Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

jueves, 27 de agosto de 2009

EL INTERCAMBIO

–Creo que está despertando.

–¿Está bien? La ponzoña…

–La estoy extrayendo… ya casi no quedan rastros en su sangre.

Escuché las voces un poco entre brumas, pero entendía perfectamente sus palabras. Poco a poco, el recuerdo de unos afilados dientes encajándose en mi piel me pareció demasiado horroroso y tuve miedo de abrir los ojos. Hacía muchos años atrás, había tenido un enfrentamiento parecido con mis enemigos y había terminado en manos de ellos, con un montón de mentiras, sin pasado y con otro nombre, todo para usarme como arma y volverme contra aquellos que amaba con toda el alma. A partir de ese encuentro, mi vida se había torcido por completo, llenándome de tantas pérdidas, de tanto dolor, culpas y remordimientos. Sí, temía abrir los ojos y encontrarme en una situación parecida, pues no estaba segura si podría enfrentarme otra vez a la misma pesadilla.

Aunque, por lo menos esta vez, parecía que mi memoria no se había visto afectada. Podía recordar perfectamente el ataque de Aftón, mi estúpido intento de bajar la borrachera con una larga y solitaria caminata, el encuentro con Stan, entre un montón de cosas más, incluido mi nombre.

Empecé a ser consciente de que estaba acostada sobre alguna especie de… ¿sillón?, más o menos blando y supuse que era algo pequeño, pues mis piernas estaban incómodamente encogidas sobre la superficie. Mi cabeza reposaba sobre algo duro y firme, aunque no incómodo, mientras que mi brazo derecho estaba suspendido en el aire, aunque algo lo mantenía firmemente sujeto, evitando que terminara entumido por la posición tan extraña.

Me removí un poco, intentando estirar las piernas, tratando de que mis pulmones se llenaran de ese tranquilizador efluvio que despedía aquello que servía de apoyo a mi cabeza. Lo mejor de todo, es que aquel ardor que había empezado a sentir por la mordida de Aftón se había ido, ya no sentía que ese agonizante dolor.

Me aventuré a abrir los ojos, porque si no había ardor, me daba la esperanza de que mi despertar no fuera tan terrible ni monstruoso. Con lentitud fui abriendo los párpados, y lo primero que vi fue la parte superior de una ventana de cristal y lo que me pareció el techo de un auto. Entrecerré nuevamente los ojos, tratando de adivinar en dónde me encontraba; abrí nuevamente los ojos, y esta vez paseé la mirada, girando el rostro un poco en el proceso, y me topé con el rostro de Stan. Esbocé una sonrisa de alivio al darme cuenta de que era él quien estaba conmigo y no alguno de mis enemigos. Pero la sonrisa se convirtió rápidamente en una mueca de confusión, cuando mi mente por fin procesó la imagen por completo: Stanislav tenía la boca pegada sobre mi brazo, justo donde me había herido primero con el cristal y donde después Aftón me había mordido. Incluso podía escuchar el sonido de sus labios succionando mi sangre.

–¿Qué… qué haces? –mi voz salió rasposa y con un toque de debilidad. –¿Por qué… por qué me muerdes? No quiero… no quiero ser un monstruo… Por favor…

–Shhh… –Stan separó sus labios de mi piel y a pesar de que pude ver sus blanca dentadura teñida por el rojo de mi sangre, aún así el miedo no se apoderó de mí. No, no tenia miedo, más bien era curiosidad. –No te estoy mordiendo. Estoy extrayendo la ponzoña de tu cuerpo; vas a estar bien, te lo prometo.

–Renesmee, ¿cómo te sientes?

–¿Tía Alice?... ¿dónde estoy?

–Sí, soy yo. Estamos en mi auto, rumbo al hospital.

–No… no, por favor… –pronuncié con esfuerzo. Realmente me sentía muy débil y mareada, pero lo último que quería era terminar en el hospital contestando preguntas sobre qué era lo que me había sucedido. –Llévenme… a casa… hospital no…

A pesar de mis esfuerzos por hablar con coherencia, lo cierto era que me iba sintiendo cada vez más laxa, sumamente mareada. Supuse que Stan había tenido que beber de mi para extraer el veneno, más el hecho de no haber comido nada sólido en las últimas horas (por no decir en los dos últimos días), daba como resultado mi debilidad.

Cerré nuevamente los ojos, cansada.

–¿Cómo te sientes? –Stan me preguntó con un susurro quedo, como si te miera que el sólo hecho de hablarme en voz alta pudiera lastimarme. Ya no succionaba mi sangre, pero aún así mantenía su mano aferrada a la mía, entrelazando sus dedos con los míos mientras con la otra mano apartaba un mechón de pelo que cubría parte de mi cara.

–Débil… mareada… y bastante cansada. –Los ojos empezaban a pesarme y sentía que estaba a punto de volver a caer a la inconsciencia, a pesar de mis esfuerzos. Pero realmente me sentía mal, bastante débil. Incluso, para mi bochorno, mi estómago rugió audiblemente en protesta por falta de alimento.

–Cierra los ojos, descansa, milovaný

Asentí, o creí hacerlo, realmente me pesaba todo el cuerpo que ya ni siquiera era capaz de distinguir alguno de mis movimientos o gestos.

–El hospital… –pronuncié nuevamente, intentando evitar a toda costa terminar en la sala de urgencias. No quería dar explicaciones, no quería verme en manos de extraños.

–No haremos nada que tú no quieras –volvió a hablarme bajito, esta vez cerca de mi oreja. No abrí los ojos, el cansancio me impedía hacerlo, más creí por un momento sentir el suave y frío roce de sus labios contra los míos. Emití un último suspiro, por primera vez en mucho tiempo me sentí segura.



Desperté nuevamente, no se cuanto tiempo después. Mis ojos se toparon contra una pared color crema, apenas iluminada por la débil luz de una larga lámpara de piso. No reconocí ni el color de la pintura ni la lámpara. Bajé la mirada y me di cuenta que estaba recostada de lado izquierdo, sobre una cama que no era la mía, envuelta en un par de sábanas de un anodino algodón blanco y un cobertor café claro que había visto mejores días.

Deslicé un poco más la mirada, observando un trozo de mi pecho desnudo, lo mismo que mis brazos, salvo por el considerable trozo de gasa y cinta micro-pore que cubría la parte herida. ¿Dónde estaba la blusa de seda negra? ¿Estaba desnuda debajo de las sábanas? Lo más probable, pues ya no sentía la ajustada piel negra de los pantalones adherida a mis piernas.

Un tanto asustada, me senté repentinamente, aferrando la sábana contra mi cuerpo como si se tratara de un escudo protector. Por el rápido movimiento, sentí un fuerte mareo, como si todo el mundo girara a mí alrededor. Me cubrí los ojos con la mano izquierda, tratando de que el malestar se me pasara.

–Deberías volver a acostarte. Aún te ves demasiado pálida y supongo que te sientes mareada.

Escuchar esa profunda y conocida voz masculina me llenó de sorpresa. ¿Entonces no había sido un sueño? ¿Realmente había sucedido todo? Aún con incredulidad, dudando si todo sería un sueño bastante bizarro, me descubrí el rostro y giré hacia la derecha, ahí de donde provenía la voz de él.

–¿Stan? –era una pregunta bastante estúpida, pues era claro que se trataba de él. Estaba sentado en el borde de otra cama parecida a la que yo me encontraba, mirándome con preocupación. Estaba sentado con las piernas abiertas, descansando los codos sobre sus macizos muslos mientras entrelazaba nerviosamente los dedos de sus manos; incluso, pude percibir la tensión de los músculos de su espalda. Aún llevaba la misma ropa que traía en el “Alphabet”, sólo que ahora las prendas estaban bastante arrugadas.

–Vuelve a recostarte, trata de descansar un poco más. –A pesar de a suavidad de sus palabras, pude detectar el pequeño dejo de autoridad que emanaban de ellas. No era simple sugerencia, él realmente esperaba que le hiciera caso.

–¿Dónde estamos? ¿Dónde está Alice? –pregunté mientras me volvía a deslizar lentamente sobre el colchón de la cama. No era que de pronto me hubiera vuelto la mujer más obediente del planeta, sino que realmente me sentía bastante atarantada y débil.

–Está afuera, haciendo un par de llamadas.

–¿Dónde estoy? –volví a preguntar, con más suspicacia. No podía evitarlo, la última vez que había despertado en un lugar desconocido y con Stan a mi lado, había sido en mi cautiverio con los Vulturis, con otro nombre y con unos planes demasiado malévolos para mí.

–Estamos en un hotel, fuera de… ¿Gary? Creo que así se llama la ciudad.

–¿Estamos en Indiana? –pregunté con sorpresa. Nueva York había quedado bastante atrás, ¿por qué? ¿Por qué me habían llevado ahí y no a mi departamento o incluso a la habitación del Waldorf-Astoria? –¿Qué hacemos aquí? ¿Qué fue lo que sucedió…?

–¿Qué es lo último que recuerdas?

–Aftón y Atenedora… la calle oscura… no estoy segura, todo me da vueltas y la cabeza me duele horrible. –Volví mirar el parche sobre mi brazo y recordé asustada –¡Aftón me mordió! Y… ¿tú bebiste de mí?

–Tuve que hacerlo, era la única forma de evita que la ponzoña hiciera efecto.

Guardé silencio, tratando de asimilar el hecho de que me había salvado por los pelos de terminar convertida esa misma noche o madrugada o como fuera. Al parecer, habíamos esquivado la visión de tía Alice, pero ¿por cuánto tiempo? La idea hizo que me estremeciera involuntariamente.

–¿Tienes frío? Te voy a pasar el cobertor de esta cama.

–No, no es necesario. –Le detuve a medio levantar. Me miró con el ceño fruncido, pero no insistió. De pronto me extrañó su actitud tan meticulosa para conmigo, como si yo fuera algo demasiado frágil que se pudiera romper de un momento a otro. –Estoy bien… ¿Por qué…? ¿Cómo…? No… –Me mesé la de por si enmarañada melena, en gesto nervioso. La preguntas se me amontonaban en la cabeza, tratando de salir todas al mismo tiempo de mis labios.

–Supongo que quieres saber cómo llegamos a ti y cómo fue que pudimos librarnos de los Vulturis.

–No me di cuenta de inmediato de que te hubieras escabullido del lugar, pero en cuanto noté que ya no estabas, salí tras de ti, aunque realmente no sabía qué dirección habías tomado… ¿Recuerdas la visión de la que te habló Alice, la que tenía que ver con tu…? –Asentí suavemente, pues sentía que cualquier movimiento brusco de mi cabeza era como un martillazo sobre de ella. Aún así, noté que Stan fruncía el ceño, como si la sola idea de que el ataque hubiera podido tener éxito le doliera. –Bueno, en pocas palabras, después de que te fueras del hotel, Alice volvió a tener otra visión parecida y estaba segura que el ataque sería esa misma noche; fue por eso que le pedí que me dijera dónde trabajabas y por eso te seguí. Tenía que estar seguro de que estabas bien y que no había la más mínima posibilidad de que la visión de Alice pudiera hacerse realidad. Digo, no sería la primera vez que una de sus visiones no se cumplen…

Fruncí el ceño. ¿Qué había querido con eso de que no sería la primera vez que no se cumplía una visión de tía Alice? Estuve a punto de preguntarle, pero él siguió con su relato, sin yo poder interrumpir sus palabras.

–Cuando llegué al bar, te busqué entre la gente y para mi respiro, vi que estabas bien, rodeada de tus amigos y sin señales de peligro. Te estuve cuidando un rato, observando a la gente que te rodeaba, estudiando al tal VJ; quería comprobar que eran de fiar, que ninguno de ellos podía haberte traicionado contando tus cosas a la prensa.

–Es imposible que fuera alguno de ellos. Ellos no saben de mi familia, de lo que dejé atrás antes de llegar a la ciudad hace unos años.

–Pero aún así, no podía descartar esa posibilidad… En fin, cuando estuve seguro de que todo parecía normal, llamé a Alice para que me alcanzara en el “Alphabet” y viera por sus propios ojos que tú seguías tan humana como siempre.

–O parcialmente humana… ¿Por qué no te acompañó desde un principio?

–Porque ha estado tratando de contactar a tu familia, se la ha pasado llamando por teléfono y mandando mails todo el día.

–Ok, volviendo al tema, ¿qué pasó después?

–Salí tras de ti, y justo unos segundos antes de que te fueras, llegó tu tía. Nos separamos para buscarte más fácilmente. –Stan suspiró brevemente, como si lo que fuera a decir le diera un poco de pena –Tal vez suene un poco tonto, o ilógico pero… no sé, es como si un sexto sentido me guiara hacia ti; de alguna forma supe qué camino tenía que llegar, sabía que debía darme prisa, que tenía que estar cuanto antes a tu lado… No sé, simplemente te sentí.

A pesar de mi debilidad, de mis dolores, de mi aturdimiento en general, no pude evitar emocionarme como una tonta con sus palabras.

–Unos metros antes de llegar, antes de doblar la esquina de la calle, supe que estabas cerca y en peligro. Llamé a Alice y a urgí a que llegara cuanto antes a donde nos encontrábamos. Llegué justo cuando Aftón mencionaba algo sobre el sabor y de inmediato comprendí lo que sucedía. Me sorprendió verlo a él y Atenadora, no tanto porque no creyera que los Vulturis no estuvieran tras de ti, sino porque fueran ellos quienes habían sido encomendados a la tarea.

»Cuando vi que Aftón se preparaba para una nueva embestida, sentí un odio descomunal, tenía que alejarlo de ti, no permitir que te hiciera daño y… no sé, de alguna forma saqué fuerzas para agarrarlo por las ropas y lanzarlo lejos de ti. Atenadora trató de atacarme, pero fui más rápido y pude detenerla gracias a mi don, lo mismo que a Aftón.

»Por suerte, Alice llegó rápidamente con el auto y en un parpadeo, te subió a él y nos alejamos a toda velocidad. Supongo que te preguntarás por qué no los matamos, pero la verdad es que eso hubiera llevado demasiado tiempo. Además, a pesar de la oscuridad de la calle, aún así alguien podría habernos visto y… bueno, ya te imaginarás lo que eso hubiera significado. Fue más fácil contenerlos con mi don aunque fuera por unos segundos y confiar en la habilidad de Alice para manejar peor que un loco conductor de fórmula Uno.

–Vaya… supongo que tuve suerte de que llegaras a tiempo. –De forma casi mecánica, deslicé mi mirada hacia la herida. Imaginarme la posibilidad de que Stan y mi tía no hubieran llegado y las consecuencias que hubiera tenido, hizo que me dieran nauseas. Respiré con profundidad, tratando de controlarlas, y el simple esfuerzo hizo que me ardiera la garganta y los pulmones. Realmente estaba débil, adolorida y sobre todo, empezaba a estar demasiado sedienta. Tantas horas sin alimento tradicional y sin mi dosis diaria de sangre de cerdo (o res) estaba pasándome altas cuotas. –Gracias.

–No es necesario que me las des.

No supe que contestar y él también guardó silencio. Tal vez horas atrás, hubiera sido un silencio incómodo, pero ahora era… no sé, distinto. No se podía decir que fuera uno de esos cómodos silencios que habíamos llegado a compartir cuando estuvimos juntos, pero tampoco era algo forzado. Se sentía algo distinto en el ambiente, estaba segura pero aún no sabía el qué.

–Tienes que alimentarte. –Pronunció por fin. –A pesar de lo que digas o de tus esfuerzos por aparentar lo contrario, se nota que estás mal, débil y adolorida. Incluso podría jurar que tienes demasiadas horas sin alimentarte, ¿o me equivoco? Es más, te apuesto que la alimentación está en los últimos lugares de tu lista de prioridades. Te juro que no me entra en la cabeza el por qué te castigas así.

–Stan… no estoy para sermones. –Proferí mientras, en un infantil gesto, me tapaba la cara con el cobertor café. Sentí que el colchón se vencía un poco a mi lado derecho al tiempo que con lentitud mi rostro volvía a ser descubierto.

–No es sermón, sólo que no me gusta tu estado. Me fui pensando que era lo mejor para ti, que era la única forma de que estuvieras feliz, plena, viva. Y ahora….

–¿Ahora, qué? Estoy hecha una piltrafa, según tú… –dije son un dejo de sarcasmo al tiempo que entornaba los ojos.

–Ahora me pregunto si realmente hice lo correcto. –Respondió él. Volví a quedarme sin palabras, sin saber qué responder. Sí, yo también había tomado decisiones basándome en lo que creía que era lo correcto, lo justo, y al final resultó que había terminado haciendo más daño del que pudiera haber imaginado.

–Debes alimentarte –volvió a insistir –Tienes que recuperarte lo más rápido posible, se nos vienen demasiadas cosas encima y es necesario que estés fuerte y sana.

–Mmm… ¿podrás conseguirme una “King Doble Whopper” con queso y tocino, una orden de papás fritas y un vaso de Coca-Cola, todo en tamaño super King?

–¿Eso es lo que quieres? –preguntó un poco atónito. No tanto por la cantidad, sino por imaginarse la comida humana. Yo sabía bien que los vampiros pensaban en la comida normal con la misma alegría que un niño de 5 años pensaba del betabel y las alcachofas.

–Supongo que en el mini-frigorífico no tienen un sabroso frasco de sangre de cerdo. –No podía evitar que la voz me saliera con sarcasmo, pero realmente me sentía bastante mal y el que me estuviera criticando mí demacrado aspecto no mejoraba en nada mi ánimo.

–Podría salir a cazar por ti, pero no sería lo mismo. Además, la sangre animal no ayudaría a que te recuperaras más rápido.

–¿Y qué propones? ¿Qué… que salga por ahí a…? No soy una maldita asesina… –Mi voz sonó temblorosa, incrédula y hasta un poco furiosa. La sugerencia de Stanislav me trajo recuerdos y sensaciones que había tratado de enterrar en lo más profundo de mi mente. El color de ojos de Stanislav era del mismo color del de los vampiros en proceso de vegetarianismo, supuse que estaba tratando de adoptar ese estilo de alimentación; entonces, ¿por qué me sugería lo que yo creía que iba oculto en sus palabras?

–¡Claro que no! –la idea pareció incluso ofenderlo. –Jamás te pediría o te sugeriría que atacaras a un ser humano. No eres una asesina. Una vez te dije que tú eres más fuerte que el monstruo interior, ¿lo recuerdas? Sigo pensando lo mismo.

Si supieras….”, pensé con tormento.

–¿Entonces? Creo que no entiendo a dónde quieres llegar.

–Bebe de mí. –Soltó sin más, mirándome fijamente a los ojos, como estudiando mi reacción.

Abrí la boca tanto, que casi hubiera podido apostar que parecía como sacada de un cartón animado. Sentía que la quijada se me había ido hasta el piso, sin estar segura de que había entendido bien sus palabras.

–¿Qué?

–Que bebas mi sangre. Te ayudará a recuperarte de inmediato.

–Pe... pe… no… yo… tú –las palabras se agolpaban en mi boca que no podía pronunciar ninguna completa ni con coherencia. Guardé silencio brevemente, respirando otra vez a profundidad antes de intentar hablar con calma mientras aferraba con fuerza la sábana contra mi cuerpo, pues de la sorpresa sentí que se deslizaba un poco hacia abajo, haciendo que casi expusiera más piel de la estrictamente necesaria. –No es posible eso, ¿Qué no? El sabor es malo.

–No es precisamente sabroso. –concedió –pero es posible hacerlo. Míralo como el equivalente vampírico de lo que es el aceite de hígado de bacalao para los humanos. –Arrugué el rostro, al recordar ambos sabores. Durante un tiempo de mi cortísima infancia, el abuelo había tratado de que yo tomara ese aceite, alegando lo sano y beneficioso que sería para mi crecimiento. Nada más tomar la primera cucharada, con toda la dignidad que me daban mis 88 centímetros de estatura, tomé el frasco café y lo tiré decididamente al bote de la basura, anunciando al mismo tiempo que no pensaba tomar nunca más semejante porquería (pero con una palabra más fea y poco adecuada para una niñita). Mamá se enojó, y regañó al tío Emmett por enseñarme a maldecir tan pequeña.

–No creo que sea buena idea…

–¿Quieres sentirte mejor? –asentí casi sin notarlo –Es la única forma que se me ocurre para hacerlo rápido y con lo que tenemos a la mano, sin tener que recurrir al pobre recepcionista del hotel.

Sabía que la idea debía horrorizarme, que debía negarme férreamente y desechar la sugerencia. Pero por extraño que parezca, no pude decirle que no. Tal vez sí estaba demasiado hambrienta, demasiado sedienta, tanto que mi cuerpo aceptaba el alimento sin remilgos, sin importar su procedencia.

Con la mirada clavada en él, sin perder un solo detalle de sus movimientos, observé a consciencia cómo se ponía en pié rápidamente para quitarse el saco antes de volver a sentarse a mi lado. Él tampoco apartaba la vista de mí, era como si también quisiera grabar a detalle cada una de mis reacciones, de mis miradas. Con presteza, se levantó, desabrochó la manga derecha de su camisa y empezó a doblarla con movimientos rápidos y precisos hasta la altura del codo. Tragué saliva, como si estuviera mirando la escena culminante de una película; Stanislav se llevó la muñeca hasta la altura de su boca ya abierta y acto seguido, clavó sus perfectos y blancos dientes en la suave y nívea piel. La habitación se sumió en un sordo silencio, donde era posible escuchar el suave desgarre de la piel de Stan, la forma en que empezaba a brotar la sangre através de la herida.

Su rostro se contrajo en una leve mueca de dolor, tan leve que casi me pasa desapercibida. Imaginé que su ponzoña, al clavar los dientes, le había escocido un poco. Acto seguido, escuché cómo succionaba un poco de su sangre y comprendí que era para eliminar cualquier posible leve rastro de su veneno. Él no quería que yo lo bebiera ni siquiera por accidente.

–Bebe, milovaný. Déjame sanarte, déjame ayudarte a ponerte bien otra vez.

La forma en que hablaba, la manera en que me miraba, me hizo sentir que había un doble significado en sus palabras. Puso la muñeca herida delante de mí, justo apenas a milímetros de mi sedienta boca. Vi cómo el carmesí y denso líquido brotaba de él, deslizándose lentamente por su fría piel y sin pensarlo ni una vez, dejé que mis labios entraran en contacto con su herida, deslizando la lengua primero para paladear el vital líquido que mi cuerpo demandaba. Al principio, el sabor me hizo torcer el gesto, pero a ese instinto animal que también era parte de mí parecía no importarle del todo, pues no fui capaz de dejar de limpiar casi con lujuria la sangre que escurría.

Cerré los ojos y sin importarme si la sábana se deslizaba para dejar expuesto mi desnudo pecho, sin importarme que estaba bebiendo la sangre que no era de un indefenso animal o cualquier otra cosa en este mundo, aferré con mis manos su brazo y empecé a succionar con ávida necesidad. Me acostumbré al agrio sabor de su sangre en segundos, y hasta de cierta forma, terminó por gustarme. De pronto me acordé de cuando había bebido por primera vez una cerveza: al principio había estado a punto de escupir el primer sorbo y para cuando iba a la mitad del primer tarro, ya le había encontrado gusto al sabor amargo del alcohol.

Empecé a sentirme bastante eufórica, con el corazón tomando un inesperado y violento repiqueteo, mientras la respiración se tornaba más agitada, más densa. El cuerpo empezó a hormiguearme con una extraña y fuerte excitación, e incluso, casi podía apostar que ya no estaba pálida y helada. Al contrario, sentí que ese antiguo rubor natural que hacía mucho que no aparecía en mis mejillas, regresaba con fuerza y que mi temperatura corporal subía un par de grados más.

–Aj… mmm… aj…

Los suaves jadeos que se le escaparon a Stanislav, lejos de hacerme sentir culpable o incómoda, parecieron meterle acelerador a mis sensaciones. No hice intento de apartarme de él, incluso, esos jadeos me apremiaron a succionar con más fuerza, haciendo incluso que en el proceso acariciara con mi lengua esa porción de piel rasgada de su muñeca. Yo sabía que no era un gemido de dolor, lo podía sentir. Era más bien una señal de que ese intercambio de sangre era excitante también para él.

Abrí los ojos nuevamente, esta vez con toda la intención de atrapar su mirada con la mía. Quería ver su reacción, descubrir tras su mirada lo que sentía al verme así ante él. Sus ojos bebieron de los míos, era como si una conexión demasiado fuerte e inexplicable se hubiera establecido entre nosotros dos. Ya no importaba el pasado, el presente o el futuro. Ya no había nada más allá detrás de la puerta de la habitación que fuera más importante que nosotros, que ese momento. Bien podría haber caído un meteorito y arrasar con la Tierra entera, y eso no nos habría importado. Estábamos atrapados el uno por el otro, y no sabíamos, o mejor dicho, no nos importaba salir de esa trampa.

Stan no hizo el menor intento de alejar su muñeca de mis labios, por el contrario, la dejó ahí sin inmutarse en lo más mínimo. Con su otra mano, acarició primero mi revuelto cabello, pasando sus dedos entre ellos como para alisarlos un poco. Tomó un rebelde mechón y lo acomodó delicadamente atrás de mi oreja izquierda, para después, con sensual lentitud, deslizar su mano sobre la piel de mi cuello hasta la base y recorrerla igualmente hasta el otro lado. Se detuvo un momento sobre la yugular, ahí donde se puede sentir el palpitar de corazón. No me avergonzó ni un poco que se diera cuenta la forma en que el mío parecía revolotear sin control; es más, me sentía orgullosa de que lo notara.

Deslizó un poco más la mano, y la posó sobre la parte superior de mi pecho izquierdo, justo donde el corazón se encuentra resguardado.

To je, kam patřím. Toto je místo, kde se moje srdce patří…

Sus palabras salieron en un ronco susurro. Con suavidad, al fin separó su muñeca de mí. Con lentitud, se puso de rodillas a un lado de la cama, haciendo que nuestros rostros quedaran a la misma altura. Sin pensarlo siquiera, con mi lengua limpié las comisuras de mis labios, intentando saborear los pequeños residuos de sangre que quedaban en ellas.

Stan siguió con su mirada ese pequeño gesto y sus ojos parecieron enardecer.

Su rostro se acercó más al mío, ¿o era yo quien había recorrido la breve distancia? No lo sé, lo cierto era que una vez más su bello rostro estaba a milímetros del mío, si es que la palabra “bello” fuera justa y bastante para un hombre como él. Sí, porque a pesar de que hacía demasiado tiempo había sido convertido al mundo de las sombras y la muerte, lo cierto era que en esos momentos, Stanislav me parecía más vivo, más humano que nunca. En su rostro y en su mirada pude ver reflejado todas y cada una de esas pasiones y emociones que sólo se les achacan a aquellos que tienen un corazón que late. Sí, tal vez el corazón de Stan estaba inerte debajo de su pecho, pero no así sus emociones. Para lo que yo sabía que pasaría a continuación, no era necesario que el corazón de Stanislav pudiera latir en esos momentos; es más, con el mío era más que suficiente. El latiría por los dos, el sentiría por los dos si fuera necesario.

–Voy a besarte, y esta vez no pienso detenerme. –Anunció con decisión.

–No quiero que lo hagas.

Su boca se apoderó con avidez de la mía, mientras sus brazos me aprisionaban con fuerza contra su pecho, como si temiera que yo pudiera esfumarme de un momento a otro. Era una tontería, aunque mi odiosa vocecita interna me lo hubiera ordenado en esos momentos, por ningún motivo le hubiera obedecido. Alguna vez había pedido que el cielo se apiadara de mí, porque no sabía sería capaz de resistirme a Stan; pues bien, ya no necesitaba que el cielo me mostrara su piedad, porque a decir verdad, en estos momentos, en brazos de Stan, con su lengua acariciando la mía, con sus labios devorando ávidamente los míos y con nuestros cuerpos empezando a danzar a un ritmo tan antiguo como el mismo tiempo, podía decir que al fin conocía la cara del Paraíso.

domingo, 23 de agosto de 2009

BAILE

–¿Qué haces aquí? –solté de sopetón, sorprendida por su presencia. No necesité elevar el tono de mi voz, sabía que no era necesario con él y menos cuando había entre nosotros unos diez centímetros de distancia

–Vine a buscarte.

–¿Por qué? Y…, ¿cómo me encontraste? –fruncí el ceño, confundida.

–Te seguí –arqué la ceja, perpleja –Alice me dijo dónde trabajas, así que esperé a que salieras de la tienda y te seguí. –Pronunció alzando los hombros, quitándole importancia a sus palabras.

–O sea que ahora me acechas. ¿Sabes que eso es un delito?

–No te acecho, simplemente te cuidaba a la distancia.

–Ajá si tú lo dices… Pero no entiendo por qué me seguiste desde esta madrugada cuando abandoné el hotel. Y aclaro, no necesito una nana que me cuide, me basto yo sola para hacerlo.

–Se nota lo bien que te cuidas –pronunció con sarcasmo. Decidí no darle la réplica que se merecía, pues no pensaba armar una escenita delante de la gente. Algunas personas habían empezado a mirarnos descaradamente, en su mayoría mujeres que prácticamente estaban babeando por Stan. –Pero yo no te he seguido desde la madrugada, como dices.

–¿No? ¿Y entonces…?

–Creo que estamos empezando a llamar la atención, ¿no crees?

–Esteee…

–Sería buena idea que bailemos mientras hablamos. Supongo que no querrás llamar demasiado la atención y que alguien termine reconociéndote como la mujer que ha estado en el ojo del huracán últimamente.

No me dio tiempo ni de parpadear cuando me vi presa entre sus brazos y prácticamente arrastrada hacia un área un poco más oscura y atestada de gente. Era imposible poner por lo menos un centímetro de distancia entre nosotros. Mi corazón empezó a palpitar desenfrenadamente para mi bochorno, mientras mi traidor cuerpo era bastante consciente de la proximidad del suyo. Gemí de incredulidad cuando las notas de una vieja canción llamada “Love & Sex & Magic” empezó a sonar en el lugar. Ya estaba en demasiados problemas con respecto a Stan como para agregarle más sabor a la situación.

–¿En qué estábamos? Ah, sí… –Acercó sus labios hasta mi oreja derecha y empezó a hablarme en suave susurros contra ella. No era justo, era una tortura, bastante dulce, pero tortura al fin y al cabo. Sería tan fácil dejarme ir, pero debía luchar contra él. –Le pedí a Alice que me dijera dónde trabajabas. Ayer saliste prácticamente corriendo del hotel y dejaste olvidados tu abrigo y tu teléfono. Quise devolvértelos.

–¿Y dónde están? –La forma en que pegaba su cuerpo al mío al ritmo de la música estaba haciendo que me fuera difícil concentrarme en mis propias palabras. Hubiera sido bastante fácil negarme a seguirle el juego, pero lo último que quería era armar una escena. Dejaría que dijera lo que tenía que decirme y después lo mandaría de paseo y yo regresaría a mi mesa con VJ, Adele y los demás. Había momentos en la vida en que había qué ponerme práctica, este era uno de ellos. –No veo que traigas ninguno de ellos en este momento.

–Tu abrigo está en el guardarropa del bar.

–¿Y mi teléfono?

–Está guardado en mi chaqueta… ¿o en alguno de los bolsillos delanteros de mi pantalón? No lo recuerdo bien, ¿te gustaría buscarlo por ti misma?

–No, gracias. Esperaré a que termine la canción para que tú solito lo busques y me lo entregues. –contesté un tanto mordaz.

–¿De verdad no quieres buscarlo tú? Podría ser divertido… –me apretó más contra él y deslizó su mano izquierda un poco más debajo de mi espalda. Guardé silencio un momento, tratando de que mi respiración no se agitara en lo más mínimo.

–No sabía que te gustara este tipo de música o que supieras bailarla… –dije por decir, tratando de desviar la conversación a un terreno menos… acalorado.

–No sabes mucho de mí, como yo de ti… Pero al mismo tiempo, nos conocemos mejor que cualquiera pudiera hacerlo. –Su frío aliento chocó contra la base de mi cuello, provocándome un estremecimiento involuntario, mientras su mano derecha se posaba sobre un costado de mi abdomen, donde la blusa se había subido un poco, dejando expuesta una porción de mi piel. –¿Recuerdas nuestra primera cita, en Volterra? ¿Recuerdas aquella primera vez que bailamos juntos?

Cerré los ojos, intentando no evocar ese momento, pero de repente, empezaron a desfilar ante mi el montón de lucecitas multicolores que al unirse formaban un enorme destello blanco. Y en ese momento vi mi rostro, sonriente, con la mirada cargada de tantos sentimientos que ni siquiera podía nombrar. Era un recuerdo de Stan, era la forma en que él recordaba ese momento, era la forma en que él me recordaba; incluso, podía escuchar los acordes de esa primera canción que bailamos juntos, “As time goes by”…

–Por favor, no me hagas esto… –susurré suplicante.

–No quiero hacerte daño, sólo quiero demostrarte que nunca te he olvidado… Aunque tú sí lo hayas hecho. –su voz llevaba una ligera nota de condena, tan ligera que casi me pasa desapercibida.

–Traté de hacer lo que me pediste. Querías que te olvidara, ¿lo recuerdas? –contesté a la defensiva. Aproveché un breve momento de lucidez para levantar mi especie de barrera mental y cortar la conexión con los recuerdos de Stan, aunque sabía que ese fragmento de su memoria ya estaba alojado en la mía.

–Sí, lo recuerdo. Y por lo visto, seguiste al pie de la letra mi petición…

–No quiero hablar de… Jacob. Ya tuve suficiente con lo de anoche como para…

–No me refería a él, exactamente… –pronunció, interrumpiendo mis palabras. –Más bien hablaba de tu… “amigo”, ¿cómo se llama? ¿Vicent James?

–¿Sabes su nombre? ¿Qué? ¿Lo investigaste? –pregunté con una mueca incrédula.

–No fue para tanto, simplemente le pregunté su nombre. Porque eso de “VJ” más bien parece el nombre de una mascota.

Meneé la cabeza incrédula y sin estar segura qué tipo de respuesta se merecía.

–Entonces, ¿qué hay entre tú y él?

–Nada que sea de tu incumbencia.

–No estoy seguro… Los mensajes de texto que te envió son bastante explícitos.

–¿Leíste mi buzón de mensajes? ¡¿Pero qué te pasa?! –alcé la voz indignada, mientras una pareja que bailaba codo a codo a un lado de nosotros, nos dirigió una mirada curiosa. Me mordí la lengua, recordándome que debía portarme bien y guardar todas las formas delante de Stan. Ya había minado bastante mi autocontrol la noche anterior, no iba a permitirle que lo hiciera nuevamente y menos, tan fácil.

–Quiero asegurarme que la gente que te rodea sea buena influencia… Eso de los cigarrillos no me tiene nada contento. El olor del tabaco oculta tu delicioso aroma natural. –Sentí claramente como su nariz se deslizaba suavemente por la piel de mi cuello, haciendo que mi de por sí revolucionado cuerpo temblara nuevamente.

–N-no sé que t-t-te traes entre manos… pero no… me gusta este jueguito tuyo.

–¿Quién está hablando de juegos? Entre nosotros nunca ha habido juegos, tú lo sabes bien. Siempre sinceros, siempre la verdad por delante... Por eso quiero saber qué tiene que ver ese mocoso contigo. –No necesité preguntar a quién se refería con lo de “mocoso”. Seguramente creía que VJ era demasiado joven e inmaduro. Pero claro, junto a él, que llevaba en este mundo más de tres cuartos de siglo, el resto de la gente éramos un puñado de escuincles imberbes.

–Lo que haya entre él y yo no es asunto tuyo. Nada de lo que es mi vida ahora es asunto tuyo.

–Te equivocas, tú y todo lo que tenga que ver contigo es asunto mío. Aunque yo deseara que no fuera así, aunque tú no lo quieras, es imposible que sea de otro modo.

Dejé de bailar, sin importarme que el resto de la gente que nos rodeara chocara contra mi cuerpo por lo atestada que estaba esa parte del “Alphabet”; realmente no les prestaba atención a los pequeños empujones o a las miradas de reojo que de pronto nos lanzaban al notar que algo estaba pasando con nosotros. Todo había dejado de importarme, todo se había esfumado de repente, haciendo que las palabras de Stanislav fueran lo único en lo que podía concentrarme.

–¿Por qué? –era imposible que no notara el dolor de esa simple pregunta. Incluso yo misma reconocí la nota amarga en mi voz. –¿Por qué tienes que decirme eso? ¿Por qué tienes que aparecer ahora? ¿Por qué? ¿Por qué?

–Porque ya cometí la estupidez de alejarte de mí una vez y no pienso volver a hacerlo.

–¡Maldito seas, Stanislav! No tienes idea de cuánto te odio en estos momentos… Te odio –escupí con rencor mientras me miraba con intensidad.

–¿Por qué? –su rostro estaba a milímetros del mío, podía sentir cómo me recorrían sus frías manos a través de ligera seda de la blusa, y por ilógico que suene, su contacto parecía abrasarme ahí donde me tocaba.

–Por hacer que aún te desee… –contesté con brutal y dolorosa sinceridad, mientras su gélido aliento chocaba contra mis temblorosos labios.

Era una batalla que estaba destinada a perder, lo sabía claramente, ya no tenía caso mentirme a mi misma y luchar contra esa fuerza que representaba Stan. Desde la noche anterior había estado peleando contra él, contra mi misma, contra todo eso que él me provocaba interiormente. Yo no tenía derecho a ser feliz, no merecía ni un minuto de paz, había elegido la autoflagelación emocional como penitencia por mis pecados, por mis errores cometidos. Y ahí estaba él, representando la fruta prohibida en mi propio infierno personal.

Sladký láska

Sladký láska… Sbohem, můj sladký láska…”

Esa frase en checo me transportó más de cuatro años atrás en el tiempo. Esas fueron las últimas palabras que él me había dicho aquel día en el que alguna vez fue el jardín de la casa de mi familia. “Sbohem, můj sladký láska” fueron sus palabras antes de desaparecer dejándome con un hueco en el corazón que nunca pude reparar y por lo que siempre me sentí culpable; porque a pesar de mis esfuerzos, a pesar de mis buenos deseos, lo cierto era que mi corazón estaba defectuoso cuando se lo quise entregar a Jacob, y era un desperfecto que nadie podía reparar. O mejor dicho, que el único que podía repararlo, era el único al que debía renunciar para ser feliz. Era lo justo, era lo correcto.

Nunca quise conocer el significado de esas palabras en checo. ¿Para qué? era como agregarle más sal a la herida. A pesar de que terminé por descubrir el significado de las palabras que Stan a veces usaba para maldecir, nunca tuve la fuerza necesaria para intentar descifrar qué había querido decirme con el “Sbohem, můj sladký láska”.

Su labios a nada de los míos, sintiendo como corría por mis venas la adrenalina, la anticipación, la excitación. Involuntariamente, mojé mi labio inferior con mi lengua y su mirada ardiente siguió a detalle ese pequeño gesto. Su rostro tan cerca del mío, sintiendo como su aliento chocaba deliciosamente contra la curva de mis labios, mientras mis ojos empezaban a entrecerrarse placenteramente. Me iba a besar, estaba segura; y yo le iba a corresponder, sin duda alguna. El problema era si iba a poder soportar con toda la descarga de sensaciones que acompañaban a ese beso.

–¡Carlie! –la voz masculina parecía llegar de un lugar bastante lejano y me costaba siquiera identificar a quién pertenecía. Estaba sumida casi por completo en el embrujo de él. –¿Qué está pasando?

Una fuerte mano me sacudió ligeramente por el hombro derecho, permitiendo que me despabilara un poco. El beso murió antes de que siquiera nuestros labios se encontraran y sentí una mezcla de alivio y decepción; alivio porque no quería más complicaciones, mi instinto de supervivencia lo exigía, y decepción por la parte menos racional de mi ser, que pedía a gritos salir del largo letargo en la que se le había encerrado estos años.

–¿Quién es él? –el reclamo en la voz de VJ me despertó por completo, abriéndome los ojos a la realidad. Para mi espanto, la gente de alrededor nos había abierto espacio, contemplando casi con mórbida fascinación el posible choque que se estaba cocinando.

–Él es… mmm… ¿qué haces aquí? –solté de pronto. No me gustaba dar explicaciones a nadie.

–Te estabas tardando en regresar y vine a buscarte. –No se me escapó la mirada de reojo que VJ le lanzó a Stan, era obvio que mis intentos por salirme por la tangente no iban a dar resultados. –No me has contestado, ¿quién es él? ¿Qué significa esto?

Antes de que pudiera articular una sola palabra, Stan se me adelantó.

–Soy Stanislav y “esto” no te concierne, Vicent James.

–VJ –corrigió –¿Cómo…? ¡Ah, ya caigo! Eres el que me contestó esta tarde, cuando le llamé a ella –en el rostro de VJ se dibujó una mueca de desdén que nunca antes le había visto. Su vista se posó en mí, haciéndome sentir de pronto incómoda con la situación. –¿Te quedaste de ver con él esta noche? ¿Por eso no me devolviste las llamadas?

–¡No, claro que no! Sabes bien que perdí mi teléfono…

–No, moje láska. –Stan se llevó la mano derecha al interior de su chaqueta y extrajo de ahí mi pequeño y brillante móvil mientras esbozaba una reluciente sonrisa. Era claro que se la estaba pasando bomba a mi costa. –Lo olvidaste ayer en la madrugada en la habitación del hotel.

No hice el intento de tomar el aparato. Temía que el simple roce de mi mano con la de Stan fuera más que suficiente para revolotear mis hormonas nuevamente, y eso era lo menos que necesitaba en esos momentos.

–¿Estuviste ayer con él? ¿En un hotel? –VJ enarcó la ceja, como incrédulo de lo que escuchaba. –Creí que no te gustaba pasar la noche entera con nadie. Dijiste que no es tu estilo.

–¡VJ! –chillé intentando callarlo. No quería que hablara de mis hábitos en la intimidad, y menos en público.

–Yo que tú, tendría más cuidado con lo que dices de ella –Stan había dejado de sonreír, poniéndose serio y exudando un aura peligrosa.

Miré a mi alrededor, mortificada. A cada segundo que pasaba, más revuelo empezaba a levantarse a nuestro alrededor. Incluso observé que los guardias de seguridad que habitualmente se apostaban en la puerta, ahora se acercaban con paso decidido hacia nosotros. ¡Lo que me faltaba! Otra vez envuelta en un maldito escándalo. Tenía que salir de ahí a la voz de “ya”. Sí, al otro día me iba a largar de ahí, pero eso no quería decir que quería dejar tras de mi un polvorón que hiciera imposible que me sumiera en el anonimato inmediatamente. De por sí, aún estaba pensando la forma en que podía desaparecer sin que la policía fuera tras de mí, ya que el asesinato de Jordan no estaba aclarado y yo seguía siendo una de las sospechosas de su muerte; incluso, esa misma tarde me habían visitado los detectives encargados del caso, para averiguar más sobre lo que había salido de mi pasado en la revista.

–¿Algún problema, caballeros? –Un tipo moreno, bastante fornido y altísimo se acercó a donde estábamos, hablándonos calmadamente con una voz tan gruesa que parecía salida de ultratumba.

–Nada importante…

–No, no…

Aprovechando la distracción, di un par de pasos hacia atrás, mezclándome entre la gente. Sin detenerme ni un instante, me dirigí a toda prisa hacia la salida del “Alphabet”, lista para marcharme de una buena vez. Ok, tal vez mi actitud fuera un poquito cobarde, pero, ¡qué demonios!, yo no había empezado nada de ese embrollo. La culpa era de Stan, así que le tocaba a él salir del atolladero.

Nada más poner un pie fuera del lugar, sentí que la cabeza me daba vueltas.

Malditos mojitos”, mascullé mientras intentaba que la cabeza dejara de darme vueltas antes de emprender el camino a casa. Siendo honesta, no sólo los mojitos me habían dejado bastante atarantada, sino también los Appletinis, las Margaritas y el Tequila Sunrise. Se me había pasado un poquitín la mano con eso de las bebidas, pero era mi última noche en la ciudad, mi fiesta de despedida. Claro que la combinación de alcohol, cigarros, el golpe de viento y además, no tener más que medio vaso de sangre de cerdo y un café en el estómago durante las últimas, ¿30?, ¿40? horas tampoco ayudaba mucho a no sentirme mareada. Mi cuerpo era capaz de quemar los efectos del alcohol de mi sangre más rápido que un humano “normal”, pero había bebido bastante, así que calculé que por lo menos en la siguiente media hora u hora completa, estaría en poder de los efectos de lo que me había bebido.

Decidí que tal vez caminar un poco me ayudaría a que los efectos del alcohol se me bajaran más rápido e incluso, evitaría que tuviera una resaca de campeonato a la mañana siguiente. Sí, en alguna parte había leído o escuchado que si se te pasaban las copas en la fiesta, poniéndote a bailar se te bajaba la borrachera. Bueno, no es que me fuera a ir por las calles bailando como si fuera la protagonista de una comedia musical, así que una buena caminata podía valerme igual. Además, no traía dinero suficiente para el taxi, así que el metro era mi única opción de transporte en esos momentos.

No sé si era el hecho de que aún gente andando de un lado a otro por las aceras, o que el alcohol me inhibía hasta el grado de la estupidez, pero decidí irme caminando hasta la estación del metro que usaba todos los días para ir y venir del Bronx a Manhattan. Claro que no estaba cerca del “Alphabet”, pero no podía decirse que caminar toda esa distancia fuera a cansarme precisamente.

Me estremecí un poco y recordé que había olvidado recoger mi abrigo del guardarropa, donde lo había dejado Stanislav. Bueno, parecía que no estaba en mi destino recuperar la prenda. No es que me estuviera congelando con el frío, pues mi temperatura corporal era un par de grados más alta que los demás, pero mi abrigo era de muy buena calidad, una auténtica ganga que había adquirido en las rebajas de final de temporada del año pasado.

–Le voy a marcar a Adele para que lo recoja antes de que se vaya y… ¡Demonios! Tampoco recuperé mi teléfono… –pronuncié en voz alta, soltando una risotada sin preocuparme si alguien me escuchaba o si parecía una loca hablando sola.

Caminé y caminé, sin importarme el frío o la neblina que empezaba a humedecer la fina seda de la blusa. A medida que me alejaba de la concurrida Avenida C, las calles empezaron a parecerme más desiertas y por un momento dudé en que salirme así del bar, sin avisarle a nadie y empeñada en recorrer parte de la ciudad sola a media madrugada fuera buena idea.

Mientras seguía debatiendo conmigo misma lo acertado de mis decisiones, de pronto sentí un estremecimiento extraño, de esos que hacen que se te pongan los pelos de punta. Me detuve una fracción de tiempo, girando la cabeza de un lado a otro, buscando algo.

–Ok… creo que el alcohol me está poniendo un poquito paranoica. –Me dije a mi misma al comprobar que todo parecía tranquilo, que nadie me seguía o se me quedaba mirando. Estaba sola, atravesando la larga acera de la cuadra, rumbo a… ¿dónde demonios estaba, exactamente? Volví a lanzar una risita tonta. Tenía que empezar a poner más atención hacia dónde iba.

Seguí caminando un poco más aprisa, pues el frío empezaba a arreciar y casi podía apostar que de un momento a otro los primeros copos de nieve empezarían a caer. No quería verme sorprendida por una nevada en plena calle, así que más me valía acelerar el paso para llegar a la estación del metro. Pensé en usar mis habilidades de vampiro y emprender una carrera a alta velocidad, pero lo descarté, pues había cámaras de vigilancia policiaca en las esquinas de las calles; lo último que necesitaba era aparecer en el noticiario como un fenómeno supersónico.

Otra vez el estremecimiento al tiempo que mis sentidos se ponían alerta. Ya no eran figuraciones mías, alguien me estaba siguiendo. Volví el rostro hacia atrás, pasando la mirada de un lado al otro, de arriba abajo, sin ver a nadie, pero yo lo sentía. Me estaban siguiendo.

Recordé de pronto las palabras de Stan, “Te seguí… Alice me dijo dónde trabajas, así que esperé a que salieras de la tienda y te seguí”. Me tranquilicé un poco, lo más seguro es que fuera Stan quien me estaba siguiendo. Sí, debió de notar que me había ido del bar y había decidido ir tras de mí, pero seguramente se había imaginado que estaba bastante alterada por lo que fuera que había sucedido entre nosotros, que me había dado mi espacio para calmarme un poco y retomar donde lo habíamos dejado.

–¡Ja, ni en tus sueños! –dije en voz más alta de lo normal, con la intención de que Stan me escuchara.

¿Quién se creía que era para estarme siguiendo de esa manera? Hacía más de cuatro años que había decidido largarse, que había dicho que cada quién tenía que seguir su camino y que sería mejor que lo olvidara. Así que no tenía ningún derecho de aparecerse campantemente en mi vida y tratar de volverla a poner “patas para arriba”.

No te hagas la tonta. Tú habías decidido dejarlo incluso antes de que hablaran esa tarde. Decidiste por lo ‘correcto’, lo ‘justo’, así que tampoco puedes culparlo de haberte dejado tirada en el camino”, me recordó la voz de mi consciencia.

Gruñí, molesta al reconocer que eso era verdad. Yo había decidido seguir lo que creí era mi destino, lo que ya estaba marcado en el libro de mi vida, así que no podía culpar a Stanislav de dejarme, pues era algo que yo pensaba hacer de todas maneras, aún cuando él fue el primero en pronunciar las palabras de despedida.

Pero eso no quería decir que iba a dejar que entrara de nuevo en mi vida. No podía ser, era algo imposible. Tal vez en otro tiempo, tal vez si no fuera quien era en esos momentos, tal vez habría una posibilidad para nosotros.

Llegué a una esquina de pude leer que me encontraba en la 7ma y Cooper Square, sorprendiéndome un poco del largo trayecto que había recorrido ya. La estación del metro se encontraba ya cerca, sólo tenía que caminar un par de cuadras más hasta la 8va y Broadway, sólo era cuestión de apretar un poco más el paso; incluso con un poco de suerte, lograría esquivar a Stanislav y evitar que me siguiera hasta el Bronx. Por un momento deseé que el mito de que los vampiros no pueden entrar a un lugar a menos de que se les invite fuera cierto, de ese modo sería mucho más fácil deshacerme de él.

No podía verlo, pero podía sentir su presencia cerca de mí. Incluso me pregunté si no estaría también tía Alice siguiéndome también, pues sentía que él no venía solo. Aunque deseché la idea por completo, no me imaginaba a mi pequeña tía andando por las calles de la ciudad a pié. No, ella todo lo hacía con estilo, así que era imposible que anduviera por ahí sin su adorado Porshe amarillo de lujo.

Giré en Cooper Square para cortar camino por la Astor PI y salir más pronto hacia la mucho más transitada y alumbrada Broadway Ave. Un pequeño copo de nieve aterrizó en mi nariz, anunciando la inminente nevada. Casi por instinto, levanté la mirada hacia el cielo, observando cómo el primer rastro de nieve de deslizaba de él.

De pronto, la luz de las lámparas del alumbrado público empezaron a parpadear, antes de que el suministro eléctrico se suspendiera, dejando la calle en tinieblas. El hecho no me hubiera llamada demasiado la atención pues era común que se presentaran apagones en la ciudad. Lo que me hizo ponerme en guardia fue que a lo lejos pude observar que sólo la larga cuadra donde me encontraba casi a la mitad, se había quedado a oscuras, pues en la calle siguiente las luces brillaban a todo su esplendor.

De pronto, un nuevo sonido, demasiado cercano a mí, hizo que la adrenalina se disparara por todo mi cuerpo. Era el sonido de algo moviéndose demasiado rápido, tanto que cortaba el aire con su movimiento. Detecté un aroma, o mejor dicho dos, que me parecieron conocidos, pero sin estar totalmente segura de dónde o a quién pertenecían.

Me puse de espaldas a la pared, tratando de ver algo, alguna forma en medio de las sombras. Tenía años que no usaba todo lo que había aprendido en cuestión de técnicas de combate y defensa personal, así que en silencio recé porque esos conocimientos no estuvieran demasiado oxidados, porque algo me decía que los iba a necesitar de inmediato.

–Hola, Atena… –la suave voz femenina, seductora como el canto de una sirena, pronunció el nombre con burla. Al escuchar el “Atena”, no pude evitar el estremecimiento de terror que me recorrió por completo. Alguna vez me habían llamado así, cuando estuve en poder de…

–Volturis –pronuncié el nombre en voz alta, con crispación, al tiempo que lograba ver entre la oscuridad la silueta de dos cuerpos enfundados en algo parecido a las túnicas que usaban los miembros del clan de Volterra. Cada una de esas siluetas estaban más o menos a unos diez metros de distancia de mí, del lado izquierdo de la calle.

–Que bueno que no te has olvidado de tus… viejos amigos –pronunció la otra voz, masculina con el mismo tono socarrón. –Sobre todo cuando has decidido cambiar de vida, borrar lo que en realidad eres.

–¿Qui… quienes son…? ¿Qué buscan?

Como en un baile perfectamente sincronizado, ambas figuras bajaron las capuchas que cubrían sus rostros, develándome de quiénes se trataban.

–Atenodora… Aftón… –pronuncié casi sin voz. ¿Qué demonios hacían ahí? y sobre todo, ¿qué hacía la esposa de Cayo fuera del castillo de Volterra?

–Así es. Venimos por ti, pequeña. –A pesar de la dulzura con la que hablaba, pude detectar la nota de maldad implícita en la voz de Atenodora.

–No, gracias. Yo no tengo nada que hacer con ustedes… yo ya no pertenezco a ese mundo, ya dejé todo es atrás.

–Oh, pero sigues siendo una de nosotros –continuó la vampiresa con la misma suavidad. –Sigues siendo un vampiro, sigues regida por las reglas de nuestro mundo. Y aunque hayas intentado convertirte en una simple mortal –pronunció la palabra como si fuera un insulto –tienes el deber de proteger nuestros secretos.

–No le he dicho a nadie nada de…

–No, no lo has dicho –me interrumpió sin miramientos Aftón –pero has sido demasiado descuidada, has atraído la atención hacia ti, has permitido que la gente empiece a escarbar en tu vida, exponiendo no solo tu existencia sino la de tu familia.

–Pero, yo no…

–El que se haya publicado tu historia en una revista junto con un montón de datos y fotografías de tu familia… es bastante estúpido, ¿sabes? –Aftón de pronto me recordó al detective que me había interrogado la primera vez por lo de la muerte de Jordan –Es sólo la punta de lanza necesaria para que todo se venga a bajo. Escarbando un poco aquí y allá, en cuestión de días quedarán expuestos.

–¡Ellos no tienen nada que ver en eso! Alguien proporcionó la información, pero no fue ninguno de los Cullen, ni siquiera yo. Ya les dije, yo ya no formo parte de ese mundo, ¿por qué abría de querer que se descubriera su existencia?

–Tal vez no lo hayas hecho de forma consciente, pero lo cierto es que has sido bastante… descuidada –Atenedora me sonrió de forma un tanto despectiva, mostrándome parte de su blanca y afilada dentadura. –Tal vez tu familia te crió en una especie de burbuja de cristal y no te explicó claramente las reglas de nuestro mundo. Pero el que desconozcas la ley no te exime de tus errores, así que tendrás que acompañarlos…

–¡Claro que no!

–No te estamos preguntando si vienes o no. –Aftón dio un paso hacia mí en forma amenazante.

El corazón empezó a latirme descontroladamente, mientras mi respiración se volvía agitada. Ok, era el momento de reconocer que estaba realmente asustada, que mi peor pesadilla empezaba a arrastrarme nuevamente hacia ella.

–Será mejor que no dificultes las cosas y vengas por tu propia voluntad con nosotros… Aro se muere por verte nuevamente. –sentenció burlonamente Atenedora.

Empecé a dar pasos hacia atrás, intentando poner distancia entre ellos. Eran dos contra mí, que a pesar de que la borrachera parecía irse disipando de mi mente, aún así me sentía algo mareada. Pero eso no era excusa para doblar las manos y no dar pelea. No, prefería morir en ese instante antes de caer presa de los Vulturis nuevamente.

Uno, dos pasos hacia atrás antes de intentar emprender la loca carrera en un intento de huída. Pero como por arte de magia, Aftón se apareció frente a mí, bloqueando mi vía de escape.

–¿Tienes prisa?

Mi respuesta fue lanzarle una patada en el duro abdomen. No logré hacerle mucho daño, apenas si logré que se moviera un par de milímetros de su lugar.

–Ja, ja, ja, ¿realmente quieres pelear? –la cruel carcajada de Aftón indicaba que mi intento de defenderme realmente le parecía patético.

–No pienso dejar que me lleven así tan fácil. La única forma de que regrese con ustedes es muerta.

–Si insistes… –Aftón se encogió de hombros antes de lanzarme un puñetazo que apenas alcancé a esquivar. Bueno, estaba un poquito fuera de condición para el combate, pero al menos recordaba cómo moverme y de qué forma debía golpear para que mi ataque fuera certero.

Atenedora se quedó donde estaba, poco interesada en participar en la lucha, dejándole a Aftón en sus manos la tarea de molerme a palos.

–¿Eso es todo lo que tienes? ¡Vamos, niña! Pensé que había aprendido más cuando estuviste con nosotros… ¿O a caso esto lo aprendiste en tu casa? Con razón fue tan fácil matar a tu abuelo…

–¿Qué? –sus palabras me dejaron como congelada, sintiendo que la sangre me abandonaba por completo. ¿Carlise estaba muerto? ¡No podía ser! No podría soportar perder a alguien más.

Estaba demasiado sumida en el shock que me descuidé por completo, permitiendo que los golpes de Aftón me dieran de lleno. Una fuerte patada me dio por completo en el plexo solar, sofocándome y lanzándome por los aires contra un dispensador de golosinas. Con el choque, mi cuerpo terminó quebrando el cristal de la máquina, haciendo que éste cayera sobre mí en pedazos, una vez que mi cuerpo reposaba laxo sobre la fría acera que empezaba a cubrirse de nieve. Incluso sentí como la sangre empezaba a deslizarse por mi brazo derecho, imaginé que de alguna manera había terminado con un buen corte.

–Es hora de irnos. –Anunció Atenedora.

–¿Nos la llevamos así? La sangre…

–¿Quieres probarla? Puedes beber de ella si quieres. Al fin y al cabo, Aro la quiere convertir en una de nosotros, ¿qué más da que sea ahora o después?

–¿Tú no quieres?

–Tengo gustos más… selectos.

Estaba atontada, pero aún así entendía el rumbo de sus palabras. Aftón quería mi sangre y, al parecer, Aro me quería convertir en uno de ellos. En esos momentos, recordé las palabras de tía Alice:

Te vi convertida en uno de nosotros; te vi transformada en un vampiro al 100%... Tuve dos visiones… La primera se trataba de ti, despertando en una especie de callejón oscuro, rodeada de nieve… La otra la tuve esta mañana, al llegar a la ciudad. No sólo te vi transformada, sino también usando el atuendo de la guardia de los Vulturis…

De pronto tuve ganas de reír y lo hubiera hecho si no me sintiera tan débil. Sí, era bastante irónico que durante tanto tiempo hubiera pretendido huir de ellos, esconderme, vivir en el anonimato, renunciar a mi vida por completo, para que al final me hubieran atrapado tan fácilmente y con tan poco esfuerzo. Tanto esfuerzo para nada.

Sentí como la poca conciencia luchaba por no abandonarme del todo, pero aún así me lamenté que ni siquiera tuviera la suerte de estar completamente fuera de combate, inconsciente mientras la lengua de Aftón limpiaba la sangre que emanaba de la herida de mi brazo.

Mmm, he probado cosas mejores –se quejó.

–¿Vas a hacerlo o no? Estamos perdiendo el tiempo.

Como toda respuesta, Aftón clavó sus dientes en mi brazo herido. No supe qué me dolió más, si el desgarre de mi piel o el contacto de su ponzoña con mi sangre, pero lo cierto era que de pronto ahí donde aún goteaba mi sangre, empecé a sentir un dolor, un ardor impresionante que terminó por darme el empujón necesario hacia la inconsciencia.

–¿¡Qué demonios?!

Escuché gritos, el chirrido de unas llantas patinando sobre el asfalto y después… nada. Sólo que esta vez no supe si era la nada antes del desmayo, o era la nada antes de la muerte.

Añadir/Share

Bookmark and Share