser hijo de un vampiro y de un semivampiro, bueno, era lógico que fuera más monstruito que humano, y tal vez la pasaría tan mal como mamá cuando me tuvo a mí. Obviamente, querría ver a mi hijo crecer, estar con él, así que si convertirme era la única opción para ello, lo aceptaría sin dudarlo.

–Supongo que eso significa que sí.

–Eso significa que ya no quiero seguir hablando de algo que jamás va a suceder. –respondí.

Stan iba a contestar algo, cuando un par de golpes en la puerta llamaron nuestra atención.

No tenía idea de qué horas serían, pero puesto que el sol todavía no salía, supuse que no sería una hora precisamente como para hacer visitas sociales.

A velocidad vampiro, Stan se puso un par de vaqueros antes de llegar a la puerta.

Con un simple ademán de su mano, me indicó que me quedara quietecita, atrás y lo más alejada de la puerta.

Con cada músculo de la espalda completamente en tensión, se acercó aún más para echar un vistazo por la mirilla.

Yo también estaba un poco tensa, preguntándome quién o qué estaría llamando a la puerta. Pero supuse que si fueran los Vulturis, lo último que harían era echar mano de los buenos modales para entrar al departamento y tratar de arrasar con nosotros.

Stan pareció relajarse un poco y abrió la puerta, para mi sorpresa. En un parpadeo, delante de mis ojos apareció una vampira. Algo me dijo que pertenecía al clan de las Erinias.

–¿Qué haces aquí, Freyja? –Preguntó mientras cerraba la puerta nuevamente.

La tal Freyja era altísima, casi unos 5 centímetros por arriba de Stan. Vestía un sencillo pantalón de mezclilla y un suéter negro con botas del mismo color. Tenía el pelo rubio rojizo amarrado en una larga coleta que le llegaba hasta más allá de la cintura. De una de sus manos colgaba un pequeño maletín gris plomo.

Como el resto de las Erinias, era de facciones perfectas, pero había algo que te provocaba que la sangre se te helara.

–Eros me ha enviado.

–¿Por qué? ¿qué ha pasado?

La vampira frunció el ceño. Era evidente que aquello que estaba recordando la llenaba de furia.

–Los Vulturis. Llegaron al mismo tiempo que ustedes abandonaban el lugar.

–Lo sé –respondió Stan –Eros y algunas de las demás nos ayudaron a salir sin que ellos nos notaran. Aunque hubo uno que sí se percató de nuestra presencia y nos siguió.

»Tuve que matarlo.

–Resulta que sabían que ustedes estaban ahí. Descubrieron su rastro.

–¿Queeeé? –la voz me salió en un chillido.

–La tal Jane le exigió a Eros que los entregara. Amenazó con destruirnos si no obedecía.

–¿Eso significa que vienes por nosotros? –pregunté nerviosa. Claro, ahí éramos dos contra una, pero eso no significaba que el edificio no estuviera rodeado por el resto del clan. Y teniendo en cuenta que eran vampiros mucho más viejos y mañosos que nosotros, era claro que estábamos en desventaja.

–No… Eros se rio en su cara y le respondió que no sabía ni le interesaba cuál era el conflicto entre ellos y ustedes. Le dijo, además, que nosotros éramos un pequeño grupo que prefería mantenerse al margen de los conflictos y que cualquier hermano vampiro era bienvenido en nuestro negocio.

»Jane se puso furiosa ante la negativa y juró que nos íbamos a arrepentir de encubrirles. Nina se había acercado a ellos en esos momentos a ellos. Algo le hizo a Nina, Eros dice que usó su don sobre ella

Freyja seguía de pie casi apoyando su espalda contra la puerta. Su cuerpo estaba rígido, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por contener una descomunal furia. Tenía la mirada de una asesina y la verdad es que solo el dedicarle una mirada me ponía los pelos de punta.

–De ahí, fue un caos. –Prosiguió – Eros se enfureció y se fue encima de Jane, los otros Vulturis que la acompañaban también entraron… Se armó en grande. En un parpadeo, todo se llenó de gritos, golpes, un completo caos. Y después, vino el fuego.

–¿Y qué pasó?

–Alguien le prendió fuego al lugar. Apenas si pudimos sacar a Madre de ahí.

Recordé que el burdel estaba atestado de clientes, vampiras y algunos empleados humanos. ¿Qué habría pasado con ellos?

–¿Lograron salir todos?

–Dos de mis hermanas… Nina y Veronika –la Erinia apretó más el de por sí duro gesto –No lograron salir.

–¿Y la gente que estaba ahí? Los humanos.

Me lanzó una mirada como si le hubiera preguntado una superficialidad en medio de una gran tragedia.

–Fueron pocos los que pudieron salir de ahí… Eros está furioso, ¡no solo mataron a nuestras hermanas, nos quitaron el negocio de las manos! Y por poco nos descubren…

»Se nos ha liado todo. Eros está furioso porque esta vez ni con todo el dinero que tenemos va a poder evitar el escándalo. El lugar se llenó de patrullas, ambulancias y un montón de curiosos.

¿Realmente eso era lo que les preocupaba? ¡Era increíble! Un montón de gente inocente había quedado atrapada en medio de un incendio, y lo único que les importaba es que se habían quedado sin prostíbulo que regentear.

­–¿Sabes algo de los otros? –preguntó Stan. Recordé que Neema y tío Emmett habían salido huyendo de ahí al igual que nosotros. Me sentí culpable, pues en toda la noche no había pensado en ellos. Si uno de los Vulturi había ido tras nosotros, ¿quién podría asegurarme que Neema y mi tío no hubieran corrido con la misma suerte?

–Lograron huir.

–¿Y qué es lo que haces aquí? Deberías estar con tu clan, ¿Qué no?

–Eros quiere sangre, y no precisamente humana. Tengo órdenes de escoltarlos.

–¿A dónde? –Pregunté

–Vamos a reunirnos con Emmett y su grupo. Eros ha decidido unirse al ataque a Volterra. Esto ya no es solo su pelea. Ahora es nuestra venganza.

La vampira dijo casi con placer, como si pudiera saborear la sangre de sus enemigos con cada palabra pronunciada. Incluso, podía jurar que el rojo de sus ojos se había vuelto de un tono mucho más brillante e intenso.

Involuntariamente, me recorrió un escalofrío por toda la espalda, como advirtiéndome de que estaba delante del peligro, de un monstruo que podía ser un adversario letal.

Tal vez no debería de temerle a ese tipo de miradas cargadas de odio. No era la primera con la que me topaba en mi vida.

Aunque esta vez, ese odio no iba dirigido a mi.

De pronto, una idea iluminó mis pensamientos, y después de mucho tiempo, sonreí con ganas.

La balanza al fin se había nivelado, incluso, se podía decir que estaba a nuestro favor. Los Vulturis podían ser un enemigo poderoso, letal. Pero nosotros contábamos con un arma bajo la manga: teníamos la representación física de lo que significaba la palabra “maldad”.

Los Vulturi iban a caer. Y de una forma es-pec-ta-cu-lar.

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