Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

martes, 8 de junio de 2010

+-+-+-+-+ Hola +-+-+-+-+

Hello, como dice la canción de Elton John, "the Beetch is back!!" jijiji

Disculpen toooda esta ausencia, pero a parte de que mi trabajo me trae vuelta loca, la tecnología me odia. No podía accesar a mi cuenta en blogger (la historia es muuuy larga, pero les tengo un consejo en conciso: NO bajen cuanta chuchería/programa/juego les ofrezcan en internet, no a menos que quieran que su PC/Laptop se pudra), y aunque traté de abrir otro blogg, la verdad es que nada más crear la cuenta, la abandoné (estaba muy depresiva, además, tenía que recuperar mi blog a como diera lugar).

Dicen algo de unos comentarios negativos y no sé que más. Ahora sí que yo ni por enterada, porque como dije antes, nomás no podía ni asomarme al blogg. Disculpen, pero para evitar corajes/malos entendidos, me voy a hacer tontita un rato y no leer los comentarios, ¿va? No se ofendan, pero prefiero ahorrarme posibles entripados contra mi persona.


Saludos a toood@s y gracias por aguantarme en mis ausencias involuntarias, pero sobre todo, por su apoyo y por seguir aquí al pie del cañón.

lunes, 7 de junio de 2010

ERINIAS

Entramos a la casa, encontrándonos con un ambiente por demás lúgubre. Ok, no es que esperara hallarlos en medio de la preparación de la celebración navideña, cantando villancicos y envolviendo regalos, pero era tal la tensión, que la podía cortar con un cuchillo.

Tío Emmett estaba de pie, con un teléfono en la mano, escuchando lo que le decía quien fuera que estaba al otro lado de la línea. Aunque a simple vista su rostro era una impávida máscara, pude detectar un brillo de furia contenida en su mirada. El resto, se mantenía perfectamente inmóviles en su sitio. Si hubiera sido una completa extraña, lo primero que hubiera pensado es que había entrado a alguna exhibición de esculturas de mármol.

Todavía tomada de la mano de Stan, me fui abriendo paso hasta el sillón donde había estado sentada al principio, logrando que los antes quietos seres volvieran su atención a nosotros. Me sentí como la alumna que llega tarde a clase y todo el salón se le queda mirando fijamente. Recordé el comentario de tío Jasper sobre mi pelo, y con gesto nervioso me volví a pasar la mano libre sobre él, para asegurarme que la “prueba incriminatoria” estaba perfectamente cubierta.

–Gracias por acompañarnos… –pronunció irónico papá, con el gesto fruncido y sin perder detalle de Stan y de mí. Imaginé que de alguna forma había terminado por enterarse de lo que había sucedido, o más bien, a punto de suceder entre Stan y yo allá afuera. Me ahorré cualquier respuesta mordaz (y se me ocurrieron varias), dispuesta a mostrar que era capaz de comportarme a la altura de las circunstancias; había cosas más importantes en las qué enfocarme que en apaciguar el volátil carácter de mi sobreprotector padre. Pero aún así, no pude evitar el impulso de hacerlo desatinar un poco, así que con un ligero tirón a su mano, le indiqué a Stan que quería que se sentara a mi lado. Me apoyé contra él y de inmediato me acurrucó entre sus brazos.

–¿Qué sucede? –preguntó Stanislav con voz pausada –Jasper nos ha dicho que nos necesitaban aquí dentro.

–Así es –respondió papá, apretando los labios aún más si era posible.

Estaba furioso. Bueno, ya se estaba pasando. ¿Qué quería? ¿Encerrarme en una torre con un cinturón de castidad para toda la eternidad? Entendía su deseo de protegerme, comprendía que se pasara de “metomentodo” en mi vida, incluso, que fuera difícil para entender que ya no era una niña inocente, casta y pura.

Noté que mamá tenía el rostro completamente desencajado y por un momento me temí lo peor.

–¿Q-q-qué pasa? –pronuncié torpemente, con la voz ronca de la preocupación.

–Charles y Makena –respondió mi madre –ellos… han caído también.

Sentí que la sangre me bajaba hasta los tobillos. No había tenido relación con ellos, pero sabía quienes eran. Al igual que Alistair, eran nómadas europeos y habían venido en nuestro auxilio cuando los Vulturi se habían presentado en Forks creyendo que yo era una “niña inmortal”. No necesité preguntar el cómo o el quién, lo sabía perfectamente bien. Pues al igual que Alistair, había caído en manos de los Vulturi, pagando el precio de haber sido amigos de los Cullen.

Entendí que la furia de mi padre no tenía nada qué ver con Stan ni conmigo. Iba destinada a los Vulturi.

–Nos están cercando… –pronunció tío Emmett al teléfono. –¡Maldición! Eso no lo vi venir…

»Espera un momento, Neema –pronunció mientras nos lanzaba una rápida mirada a Stan y a mí –Ya estamos todos, te pondré en altavoz.

Con rápidos movimientos, llegó al centro de la sala, presionó un par de teclas y sostuvo el teléfono a la altura de su pecho, para que pudiéramos escuchar todos.

–Listo, te escuchamos.

–Bien –fue extraño volver a escuchar la voz de Neema después de tanto tiempo. Me pregunté cómo es que había terminado trabajando al lado de tío Emmett. Supuse que tal vez Stan los habría presentado a lo que me llevaba, ¿cómo es que Stan y mi tío se habían puesto en contacto? Me habría gustado preguntar, pero no era el momento para hacerlo. –Kaori y Alejandro habían estado vigilando Volterra. Zeke y yo tuvimos que mantenernos alejados, pues nuestro rastro es bastante perceptible para la guardia.

–¿Qué quieres decir con que estaban vigilando? –pronunció Stan, soltándome para inclinarse hacia adelante, como si tratara de dirigir con precisión su voz a través del altavoz del aparato

–¿Stanislav?

–Sí, soy yo…. ¿qué pasó, Neema?

–Los descubrieron. Intentaron huir, pero… Kaori está en sus manos. Alejandro se libró por los pelos.

¿Kaori? ¿Alejandro? Más nombres de desconocidos. La curiosidad por saber de quienes hablaban, de conocer lo que hacían en el otro continente, se iba haciendo cada vez más fuerte.

El tío Emmett tenía el ceño arrugado, pero mientras Stan mostraba sorpresa por lo que oía a través del altavoz, mi tío se mantenía impasible. Supuse que el “¡maldición!” que le escuché al entrar a la casa se había debido a que Neema le había dicho lo que nos acababa de contar.

–¿Les tendieron una trampa?

–No. Kaori fue bastante estúpida y temeraria; convenció a Alejandro de meterse al castillo de los Vulturi para averiguar más. No fueron precavidos, los descubrieron y… Temo por Kaori –detecté cierta congoja a través de su voz.

–¿Te dijo Alejandro si habían logrado averiguar algo?

–Dijo que alcanzó a percibir el aroma de la loba que había mencionado Emmett. También escuchó que están preparado otro golpe para el primero de Enero, pero no supo a ciencia cierta qué.

–Neema, soy Bella, Dime, ¿saben algo de mi padre? –pronunció mamá.

–Alejandro dice que tienen a un humano. Detectó su rastro dentro del castillo pero… –Neema lanzó un largo suspiro –No te puedo asegurar que sea él.

–¿Dónde estás? –preguntó tío Emmett con autoridad

–Estoy con los rumanos. Tuvimos qué separarnos para escapar más fácilmente.

»Envié a Zeke de regreso a Praga, ahí lo cuidarán bien. Alejandro se fue para España y yo terminé acá. Tuve qué pedirles a Stefan y a Vladimir que me escondieran.

–Neema, tenemos qué atacar antes de que aquellos desgraciados terminen con todos nosotros. Están actuando demasiado rápido y si no nos preparamos, van a barrer con nosotros antes de que nos demos cuenta.

–Lo sé Emmett. Y también por eso vine con ellos, para pedirles que luchen de nuestro lado y no se limiten únicamente a ser nuestros proveedores. Vamos a necesitar mucho más que su dinero.

–¿Has hablado con las Erinias?

–Sí.

–¿Y?

–Sabes que ellas se mantienen al margen de todo conflicto. No quieren meterse en problemas con Aro, aún cuando nos ayudan de vez en cuando.

–¡Demonios! Tenemos qué encontrar una forma de que participen. Aunque Stefan y Vladimir decidieran luchar, aún nos rebasan en número; y más con la pérdida de Kaori… –lo último lo pronunció casi como una maldición contra la tal Kaori. De pronto, tío Emmett frunció el cejo, como arrepentido –Lo siento, Neema…

–No pasa nada. Kaori pecó de idiota y sólo me queda espera que esté bien. –Lo dijo sin estar convencida del todo. –En cuanto a las Erinias… bueno, tal vez haya una forma de contar con su ayuda.

–¿Cómo?

Ella la quiere…

–¿A qué te refieres?

–Que la… la Señora quiere conocer a Renesmee. Sabe de ella, así que la quiere en su presencia.

–¡No! –el furioso grito de Stan me tomó de sorpresa, provocándome un buen susto. Miré su rostro y me sorprendió encontrar su cara casi deformada por la ira. –De ninguna manera.

–Stanislav, no es una pregunta ni una invitación de cortesía. La quiere.

–Stanislav tiene razón, no permitiré que mi hija vaya con… no, de ninguna manera. –papá estaba que echaba fuego por los ojos. No sabía de quiénes hablaban, jamás había escuchado nombrar a las tales Erinias y mucho menos por qué me querían conocer.

–¿De quienes hablan? –pregunté, decidida a no seguir en la ignorancia. –Papá, ¿conoces…?

–No, pero con lo que he visto en la cabeza de este par –señalando a Stan y a tío Emmett con un movimiento de la cabeza –es más que suficiente.

–Emmett –pronunció Neema –sabes que no tenemos opción. Si queremos no sólo seguir contando con su ayuda, sino que tomen partido por nosotros, debemos hacerlo. Sólo quiere conocerla, es todo… Explícales.

»Demonios, tengo qué colgar –pronunció con cierto apuro – Entonces, ¿nos vemos el 28 en Praga?

–Sí, donde siempre.

–Bien. Espero haber convencido a los rumanos para entonces. Adiós.

Y sin más, escuchamos el pitido del teléfono que marcó el final de la llamada.

El silencio denso inundó la sala. Estaba segura que todos los demás se preguntaban lo mismo que yo, ¿qué demonios había sido todo eso? Lo único que realmente había podido entender es que Neema y tío Emmett tenían una especie de alianza con los rumanos. De lo demás, con tantos nombres que me eran desconocidos, simplemente me había perdido en la conversación.

–Emmett, hijo, creo que sería mejor si nos explicaras todo desde el principio. –Pronunció mi abuelo por fin, soltando las palabras que los demás hubiéramos querido decir.

El tío paseó la mirada por nuestros rostros, con el ceño fruncido. Me pregunté si sería de preocupación o de furia, sino es que de ambas.

–Será mejor que empieces a hablar hermano –dijo mi padre con sequedad –Porque si esperan que entregue a mi hija, con lo que estoy viendo en tu cabeza y en la de Stanislav, sería lo último que hiciera en mi maldita existencia.

Involuntariamente me hundí en el maltrecho sillón, apretando mi mano sobre el macizo muslo de Stan. La forma en que papá había pronunciado las palabras me provocaron un estremecimiento nervioso.

–Emmett, no… –Stan apretó la mandíbula, dejando entrever su propia furia –No puedes hacerlo. No te lo pienso permitir.

–Escuchaste a Neema, las necesitamos y si lo único que quieren es conocerla…

–¿Y si deciden que una simple visita de cortesía no basta? Son impredecibles, ella es impredecible. No voy a exponerla a ningún riesgo.

Los miré alternativamente, sin entender ni una palabra de la conversación prácticamente privada que sostenían.

–¡Emmett! ¡Stan! –protestó mi madre –¿Serían tan amables de explicarnos qué rayos está pasando? ¿De quiénes están hablando?

Se volvió a hacer el silencio mientras esperábamos escuchar de una buena vez que empezaran a contarnos esta historia que parecía no tener pies ni cabeza, o por lo menos para mí.

–Neema se refería a…

–No, Stan, déjame contar a mí esta historia. –Lo interrumpió el tío.

Con lentitud, se guardó en el bolsillo trasero de sus jeans el teléfono que aún tenía en la mano. Permaneció de pie en el centro de la sala, con el rostro impasible pero con un brillo en la mirada por demás triste. Imaginé que la mente del tío estaba varios años atrás.

–Cuando Rose murió tuve qué irme. No soportaba estar aquí donde todo me recordaba a ella. Me estaba volviendo loco del dolor y de la rabia por haberla perdido de esa manera. Sabía que mi amargura estaba afectando a la familia...

–No es verdad, Emmett –pronunció la abuela Esme con suavidad, mirando a mi tío con los ojos llenos de amor maternal.

–Así era, aunque no quieras reconocerlo. Ustedes no hacían más que estar pendientes del menor paso que yo daba, temiendo que yo decidiera buscar la manera de terminar muerto para estar con Rose. Convivir conmigo se estaba convirtiendo en un pesado martirio para todos.

Las palabras del tío estaban cargadas de razón. En aquellos negros días, todos habíamos terminado haciendo el tácito acuerdo de vigilar a tío Emmett; lo veíamos tan mal, tan solo y perdido, que temíamos que terminara haciendo alguna locura.

A mi me costaba más estar cerca de él, pues al verlo tan deprimido primero y después furioso, la culpabilidad que sentía por la muerte de mi tía se iba haciendo cada vez más grande. Me preocupaba verlo así, y lo único que quería era abrazarlo y decirle que yo también extrañaba a tía Rose, pero que tenía qué seguir adelante porque ella era eso lo que hubiera querido. Quería consolarlo, sanar sus heridas pero… pero simplemente no me atrevía siquiera a mirarlo a la cara, sintiéndome tan culpable de la muerte de la tía. Era como si yo cargara en mi consciencia con la mitad de la responsabilidad de lo sucedido aquella noche. Porque si ella no se hubiera interpuesto entre Awka y yo para salvarme…

–Creo que nunca te lo dije, Nessie –dijo tío Emmett, interrumpiendo el hilo de mis propios pensamientos –Nunca te consideré culpable de lo que sucedió esa noche. Rose hizo lo que yo si hubiera estado en su lugar. Los dos te amábamos demasiado y hubiéramos dado la existencia por ti sin dudarlo…Siento no habértelo dicho antes, supongo que estaba demasiado cabreado con la forma en que sucedieron las cosas.

Sentí el brillo de las lágrimas asomándose en mis ojos, mientras un nudo apretado se formaba en mi garganta. A pesar de los años, recordar a mi adorada tía y la forma en que había desaparecido aún me dolía como si hubiera sucedido apenas el día anterior.

–Me fui buscando venganza por la muerte de Rose–continuó el tío con voz grave –No me detuve a pensar que estaba solo ni cómo demonios iba a lograr que los Vulturi cayeran; lo único que me importaba era acabar con Aro con mis propias manos, hacer que su destrucción fuera tan dolorosa como para mí fue la pérdida de Rosalie.

»Era como un furioso e irracional toro listo para embestir, buscando aliviar mi dolor como lo único en mi mente. Sólo que antes de que pudiera hacer algo, Neema y Zeke me encontraron y me convencieron de unir fuerzas.

–¿Quién es Zeke? –pregunté curiosa. No había sido la primera vez que escuchaba ese nombre.

–Zeke es un cambiaformas. –respondió Stan, volviendo el rostro hacia mí.

–¿Cambiaformas? ¿De dónde lo sacaron? –preguntó tía Tanya –¿Es cómo los quileutes?

–No, Zeke no es un lobo. Y de dónde lo sacamos, bueno, supongo que podría decirse que es el tatara-tatara-tatara-etcétera sobrino de Neema.

Estoy segura que poco faltó para que un signo de interrogación se pintara sobre mi frente al escuchar a Stan. El notó mi confusión, pues siguió con la explicación.

–Neema perteneció a una tribu africana muy poderosa a mediados del siglo XVII. Vivían en lo que hoy conocemos como Kenya.

»Eran grandes guerreros y poseían el dominio sobre otras tribus; pero su poder no residía en la fuerza física o en su destreza para la lucha, sino en que tenían la habilidad de transformarse en unas enormes bestias y proteger a los humanos de los vampiros.

»A los Vulturi esto no les gustó nada, pues detestan a cualquier otro monstruo que no sean vampiros, sobre todo cuando les causan demasiados problemas. Así que decidieron ponerle fin al “problema” y una noche llegaron y arrasaron con toda la tribu. Masacraron hombres, mujeres, niños, ancianos… nadie quedó en pie.

–Pero sobrevivió Neema –pronunció mamá.

–Si es que a esto le llamas sobrevivir. Aro la obligó a observar cómo arrasaban con toda la tribu y después decidió conservarla porque sabía de su don y le pareció que podría ser una adquisición interesante para su colección.

»Neema estaba casada con el líder de la tribu y aún en su forma humana, había dado muestras del don que posee. Ella es capaz de paralizar por completo a cualquier ser con sólo una mirada. Su gente la veneraba como una especie de deidad protectora, como la chamana del pueblo. Su padre mismo había sido el líder de la tribu, un cambiaformas también. Neema era una princesa.

–¿Todos los hombres eran cambiaformas? Entonces, ¿por qué no evitaron la masacre? – tío Jasper se adelantó a preguntar lo mismo que yo estuve a punto de decir.

–No, no todos podían transformarse. Según la tradición sólo el séptimo hijo de un séptimo hijo poseía el don. Y en esas épocas, era muy difícil que un niño sobreviviera para llegar a adulto. Por eso eran pocos los que podían transformarse en coje-neinji, pero esos eran suficientes para defender al resto cuando un vampiro aparecía por ahí dispuesto a darse un festín con ellos.

–Pero no fueron suficientes para evitar el ataque de los Vulturis –agregó papá.

–No, no fueron suficientes. No para el ataque de tantos vampiros y mucho menos, cuando son tan sanguinarios. Neema tuvo que soportar la muerte de su esposo, de sus hijos, de toda su familia y su pueblo. Y cuando despertó, convertida en vampiro, odió a Aro con todo sus ser y a pesar de que deseaba matarlo por lo que había hecho, no podía. Él la había convertido, él había bebido su sangre, así que ella compartía el lazo de sumisión a su creador. Neema podrá luchar contra Aro, pelear a muerte con él, pero jamás será capaz de matarlo. Esa es su maldición.

–Dijiste que habían arrasado con todos, pero entonces ¿cómo es eso de que el tal Zeke es el tatara lo que sea de Neema?

–Cuando el ataque, el hermano menor de Neema había salido rumbo al monte Kenya, en algo así como una caminata espiritual que tenían que cumplir todos los portadores del don, el ritual donde los niños pasaban a ser hombres. Por eso fue que se salvó.

»Neema nunca lo supo hasta que hace un par de años encontró a Zeke y supo que él era el último sobreviviente de lo que alguna vez fue la tribu Chemngal. Lo acogió y lo protegió, aún cuando ella se había convertido en la especie enemiga por naturaleza de los coje-neinjis. Así que, aunque Neema estuvo unida a los Vulturi durante mucho tiempo, jamás dejó de odiarlos y esperar al día en que los viera caer.

–¿Y Aro lo sabía?

–Claro. Creo que eso era lo que más le divertía, retenerla sabiendo cuánto lo odiaba y que jamás iba a poder hacerle nada.

Wow”, resonó en mi mente. Lo que Aro le había hecho a Neema era horrendo. Pensé en la orgullosa y fuerte vampira, y sentí pena por ella. No sólo por lo cómo había terminado su vida humana, sino que debía de ser un tormento saber que sin importar cuánto lo deseara, jamás iba a poder hacer nada contra el para destruir al asesino de su familia.

–En fin –interrumpió tío Emmett –Volviendo al tema, recordé que los rumanos también tenían cuentas pendientes con los Vulturi y… no sé, supongo que podría resumirlo en que no fue difícil encontrar a otros que estuvieran dispuestos a jorobar a Aro y sus secuaces.

»Empezamos a hacer un par de cosas, pequeños sabotajes para amargarles la fiesta a los Vulturi. Al principio no eran más que tonterías pero con el tiempo, se podría decir que ahora somos un permanente dolor en el trasero.

Mi tío se veía bastante regocijado al decirlo, como si esperara a que le pusieran una estrellita en la frente por hacerlo. Y si hubiera tenido una a la mano, encantada se la habría puesto.

–¿Quiénes son las Erinias? –preguntó el abuelo

–Bueno, a ti te gusta la lectura, supongo que habrás encontrado algo sobre ellas en alguno de los libros que tienes.

–Las Erinias eran parte de la mitología Griega –respondió el abuelo, después de un breve silencio. Parecía un tanto incrédulo, como si dudara al punto al que quisiera llegar tío Emmett.

–Así es. Y en algunas partes las conocían como Las Furias, las encargadas de impartir venganza. Aunque ellas no son un mito, existen.

–Eso es una locura… –agregó Alice.

–¿Por qué? Nuestra existencia misma es un mito para el resto de la gente, pero somos tan reales como el ser humano.

»Vladimir y Stefan nos pusieron en contacto con ellas. Aún en nuestro mundo, pocos son los que saben de su existencia.

–Sinceramente, nunca escuché hablar de ellas, ni siquiera durante las décadas que pasé con los Vulturi.

–Eso es porque se supone que ellas no existen, que ella no sobrevivió.

–¿Ella?

–La líder de las Erinias, la Señora.

–¿Y quién rayos es esa mentada “señora”? –el tono un tanto despectivo de tía Kate dejó en claro que tanto misterio empezaba a fastidiarle.

Tío Emmett emitió una sonrisa torcida antes de pronunciar:Ella es la creadora de Aro, Cayo y Marco.

Supuse que mi rostro mostraba la perplejidad que sentía. ¿La creadora de los líderes Vulturi? ¡¿En qué demonios estaba metido el tío Emmett?! ¿¡Con qué clase de monstruos se estaba relacionando últimamente?! Porque aquel o aquella, mejor dicho, que creó unos seres tan viles como los Vulturis, debía de tener en su interior por lo menos la misma maldad que ellos.

Se levantó un murmullo prácticamente incomprensible en la sala; todos queriendo preguntar, todos queriendo saber a qué se refería tío Emmett. Muchos creían que con los Vulturi había iniciado la existencia de los vampiros, pero saber que ellos habían sido creados por alguien más y que ese alguien todavía existía, era como decir que habían encontrado a Adan o a Eva aún viviendo en nuestros días.

–No sabemos bien la historia –profirió el tío Emmett elevando la voz para dejarse oír sobre el ruido de voces imperante en la sala– Pero al parecer, hubo un altercado entre la líder de las Erinias y Aro; este no pudo matarla, al deberle obediencia por ser su creadora, pero la obligó a vivir oculta de todos, aún de los mismos vampiros. Constantemente tienen que estarse moviendo de ciudad en ciudad, para evitar llamar la atención tanto de humanos como vampiros. El aquelarre es de diez integrantes, quienes se encargan de cuidarla y proveerle lo necesario para su supervivencia, pero evitan a toda costa que alguien pueda verla.

–Pero ustedes han estado en su presencia –no era una pregunta, sino una afirmación las palabras de papá. Imaginé que lo había “visto” en la mente de tío Emmett; y fuera lo que fuera que hubiera descubierto, por la forma en que arrugaba el ceño, no era nada particularmente bueno.

–Sí. Los rumanos nos pusieron en contacto con las Erinias. Aunque han sido contadas las veces en que se nos ha permitido encontrarnos con ella.

–Yo sólo la he visto una vez –agregó Stan.

–¿y ella tiene nombre? –preguntó mi abuela.

–Si lo tiene, jamás lo hemos escuchado –respondió tío Emmett –Todos se refieren a ella como la Señora. Es como si fuera un tabú pronunciar su nombre en voz alta.

–Neema dijo que ella quería verme –agregué, recordando las palabras de la vampiresa.

–De ninguna manera –dijo Stan con la mandíbula apretada

–¿Por qué no? ¿Qué tiene eso de malo?

–¡Todo! Aunque de vez en cuando están más que dispuestas a ayudar a fastidiar a los Vulturis, eso no significa que sean una perita en dulce. Ellas son lo peor de lo peor de nuestra especie.

Traté de hacerme una imagen mental de las palabras de Stan, pero era casi imposible. No podía imaginar algo o alguien peor de lo que eran los Vulturi.

–¿Qué tan malas pueden ser…?

–Ellas son despiadadas. No matan por necesidad o por hambre… ellas matan porque simplemente pueden hacerlo y sienten placer al tomar una vida en sus manos. Son capaces de despedazar a alguien sin probar ni una gota de la sangre de su víctima.

»Son demasiado volubles, y así como pueden estar hablando con alguien, al segundo siguiente le pueden estar aplastando la cabeza por el gusto de escuchar cómo se pulverizan los huesos.

–Y es por eso que no pienso permitir que vayas con ellos, hija. Es demasiado peligroso.

–Edward, tenemos qué hacerlo. Necesitamos toda la ayuda posible para hacerle frente a lo que se nos viene encima. En estos momentos no estamos para ponernos quisquillosos, necesitamos encontrar aliados más que dispuestos a jugársela con nosotros.

–Lo que he visto en tu cabeza y en la de Stanislav… lo que han dicho con sus palabras, se queda demasiado corto. No puedo permitir que Renesmee se exponga a semejante peligro.

–Exacto.

Vaya, era la primera vez que papá y Stan se ponían de acuerdo; lástima que les iba a aguadar la fiesta.

–Pero como dice tío Emmett, necesitamos aliados. Y si una pequeña visita social de mi parte es más que suficiente para que este aquelarre se ponga de nuestro lado, entonces….

–No es tan sencillo, moje láska. Ellas podrían hacerte daño si consideraran que sería divertido, o…

–¿O qué, Stan?

–O podrían decidir que se quieren quedar contigo.

–¿¡Qué?! –pronuncié casi en un grito, sin estar segura de haber entendido bien.

–Si consideran que alguien puede ser valioso para el grupo, se quedan con él. No preguntan, simplemente toman aquello que quieren. La Señora quiere conocerte, tiene interés por ti, así que si ve algo especial en ti, no te dejará ir.

–Eso es una locura…

–Por eso mismo debemos ignorar lo que Neema nos ha dicho y buscar a otros que estén dispuestos a ayudarnos.

–¿Creen que vamos a encontrar fácilmente a alguien dispuesto a jugarse la cabeza por nosotros? –pregunté con ironía –¡Claro que no! Y menos cuando sepan que todos aquellos que alguna vez nos han ayudado han ido cayendo como moscas en manos de la guardia. No tenemos tiempo para estar buscando ayuda o para rogar por ella.

»A mi abuelo se le está acortando el tiempo mientras siga en poder de Aro. Y si para salvarlo tengo que arriesgar el pellejo, que así sea.

–Nena… –pronunció mamá con la voz entrecortada

–Mamá, tenemos qué hacerlo. El abuelo Charlie nos necesita y... tenemos qué darnos prisa. Por la ayuda de otros diez vampiros, vale la pena correr el riesgo, ¿no es así, tío Emmett?

–Es verdad. Ustedes saben que entre más viejo es un vampiro, mayor fuerza y destreza posee. Estamos hablando de unos que tienen por lo menos unos 4 mil años de antigüedad.

–Emmett, no… –masculló enojado Stan.

–Hay que ser prácticos…

–Si accedo a que mi hija vaya a ese encuentro, no irá sola. Iremos con ella.

–No –dijo enfático tío Emmett. –Ustedes no han sido requeridos, no los dejarían acercarse ni a la puerta antes de que terminaran con la cabeza a sus pies. La quieren a ella, no a ninguno otro de los Cullen.

–Estás loco si crees que voy a dejar que vaya sola –pronunció mi padre. Estaba lívido de la furia. Si no supiera que era imposible, estaría preocupada de que le pudiera dar un aneurisma.

–Stan y yo iremos con ella.

–Aún así…

–Las Erinias nos conocen y al verla llegar con nosotros, sabrán de quién se trata. La Señora la ha pedido, y nada se le niega.

Quise patear a mi tío. Si seguía diciendo cosas como esas, mi padre seguiría aferrado en no permitirme ir. El chiste es que papá creyera que yo no corría ningún peligro ni que tratarían de quedarse conmigo como si yo fuera un souvenir o una ofrenda de paz.

Teníamos qué ser prácticos, se nos estaban agotando las posibilidades para encontrar aliados. Ya habían caído Alistair, el clan del Amazonas, Makena y Charles, al igual que tía Carmen. Peter y Charlotte, los grandes amigos de tío Jasper, habían decidido darnos la espalda esta vez con tal de salvar su pellejo (y no podía culparlos por ello). Con tales antecedentes, ¿a quién más íbamos a recurrir? El clan de Siobhan tampoco era una apuesta segura a estas alturas del negro panorama que se nos pintaba.

Así que si tenía que teníamos qué empezar a jugar con las cartas que teníamos. Si existía una posibilidad, por más ínfima que fuera, de que ese aquelarre pudiera unirse a nosotros contra los Vulturi, había qué intentarlo. Además, si tío Emmett y Stan iban conmigo, tal vez el riesgo que pudiera correr era mínimo. Después de todo, ellos ya habían recibido ayuda de las Erinias antes.

–Tía Alice, ¿puedes ver algo sobre mi visita a estas… Erinias? –si mi tía lograba ver que yo salía sana y salva de la visita, sería más fácil convencer a papá que me dejara ir. Bueno, no es que estuviera pidiéndole permiso para hacerlo, pero quería que mi marcha fuera por las buenas y no con una discusión de por medio.

Sin querer, todos terminamos dirigiendo nuestra atención a Alice, que con gesto casi resignado cerró los ojos para concentrarse en su don.

–Lo siento –pronunció casi con frustración –No puedo. Algo me impide ver hacía allá.

–Zeke –agregó Emmett –Al ser un cambiaformas, debe tener el mismo efecto en ti que los quileutes…. En fin, tenemos que ponernos en marcha si queremos llegar a tiempo para nuestra cita con las Erinias.

–Un momento –protestó papá –En ningún momento he accedido a que mi hija vaya a ninguna parte.

–Edward…

–No, no, no…

–Al menos….

Enterré el rostro entre mis manos con frustración. Lograr la paz en Oriente Medio iba a ser un juego de niños comparado a lograr que papá accediera a que yo fuera con tío Emmett a conocer al misterioso aquelarre.

Pasaron las horas, sin lograr demasiado avance con mi padre. Habíamos logrado convencer a los tíos Jasper, Kate y Garrett que teníamos que empezar a plegarnos a las peticiones de las Erinias si con eso lográbamos que se unieran a nosotros. Mis padres y Stan estaban reacios a aceptar, mientras que los demás habían optado por una postura un tanto más moderada.

Cerca de medianoche, opté por tomarme un descanso. Tratar de que papá cambiara de idea sobre algo era como darse de topes contra un muro de concreto y mi dolorcito de cabeza tampoco estaba mejorando. Salir al oscuro bosque o marcharme a la cabaña, estaba absolutamente descartado, pues sólo me dejarían hacerlo a menos que alguien de la familia me acompañara, y lo que quería en esos momentos era tomarme un respiro a solas de por lo menos cinco minutos para recargar energía.

Supuse que cualquier rincón de la casa Cullen me serviría para alejarme un momento de la obstinada cerrazón de papá. A pesar de que ya llevábamos bastantes días en Forks, lo cierto es que no me había atrevido a ir más allá de la sala. La casa tenía un montón de recuerdos, unos dulces, otros amargos y eran estos los que más pesaban para que yo pudiera sentirme a gusto otra vez dentro de ella.

Subí la escalera que llevaba a hasta los dormitorios; recorrí el opaco piso que había perdido el brillo de antaño. Las blancas paredes estaban sucias, mostrando el abandono de los años. Llegué hasta el que alguna vez fue mi habitación y sin pensarlo demasiado, entré en ella.

Las paredes estaban igual de sucias, manchadas por el polvo acumulado durante tanto tiempo. Incluso, la brillante pared de rojo cereza que había pintado con mis propias manos para darle una nota de calor y color, ahora parecía una enorme mancha de salsa cátsup seca. En aquel tiempo, había parecido una buena idea; ahora me podía dar cuenta que más que una decisión de diseño, había sido una forma de declarar mi independencia y rebeldía.

No había ni un solo mueble, nos habíamos llevado todo al marcharnos. Casi por ocio, abrí la puerta del clóset como para comprobar que estuviera vacío. En uno de los cajones me encontré una camiseta sin mangas color azul cielo y un calcetín al que le faltaba el otro par. Supuse que había tenido demasiada prisa que había dejado algunas cosas detrás.

En la parte de arriba, sobresalía algo en color oscuro. No podía ver exactamente qué era, apenas una parte se distinguía y tuve que pararme en puntas mientras estiraba el brazo para alcanzarlo.

Noté que era algo blando y peludo, por un momento recé para que no fuera el cadáver de alguna rata muerta. Como ya estaba en eso, decidí de una buena vez ver de qué se trataba.

Una vez que lo tuve en mis manos a la vista, no pude evitar esbozar una sonrisa ladeada. Era un lobito de peluche gris, que al igual que el resto de la casa, estaba lleno de polvo y recuerdos. Sin poderlo evitar, el torrente de recuerdos vino a mi mente; años atrás, Jake me lo había regalado, ganándolo en una feria para mí. En ese entonces, la vida parecía tan sencilla, donde mis únicas preocupaciones eran demostrar que ya era toda una mujer capas de vivir por su cuenta y esperar que Jacob Black se enamorara de mí. Sí, todo había sido tan sencillo y simple en aquellos tiempos, sin imaginarme jamás lo que se me venía encima a partir de aquella noche.

Miré largamente al muñeco de peluche sosteniéndolo con la mano izquierda, mientras que con los dedos de la derecha peinaba el empolvado pelaje gris.

“¿Por qué la vida no pudo detenerse en ese instante?, ¿por qué todo tuvo que complicarse de tal manera?”, pensé mientras sentía el picor de las lágrimas acumulándose en mis lagrimales. Habían pasado tantas cosas, tantos sufrimientos, que era inevitable no desear que todo se hubiera parado cuando la vida de todos era tan sencilla. Siempre había creído que había un por qué para cada cosa, el problema es que seguía esperando encontrar los míos para cada cosa que había sucedido.

–¿Qué haces? –sonó la voz de Stan a mi espalda, provocándome un susto casi se muerte.

–¡Ay! –grité con el corazón latiéndome desbocadamente. De la impresión, el lobito salió botando de mis manos.

–¿Y esto? –Stan lo atrapó antes de que cayera al suelo. Con ágiles movimientos, se puso de pie y me regresó el muñeco a las manos.

–Es algo que encontré aquí… lo dejé durante la última mudanza.

–Supongo que sería bastante obvio preguntar quién te lo dio, ¿no es así?

Esbocé una mueca forzada, sin estar muy segura de que fuera lo suficientemente parecida a una sonrisa.

–¿Qué sucede? ¿Me buscaban? –pregunté, dejando pasar de largo el asunto del muñeco. Decidí que no era una buena idea estar en un lugar tan pequeño con el cuerpo de Stan tan cerca del mío. Era muy, pero muy consciente de que el ambiente sacaba chispas entre nosotros, haciendo que nuestro raciocinio y buen juicio se anularan mutuamente. Lo que había entre nosotros era tan denso y fuerte que, si no ponía esfuerzo de mi parte, iba a terminar arrancándole la ropa e hincándole los dientes en su perfecta y fría piel.

Aún estaba muy reciente que esa misma tarde Stan y yo habíamos estado a punto de dejarnos llevar, y si tío Jasper no hubiera aparecido providencialmente para interrumpirnos, lo más seguro es que mi vampiro checo y yo aún estuviéramos retozando sobre el húmedo suelo del bosque. Es más, en esos momentos el corazón seguía latiéndome con fuerza y no precisamente por el susto de momentos antes; la sangre empezaba a bullir en mis venas mientras sentía el magnetismo de su cuerpo atrayendo al mío.

Oh, sí. Estábamos solos, tan cerca; sería tan fácil, tan sencillo, tan delicioso…

“¡Epa! Tus padres están abajo, al igual que toda tu familia. ¿Quieres que suban y te encuentren a Stan y a ti completamente desnudos? Ese sí que sería un buen espectáculo”, pronunció una vocecita interior, intentando por todos los medios abrirse paso entre las brumas apasionadas que comenzaba a abotagar mi cerebro.

Con un esfuerzo casi titánico, salí a toda prisa del clóset, respirando profundamente y dando largas bocanadas de aire.

–Yo te buscaba a ti –dijo Stan y en su voz detecté cierta diversión. Para él parecía mucho más fácil controlarse y mucho más divertido percibir la forma en que podía descontrolarme.

–¿Para qué? –Seguía sosteniendo el lobito entre mis manos, jugando nerviosamente con él. –¿Han decidido papá y tú entrar en razón y dejarme ir en busca de la ayuda de las Erinias?

–No es necesario que tu padre y yo entremos en razón, estamos lo bastante cuerdos para saber que exponerte al peligro no es la mejor opción. –Entorné los ojos, comprendiendo que no habían cedido ni un ápice en su postura –Pero no era eso por lo que te buscaba.

–¿Entonces? ¿Qué otra catástrofe se nos viene encima?

–Ninguna, o por lo menos, no creo que tengamos que lidiar con una más en lo que resta de la noche.

Stan me miró largamente, de una forma tan profunda, provocando que sintiera que todos mis huesos se derretían por él.

–¿Sabes qué día es hoy?

–Nochebuena –pronuncié con un suspiro bajo.

–Navidad –corrigió él –ya es media noche.

–Ah –dije, sin estar completamente segura a dónde quería llegar.

De repente, el muñeco de peluche que había tenido en las manos, desapareció. Stan lo tenía entre las suyas y lo arrojó sin miramientos hasta el rincón más alejado de la habitación.

–¡Oye!

–Lo siento, cariño, pero esto estorba. –Podía jurar que había cierta doble intención en sus palabras –En fin, te estaba buscando para desearte una feliz Navidad.

Lo miré como si realmente estuviera loco, ¿feliz Navidad con todo lo que estaba pasando? ¿Estaba de broma?

–Sé que parece una locura salir con algo así en estos momentos –dijo, como leyendo mis pensamientos –sólo que quiero empezar a quitarle el sabor amargo que estas fechas siempre han tenido para mí.

No necesitó más para que yo recordara lo que me había contado sobre su historia. Había sido en la víspera de la Navidad de 1942 que Stan había perdido a su mujer, los nazis le habían quitado a su pequeña hija y él había muerto para terminar convertido en un vampiro. Había perdido todo lo que amaba para despertar en medio de una pesadilla permanente. Imaginé que la fecha no era nada fácil para él.

–Stan… –murmuré mientras me lanzaba a sus brazos para sujetarle con fuerza, intentando ofrecerle consuelo.

–No pasa nada –pronunció respondiendo a la intensidad del abrazo –Han pasado muchos años desde entonces y he aprendido a recordar sin que duela tanto. –a pesar de sus palabras, había un brillo triste en su mirada

–¿Quieres que hablemos de ello? –ofrecí, aunque no me ilusionaba para nada escucharle hablar cuánto había amado a Maia, la madre de su hija, el amor de su vida.

–No realmente… –pronunció con una sonrisa ladeada, casi forzada –Sucedió hace tanto tiempo que, he terminado por aprender a lidiar con el dolor…

Guardamos silencio, cada uno hundido en sus propios pensamientos. Cerré los ojos y sin querer, recordé lo tristes y vacías que habían sido mis últimas Navidades, acompañadas de una botella de vino tinto barato y un par de somníferos. Esta no dejaba de tener un sabor ácido, pero por lo menos estaba con aquellos que amaba.

Veselé Vánoce, má lásko…– pronunció al fin con cierto dejo de melancolía, mientras sentía como posaba con dulcura sus labios sobre mi nuca.

–Feliz Navidad mi… para ti también –respondí, aferrándome aún más a sus brazos, hundiendo mi nariz entre su pecho para llenar mis pulmones con su frío pero dulce aroma. Estuve a punto de soltarle un “mi amor”, pero al final, con cobardía, dejé morir en mis labios las palabras. Era aterrador reconocer mis propios sentimientos, pero más lo era decirlos en voz alta.

Sabía que era una estupidez, pero no podía evitar sentir que estaba maldita, que un “te amo”, o un simple “te quiero” bastarían para acarrear más desgracias para compensar el mal karma que había ido acumulando a lo largo de mi corta pero desastroza existencia.

–Un día me lo dirás… –levanté la mirada, intentando aparentar que no sabía a qué se refería, aunque lo había captado perfectamente a la primera –un día volverás a decirme que me amas, sin miedos, sin remordimientos.

–Estás muy seguro de ti mismo.

–Así es –pronunció con una sonrisa ladeada, un tanto arrogante pero capaz de derretir hasta el témpano más grande del Polo Norte. –Lograré que vuelvas a amarme con la misma intensidad de antes.

–Creí que habías dicho que no ibas a presionarme.

–Y también te dije que eso no significaba que no iba a pelear por ti con mis mejores armas.

»Creo que la única que no se atreve a reconocer lo que hay entre nosotros, eres tú. Para todos, es más que evidente.

–Cuando te pones en modalidad “vampiro súper arrogante” me dan ganas de patearte. –dije al tiempo que entornaba los ojos.

–Puedes patearme, morderme, arañarme todo lo que quieras… tú me encantas cuando te comportas como una gatita salvaje…

El brillo en la mirada de Stan lo decía todo y eso bastó para que el corazón volviera a latirme desbocadamente y por poco empezara a ronronear contra su cuerpo. Aún era capaz de sorprenderme la montaña rusa emocional en la que me podía sumir con el simple hecho de estar al lado de él. Junto a Stan era capaz de pasar de la alegría a la tristeza y después al enojo, para regresar a un estado de euforia y sensualidad, todo en menos de un parpadeo.

¿Llegaría el día en que las cosas no fueran así entre nosotros? ¿Alguna vez llegaremos al punto de hartarnos el uno del otro? Tal vez, aunque en esos momentos me parecía casi inconcebible. El lazo que compartíamos era tan fuerte, tan demoledor que no creía que hubiera fuerza humana o sobrenatural capaz de matar lo que sentía por él; una vez lo había intentado, pero lo único que había logrado era engañarme y hacerle daño a quien no lo merecía.

–No tienes idea de cuanto desearía cerrar esa puerta con llave y tumbarte sobre el piso –murmuró contra el lóbulo de mi oreja, provocándome un sinfín de escalofríos en todas y cuada una de mis terminales nerviosas. –Necesito demostrarte cuánto te he necesitado, cuanto te he echado de menos…

Sus labios fueron depositando un camino de besos cortos desde la oreja hasta la base de mi cuello. Era como sentir las caricias de una fría mariposa sobre mi piel. Emití un largo e involuntario suspiro de placer, sintiéndome como si después de un largo y tortuoso viaje, al fin hubiera llegado a casa. Sabía que no era lo más sensato dejarme llevar por el placer de estar en sus brazos, no cuando mi familia estaba a poca distancia de nosotros; tenía que resistirme, tenía que recordar que había otras prioridades en ese momento, pero… simplemente el placer era demasiado grande.

Unos segundos más… unos segundos más…”, repetía una débil vocecita en mi cabeza. Unos segundos más en la gloria de sus brazos y caricias, y después regresaría a enfrentar la dura realidad.

–Supongo que tengo suerte de que mi cabeza todavía esté en su lugar –pronunció con voz ronca antes de depositar un largo beso en el lado derecho de mi cuello.

–¿Por qué?

–Porque aunque tu papá notó la marca de tu cuello, no dijo nada al respecto.

–¿De verdad? ¿Cómo lo sabes?

–Porque tenía la mirada fija en tu cuello y nos miraba a ti y a mí alternativamente, con el ceño fruncido, ¿no lo notaste?

–No… bueno, sí, pero creí que era porque no quiere que vaya con ustedes a ver al aquelarre de las Erinias.

–Eso también. –dijo torciendo la mueca con disgusto.

–No entiendo por qué se oponen. Necesitamos toda la ayuda posible y…

–¡Y un demonio!

–Sabes que tengo razón, que no nos queda más que aceptar la “invitación” que nos han hecho.

–Aunque fueras, eso no nos asegura que acepten pelear de nuestro lado. Sería bastante estúpido exponerte a un peligro cuando son mínimas las posibilidades de que salga algo bueno de todo esto.

–Stan, por favor… –pronuncié con el tono de voz más lastimero que pude, haciendo el puchero que tantas veces me había dado resultado.

–No, no me vas a convencer… Pídeme lo que quieras, menos que acepte ponerte en peligro.

»Prefiero condenarme al peor de los infiernos antes de dejar que te usen como carne de cañón.

–No seas melodramático, Stan –repliqué con terquedad –No va a pasarme nada malo, y menos si tú y tío Emmett me acompañan.

–No insistas, mujer. No pienso ceder… –contestó a su vez, cruzándose de brazos.

Maldición, debí de haber aprovechado y seducirlo cuando pude hacerlo. Estaba segura que con mucho menos ropa y bastante disposición, podría lograr convencerlo de lo que fuera; ok, sería una jugada un tanto sucia, pero valdría la pena.

Bueno, tal vez podría intentar mi tirada…

Me acerqué a él, prácticamente untándome contra su cuerpo, obligando a descruzar sus brazos. Esbocé lo que esperaba fuera una sonrisa coqueta y con lentitud, empecé a trazar círculos con el dedo índice de mi mano derecha sobre su esculpido pecho.

–Stan…

–Oh, no, mi pequeña lhář –sonrió –no vas a convencerme con tus encantos de que te deje ir al matadero como un corderito insensato.

»Pero estaré encantado en dejarte intentar conseguirlo. Estoy a tu entera disposición.

Sonrió con ganas, como si observara la divertida pero frustrada travesura de una niña pequeña. No supe si sentirme o no insultada, en vista de que mis fallidos intentos de seducción le provocaban más risa que la reacción esperada.

Recordé lo del intercambio de sangre, el lazo que compartíamos a raíz de ello. No podía ocultarle nada, no podía sorprenderle con nada; él podía leer en mí con facilidad, verme, sentirme… era un libro abierto para Stan.

Bufé un tanto frustrada, sintiendo que iba perdiendo la batalla. Pero no iba a rendirme, tenía que lograr convencer a papá y a él que me dejaran ir al encuentro con las Erinias.

–¿Por qué no quieres que vaya? –pregunté directa –dices que es peligroso, sinceramente creo que estás exagerando.

–¿Ah, sí? Bien, te lo mostraré –tomó mi mano con fuerza, haciendo que apoyara la palma sobre su mejilla –Empieza a andar ese don tuyo para que sepas de qué es lo que hablo.

Lo miré fijamente antes de concentrarme en ver sus recuerdos. Reconozco que tenía una posición un tanto incrédula y burlona, creyendo firmemente en que Stan era un exagerado, al igual que papá. Pero la sonrisita se me borró a los pocos segundos de ver en sus pensamientos.

Parecían escenas sacadas de una película gore, era una carnicería salvaje. Quise quitar la mano, cortar de tajo esas horripilantes imágenes de mí, pero Stan me obligó con su increíble fuerza, a mantener la conexión. Estaba segura que esa noche no iba a poder pegar el ojo, era simplemente… espantoso, tanto que ese adjetivo se quedaba corto.

Sangre, vísceras, un brazo por ahí, un pie por allá, con carcajadas burlonas como una especie de música de fondo.

Al final, él pareció apiadarse de mí, liberando mi mano y retrocediendo un paso atrás para romper la unión.

–¿Qué… qué demonios fue eso?

–Eso, moje láska, fue un momento de ocio de las Erinias.

–¿Queeeeé? Pe-pe-pero… era un baño de sangre –estaba segura que estaba tan blanca como la nieve que cubría Forks en esos momentos –desmembraron a un hombre mientras aún estaba vivo… –cerré los ojos con fuerza, intentando borrar a toda costa la imagen, aunque era casi imposible. Sentí una nausea subiendo con fuerza por mi garganta.

Respiré profundo. Tenía qué controlarme.

–Y eso que viste, sólo fue una pequeña parte… el clan es realmente sanguinario cuando se lo proponen.

–¿Y qué estabas haciendo tú ahí? –no pude evitar una mueca de desagrado. Sabía perfectamente que Stan no era precisamente una perita en dulce; él mismo había reconocido en su momento que era un brutal depredador. Por el color de sus ojos, era evidente que estaba apenas en una temprana fase de su camino a convertirse en “vegetariano”, pero aún así no podía pensar que él pudiera haber participado en una barbarie como esa.

–Había sido… invitado –por la forma en que había pronunciado la palabra, entendí que había sido más bien una especie de invitación forzosa –No fue fácil resistir la sangre pero… simplemente no pude participar de esa carnicería.

»No podía marcharme, sería una grosería que podía costarnos mucho.

–¿Costarnos?

–A la resistencia, como Emmett llama al grupo que ha formado. La Señora había decidido que quería conocernos en persona. Lo que viste fue una especie de “celebración” por nuestra reunión. Sólo que nosotros no podíamos marcharnos hasta que ella decidiera que podíamos hacerlo.

»Resistirse no fue nada fácil, incluso hubo de nuestro grupo quienes simplemente aprovecharon la ocasión. Pero yo pude hacerlo, pude resistirme a la sed –pronunció con satisfacción, orgulloso de su logro.

–¿Cómo lo hiciste…? Porque aún en tu recuerdo, la sangre es… –tragué saliva, sintiendo el picor en la garganta. Literalmente, se me había hecho “agua la boca”.

–Tú me ayudaste a hacerlo. –Lo miré confundida, sin comprender qué es lo que había querido decir. –Pensé en ti y que, si algún día tenía la suerte de estar a tu lado y recuperarte, no quería que me vieras con repugnancia al ser incapaz de controlar mis instintos más básicos. Siempre has sido mi tabla de salvación, la razón por la que lucho por ser alguien mejor.

–Ay, Stan…

Tal vez fuera un tanto cursi, pero me había llegado al corazón. Mi vampiro checo sí que sabía cómo ablandar los sentimientos de una chica. El corazón volvió a replicarme con locura, y estoy segura que tenía una pinta de una completa tonta. Pero, ¡qué diablos! Era difícil no caer rendida ante sus palabras.

–¿Entiendes por qué no quiero que vayas a ver a las Erinias? –pronunció mientras acomodaba un par de mechones de mi cabello detrás de las orejas –Son impredecibles, y temo que puedan intentar hacerte algo sólo porque les parezca divertido.

–Ok, ya vi lo que pueden llegar a ser pero… aún así quiero ir. –Stan estuvo a punto de decir algo, pero seguí hablando para evitar que me interrumpiera –Si son tan brutales como he visto, los necesitamos a nuestro lado. Creo que está de más recordarte que estamos en inferioridad numérica ante los Vulturis.

»No podemos dar por sentado que encontraremos entre nuestros amigos, o mejor dicho, entre los que aún no caen ante los Vulturi, los aliados necesarios para ir al rescate de mi abuelo. Ir a Volterra y enfrentar a nuestros enemigos en su propio terreno es una misión prácticamente suicida, ¿quién querrá seguirnos a una muerte segura? Hace más de 4 años, nos salvamos por los pelos y en gran medida a que los quileutes se pusieron de nuestro lado. Esta vez, no podemos contar con ellos.

–Black y el otro están dispuestos a ir.

–Pero yo sé que el honor de papá no lo permitirá. A pesar de todo, les tiene en alta estima, y no permitirá que terminen peleando una guerra que no es suya –Y yo tampoco quería verlos inmiscuidos en ello. Pensar que pudiera sucederles algo por ayudarnos. Si Jake salía herido una vez por nuestra causa, definitivamente sería incapaz de seguir viviendo con ello en mi consciencia. Sacudí la cabeza, intentando borrar de mi mente una idea aún peor que la de Jacob herido. –Y aunque ellos fueran, –continúe– eso no quiere decir que la manada completa se una a nuestro bando. Con dos lobos no será suficiente para vencer a Aro y su clan.

–Mmm ¿realmente crees eso o es que no quieres que algo malo le suceda a… ese?

–Stan, no…

–Por favor –prosiguió, evitando que ahora fuera yo quien interrumpiera. No había enojo en su voz ni rastro de ello en sus facciones. Era más bien un halo de cierta tristeza y hasta resignación lo que parecía cubrirlo –Se honesta conmigo, pues puedo verlo en tu mirada, en tu rostro.

»Te preocupa lo que pueda sucederle si se une a nosotros.

Respiré profundamente antes de contestar. No tenía caso negar algo que ambos sabíamos que era verdad.

–Está bien, es cierto. Me preocupa pensar en que algo malo pueda sucederle a Jake. No puedo evitarlo, es alguien que ha sido muy importante en mi vida desde siempre; no se puede borrar de un plumazo todo lo que vivimos juntos ni puedo evitar sentir preocupación por lo que pueda pasarle.

–¿Y amor? ¿Tampoco puedes evitar sentir eso por él?

Contuve el aliento. Esa sí que no la vi venir.

¿Qué podía responder? Porque cualquier cosa que contestara o que me callara, podía desatar una nueva tormenta entre nosotros. Busqué frenéticamente en mi cabeza las palabras exactas que me ayudaran a esquivar una pregunta tan complicada. Fuera un “sí” o un “no”, con el menor titubeo podría tomarse de la forma equivocada.

Estuvimos en silencio quien sabe cuánto, pero a mi me parecía una eternidad, sólo rota por el sonido de mi propia y errática respiración.

Stan se irguió, orgulloso, pero sin apartar la mirada de mí ni un segundo.

–¿Sabes? Olvídalo.

–Pero…

–No tengo derecho a preguntarte algo como eso –respondió con una mueca parecía a una sonrisa forzada –Además, tenemos visitas.

–¿Qué?

–Tu querido Black y su amigo han llegado.

–¿Qué? –lo miré confundida, ¿de qué demonios hablaba?

–Los he escuchado allá abajo… No sólo los psů tienen buen oído.

–Stan… –pronuncié con reproche. No me gustaba que se expresaran de los quileutes de una forma tan despectiva.

Me dirigió una última mirada antes de darse la media vuelta y dirigirse con pasos decididos hacia al puerta.

Lo sujeté con fuerza de la manga, intentando evitar su marcha.

Odiaba que por enésima vez, la tensión se instalara entre nosotros. Esos bruscos cambios entre nosotros, primero todo fuego y luego todo hielo, iban a terminar por hacer mella en mis nervios. Comprendí que, aún cuando había sentimientos y lazos tan fuertes entre nosotros, lo cierto era que nuestra relación andaba por una fina capa de hielo. Aún teníamos un largo camino qué recorrer si queríamos que las cosas marcharan bien entre nosotros.

–Vamos, tenemos visitas qué atender. –Pronunció con cierta ironía antes de esfumarse, literalmente, delante de mis ojos.

Suspiré una última vez antes de emprender mi propia marcha hasta la sala, donde estaban todos los demás.

Esperaba que el cielo se apiadara de mí o por lo menos, me diera un respiro. Entre Stan, Jake, la desaparición del abuelo y la guerra con los Vulturi, estaba a punto de volverme loca; tendría mucha suerte si no terminaba el año con una camisa de fuerza y encerrada en un manicomio.

Añadir/Share

Bookmark and Share