Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

domingo, 27 de marzo de 2011

ESTRATEGIAS

Era una grosera, estaba consiente de ello, pero aún así, no podía quitarle la vista de encima. Y todo se debía a que encontrarme cara a cara con ella me llenaba de paralizante terror.

No es que fuera un monstruo, todo lo contrario; era bella, como todo vampiro que se jacte de ello. Largo cabello negro, cuyas ondas enmarcaban un delicado rostro pálido de piel tan fina como la porcelana. Labrios gruesos teñidos de un rojo parecido a las fresas silvestres; sus mejillas tenían el rubor de una tarde de verano. Vestía un sencillo pero fino vestido negro sin mangas y con escote cuadrado, que le llegaba justo por encima de las rodillas enfundadas en medias negras. Pero eran sus ojos azules como el hielo enmarcados en unas negrísimas pestañas lo que me provocaron un miedo que me caló hasta lo más profundo del alma. Imaginé que si buscara el significado de la palabra “maldad” en un diccionario, enseguida de la definición, podía encontrar la fotografía de la Señora.

Su mirada era intensa y decididamente dominante. Aunque intenté parecer calmada, mirarle a la cara sin ningún atisbo de miedo, lo cierto es que terminé desviando la mirada hacia cualquier parte con tal de no verla a los ojos.

–¿Me temes, pequeña? –preguntó con suavidad. Aún cuando intentaba dar una imagen de genuina preocupación, detecté el regocijo que le producía mi miedo.

Escuché un par de risitas a mi espalda, imaginé que se trataban de Eros y Megera. Los de mi bando se habían quedado tan callados como yo.

–Mírame –demandó mientras tomaba con fuerza por el mentón para obligarme a hacerlo –Prometo no comerte.

Mi instinto fue librarme del contacto, el cual me provocó una nueva oleada de miedo. Un escalofrío de puro terror me recorrió una y otra vez la espalda, mientras tuve que empuñar con fuerza mis manos para controlar el nervioso temblor. Pero no pude librarme, ella me apretó aún más.

–Señora… –Stan se acercó a nosotras, parándose a mi lado mientras me daba un ligero apretón en el brazo, como si con ello pudiera tranquilizarme. –Hemos venido tal como lo has solicitado. Ella es Renesmee Cullen.

–Lo sé –espetó, librándome al fin de su contacto.

Volvió a dirigirme una larga mirada, mientras caminaba a mi alrededor, como un cazador al acecho de su presa.

–Saben cuál es el precio de esta audiencia.

Me puse lívida mientras recordaba que Stan me había advertido que el precio que ponía la Señora era la sangre, la señal de sumisión.

–Señora, no creo…

–No he pedido tu opinión, Stanislav. Las reglas siempre han sido claras.

»Una vez que permito su presencia es sangre o muerte.

O sea, o me dejo morder por ella o me mata”, pensé. Eso era irse directo al grano.

–Lo sabemos, Señora –intervino tío Emmett, con un tono conciliador que jamás le había escuchado –Y no es nuestra intención romper las reglas o pero Renesmee no es resistente a nuestro veneno y no podemos permitir que termine convertida en… en esto.

Silencio. Era la primera vez que escuchaba a tío Emmett expresarse despectivamente la raza vampírica. Siempre había parecido orgulloso de haber sido convertido; claro, eso fue cuando aún tía Rose estaba con nosotros. Haberla perdido había provocado grandes cambios en tío Emmett, y este parecía ser uno de ellos.

Esperé que la Señora no se fuera a tomar muy personal las palabras de mi tío.

–Convertida en esto… ¿Es que a caso reniegas de quien eres, de nosotros?

–No. Solo que no es algo que quiero para mi sobrina… Renesmee está destinada a algo más.

–En eso estamos de acuerdo; por el momento, convertirse completamente no está en su destino.

»Además, no podría beber de ella sin el consentimiento de Stanislav.

–¿Por qué de él? –pregunté sin más.

–Porque aunque no se ha cerrado el círculo, le perteneces… y él a ti. Han intercambiado sangre, tú le pertenecen tanto como él es de ti.

Entorné los ojos, bastante sorprendida. ¿Cómo rayos lo sabía?

–¿Intercambiaron sangre? ¡¿Cómo demonios pasó eso?! –graznó mi tío, con el rostro completamente lívido. –¡Imagino que tu padre no tiene ni una maldita idea de esto, porque sino, ya hubiera matado a Stanislav! –Por un momento pensé que iba a partirle la cara a Stan. Así que en un acto reflejo me acerqué más a Stanislav, como un intento de protegerlo de cualquier agresión.

–Qué dulce… el cachorrito intentando proteger sus dominios –Megera pronunció con abierta burla. Inmediatamente le dirigí una mirada casi fulminante. Deseé fervientemente poder lanzarme a ella y de un derechazo borrarle la sonrisa burlona. Pero tenía que aguantarme las ganas de hacerlo, porque estábamos en sus dominios y habíamos ido ahí en busca de ayuda, no de nuevos enemigos.

–Tío, no es el momento para… para esto.

–Tiene razón. Por muy divertido que pudiera ser observar sus pequeñas crisis familiares, lo cierto es que no estoy de humor para escucharles pelear por algo tan doméstico.

»Si mal lo recuerdo, hay algo más importante que debemos tratar. Y mi tiempo, aunque sea eterno, no me gusta desperdiciarlo en estupideces.

Sus ojos emitieron un brillo un tanto intimidante, mientras el resto nos quedábamos en silencio. Forzadamente, tío Emmett asintió, pero por la forma en que resoplaba, era claro que no iba a dejar pasar de largo lo del intercambio entre Stan y yo.

–Antes de seguir. Stanislav, conoces el precio. Exijo su pago.

–Mi Señora… –la voz de Stan titubeó –No… no puedo...

La mujer arqueó la ceja, mirando fijamente a Stan. Parecía entre sorprendida y ofendida.

Oh, no”. Se disparó la alarma en mi cabeza. Aunque no estaba precisamente eufórica ante la perspectiva de recibir la letal mordida, lo cierto es que no había forma de darle la vuelta a eso. Si queríamos avanzar, había qué pagar. Así de sencillo y doloroso.

–Bien, hagámoslos –solté sin más mientras me doblaba la manga de la sudadera para dejar expuesta la piel de mi mano. –Aunque hayamos intercambiado sangre, Stan no es mi dueño. Mi sangre es mía, yo soy la única que decide sobre ella.

Aunque la Señora me asustaba, me armé de todo mi valor para acercarme y extenderle mi brazo.

Ella soltó una sonora carcajada.

–Tienes agallas, pequeñas. Me temes, pero eres capaz de hacerle frente a la situación. Bien. Esa es la actitud.

»Pero no voy a morderte. No deseo que ni por accidente mi veneno entre en tu sistema. Sería… tragique.

Con un chasquido de dedos y un seco “Eros”, de inmediato el vampiro se materializó a mi lado, con algo parecido a un abrecartas en la mano. Sin la menor consideración, tomó mi brazo y a mitad de él realizó una rápida incisión de unos dos centímetros de largo. Mi sangre empezó a brotar sin mucho esfuerzo.

Sabía cuál era el siguiente paso, así que dejé el brazo firmemente extendido y estoica esperé a que ella bebiera de mí.

Giré el rostro, intentando pensar en cualquier cosa con tal de evadirme del hecho de que ella bebía de mí, de que de ahora en adelante debía sumisión a ella. Escuchaba cómo succionaba mi sangre, sentía la calidez de sus labios sobre mi piel. Pero ni una sola vez dirigí mi mirada hacia ella; no quería que quedara grabada esa imagen en mi cabeza.

Por lo menos no me mordió y nos ahorramos lo de la ponzoña” pensé casi con resignación. Y de pronto, mi mente detectó algo “Dijo que no quería que ni por accidente su veneno entrara en mi sistema. ¿Cómo diantres es que tiene veneno? Se supone que las mujeres semi-vampiro no tenemos ponzoña”.

Ok, oficialmente mi desconcierto había subido dos peldaños más. Había creído que la Señora era una mestiza como yo, pero si ella sí tenía ponzoña, entonces, ¿qué demonios era dentro de la clasificación de monstruos? Porque tenía un corazón que latía, su piel era cálida al tacto, pero eso del veneno era algo que me desconcertaba. ¿Dónde diablos encajaba todo eso?

Por impulso, intenté echar andar mi don, aprovechar el contacto de sus manos atrapando mi brazo para extraer algo que pudiera aclararme quién o qué era esta mujer. Cerré los ojos para concentrarme pero…

–¡Ayyyy! –solté un grito de dolor, mientras fruncía el ceño.

–¡Renesmee! – en la voz de Stan era evidente su preocupación por mí. Pero no le dirigí ni una mirada o una palabra para asegurarle que estaba bien. No podía.

En cuanto había visto las primeras “lucecitas”, señal de que mi don se había puesto en marcha, a penas si vi un par de imágenes borrosas seguidas de algo parecido a una descarga eléctrica directamente a mi cerebro, provocándome un tremendo dolor y dejándome ciega por unos instantes.

No sé como ni cuándo la Señora me liberó, solo fui consciente de ello cuando entendí que me había llevado las manos a las sienes, apretándolas en busca de alivio.

–Que niña tan traviesa –pronunció con burla la Señora –Queriendo hurgar en mi cabeza sin mi consentimiento. Niña mala.

Abrí los ojos, intentando enfocar la mirada. Era como si hubiera estado debajo del sol encandilador y de pronto hubiera entrado a un lugar oscuro. Horrible.

–Renesmee…

Stan me abrazó, preocupado por mí. Escuché murmullos airados de Megera y Eros al tiempo que tío Emmett trataba de contrarrestar esos duros comentarios, mientras Neema soltaba algo parecido a “estúpida niña inconsciente” Y tenía razón, fui una estúpida al intentar entrar en los recuerdos de la Señora sin su consentimiento, pero jamás me hubiera imaginado que ella me sorprendería de esa manera.

–¿Estás bien? –pregunto Stan.

Me tomé mi tiempo mientras lograba enfocar la mirada y recuperar la visibilidad. Asentí mientras profesé un tartamudeante “”.

La habitación quedó en silencio, expectantes a lo que pudiera seguir. La tensión era palpable y lo único que podíamos percibir era el sonido de las manecillas de un reloj que había encima de una de las mesas de madera.

Ok, mi primer y tal vez el último error ante la Señora. La había armado buena.

–¿Sabes? –pronunció por fin, sentándose en un chaise longue color crema, mientras el enorme tigre, Zeke, como si se tratara de un pequeño gatito obediente, se echaba a sus pies mientras la Señora le rascaba el pelaje con suavidad –Muchos han muerto por menos… No sé si eres audaz o una reverenda tonta por atreverte a intentar usar tu don en mi. Vienen a rogar nuestra ayuda, y en vez de mostrarte sumisa, de entender tu lugar, resulta que quieres dártelas de valiente e intentar una estúpida movida –Su mirada se había vuelto dura y la mantuvo clavada en mí, provocándome una nueva oleada de escalofríos. –¿Qué acaso no te explicaron quién soy y qué es lo que espero de mis visitas?

»¿O debo culparlos a ustedes tres por no explicarle a esta criatura cuáles son las reglas en mis dominios?

–Lo siento –pronuncié atropelladamente cuando vi que la culpa de mis acciones podía recaer en Stan, mi tío y Neema. No iba a permitir que una vez más mis acciones terminaran perjudicando a inocentes –Ellos me explicaron las reglas del juego, sólo que…

–¿Solo que qué? –demandó la mujer.

–Cuando le vi, supe que usted tenía un corazón que latía. Me sorprendí al descubrir que usted es igual que yo –a mis espaldas se escucharon un par de risitas burlonas. No necesité confirmar de quienes se trataba.

–¿Crees que tú y yo somos iguales? –detecté la despectiva sorpresa en su voz y entendí mi mala elección de palabras. Estaba dando a entender que me consideraba al nivel de ella, y fácilmente comprendí que esta mujer era igual de megalómana que la mayoría de la comunidad vampírica.

Rápidamente me corrige

–Quiero decir, creí que usted era mitad humano, mitad vampiro como yo. Pero luego mencionó lo de la ponzoña y… por impulso mi don empezó a trabajar.

»Quise… quise…

–Quisiste saber por qué yo si tengo ponzoña. –Finalizó por mí.

La Señora se inclinó hacia su derecha, apoyando el codo sobre el borde del chaise longue para apoyar el rostro sobre la mano, en una pose que me recordó a las divas de los años 40´s. Me miró largamente, de arriba a bajo, estudiándome como si fuera un pequeño insecto a punto de ser disecado.

–No, no somos iguales –pronunció al fin, después de otro silencio que me pareció eterno –Ustedes los mestizos son tan frágiles, una aberración de nuestra especie.

»La única ventaja que poseen es poder mezclarse más fácilmente entre los humanos, no tener que esconder la piel de los rayos del sol. Pero es lo único, porque son tan volubles como los humanos, tan mortales como ellos.

»Es cierto que viven más que un humano cualquiera, pero les llega el tiempo de su muerte. Se marchitan, envejecen y mueren.

Abrí los ojos como plato. ¿Qué no se suponía que la inmortalidad era parte de mi especie? Porque según lo que había investigado mi familia, salvo que alguien me arrancara la cabeza o me apuñalaran en el corazón o algo así, yo viviría tanto como mis padres y el resto de los vampiros.

–¿Sorprendida, métissé? Son raros los de tu especie, pero a lo largo de mi existencia me he tropezado con varios de ustedes. Después de todo, se puede decir que son hijos míos también. Por eso sé todo de ustedes.

–Pero yo ya no voy a envejecer –pronuncié con tozudez, sin querer creer lo que decía – siempre pareceré una joven de 18 años y viviré eternamente. Mi familia ha investigado y en los viejos mitos, eso es lo que dice.

–¿Viejos mitos? –Soltó una carcajada –Por favor, Emmett, ¿dónde tenían a esta niña encerrada? ¿En un calabozo?

»Los mitos son eso, mitos. Lo que puedas encontrar sobre nosotros son un montón de mentiras que hemos ido construyendo a lo largo de la historia para disfrazar nuestra existencia.

»Yo, que he habitado en esta tierra desde el inicio, que conocí el origen del el paraíso y del pecado, conozco la historia del hombre y del monstruo, soy lo más cercano que tendrás jamás a la verdad absoluta.

»Por eso puedo decir que sólo uno de tu especie llegó a vivir 403 años. Nacen y crecen de una manera acelerada durante los primeros años de sus vidas y después empiezan a envejecer tan lento, que parece que no lo hicieran, como si se hubieran quedado atrapados en una juventud eterna. Pero no, después de un par de siglos, el tiempo hace mella en ustedes, y así como un humano, el cuerpo se empieza a marchitar hasta que un día, el corazón deja de funcionar.

–Eso es imposible –murmuró Stan. Volví en rostro hacia él, que parecía tan perplejo como yo. Desvié la mirada hacia el tío Emmett y Neema. Parecían desconcertados al igual yo.

–¿Recuerdan a la gitana de Volterra? –de inmediato, el recuerdo de aquella noche vino a mi mente. La Señora volvía a sorprenderme, ¿cómo sabría ella? –Interesante augurio el que te dio, ¿no lo crees?

–¿Cómo lo sabe? –no pude contenerme, tenía qué preguntar. ¿A caso era capaz de leer los pensamientos de los demás?

–No hay nada que se me escape, y no, no leo los pensamientos de los demás como tu padre.

»Pero volviendo a la gitana. Mi dulce Sibila, una exquisita criatura con un don maravilloso. Estuvo entre nosotros 378 años. Hija de Eros y una de nuestras esclavas humanas.

–No entiendo… –mi mente trabajaba toda marcha, pero estaba demasiado aturdida con tanta información. Primero, resultaba que sí iba a envejecer y a morir, después, que aquella gitana que me había augurado una larga vida llena de pruebas y lágrimas, resultaba que era semivampiro como yo, pero además, que estaba relacionada con el clan de las Erinias. No era para menos que mi cabeza estuviera a punto de explotar.

–Con todo respeto, Señora pero usted jamás nos mencionó nada de esto.

–¿Y por qué iba a hacerlo, Emmett? Yo no estoy obligada a nada con nadie.

Un nuevo silencio. No podía decir quién tenía el rostro más descompuesto entre Stan, Emmett y yo. Neema parecía un tanto confundida, pero más en control de la situación.

–Está bien, con tal de que quiten esa cara de tarados, les explicaré la situación.

»Esta niña no es eterna ni indestructible. Algún día se va a morir, punto. Es parte de su herencia humana. Es raro encontrar alguien de su tipo, porque más raro es que uno de nosotros se aparee con la comida. Pocas veces sucede un accidente como ese. –Sus últimas palabras reflejaban desprecio. Era obvio que me consideraba como la lombriz de la cadena evolutiva de los vampiros. Un monstruo de segunda o tercera clase.

–Mencionó a la gitana, ¿qué hacia ella en Volterra aquella noche? ¿El encuentro fue algo premeditado?

–Nadie de mi clan hace algo sin que yo no lo sepa.

La Señora exhaló un fuerte suspiro, mientras se alisaba unas imaginarias arrugas de su vestido.

–Los mestizos no son de mi agrado. Son una abominación que puede poner en peligro el secreto de nuestra existencia. Sibila permaneció junto a nosotros gracias a su don, mucho más perfecto que el de Alice Cullen… por cierto, ¿tienen noticias de ella y de los lobos en Irlanda? –volvió a sorprenderme. Cada vez me era más incomprensible como era que ella sabía tanto sobre nosotros. Tío Emmett negó con la cabeza, así que ella continuó, como si no hubiera sacado a colación lo de tía Alice. –Normalmente, ni siquiera me hubiera preocupado por escucharles, pero… Hace algunos años, supe del revuelo que armó Aro cuando fueron por ustedes a América. Iban todos, listos para enjuiciar y ejecutar, armados de testigos que dieran fe de que la aniquilación se había sustentado en acusaciones válidas.

»Lo que Aro jamás imaginó es que te encontraría a ti. ¿Sabes por qué Aro no acabó con ustedes? Y no hablo en ese “juicio”, porque pudo haberlo hecho después, arrasar con su clan sin que nadie sospechara nada. Si no lo hizo es por que supo de tu don, porque ambicionó poseerte a ti y a tus padres; estaba convencido que encontraría la manera de hacerse de ustedes.

»Si Aro estaba tan interesado en ustedes, significaba que yo debía prestar atención también. Quizás poseyeran algo que pudiera servirme para frenarlo. Me limité a vigilar atentamente al clan de los Cullen, esperando encontrar algo que valiera la pena.

–¿Y lo encontró? –pregunté –¿Es por eso que nos ha llamado?

–Si accedí a verles fue porque los rumanos intercedieron por ustedes. Realmente no estoy convencida de que tengan algo que pueda interesarme y hacer que acceda a que mi clan se una a ustedes.

–Pero usted ayuda al grupo de tío Emmett…

–Lo hago porque es divertido arruinarle las cosas a Aro sin tener que arriesgar a mi clan en ello. Pero meternos a una guerra que no es la nuestra y en la que además llevaríamos bastante desventaja, bueno, sería algo bastante estúpido. ¡No he vivido milenios ni he visto morir cien de mis hijos cada día para perderlo todo de esa manera!

¡Wow!”, pensé mientras me venía un pequeño sobresalto. Al ver como se le había desfigurado la mueca, pensé que la Señora terminaría lanzando fuego por la boca.

–Pero… –pronunció, recuperando el control de su voz y de sus gestos –si ofrecen algo que pudiera interesarme, tal vez y sólo tal vez, accedería a que mis hijos se involucren.

»Así que la pregunta es, ¿qué tienen qué ofrecerme a cambio?

Neema, Stan, Emmett y yo intercambiamos rápidas miradas. ¿Qué había que pudiéramos ofrecerle a cambio de su ayuda? Sinceramente, no se me ocurría nada, y al parecer, al resto de mi equipo tampoco.

–Si accedo a que mis mejores guerreros les acompañen, estarían dispuestos a… mmm, no sé, ¿dejarme a la mestiza como pago?

–¡Por supuesto que no! –gritó Stan casi colérico –Ella no es ninguna moneda de pago. ¡Renesmee es mía!

–Stan… –con rapidez, apreté su brazo con mi mano, en parte para detenerlo, en parte para tranquilizarlo. No era el mejor momento para que el lado posesivo de Stan saliera a relucir.

–¡¿Cómo te atreves a alzarle la voz a la Señora, insignificante escoria?! –la voz de Eros tronó con cólera. En un parpadeo, se acercó a Stan y lo agarró con fuerza por el cuello con la mano derecha, elevándolo varios centímetros del lustroso piso de madera. Stan forcejeaba por liberarse de Eros.

Di un rápido vistazo en dirección de Emmett, buscando instintivamente su ayuda. Pero Megera ya estaba sobre él, rodeándole el cuello con un brazo, como si estuviera aplicándole una llave de lucha libre. Solo Neema se había quedado quieta.

–Eros, Megera, suelten a nuestros invitados –dijo la Señora casi relajada, como si nada grave estuviera a punto de suceder.

Megera soltó de inmediato al tío Emmett, pero Eros tardó un poco más en hacer lo propio con Stan. La Señora volvió a pronunciar un “Eros”, recordándole la orden dada. Solo entonces fue cuando soltó a mi Stan, dejándolo caer estrepitosamente contra el suelo. Me arrodille a su lado para comprobar que no se hubiera hecho daño. Algo imposible, pero tenía que comprobar que estuviera bien.

La Señora se puso de pie nuevamente, y caminó alrededor de nosotros, estudiándonos detenidamente.

–Déjenos a solas. Ella y yo, los demás, fuera.

Señora…

–He dicho que nos dejen a solas. No tienes tu suerte, Stanislav. Que haya estado tolerando tus rabietas esta noche, no significa que te pasaré todo por alto.

»¡Fuera, he dicho!

A pesar de que la orden no le sentó nada bien a los demás, uno a uno, hicieron una pequeña reverencia y emprendieron la marcha hacia la puerta. Todos menos Stan.

–No quiero dejarte a solas –murmuró, mientras tomaba mi rostro entre sus manos.

–Voy a estar bien. –pronuncié con un ligero temblor en la voz. Las palabras salieron de mi boca en un intento de tranquilizarnos a ambos. Tenía que pensar positivo, debía hacerlo antes de que el pánico se apoderara de mí. Quedarme a solas con la Señora era lo último que hubiera querido o esperado.

–Cierra la puerta cuando salgas, Stanislav.

Stan le dirigió una rápida mirada, pero no contestó, simplemente volvió a centrar su atención en mi.

–Estaré cerca, por si me necesitas.

–Estaré bien –respondí.

Me dio un rápido beso en los labios y con paso forzado abandonó el salón. Creí que la orden también incluía al enorme tigre, pero este se limitó a lanzar un bostezo y permanecer echado.

Nos quedamos en silencio un buen rato. Yo no sabía qué decir y realmente prefería andarme con cuidado con la mujer que tenía delante de mí. Se comportaba de una manera tan desconcertante; primero parecía estar de buen humor, de repente parecía encolerizada. Parecía saber demasiado de nosotros y eso la convertía en alguien peligroso.

–Bueno, al fin a solas. Es hora de hablar de negocios.

–¿Por qué no podían quedarse los demás?

–Porque están demasiado preocupados intentando protegerte que pierden toda perspectiva. Si vamos a hablar de tratos, hay que tener la cabeza despejada y poner en práctica el sentido común, sin sentimentalismos que entorpezcan nuestros propósitos.

»En fin, estamos dándole demasiados rodeos a esto. Dime, ¿qué es lo que quieren?

–Su ayuda para enfrentar a los Vulturi.

–¿Y por qué quieren hacerlo? ¿Por qué ir sobre los que se consideran la realeza de nuestro mundo?

–Porque es hora de que les hagamos frente y acabar de una buena vez con el miedo de que algún día vengan por nosotros y arrasen con la familia.

»Ya empezaron con nuestros amigos, con aquellos que alguna vez han estado a nuestro lado, que nos han dado su apoyo contra Aro y su guardia.

–¿Y el que tengan a tu abuelo humano no tiene nada qué ver? Porque si todo esto es por un humano, bien puedes regresar por donde has venido. Arriesgarse por un insignificante hombrecito no vale la pena.

–El secuestro de mi abuelo fue la guinda del pastel. –Arrugué el rostro y estuve a punto de gritarle que mi abuelo no era ningún “insignificante hombrecito”, pero me contuve a tiempo –Es una víctima más de la obsesiva persecución de los Vulturi contra mi familia. Echaran mano de todo con tal de tenernos en sus redes.

»Sé que Aro, Cayo y Marco fueron convertidos por usted.

Por primera vez, su rostro mostró desconcierto.

–¿Lo sabes?

–Sí. Conozco parte de la historia, sé que le traicionaron y que usted…

–La palabra traición se queda corta –me interrumpió –Ni todas las maldiciones serían capaces de describir lo que sucedió.

Guardó silencio, y por un instante su mirada parecía perdida, como si su mente estuviera en otra parte, en otro tiempo. Pero a penas fue un instante, pues volvió a fijar su atención en mí.

–¿Qué es lo que sabes exactamente?

–Que usted les convirtió, que estuvieron bajo su… su protección durante un tiempo y que después, ellos se volvieron contra usted…

–Así es. Me condenaron a una vida de sombras, a ser un secreto viviente hasta el último instante de este mundo.

»Seguramente crees que soy tan arrogante como para pensar que nunca nadie podrá destruirme, ni siquiera Aro. Y así es, yo jamás he de morir, condenada a vivir por siempre, a equilibrar la balanza entre el bien y la luz.

–Un vampiro puede destrozar a otro, matarlo con fuego.

–No puedo ser herida, podrán prenderme mil fuegos y mi carne jamás será dañada. Tengo un corazón que late sí, pero eso no me hace vulnerable. ¿Te contaron alguno de tus amigos algo sobre quién soy? –negué con la cabeza –Cómo y cuándo fui creada, eso no tiene importancia, pero puedo decirte que he caminado por esta tierra desde hace millones de años. He pecado de mil maneras, he pagado el precio de cada uno de mis actos, y aún así, no conozco el arrepentimiento.

»De mis hijos originales, ninguno me acompaña. “Y verás morir cien de tus hijos cada día”, ese fue uno de mis castigos por mi rebeldía. Otro de ellos fue la sed; una sed que el agua no podía apagar, una sed que quema desde el centro de las entrañas. La sed, la necesidad… Perder el Sol, convertir mi cálida piel en un brillante manto que a la luz de él deja al descubierto el monstruo que soy.

Cada una de esas palabras fue poniéndome los nervios de punta. Se me erizó la piel mientras las rodillas me temblaban de miedo.

–Hace mucho tiempo, encontré a los tres… En cuanto les vi, supe que eran especiales. Si bien no podían igualarse a la grandeza de mis hijos originales, se acercaban bastante a ellos. Pero quien se destacaba más era Aro.

»Había pasado tanto tiempo desde que mi compañero había desaparecido que... –esbozó una sonrisita traviesa. No se necesitaba ser demasiado inteligente como para comprender el significado. La Señora había deseado al Aro humano. – Pensé que una nueva era iniciaría, que junto a Aro gobernaríamos fácilmente a los humanos.

»Pero nunca creí que él sería tan ambicioso. Bastó mostrarle el sabor del poder para que decidiera que lo quería todo, aunque eso incluyera deshacerse de mí.

–Bueno, si se atrevió a matar a su propia hermana, no me extraña que fuera capaz de traicionar a quién lo creó.

–Supongo que eso lo escuchaste de Stanislav.

–Sí. Lo que no entiendo es por qué Marco siga a su lado a pesar de eso.

–Aro es astuto. Mató a Dídime y aguardó el tiempo suficiente como para ser él mismo quien lo fuera esparciendo en la guardia.

–¿El mismo lo confesó?

–Sí, pero no abiertamente. Mientras a Marco le hizo creer que aquello era un rumor esparcido por un clan rival, al que posteriormente aniquilaron so pretexto de haber sido ellos quienes acabaron con Dídime. Y por otro lado, ese mismo rumor lo utilizó para someter a los miembros de su guardia. Lo veían como un ser implacable, enérgico y capaz de todo para mantener el poder del clan.

»Aro no se anda por las ramas. Es capaz de cualquier cosa por no perder su poder y el dominio que tiene en nuestro mundo.

–Creí que nada más podría sorprenderme tratándose de Aro.

–Si van a hacerle frente, deben entender que la lucha no es a medias. Tienen qué ir por todo, aunque se enfrente a la verdadera muerte en el camino.

–Lo sabemos. Esta es la guerra definitiva. Y por eso necesitamos de su ayuda. Son un aquelarre fuerte, lo bastante como para igualar a los Vulturi.

–Lo sé. Pero aún no me has ofrecido nada a cambio.

–La cabeza de Aro –solté sin más, en un arranque de inspiración.

–¿De verdad crees que podrán derrotarlo?

–Sí. Con la ayuda de ustedes, conseguiremos hacerlo.

»Y lo que le ofrezco, es la oportunidad de vengarse de ellos. No creo que vuelva a toparse con un clan tan encabronado con Aro, porque así es como los Cullen nos sentimos. Estamos hartos de temer, de vivir con la angustia de que otro más de nosotros muera a causa de los Vulturi; hemos perdido familia, amigos a causa de ellos.

»Todo el dolor, todo el miedo se ha convertido en un odio tan puro que ni siquiera los rumanos son capaces de sentir algo así. Porque nosotros no anhelamos poder o riquezas, lo que nos impulsa es algo mucho más profundo, algo que nace de aquí. –dije mientras que apuntaba con mi dedo índice derecho sobre mi corazón.

–¿Y qué pasa si no me traen la cabeza de Aro? Entonces seríamos nosotros quienes iríamos por ustedes. Porque has de sellar este juramento con sangre, y si hay algo que detesto, es que no se cumpla lo que me prometen.

–Eso no va a pasar, porque la lucha contra los Vulturi es ganar o morir. Y perder no es una opción para mí.

–¿Sabes que matar a Aro no será sencillo?

–Lo sabemos. Pero con usted a nuestro lado…

–Yo no voy a ningún lado –cortó –Si accedo, serán mis hijos quienes vayan, yo me quedo al margen.

Coño”.

–¿Desilusionada?

–Es que… Es más fácil acabar con un vampiro cuando es su creador quien lo hace.

–Su creadora o alguien tan viejo como él.

–No quiero ser grosera pero, ¿de dónde carajos vamos a sacar a alguien tan viejo como Aro?

–Está Marco.

–Pero él jamás se volvería contra Aro. Digo, si escuchó los rumores de la muerte de Dídime y aún así estuvo del lado de Aro, no veo cómo lograríamos que él se volviera contra él.

–Precisamente, logrando que Marco vea la verdad.

Fruncí el ceño. No entendía ni una sola palabra.

–No lo entiendes, ¿verdad? –sonrió

–No en realidad.

–Tienes razón en algo. Dudo que alguna vez vuelva a toparme con alguien que tenga tanto resentimiento contra Aro y que esté dispuesto a hacer algo al respecto. Así que voy a acceder a que mis hijos les acompañen. Y te daré lo que necesitas para acabar con Marco.

Estuve a punto de ponerme a dar de saltitos por la habitación, pero supuse que no sería bien visto por la Señora, así que me contuve.

–Como te dije, te he estado esperando desde siempre. Sibila me dijo que aparecerías, que tu don sería el arma para acabar con aquellos que me traicionaron.

–¿Mi don? –mi voz dejó entrever mi extrañeza.

–Posees el don de romper escudos, así como de extraer pensamientos y mostrarlos con un toque de tus manos, ¿no es así? –asentí –Bueno, pues mi querida mestiza, tú eres todo lo que necesitan para mostrarle a Marco la verdad sobre la muerte de Dídime.

»Tienes suerte, no solo te presto a mis guerreros, sino también te daré la estrategia que inclinará la balanza a su favor.

Parecía todo demasiado bueno para ser verdad. Me pregunté si habría alguna trampa en todo ello.

–Renata es el escudo físico de Aro, quien se encarga de repeler cualquier ataque hacia él, ¿verdad? –asentí, recordando a la fría y odiosa vampira –Tu tienes el don que puede romper ese escudo, anulándola, dejas a Aro un poco más vulnerable.

»Pero no lo suficiente como para acabar con él. Al ser un vampiro tan viejo, es increíblemente fuerte y astuto, es ahí donde necesitarás de Marco.

–Eso lo tengo claro, lo que no es cómo voy a hacer que se le quite lo apático y decida romperle el trasero a Aro.

–Le mostrarás cómo Aro mató a Dídime con sus propias manos. No necesitas luchar con Marco, solo un pequeño toque de tus manos para que le muestres la verdad a nuestro atormentado y apático Vulturi.

–¿Y de dónde voy a sacar esas imágenes? Puedo mentirle con el pensamiento, sí, pero se dará cuenta… Ni siquiera sé como era la vampira.

–No necesitas mentir, no necesitas fabricar ningún solo pensamiento.

–¿Entonces?

–Yo estuve presente cuando Dídime murió.

»Hace rato intentaste acceder a mi pensamientos sin mi consentimiento. Esta vez, dejaré que veas en mi mente, pero únicamente lo que pasó aquella noche. Si intentas ir más allá, el dolor que sufriste será nada comparado con lo que te espera. Dame tu mano.

La Señora extendió su mano hacia mí, y por un momento dudé. El dolor que había experimentado, junto con la momentánea ceguera era algo que no deseaba repetir. Pero no podía desperdiciar una oportunidad así; tenía que aferrarme de cualquier cosa que pudiera darnos una ventaja contra los Vulturi. Y siendo sincera, dudaba que encontrara algo así de bueno.

Respiré hondo y estiré mi mano para aferrar con ella la de la Señora. Había utilizado cientos de veces mi don, de forma premeditada o no, pero ninguna de esas veces me había preparado para una experiencia como esa. Las lucecitas brillantes que acompañaban mi don, esta vez eran potentes, y las imágenes tan claras como el reflejo de un espejo. Incluso podía experimentar las sensaciones de la mujer en ese momento, los colores, los aromas que acompañaban la escena.

Me sentía maravillada de poder acceder a un recuerdo tan viejo. La ropa, la decoración, la habitación, todo me indicaba que era una imagen de los tiempos de la antigua Roma. Era como una visita virtual a un museo. Pero lo que en un principio me había maravillado, rápidamente se convirtió en una horrible pesadilla.

Aro discutía con una hermosa mujer de pelo negro. Ella le suplicaba que les dejara marchar, que les permitiera ser felices. El se negó, le decía que era su deber permanecer junto a él, ser parte de aquello tan poderoso.

La mujer le contestó que no necesitaba ni poder ni riquezas, que con tener a Marco a su lado era más que suficiente. Y Marco estaba cansado de esa vida, a él le bastaba estar junto a ella, no necesitaban nada más para ser felices. El rostro de Aro reflejaba la furia que sentía, y le dijo que no iba a permitir que destruyera su imperio.

Si no entiende lo que tiene qué hacer, deshazte de ella”, pronunció la Señora con indiferencia.

Nada de lo que digas o hagas podrá detenernos, hermano. Aunque te erigiste el líder, Marco y yo no te pertenecemos. Adiós”. Pero la mujer ni siquiera alcanzó a darse la media vuelta cuando un enloquecido Aro se le echó encima y la despedazó en segundos. Arrojó cada uno de los miembros de su hermana a una hoguera que estaba prendida y observó con placer cómo las llamas consumieron el cuerpo, sin limpiarse las manchas de sangre de su rostro y manos.

Me solté, demasiado asqueada de lo que había visto. Aunque era un recuerdo ajeno, había sido tan vívido, incluso podía sentir en mi nariz el olor del cuerpo quemándose. Sentí ganas de vomitar.

–Si le muestras eso a Marco, lo tendrás de tu lado.

–El problema será poderme acercar a Marco y enseñarle esto antes de que me mate.

–Bueno, tendrás que buscar la manera de hacerlo. Algo tienes qué aportar tú a la estrategia, ¿no te parece?

No me sentí capaz de contestar. Mi cabeza seguía dando vueltas.

–No quiero que hables de esto con nadie, ¿me entiendes? Toda esta información queda entre tú y yo únicamente.

Asentí con firmeza, mientras guardaba silencio, no tenía idea qué más decir. Pero ella salió con algo que volvió a desconcertarme.

–Es una suerte que el engendro que cargabas en tu vientre no se hubiera logrado. Hubiera sido una aberración para nuestra raza y para la de tu lobo. Menos mal que no tuvimos qué lidiar con eso.

Abrí los ojos como plato. Jamás alguien se había expresado así de mi hijo. Fue como si me hubieran dado una patada en el plexo solar; de pronto, sentí un picor en los ojos. Quería ponerme a llorar, quería gritarle que no tenía derecho a insultar así a mi bebé, pero no pude. No se si fue la sorpresa al descubrir que ella incluso sabía eso de mi vida, o escuchar el venenoso desprecio en sus palabras, pero simplemente no pudo hacer nada.

–Será interesante ver qué es lo que logras con Stanislav. Puede que esas criaturas tengan algo más interesante y no un problema.

–No puedo tener hijos. –Espeté forzadamente, logrando recuperar la compostura y evitando el llanto.

La mujer me dirigió una larga mirada mientras esbozaba una sonrisita cruel y burlona.

–Llamaré a Eros para informarle mi decisión. –Pronunció como si no hubiera dicho nada sobre mi hijo.

La Señora avanzó hacia una mesa, donde había una especie de telefonillo. Justo cuando iba a descolgar el aparato, la puerta se abrió intempestivamente.

–Es hora de irnos. –El rostro de Stan me pareció más blanco de lo normal, mostrando signos de preocupación.

–¿Qué pasa? –pregunté inquieta.

–Vulturis.

–¿Cómo?

–Están aquí, en el burdel. Han podido, o mejor dicho, han exigido hablar con quien esté a cargo.

»Eros está con ellos.

–¿Quiénes vienen?

–Jane, Athenadora y otro más que no reconocí. Pero podría apostar que no han venido solos; deben de estar allá fuera haciendo guardia otros más.

–¡¿Queeeeeé?! –grazné. ¿Qué rayos estaba haciendo Jane ahí?

–¿Aro ha mandado a sus sirvientes a mis dominios? Teníamos un trato, mientras yo permaneciera en las sombras, dejaría en paz a mi clan. ¡Cómo se atreve a romper su palabra! –la voz de la Señora revelaba una airada furia y empezó a musitar algo que por el tono de su voz y el gesto de desprecio, parecía un montón de maldiciones. No estaba segura, pues las decía en un idioma que jamás antes había escuchado, e incluso, sospeché que se trataría de alguna lengua muerta que ya nadie hablaría.

–¿Dónde están Emmett y Neema? –pregunté preocupada. Si Jane y sus acompañantes los veían… no, ni siquiera me atrevía a pensar en ello.

–Están buscando la mejor manera de salir de aquí sin que los Vulturi nos vean. Emmett me ha enviado a buscarte –Se volvió hacia el lugar donde el tigre nos observaba con detenimiento –Zeke, será mejor que salgas de aquí. Ellos saben que eres parte de nuestro grupo, y tu aroma es demasiado fuerte, no creo que pase demasiado tiempo desapercibido.

El tigre gruñó, como si la sugerencia de Stan no fuera de su agrado.

–Ya sé que odias la forma humana, pero es más fácil salir de aquí como hombre que como un enorme gato.

El animal soltó sendos rugidos. Por un momento pensé que se abalanzaría sobre nosotros. Pero sin más, vi como la enorme bestia desaparecía para dar paso a una forma humana. A penas si fue en cuestión de segundos, pero los suficientes como para dejarme estupefacta.

Un hombre albino, apoyado sobre sus rodillas y manos, completamente desnudo ocupaba el lugar del felino. Lentamente, fue incorporándose, sin mostrar ningún reparo en estar sin ropa delante de nosotros.

Me sorprendí un poco al notar la mirada casi animal que poseía, como desprovista de humanidad. El hombre, Zeke, no era muy alto, tenía el pelo al ras, de un amarillo casi blanco, igual que las pestañas y cejas; ojos medianos, nariz amplia y “chata”, labios carnosos. Los rasgos característicos de la población de raza negra. A pesar de poseer un cuerpo fornido, había algo en él que le daba un aire de cierta fragilidad. Hice mi mejor esfuerzo para disimular el asombro que me provocaba conocer al hombre detrás de la bestia, pero aún así, terminé desviando la mirada para no contemplar su desnudez frontal.

–Vámonos –instó Stan, tomándome con fuerza de la mano, enfilándonos rumbo a la puerta. –Zeke, con cuidado. Recuerdas lo que tienes qué hacer, ¿verdad?

No alcancé a escuchar la respuesta, si es que la hubo. Stan jaló de mi brazo sin muchos miramientos y salimos rápidamente de la habitación. Recorrimos el mismo oscuro pasillo, pero esta vez la distancia se me hizo más corta. Stan se detuvo frente a la puerta que comunicaba con la oficina de Eros, y la abrió cautelosamente. Encogí mis hombros mientras trataba de hacerme chiquita detrás de la espalda de Stan.

–No hay nadie, andando.

Apenas habíamos dado un par de pasos dentro de la habitación cuando Megera abrió la otra puerta con brusquedad.

–Es mejor que me sigan.

–¿Qué sucede? –pregunté con nerviosismo

–Eros está con ellos. Tengo qué sacarlos de aquí antes de que los descubran.

–¿Y Emmett y Neema? –era evidente que Stan estaba preocupado por ellos.

–Intentando despistar a los Vulturi que se quedaron fuera. Una de las chicas los descubrió en las cámaras de vigilancia.

–¿Cámaras de vigilancia?

–Que seamos viejos no significa que estemos peleados con la tecnología –me respondió con sarcasmo –Tenemos todo un circuito de televisión vigilando cada centímetro de este lugar. Hay algo muy importante que debemos proteger.

»En fin, es mejor que me sigan.

Megera no se preocupó en asegurarse de que le seguíamos; simplemente lo dio por hecho.

–¿Podremos salir por la puerta trasera?

–No. Uno de ellos está apostado haciendo guardia.

–¿Solo uno? –Interrumpí –Podríamos hacerle frente fácilmente.

–Tal vez, si Stan no tuviera que cargar contigo; más que ayuda, le entorpecerías.

Estuve a punto de lanzarle una airada respuesta, pero me contuve a tiempo. Porque si lo pensaba bien, tenía que reconocer que era verdad lo que Megera decía. Decidí guardar silencio mientras ellos decidían la mejor forma de escapar de ahí; después de todo, yo no estaba familiarizada ni con el lugar ni con la ciudad.

–¿El techo?

–Ahí están otros dos.

–¡Kurva! ¿Y por dónde vamos a salir?

Avanzamos rápidamente, y poco a poco nos fuimos encontrando con clientes del lugar, quienes acompañados por algunas de las chicas que trabajaban ahí, entraban en diferentes habitaciones esparcidas a lo largo del pasillo. No se necesitaba ser demasiado listo para imaginarse qué es lo que iba a suceder entre ellos.

Megera se detuvo en una de esas puertas, y dijo:

–Tengo una idea. Tal vez no sea la mejor, pero puede funcionar.

–¿De verdad tengo que ponerme esto? –pronuncié frunciendo el gesto con disgusto, mientras tomaba el trozo de tela con la punta de los dedos, como si se tratara de algo contagioso.

–Disculpa, pero los Chanel y los YSL están en la tintorería. –Contestó Megera con acidez. Ok, tal vez me estaba poniendo muy remilgosa dadas las circunstancias, pero ¡qué diablos! Utilizar algo de ellas, nada más de pensarlo me provocaba urticaria.

La idea de Megera era que Stan y yo saliéramos por la puerta principal. Yo, ataviada como una de las mujerzuelas del lugar y él como un cliente borracho. Dado que las salidas alternativas del burdel estaban siendo vigiladas por guardias Vulturi, tendríamos qué mezclarnos entre los clientes humanos que iban saliendo del negocio.

Megera había dicho: “Es bastante normal que los clientes se vayan con nuestras chicas, así que no será extraño que alguien les vea salir juntos”.

Para darle más realismo al asunto y para que yo no pareciera una versión tercermundista de “Anita, la huerfanita”, palabras de la vampira, tendríamos qué cambiarnos de ropa con algunas de las prendas de las chicas para mí, y algo de Eros para Stan.

–No creo que sea necesario deshacerme de mi ropa.

–Stanislav, tenemos qué cubrir tu rastro, porque imagino que alguno de los Vulturi podría reconocerlo fácilmente.

»Vistiéndote con algo de Eros, por lo menos nos ayudará a cubrir tu aroma lo suficiente para que salgan de aquí y se alejen lo más rápido posible.

Megera tenía razón, así que con más resignación que ganas, decidimos seguir el plan de la vampira.

Estábamos en una pequeña habitación, con paredes oscuras y un par de lámparas que proporcionaban iluminación al cuarto. Había apenas una mesita de noche, una cama doble y un par de sillas a modo de inmobiliario; era claro cuál era el propósito de esa improvisada recámara. Sobre todo, con el enorme espejo que cubría el techo. La cama estaba a medio hacer, con las sábanas de satín rojo revueltas y el olor a sexo impregnado. Ahí, alguien se había estado divirtiendo no hacía mucho.

–Niña, ¡apurándose! –me tronó los dedos la vampira, exasperada por mi indecisión. Pero es que todo aquello apenas si me cubriría, y mi renuencia era también porque ninguna de las prendas lograría ocultar las cicatrices de mi brazo derecho.

Megera soltó un bufido, y sin miramientos, tomó un par de cosas del pequeño montón de ropa.

–A ver, Stanislav, ponte esto –le aventó un pantalón oscuro y una camisa blanca adornada con un montón de estoperoles dorados en la espalda. Stan, con menos remilgos que yo, empezó a desnudarse delante de nosotros, como si fuera lo más normal del mundo. Sentí una punzadita de celos.

–Tú –siguió Megera, dirigiéndose con dureza a mí –Ponte esto y esto.

Atrapé la ropa a la altura de mi pecho, y me quedé mirándola como si fuera algo de otro planeta.

–¡Con un carajo! ¿¡Qué parte de date prisa no te ha quedado claro?!... Stanislav, ¿estás seguro que esta no tiene algún tipo de tara?

–Megera, no te metas con ella.

–¿Podrían darse la vuelta, por favor? No… no me siento cómoda desvistiéndome delante de ustedes.

–Debes de estar de broma.

–Megera… –volvió a pronunciar, con una nota de advertencia en su voz –moje láska, hay que darnos prisa.

Stan se dio la media vuelta, obedeciendo mis deseos, no así Megera, que con un gesto de socarrona indiferencia, esperó a que yo empezara a desvestirme.

Me desabroché el pantalón y con rapidez me puse la minúscula faldita de tela roja tipo escocesa que apenas me llegaba abajo del trasero. El problema fue cuando tuve que quitarme la sudadera. El sudor aperló mi frente y las palmas de mis manos. Sentí que el corazón se me aceleraba y que el color abandonaba mis mejillas. Era un paso que no podía dar, era mostrar mi más grande debilidad, mi inseguridad, mi dolor delante de esa odiosa vampira y de Stanislav.

–¡Ay, ya! –Megera se exasperó, y para cuando me vine a dar cuenta, la vampira me había arrancado la sudadera que me cubría.

Un silencio sordo llenó la habitación, la vampira por primera vez pareció quedarse sin palabras. Con rapidez, me cubrí los senos con la pequeñísima camiseta de licra que apenas si me llegaba debajo de ellos.

–Tía, ¡qué jodida estás! –soltó con burla por fin la vampira –Stanislav, ¿cómo puede gustarte esta? Pudiendo tener a Aglaópe, te conformas con…

–¡Basta! –rugió Stan amenazador –¡Te prohíbo que vuelvas a insultarla! ¿me entiendes?

No me había atrevido a levantar la mirada, sólo lo hice por un instante, el suficiente para que se me encogiera el corazón: había visto el rostro de Stan cuando miró mis horrendas cicatrices y me dolió descubrir la sorpresa, la lástima en su rostro. Desvié la mirada al piso, pues si veía el asco en su rostro, como había sucedido con aquellos que habían podido ver mis marcas, no iba a poder soportarlo.

En silencio, me senté sobre la cama para calzarme el par de hooker boots en charol negro, que me quedaban por lo menos dos números más grandes. Escuché el característico sonido de una tela rasgándose; para mi sorpresa, Stan se hincó a mi lado, y con cuidado, vendó mi brazo con la tela de la camisa que se había quitado. Aún así, me sentía incapaz de mirarlo directamente a los ojos.

Megera soltó mi pelo y lo mesó, para dejar suelta mi cabellera. Con una de sus manos, me obligó a alzar el rostro hacia ella, y gracias al espejo del techo, pude ver como con una rapidez sobrehumana, me maquillaba para darle realismo a mi disfraz. Si me parara en cualquier esquina del barrio, podría pasar sin ningún esfuerzo por una de las prostitutas que pululaban por ahí.

–Bien. Por lo menos ahora no llamas tanto la atención. –sentenció Megera, mientras me reía en mis adentros por lo irónico de la situación. –Stanislav, ponte uno de los antifaces que usan alguno de nuestros clientes –el vampiro le obedeció – Bien, esto es lo que haremos. Saldré yo primero de la habitación, contarán hasta veinte y después lo harán ustedes.

»Andaré apenas un par de pasos por delante para irles abriendo paso hacia la entrada principal. Es necesario que se pongan en su papel del cliente y la puta listos para seguir la fiesta fuera del burdel. Está por demás decirles que un manoseo calenturiento entre ustedes no estaría de más, ¿verdad? Tienen que parecer un par de lujuriosos humanos listos para el revolcón, ajenos a todo el drama vampiro a su alrededor.

»Bueno, manos a la obra.

Megera salió, dejándonos solos en la habitación.

No se si por nervios o para evitar hablar con Stan, empecé a contar en voz alta.

–Uno… dos…

–Renesmee, yo..

–Siete… Ocho…

–Lo de tu brazo…

–No, por favor, no ahora. No puedo hacerlo si tengo qué concentrarme en correr para salvar mi vida esta noche.

»Creo que es hora de salir.

Intenté, sin éxito, estirar hacia abajo la tela de la falda, como si con eso lograra que el dobladillo creciera hasta por lo menos la mitad de mis muslos.

Iba a poner la mano sobre la perilla de la puerta para abrirla cuando, en un rápido movimiento, me encontré apoyada de espaldas sobre ella, con una mano de Stan acariciando mi cintura y con la otra la parte baja de mi trasero.

–Stan… –pronuncié en un débil quejido.

–Megera dijo que tenemos que mostrarnos como dos criaturas lujuriosas, locos el uno por el otro.

Sentí su dulce aliento chocar contra mis labios, mientras el corazón me bombeaba con urgencia. La respiración se me volvió torpemente rápida.

–Pero todavía no… estamos delante de los demás… no es necesario fingir…

–Con nosotros nada es fingido, todo es real.

Sus labios cayeron sobre los míos, apresándolos con urgencia. El beso fue devastador, largo, parecía interminable, mientras su lengua exploraba el interior de mi boca con sensualidad. Una salvaje sensación explotó en mi interior, dejándome sin fuerzas, completamente indefensa. La tensión que sentía en el bajo vientre se convirtió en una espiral de calor que me recorrió entera con efectos explosivos. Solo la necesidad de respirar me ayudó a vencer ese perverso calor cuando me aparté un poco para llenar mis pulmones con aire.

Stan me miró con los ojos oscuros, pero de una sed que no se colmaba con sangre.

–Tenemos que irnos. –Musité, intentando despejar mi mente de esa bruma apasionada que nos cubría.

–Sí, tiene razón… –mis palabras parecieron regresarlo a la realidad, pero pude darme cuenta del esfuerzo que era para él dejarlo así.

Se puso el antifaz, mientras con mi mano limpiaba el rastro del lipstick rojo cereza que había dejado sobre sus labios.

Salimos de la habitación y recorrimos el pasillo sin detenernos a mirar a aquellos con los que nos topamos a lo largo de él. Tomándonos muy en serio las palabras de Megera, estábamos prácticamente el uno sobre el otro; Stan acariciándome sin pudor alguno, posando sus labios en mi cuello, hombros, mientras sus manos no dejaban de acariciar mi cuerpo. El problema es que no estábamos fingiendo, preocupándome que las hormonas pudieran nublar nuestro juicio y entorpecer nuestra huída.

Megera nos esperaba al final del pasillo, nos hizo un pequeño gesto con la cabeza y se adentró en el gran espacio que ocupaba el burdel, mucho más atestado de gente que cuando habíamos llegado antes.

–Eros está con ellos –susurró Stan contra mi oído –no voltees, pero están en la parte de arriba, en la zona VIP.

Hice un gran esfuerzo para no volver la mirada hacia allá. Tenía que hacer todo lo posible para aparentar normalidad y no hacer algo que los Vulturi detectaran nuestra presencia.

Seguimos a Megera con paso torpe, como si Stan estuviera demasiado borracho y calenturiento para sostenerse en pie. No sé si por los nervios o por el montón de gente, el caso es que sentía como las gotas de sudor se deslizaban por mi cuerpo; recé porque el maquillaje resistiera lo suficiente como para poder salir de ahí sin llamar la atención.

La vampira se detuvo en la entrada, justo donde estaba la taquilla de admisión al lugar. Se volvió al encargado e intercambió un par de palabras con él. No presté atención, estaba concentrada en llegar a la calle.

Justo cuando puse un pie en la acera, sentí una explosión de júbilo. ¡Lo habíamos logrado! Habíamos conseguido esquivar a Jane y su compañía.

–Vamos por aquí. –Susurró Stan, tomando el camino contrario por donde habíamos llegado –Tendremos que rodear un poco, pero es mejor asegurarnos que no nos están esperando por el otro camino.

Anduvimos por la acera, cobijados en la oscuridad que dominaba las calles del Perlovka. Seguimos manteniendo el papel del cliente y la mujerzuela, Stan dando tumbos para aparentar una buena borrachera delante del resto de los transeúntes. Habíamos ido alejándonos, parecía que lo habíamos logrado, pero no nos atrevíamos a cantar victoria y a dejar nuestros papeles de lado.

Después de un par de minutos, y varias cuadras de distancias, logramos respirar tranquilos. Habíamos logrado huir de nuestros enemigos.

–Lo logramos. –Solté con alivio, besando la mejilla de Stan.

Stan sonrió, reflejando el alivio en su gesto. Iba a decir algo, cuando el sonido brusco se escuchó de repente.

Nos detuvimos en seco. Lo que antes había sido alivio, regresó en forma de una horrible ansiedad y miedo. Creí que me daría un infarto, pues mi corazón se aceleró de una manera casi mortal. Un viejo conocido se había materializado justo delante de nosotros.

–Vaya, vaya, vaya… Miren lo que trajo el gato…

–Afton –Soltó con desprecio Stan, poniéndose delante de mí en forma protectora, mientras su cuerpo se tensaba, en alerta, listo para la lucha.

–Parece que volvemos a encontrarnos. Y esta vez, no habrá manera de que escapen. Aro estará muy feliz de recibir sus cabezas.

Los ojos del vampiro brillaron con maldad.

Temí que esta vez no corriera con la misma suerte que en Nueva York.

Añadir/Share

Bookmark and Share