Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

domingo, 30 de octubre de 2011

Hola, después de tanto tiempo....

Hola, como están???
Ya sé, ni cara tengo para venir después de tanto tiempo, pero es lo menos que puedo hacer después de tanto apoyo y cosas lindas que he recibido de tod@s ustedes.


He andado bastante perdida, lo sé, pero estos meses han sido una verdadera locura en mi trabajo; una cosa bastante dura y stressante (en menos de 3 meses, han renunciado 10 personas por lo difícil que se nos ha puesto con el nuevo jefe), así que he andado tan con la cabeza loca que no he podido concentrarme en nada que no sea mi trabajo en el banco.

Mi historia va a seguir, eso se los prometo. No es como que deje tirado el trabajo de tantos meses y sobre todo, el apoyo que me han brindado y el aguante que me han tenido. Espero que las aguas se calmen en mi trabajo y que mi Computadora personal sobreviva a la terapia intensiva a la que ha sido somentida (se le fundió la fuente de poder y el disco duro) desde hace casi un mes.

Espero prontito regresar en lo que nos quedamos, sobre todo, porque ya es la recta final.... se me han ocurrido algunas cosas que tengo que pensar muy bien y darle forma. Y de antemano aviso: probablemente no deje contant@s a much@s.

Saludos y un abrazo a tod@s mis querid@s lectores y lectoras

lunes, 11 de julio de 2011

ESCAPE

Estábamos en un cruce de calles, con apenas un par de farolas iluminando alrededor. A simple vista, aquello parecía solitario, aunque no podía asegurarlo. Tal vez fuera lo bastante tarde para que la gente estuviera durmiendo, o que el frío los hubiera orillado a buscar el cálido refugio de sus hogares.

–Pensaron que iban a poder escapar, ¿no? –pronunció burlón el Vulturi, mientras nos miraba con esos ojos escarlatas teñidos de perversa diversión –Lástima para ustedes que el apeste a “rata traidora” sea tan fácil de detectar.

Estuve a punto de soltar una retahíla de palabrotas. No podía ser que tuviéramos tan mala suerte, era como si los dioses hubieran decidido escupir sobre nosotros una maldición tras otra. ¿Sería tan difícil que por una vez, las cosas nos salieran bien?

–Vete –me gruñó Stan mientras su cuerpo iba tomando una clara posición de ataque. Con un movimiento violento, se arrancó el antifaz que llevaba puesto. Al final, de nada había servido nuestro intento por pasar desapercibidos.

–No –negué, tozuda. Estaría loco si pensaba que le dejaría ahí y que yo me pondría a correr como loca por las desconocidas calles de ese barrio tan peligroso. Y mucho menos cuando iba vestida como prostituta.

–¡Vete, hazme caso por una maldita vez!

–Pero…

–¡Largo!

Apenas di una especie de brinquito hacia atrás, sorprendida por el furioso grito; mi instinto de supervivencia me decía que no fuera tonta y que huyera de ahí a toda velocidad, tan rápido como mis piernas lo permitieran; mi corazón me instaba a mandar por un tubo por enésima vez los deseos de Stan y quedarme a su lado a pelear. Después de todo, esta vez era un Vulturi contra dos, bueno, contra uno y medio de nosotros. Se podía decir que teníamos algo de ventaja.

–Por lo visto, no puedes controlar a tu humana… bien, me ahorran el trabajo de tener que matarte primero y perseguirla después.

–Renesmee…–pronunció en tono de advertencia.

–De ninguna manera –respondí molesta. ¿Por qué insistía en verme como una frágil florecita? De eso nada.

Esperé la airada respuesta de Stan, pero fue Afton quien respondió con una sonora carcajada antes de abalanzarse sobre nosotros, o mejor dicho, sobre mí. Con un largo salto, el Vulturi intentó caer justo a un lado de donde yo estaba parada; pero Stan fue mucho más rápido para adivinar las intenciones de aquél, así que con un movimiento veloz, me empujó hacia un lado con muy poca delicadeza, tomando mi lugar. Caí violentamente sobre el pavimento, llevándome un par de raspones en el proceso.

–¡Stan! –grité, nerviosa, intentando alertarlo del inminente ataque de Afton.

No fue necesario, Stan estaba en completo estado de “atacar y matar”.

Todo fue tan rápido, que durante un momento me costó enfocar la mirada en ellos y registrar lo que estaba sucediendo. Stan y Afton se movían a una velocidad irreal, luchando uno contra otro. Mientras veía, o mejor dicho, mientras intentaba ver como se atacaban y cómo se repelían, el corazón me latía aceleradamente, con temor de que Stan pudiera salir mal parado en la pelea con el Vulturi.

Como una inspiración y sin medir las consecuencias realmente, me aventuré a meterme entre ellos, intentando ayudar a Stan contra Afton. Me levanté y tomé impulso para emprender una furiosa carrera contra el cuerpo del Vulturi, trepándome en su espalda y mientras me sostenía a él enroscando con fuerza las piernas en su torso, empecé a darle de golpes erráticamente con mis puños cerrados y uno que otro jalón de pelo. Los golpes caían sin ton ni son, y realmente no podía decir a ciencia cierta qué tan efectivo era mi ataque a pesar de que intentaba hacerle daño desesperadamente.

–¿¡Qué demo…?! –el Vulturí pareció desconcertado. Pero la sorpresa de su rostro apenas si duró un minuto, antes de mirarme y trasformar su mueca en un rictus burlón. –Estúpido bicho…

Y sin mucho esfuerzo, se deshizo de mí, lanzándome sin misericordia por los aires, estrellándome contra el frío pavimento nuevamente. Todo se puso negro. No sé si fue un simple parpadeo o si realmente me habían sacado de combate por quién sabe cuanto tiempo, el caso es que abrí los ojos y me quedé un momento contemplando el cielo nublado y sin estrellas; fruncí el ceño, confundida, y de inmediato entendí que estaba tirada como una muñeca de trapo. Me sentía también un tanto sofocada. Con la fuerza del impacto, todo el aire de mis pulmones debía haber salido expedido. Como pude, me incorporé a gatas primero para quedar de rodillas sobre el suelo. Me palmeé rápidamente el cuerpo, para asegurarme que no me había roto nada después de azotar como costal de papas. Sentí un que algo se deslizaba por mi piel; era un hilito de sangre. Había caído sobre unos trozos de vidrio, haciéndome otro corte en el brazo, un par de centímetros más a la derecha del brazo y más largo que el que me había hecho la Señora; un pedazo grande se me había incrustado en la piel, me lo quité bruscamente con los dedos de la otra mano. Sangraba de ambas heridas, mientras me descubría sendos raspones en los brazos y las palmas de las manos.

Genial”, pensé, “Otro par de magulladuras que agregar a mi colección”.

Como pude, me limpié la sangre contra la escasa tela de mi vestimenta, intentando parar el brote. Froté el brazo contra la tela de la falda un montón de veces, hasta que me pareció que ya no sangraba, o por lo menos, ya no sangraba tanto. Decidí levantarme, pero mientras luchaba con esas horrendas botas para poderme poner de pie sin romperme nada más en el proceso, el hueco sonido de algo estrellándose contra la pared llamó la atención. Desvié la mirada frenética, de un lado a otro, buscando qué había sido eso.

Se trataba de Afton, quien prácticamente se encontraba incrustado contra el muro de un viejo edificio; el golpe había provocando un par de serias y largas grietas sobre la pared, incluso, había restos de cemento y ladrillos esparcidos sobre la acera.

Stan tenía el brazo derecho ligeramente extendido en dirección del Vulturi; rápidamente comprendí que era una de esas escasas veces que utilizaba su don. Y lo estaba usando para inmovilizar a su presa.

–Aunque me mates, esto no acaba para ustedes –pronunció Aftón. A pesar de que evidentemente estaba en desventaja, había qué admirar que no perdía la bravuconería, no mostraba miedo, al contrario, estaba cabreadísimo por haberse dejado atrapar –Aro se va a encargar de que su muerte sea deliciosamente lenta y dolorosa.

–Puede intentarlo, pero el infierno se congelará antes de que permita que le ponga las garras encima a ella. –Supuse que con ese “a ella”, se estaba refiriendo a mí; Stan empezó a avanzar hacia el Vulturi, con lentitud, recordándome a la manera en que las arañas van por sus presas una vez que éstas son atrapadas en sus redes.

Sabía que era lo que se avecinaba. No se necesitaba ser muy inteligente para deducirlo. Una parte de mi, quería cerrar los ojos, desviar la mirada para no ver la brutalidad de la muerte de Afton; pero había otra parte, una mucho más fuerte, que ansiaba presenciar cómo Stan se encargaría de destrozarle, ver que por primera vez uno de ellos caía. Era como si con la muerte de uno de ellos pudiéramos vengar a nuestros muertos. Quería su sangre, quería su muerte, y que el cielo me perdonara, pero quería disfrutar su dolor. Pudo más mi sed de venganza, me quedé mirando fijamente lo que sucedía, con los ojos bien abiertos, lista para no perderme ningún detalle.

Stan inclinó la cabeza de su presa con brusquedad, dejando expuesta la piel del cuello; clavó sin el menor titubeo o misericordia sus dientes en él, desgarrándole mordisco a mordisco. Solo un furioso bufido fue todo lo que se permitió expresar el Vulturi. Ni una súplica o ruego, ni un intento de detener a su asesino. El vampiro se atenía a su férreo orgullo, incapaz de implorar por su vida. Stan no tardó mucho en arrancarle la cabeza. El cuerpo se desplomó a los pies de Stan, quien se agachó y empezó a revisar la vestimenta de Aftón, buscando algo. De entre las ropas del vampiro extrajo algo color plata, parecido a un encendedor zippo; lo revisó y empezó a soltar un montón de palabrotas en checo.

–¿Qué? –pregunté, sorprendida por su reacción.

Antes de volverse hacia mí, se limpió los labios contra la manga de la camisa.

–Trae un rastreador GPS, no tardarán mucho en dar con él. Hay que largarnos de aquí, pero primero tenemos que buscar dónde podemos deshacernos del cuerpo.

¿Qué demonios hacía un vampiro con un rastreador? Buena pregunta, pero no había tiempo para eso, así que me concentré en buscar con la mirada algo, un callejón oscuro, un basurero inmundo, algo donde pudiéramos acabar con el cuerpo de esa escoria. En mi rápida búsqueda visual, me pareció advertir que se habían movido las cortinas de una de las ventanas del edificio donde Stan había estampado a Afton. Pero no estaba segura, pues todo el lugar estaba tan oscuro y ruinoso, que más bien parecía deshabitado.

–A-a-allá hay un… un depósito de basu-sura –Señalé con la cabeza hacia unos metros delante de nosotros. No sé si era la adrenalina o que el frío de la noche empezaba a calarme, pero de pronto parecía que mi lengua se había trabado. Stan notó mi titubeo, me miró de una forma extraña, pero no dijo nada, simplemente desvió la mirada hacia el lugar que le había indicado.

Ignorando de momento la cabeza de Afton, se inclinó para echarse a cuestas el cuerpo inmóvil del vampiro. Con el rostro inexpresivo, avanzó con decisión hacia el contenedor, dejando caer la carga sin mucha consideración. Apoyó las manos sobre el borde, tomó impulso y se metió dentro también. Solo podía ver una parte de su cabeza, supuse que estaría viendo la mejor forma de ocultar el cuerpo; en eso, escuché una especie de crujido, como el que se produce al partir las ramas secas de un árbol. Stan estaba destrozando el cuerpo del Vulturi.

La cabeza seguía donde la había dejado Stan. Con pasos titubeantes, me acerqué un poco a ella, pero no me atreví a tocarla. No pude evitar recordar la muerte de Embry Call aquella fatídica noche, hacia poco más de 4 años atrás. Su muerte había sido tan brutal como la de Afton; sin más, mi mente hizo un rápido recorrido por la historia sangrienta de la caza de los Vulturi contra mi familia. Era inconcebible tanta barbarie, todo por una enfermiza obsesión de Aro.

Un ligero silbido me sacó de mis cavilaciones, devolviéndome a la realidad. Giré el rostro en dirección donde provino el sonido. Había sido Stan quien me llamaba. Con un ligero movimiento de los dedos de su mano derecha, me indicó que me acercara hacia él.

–Necesitamos algo para quemar el cuerpo de Afton, así que voy a echar un vistazo en alguno de estos edificios a ver si puedo encontrar un encendedor o unos fósforos. –Susurró una vez que llegué a su lado.

–¿!Estas loco?! –chillé un par de octavas más de lo normal –Alguien te puede ver, ¿y entonces qué?

–¿Y qué hacemos entonces? ¿Nos llevamos la cabeza y dejamos el resto del cuerpo para que alguien lo encuentre y descubra un cadáver de piel inexplicablemente brillante a la luz del sol? Si tienes una idea mejor, o un encendedor guardado en algún lugar, adelante…

Guardé silencio, pues no tenía ni lo uno ni lo otro. Aún en esos momentos, la regla de proteger el secreto de la existencia de los vampiros había qué respetarse.

–Trataré de no tardar demasiado. Quédate aquí.

–¿Y qué hago con la cabeza…?

–Ve por ella y trata de esconderla en alguna parte, pero no se te ocurra ponerla junto al resto del cuerpo, a menos que quieras que nuestro amigo empiece a dar guerra otra vez.

–Ya sé, no soy tan tonta.

–No, sólo muy necia. –pronunció molesto, antes de desaparecer delante de mis ojos.

Más a fuerza que con ganas, regresé hasta donde se había quedado la cabeza de Aftón. Con asco, traté de agarrarla del pelo con la punta de los dedos, como si se tratara de algo realmente pestilente y nauseabundo. Pero la cabeza pesaba más de lo que imaginaba, así que venciendo mi remilgo, la tomé entre mis manos.

Si alguien me viera, con esta pinta de prostituta de cuarta y cargando una cabeza dizque humana, ¿qué es lo que pensaría”?, pensé. Esa noche ya había tenido más que suficiente, de verdad que no quería agregarle un problema nuevo.

Busqué con la mirada alguna parte donde pudiera esconder mi pesada carga en lo que llegaba Stan, pero no se me ocurrió nada. Al llegar junto al contenedor, opté por ponerla en la parte de atrás, oculta de cualquier vistazo rápido.

Justo cuando terminaba de ocultarla, un ruido seco se escuchó a mi lado. Stan había regresado. Eso sí que había sigo rápido. Volví el rostro hacia él, y nada más mirar la manera en que fruncía el ceño supe que había más problemas.

–¿Y ahora qué?

–Tenemos qué irnos. –pronunció mientras encendía un fósforo tras otro y lo tiraba dentro del contenedor de basura. El cuerpo de Aftón empezó a arder rápidamente.

–¿Pero qué…?

–Se acerca la policía –sus movimientos eran mucho más rápidos de lo normal; era obvio que quería alejarse cuanto antes de ahí. –¿Dónde está la cabeza?

–A un lado… –intenté inclinarme hacia el lugar donde la había puesto, pero Stan fue más rápido. Se agachó y la agarró fácilmente con una mano antes de echarla en el contenedor.

–¡Vámonos!

–¿Qué está pasando?

–No sé, pero escucho las sirenas de un par de patrullas policiacas, y están cerca de aquí.

Quise replicar algo, pero mi oído detectó a la distancia el sonido de las sirenas. Y segundo a segundo, sonaban más cerca; era como si vinieran en nuestra dirección. Solté una grosería que haría enrojecer a un pirata borracho. Stan me miró ceñudo.

–Hace rato me pareció ver movimiento en una de las ventanas del edificio. No estaba segura, pero…

–¡Souložit!

Con un ademán un tanto brusco, Stan me agarró de la mano derecha y empezó a correr, obligándome a seguirle a un ritmo que se me antojaba monstruoso.

–Necesito que corras más a prisa –me ordenó, cuando llevábamos unas cinco o seis calles recorridas.

– Hago lo que puedo, pero estas botas no me ayudan a seguirte el ritmo

»¿No sería más fácil que me cargaras y te fueras a “súper velocidad vampiro” por los tejados? Podríamos salir más rápido de aquí. –

–No es tan sencillo

–¿Por qué?

–¿Recuerdas que Aftón traía un rastreador? –asentí –Bueno, la guardia utiliza esos dispositivos cuando va en misiones de “reconocimiento” a territorios enemigos; lugares donde ellos no tienen gente de confianza vigilando; en las misiones y aún contando con Dimitri, el rastreador más infalible de la guardia, se nos obligaba utilizar estos dispositivos a todos, para poder sincronizar nuestros movimientos y saber exactamente en donde estábamos ubicados, sobre todo si era necesario que el grupo permaneciera disperso.

»Debieron percatarse que Aftón se alejó del burdel y que permaneció demasiado tiempo en su última ubicación; además de que la señal debió perderse cuando destruí el aparato. Irnos por allá –pronunció mientras con el dedo índice señalaba hacia los techos de las construcciones– podría ser peligroso. Podríamos toparnos con alguien más de la guardia. Es más difícil que nos ataquen en la calle, con humanos que pudieran ser testigos de lo que llegara a pasar.

»Así que, tienes que esforzarte más

–Ok … ¡AAAAYYY! –El delgado tacón de una de las botas se atoró entre el adoquinado de la calle, haciendo que mis talones flaquearan y terminara tambaleándome sin gracia.

–¿Estás bien? –Asentí, mientras me aseguraba que no me había roto o torcido el tobillo –Será mejor que subas a mi espalda y te lleve el resto del camino. No quiero que termines con un tobillo fracturado.

Stan estiró su mano para levantarme y ayudarme a trepar en su espalda. Estiré ambos brazos hacia él, olvidándome por un momento de los cortes que tenía en el brazo izquierdo. No sé si fue el aroma, o los manchones rojos, o ambas cosas, el caso es que no pasó desapercibido de Stan. Con el ceño fruncido, revisó mis brazos, descubriendo además de los cortes, algunos otros raspones.

–Estás sangrando. ¿Por qué no me habías dicho nada? –Detecté en su voz que estaba enojado.

–Pues… no sé… estaba más preocupada por correr de los Vulturi y de las patrullas que por un momento olvidé que estoy hecha una piltrafa. –escupí con sarcasmo.

–¡Debiste habérmelo dicho!

–No me grites. Ya te dije que…

–Sí, sí –bufó –Pero tu sangre… Si tienes heridas abiertas, es seguro que hayas dejado residuos de sangre por todos lados. Es como si les hubieras dejado un rastro de migajas directo a nosotros. Jane conoce tu aroma, y sería muy fácil para ella dar contigo. Es más, es probable que uno de ellos ya esté detrás de nosotros.

»Si me hubieras hecho caso y hubieras huido cuando te lo pedí, nada de esto estaría pasando.

–Intenté ayudarte. Por lo menos un “gracias” no estaría de más.

–¿Y de qué sirvió tu ayuda? Disculpa, pero no se puede decir que le hayas hecho daño a Aftón, y lo único que conseguiste fue terminar hecha una tristeza. ¡La misma princesa terca de siempre!

Odiaba cuando Stan me llamaba “princesa”; eso significaba que había hecho o dicho algo que, a juico del perfecto y magnánimo Stanislav Masaryk, podía caer en la categoría de “estupidez suprema, infantil e inconsciente”. Aunque papá me decía así de vez en cuando de forma cariñosa, lo cierto es que gracias a Stan había llegado a detestar esa palabra. Ok, tal vez no le había hecho ningún daño a Aftón, pero había intentado ayudar, eso debía de contar en algo, ¿qué no?

Le lancé una mirada furiosa mientras liberaba mis brazos de su contacto; estuve a nada de hacerle una seña bastante obscena con el dedo medio de ambas manos. Pero me detuve a tiempo, de nada servía hacerlo enfurecer más. Estábamos bajo demasiado stress y esa noche habíamos pasado por mucho. Éramos un par de ollas de presión a punto de explotar.

–Déjame ver eso otra vez… –me ordenó con contenida furia.

–Ya las viste.

Stan masculló algo realmente incomprensible mientras tomaba mi brazo herido con poca delicadeza.

–El corte es profundo, necesitas un médico que te de puntos.

–Aja… sabes que eso es imposible, ¿verdad? –Asistir a un hospital era algo prohibido para mí, por mi condición de mitad vampiro, mitad humana. Las poquísimas veces que había tenido que recurrir a un médico, el elegido había sido el abuelo Carlisle. –Ni modo, tendré que arreglármelas con una bandita y un poco de alcohol.

Iba a replicar algo, cuando el sonido de una patrulla se escuchó demasiado cerca. Veloz, Stan me arrastró con él para protegernos en las sombras de un callejoncito. Guardamos silencio mientras la sirena iba alejándose del lugar, hasta convertirse en un susurro apenas audible.

–Menos mal que esta camisa no es mía y que es horrenda –pronunció mientras escuchaba el característico sonido de la tela rasgándose. –Esta noche he tenido qué destrozar dos de éstas por ti.

Con manos diestras improvisó un nuevo vendaje sobre mi brazo. Al paso que iba, era muy probable que terminara completamente vendada como momia egipcia. Mientas acomodaba el trapo sobre la herida, volteaba hacia arriba, vigilante. Traté de agudizar mi vista y mi oído también, intentando descubrir si algún otro Vulturi había logrado localizarnos y seguirnos. Pero no percibía nada, todo estaba inquietantemente tranquilo.

–Esto tendrá qué servir en lo que conseguimos un médico que te vea.

–Podrías hacerlo tú. Si mal lo recuerdo, estudiaste medicina en tu vida humana.

–Eso fue hace mucho tiempo.

–Pero lo que bien se aprende, no se olvida. Además, no sería la primera vez que me curas las heridas. Lo hiciste en Italia, cuando me secuestraron hace unos años.

Stan no respondió nada, simplemente se limitó a lanzarme una complicada mirada. Se arrancó la otra manga, guardando el pedazo de tela en uno de los bolsillos traseros.

Para no dejar más pistas en caso de que los Vulturi nos vengan siguiendo”, adiviné.

Con un simple gesto, Stan me indicó que me trepara en su espalda, cosa que hice sin mucho esfuerzo. Me concentré en aferrarme fuertemente a él y en estar atenta a cualquier indicio de que alguien nos estuviera siguiendo. Duramos un buen rato así, en silencio mientras avanzábamos a prisa. De pronto, justo al alcanzar el cruce en una esquina, Stan detuvo su carrera mientras me deslizaba por su espalda para ponerme de pie.

–¿Y ahora qué? –protesté ceñuda.

–Esta es la calle más transitada del barrio, hay mucho movimiento en ella. Si te llevo cargada a mi espalda, vamos a llamar demasiado la atención.

–¿Qué hacemos ahora?

–Nada. Nos mezclaremos entre el resto y trataremos de llegar a casa lo más pronto posible.

¿Qué no quería llamar la atención? Bueno, yo vestida de la forma en que iba y él, con la camisa sin mangas y en la espalda decorada con un montón de estoperoles, parecíamos una prostituta de cuarta y su “chulo” después de una larga jornada de trabajo.

No habíamos avanzado mucho sobre la calle cuando algunos tipos empezaron a gritarme y silbarme. No se necesitaba dominar el checo al cien por cien para imaginarme lo que me decían.

Cerdos pervertidos”, murmuré para mí, enojada y desesperada por quitarme ese maldito disfraz de encima.

Stan me rodeó con su brazo derecho por los hombros. Los gritos pararon y agradecí el gesto; ya era bastante duro ir por ahí con esa vestimenta que apenas me cubría el cuerpo como para tener que tolerar, además, las groserías de los hombres que frecuentaban ese barrio. También, en esa posición, el cuerpo de Stan me permitía esconder los vendajes y evitar cualquier mirada indiscreta.

–¿Estás bien? –me preguntó, con la vista fija al frente, intentando parecer relajado cuando en realidad distaba mucho de ello.

–Podría estar mucho peor, así que…

Le dirigí una rápida mirada, mientras él simplemente guardaba silencio, con el rostro completamente impasible.

–No debí gritarte allá atrás. –Dijo al fin, aunque realmente no había un “lo siento” o un “perdón” de por medio.

–Exacto, no debiste.

Esperé una explicación más larga, pero nada, solo silencio.

Y más silencio. Eso sí, a cada paso, acelerábamos un poco más, intentando deslizarnos de una forma rápida y sin llamar la atención, aunque alertas a cualquier movimiento extraño.

–¿Crees que nos sigan? –Dije, un poco harta del silencio entre nosotros.

– No lo sé. He estado alerta, intentando descubrir algo raro, cualquier cosa que me indique que ellos vienen tras nosotros. Pero aparentemente, estamos teniendo un poco de suerte esta vez.

Guardamos silencio nuevamente y seguimos nuestra marcha, dando lo que me pareció, un montón de rodeos, como si las calles del barrio fueran un enorme y complicado laberinto. Dejé de preocuparme sobre hacia donde nos dirigíamos. Hacía bastante tiempo que me había desorientado por completo; podíamos estar ya en otro barrio o en otra ciudad y yo no me habría dado cuenta. En algún momento, apoyé mi cuerpo en él, descansando mi cabeza en su hombro. Me empecé a sentir un poco cansada; supuse que mi cuerpo al fin había llegado a su límite entre el largo viaje desde América, el stress de los días pasados y, sobre todo, lo que habíamos tenido qué pasar desde el momento en que llegamos al burdel. Para colmo de males, mi mente parecía que al fin empezaba a procesar todo lo que había ocurrido esa noche, todo lo que había descubierto por medio de la Señora. Pero tenía qué hacer un esfuerzo para no pensar en eso, o por lo menos no en esos momentos. Primero era la sobrevivencia; ya que me asegurara que habíamos logrado huir y que iba a ver la luz de la mañana siguiente, ya entonces permitiría que mi mente enloqueciera con tanta información.

No me di cuenta en qué momento las calles se habían vuelto solitarias, perdiendo el aire sórdido característico de Perlovka; al fin el escenario me parecía ligeramente conocido. Estábamos a una cuadra del edificio donde Stan tenía su departamento.

Apretamos el paso, mientras Stan y yo echábamos miradas alrededor. No fue necesario que alguno de los dos lo dijera, los dos teníamos lo mismo en mente: no podíamos cantar victoria aún, cabía la posibilidad de que si algún Vulturi nos seguía, decidiera salirnos al paso en cualquier momento.

Al llegar a la entrada del edificio, Stan marcó un código en el teclado que estaba junto a la puerta principal, y ésta se abrió al instante dejándonos acceder al interior. Aunque no se podía decir que era mucha la diferencia, mi cuerpo recibió con gratitud del ligero cambio de clima. No había querido decir nada para no parecer una niña remilgosa, pero me estaba congelando. Aunque mi temperatura corporal rondaba normalmente por los 39 grados centígrados, la verdad es que el frío de la madrugada había empezado a calarme hasta los huesos. Es más, creía empezar a ver un suave tinte azulado en mi pálida y blanca piel.

–Ve arriba –me ordenó mientras me extendía un par llaves extraídas del bolsillo de su pantalón.

–¿Y tú? –fruncí el ceño, mientras tomaba el llavero de su mano.

–En un momento subo. Voy a checar un par de cosas y te alcanzo en el ático.

–Pero…

–Anda. –Hizo un ligero movimiento con su cabeza, para enfatizar su petición.

No tenía ganas de discutir por una tontería. Así que encaminé mis pasos rumbo a la escalera, con los hombros caídos de cansancio. Mi cuerpo empezaba a resentir todo a lo que lo había sometido en los últimos días. Me sentía cansada, débil y hambrienta. Bebiendo se me pasaría, estaba segura. El problema es que no tenía forma de salir y cazar un sabroso venadito o un enorme oso pardo. No sabía qué tan lejos estaría de un bosque o que tipo de fauna habría por ahí.

–¡Oye! –me detuvo antes de que subiera el primer escalón siquiera. Giré el rostro sobre el hombro para ver qué es lo que quería. –Será mejor que te metas a la ducha y te des un buen baño. Es necesario limpiar esas heridas antes de curarlas.

Lancé un gruñido y emprendí la subida hasta el último piso donde estaba el departamento de Stan. Sinceramente, lo único que quería era quitarme la ropa y dejarme caer sobre el colchón para dormir un par de horas. No tenía ganas de meterme a esas horas y con ese frío debajo del chorro del agua, y menos cuando sabía que me las cortadas y raspones me iba a arder con ganas al primer contacto con el agua y el jabón.

Alcancé el último escalón del sexto piso y di un par de pasos para llegar a la puerta. Introduje la llave en la cerradura y nada más abrir la puerta, encendí el interruptor de la luz, buscando iluminar el oscuro lugar. Me quedé parada en le marco de la puerta por un momento, dando un rápido vistazo para asegurarme que no había nadie esperando dentro. Tal vez estuviera rayando en la paranoia, pero tenía que asegurarme de que ningún Vulturi nos había estado siguiendo durante el camino de regreso y había esperado a atacaros una vez dentro del apartamento.

No pude reprimir un suspiro de alivio al recorrer con la mirada el minúsculo departamento y descubrir que estaba vacío, tal como lo habíamos dejado horas antes de partir al burdel de las Erinias. Cerré la puerta y avancé hasta la cama, dejándome caer de espaldas sobre el colchón como un costal viejo. Me quedé recostada, intentando poner en blanco la mente, sintiendo cada músculo de mi cuerpo adolorido, escuchando el alocado latido de mi corazón y contando cada exhalación.

Lo logramos

Habíamos salido ilesos de la visita a la Señora. Habíamos podido eludir a Jane; habíamos logrado escapar de Afton y acabar con él. Lo habíamos hecho, habíamos sobrevivido un día más.

Cerré los ojos un momento, intentando relajarme un poco después de tanta locura en una sola noche. Había estado desesperada por quitarme esa minúscula ropa y el grotesco maquillaje, tenía la piel erizada por el frío, pero mi cuerpo parecía no querer mover un dedo fuera de la cama.

Según Stan, debía darme una buena ducha para limpiar las heridas de mi cuerpo antes de curarlas. Tal vez tuviera razón, pero no me sentía con fuerza ni siquiera para quitarme los improvisados vendajes. Permanecí con los ojos cerrados un poco más.

No escuché que la puerta se abriera, ni algún ruido que indicara que Stan había llegado al fin. Me vine enterando cuando un fuerte ardor en el brazo izquierdo me empezó a escocer sin piedad.

–¡Aouch! –grité mientras me sentaba con rapidez sobre el colchón e intentaba zafar el brazo de aquello que lo aprisionaba.

Ese “algo” eran las manos del vampiro checo de mis sueños y pesadillas.

–¡¿Qué demonios haces?! –protesté mientras abanicaba la mano derecha sobre el brazo izquierdo, intentando calmar el ardor.

–Tengo qué curarte esas heridas. Lo último que necesitamos es que se te infecten.

–¡AAARDEE!

–Claro. Te hiciste un buen corte.

Al fin reparé en que el vendaje del brazo había desaparecido, descubriendo un corte bastante feo. Para mi tranquilidad, la improvisada venda del antebrazo seguía en su lugar.

Stan tenía entre sus dedos un buen pedazo de algodón, y por el olor, supe que estaba empapado de alcohol. Sin mucho esfuerzo, Stan volvió a tomar mi brazo entre sus manos, a pesar de mi resistencia y de retorcerme como un gusano para liberarme de su prisión.

–Necesitas un par de puntos –sentenció mientras le dedicaba una larga mirada al corte.

Hilo, agujas, dolor. No, gracias. Negué enfática con la cabeza, sin gustarme nada la perspectiva.

–No puedo ir con un doctor, ¿lo recuerdas? –dije, agarrándome de la excusa como un clavo ardiente.

–Sí. Pero como tú me recordaste, ya antes había te había curado.

–¿Qué quieres decir?

Stan no me contestó. Se levantó de la cama para dirigirse hasta una puerta que estaba frente a la entrada del baño. Lo vi entrar y escuchar que removía algo en el interior. Al poco, salió con una pequeña toalla blanca en una mano y una botella de cristal verde.

Con un par de pasos, regresó a mi lado. Le quitó la tapadera plateada y me extendió la toalla y la botella, cuya etiqueta blanca rezaba: “Fernet Stock”.

­Dubitativa, tomé la botella y acerqué la boca a mi nariz, arrugando un poco el ceño cuando detecté el aroma a licor.

–¿Y esto?

–Es Fernet. Lo vas a necesitar.

–¿?

–Voy a coser esa herida.

–¿Cómo….?

–Hay un viejo doctor viviendo en este edificio. El Doctor Krásnohorská, vive en el tercer piso; pero todos los años viaja a Brno a pasar las fiestas con la familia de su hija.

»Tuve que hacer una pequeña visita a su departamento para tomar un par de cosas prestadas.

–¿Qué cosas?

–Hilo, aguja, alcohol. Ese tipo de cosas…. Así que, manos a la obra.

–No, gracias… con una tirita será más que suficiente.

Stan esbozó una sonrisa torcida antes de esfumarse ante mis ojos y en menos de un segundo materializarse para dejar a mi lado un paquete de algodón, una botella de alcohol y un par de cosas más a las que decidí no prestarles atención. Sentí que el color me abandonaba por completo. Iba en serio eso de remendarme.

Tomó mi brazo herido por enésima vez y pasó un pedazo de algodón empapado en algodón nuevamente. Gruñí por el ardor una vez más. Giré el rostro, decidida a no ver qué es lo que hacía conmigo y mi herida.

–Toma un trago de fernet.

Había olvidado que todavía tenía la botella en mi mano que tenía libre. Hice un gesto negativo con la cabeza mientras decía: –No lo necesito. Puedo soportarlo.

–Deberías hacerme caso. No es necesario que te hagas la valiente.

–¡Hazlo de una maldita vez!

Sus manos abandonaron mi brazo por un instante; una parte de mi creyó que Stan había decidido hacerme caso y dejar que un vendaje o un par de tiritas hicieran lo suyo. Pero fue apenas un momento. Sus manos regresaron al trabajo sobre mi herida.

–Esto me va a doler más a mí que a ti.

Lo dudo”, pensé socarrona. Respiré profundo y esperé nerviosa, con el corazón desbocado, el primer pinchazo.

Me tenía por una chica dura. Por ser mucho más resistente que el humano promedio. Pero fue horrendo. Dolía, ardía horrible. ¿Qué es que el bendito Doctor de apellido impronunciable no tenía algo de anestesia en casa?

Mi primer instinto fue zafarme, pero Stan fue mucho más rápido que yo. Me tomó con fuerza y siguió adelante con la curación.

Entendí cual era la función de la toalla y la mordí con fuerza para amortiguar los gritos y la retahíla de palabrotas que solté de dolor. Sudé frío y me retiré por un momento el trozo de tela para darle un largo trago a la botella que tenía en la mano. Tosí con fuerza al recibir el impacto de la aguardentosa bebida en mi garganta. Era bastante amarga. No supe si fue ese primer trago o las puntadas que Stan me estaba dando sobre mi piel o una mezcla de ambas cosas, el caso es que mis ojos me escocieron, haciendo que un par de lagrimillas se asomaran por ellos. Una vez recuperada del impacto inicial, volví a darle un buen trago a la botella, dejando que el alcohol adormeciera un poco mis sentidos y el dolor de mi cuerpo, permitiendo que una sensación cálida recorriera mis venas y me alejara del frío y la temblorina incesante.

Me pareció que había pasado una eternidad mientras Stan me daba los puntos. En ningún momento me atreví a mirar cómo me curaba. Sentía que la sangre me había abandonado por completo y lo único que me ayudaba a permanecer consciente era el fernet que prácticamente me había acabado con sendos tragos.

Cuando el tormento terminó, fue entonces cuando me animé a echarle un vistazo. Apenas habían sido un par de puntos, con un hilo de color violáceo.

–Lo siento, láska.

–No más que yo… –pronuncié con la quijada apretada, intentando recomponerme después de la tortura.

–Si me hubieras hecho caso, no estaríamos en esto…

Le miré con el ceño fruncido, furiosa por sus palabras. ¿Qué estuviera hecha girones era culpa mía? JA!, lo que me faltaba.

Estaba a punto de lanzarle una ácida y sin duda, grosera réplica, pero me detuve cuando Stan clavó su mirada en mis muslos. Con un rápido movimiento, extendió sus manos sobre la piel que quedaba expuesta entre la tela de la minúscula falda y las botas de caña alta.

–Tienes un par de raspones en esta parte también.

–No es nada –repliqué con rapidez –Lo único importante era el corte del brazo. Los raspones se me quitarán para mañana. Me curo rápido, ¿lo recuerdas?

Stan no respondió. Simplemente me lanzó una larga mirada antes de empezar a recoger los trozos de algodón ensangrentados y las demás cosas que había utilizado para curarme. Se levantó, encaminándose al baño. Supuse que estaría tirando todo al bote de la basura.

Volví a mirarme los puntos de mi brazo. Había sido necesario darme cuatro puntadas. Me había dolido como si hubieran sido mil. Noté además, algo que había pasado antes por alto: Stan había curado también el corte que la Señora me había hecho para beber mi sangre. Lo único que había necesitado era una bandita, la cual tenía un simpático e infantil diseño de dinosaurios.

Me enderecé un poco más, y fui consciente de que aún andaba vestida, o mejor dicho, desvestida con la horrorosa ropa que me habían dejado en el burdel. Aunque el Fernet me había hecho entrar en calor, no lo suficiente como para no desear tener a la mano mi viejo tracksuit de terciopelo negro, el que tantas veces usé a modo de pijama en Nueva York. Empecé a deslizar el zipper de cada una de las botas para librarme de ellas. Había sido demasiado incómodo tratar de caminar y correr con ellas, sobre todo porque me venían bastante grandes. Sentía los pies molidos, y casi podía apostar que un par de ampollas me saldrían al día siguiente.

Lancé un suspiro al recordar lo que había dejado atrás en Nueva York. Había intentado esconderme ahí, permanecer en el anonimato, esperando escapar de exactamente todo lo que estaba por venírsenos encima. Había gastado todos esos años hundida en la depresión, el miedo y la oscuridad.

Pero ya no iba a huir, estaba cansada de hacerlo. No podía pasar mi vida corriendo de un lugar a otro, ya no quería vivir con miedo. Tenía qué enfrentar aquellos que se habían aparecido una y otra vez en mis pocos años de existencia para arruinarla. Esa noche había descubierto tantas cosas, me había dado cuenta de tanto….

Iba a luchar, de eso no me cabía la menor duda, iba a pelear hasta el último aliento. Y realmente podía ser el último, porque nadie me podía asegurar quién ganaría esa guerra. Incluso, aunque los Cullen se alzaran al final con la victoria, nadie podía contar con que yo sobreviviera. Mi frustrado intento de hacerle daño a Aftón me demostró que aún cuando yo peleara con todo, jamás podría igualar en fuerza y destreza en combate a un clan de ancestrales vampiros. Había sido una estúpida al pensarlo siquiera.

–Tienes frío – pronunció Stan, provocándome un sobresalto, sacándome de mis pensamientos. No me había percatado que había regresado a la pequeña habitación.

–Un poco. ¿Cómo sabes?

–Tienes la piel erizada. –señaló con un suave movimiento de cabeza –Voy a prender la calefacción.

–¿Tienes calefacción? Vaya, nunca había escuchado de un vampiro que la necesitara.

–Viene incluida en la renta –pronunció encogiéndose de hombros antes de manipular la pequeña perilla que había en la pared. No me había percatado de ella. Gracias al cielo, la pequeña habitación empezó a entrar en calor rápidamente.

–Cuando Afton te arrojó al piso, debiste darte un buen golpe en la cabeza. ¿Te duele? ¿Te sientes mareada? Tal vez debería revisarte por si tienes otra herida.

–Estoy bien. –Lo detuve en seco. Ya había tenido suficientes curaciones y suturas por esa noche –No me duele nada, no veo doble ni estoy mareada. No le pasa nada a mi cabeza, así que no tienes de qué preocuparte.

–¿Por qué no te fuiste cuando te lo pedí? –Soltó sin más, mientras metía las manos en los bolsillos delanteros del pantalón. Intentaba parecer relajado, pero yo lo conocía lo suficiente para saber que no era así.

–No me lo pediste, más bien me lo ordenaste.

–¿Por qué no lo hiciste? –Insistió mientras recorría con pasos lentos la pequeña distancia entre nosotros. Con cuidado, se dejó caer en el colchón, a un lado de donde estaba sentada. En ningún momento apartó su mirada de mí, provocándome una nueva oleada de escalofríos, que esta vez nada tenían qué ver con la baja temperatura o el miedo.

–Porque… –exhalé con fuerza, encogiéndome de hombros, sin saber qué decir exactamente.

–¿Por qué...? –Stan insistió, estirando la mano para acomodar un mechón de pelo detrás de mi oreja.

–Una parte de mí, le hubiera encantado salir corriendo; estaba más que dispuesta para huir de Afton. Pero, solo fue una parte muy pequeñita, porque lo cierto es que no quería dejarte ahí, no quería que te enfrentaras a él.

»No podía escapar sabiendo que te dejaba atrás, enfrentándote a Afton y a quién sabe quién más con tal de que yo pudiera huir. No podía, tenía qué hacer algo, quedarme y pelear contigo, intentar protegerte.

–¿Protegerme? –preguntó sorprendido, con una ligera sonrisa confusa en sus labios.

–Ya sé, es una tontería… –pronuncié mientras esbozaba una sonrisita torcida e irónica –Tienes razón, en mi intento de golpear a Afton, la única que salió mal parada fui yo. Simplemente, no soporto la idea de que alguien o algo pudiera lastimarte. –desvié la mirada, incómoda. Esas confesiones daban pie a pláticas más profundas, del tipo donde terminas hablando de sentimientos y emociones, y realmente no sabía si estaba preparada para hablar de algo así.

–¿Por qué? –Stan apoyó su mano bajo mi barbilla, obligándome con gentileza a volver mi atención a su rostro.

–Stan…

–¿Por qué? –Insistió. Por la intensidad de su mirada, por lo serio de su rictus, supe que era importante para él escuchar mi respuesta.

–Porque… no… no puedo volver a pasar por lo mismo… No podría…

Empecé a temblar y me envolví con mis brazos, intentando calmar las sacudidas de mi cuerpo.

Láska

–Cuando creí que Neema había acabado contigo en aquel inmundo callejón de Volterra fue… fue como si me hubieran arrancado el corazón en carne viva. Me sentí morir y te juro que no me siento capaz de volver a pasar por algo así.

»Por eso me quedé. No iba a permitir que algo te sucediera y yo no hiciera algo para evitarlo. No me lo perdonaría.

–Entonces me entiendes.

Fruncí el ceño, sin estar segura a qué se refería.

–Así es como me siento solo de imaginar que alguien pudiera hacerte daño. Pensar en perderte es como morir mil veces.

–¿Por qué? –balbuceé con la boca seca y el corazón latiéndome desbocadamente.

–Te amo. Es la única explicación que tengo. No sé si te sirva.

Te amo”. Cinco letras, dos palabras y fue como si el mundo se detuviera en esa habitación.

Stan me miró atento, esperando una reacción de mi parte.

Pero yo me quedé idiota, completamente quieta. Por un instante, creí que el corazón y los pulmones habían dejado de funcionarme, al igual que mi cerebro.

Él esperaba una respuesta, era claro. El siguiente paso debía darlo yo.

Durante mucho tiempo, había creído que el amor estaba prohibido para mí. Suponía que había perdido todo derecho a ser feliz debido al daño y dolor que había ido sembrando en aquellos que habían tenido el infortunio de cruzarse en mi camino: familia, amigos, y Jake. Sobre todo él. Pero ya estaba cansada de sufrir, harta de cargar con remordimientos, amargura y tristezas.

Muchas cosas que yo creía, que yo pensaba, habían cambiado radicalmente gracias a lo que había descubierto esa noche. Averiguar que la inmortalidad no se aplicaba en mí, ese había sido el gran shock de la noche. Después de todo, sí tenía una fecha de caducidad, sí era vulnerable al paso del tiempo y a los vampiros con mayor pericia. Simplemente no era eterna ni indestructible.

Realmente dudaba si sobreviviría a la guerra que se nos avecinaba en dos noches más. Así que ¡al demonio con todo! Al diablo con mis miedos, con mis pesadillas y remordimientos; todos tenemos derecho a un pedacito de felicidad, ¿verdad? No sabía qué era lo que era lo que nos deparaba el futuro, pero fuera lo que fuera, yo no quería quedarme con deudas pendientes. No quería guardarme nada más y arrepentirme después por no haber dicho o hecho algo al respecto.

Levanté la mano derecha hasta posarla en la parte baja su mejilla. Con el dedo acaricié el frío y suave labio inferior. Stan se quedó quieto, sin parpadear siquiera, expectante de lo que pudiera pasar. El fuego empezó a encenderse a través de mis venas, sacándome del estado de aturdimiento, lanzándome un millón de sensaciones largamente dormidas y que jamás creí volver a sentir.

El silencio llenó la habitación y apenas si éramos conscientes de la fuerte tormenta que azotaba en el exterior. Lo único que importaba era lo que estaba por suceder entre nosotros.

Lentamente, acerqué mi rostro al suyo, llenando mis pulmones con la dulce fragancia de su cuerpo. El seguía sin moverse, sin hacer un solo gesto que me indicara si debía seguir o detenerme. Por un momento vacilé, sintiéndome insegura. Pero bastó una pequeña mirada a sus ojos para olvidar mi recelo. Sus ojos llameaban de deseo. Él quería esto, él necesitaba que fuera yo quien diera este espacio, que cerrara el abismo de miedos entre nosotros.

Recorrí la pequeñísima distancia que había entre nuestros cuerpos y atrapé sus labios con los míos, saboreando con avidez ese pedacito de gloria. Rodeé su cuello con mis brazos y lo besé con el alma, con el anhelo acumulado durante tantos años, lágrimas y nostalgia.

Stan no se contuvo más, rodeándome con sus brazos por la cintura, arrastrándome hasta quedar sentada a horcajadas sobre su regazo, mientras nuestras bocas seguían unidas en un beso casi asfixiante, pero jamás se me ocurrió interrumpirlo por algo tan estúpido como respirar.

Mis manos se deslizaron por su cuello, sus hombros hasta llegar a su pecho. Quería sentir su piel perfecta, saborearla, recuperar todos esos años separados, cada uno de los días que mi cuerpo había anhelado al suyo. Salvaje, abrí la ya desgarrada camisa, haciendo volar los botones por el aire.

–Perfecto… –susurré contra sus labios, cuando al fin me atreví a tomar aire.

–Así es que como debe ser… como siempre ha sido…

Stan se deshizo de lo que quedaba de camisa, lanzándola con descuido al piso. Me maravillé una vez más con su esculpido cuerpo, deleitándome la mirada con lo perfecto de su abdomen y pecho. Él me tomó de la nuca, cubriendo mi boca con la suya.

Involuntariamente, exhalé un profundo gemido, excitada por el voraz asalto de su lengua fuerte y cálida, invadiendo mi boca con el acompañamiento del tamborileo de la lluvia. A lo lejos, me pareció escuchar un crujido similar al de un trozo de tela al romperse. Solo cuando sentí de lleno las manos de Stan sobre mi piel entendí que había destrozado con facilidad la minúscula playera de licra.

La pasión se incendió con urgencia, violenta, sin control. Era algo que no podíamos detener, simplemente nos necesitábamos. Siempre lo habíamos hecho, aún en la distancia, aún con el tiempo, la necesidad del uno por el otro había estado latente, viva. Nos arrastramos el uno sobre el otro, siendo una maraña de caricias, jadeos y urgencia.

Stan se movió sobre mí, con sus manos tan poderosas y capaces de brutalidad con el enemigo, recorrieron delicadamente el camino que llevaba desde mis caderas hasta los pechos. Me hablaba en susurros, mezclando a veces mi idioma y en otras el checo, derramando las palabras sobre mi cuerpo como caricias. Mientras que se había deshecho de sus vaqueros con rapidez, cuando llegó el momento y con total reverencia, empezó a deslizar por mis piernas la minúscula barrera que representaba la minifalda y mi ropa interior.

Desvié la mirada, nerviosa. Ya no era la misma de antes, ya no era “perfecta”. El frustrado embarazo había dejado un montón huellas en mi cuerpo. Donde antes había sido liso y terso, firme, ahora había algo de flacidez y estrías. No me atrevía a mirarlo a la cara, no quería descubrir pena o asco por lo que veía. Cerré los ojos, esperando algún comentario incómodo al respecto o tal vez una excusa para parar aquello. Abrí los ojos con sorpresa, cuando sentí las manos de Stan trabajar con precisión sobre el improvisado vendaje de mi brazo que cubría las cicatrices más grotescas.

–No –protesté con voz ahogada, intentando detenerlo.

–Shhh, moje láska, todo está bien. Todo estará bien.

–Por favor, no quiero que me veas así. No, por favor.

Pero Stan no cedió y con toda facilidad, se deshizo del trozo de tela, cayendo así la última barrera entre nosotros, haciéndome sentir demasiado expuesta y vulnerable.

–Este soy yo, esta eres tú –pronunció con decisión. Su voz era firme, pero con una nota tranquilizadora, intentando calmar mis miedos. Atrapó mi rostro entre sus manos, obligándome a mirarlo –Sin más barreras entre nosotros, esto es lo que somos, esto es lo que tenemos. Acéptame. Acéptanos, por favor.

Lo miré directamente a los ojos y no encontré lo que había hallado en aquellos que alguna vez habían visto mis cicatrices: repugnancia en algunos, lástima en otros. Sólo en Stan había visto un gesto de tierna aceptación. Como para enfatizarlo, empezó a depositar un beso tras otro, desde el hombro hasta los dedos de la mano.

–Eres preciosa. Mis recuerdos jamás te hicieron justicia.

Enterré en su cabello los dedos de la mano que tenía libre, y con un tirón casi salvaje, lo obligué a regresar la atención de sus labios en los míos. Stan dejó escapar un gemido ronco antes de profundizar el beso. Buscó mi boca con la suya, anhelante y lleno de pasión. Bajé las manos para apretarle los músculos de la espalda mientras rodeaba a Stan con los miembros, deseando sentirlo lo más cerca posible de mí. Stan recorrió con la boca la delicada suavidad de mi garganta, chupando, lamiendo en el lento descenso por mi cuerpo. Instintivamente, separé los muslos con un gemido de placer, permitiendo que las caricias de sus manos se volvieran más íntimas e intensas.

Me estremecí de deseo, de necesidad. Creí que iba a morir de éxtasis.

–¡Ahora! –susurré apremiante, retorciéndome en respuesta a sus caricias –Por favor…

Stan se incorporó para hundirse en mi cuerpo despacio, con una inmensa delicadeza, arrancándome un grito incoherente de satisfacción. Ambos quedamos inmóviles, completamente unidos, mirándonos a los ojos, deseando que ese momento fuera eterno.

–Te amo… –susurró con lentitud, como si quisiera grabar a fuego esas palabras en mi alma –Para siempre.

Mám tě ráda –respondí con fervor, libre de todo miedo o culpa. Por primera vez me sentí capaz de decirlo –vždycky.

Sonreí al ver su cara de asombro, no sé si por lo que había dicho, o por haberlo pronunciado en checo.

–¿Cómo…? –la pregunta murió en sus labios, reemplazada por una amplia sonrisa. Y sonreí yo también, como no lo había hecho en años, sintiéndome realmente feliz.

Pero si apenas duró un instante, pues la pasión regresó con más fuerza que antes, llenando cada sentido, cada gota de mi sangre. Quería sentirlo dentro de mí, bajo mi carne, en cada milímetro de mi piel; fundirnos, ser uno solo, hasta no saber donde terminaba uno y empezaba el otro.

Me arqueé hacia atrás, como una gata, jadeando, dejándome guiar por mi maestro, ansiosa de complacerlo. Nos aferramos con locura, acompañándonos en un vaivén tan antiguo como el tiempo. Anhelantes “Te amo” susurrados en gemidos apenas comprensibles, pronunciados en ambos idiomas. Me apreté a él, apretando su rostro contra su cuello, llenando mis pulmones de su exquisita fragancia, inyectando mis venas de una especie de adrenalina salvaje. Estaba como loca, pero loca de pasión, loca de amor por él. Era mío, siempre lo había sido y lo seguiría siendo hasta mi último suspiro.

Sin pensarlo, dejando toda cordura a lado, permitiendo que la bestia se apoderara de mí, acaricié mi filosa dentadura con mi lengua antes de clavarla en la piel de Stan, justo en la parte donde se une el cuello con la clavícula. Esta vez, su sangre me pareció el más dulce néctar que jamás hubiera probado. Ya no había sabor agrio, como de leche perdida. No, era como maná del cielo.

–Argh… –gimió Stan, pero no se separó ni intentó detenerme. Era un grito de placer. Las arremetidas se volvieron más enérgicas, demandantes.

–Muérdeme –ordené, urgente, embriagada por el sabor de su sangre corriendo por mi garganta.

–No… no puedo…

–Quiero que bebas de mí, quiero estar dentro de ti.

–Es una locura.

–Muérdeme.

Pero Stan se rehusó, tozudo. Con los dientes, me quité la vendita que cubría la cortada que me había hecho la Señora¸ y cuando la herida estaba libre, posé mi boca sobre ella, succionándola hasta que conseguí que emanara un hilito carmesí.

–Bebe –repetí. Pude ver en sus ojos la lucha por no hacerlo, por no beber aún cuando lo deseaba. Acerqué el brazo a escasos milímetros de sus labios –Por favor, bebe de mi.

Se lanzó voraz sobre mi herida, sorbiendo mi sangre con avidez, sediento. Esa visión me provocó una nueva oleada de excitación, y por un momento creí que moriría incendiada por mi propia lujuria. No sé cuánto tiempo estuvimos así, con su cuerpo atrapado en mí interior, bebiendo el uno del otro. Unidos de una forma que iba mucho más allá de dos cuerpos.

–No debiste hacerlo –pronunció mucho después, cuando al fin logró separar su boca de mi herida.

–Quería hacerlo. Nos pertenecemos, no hay vuelta atrás. Vždy na vás.

Gimió, y en una última embestida, sentí que se derramaba en mí. Deseé llorar, reír, expresar una emoción que se pareciera a lo que sentía en ese instante. Fue como saborear el sol por primera vez, cálido, reconfortante.

Después de un rato, cuando mi respiración y los latidos de mi corazón recuperaron su ritmo normal, Stan me rodeó con sus brazos, girando de tal manera que yo quedé tendida sobre él, descansando la cabeza sobre su pecho. No me sentía capaz de hablar, no quería ni siquiera pensar. Lo único que quería era quedarme ahí, en ese instante, para siempre. Cerrar las puertas y dejar que el mundo se cayera en pedazos. No importaba, siempre y cuando Stan me sostuviera de esa manera, haciéndome sentir protegida, amada y libre de culpas.

Era una tontería, lo sabía. Pero fingiría que era posible, aunque fuera solo por un par de horas más, antes de que el alba llegara, y junto con ella, el infierno que estaba por estallar.

Añadir/Share

Bookmark and Share