Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

lunes, 21 de febrero de 2011

90’s


Decir que salimos volando es poco. A penas si me dio tiempo de arreglarme el pelo en una coleta antes de que Stan me sacara de un tirón del departamento, del edificio en sí y nos echáramos a andar por las oscuras y frías calles de Praga.

No pronunciamos ni una palabra, mientras él prácticamente me arrastraba de una acera a otra, con pasos acelerados. Por la torpeza con la que me movía, creí que en algún momento optaría por echarme en su espalda y cargar conmigo a modo de peso muerto, mientras él corría a velocidad “vampiro”. Pero no, simplemente se limitó a obligarme a ir lo más rápido posible, tirando de mi mano con firmeza y procurando que nada retrasara nuestro avance.

Era una estupidez, pero en lugar de concentrarme en que al fin me encontraría cara a cara con la Señora, mi mente decidió casi con tozudez, preocuparse por el hecho de que no me había dado siquiera la oportunidad de lavarme la cara y quitarme el rastro de mi babeante sueño, que apenas si iba peinada, sin una gota de maquillaje y ni hablar siquiera de lavarme los dientes. ¿Pasarían por alto ese pequeño detalle de mi aliento a comida china y un montón de horas de sueño? ¿O lo tomarían como puntos menos en el rubro de causar una buena primera impresión?

Concéntrate, estúpida”, me reprendí en silencio. Había cosas más importantes que mi ordinario aspecto.

Conforme íbamos avanzando, noté que las calles iban volviéndose más oscuras, las fachadas iban perdiendo el candoroso aspecto histórico para dar paso a un ambiente más burdo. Incluso, se podía decir que el aire parecía impregnado de algo vulgar. No había mucha gente a nuestro alrededor, la mayoría hombres que andaban a media calle, como si pisar las aceras fuera algo muy peligroso.

Farolas de luces tintineantes dejaban entrever edificios en ruinosos tonos grises y cafés, con raras excepciones de amarillos desvaídos o blancos opacos; la mayoría, con huellas de vandalización, con grafittis que no estaba segura de entender, a pesar de que había leído unas cinco veces el libro de “Checo para Dummies” que tía Alice me había obsequiado.

En una esquina habían cuatro mujeres con altísimos zapatos de tacón y ropa tan mínima que pensé que sería un milagro que no pescaran algún resfriado. Inconscientemente, me acerqué más al cuerpo de Stan, buscando protección. Las mujeres se acercaron a nosotros un par de pasos, y sin poderlo evitar, me quedé viéndolas fijamente, con los ojos abiertos como platos: apenas eran unas niñas. A pesar del grotesco maquillaje, sus rostros aún guardaban las redondeces de la adolescencia. El pelo raído, miradas ajadas y poses con fingida bravuconería; chicas que se ganaban la vida en la calle y que con tan corta edad, el destino empezaba a pasarles la factura.

¿Nechcete zkusit něco lepší, láska? –gritó una de ellas, una pelirroja con una minifalda azul eléctrico, un top blanco casi trasparente que dejaba en claro que no llevaba sostén, mientras sus delgadas piernas enfundadas en medias de red hacían lo imposible por sostenerse encima de unas altísimas plataformas – všechny z nás může souložit lépe než že ošklivé děvka.

Las demás rieron mientras yo sentí enrojecer cuando entendí el insulto. Serían unas adolescentes sí, pero hablaban y se movían como si fueran un par de décadas más viejas. Incluso en sus facciones se podían leer la dureza y el cinismo de una vida bastante cruel.

Stan me rodeó con su brazo, acercándome más a él de forma protectora. Su boca apenas fue una línea cruel antes de lanzar un “děvky” y aceleró más el paso, alejándonos del grupo y de sus risas burlonas a nuestras espaldas.

Me mordí los labios, nerviosa. Al fin entendí que habíamos llegado a Perlovka¸ el distrito rojo de Praga.

–Será mejor que no veas fijamente a nada ni nadie –susurró contra mi sien, sin aminorar ni un ápice nuestro paso –No importa lo que escuches, no importa lo que veas, tienes que seguir andando, ¿me entiendes?

–¿Por qué? –aunque estaba segura de conocer la respuesta, aún así quería que Stan contestara esa y mil preguntas más que como torrente inundaban mi cabeza.

–Imagino que sabes dónde estamos. Este lugar es demasiado peligroso aún para ti y para mí; hay que pasar desapercibidos a como de lugar, no nos conviene armar ningún jaleo si queremos mantener el anonimato.

»Aquí rondan no solo prostitutas y sus chulos, hay ladrones y traficantes al amparo de la corrupción y la oscuridad. Cualquier movimiento, por mínimo que sea, podría bastar para meternos en un lío. Si alguien intentara hacerte daño, no me quedaría de brazos cruzados y… bueno, creo que puedes imaginarte qué es lo que pasaría entonces.

No me atreví siquiera a hablar, por miedo de atraer alguna mirada indeseada, así que simplemente asentí con fuerza mientras hundía los hombros. Pasamos por un callejoncito, a penas si un minúsculo y lúgubre espacio entre dos edificios; a pesar de las recomendaciones de Stan, no pude evitar voltear hacia el oscuro interior. No veía nada, solo escuché los gritos de un hombre pidiendo piedad mientras los inconfundibles sonidos de brutales golpes contra un cuerpo surcaban el aire.

–Stan… –pronuncié con voz entrecortada. Alguien necesitaba ayuda, teníamos qué hacer algo….

–No es nuestro problema –pronunció tajante, sin mirarme o detenerse un instante.

–Pero alguien…

–Primero tenemos que salvar nuestro pellejo antes de intentar salvar el de alguien más.

Estuve a nada de detener mi marcha y regresar al callejón. ¿Cómo podía mostrarse tan frío Stan? Alguien necesitaba ayuda, no podíamos quedarnos con los brazos cruzados y permitir que le hicieran algo malo. Pero Stanislav parecía anticiparse a mis intenciones, pues deslizó su brazo hasta mi cintura aferrándome casi con brutal ferocidad, obligándome a caminar más rápido si era posible; es más, por momentos estuve segura de que mis pies no tocaban el suelo.

Le dirigí una mirada entre irritada y nerviosa, topándome con su semblante duro, el mismo que me recordaba al guardia Vulturi de antaño. Mi lado práctico, sabía que Stan tenía razón, no podíamos retrasarnos, había mucho en juego esa noche; pero a mi consciencia le llevaría un buen tiempo librarse del remordimiento de no haber ayudado a aquél hombre.

Mis pensamientos se interrumpieron cuando el característico ring-tone del móvil de Stan empezó a sonar. Sin desviar ni un momento la mirada, sacó el teléfono del bolsillo de sus vaqueros con la mano que tenía libre.

¿Diga? Sí, estamos cerca… bien, espéranos ahí.

–¿Quién era? –pregunté con voz pastosa.

–Neema. Nos está esperando una calle más abajo.

–¿Has sabido algo de Emmett?

–No. Supongo que viene en camino.

Lancé un suspiro. ¿No decían por ahí que no tener noticias era señal de buenas noticas? Bueno, supuse que no habría sucedido ninguna catástrofe, que todo estaba tan bien como era posible dado las circunstancias.

Caminamos un par de metros más antes de llegar a la esquina y de repente apareciera Neema delante de nosotros, como si se hubiera materializado en le aire.

–Stanislavpronunció con su melódica voz, mientras estrechaba a Stan con fuerza. Había olvidado lo imponente que era estar en presencia de ella, que siempre parecía una diosa de ébano, con un andar orgulloso y sensual. –Empezaba a creer que no llegarían nunca.

Neema acarició casi con ternura la mejilla de Stan con una de sus gráciles manos. A pesar de saber que ella prefería la compañía de otras mujeres, no pude evitar sentir el punzar de los celos. Pero cómo no hacerlo, cuando su belleza no había sido mermada ni un ápice. “¿Y por qué iba a ser así?”, pensé. No era como que si después de unos años, Neema hubiera podido subir de peso o empezar a sufrir con las canas o las arrugas. No, simplemente ella conservaba su belleza intacta.

Ataviada completamente de negro, con una blusa de cuello alto, chamarra de cuero, jeans que parecían pintados sobre su cuerpo y botas de motociclista, Neema lucía impresionante. El cabello lo tenía sujeto en un apretado moño. Neema dio un paso atrás, rompiendo el contacto con Stan, y como si de repente se hubiera percatado de mi presencia, clavó su mirada carmesí en mí.

–La pequeña Renesmee –pronunció con burlona intención –Cada vez que nos encontramos, estás metida en un buen lío.

–A mi también me da gusto volver a verte Neema –espeté sarcástica. No estaba de humor para bromas a mi costa.

Stan parecía a punto de decir algo cuando giró la cabeza de un lado a otro y dijo:

–Estamos llamando la atención, será mejor que nos pongamos en marcha.

Neema asintió y echó a andar, sin esperar a comprobar si nosotros le seguíamos. Stan me agarró nuevamente por el antebrazo derecho y emprendió camino, tomándonos apenas un par de segundos alcanzar a la vampira; me vi caminando por la sórdida zona roja de Praga, en medio de dos hermosos pero peligrosos vampiros. Claro, eso nadie lo sabía más que yo, pero imaginé que a los ojos de los demás, los tres juntos podíamos representar un grupo algo “curioso”.

–¿Qué le has dicho sobre… ellas? –Preguntó Neema sin abrir casi los labios, sin dejar de mirar al frente y sin necesidad de aclarar a quién iba dirigida la pregunta.

–No mucho, en realidad.

–Bueno, tampoco es como que podamos decirle más, ¿verdad?

–Cierto.

–¿Qué quieren decir? –intervine al fin, detestando que hablaran como si yo no estuviera presente.

–Es complicado pero… –Neema hizo una pausa, mirando brevemente a Stan, como si necesitara ayuda para acomodar las palabras. Nos detuvimos a mitad de la cuadra, arropados por la hilera de autos estacionados a lo largo del borde de la acera, en la oscuridad apenas interrumpida por las intermitentes luces de un par de letreros de neón que había un par de metros más adelante. –Una vez que se te permite estar frente a ella, el precio a pagar es el silencio.

»No se si ya te lo habrá dicho Stan, pero la Señora pide sangre, como muestra de obediencia y lealtad. –Asentí brevemente, pues apenas un par de horas atrás, Stan me lo había contado –Y parte de ello significa guardar el secreto de su existencia, incluso entre nosotros mismos apenas si podemos hablar sobre el grupo.

»Cualquier cosa que podamos decir, se quedaría corta. Es necesario verlo, estar frente a Ella para entenderlo… Lo único que te podría decir es que vete con cuidado con lo que dices, cualquier palabra bastaría para hacerles enfadar o terminar a su merced.

–Estaba pensando que sería mejor que hablaras lo imprescindible –agregó Stan. –Déjanos a nosotros llevar la conversación. Es lo mejor para ti.

Fruncí el ceño, poco convencida. ¿Qué esperaban? ¿Qué me comportara como una muñequita de trapo o una especie de mascota que llevan de visita a casa de unos conocidos? Aunque tenía que reconocer que ellos conocían mejor el protocolo a seguir con las Erinias, aún así, comportarme como un mero espectador no me convencía del todo.

–El grupo es muy antiguo, hay un par de ellos que nacieron incluso antes de Cristo. Ni se te ocurra pensar que puedes jugar con ellos, o ser más lista que ellos. Eso sería una verdadera tontería.

–¿Tan viejos? –pregunté con burlona incredulidad.

–Digamos que entre ellos hay una sirena y un dios de la mitología greco-romana. –Sentenció casi con altanería, mientras se volvía para seguir andando calle abajo.

–¿Qué…? ¿C-c-cómo? –Me dirigí hacia Stan, esperando que me aclarara si había escuchado bien o no.

–Andando, láska. –Stan hizo un pequeño movimiento con su cabeza, instándome a seguirlos –Será mejor que no lleguemos tarde.

–Pero Neema dijo…

–Sí, pero no hay mucho tiempo para explicaciones. Ya deberíamos estar ahí.

Exhalé casi con violencia todo el aire que había estado conteniendo en mis pulmones y emprendí la marcha, mientras Stan me esperaba paciente hasta que lo adelanté un par de pasos y él emprendió el camino también.

No tardamos ni cinco minutos cuando llegamos a otro callejón, éste menos oscuro y más amplio que el anterior que había visto, pero no por ello menos escalofriante. Neema giró el rostro de un lado a otro, como asegurándose de que nadie nos prestara más atención de la necesaria.

–Quédate entre Stanislav y yo, y por favor, no hables a menos de que se te pida.

–Pe…

–¡Shhh! Silencio, ¿recuerdas?... –le dirigió una rápida mirada a Stan, arqueando la ceja –¿no pudiste encontrarte otra menos complicada y menos testaruda? –bufó, expulsando todo el innecesario aire de sus pulmones –En fin, andando.

Supuse que no tenía caso una réplica mordaz; casi con docilidad, la seguí un par de pasos atrás. Me sentía como la víctima de un sacrificio que marcha a su trágico destino con resignación.

Encaminé mis primeros pasos en el callejón cuya oscuridad era rota por los reflejos de una solitaria lámpara montada en la pared de desvencijados ladrillos que cortaba el camino; mientras, el humo que salía de un par de tuberías de los edificios contiguos, daba una atmósfera densa como si se tratara de una película de suspenso o de gángsters.

–¿Dónde estamos? –pronuncié con los dientes apretados, segura de que Stan y Neema me habían escuchado sin esfuerzo alguno.

–Es la entrada trasera del burdel. Debajo de la lámpara, está una puerta; por ahí vamos a entrar. –A pesar de las palabras de Stan, no podía ver nada. Supuse que el estaría pintada de algún color que hacía que se confundiera con la pared de ladrillos.

Nos faltaban yo creo que apenas unos cinco metros antes de llegar hasta donde se suponía que estaba la entrada cuando Neema se paró en seco, provocando que mi cuerpo se estrellara contra su dura espalda. Las flats tipo ballerina negras que calzaba resbalaron con el adoquinado piso, y si no es por la provincial intervención de Stan, hubiera terminado estampándome de manera poco grácil contra el húmedo suelo.

Mientras intentaba recomponerme de mi casi caída, percibí como algo había cambiado en el ambiente. Stan y Neema se envararon, mientras giraban el rostro de un lado a otro, arriba y abajo. En un parpadeo, me vi atrapada entre los dos tensos cuerpos.

–¿Qué pasa? –pronuncié casi sin voz, aturdida.

–Tenemos compañía. –El tenso susurró de Stan hizo que se me pusieran los nervios de punta.

–¿Quién…? –La pregunta murió en mis labios, cuando mis sentidos se concentraron en el sonido característico de “algo” cortando el aire a gran velocidad. Por mi mente pasó, como un relámpago, un montón de escenas, o mejor dicho, de recuerdos evocando los rostros de los Vulturi. Porque, ¿quién más tenía la capacidad de poner en ese estado de alerta a dos guerreros como Stan y Neema?

Se hizo un denso silencio, tal que ni siquiera el ruidoso murmullo pululante en la calle principal del barrio se podía escuchar.

Dobře, dobře… Zdá se, že jsme návštěvníci. –Pronunció una cantarina voz, tan suave y femenina como nunca había escuchado antes. Por un breve instante sentí un ligero mareo, como si algo me hubiera sacudido cada uno de mis huesos.

Dvě Staří přátelé… –otra voz, suave pero no tan seductora como la primera, sonó justo a nuestras espaldas. –A oni přinesli občerstvení jako dárek. Voní tak dobře ... To dělá moje ústa vodou.

Escuchaba las voces acompañadas de unas maliciosas carcajadas, pero no podía ver a quienes pertenecían. Recorrí con la mirada de un lado a otro el oscuro callejón. No estuve muy segura de entender lo que habían dicho, pero sí estaba 100% segura que no era nada tranquilizador. El gruñido casi rabioso que emergió desde el pecho de Stan me lo confirmó, mientras me rodeaba completamente con sus brazos, como si tratara de ser una especie de escudo protector, como si temiera que alguien pudiera arrancarme de su lado en cualquier momento.

–Megera, Aglaópe. –Pronunció Neema, avanzando un par de pasos, intentando inyectarle un aire conciliador a su voz, pero se notaba la tensión en cada uno de los músculos de su cuerpo. –La hemos traído, tal como ella lo ha solicitado.

Ona je moje, to není občerstvení nebo dárek. ¡Ona je moje, moje! –Ladró Stan, y más que tranquilizarme, sólo consiguió elevar mis niveles de adrenalina.

–Stan, no seas idiota y tranquilízate –masculló entre dientes Neema, girando su rostro para dedicarnos una severa mirada.

Con timidez, lancé una mirada al rostro de Neema, y algo en sus ojos me dijo que si Stan no le bajaba dos rayitas a su genio, íbamos a estar metidos en un buen lío.

–Stan, por favor… –susurré contra la fría piel de su cuello, esperando que detectara la súplica conciliadora en el tono de mi voz.

–Sí, Stan, por favor –volvió a pronunciar la primera voz, con un dejo de burla.

Un par de golpes contra el pavimento, como si alguien hubiese caído después de un largo salto hacia el suelo. La indicación de que al fin habían decidido dejarse ver por nosotros.

Zdá se ne že nejste v náladě pro trochu vtip, drahá. –Prosiguió, acerándose a nosotros con el andar de un felino a punto de caer sobre su presa.

–Hermana, ¿no crees que deberíamos de hablar en una lengua en la que nuestra… invitada pueda entendernos? Madre se sentiría muy decepcionada si sabe que no hemos sido cordiales con nuestros amigos.

–Supongo.

No sé qué fue lo que más me sorprendió: si escuchar la facilidad con la que abandonaban la recia pronunciación del checo para cambiarla a un perfecto inglés con acento británico, o ver al fin a dos de las misteriosas Erinias.

Con una retorcida fascinación, mi mirada se posó en ellas, como si mis ojos tuvieran voluntad propia y por nada del mundo pudiera hacerlos mirar a otro lado. Me pregunté si alguna vez dejaría de encontrarme con un vampiro, hombre o mujer, más hermoso que el anterior. Porque este par era bellísimo; nunca me había sentido atraída hacia mi mismo sexo, pero esta vez… simplemente no podía quitarles los ojos de encima. A pesar de mi misma, estaba embelesada por su presencia.

Ambas eran altas; como de un metro y ochenta centímetros; poseedoras de unas larguísimas piernas, diminutas cinturas y contorneadas caderas. A parte de eso y la perfecta blancura de sus pieles, ahí terminaban las similitudes. La dueña de la voz atrayente poseía una larga melena de grandes rizos en un tono dorado rojizo, almendrados ojos escarlatas, una perfecta nariz respingona y gruesos labios que parecían formar un coqueto puchero. La otra, con el liso cabello castaño oscuro que le llegaba un par de centímetros debajo del hombro, ojos medianos, anguloso rostro de facciones si bien no perfectas, lo suficientemente enigmáticas para retener las miradas aún de forma involuntaria. Sus labios eran un perfecto corazón, que parecían esforzarse por no estallar en una carcajada.

De alguna manera, hicieron a un lado a Neema y llegaron hasta nosotros, deteniéndose a escasos centímetros de donde Stan y de mí. Las dos me miraban con curiosidad, con una sonrisa torcida que a pesar del gesto, no le quitaba perfección al contorno de sus labios.

–Es mía –repitió Stan –Olvídense de estos jueguitos. Me pertenece.

Las vampiras lanzaron una carcajada. No supe qué fue lo que les pareció tan divertido, y realmente no me importaba. Lo único que quería era estirar mi brazo hacia ellas y comprobar con los dedos de mi mano si la nívea piel era tan fina al tacto como parecía.

–Aglaópe, basta. –No necesitó gritar, Stan se limitó a pronunciar esas dos palabras mascullándolas con furia, un indicio de que su paciencia era mínima y estaba al tope.

Hermana…

¡Bah! Aguafiestas –de pronto, sentí como si mi cuerpo se aflojara, como si hubiera estado luchando contra un millón de cuerdas invisibles que tiraban de él contra su voluntad. Me sentí nuevamente mareada y la extraña atracción que había estado experimentando hacia las vampiras apenas un par de instantes atrás, se esfumó repentinamente.

¿Qué demonios ha sido todo esto?”, me pregunté, sin tener idea qué carajos estaba pasándome.

–¿Te has puesto celoso, amans? Estos jueguitos, como los llamas, te encantaba que los practicara contigo no hace mucho tiempo.

Como pude, aflojé el cerco que había formado con sus brazos alrededor de mí, deslizándome a un costado de su duro pecho. Mi mente empezó a despertar, trabajando a toda máquina para intentar procesar lo que estaba sucediendo. Estaba segura que la especie de encantamiento en la que había caído momentos antes mucho tenía que ver con las dos vampiras.

La mano de la vampiresa de voz perfecta, Aglaópe la había llamado Stan, se deslizaba sin vergüenza alguna por el pecho de Stan, prácticamente devorándolo con los ojos. Hubiera podido jugara que la mujer iba a empezar a ronronear y restregarse contra el cuerpo de Stan como gata en celo.

Hermana, creo que estas siendo bastante descortés con la pequeña mestiza.

–No veo por qué, Megera. Sólo estoy siendo afectuosa con un muy buen amigo, porque esos somos, ¿verdad, Stanislav?

Pronunció su nombre como si fuera caramelo, besándolo en la mejilla más tiempo del que se podría considerar como amistoso. Sus ojos se encontraron con los míos en un franco desafío.

Neema, que parecía haber desaparecido de la escena momentos antes, me recordó su presencia, sacudiéndome ligeramente por el hombro para sacarme de estado de contemplación asesina en el que me encontraba. Si al principio parecía haber caído en una especie de encandilamiento hacia ellas, ahora deseaba clavarle los dientes a la tal Aglaópe.

–Creo que no les hemos presentado a Renesmee Cullen… –pronunció Neema en un tono tan conciliador, como si esperara poder detener una guerra nuclear a nada de estallar. –Ella es a quien ha llamado la Señora.

Sin esperar, di un paso en dirección de la tal Aglaópe, extendí la mano y dije: –Hola. Yo soy la que se acuesta con él.

Lo dije de una forma distante, y sólo percibí que Neema murmuraba algo sobre que no era buena idea, mientras Stan arqueaba las dos cejas sorprendido, casi hasta la línea del crecimiento del pelo.

Aglaópe pareció no reaccionar, salvo el mohín que hizo con sus abultados labios.

–¿Y por qué debería ser de otra manera? Es tan delicioso, que es imposible resistírsele. –Volvió a deslizar la mano sobre el cuerpo de Stan, pero esta vez parecía llevar dirección rumbo a su entrepierna.

Ok. Iba a perder los estribos. Quería arrancarle la mano a la vampira, por muy guapa, fuerte o vieja que fuera, no iba a permitir que manoseara a mi hombre.

–Creo que sería mejor que nos moviéramos de aquí –pronunció Stan. Había anticipado mis movimientos, pues cogió mi mano y la colgó con despreocupación de su brazo, como si no hubiera intuido que había estado a punto de golpear a Aglaópe en su bien torneado culo. –Si alguien nos ve, podríamos llamar la atención más de lo necesario.

–Tiene razón Stanislav. Será mejor que entremos, Hermana.

Yo no sabía qué pensar. Una pequeña, pero muy pequeña parte racional de mi mente gritaba que esas mujeres eran parte del clan que podía ayudarnos en nuestra guerra con los Vulturi y que sería mejor que me calmara. El resto de mi persona experimentaba una hostilidad ciega y absoluta hacia Aglaópe y no entendía lo que era el “comportamiento racional”. Las observé con detenimiento, lanzándoles “la mirada”, la que toda mujer utiliza para mirar con desprecio a otra que encuentra desagradable y vulgar.

Por fin reparé que las vampiras iban vestidas (si es que a eso se les podía llamar vestir) con minúsculos bikinis estilo brasileño. Aglaópe llevaba uno en color negro, con un chaleco y unas botas hasta las rodillas, ambos de piel blanca con destellos dorados. Me pregunté si habrían despellejado al Yetti para conseguir tal atuendo. La otra, Megera, apenas se cubría el cuerpo con diminutos triángulos de tela roja mientras del cuello caían varios collares baratos de brillantes piedras. Sus pies calzaban un par de altas zapatillas de plataforma, de las que utilizan las desnudistas en sus actos. Si me hubiera topado con ellas en otro momento, sin saber de quienes se trataba en realidad, la palabra que hubiera utilizado para etiquetarlas hubiera sido una de cuatro letras, con una “P” al inicio y la terminación “TA”.

–Vamos pues. –Accedió Aglaópe, lanzándome la misma mirada despectiva con la que se observa un bicho. –Será mejor que tengan bien vigilada a su mascotita. El negocio está lleno, es noche de celebración. Temo que la confundan como una adolescente que se ha colado a nuestra fiesta.

»Algunos de nuestros clientes tiene gusto por bocaditos como ese. Tal vez se van tentados a…

–Nadie se atreverá. –cortó Stan.

–Solo es una advertencia de lo que podría suceder. Y recuerda que el negocio es importante para nosotros. Una vez dentro, al cliente lo que pida. ¿Verdad, Meg?

Sin más, Aglaópe emprendió con dirección hacia la puerta, mientras Neema, Stan y yo le seguimos. Megera, o Meg como le había llamado la otra, nos seguía un par de pasos atrás.

Fruncí un poco el ceño, pues por más que Stan y Neema había dicho que había una pared bajo la lámpara, yo no veía más que una pared de ladrillos. Elevé la vista metros más arriba, y lo único que pude comprobar fue que estábamos en la parte trasera de lo que parecía una gran y vieja bodega de unos dos pisos de altura.

Por el ángulo donde estaba parada, no alcancé a ver qué era lo que hacía Aglaópe, sólo pude escuchar el pitido de un teclado digital y el sonido como de una gran loza deslizándose con dificultad sobre el suelo; segundos después, la vampira se volvió hacia nosotros y con un ligero movimiento de cabeza nos instó a encaminarnos al oscuro interior.

¿Realmente estaba lista para entrar? Claro que no, pero no había otra opción. El tiempo se nos venía encima, estábamos en una posición de desventaja y ese grupo parecía ser nuestra única salvación. Lo único que esperaba es que no llegaran a notar el grado de desesperación en el que me encontraba, sino, iba a ser muy fácil tratar de tomar ventaja de ello.

Por la parte que entramos resultó ser una bodega con un montón de cajas que supuse contenían bebidas alcohólicas. Nada más poner un pie dentro, un denso olor a rancio y guardado me dio de lleno en los pulmones, obligándome prácticamente a respirar únicamente por la boca. También, alcancé a ver un par de ratones moverse rápidamente por el piso cubierto de aserrín, y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no pegar un grito, a pesar del asco y miedo que me producían esos animalitos. Me imaginé que esa muestra de flaqueza iba a resultar burlonamente divertida para nuestras anfitrionas.

Por fortuna apenas si nos llevó un minuto abandonar la bodega y salir por un estrecho y corto pasillo que a través de sus paredes se lograba escuchar el amortiguado ruido de la música que sonaba al otro lado de la puerta.

Al atravesar la puerta, creí que me quedaría sorda. El ruido era aturdidor, a tal grado que ni siquiera podía escuchar mis propios pensamientos. Mis ojos tardaron unos momentos antes de acostumbrarse a la oscuridad y el humo reinante.

El lugar estaba atestado de hombres en su mayoría. No estaba segura de sus dimensiones exactas, pero intuí que el lugar era bastante grande, dividido en dos plantas apenas iluminadas por luces titilantes de neón. A un costado de donde estábamos, había una especie de barra-escenario iluminado desde abajo por una potente luz blanca, donde cinco chicas se movían al compás de la música con movimientos por demás provocativos. Y ni hablar del vestuario, pues era igual o más escaso que el de las dos vampiras que nos acompañaban. Estudié con una rápida mirada mí alrededor, sorprendiéndome al notar que entre las chicas que estaban “trabajando”, la mayoría eran humanas. Algo fácil de notar cuando se es medio vampira, y puedes distinguir entre la esencia de un cuerpo cuyo corazón late y el de uno que pretende tener vida.

Reparé también que algunas de las chicas traían lentillas de contacto de diferentes colores, incluso unas con intrincados diseños; así era como las vampiras podían disimular el escarlata de sus ojos sin llamar la atención particularmente de los demás.

Los hombres las admiraban con babeante excitación. Las chicas los tentaban dirigiéndoles coquetas miradas y maliciosas sonrisas; el ambiente estaba cargado de sexo, alcohol y deseo. Era bastante obvio de qué se trataba todo ahí.

–Tendrán qué esperarnos aquí. No se metan en líos. –Pronunció Aglaópe, deteniéndose de golpe y girando el rostro brevemente hacia nosotros. Centré mi atención en ella, dejando de lado la inspección que había estado haciendo del lugar.

–Creí que nos llevarían de inmediato con… con ella –Stan frunció el ceño, entre enfadado y confundido. –Fuimos requeridos para…

–¿Y crees que sólo por haber llegado a tiempo, entrarás de inmediato? Por favor, Stanislav. Sabes bien cómo funciona esto. Tenemos qué hablar primero con Eros y saber si Madre aún desea verles.

–Stanislav… –La voz de Neema llevaba una súplica implícita. Intercambió miradas con él, logrando que Stan soltara una especie de bufido resignado y aceptara esperar.

Aglaópe y Meg esbozaron algo parecido a sonrisitas burlonas antes de largarse y dejarnos ahí.

Me encogí de hombros, como si pudiera hacerme pequeñita y evitar que alguna indeseable mirada se posara sobre nosotros. Estuvimos un rato en silencio, no podíamos hacer más a causa de la ruidosa música, observando lo que pasaba a nuestro alrededor. Descubrí que también había un par de chicos “trabajando” en el lugar. Eran cinco. Imaginé que había que tener variedad en el “menú”. Algunos de los asistentes cubrían sus rostros con antifaces negros, otros parecía no importarles en lo absoluto revelar sus identidades.

No me consideraba puritana, ni mucho menos. Creía firmemente en que cada quien podía hacer con su sexualidad un papalote si quería, pero no me sentía para nada cómoda con la sordidez que se percibía en ese lugar. Deseaba cerrar los ojos y que al abrirlos, estar fuera de ahí. Era nauseabundo ver a las chiquillas humanas dejarse manosear por vejetes libidinosos que bien podrían ser sus padres o abuelos. Las vampiras, en cambio, parecían estar disfrutando del ambiente reinante en su negocio.

Sentí el incómodo peso de una mirada extraña sobre mí; sin pensarlo, busqué el lugar de donde provenía. De inmediato me topé con los ojos de un tipo rollizo, completamente a rape, vestido con un traje oscuro (no podría decir qué color exactamente) y que llevaba un montón de anillos y pulseras adornando sus regordetas manazas. Su mirada estaba fija en mí, cargada de perversa excitación. Una nueva oleada de asco me atacó. El hombre tenía en su regazo sentada a una chica de escasa ropa a la que le metía mano con total libertad y despreocupación; aún así, no me quitaba la vista de encima, como si hubiera elegido a la siguiente víctima de sus perversiones.

Desvié la mirada, acercándome más a Stan, buscando su protección. Me abracé a mi misma, como si así pudiera protegerme de la mirada del tipo aquél.

–Voy a dar una vuelta para ver si hay señales de Emmett –escuché decir a Neema –Espero no se metan en problemas.

Stan se limitó a lanzar una especie de bufido, sin dar una respuesta concreta. Con rapidez, Neema se alejó, perdiéndose entre la gente. Aunque yo ya no miraba al hombre, seguía sintiendo sobre mí su mirada. Me pegué aún más a Stan, con la esperanza de que el hombre entendiera que no estaba sola.

–¿Qué sucede? –Preguntó Stan, mirándome. No sé qué vio en mi cara, o si él también percibió la lasciva mirada, pero en un suspiro, Stan había puesto su mejor cara de matón terrorífico y echó una ojeada en dirección de mi acosador. Supongo que el tipo adivinó que Stan era alguien lo bastante peligroso como para romperle todos y cada uno de los huesos, así que con forzada resignación, tuvo que dejarme en paz y conformarse con la chica que tenía encima de él.

–Vámonos de aquí… –murmuró entre dientes, sin darme tiempo a responder. Sentí como me aferraba firmemente por el antebrazo y me obligaba a moverme con rapidez. Sinceramente, entre la música, la oscuridad y el deseo de no ver lo que sucedía a mí alrededor, ya estaba lo bastante desorientada como para saber hacia dónde nos dirigíamos.

Terminamos en un rincón del lugar, donde había un sofá de dos plazas tapizado en hule imitación cuero con un diseño semejante a la piel del leopardo. Muy adhoc al ambiente.

–Si no fuera porque realmente estamos desesperados, jamás hubiera permitido que conocieras este lugar. –pronunció al fin Stan. Detecté en su voz un atisbo de disculpa

–Es espantoso, pero tienes razón, estamos lo bastante desesperados como para revolcarnos en el lodo si es necesario.

–Lo siento.

Me encogí de hombros mientras dibujaba una forzada sonrisa torcida con mis labios. Después de todo, Stan no tenía la culpa de que las Erinias hubieran decidido usar de pantalla ese horrendo lugar.

–Stan, ¿a qué viene todo… esto? ¿Quiénes son estas tipas realmente?

–Creí que ya te había explicado que son un clan lo bastante…

–Sí, lo bastante fuerte como para ayudarnos contra los Vulturi –le interrumpí –Pero ¿quiénes son? ¿Por qué no habíamos escuchado nunca de ellas? Ni siquiera en el montón de mitos que circulan sobre los vampiros.

–Claro que sí has escuchado de ellas, incluso en cualquier libro de historia que utilizan en las escuelas.

–Te refieres al cuento ese de las criaturas de la mitología griega…

–No es un simple cuento. Verás, hace mucho tiempo, cuando la humanidad aún conservaba algo de inocencia y credulidad, el clan iba apareciendo de civilización en civilización, utilizando su belleza, su fortaleza, y en algunos de los casos, sus dones, para presentarse ante los mortales como deidades invencibles.

»¿Nunca te has preguntado por qué en las mitologías antiguas, sin importar lo alejadas unas de otras, los dioses compartían las mismas características? Podían llamarse de una forma entre los egipcios y de otra entre los romanos o entre los pueblos nórdicos, pero siempre eran las mismas historias, los mismos rasgos y pasiones humanas que iban relatándose una y otra vez.

»Hombres y mujeres; ancianos y niños. Cualquiera podía caer presa de ellos, pero les temían tanto como para someterse a los sacrificios que les eran demandados. Fue la época de gloria de nuestra especie, donde podíamos obtener alimento con facilidad, donde no era necesario ocultarnos del mundo; éramos dioses caminando entre el hombre común, dictando designios, haciendo nuestra voluntad.

–¿Y qué pasó? ¿Cuándo deciden convertirse en algo secreto?

–Simplemente, la humanidad fue volviéndose escéptica, viciosa y difícil de engañar. Unos cuantos entendieron cual era la única manera de matarnos realmente y… no sé, supongo que llegó el momento en que fue necesario ocultarnos para poder seguir subsistiendo.

–Imagino que esas –no necesité decir nombres, Stan me entendería –tienen algún tipo de don.

–En realidad, sólo Aglaópe.

–¿Y cuál es?

–Hace rato, allá fuera te sentiste atraída hacia Aglaópe –soltó de pronto, mientras en mi rostro se dibujaba una mueca entre sorprendida y abochornada.

–Yo… eso no tiene nada qué ver en…

–Usó sus “poderes” en ti –pronunció con una mueca divertida –No eres la primera ni serás la última en caer bajo el poder de su don. Ella es capaz de embelesarte con su voz, enredarte en una especie de hechizo de excitación, a tal grado que te deja completamente estúpido y a su merced.

»En los viejos cuentos de la mitología, Aglaópe es conocida como la sirena del bello rostro. Le encantaba pasar largos periodos en alta mar y utilizar su voz y su belleza para alimentarse de embarcaciones enteras.

Recordé algunas historias que había leído en los libros del abuelo Carlisle sobre las sirenas y el trágico final de las víctimas que caían en el embeleso de sus cantos. ¿Cómo sería escuchar el canto de Aglaópe, si con solo unas cuantas palabras me había dejado prácticamente babeando a sus pies? Probablemente, si me hubiera encontrado a solas con ella y sin que hubiera nadie que pudiera frenarle, yo hubiera terminado como dócil victima y más que dispuesta a recibir su mordida.

Guardé silencio, tratando de procesar todo lo que había escuchado.

–A veces me cuesta creer que sea verdad.

–¿El qué?

–Todo esto de los vampiros… Por momentos me pregunto si realmente estoy viviendo esto o simplemente un día voy a despertar y descubrir que es un sueño y me encuentro encerrada en un psiquiátrico.

–Te entiendo. Mientras vivía, creí que los vampiros únicamente eran cuentos para asustar niños.

–Y no puedes negar que vampiros con dones es algo incluso más descabellado. Como una versión gore de los X-Men –solté con sarcasmo.

Stan soltó una risita. Parecía haberle causado gracia mi comentario.

Volvimos a guardar silencio, mientras en mi cabeza resonaba la pregunta del por qué Aglaópe y Megera se estaban tardando demasiado en regresar; digo, moviéndose a velocidad vampiro, no les debería llevar más de un minuto en ir y venir. Por un momento temí que la Señora hubiera decidido que siempre no le interesaba vernos.

Paseé la mirada de un lado y noté que algunas de las chicas miraban en dirección a nosotros. Había contado cinco pares de ojos escarlatas, así que fácilmente entendí que eran vampiras y que con su finísimo oído de vampiro habían escuchado lo que Stan me había contado.

–¿Nos escucharon, verdad?

–Ajá –respondió Stan, mientras él también paseaba la mirada por el lugar. No había habido necesidad de explicarme, él entendía a qué me refería.

–¿Tendrás problemas por haberme contado todo eso?

–Tal vez sí, tal vez no. Nunca se sabe con ellas.

Iba a agregar algo más cuando algo llamó nuestra atención: se había armado cierto alboroto cerca de la barra-escenario, mientras algunos hombres se acercaban a el. En un parpadeo, una bailarina apareció sobre la superficie iluminada, de espalda al público y empezó a menear el trasero apenas cubierto con un trozo de una tela plateada a manera de falda.

Empezó una nueva canción y solté una carcajada.

–¿”Livin’ la vida loca”? ¿De verdad? Vaya, supongo que no todos los vampiros tienen buen gusto musical…

–Quien está bailando es Nina, el miembro más reciente del clan. Cuando todavía era humana, salió en el video de esa canción.

Solté un simple “mmm” casi indiferente. Recordaba haber visto alguna vez el video en programas del tipo “las cien mejores canciones de los ‘90” y cosas por el estilo, pero no le había puesto demasiada atención como para recordar a la vampira.

–¿No es peligroso que haga eso? Alguien podría reconocerla.

–No lo creo –En ese momento, la tal Nina se volvió y pude ver que parte de su rostro estaba cubierto con una máscara, como la del “Fantasma de la ópera

–¿Lo dices por el antifaz?

–No… verás, Eros se encaprichó con ella y decidió convertirla para él. Solo que no imaginó que la ponzoña dejaría marcas en su rostro, que en ese tiempo estaba cargado de bótox y colágeno. Digamos que nuestro veneno y los procedimientos estéticos no son precisamente los mejores amigos.

–¿Y el tal Eros siguió con ella a pesar de que ya no era hermosa?

–No volvió a tocarla jamás. Aunque le permitió quedarse bajo la protección del clan y le deja que una vez al año haga una fiesta es esta fecha.

–¿Estamos en una fiesta?

–Sí, es la fiesta del cumpleaños de Nina. Cada año desde que ella está con ellos, Eros le permite hacer esta gran celebración por su “cumpleaños” como vampiro.

»Nina adora las fiestas y cada año hace una con un tema en específico. La de este año es “Viva los 90´s” Por eso el lugar está más abarrotado de lo normal, los clientes saben que les espera una noche salvaje y sin ningún tipo de límites. Lo único que no imaginan es que no todos regresaran a casa con vida.

–¿Quién es el tal Eros del que hablas?

–Es el único hombre dentro del clan. Se podría decir que es el jefe, quien se encarga de mantener a raya a las demás y de pagar a quien sea necesario para evitar que la policía venga a meter sus narices en el negocio.

–Creí que la… que ella era la líder –dije casi en un susurro. No me atreví a pronunciar el Señora para evitar ganarme alguna mirada escarlata furibunda.

–Lo es. Eros es su mano derecha, quien ejecuta el trabajo sucio y lidia con lo cotidiano.

»Recuerda que aún en nuestro mundo, ella ni siquiera existe.

–Por su nombre, imagino que él era el dios del amor según los antiguos griegos, ¿no?

Stan asintió. Iba a preguntarle si el gran jefe del clan era el mocoso regordete con rizos rubios que aparecía en las tarjetas de San Valentín y cómo rayos había sobrevivido al extermino de los “niños inmortales” en manos de los Vulturi, cuando Aglaópe prácticamente se materializó delante de nosotros.

–Síganme.

–¿A dónde vamos? –pregunté mientras me ponía de pie.

–A Disneyland –soltó burlona la vampira – ¿A dónde crees? Se les ha concedido el honor de ver a Madre.

»Así que andando, que gracias a ustedes, me estoy perdiendo de toda la diversión. Por cierto, ¿dónde está Neema?

–Fue a dar un vistazo por el local para ver si ya había aparecido Emmett.

Aglaópe no contestó. Pareció conformarse con la breve explicación de Stan.

Sin dignarse a mirar en nuestra dirección para comprobar que le seguíamos, echó a andar, mientras Stan entrelazaba su mano con la mía y empezamos a andar sobre los pasos de Aglaópe.

Con cada paso que daba, el corazón me bombeaba a mayor velocidad. Por fin estaría frente a la misteriosa mujer que podría ayudarnos en nuestra lucha contra los Vulturi. Bueno, siempre y cuando ella decidiera que merecía la pena jugar a nuestro favor. No sabía cómo iba a hacerlo, pero me tenía que jugar el todo por el todo para lograr ganarme el favor de la líder del clan. Estábamos en un punto en el que ya no podíamos quedarnos a medias, teníamos que jugarnos todas las cartas, y si una de ellas significaba tener que ser una donadora voluntaria de sangre para la Señora, pues así sería. El tiempo se nos agotaba y el grado de desesperación era lo suficiente como para suplicar de rodillas si fuera necesario, aunque mi naturaleza orgullosa se opusiera a ello.

Iba tan absorta en mis pensamientos que no supe en qué momento pasamos de un pasillo a otro, pero el caso fue que en un estrecho y semi-oscuro pasillo nos topamos con una desvencijada puerta de madera blanca. Aglaópe golpeó con firmeza la superficie de y casi de inmediato, ésta se abrió con un ligero rechinido. Contuve la risa, pues parecía que habíamos dejado muy atrás el burdel para terminar en la casita del horror de algún parque temático. Sí, aún con el corazón acelerado y las palmas sudándome de los nervios, todavía tenía ánimo para un pensamiento sarcástico.

Desde el momento en que la vampira había ido por nosotros, nadie se había atrevido a pronunciar una sola palabra. Por lo menos yo, estaba demasiado concentrada en que no me diera un ataque de pánico, que ni siquiera se me había ocurrido entablar la típica conversación superficial para rellenar silencios incómodos.

La habitación a la que ingresamos era de a penas unos tres por cuatro metros, con un escritorio, una silla acolchada detrás de él y otro par de aluminio destinadas, supuse, para las visitas. El mobiliario era demasiado sencillo, como adquirido en una tienda de artículos de oficina de segunda mano. Un telefonillo descansaba sobre la superficie del escritorio, al igual que un modelo de MacBook que podría jurar que llevaba años ya descontinuado. Y eso era todo, ni un solo cuadro colgando de las paredes verde seco, ni una sola ventana o florero. Nada que le diera personalidad o calidez. Nada. Lo único que rompía un poco la monotonía del verde de las paredes, era una puerta empotrada a la derecha del escritorio.

–Esperen aquí. Eros vendrá en un momento. –Pronunció Aglaópe en el umbral de la puerta antes de cerrarla tras de sí y dejarnos ahí en la oficinita, de pie y sin siquiera invitarnos a tomar asiento mientras esperábamos.

–Espero que el regordete mocoso no nos haga esperar tanto.

¿Quién?.

–Cupido.

–Otra vez, ¿quién?

–Pues ese, el jefe del clan… Eros, Cupido, el escuincle ese que sale en las postales del 14 de febrero, con pañal, arco y flecha.

Stan estaba a punto de decir algo cuando una gruesa carcajada sonó a nuestras espaldas.

Casi a mismo tiempo, él y yo nos volvimos en busca del dueño de esa voz.

–Bueno, espero no decepcionarte con mi aspecto –dijo un hombre altísimo mientras cerraba la puerta tras de sí. –Como verás, no se puede decir que sea precisamente un mocoso regordete.

Con paso decidido, rodeó el estrecho camino hasta situarse atrás del escritorio.

–Stanislav –saludó con un ligero asentimiento de cabeza, borrándose toda sonrisa de su rostro y adquiriendo un tono de voz por demás neutro.

–Eros.

–Supongo que esta decepcionada señorita es la famosísima Renesmee Cullen.

¿Decepcionada? Más bien sorprendida. El hombre, o mejor dicho, el vampiro que tenía delante de mi para nada se parecía al niño de las flechas que aparecía impreso en un montón de cursis tarjetas postales del día del Amor. Como dije antes, era altísimo, de cuerpo esbelto enfundado en un traje oscuro con finas rayas y camisa blanca sin corbata. Pequeños ojos escarlatas rodeados por espesas pestañas en un rubio oscuro, perfectamente a juego con el rubio caramelo de su corta melena. Nariz recta, labios medianos y una coqueta barba partida. El epítome del famoso “perfil griego”. Tenía un aire bastante coqueto y seductor; me imaginé que eso del “dios del amor” se lo habían puesto en la antigüedad porque iría conquistando mujeres con una absurda facilidad o porque sería capaz de hacer hervir las hormonas de una manera casi enloquecida.

Tal vez me embelesé en su belleza como una polilla con el fuego, el caso es que no fue hasta que Stan me dio un ligero empujoncillo en el hombro, yo no me hubiera dado cuenta de que nuestro anfitrión esperaba con la mano extendida a que yo le saludara.

Como una colegiala atolondrada, lo único que atiné a hacer fue, secarme el sudor de la palma en la pernera de mi pantalón y saludarle con bastante más efusividad de la que yo misma esperaba.

No necesité mirar en dirección de Stan para saber que él estaba rechinando los dientes al ver mi actitud de adolescente encandilada, mientras que Eros parecía encontrar divertida toda la situación. No era mi intención comportarme así, pero era como si mi cuerpo reaccionara de manera contraria a lo que mi cabeza dictaba. ¡Maldito clan de vampiros revuela-hormonas! Empezaba a entender por qué un burdel era el escondite y trabajo perfecto para ellos.

Ella está esperándote –pronunció Eros con una sonrisita traviesa –Todos deseábamos conocerte al fin.

»Acompáñame por favor.

No me había percatado que mi mano seguía atrapada en la suya ni que él había rodeado del escritorio y estaba a penas a dos pasos de mí hasta que con un suave tirón me acercó a él, obligándome a moverme a su antojo sin mucho esfuerzo.

–Tú te quedas. –Espetó volviendo el rostro ligeramente con desdén hacia Stan, que estaba detrás de nosotros.

–¿Qué? –espetó con sequedad aquél.

–Que tomes asiento, si quieres, mientras la esperas.

–¡Claro que no! El trato era que ella no entraría sola, Emmett y yo le acompañaríamos mientras durara todo el encuentro. Así que, o vamos los dos, o ninguno.

–No estás en posición de imponer condiciones.

Ok, por lo visto, esto es un choque entre dos machos alfa”, pensé mientras contemplaba el rígido intercambio de palabras. A simple vista, todo era bastante civilizado, pero en realidad, se podía cortar con un cuchillo la tensión que emanaban Stan y Eros.

–Tal vez, pero ella no va a ningún lado sin mi.

–La Señora no ha dicho que quiera verte.

–Pero imagino que tampoco ha dicho que no quiera que entre yo también. Así que, vamos todos. Si me pide que me marche, entonces lo haré. Sólo ella puede pedírmelo.

No dijo nada más, pero los tres entendimos las palabras no dichas flotando en el aire: Eros podría ser visto como el jefe del clan, pero en realidad era uno más al servicio y voluntad de la Señora.

Eros nos contempló brevemente, apretando la quijada con frustración. Stan había dado en el blanco: si bien no habían dicho que podía acompañarme, tampoco era que su presencia estuviera vedada.

Eros posó su mano sobre la perilla de la puerta que estaba a un costado del escritorio, y con un breve ademán de su mano, nos indicó que avanzáramos en esa dirección.

¡Wow, qué bien! Más pasillos oscuros”, pensé sarcástica mientras me esforzaba por acostumbrarme a la oscuridad que a duras penas me dejaba ver la punta de mi nariz. Antes de que me diera un ataque de ansiedad o de claustrofobia, respiré profundamente para intentar relajarme y que mi vista de semi-vampiro se acostumbrara a la ausencia de luz y poder avanzar sin tropezarme con mis propios pies.

Esta vez, casi por intervención divina, el tramo que seguimos fue relativamente corto. Eros se detuvo frente a otra puerta y se volvió para advertirme con una ligera sonrisa:–Disculpa si encuentras un poco desordenado. Nuestra mascota ha dejado un lío el piso.

Fruncí el ceño. ¿Mascota? ¿Tendrían un perro o un gatito? Pero, ¿cómo? Hasta donde yo sabía, cualquier miembro del reino animal huía de los vampiros como alma que lleva el diablo. Razón por la cual nunca pude tener de mascota más que una roca.

–Recuerda, moje láska, se prudente. Estaré junto a ti en todo momento. –Stan susurró en mi oído, como para inyectarme tranquilidad.

No recuerdo cómo fue que atravesé esa puerta. No recuerdo si me llevó segundos o una eternidad. No recuerdo cuál fue exactamente mi reacción al entrar a esa habitación que parecía sacada de un cuadro de la era victoriana. Todo elegancia, nada qué ver con el sórdido ambiente que habíamos dejado atrás.

Lo que sí recuerdo fue que sentí que el color y la sangre me abandonaban cuando mis ojos se encontraron con un enorme felino al fondo del salón. Estaba echado, mientras con dientes desgarraban los últimos pedazos de carne que cubrían lo que yo estaba segurísima que era un fémur humano. Recordaba haberlo visto en el esqueleto humano que el abuelo Carlisle tenía en su consultorio médico.

Y el olor a sangre humana me confirmaba la especie de la víctima. La sangre de un ser humano es muy diferente a la de los animales. El sabor, el olor… es difícil de explicar, pero para aquellos que la base de nuestra dieta es la sangre, sabemos reconocer la diferencia con facilidad. Comprendí lo que había dicho Eros sobre que la mascota había dejado un lío en el piso: donde el felino estaba reposando, había dejado un charco escarlata sobre la duela de madera. Era una suerte que la sangre no se hubiera corrido hasta la alfombra central del salón.

–¿Eso es su mascota? –pronuncié con un hilo de voz.

–Ese es Zeke –contestó Stan –Es el sobrino de Neema.

Volví a quedarme boquiabierta mientras volvía a fijar mi vista en el animal, quien al escuchar el nombre, miró hacia nosotros, con un brillo de humano interés en sus ojos.

Era un felino, un tigre de un tamaño descomunal. Su piel era como de la un tigre siberiano blanco, aguerridos ojos azules y unos enormes colmillos, como los de los tigres dientes de sable. Pero eso no era posible, esos tigres se habían extinguido en algún momento de la prehistoria. ¿Verdad?

El animal dejó a un lado del hueso que había estado royendo. Con amenazadora tranquilidad, se irguió en sus patas y empezó a andar hacia nosotros, sin importarle si dejaba rastros de sangre a su paso. Se detuvo apenas a un metro de nosotros y rugió con potencia. Sin poderlo evitar, un escalofrío de miedo me recorrió de arriba a bajo la espina dorsal.

Para mi asombro, Stan alargó la mano y rascó la cabeza del animal.

–Neema se quedó esperando a Emmett, vendrá en un momento. –Respondió Stan, como si hubiera podido interpretar la pregunta escondida en el rugido del felino. –Quiero presentarte a alguien… moje láska, ven a saludar a Zeke.

No pude ni avanzar un milímetro. Por mucho que dijeran que era el sobrino de Neema y que se portara como un adorable minino con Stan, lo cierto es que era una enorme bestia peluda de unos tres metros de largo y unos 350 kilos de peso. Además, cuando habíamos llegado, ¡él estaba masticando tranquilamente un fémur humano! Así que debían disculpar si estaba paralizada de miedo. No quería terminar como postre del “gatito”.

Sólo pude forzar una dura sonrisa y musita un incoherente “mucho gusto”.

Para mi suerte, un pequeño murmullo sonó detrás de nosotros. Me volví un momento y me encontré con Neema y el tío Emmett, acompañados de Megera.

–¡Tío Emmett! –solté con alegría, echándome a sus brazos para abrazarle. No solo era feliz de comprobar que estaba bien (significando eso que el resto de la familia también lo estaría), sino que saber que había alguien más de mi equipo cerca, me daba mayor seguridad. –¿Cómo están papá y mamá? ¿Y los demás?

–Todos están bien. Están esperándonos en un lugar seguro y preparándose para el gran “show”.

–¿Has sabido algo de tía Alice?

–Sí, todo marcha sobre ruedas… pero podemos hablar de eso después. Tú tranquila, que hasta el momento, ninguna catástrofe ha caído sobre nosotros.

Tenía razón el tío, podíamos dejar para después el que me pusiera al corriente de cómo estaba el resto de la familia y los planes que habían trazado. Pero había estado preocupada por ellos, era lógico que quisiera saber cuanto antes cómo estaban las cosas en mi ausencia.

Estaba lo bastante concentrada en mi tío y lo que me contaba, que no me di cuenta del cambio que se había ido produciendo en el ambiente. De pronto, todos pusieron un rostro sereno, y como por instinto, parecían irse formando en línea, como un batallón de infantería. Eros y Megera se inclinaron con reverencia, seguidos por Neema, Emmett y Stan. Yo les había estado observando de frente, por lo que no fue sino hasta después que s me ocurrió volver el rostro sobre mi hombro derecho para ver a qué venía todo eso.

No sé de donde ni cómo, pero una mujer de largos y rizados cabellos oscuros había hecho acto de presencia.

Madre

–Señora

Pronunciaron unos y otros, casi con adoración. Yo, en lugar de hacer lo que todos los demás, simplemente me quedé de pie, observando a la mujer que se acercaba con pasos elegantes y con el erguido porte de una dama. Tenía una constitución delgada, suave; su piel era blanca y perfecta. Pero eso no era lo que me había dejado impactada. La primera, que tenía las mejillas sonrosadas; la segunda, que sus ojos no eran escarlatas, sino de un azul casi trasparente; y la tercera, que en esa habitación, había dos corazones humanos que latían (sin contar el de Zeke en su forma de tigre). Uno de esos corazones era el mío, el otro el de ella.

–Renesmee…

–Neesie…

En los susurros de Stan y del tío Emmett entendí la advertencia de que mi falta de sumisión podía tomarse como una afrenta. Pero estaba demasiado estupefacta como para recordar que tenía que seguir la corriente.

Esa a la que su clan llamaba Madre y el grupo de tío Emmett conocían como Señora se acercó a nosotros, o mejor dicho, se acercó a mí mostrándose su blanca dentadura a través de una perfecta sonrisa.

–Al fin –pronunció con voz suave, en mi idioma pero con un acento que no pude detectar –Te he esperado desde siempre, te he observado desde el inicio.

»Sería una lástima que al final, todo fuera para nada…

No supe exactamente a qué se refería en sus crípticas palabras, pero sí entendí bien el mensaje: Debía rezar porque este encuentro fuera de utilidad para ella, de lo contrario… tal vez los Vulturi no serían el mayor de nuestros problemas.

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