Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

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domingo, 27 de septiembre de 2009

PRESENTACIONES

Salimos rumbo a Forks después de abandonar el auto rentado por mi tía en un paraje desolado. Tal y como lo prometió tío Jasper, condujo al tope del velocímetro, al mejor estilo de los Cullen. Durante el trayecto, apenas si hicimos dos paradas para cargar gasolina y permitirme encargarme de mis más básicas necesidades humanas. E incluso, aunque lo desaprobaba, tío Jasper se compadeció de mí y me compró una cajetilla de cigarrillos, con la promesa de que lo dejaría una vez que todo ese inmenso embrollo se resolviera.

En otras condiciones, incluso hubiera disfrutado del viaje, admirando como cambiaba el paisaje a medida que avanzábamos de un estado a otro. La mayor parte del tiempo, nos mantuvimos en silencio. Yo no me sentía con ánimos de hablar, ni siquiera para rellenar el mutismo reinante en el auto con una cháchara insulsa y superficial. Estaba demasiado ensimismada, pensando en todos los escenarios posibles que podría encontrarme una vez que llegara a Forks.

Por momentos y de forma contradictoria, el viaje se me hacía demasiado largo y angustiante, mientras que en otros, mientras veía cómo los kilómetros para llegar a Forks cada vez eran menos, sentía que íbamos demasiado a prisa, haciendo que mis nervios y mi aprensión alcanzaran nuevas cotas. Una parte de mi deseaba llegar de inmediato, comprobar que mi abuelo se encontraba sano y salvo, aún y cuando tía Alice no podía “verlo” con su don, o que no podíamos comunicarnos por teléfono a su casa. Me repetía una y otra vez en mi cabeza, como si se tratara de una especie de mantra, que mi abuelo estaba bien, que si tía Alice no podía verle era porque se había ido a pasar el día con los quileutes y por esa misma razón era que no respondía el teléfono.

Por otro lado, con forme leía cada letrero que indicaba cuánto se iba reduciendo la distancia para llegar a Forks, sentía que el tiempo corría demasiado a prisa. Tenía miedo, demasiado terror de lo que pudiera llegar a encontrarme al llegar a la pequeña ciudad. Había estado a nada de matar a Claire; había dejado a una furiosa manada de hombres-lobo clamando por mi cabeza en pago por mis pecados cometidos; pero sobre todo, había dejado la vida de Jacob convertida en un verdadero desastre físico y emocional.

Sabía que mi nota de despedida había sido corta, pero con las palabras exactas y necesarias para lastimarlo. El que yo le dijera que me había estado engañando con el cuento de ser almas gemelas intentando hacerlo feliz, había sido un golpe bajo, pero era necesario. Yo no quería que me siguiera, yo no quería que se sintiera obligado a seguir a mi lado. Yo le hacía daño, estaba destruyendo su vida e incluso, a su gente; la única salida era que cortar por lo sano, alejarlo de mí aunque eso incluyera que me odiara.

–¿Podrías apagar el cigarro, por favor? El humo me molesta

–Disculpa, tía…. –Dije aplastando casi con odio la mitad de mi cigarrillo número siete en el cenicero de la parte de atrás del Ferrarri de tío Jasper. Los nervios me ponían de mal humor, y que me “prohibieran” fumar cuando me sentía nerviosa, elevaba mi irritación un par de niveles más –Supongo que no quieres que te de enfisema pulmonar por mi culpa. –Dije con sequedad.

–Nessie… –pronunció con una nota de amonestación tío Jasper mientras me dirigía una leve mirada de reproche a través del retrovisor. Casi al mismo tiempo, empecé a sentir que mi nivel de irritación se contenía y empezaba a relajarme poco a poco.

–Tío, ¿podrías dejar de recetarme tu “valium” emocional? Sabes que no me gusta que usen sus dones conmigo.

–Pues lo necesitas. Estás demasiado alterada y…

–¡Con un maldito demonio! ¡Kurva! ¡merde! ¡Minchia! –mascullé con la quijada apretada en cuanto idioma recordé.

–¡Renesmee Carlie Cullen, tus padres no te educaron para que maldijeras como bucanero! –Tía Alice, quien iba en el asiento del copiloto, frente a mi, prácticamente se había girado sobre el asiento para mirarme fijamente con el ceño fruncido. Sabía que me estaba portando como una idiota, como una chiquilla malcriada, pero… ¡No soportaba más! Tanta tensión, tanta preocupación me tenían vuelta loca. Y para colmo, que los renos con “musiquita” de la camiseta que traía, no dejaran de encenderse a la mejor provocación, tampoco ayudaban en nada para mejorar mi humor.

–Alice, Jasper… –La voz de Stan sonó conciliadora. –Ven… –sin muchos miramientos, Stan me agarró del brazo izquierdo y me acercó a él, haciendo que recargara mi cabeza sobre su pecho.

–No quiero… –dije casi sin ganas, emberrinchada en no dejar que el don de tío Jasper ganara. Pero era imposible, porque a cada momento mi rabieta iba remitiendo.

Stan pasó su brazo derecho sobre mis hombros, y empezó a enterrar sus dedos de esa mano con ligereza entre los mechones de mi pelo. Cerré los ojos casi de forma automática, permitiendo que sus suaves caricias arrancaran parte de la tensión que cargaba.

–Trata de calmarte un poco, milovaný. Estarnos peleando entre nosotros no ayuda en nada en estos momentos. Sé que te sientes nerviosa, ansiosa y desesperada, y no solo por lo de tu abuelo, sino por tu regreso a Forks, por la posibilidad de encontrarte con… con aquello que dejaste atrás –Por la brusca pausa que hizo, casi podía apostar que había estado a punto de decir el nombre de Jacob. Me sorprendió, además, la forma en que podía percibir lo que yo estaba sintiendo en esos momentos –Todavía nos queda camino por recorrer, y estarnos gritando por tonterías no va a mejorara la situación ni hacer que lleguemos más rápido.

Reconocí que Stan tenía razón. Me estaba comportando como una estúpida niña malcriada y lejos de ayudar en algo, sólo contribuía a agregarle más nerviosismo a la de por sí tensa situación.

–Lo siento –Pronuncié mientras abría los ojos y les lanzaba una mirada contrita a mis tíos. –Me estoy comportando como una auténtica idiota, desquitándome con quien menos debería… Lo siento.

–No pasa nada –pronunció con una suave sonrisa mi tía –Supongo que todos estamos bastante tensos y… –La tía se encogió de hombros, como si no encontrara las palabras suficientes para describir cómo se sentía. Lo cierto es que ella quería mucho al abuelo Charlie, le consideraba parte de la familia. –Menos mal que decidimos no decirle nada a tu madre aún, sino…

–Sino estaría volviendo loco a papá y a todos los que vienen en el vuelo. –Finalicé por ella. Tía Alice había “visto” que mis padres venían volando de regreso al país, así que decidimos no informarles nada de lo referente a Charlie. O por lo menos, no hasta que no supiéramos a ciencia cierta qué estaba pasando con mi abuelo. No veíamos el caso poner a mi madre frenética a más de 20 mil pies de altura y a un montón de kilómetros de distancia. En cuanto estuviera de vuelta, le pondríamos al tanto de todo, mientras, tendríamos que arreglárnoslas nosotros.

–¿Por qué no duermes un rato? –dijo Stan, al tiempo que seguía desenredando mi cabello con sus dedos.

–No… –la voz me salió más débil de lo que hubiera querido, mientras los párpados volvían a cerrárseme, pesándome demasiado como para intentar tener los ojos abiertos.

–Estás agotada. Salvo por lo que duraste inconsciente después del encuentro con Afton y Atenadora, casi podría jurar que no has dormido nada en las últimas 48 horas.

–No estoy agotada, es el tío Jasper… –pronuncié mientras trataba de disimular, sin éxito, un bostezo. Se le estaba pasando la mano a mi tío, me sentía demasiado cansada. Me moví un poco, tratando de encontrar una posición más cómoda, descansando mi cuerpo sobre el de Stanislav; mientras intentaba acomodarme mejor, por enésima vez los renos brillaron y empezaron con la tortuosa letanía del “Jingle Bells” –¡Kurva! –Maldije una vez más, aunque no estaba segura si me habían entendido los demás, porque el sueño ya me había hecho su presa, ya me era imposible tener los ojos abiertos. –En cuanto me pueda quitar esta blusa la pienso quemar… –murmuré guturalmente.

–¿Cómo aprendiste a maldecir en mi idioma?

–Te escuchaba, en Italia, ¿lo recuerdas?

–Sí, pero no creí que supieras lo que significaba.

–No lo sabía… busqué el significado en Google.

Stan soltó una divertida carcajada. O eso me pareció, porque lo cierto es que me hundí en las profundidades del sueño, y el sonido de su risa fue lo último que recuerdo haber escuchado. Un sonido que me provocó un vuelco en el corazón y por ese pequeño último instante de conciencia, yo también me sentí contenta.

Me encontraba en un estrecho y húmedo camino de piedras. Todo estaba oscuro, así que estiré una mano hacia delante, la otra a un costado, buscando la forma de salir de ahí. La mano izquierda, la que estiré hacia ese costado, se topó con una maciza pared de la misma piedra sobre la que estaba de pié.

Empecé a dar pasos titubeantes, guiándome únicamente por lo que palmeaban mis manos. La oscuridad era cerrada, tanto que incluso provocaba una sensación de angustiante asfixia. Respiré lentamente, intentando que el miedo no se apoderara de mí, tenía que tranquilizarme si quería salir de ahí.

–¡Renesmeeeee!

–¿Abuelo? –pronuncié con voz fuerte. Reconocí en el grito la voz de mi abuelo Charlie. –¡Abuelo! ¿Dónde estás? ¡Abueeeloooooooooo!

–¡Neeesiiiie! ¡Neeesiiie! –El tono de su voz era urgente. El abuelo me llamaba, me necesitaba, pero ¿dónde estaba? ¿cómo podía llegar a él?

–¡Abueeelooooooooo! –respondí con la misma urgencia. Empecé a caminar más a prisa, sintiendo como la urgencia de llegar a él se iba incrementando segundo a segundo. Mi abuelo me necesitaba, estaba en peligro, estaba segura.

De pronto, escuché un par de pasos atrás de mí.

–¿Abuelo? –pregunté con un susurro helado, cargado de miedo al tiempo que giraba la cabeza hacia atrás, tratando inútilmente de ver algo en medio de esa terrible oscuridad.

–¡Neeeeeesiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiie! –El grito desgarrador del abuelo provenía del otro extremo, mientras el eco de los pasos se escuchaban cada vez más cerca tras de mí. Un escalofrío me recorrió la columna, llenándome las venas de un terror difícil de describir. Con pánico, comencé a correr, intentando alejarme del peligro que estaba segura que me acechaba, y al mismo tiempo, intentando llegar al lado de mi abuelo, cuyos gritos se volvían cada vez más escalofriantes.

En mi loca carrera, me caí un par de veces. Sentí como las afiladas piedras desgarraban mi piel sin misericordia. No me había dado cuenta de que estaba descalza hasta que los filos de las rocas del piso provocaron que mis pies descalzos sangraran a través de muchas y diminutas cortadas.

Caminé dando tumbos por lo que parecía un intrincado laberinto de piedra y oscuridad. ¿Por qué estaba sola? ¿Dónde estaban los demás?¿Por qué nadie me ayudaba ni ayudaba a mi abuelo? El aullido de un lobo resonó en la tenebrosa cavidad, provocando que se me erizara la piel.

–¡Renesmeeeeeeeee! ¡Ayuuuuuúdame! ¡No! ¡Nooooooooooooooooooooooooooo!

–¡Abuelooooooooooooooooooooooooooooo!

El grito de mi abuelo fue acompañado por un furioso bramido. ¿Qué estaba pasando? Tenía que encontrar a mi abuelo, o por lo menos la forma de salir de ahí y buscar ayuda. Corrí, y corrí, sin importarme los cortes, sin importar las caídas. Cuando estaba a punto de perder la esperanza, de pronto vi un potente halo de luz. ¡La salida! Estaba todavía a un montón de metros de distancia, pero al fin iba a salir de ahí, iba a poder ir en busca de ayuda para mi abuelo… Respiré hondo una última vez, llenando mis pulmones con el viciado aire del laberinto y empecé a correr con todas mis fuerzas, consciente de que mis perseguidores estaban pisándome los talones y si me atrapaban antes de alcanzar la salida, mi abuelo y yo no tendríamos ni una oportunidad.

Corrí como si la vida se me fuera en ello. La salida estaba cerca, sólo un par de metros más. La luz del exterior era tan potente, que estaba segura que en cuanto pusiera un pié fuera, quedaría ciega por un momento, pero eso no importaba. Tenía que salir de ahí, máxime que aquellos que me perseguían estaban apenas un par de pasos atrás de mí.

–La luz. –Pronuncié cuando estaba a un paso de la salida. Alcancé a ver a escasos metros de ahí a toda mi familia, incluso al tío Emmett, tendidos sobre el empedrado suelo. ¿Qué había sucedido? Estaba a punto de poner un pié fuera cuando algo jaló mi brazo con brusquedad. Giré el rostro, intentando ver quién me retenía, lista para dar la pelea si era necesario. A pesar de la oscuridad, pude ver un par de ojos carmesí que me observaban con sangriento regocijo al tiempo que me arrastraba nuevamente al oscuro interior.

–¡Noooooo! –grité con pavor. Pero fue inútil, no había quién me escuchara, mi grito fue acallado por el aullido de un lobo.

Abrí los ojos de repente, sintiendo que un sudor frío mojaba mi frente, lo mismo que las lágrimas hacían con mis mejillas.

–Tranquila… fue sólo una pesadilla

–Renesmee, ¿estás bien?

Mi respiración estaba bastante agitada y el repiqueteo de mi corazón se había vuelto loco. Me costó un poco darme cuenta que todo había sido un sueño, uno realmente malo. Estaba sentada prácticamente sobre el regazo de Stanislav, agarrándome de su camisa con las manos empuñadas, con desesperación. Él me abrazaba con fuerza y yo me arremoliné más contra él, tratando de que los temblores de mi cuerpo remitieran. Había sido una pesadilla horrible, demasiado vívida y angustiante; agradecí su contacto, necesitaba sentir que no estaba sola, creer aunque fuera por un instante que habría alguien que no permitiría que acabara en tal situación.

–Ella está bien, Alice. Sólo tuvo una pesadilla. –Respondió Stan a la pregunta de mi tía.

–Fue horrible…

–Lo sé… pero estás a salvo, jamás permitiríamos que sucediera.

–¿Cómo lo sabes? –dije un poco confundida. –¿Cómo sabes lo que estaba soñando?

–Me lo mostraste.

Recordé que mi madre alguna vez me había dicho que cuando yo era una bebé, le gustaba verme dormir, ya que tomaba una de mis manos y al posarla sobre su mejilla, era capaz de “ver” mis sueños, llenos de colores y formas divertidas. Supuse que de alguna forma, Stan había hecho algo parecido y por eso pudo ver mi pesadilla.

–Traté de despertarte, pero fue casi imposible, estabas profundamente dormida.

–¿Tan malo fue? –preguntó tía Alice

–Sí… soñé que estaba en una especie de laberinto bastante oscuro del que no podía salir y que el abuelo Charlie me llamaba a gritos, como si me necesitara… –la voz me salió entre cortada, mientras me quitaba de encima de Stan para sentarme correctamente sobre el asiento del auto. Aún así, Stan me rodeó con su brazo, atrayéndome hacia él, cosa que agradecí. Necesitaba su cercanía. –¿Y si es así? ¿Y si el abuelo me necesita y yo no puedo hacer nada por él?

–Todo va estar bien, vas a ver.

Supe que incluso para ella, sus palabras sonaban casi huecas. Porque lo cierto era que no podíamos estar seguros de que algo estuviera bien. Lo único que quedaba era esperar a ver con qué nos encontraríamos al llegar a Forks y rezar porque no fuera tarde para evitar un nuevo desastre.

Llegamos a Forks pasadas las ocho de la noche. Como era usual, el sol ya se había metido para dejar paso a una fría noche, con atisbos de que una buena nevada estaba por caer. Nada más leer el letrero que daba la bienvenida a la pequeña ciudad, sentí que mi estómago se encogía una vez más, y casi de forma inconsciente me arremoliné más en el asiento, en un intento de evitar que alguien pudiera verme a través del oscuro polarizado de los cristales. Tenía mucho miedo, terror de lo que pudiera encontrarme, y sobre todo, de con quién pudiera toparme.

Tío Jasper bajó la velocidad a medida que cruzábamos las casi desiertas calles de la ciudad. Parecía que el tiempo no había pasado por Forks, pues no noté ningún cambio significativo en la ciudad. La misma gasolinera, la misma farmacia con el mismo color anodino, el mismo letrero chueco que advertía que no se podía estacionar fuera de la escuela primaria de lunes a viernes entre las 8 y las 13 horas. Sí, todas y cada una de esas cosas seguían exactamente igual a como lo recordaba.

Con manos diestras, el tío Jasper deslizó el automóvil hasta el tranquilo vecindario donde el abuelo tenía su casa. La calle estaba silenciosa y a la distancia, pude observar cómo se alzaba la casa blanca de dos plantas, la misma casa que alguna vez habitó mi madre y que por un pequeño lapso de tiempo, también fue mi hogar. Sin poderlo evitar, una solitaria lágrima se deslizó por mi rostro, al recordar un montón de momentos al lado de mi querido abuelo Charlie.

–Parece que no hay nadie. –Pronunció tío Jasper mientras estacionaba el automóvil a un lado de la acera. La casa de mi abuelo era la última del barrio, y por la forma en que estaba fincada, quedaba bastante separada de los vecinos y colindando con el bosque a través del patio trasero.

–Será mejor que nos bajemos y lo comprobemos. –Dijo tía Alice mientras abría la puerta del auto y se bajaba con movimientos ágiles.

Uno a uno, descendimos del auto. No pude evitar echar una mirada a mí alrededor, con precaución. No sabía si alguien pudiera estar observándonos y reconocer a mis tíos o a mi misma. Había pasado mucho tiempo desde que los Cullen habían abandonado Forks, más no creía que el suficiente como para que la gente que les conoció en ese entonces les hubiera olvidado. Sería bastante peligros que alguien pudiera verlos y acordarse de ellos, porque entonces se darían cuenta que no habían envejecido ni un ápice; y por consiguiente, empezarían las preguntas que podían llevar a descubrir nuestro secreto y…

–Nadie abre la puerta, que extraño… –pronunció Alice, interrumpiendo mis pensamientos, mientras volvía a presionar el botón del timbre. –A esta hora ya debería de estar Ethel en casa.

–¿Ethel? –respondí confusa

–Sí, la enfermera que se queda en la noche a cuidar a Charlie.

–¿Todavía hay una enfermera que se encarga de él? Cuando estuve viviendo en la reserva, el abuelo ya no necesitaba los cuidados de las enfermeras que le había puesto inicialmente mamá.

–Oh, es que…

–¿Qué? ¿De qué me estoy perdiendo ahora?

–¿Qué les parece si tenemos esta charla dentro de la casa? –intervino rápidamente tío Jasper –Si alguien nos ve aquí afuera, podríamos parecerle sospechosos y podría hacer que terminaran llamando a la policía. Y por si no lo recuerdan, tenemos que evitar a toda costa que ustedes dos sean vistos por ellos.

–¿Y cómo entramos? –preguntó Stan –No podemos trepar por las paredes a riesgo de que alguien nos vea, ni tampoco romper un cristal.

–No va a ser necesario. El abuelo siempre tenía una llave de “emergencia” escondida en... –pronuncié mientras caminaba por el porche, con la mirada fija en el suelo. –¡Voilá! –dije triunfante mientras me agachaba a recoger la tercera debajo de la ventana. Era una roca falsa que el abuelo usaba como escondite de la llave extra. Extraje la llave del interior y rápidamente subí los escalones para abrir la puerta de la entrada.

Fui la primera en entrar a la casa, así que fui a primera en exclamar un gritito ahogado en cuanto encendí la luz y vi el estado en el que se encontraba la sala del abuelo.

–¿Qué ha pasado aquí?

–¿Qué es esto?

Los demás hablaron al mismo tiempo, haciendo casi imposible distinguir quién había dicho qué cosa. Y sinceramente, eso me tenía sin cuidado, porque lo que en esos momentos captaba toda mi atención era el revoltijo que reinaba ante mis ojos. El televisor estaba tirado en el piso; la mesa de centro había sido volteada, mientras varios portarretratos estaban arrojados de un lado a otro, dejando un montón de cristales rotos esparcidos. Inclusive pude ver un frasco de pastillas junto con su contenido, regados por el piso. Escuché cómo se cerraba la puerta a mi espalda mientras me adentraba en la casa, temblando de miedo mientras buscaba con la mirada el cuerpo de mi abuelo. Pero nada, no había rastro de él.

–Parece como si hubiera pasado el demonio de Tazmania por aquí…

–Sí, pero ¿y mi abuelo? –pronuncié mientras regresaba de la cocina, donde aparentemente no había habido desastres. –¡Abuelo! ¡Abuelo! –le llamé en voz alta, mientras subía las escaleras.

Revisé rápidamente las dos recámaras y el pequeño baño de la parte de arriba, sin encontrar rastros del abuelo. Casi como de rayo, bajé las escaleras y regresé al lado de los demás.

–No hay nadie… ¿Dónde estará el abuelo?

–¿Tal vez en la reserva? –contestó tía Alice. –Tal vez por eso no puedo verlo… Tal vez uno de los quileutes vino por él para llevarlo allá.

–Eso explicaría el aroma. –agregó tío Jasper

–¿Aroma?

–Sí, huele –respiré profundamente, detectando por fin el efluvio al que se referían mis tíos. No lo había notado al llegar, pues el rastro del aroma era débil, como si hubieran pasado varias horas desde que la casa se había impregnado del él. Mi sentido del olfato no era tan fino como el del resto de mi familia, pero si me concentraba a fondo, podía distinguir los aromas fácilmente.

–Voy a intentar llamar otra vez a la reserva –dije, intentando ignorar el reparo que me provocaron mis propias palabras. Lo importante era comprobar que el abuelo estaba bien, aunque para eso corriera el riesgo de hablar con Jacob después de tantos años de ausencia y silencio. Corrí hacia la cocina y descolgué el teléfono, sólo para comprobar que estaba muerto. No había línea, eso explicaba por qué no habíamos podido comunicarnos en todo el día a casa del abuelo. Frustrada, lancé una palabrota que hubiera hecho ruborizar hasta a un marinero borracho. Regresé con mis tíos y con Stan, mientras fruncía el ceño, decepcionada. –No hay línea, es como si hubieran cortado el servicio… No me gusta nada esto, me huele muy mal…

–Claro, huele a perro… –pronunció Stan con acidez.

–Stan… –pronuncié mirándole con una nota de amonestación. No me gustaba que se expresara así de los quileutes, con una forma tan despectiva. A pesar de todo, hubo un tiempo en que había habido paz entre ellos y nosotros, en el que incluso, nos habían ayudado en momentos difíciles.

–Creo que sería una buena idea dar un vistazo por los alrededores. –Propuso tía Alice –Por obvias razones, no podemos ni ir directamente a la policía ni aparecernos en la reserva. Si nos dividimos, tal vez podamos dar con algo que nos indique dónde está tu abuelo o qué es lo que ha pasado aquí.

–Ok, yo puedo ir a….

–No, no, señorita –interrumpió tío Jasper –Tú te quedas por si regresa tu abuelo. Alice, Stan y yo daremos una rápida vuelta por los alrededores y el bosque. –Quise protestar, pero el tío se siguió de largo, impidiendo que dijera una sola palabra –Todavía no sabemos si tu foto ya esta rodando por todas las organizaciones policiacas del país, así que es preferible evitar que alguien te vea por descuido.

–¡Stan también está boletinado y él sí va a ir con ustedes! –rezongué.

–De mí sólo tienen un dibujo, y que a decir verdad, poco se me parece. –agregó Stan. –Hazle caso a tu tío, ¿quieres? –Se acercó hacia mí, y puso su mano bajo mi barbilla, obligándome con gentileza a mirarle a los ojos. –Sé cuanto quieres venir con nosotros, pero por favor, espéranos aquí.

Asentí casi resignada. No me sentía capaz de negarle nada.

–Bien, entonces hay que darnos prisa. –apremió tía Alice mientras se encaminaba hacia la puerta principal, con Stan y tío Jasper tras ella. –Regresaremos pronto, te lo prometo… ¿sabes qué? Cierra la puerta con llave y apaga las luces. Si se supone que la casa está sola, puede ser bastante raro que de pronto esté iluminada y se vea movimiento en ella, sobre todo si hay un auto extraño estacionado afuera de ella.

–Ok… –fue todo lo que dije antes de que Stan me diera un ligero y rápido beso en los labios antes de que saliera tras mis tíos. Apagué las luces de la casa, pero mantuve la puerta entreabierta, observando como se perdían sus siluetas en la densidad de la noche mientras los primeros copos de nieve empezaban a caer del cielo.

Cerré la puerta con llave, tal y como había dicho tía Alice. Me senté en el sillón de una sola plaza de la sala, a esperar el regreso de mis tíos o la aparición de mi abuelo.

La espera se me hizo lenta, pesada. La quietud de la casa era abrumadora, el silencio era denso. Nunca me había dado miedo la soledad, pero la espera era angustiante. Y ni siquiera podía encender la televisión para que hubiera un poco de ruido, porque el aparato yacía estrellado en la sala.

Me puse de pié, y empecé a caminar de un lado al otro, inquieta. Incluso, palmeé sobre los renos de la camiseta para que empezaran con su navideña letanía. Cuando la robótica versión del “Jingle Bells” sonó por quinta vez, decidí que ya tenía suficiente. Recordé que todavía me quedaban tres cigarrillos de la cajetilla que me había comprado tío Jasper; los había guardado en el bolsillo delantero izquierdo, así que metí la mano y saqué el arrugado empaque de ahí.

Los cigarros estaban algo chuecos, pero no me iba a poner remilgosa en cuanto a la estética de ellos. Necesitaba, me urgía la relajante sensación del humo en mis pulmones. Fui por un encendedor a la pequeña cocina de la casa y rebusqué en los cajones de la alacena hasta que dí con él. Justo cuando iba a encender el cigarrillo, recordé que el abuelo Charlie había instalado en la planta baja de la casa, un detector humo bastante sensible, así que fumar ahí no era precisamente buena idea, sobre todo si quería que mi presencia pasara desapercibida por le momento.

Además, supuse que al abuelo no le encantaría regresar y encontrar su casa oliendo a tabaco. Incluso podía imaginarme cómo se pondría de furioso si se daba cuenta de que su única nieta tenía un vicio al que él detestaba.

Pero, ¡qué diablos! Los nervios me carcomían por dentro, necesitaba un cigarro. Recordé entonces que la que alguna vez fue la habitación de mamá, tenía una ventana que daba a la calle. Podía subir allá, fumarme mi cigarro mientras esperaba al regreso de los demás. Sí, incluso, podía ver cuando llegara tía Alice, deshacerme de los cigarros y ahorrarme otra de sus malas caras. Porque cada vez que yo prendía uno, la tía me dedicaba un gesto de rotunda desaprobación.

Subí a toda velocidad a la habitación, deslicé la hoja de la ventana hacia arriba y saqué medio cuerpo por ella para encender mi amada dosis de nicotina. Una, dos, tres caladas y empecé a sentirme menos tensa. Había prometido dejar los cigarros una vez que todo esto terminara, pero siendo honesta, sabía que iba a ser muy difícil que lo dejara. Durante los últimos 3 años, el cigarrillo me había ayudado a controlar otros instintos más peligrosos.

La nieve empezaba a caer con lentitud, dándome en el rostro por momentos. Le dí la última calada al cigarro antes de apagar la colilla y dejarla a un lado del borde de la ventana. Más tarde buscaría un bote de basura para colocarla en su lugar. Dí un nuevo vistazo de un lado al otro de la calle, pero no veía ni a mis tíos o a Stan acercarse. Estuve a punto de cerrar nuevamente la ventana, pero al final, decidí no hacerlo. La casa estaba demasiado oscura e incluso el ambiente se me antojaba bastante cargado. Dejaría la ventana abierta un rato, tanto para permitir que las débiles luces de las farolas entraran más fácilmente y tanto para que la habitación de mamá se oreara un poco.

Me senté un rato sobre la cama, después me levanté y caminé alredor de la pequeña habitación. No hallaba mi lugar, me sentía demasiado nerviosa y en mi cabeza no dejaba de dar vueltas una y otra vez la pesadilla que había tenido horas atrás. Quería aferrarme a la idea de que mi abuelo estaba bien, de que estábamos armando una tormenta en un vaso de agua, pero otra parte de mi cerebro (bastante cruel, por cierto), no dejaba de darle vueltas a la posibilidad de que realmente le hubiera ocurrido algo malo al abuelo Charlie.

Estaba tan ensimismada en mis pensamientos, que no vi el momento en que la enorme figura había entrado por la ventana y mucho menos, el momento en que se abalanzó sin piedad sobre mí, aprovechando que me encontraba de espaldas. El ataque me tomó por sorpresa, tanto que ni siquiera me dio tiempo de emitir un grito de ayuda. De forma instintiva, tomé una actitud a la defensiva, enzarzándome en un forcejeo con el intruso. Rodamos por el piso, cada uno emitiendo gruñidos que distaban mucho de ser humanos y más parecidos a los de dos bestias salvajes. Palpeé con mis manos una dura superficie y lisa superficie. Supuse que era su abdomen, enfundado en una ligera camiseta de algodón. Al poner mis manos sobre él, sentí el calor que emitía su cuerpo, como si tuviera temperatura. Prácticamente estaba ardiendo

Él intentaba inmovilizarme, y yo no estaba dispuesta a ponérselo tan fácil. El hombre era bastante grande y bastante pesado, y empezaba a aplastarme, haciéndome difícil respirar. Busqué la manera de poner un poco de espacio entre los dos, conseguir que dejara de comprimirme los pulmones, así que empecé a manotear sin control, con la esperanza de darle un golpe que lo aturdiera aunque fuera un poco y lograra hacerlo a un lado de mí. De alguna forma, una de mis manos terminó posándose en su cuello, y la conocida lluvia de lucecitas empezó a desfilar delante de mí antes de dejarme prácticamente petrificada de la sorpresa. Lo mismo que mi atacante, que me había librado al fin de su peso, irguiéndose en sus rodillas sobre mí, pero manteniendo sus manos sobre mis hombros.

Lo que siguió a continuación, pasó tan rápido que ni siquiera estuve segura de que de que realmente hubiera sucedido.

De pronto, la luz de la habitación se encendió.

De pronto, Stanislav estaba en el umbral, gruñendo salvajemente mientras mostraba sus afilados colmillos.

–¡Quítale tus malditas garras de encima!

De pronto, Stan saltaba sobre el otro, librándome por competo de su peso, y enzarzándose ellos en un violento forcejeo.

–¡Stan! ¡Jacob! ¡Deténganse por favor! –grité desesperada.

Ni en mis más locos sueños se me hubiera ocurrido algo así. Los dos hombres que habían marcado mi vida, enfrascados en una pelea. Vaya forma de presentarlos entre sí.

Y más valía que hiciera algo, que interviniera, porque si no los paraba y rápido, eso iba a terminar en una nueva tragedia. Una que de solo imaginarla, dolía como si me arrancaran el corazón en carne viva.

domingo, 20 de septiembre de 2009

COMPLICACIONES

–¿Tía, qué hacemos? –pregunte con desesperación mientras rompía mi abrazo con Stan y empezaba a tronarme los dedos de las manos, mortificada.

–Ok, lo primero es guardar la calma y… –respiró profundamente mientras con un rápido movimiento se acercó hasta su bolso y extrajo de él su teléfono móvil. Con precisos y veloces dedos tecleó un número sobre la pantalla táctil y esperó a que le respondieran. Nada. Volvió a marcar una, dos, tres veces más. Le observé con el ceño fruncido, tratando de imaginar a quién podría estar llamando. Con frustración y exclamando senda palabrota, se dio por rendida.

–¿Qué sucede? ¿A quién le llamas? –pregunté.

–A casa de Charlie. Pero ni siquiera puedo comunicarme; una grabadora me dice que el teléfono está descolgado o en reparación.

En esa ocasión, quien soltó la palabrota fui yo.

–¿¡Qué hacemos?! –volví a preguntar con la voz chillona. Una angustia helada me recorría el cuerpo, atenazándome el corazón sin piedad.

–Ven –Stan estiró su mano para entrelazarla con la mía, y transmitirme su fuerza tranquilizante. –Debemos partir cuanto antes a Forks, mientras podemos intentar contactar algún amigo o vecino de tu abuelo. Si le ha pasado algo… –mi rostro debió poner tal mueca de miedo, porque Stan agregó de inmediato: –en el supuesto e imaginario caso de que así fuera, alguien debe de saber algo al respecto.

Tía Alice y yo nos miramos la una a la otra.

–¿Qué pasa? –nos preguntó Stan

–Que no recuerdo a ningún vecino en particular del abuelo… En cuanto a sus amigos…

–Sus amigos están en la reserva –terminó la tía por mi. –Supongo que habrá que llamarles…

Tía Alice me miró vacilante, a la expectativa de mi reacción.

–Supongo… –respondí, dubitativa. Por alguna razón, imaginé que iban a esperar que yo fuera quien llamara a La Push, pero la sola idea me provocaba la sensación de un hueco en el estómago por la aprensión. –Podríamos llamar a… –respiré profundo, ni siquiera me sentía capaz de pronunciar en voz alta el nombre de Jacob –Pásame el teléfono.

Con manos temblorosas, tomé el pequeño aparato de las manos de Alice y marqué el número que a pesar de los años, no había olvidado. Sentí que me había quedado completamente muda por los nervios y el miedo, por que ¿qué pasaría si quien levantara la bocina al otro lado de la línea fuera Jacob? ¿Me reconocería? ¿Qué iba a decirle? Porque un “Hola. Oye, disculpa que llame después de tanto tiempo y de la forma en que me fui, pero sólo quería saber si de casualidad habías visto a mi abuelo y si él estaba bien”, no se me antojaba que fuera la mejor idea.

Al quinto llamado, saltó el contestador automático. Escuchar la voz de Jacob, aunque fuera de esa manera y después de esos años, hizo que temblara más de lo que ya lo estaba haciendo.

Presioné sobre la pantalla el ícono de “colgar”. No me atreví ni le encontré caso dejar un mensaje.

–¿Y bien? –preguntó mi tía

–No contestó nadie en casa de los Black –Al pronunciar el apellido, pude notar como se arrugaba el ceño de Stan con desagrado. – Tía, ¿no tendrás de casualidad el número de casa de Seth?

–¿No recuerdas el número de los Clearwater? –respondió a su vez.

–No… hace demasiado tiempo que no… Durante estos años jamás llamé, terminé por olvidarlo. –respondí mientras le regresaba el móvil.

–Mmmm entonces vamos a tener que…

Los suaves golpes a la puerta interrumpieron a mi tía. Con un movimiento rápido, Stan se acercó a observar por la mirilla mientras que tía Alice esbozaba una sonrisa feliz; sin siquiera haber abierto la puerta, pude imaginarme de quién se trataba.

–Pasa –dijo Stan mientras se hacía a un lado, para dejarle pasar.

–¡Jasper!

–¡Alice!

Mi tía prácticamente se echó a correr en brazos de mi tío, quien la abrazó con tal intensidad que parecía que habían estado separados toda una eternidad. Observé a conciencia a mi tío y me pareció detectar algo distinto en él. No es que hubiera cambiado físicamente, sino más bien era algo… ¿cómo decirlo? No sé, era como si ahora lo rodeara un aura más madura, más tranquila y menos atormentada. Como si su lucha por adaptarse al “vegetarianismo” de la familia ya no fuera tan ardua para él.

Observé como le daba un ligero beso en los labios a la tía mientras le susurraba con suavidad un “te extrañé”.

–Yo también –respondió Alice con una sonrisa.

Se soltaron de su abrazo, sin dejar de mirarse con ternura. Les envidié por un instante, pues a pesar del tiempo que llevaban juntos, era más que evidente cuánto se amaban. Comprendí que la idea de que la tía Alice pudiera haber dejado a tío Jasper o que le estuviera siendo infiel con Stan había ido realmente una ridiculez.

También observé el pelo rubio de tío Jasper algo desordenado, mientras que su ropa mostraba un par de arrugas en su ligera camisa azul cielo y en los pantalones caqui a juego.

Estaban tan ensimismados el uno en el otro, que parecía que se habían olvidado del mundo a su alrededor. Me sentía algo nerviosa y emocionada. No sabía cómo me recibiría después de tanto tiempo. No sabía si estaría enojado conmigo o si por el contrario, me habría extrañado lo suficiente como para no hacerme ningún reproche por mi ausencia y por la forma en que me había ido.

Por fin parecieron recordar que no estaban solos. Todavía con una suave sonrisa en los labios, tío Jasper giró su rostro hacia donde estaba yo parada, nerviosa como una niña en espera de una buena reprimenda. En ese momento, deseé que a mi tía no se le hubiera ocurrido la grandiosa idea de que yo tenía que empezar a dejar el cigarro. En lugar de una caja de chicles y parches de nicotina, mejor me hubiera llevado una cajetilla de cigarros mentolados.

–¡Renesmee!– pronunció mi tío, ensanchando su sonrisa. Sentí un enorme alivio al detectar en su voz una sincera alegría al verme, sin un solo vestigio de reproches. Dio un par de pasos al frente con los brazos abiertos.

Sin pensarlo siquiera, yo también caminé hacia él, haciendo más pequeña la distancia entre nosotros y me arrojé a sus brazos.

–¡Tío Jasper! – dije con la voz ronca de la alegría y las lágrimas. Me aferré a él, tal y como lo había hecho durante mis años de infancia. Sentí como si mi corazón fuera un rompecabezas de miles de piezas, y que con el reencuentro con mi pasado, con aquellos que había amado (y aún amaba), cada una de esas piezas fuera tomando su lugar. De alguna manera, el proceso de sanación estaba iniciando.

–Pequeña, no tienes idea de cuánto te he extrañado…

No sé cuanto tiempo estuvimos así, pero lo cierto es que yo estaba llorando como magdalena, mientras los renos de mi horrenda y navideña camiseta verde seguían iluminándose sin control y “cantando” el “Jingle Bells”.

–¿Qué es ese sonido? –pronunció al fin mi tío, aflojando el abrazo, mientras enarcaba una ceja, confuso.

–Una mala idea de tía Alice –pronuncié limpiándome las lágrimas con la manga de la espantosa camiseta.

Tío Jasper le dedicó una mirada confusa a la indiciada, quien se limitó a encoger los hombros y pronunciar un “luego te cuento”.

–Renesmee… no puedo creer que seas tú realmente. –Pronunció mi tío cuando volvió a poner su atención en mí –Estas muy… diferente. –La forma en como pronunció la última palabra me hizo imaginarme que le estaba dando un significado completamente distinto. Ese “diferente” me sonó casi a “desastrosa”. –¿Qué te ha pasado? ¿Por qué eres rubia? ¿Por qué estás tan flaca? ¿Estás enferma?

–Estoy bien –dije con un poco de rudeza. Pero es que, ¿a quién le gusta que de forma velada le digan que se ve mal? Sentí los tres pares de ojos encima de mí, así que respirando profundamente por enésima vez, esbocé lo que esperé que luciera como una sonrisa conciliadora–Lo siento, sólo que… los últimos días han sido una locura y supongo que empiezan a pasarme la factura.

–No sólo los últimos días… –Murmuró Stan tan bajo que casi me pasa por desapercibida su voz. Le dediqué una mirada airada. Al parecer, seguía pensando que mi comportamiento y la forma en que me había estado cuidando a mí misma distaban mucho de ser sensatos, a pesar de que se estaba portando conmigo bastante… ¿cariñoso?, ¿amistoso?, o como pudiera decirse de su actitud hacia a mí. Porque esos adjetivos casaban más con un osito de felpa que con la personalidad tan recia y arrolladora de Stanislav.

–Alice me llamó hace unas horas y me dijo que dos de los Vulturis habían ido por ti, ¿cómo estás?

–Bien… Stan logró succionar la ponzoña de mi sangre.

–Y después, la alimentó de él. –Agregó mi tía, con un tono de voz que dejaba entrever que había algo que me estaba perdiendo, al tiempo que le lanzaba una mirada cómplice a tío Jasper.

Tío Jasper enarcó la ceja, sorprendido.

–Me alegro que estés aquí, Jasper –prosiguió Stan, como si no hubiera notado el intercambio de miradas entre mis tíos. ¿Qué estaba pasando? –Durante el ataque a Renesmee, uno de los Volturis mencionó que habían atacado a su abuelo.

El que Stanislav recordara el tema de mi abuelo me hizo volver de golpe a la realidad, sintiéndome culpable en el proceso, pues de pronto me olvidaba de aquello que era más urgente para distraerme buscando señales o mensajes ocultos en donde no los había. Pero, realmente era difícil concentrarse en una sola cosa cuando había tantas en qué pensar al mismo tiempo.

–¿Carlisle?

–No, no. Él está bien –aclaró de inmediato Alice –Después de hablar contigo, le llamé a él para avisarle que Renesmee estaba conmigo y lo que había sucedido… Más bien, creemos que pueda tratarse de Charlie.

–¿Y Bella ya lo sabe?

–¡No! Hablé con ella y con Edward hace horas, antes de que pasara todo esto. Ellos vienen volando de regreso. Quedamos de encontrarnos en Forks.

–¿Ya trataron de hablar a casa de Charlie?

–Sí, pero no responden. –Intervine yo –Al parecer el teléfono está en reparación. E incluso, llamé a casa de Billy Black, pero tampoco contestaron el teléfono. Tengo el presentimiento de que algo raro está sucediendo.

–Entonces, debemos partir de inmediato a Forks. –anunció tío Jasper con tono decidido. –Vamos al aeropuerto a buscar el primer vuelo disponible a Seattle.

–No creo que sea tan fácil. Estamos a diez días de Navidad, es prácticamente imposible encontrar un vuelo de último minuto. –respondí.

En ese momento, se escuchó “Viva Las Vegas”, en voz de Elvis. Reconocí la melodía de mi móvil, con la que identificaba cuando VJ llamaba. El ringtone había sido una especie de broma entre VJ y yo, ya que él tenía dos obsesiones en particular: la música del Rey y viajar cada Año Nuevo a la Ciudad del Pecado.

–Mi teléfono –pronuncié, intentando dar con el lugar de dónde llegaba la melodía, mientras intentaba ignorar las cejas arqueadas de los demás. Stanislav se acercó hasta un lado de la cama donde yo había estado acostada, y con movimientos rápidos, levantó del piso el saco que había usado la noche anterior. Del interior de la prenda, extrajo mi pequeño teléfono Blackberry.

–Es el tal V.J. –pronunció con el mismo desprecio que se reflejaba en su gesto. Aún así, me tendió el aparato.

Observé mi teléfono, sin decidirme a responder o no, hasta que el timbre dejó de sonar. Casi de inmediato, la alerta de un nuevo mensaje de texto se activó. Vi que se trataba de uno de Adele.

Con dedos rápidos, accedí a mi buzón de mensajes y me sorprendí al encontrarme con doce mensajes nuevos; leí el último, el que me había mandado mi pelirroja amiga. A primera vista, me extrañó lo largo, pues Adele no se caracterizaba por ser precisamente explícita a la hora de redactar. Es más, su ortografía y gramática era un desastre, inventando abreviaturas y abusando de las “k” cada vez que podía.

A medida que leía las palabras, sentía que mis ojos se iban abriendo como platos.

–¿Qué sucede? –Preguntó Stan.

–Escucha…

Carlie, ¿dónde diablos te has metido? Traes a todo mundo en un maldito revuelo. Anoche te desapareciste sin decir adiós siquiera, dejándonos a VJ y a mi bastante preocupados, sobre todo con la aparición del tipo ese, el estirado irlandés que se puso a pelear con VJ en el Alphabet. Te hemos buscado desde entonces, y hace unos quince minutos vino la policía a preguntar por ti. Nos avisaron que encontraron tu bolso tirado en la Astor PI, junto un montón de vidrios rotos y rastros de una buena riña. Nadie sabe de ti y estoy empezando a preocuparme. VJ me dijo que tu teléfono lo tiene el “irlandés” y no sé por qué presiento que tu desaparición tiene que ver con el tipo ese. Si estas pasándotelo de maravilla en la cama con él, ok, pero ¡llámame, btch! No me tengas preocupada por nada”

–¿Quién es el… irlandés? –preguntó tío Jasper.

–Yo –respondió Stanislav, molesto. Si la memoria no me traicionaba, recordaba que Stanislav estaba orgulloso de su herencia Checa. –Parece que a los americanos les da lo mismo un país que otro… ignorant extrémní egocentrik

Puse los ojos en blanco. No podía culpar a Adele de hacerse un revoltijo con la nacionalidad de Stan, puesto que él hablaba el inglés con acento británico, pero cuando se enojaba, su inglés se tornaba duro y con una extraña mezcla de acentos difícil de identificar.

–¿Y quien es el tal VJ?

–Un estúpida molestia…

–¡No le digas así! Es mi amigo… –contesté molesta también. De pronto, me pareció extraño que mis reacciones parecieran un reflejo de las de Stan. Cuando les había contado parte de mi historia en la reserva, el dolor y la tristeza se habían hecho dolorosamente presentes en mí, y al mirar a Stanislav, era como si él pusiera comprender mi dolor, como si él hubiera sido capaz en esos momentos de sentir lo mismo que yo. Ahora, él se había molestado por la llamada de VJ y de repente, yo me sentí igualmente irritada, de un modo casi celoso, posesivo. No supe por qué, pero algo me decía que no era una simple coincidencia…

–… y que la policía esté involucrada en esto, tampoco me gusta nada. –Las palabras de tío Jasper interrumpieron el hilo de mis pensamientos. Sacudí la cabeza, intentando poner atención en lo que realmente importaba y dejar para después las tonterías. –¿Tienes algún mensaje más? –me preguntó directamente.

–Sí… pero ese es el más explícito… –dije mientras revisaba rápidamente el resto. –Me los enviaron Adele, VJ y otros de mis amigos del trabajo a lo largo de la noche. Básicamente, todos me preguntan lo mismo, que dónde estoy y que les responda de inmediato. –mi Blackberry empezó a vibrar nuevamente. –Tengo un mensaje de voz…

–¿Quién…?

–Sh… –silencié con poca delicadeza a tía Alice mientras escuchaba el mensaje. Cuando lo escuché por completo, no sabía si reír o llorar. ¡No se podía tener tan mala suerte en esta vida!.

–¿Qué pasa?

–¿Quién era?

–¿Qué te dijeron?

Les ignoré mientras buscaba el control remoto del viejo televisor que había en la habitación y lo encendía. A toda velocidad busqué el canal donde pudiera sintonizar la transmisión diferida del “Today Show”. Según el mensaje de VJ, la noticia había sido la nota principal con la que habían abierto la segunda hora del noticiero, así que tomando en cuenta la diferencia horaria, tal vez la estarían pasando en ese momento. No tardé mucho en dar con la imagen de Ann Curry sentada como todos los días frente a las cámaras del programa.

–… la policía investiga lo ocurrido en la Astor PI durante la madrugada. Fuentes dentro del Departamento de Policía informan que en las grabaciones de las cámaras de seguridad se alcanza a distinguir la pelea entre tres personas, una de las cuales presumiblemente se trata de Carlie Masen, famosa en últimas fechas por estar implicada en el caso del asesinato de Jordan Kenneth Jr.; también se menciona la aparición de por lo menos otros dos sujetos más, quienes a bordo de un automóvil Porshe de color amarillo, subieron a la fuerza a quien se presume es Carlie Masen y huyeron con rumbo desconocido.

»Amigos de la mujer, con quienes estuvo minutos ante del incidente, mencionaron que un hombre de entre 25 y 28 años, con acento irlandés o escocés….

–VJ me dejó un mensaje en el buzón de voz –dije, dejando de prestarle atención al resto de la nota. –Al parecer, mi desaparición tan misteriosa y tan repentina causó más revuelo del esperado –pronuncié mientras me llevaba las manos al rostro y las restregaba contra él con desesperación.

–Oh… –el gemido seco de tía Alice hizo que me descubriera el rostro y volviera a dirigir la mirada hacia el monitor. Sentí que abría la boca tanto hasta mi quijada tocar el suelo.

En la pantalla había una foto mía y un retrato hablado de Stanislav, acompañados de un cintillo con un número telefónico para proporcionar cualquier información que pudiera dar con nosotros.

Apagué la televisión presionando con más fuerza de la necesaria el botón en el control remoto.

La habitación se quedó sumida en un silencio vacío, mientras yo sentía que incluso había dejado de respirar. De verdad que no podía creer lo que estaba pasando, parecía un mal sueño, una pesadilla por demás bizarra.

–¿Qué hacemos ahora? –dije después de quién sabe cuanto tiempo, cuando estuve segura de que iba a poder articular coherentemente las palabras sin que me diera un ataque de pánico en el proceso.

–Esto es malo, muy malo –dijo tío Jasper con tono pausado –Esto arroja irremediablemente los reflectores hacia ti y hacia Stan… Si no tenían una excusa suficiente, ahora los Vulturi se han topado con la razón perfecta para iniciar su persecución.

No necesité preguntar el por qué, pues lo entendía a la perfección. El que Stan y yo, un vampiro y una semi-vampira salieran en la televisión en cadena nacional era malo, malísimo para la regla de “Guardar el secreto”. Y que además tuviéramos a la policía buscándonos, era casi como la guinda del pastel.

–Tenemos qué ponernos en marcha. –Agregó mi tío –¿Alguien vio a Stan o a Renesmee al llegar aquí?

–No. Yo fui quien bajó del auto ha hacer la reservación de la habitación –contestó tía Alice.

–Bien… pero aún así, tenemos que marcharnos cuanto antes. No sabemos si tienen la matrícula del auto y si ya la boletinaron a los demás departamentos de policía. –La expresión del tío se volvió concienzuda; casi podía ver los engranes de su mente trabajando mientras empezaba a trazar el plan a seguir. Recordé que durante su vida humana, el tío había pertenecido al ejército durante la Guerra Civil, así que eso de elaborar planes y tácticas era algo que no había olvidado. –Vamos a hacer esto: Alice, entregas la habitación y saldas la cuenta; mientras, Nessie y Stan vienen conmigo. Después, buscamos un lugar adecuado para dejar el auto abandonado.

Fruncí el ceño, ¿íbamos a andar a pie en pleno y soleado día? Por mucho cuidado que tuviéramos, era peligroso arriesgarnos a huir así, alguien podría ver a Stan y a mi tío y descubrir que a la luz del sol, ambos brillaban como bolas de discoteca.

–Traigo mi auto –respondió Jasper a la pregunta que no había formulado en voz alta. –En fin… Alice, nos sigues y buscamos un lugar adecuado donde podamos dejar el Porshe. Hay que cubrir las huellas lo mejor que se pueda mientras nos alejamos de New York.

–¡Pero si descubren el auto, van a checar los registros y van a descubrir que es de mi tía!

–No, el auto no es mío –respondió Alice. –Lo renté al llegar a la ciudad. Y no, no lo renté ni me registré en el Waldorf-Astoria como “Alice Cullen”… usé otro de mis alias para ello. –agregó en rápida explicación.

Bueno, por lo menos algunas cosas parecían estar a nuestro favor.

–¿Y el abuelo Charlie? –pregunté con angustia.

–Primero tenemos que alejarnos de aquí, evitar que den con ustedes dos…

–¡No! Lo siento, tío Jasper pero… Necesito saber que mi abuelo está bien, no me importa lo que pase conmigo, siempre que él esté bien… Tengo que ir allá, comprobar que él no corre peligro alguno.

Sentía que me balanceaba peligrosamente entre la razón y la histeria.

–Renesmee, escúchame –al instante, empecé a sentirme tranquila, sin esa horrible sensación de tétrica anticipación. El alocado latido de mi corazón fue bajando de intensidad, retomando al igual que mi respiración, un ritmo humanamente pausado. Supe entonces que mi tío estaba usando su don conmigo. –Te prometo que iremos a Forks a averiguar qué está sucediendo con Charlie, pero lo primero es irnos de aquí antes alguien te vea a ti o a Stanislav y terminen complicando más la situación con la intervención de las autoridades.

–Jasper tiene razón –intervino Stan –Sería una locura dejarnos llevar sin medir las consecuencias. Entiendo cómo te sientes, můj život, pero hay que pensar bien cada paso que vamos a dar. Esto se está poniendo demasiado peligroso, no sólo para ti, sino para tu familia también. –Stan tomó mi rostro entre sus manos, mirándome con sus ojos café-naranjazo. Supuse que el haber tenido que beber de mi para extraer la ponzoña había sido una especie descalabro en su camino a convertirse en “vegetariano”. Mi sangre había hecho que el iris de sus ojos se tornara de ese color.

–Mi abuelo…

–Te prometo que todo va a estar bien. Vamos ir a Forks y verás que todo estará bien… Te juro que haré lo que sea necesario para que así sea.

Le creí. Algo en sus palabras, algo en la forma en que me miraba me hizo creerle.

–¿Y cómo vamos a ir a Forks? Porque supongo que tomar un avión queda completamente descartado, ¿verdad? –Dije, girando el rostro hacia mis tíos.

–Así es. Si han boletinado tu foto y el retrato hablado de Stan, en los aeropuertos estarán más que alertados para detenerlos. Tendremos que ir en mi auto.

–Es un viaje demasiado largo… –protesté y por un instante desee tener el poder de volar o el de la tele-transportación. O.k, sonaba más a algo sacado de un cómic, pero ¡qué diablos!, mi familia estaba compuesta en su mayoría por vampiros, había estado casi-casada con un licántropo, así que ¿quién podría decirme que los super-héroes no existían?

–Si te digo que viajaremos a “velocidad Cullen”, ¿sería suficiente para ti?... Bueno, manos a la obra. Alice, ve a entregar la habitación. Renesmee y Stan, recojan todas sus cosas y asegúrense de no dejar algo que indique que ustedes estuvieron aquí. Con suerte, podemos estar al anochecer en Forks.

Parpadeé un poco sorprendida. Según el reloj de mi Blackberry, eran las 8:26 de la mañana, eso significaba que mi tío pensaba realizar en menos de doce horas un viaje que por lo menos tomaba día y medio en carretera.

Nos pusimos en movimiento; tía Alice fue ha hacer su parte, mientras tío Jasper checaba que los alrededores estuvieran despejados. No quería levantar sospechas ni que alguien nos viera a Stan y a mí y pudiera reconocernos.

Realmente no había mucho que recoger, pues ni Stan ni mi tía o yo habíamos salido de Nueva York con todo y el equipaje. Di con las prendas que Adele me había prestado la noche anterior, y no pude evitar arrugar el gesto al darme cuenta el deplorable estado en el que habían quedado. Las enrollé y las metí en una bolsa de plástico, consiente de que ya no había mucho que hacer por ella. Una vez lejos de Gary, buscaría un depósito de basura dónde arrojarla, mientras tanto, la llevaría conmigo. Tal vez pecaba de paranoica, pero no estaba dispuesta a dejar ni un solo rastro o huella de mi presencia. Así lo había dicho tío Jasper, y él era el experto en estos casos, había que hacerle caso.

–¿Lista? –preguntó Stan mientras se ponía nuevamente el arrugado saco negro.

–Sí. Ya tengo todo en esta bolsa.

–No olvides la bolsa de la hamburguesa. –Dijo señalándome con la cabeza hacia la mesita donde mi tía había puesto la comida. Seguramente la hamburguesa y las papas estarían frías. –Después de todo, necesitas alimentarte.

–Estoy bien… tú sangre me sirvió. Gracias.

Stan encogió los hombros, quitándole importancia al asunto.

–¿Y tú?

–¿Yo?

–Sí, tía Alice dijo que te podía sentir hambriento y… bueno, no sé si habrá tiempo de detenernos de camino a Forks para que puedas alimentarte.

–Estoy bien. Tú sangre también me ha hecho bien, aún cuando iba acompañada con el veneno de Afton.

Quise preguntarle si había algo detrás de nuestro intercambio de sangre. Aún no se me quitaba de la cabeza de que había algo que me estaba perdiendo, sobre todo por la forma en que mis tíos habían intercambiado miradas cuando tío Jasper se enteró de lo que Stan había hecho por mí.

Justo cuando iba a abrir la boca, la alerta de un nuevo mensaje en mi Blackberry vibró nuevamente.

–¿Quién es?

–VJ… “Llámame, estoy preocupado por ti…” –leí con la voz seca. Odiaba tener a mis amigos preocupándose por mí.

–Vaya, sí que se preocupa por ti el… tipo ese.

–Supongo… es un buen amigo. Al igual que Adele.

–Mmm… ¿y tengo qué preocuparme por él? –aunque trató de darle un tono casual a su voz, pude detectar el interés tras su pregunta. O mejor dicho, más que detectarlo, pude “sentirlo”.

–¿Preocuparte? Creo que no te sigo.

–¿Qué hay entre ustedes dos?

–Oh… ya veo por dónde vas –dije con una sonrisa torcida. –No sé por qué habría de importarte mi relación con VJ.

–¿No? –preguntó irónico –Creí que había sido bastante claro esta mañana…

–Si lo dices por… yo… –carraspeé, nerviosa –Yo… supongo que… No sé, creo que me sentía algo confundida y…

–Si vas a salirme con la patética excusa de “no sabía lo que hacía, estaba fuera de mí”, por favor, ahórratela. –Stanislav caminó con lentitud hacia mí, con la misma languidez de un puma a su presa antes de atacarla. Sentí su fría respiración contra el lóbulo de mi oreja izquierda, mientras mis sentidos emprendían el acelerado y errático ritmo. Pero esta vez no era de miedo, sino de un sentimiento totalmente opuesto y carnal.

–¿Entonces? –pronuncié con voz grave, luchando por todos los medios que no notara la agitación de mi respiración.

–Preferiría la verdad, milovaný, preferiría que reconocieras lo que hay entre nosotros.

–¿Para qué? Hace tiempo dijiste que entre nosotros no había nada duradero. Que nuestra historia no tenía futuro… que era algo sin ataduras ni remordimientos.

–Me equivoqué…

–Te fuiste. –Dije con obstinación, sin girar el rostro para mirarle.

–Me dejaste ir… tú ibas a dejarme. Sólo me adelanté a los hechos.

–Pudiste… –cerré los ojos por un instante, molesta. Había estado a punto de decir “pudiste haberte quedado y pelear por mí”. –No tiene caso hablar de esto… no tiene caso ni es el momento.

–Tienes razón, no es el momento. Pero vamos a hablar, de eso puedes estar segura, moje sladká láska.

–¡Diablos, Stan!, ¿podrías hablar en un idioma que yo entienda? Me choca no saber lo que dices. –exploté, girándome al fin para quedar frente a frente con él. Su mirada se enlazó a la mía, como una corriente magnética, haciéndome imposible apartar los ojos de los de él. Si es que lo hubiera intentado siquiera.

–Pronto, milovaný, lo entenderás… Sólo que ahora hay cosas que yo necesito decir, pero que tú todavía no estás lista para escuchar.

–¿¡Cómo…!?

–Stan, Nessie, todo está listo. Es hora de marcharnos.

Tío Jasper nos llamó desde el umbral de la habitación, metiéndonos prisa para ponernos en marcha. Supuse que tendría que dejar para después mi conversación con Stanislav; por el momento, tenía que concentrarme en salir rápida pero discretamente de ahí.

Tío Jasper había estacionado su Ferrari 612 Scaglietti negro justo fuera de la habitación. Con un rápido vistazo, me di cuenta que habíamos a parado en una especie de motel a las afueras de Gary. Estábamos en la parte de atrás del lugar, y parecía que no había nade en las habitaciones cercanas, ya que no había ningún otro vehículo aparte del de mi tío.

–Será mejor que tú y Stan suban a la parte de atrás del auto. Aunque el polarizado hace casi imposible que la gente vea hacia el interior del coche, más vale prevenir que alguien pueda verles.

–¿Y tía Alice? –pregunté una vez dentro del lujoso automóvil y con el cinturón de seguridad bien puesto.

–Nos encontraremos con ella unas cuadras más adelante… ¿Listos?

Asentí mecánicamente, porque sinceramente me sentía todo menos lista, precisamente. Cerré los ojos, reclinándome por completo contra el respaldo de piel color crema del auto. Era increíble que en menos de tres semanas, hubiera pasado de una simple y anónima habitante de Nueva York, a sospechosa de un crimen; después, a presa de una banda de vampiros italianos, y ahora, una presunta fugitiva de la justicia.

Tendría suerte de no perder la razón si a eso le sumábamos la incertidumbre por el abuelo Charlie, la aprehensión por el reencuentro con mis padres y el miedo que sentía de poner un pié nuevamente en Forks después de todo el desastre que había dejado tras de mí. ¡Ah! Sin olvidar la reaparición de Stanislav, que parecía decidido a meterse en mi vida a como diera lugar.

Iba a necesitar un milagro para que no terminara perdiendo la razón con tantas cosas… y sobre todo, en esos momentos, necesitaba un cigarro para mitigar la enorme bola de nieve en la que se habían convertido mis emociones. ¡Bonito día se le había ocurrido a tía Alice para que yo empezara a dejar de fumar!

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