Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

DEJA VU


Lancé un largo suspiro mientras me hundía en el asiento del taxi. Aunque tenía la mirada clavada en el exterior a través de la ventana tintada, lo cierto es que no veía a nada en particular; mi mente estaba a kilómetros de ahí, preocupada pensando en qué estarían haciendo mis padres y el resto de mi familia, o si tía Alice podría dar con el clan de Sionhan sin contratiempos. Aunque no iba sola, me repetí por enésima vez, ya que Jake y Seth la acompañaban en su expedición por Irlanda.

Según las manecillas del reloj de Stan, eran las 11:43 de la mañana del día 28 de Diciembre, día de Todos los Santos. Esa era la fecha pactada para nuestra reunión con el clan de las Erinias. Me estremecí un tanto de nerviosos, otro tanto de anticipación ante el encuentro con el enigmático grupo. Sabía que no ganaba nada preocuparme por algo que no sucedería sino hasta la noche, que debería tratar tranquilizarme. Pero simplemente, no podía. Mi mente estaba empecinada en imaginar uno y mil escenarios posibles, uno más terrorífico que el anterior.

–Trata de tranquilizarte. –Pronunció Stan con tono suave.

Deslicé la mirada hacia su rostro, deteniéndome brevemente en el café tan peculiar de sus ojos. Llevaba puestas una lentillas para ocultar el tono café-naranja-dorado de sus pupilas. No tardaría mucho antes de que tuviera que cambiárselas por un par nuevo. Menos mal que en la back-pack que teníamos como único equipaje, había por lo menos unos diez pares de esos lentes de contacto. Aunque si se le llegaban a agotar, bien podría echar mano el par de gafas Ray-Ban que traía en el bolsillo interno de su saco gris marengo. Usaba, además, un par de vaqueros artísticamente desteñidos y un suéter ligero azul cielo. Ya no usaba tanto negro como cuando recién le conocí; por entonces, parecía estar de luto permanente. Ahora, parecía haberle dado una oportunidad a colores más alegres en su vestuario. Pero aunque se enfundara en un saco de patatas, aún así parecería como modelo de revista. Seguramente quienes nos vieran juntos, se preguntarían qué hacía él conmigo. Debía tener una pinta horrible, sin maquillaje, ojeras por no haber dormido casi nada durante el largo vuelo; además, el abrigo negro y los sencillos jeans que vestía no ayudaban en mucho.

Estábamos sentados uno al lado del otro, en un taxi que recorría las atestadas calles de Praga; habíamos llegado procedentes de Berlín en una cabina de primera clase del tren EC 171 Hungaria. Gracias a Dios, estaba lloviendo a cántaros, el cielo cubierto por espesas nubes que iban del gris al negro, ocultando totalmente la luz del sol. Parecía que al menos por esa vez la suerte decidía ponerse de nuestro lado.

–Lo siento. –pronuncié mientras me concentraba en lo que Stan me había dicho. Lancé una rápida mirada al taxista, quien en esos momentos bajaba la ventana y empezaba a gritar un montón de groserías al conductor de otro automóvil que se había metido a fuerza en el carril donde íbamos. Supuse que no hablaría algo más que checo y que tampoco nos prestaría demasiada atención enfrascado en su pelea verbal. – Es imposible no pensar en qué estarán haciendo los demás; si tía Alice encontrará a tiempo a Siobhan o si mi familia estará a salvo mientras se acerca el momento de atacar.

»Debes reconocer que nuestro plan no es precisamente el mejor.

–Cierto, pero es el único que tenemos.

Lancé un violento suspiro, más parecido a un bufido.

El plan que habían trazado las grandes mentes maestras de mi familia (léase los hombres) consistía en primero, mandarnos a tía Alice, Jake, Seth, Stan y a mí por avión; como Stan y yo éramos buscados por la policía, tuvimos que atravesar por todo el bosque hasta llegar a Vancouver, para de ahí, “tomar prestado” un auto y salir a toda velocidad hasta Ottawa, desde donde tomamos el avión que nos llevó hacia Berlín. Una vez ahí, el pequeño grupo se fraccionó. Tía Alice y los quileutes partieron a Irlanda, mientras Stan y yo tomamos un tren que nos llevaría hasta Praga en un lapso de 4 horas y 43 minutos (o por lo menos eso era lo que había leído en la taquilla de EuroCity). Jake y Seth no podían acompañarnos al encuentro con las Erinias, ellos no habían sido invitados y si los veían venir con nosotros, el clan podía tomarlo como una provocación contra ellas. Así que, en vista de que íbamos en busca de su apoyo y no de su ira, se decidió que sería mejor que Alice se hiciera acompañar por ellos hasta Irlanda.

Mientras tanto, el resto cruzaría a nado todo el Atlántico. Tío Emmett decidió acompañarles ya que tenía planeado reunirse con Alejandro, otro miembro de su grupo de rebeldes, y dejarlo a cargo de la seguridad de los Cullen hasta que llegara el momento de partir a Italia. Una vez que encontrara el sitio perfecto para ocultar a la familia, tío Emmett había prometido reunirse con Stan y conmigo en Praga para acompañarnos al encuentro con la Señora.

Papá hubiera querido acompañarnos, al igual que mi madre, pero ellos tampoco habían sido incluidos en la invitación.

Tenemos qué seguir sus órdenes al pié de la letra”, había dicho tío Emmett. “Si queremos ganarnos su favor, debemos obedecerles. Ella quiere ver a Renesmee únicamente. Tenemos suerte de que permitan que Stan o yo estemos presentes en el encuentro”.

Sus palabras no habían hecho mucho por tranquilizar a mis padres, pero había dejado en claro que en cuanto a ese aquelarre, más nos valía plegarnos a sus deseos.

Los demás habían partido de Forks al atardecer del día 25, mientras que nosotros lo habíamos hecho el día 26. Estábamos demasiado cortos de tiempo y había un montón de cosas que hacer antes de caerles encima a los Vulturi. Por eso teníamos qué dividirnos, movernos rápido para no perder el factor sorpresa, pero sobre todo, teníamos que buscar la manera de movernos con el mayor sigilo posible, porque tratándose de Aro y los suyos, cualquiera podía ser un espía de ellos.

Según palabras de Neema, los Vulturi preparaban algo para el día 1 de Enero, así que teníamos que atacar antes de esa fecha. Para ser más exactos, el 30 de Diciembre, así que nos quedaban menos de 48 horas para actuar.

Pensar el la proximidad del peligro, en que tal vez no llegaría al amanecer de un nuevo año, me ponía la piel de gallina, provocándome un estremecimiento tras otro.

–¿Ya habrán llegado? –pregunté al fin, sin necesidad de aclarar a quienes me refería; sabía que Stan lo comprendería a la perfección.

–Hablé con Emmett en la estación de trenes –lo miré sorprendida, pues no recordaba que lo hubiera hecho –Mientras entrabas al sanitario, recibí su llamada. Llegaron a las costas de Francia, cruzaron el país y ahora están en el escondite de tu tío.

–¿Dónde demonios es eso?

–Ginebra

–¿Ginebra, Suiza? ¿Por qué?

–Emmett cree que una ciudad tan grande le da el anonimato necesario; además, no queda lejos de Volterra.

–¿Llegará a tiempo para nuestra cita?

–Sí. Te sorprenderías con la velocidad con la que suele trabajar tu tío. Es una máquina de guerra.

–¿Estarán bien?

–Por supuesto. El escondite de Emmett servirá para que tu familia esté a salvo mientras nosotros atamos los cabos sueltos de nuestro plan.

–¿Te refieres a… a ellas?

–En parte. También tenemos que lograr que Alice encuentre al clan de Siobhan a tiempo y que Neema convenza a los rumanos de participar.

–Nos encontraremos con Neema esta noche –dije, recordando la llamada de días atrás entre la vampira y el tío Emmett –¿crees que Stefan y Vladimir le acompañen?

–Eso espero. Significaría que contamos con su ayuda y entonces…

Nuestra charla se vio interrumpida. El taxi chocó contra el auto que momentos antes se había metido en nuestro carril. Por el impacto, salí rebotando hacia adelante, dándome un buen golpe contra el asiento de enfrente.

Moví la cabeza, un poco aturdida, mientras escuchaba a Stan soltarles una retahíla de maldiciones al taxista y al conductor del otro vehículo.

–¿Estás bien? –preguntó con cierta ansiedad en su voz.

–Sí, sólo fue el estrellón contra el respaldo del asiento, pero nada grave.

–¿Sabes? Será mejor que nos vayamos. No tarda en aparecer la policía y será mejor que no nos encuentren aquí. Tenemos que pasar desapercibidos.

–Tienes razón. –Acepté, sin poder evitar dar un vistazo al lluvioso exterior. La idea de terminar como un gato remojado no se me hacía precisamente atractiva.

–Espero que no te importe mojarte un poco, princesa, pero es eso o terminar en la estación de policía.

No necesitó más para impulsarme a abrir la puerta, tomar la mochila y caminar entre el montón de curiosos que se habían arremolinado para contemplar el accidente. Todos estaban lo suficientemente entretenidos viendo el intercambio de palabras entre los conductores, que nadie se molestó en mirar hacia nuestra dirección.

Stan entrelazó su enguantada mano contra la mía y me guió por las aceras.

Habíamos recorrido apenas un par de cuadras, cuando al fin le interrogué hacia dónde nos dirigíamos.

–Tengo un departamento no muy lejos de aquí –respondió con rapidez. –Vamos para allá.

–¿Y dónde estamos, exactamente?

–Este es el Josefov, el barrio judío de Praga; o mejor dicho, lo que queda de él. Estamos en la Staré Město.

La mención del barrio judío quiso despertar un recuerdo en mi cabeza. Una imagen que no pude retener, un destello que se desvaneció de inmediato.

No hablamos mucho más en el camino, la lluvia golpeándonos de lleno no dejaba para mucho; empezaba a sentir el cuerpo engarrotado del frío, mientras los dientes me castañeaban con violencia. Para tener la temperatura por encima de la media, literalmente se me estaba congelando el trasero.

Después de caminar lo que me parecieron unas diez cuadras, al fin nos detuvimos en la entrada de un edificio cuyo depresivo color gris plomo combinaba a la perfección con el cielo. Con rápidos movimientos, Stan marcó una combinación de números en el teclado electrónico; sonó una especie de chicharra seguida del característico sonido de una cerradura abriéndose.

–Pasa.

De inmediato entré al cálido interior del edificio. A pesar de que por fuera lucía bastante triste, el interior no estaba tan mal; paredes en un tono crema y un sencillo piso a juego, aunque un poco opaco por el paso del tiempo. Era extraño, pero tenía la sensación de ya había estado ahí antes.

Tal vez fuera por la hora o por el clima, pero lo cierto es que el corredor de la planta baja parecía desierto. Agradecí por ello, lo último que se me antojaba era encontrarme con alguien en ese estado tan deplorable; probablemente parecía una rata empapada de las alcantarillas.

–Lo siento, no hay ascensor. Tendremos que subir por las escaleras hasta el último piso. Ahí está mi departamento.

–¿C-c-cuántos son?

–Son seis.

Me encogí de hombros, restándole importancia al asunto; el edificio donde había estado viviendo en el Bronx tampoco tenía ascensor, solo que mi departamento estaba en el tercer piso. Estaba en buena condición física como para aguantar el esfuerzo, además, tal vez un poco de ejercicio me ayudaría a entrar en calor.

Seguí a Stan a través de lo que me parecía un interminable tramo de escaleras. Curiosamente, seguía sin haber rastros de otra gente en el edificio, era como si estuviera abandonado. Así se lo hice saber.

–Deben de estar trabajando, o no sé –contestó Stan en voz baja mientras recorríamos los últimos escalones. –Realmente no me dedico a fraternizar con los vecinos.

»De hecho, mi departamento es el único habitado en este piso.

Llegamos hasta una desgastada puerta de madera. Stan se agachó a un lado del marco, movió una parte suelta de la madera y extrajo una pequeña llave de ahí.

–Es mi llave de emergencia. –dijo a modo de explicación.

Abrió la puerta, haciéndose a un lado para dejarme entrar a mi primero. Observé que el piso estaba cubierto por una gruesa alfombra, cosa que lamenté; con lo empapados que estábamos, iba a quedar del asco.

Estaba oscuro, pero aún así pude darme cuenta que no era precisamente grande. Alcancé a distinguir las sombras de un sillón de dos piezas y al fondo, una cama matrimonial. Stan encendió la luz de una lámpara de pedestal, permitiéndome ver mejor. Calculé que debía medir apenas unos 25 metros cuadrados; aunque claro, no se podía decir que Stan necesitara más de ese espacio.

Mi cuerpo volvió a templar de frío, mientras un nuevo castañeo de dientes me recordó que necesitaba quitarme esa ropa antes de que terminara pescando un resfriado o una hipotermia.

–A la izquierda está el baño –dijo mientras empezaba a quitarse la empapada chamarra. –Tienes qué quitarte esa ropa cuanto antes.

–¿Y q-q-qué me p-p-pongo? La mochila viene ig-g-gual de mojada… –Diablos, me estaba congelando.

–Buscaré algo que puedas ponerte mientras te metes a la ducha y tomas un baño caliente.

Apoyó su mano en mi espalda y con suavidad, me obligó a avanzar hasta el pequeño cuarto de baño. Me vi en el espejo y noté que estaba mucho más pálida de lo normal, tanto como la piel de mi familia. Con manos temblorosas, empecé a desnudarme. Dejé la ropa mojada sobre la moqueta y de inmediato me metí bajo la regadera. Al principio, batallé un poco para regular la temperatura del agua, incluso, el primer chorro estaba tan caliente que pegué un gritito de dolor. Poco a poco, el cuerpo empezó a retomar su temperatura normal, los músculos habían dejado de estar engarrotados por el frío.

–Te traje una toalla y algo de ropa. Los vaqueros que traías en la mochila están secos. –Pronunció Stan al otro lado de la cortina de baño.

En un acto reflejo, cubrí las cicatrices de mi brazo con la mano derecha. Como si fuera una especie de escudo protector, agarré con fuerza el borde de la cortina y apenas si asomé la cabeza. Sentí que el aire se me salía de un golpe ante lo que contemplaban mis ojos: Stan, en su maravillosa y casi desnuda gloria, extendía hacia mí una toalla, mientras apenas si iba cubierto por una, enredada a sus caderas, tan bajo que creí que con cualquier movimiento, ésta podría caer al piso. Oficialmente, ya no tenía nada de frío, es más, incluso empezaba a sentirme bastante acalorada.

Estiré mi mano temblorosa para alcanzar el trozo de tela.

–Gracias –pronuncié con un hilo de voz.

–De nada…. Bueno, voy a ir a cambiarme yo también. A menos…

–¿A menos?

–A menos que necesites algo más –pronunció con una sonrisa traviesa.

De pronto, mi mente conjuró unas escenas bastante candentes. Unas que no incluían ninguna toalla y sí a un muy desnudo Stanislav acompañándome en la ducha. Con bastante esfuerzo, aparté eso de mi mente, intentando ubicarme en la realidad. No había tiempo para eso, había otras prioridades por delante.

–E-e-estoy bien, gracias.

–¿De verdad? –asentí con más fuerza de lo esperado, pero es que no creí que pudiera articular una palabra más –Ok, te espero afuera.

Escuché la puerta cerrarse y rápidamente me sequé y me enfundé la ropa que me había dejado Stan. No pude evitar ruborizarme al tomar las bragas limpias; después de todo, Stan había tenido que meter mano en mi escaso equipaje para buscarme algo seco qué ponerme. Imaginé que el resto de mi ropa extra sí había alcanzado a mojarse, pues no había rastro alguno de mi sujetador y ponerme el sucio estaba descartado porque estaba demasiado húmedo. Stan me había dejado una sudadera azul marino y un par de calcetines, los cuales me puse a toda velocidad. Mientras me terminaba de vestir, no pude evitar esbozar una sonrisa un tanto melancólica. Toda esa situación me remontó tiempo atrás, a la noche en que Stan me había ayudado a escapar del “banquete” en el castillo de los Vulturi; esa noche había conocido más de él, me había consolado, me había cuidado. Y yo había empezado a amarlo.

Me acomodé la pesada melena mojada y maldije una vez más el haberme tenido que poner las extensiones de pelo. La verdad es que había sido muy feliz con mi pequeña y rubia melenita tipo “bob”, y aunque había tenido qué hacerlo para pasar desapercibida de la policía, esperaba que una vez que todo hubiera terminado, pudiera volver a mi antiguo y práctico look.

Salí del cuarto de baño, justo cuando Stan se estaba abotonando y subiéndose el zipper de los jeans; no se había tomado la molestia de ponerse una camisa. Había descorrido un poco las cortinas que cubrían una ventana de un buen tamaño, la cual daba a la calle. Me llamó un poco la atención este detalle, pues aunque estábamos en el sexto piso, lo último que querría un vampiro es exponerse a la luz del sol y dejar al descubierto lo que sucedía cuando ésta pegada de lleno en su piel. Lo lógico sería pensar que Stan habría buscado un lugar mucho más obscuro.

Estudié con detenimiento el mínimo mobiliario del departamento. A parte de la cama y el sofá, apenas si había una cómoda y un pequeño ropero de madera. No había mesas o sillas adicionales, ni tampoco alguna televisión o un aparato de música. Las paredes eran del mismo color crema que las de los pasillos. Era bastante claro que ese lugar le servía únicamente para guardar las apariencias y no porque lo considerase su hogar.

–¿A qué hora vamos a ir con las Erinias?

–A las diez de la noche.

–¿Y por qué no vamos ahora? –Aunque ya sabía la respuesta a esa pregunta, de repente, ya no me importó esperar a tío Emmett. Quería quitarme de encima de una buena vez el asunto del encuentro con el clan. Quería saber si contaríamos o no con su ayuda.

–Porque en primera, tenemos qué esperar a Emmett y a Neema.

–Podríamos ir sin ellos.

–No lo creo. Prefiero ir con las espaldas bien cubiertas; digamos que conozco lo suficiente de nuestros anfitriones como para saber que ninguna precaución está de más con respecto a ellos.

»Y además, el clan no atiende a sus invitados a horas tan tempranas.

–¿Por? ¿A caso estos sí son como los vampiros de las películas que duermen todo el día en su sarcófago y se levantan al anochecer?

–Claro que no. Sucede que utilizan como fachada ante los humanos una especie de club para caballeros.

–¿?

–Un burdel. Es una buena fachada. El clan son diez, nueve mujeres y un hombre; es el negocio ideal para ellos, así justifican ser un grupo tan grande y compuesto en su mayoría por mujeres, hacen dinero y consiguen comida fácilmente.

»A estas horas, el “negocio” todavía está cerrado. Tienen qué darles descanso a las empleadas humanas. Además que en Perlovka, el negocio empieza al caer la noche.

–¿Perlovka?

–Es el distrito rojo de Praga. No está muy lejos de aquí.

Me quedé boquiabierta. Estaba segura que ahora sí había escuchado todo sobre los vampiros y su modo de existir.

–O.k… –dije después de un breve silencio. Stan se había sentado al borde de la cama, así que yo tomé asiento en el sillón que estaba frente a ella. –A parte de cómo se ganan la vida, ¿hay algo más que debería saber sobre ellos?

–No hay mucho más que decir; son vampiros demasiado viejos, un tanto volubles y por eso mismo, peligrosos. Ten mucho cuidado con lo que puedas decir delante de ellos.

»Pueden ser…mmm, ¿cómo decirlo? Pueden tergiversar tus palabras si ven la oportunidad de sacar provecho de ellas.

–¿Algún protocolo en especial que tenga qué seguir cuando esté con la Señora?

–Si ella decide aparecer…

–Ella pidió verme –interrumpí de inmediato.

–Pero eso no asegura su presencia. La Señora puede decidir de último minuto que siempre no quiere conocerte y dejarte “plantada”.

–¿Eso podría afectarnos en algo?

–Bastante. Simplemente ni siquiera se molestarían en escuchar nuestra petición de ayuda. En fin, como te estaba diciendo, si la Señora decide verte, en primera, no debes dirigirle la palabra a menos que ella lo haga primero. Intenta no quedártele viendo fijamente o por mucho tiempo y…

Stan se interrumpió, como si de repente hubiera recordado algo, frunciendo el ceño con desagrado.

–¿Y qué? Stan, continúa por favor…

–La primera vez que alguien logra estar en presencia de la Señora, ella exige una prueba de lealtad.

Fruncí el ceño, confundida. ¿Una prueba de lealtad? ¿Qué rayos era eso? ¿Sería firmar algún tipo de contrato legal o jurarle sobre una Biblia que jamás contaría a nadie sobre su existencia? De pronto, con tanto secretismo, me imaginé la guarida del clan algo parecida a las oficinas de la CIA o del FBI que salían en la TV, con lector de retinas y detectores de metales en la entrada de cada habitación. Incluso, no me extrañaría nada si tuvieran apostados en la puerta a un par de guaruras del tamaño de los linebacker de fútbol americano.

–Pide sangre –continuó.

–¿Qué? –fruncí nuevamente el ceño, sin entender exactamente a qué se refería.

–¿Recuerdas lo que te conté lo que significa que otro vampiro te muerda y pruebe tu sangre?

Asentí con firmeza

–Ella exige que aquel que se presente ante ella le deje morderle. Así asegura su lealtad, o mejor dicho, su sumisión.

–¿Me va a morder? –la voz me salió un par de octavas más agudas, dejando entre ver que la simple idea me provocaba pavor. Ya había sido mordida antes por un vampiro y eso era una auténtica agonía. Y las consecuencias que conllevaba una mordida de vampiro no se limitaban únicamente al dolor.

–Es una posibilidad. Aunque tal vez no lo pida –agregó, como intentando tranquilizarme, sin conseguirlo ni por un momento –No eres una de nosotros, o por lo menos no totalmente. Y además, ella ha sido quien pidió tu presencia, no al revés.

–Debiste habérmelo dicho antes. –Solté con brusquedad, segura de que estaba tan blanca como una sábana. Ahora que sabía las implicaciones de la sangre entre los vampiros, el asunto de la prueba me ponía lívida.

–¿Hubiera cambiado en algo tu decisión de venir, si lo hubieras sabido antes?

–No –respondí después de una pausa, reconociendo que aún sabiendo los riesgos de la cita me hubiera empeñado en ir de todas maneras.

–Me lo imaginaba.

Guardé silencio mientras el miedo volvía a apoderarse de mí. Cerré los ojos brevemente, lo suficiente como para que mi mente otra vez conjurara terribles visiones de lo que podría pasar en mi encuentro con las Erinias.

–Ven aquí–pronunció con suavidad Stan, palmeando el colchón a un lado de donde estaba sentado.

–No quiero.

–¿Por…?

–No me gusta cuando me ocultas cosas.

–Ven…

–No.

–Ven –repitió una vez más, estirando la mano en mi dirección, pero con terquedad, me rehusé a hacerle caso, sólo que para cuando vine a darme cuenta, estaba sentada sobre su regazo, con brazos alrededor de mi cintura y sus labios en mi cuello. No pude evitar estremecerme con su frío contacto.

–No va a pasar nada, te doy mi palabra.

–No puedes estar seguro de ello.

–Sí, porque no dejaré que suceda. Ty jsou moje. Ty patříš ke mně úplně ... srdce, kůže, krve ... Eres mía y jamás permito que toquen lo que es de mi propiedad. –Pronunció con cierta ferocidad.

En otro momento, hubiera protestado por ese despliegue machista del tipo “Yo Tarzán, tú Jane”, pero en esta ocasión no podía estar más que feliz de tener a mi posesivo vampiro checo a mi lado.

–Bueno, supongo que fue bueno que no me lo dijeras antes. Si papá lo hubiera sabido, jamás hubiera permitido que viniera.

–Sinceramente, no fue hasta que me preguntaste sobre el protocolo a seguir que se me vino a la mente la posibilidad de que ella te exigiera sangre. Me lamento de no haberlo pensando antes. Sabes bien que yo no quería que vinieras.

–Stan, ya pasamos por este “estira y afloja” antes…

–Ok, ok, supongo que sólo me queda es cuidarte y protegerte. –Dijo mientras le imprimía más fuerza a su abrazo. –Se los prometí a tus padres.

Recordé el momento en que ellos se despidieron de mí, momentos antes de partir con el resto de la familia rumbo a la otra costa del país.

Traté de portarme lo más valiente posible, evitar a toda costa soltarme a llorar de miedo. Y con mucho trabajo lo logré, pues estaba aterrada ante lo que se nos venía encima. Pero ya había hecho mucho inquietándolos con lo que escucharon de mi conversación con Jake, cuando le dije que una parte de mí sabía que no lograríamos salir con vida. No es que vieran en mis palabras un augurio como los de tía Alice, sino que les preocupaba que ese sentimiento de derrota me pudiera afectar durante la lucha. Ellos no querían verme peleando contra los Vulturi, pero yo estaba empecinada en participar, así que lo único que quedaba era mandarme lo mejor preparada para la batalla.

Tal vez no poseía la pericia del resto de mi familia o de los quileutes, pero lo compensaba con mi talento nato para la pelea y patear traseros, además del rencor que había ido acumulando por años contra nuestros “viejos amigos” de Italia era como un combustible para animar mis ansias de acabar con ellos.

Antes de decir “hasta pronto” (nadie se atrevía a pronunciar un “adiós”, sonaba un tanto fatídico), mi padre y mi madre me abrazaron, me suplicaron que no me metiera en demasiados problemas y que me cuidara mucho. Papá se volvió y le dijo a Stan: “En tus manos pongo lo más preciado que he tenido jamás. De padre a padre, te pido que protejas a mi hija.

Te lo juro”, respondió Stan, “primero me matan antes de permitir que le pase algo”.

Esa respuesta pareció bastarle a papá, aunque las palabras de Stan me provocaron escalofríos de miedo. Ya una vez creí que había muerto y el dolor había sido tan insoportable que ni siquiera había puesto resistencia cuando Aro me puso en manos del loco de Awka. No podía imaginarme volver a pasar por eso, no quería ni pensar en perderlo una vez más.

–Te quedaste muy callada –dijo en un susurro contra mi oído, devolviéndome al presente –¿En qué piensas?

–En mis padres. Recordé lo que te pidió papá antes de marcharse.

–¿Qué te protegiera? No era necesario que lo hiciera, Moje krásná dívka, pase lo que pase, siempre cuidaré de ti.

–Lo sé… siempre lo has hecho, desde el principio.

–¿A qué te refieres?

–A que me has cuidado desde el comienzo, en Florencia.

–¿Lo recuerdas? ¿De verdad? –pronunció mientras acomodaba tras mi oreja un rebelde mechón húmedo de mi pelo.

–Pareces sorprendido.

–Es que supuse que había intentado olvidar todo lo que pasó cuando nosotros te… cuando estuviste en manos de Aro.

–No te gusta hablar de ello, ¿verdad? –adiviné al ver cómo fruncía el ceño con desagrado.

–Creo que no me alcanzaría ni veinte vidas para arrepentirme de lo hice; jamás debí arrancarte de esa forma de tu familia.

»Sé el infierno que es, lo viví en carne propia cuando me quitaron a mi hija.

Recordé la historia que me había contado de cómo había terminado su vida humana, la forma en que le habían arrancado a su familia.

–Pero tú no conocías toda la historia –pronuncié tranquilizadora, intentando no traer esos tristes recuerdos a su mente –El que Aro me secuestrara era algo que iba a suceder, estuvieras tú o no con ellos. Y a pesar de todo, debo dar gracias al cielo que hayas sido tú y no otro el que estuviera ahí, porque probablemente a cualquier otro le hubiera importado un carajo lo que hubieran hecho conmigo. Tal vez ni siquiera estuviera viva.

–Quien sabe; tal vez ese otro se abría enamorado de ti y te hubiera protegido mucho mejor de lo que yo lo hice. Tal vez tu corazón sería de él.

–No lo creo.

–¿Por qué?

–Porque, mi querido Stanislav Masaryk, –dije, enmarcando su perfecto rostro con mis manos – creo que estaba escrito que nuestros caminos se cruzaran.

–¿De verdad? –Pronunció con un extraño brillo en la mirada

–Si, eso es lo que creo.

–No me refiero a eso.

–¿Entonces?

–Me dijiste “querido”. ¿De verdad eso es lo que soy para ti?

Guardé silencio, embelesándome con sus perfectas facciones, con la suavidad de su fría piel bajo mis manos. El corazón me latía con frenesí, consiente que él podría escuchar el alocado ritmo sin ninguna dificultad. La respuesta era sencilla, una sola palabra, dos pequeñas letras, pero… pero no me atrevía a decirla en voz alta. Me aterrorizaba de lo que pudiera pasar si le ponía nombre y apellido a lo que había entre Stan y yo. Era todo tan simple, pero tan complicado.

En los últimos días había empezado a comprender mejor todo lo que había sucedido con mi vida, a aceptar mis errores y dejar de culparme por todo lo malo que había pasado; había dado el primer paso de lo que sabía sería un largo camino para sanar mis heridas emocionales, pero eso no quería decir que hubiera superado por arte de magia todos mis miedos. Me aterraba ser feliz, no podía erradicar la idea de que si algún momento llegaba a sentirme así, la vida se encargaría de cobrarme las facturas pendientes. Ser feliz era una necesidad como respirar, pero el terror ante esa posibilidad era igualmente fuerte.

Stan me miraba con expectación; su mirada, desprovista ya de las alentillas marrones, era increíblemente transparente, reflejando el deseo por escuchar mi respuesta.

Rodeé su cuello con mis brazos, aferrando mis dedos en su fino cabello mientras mis labios se apoderaban de los suyos con pasión. Tal vez había una especie de barrera mental que me impedía decir aquello que él debía escuchar, pero nunca me había faltado la creatividad, así que me encargaría de hacérselo saber de otras maneras.

Mi boca se deleitaba con avidez en sus labios; no supe si era su respiración o la mía aquella que resonaba en mis oídos, mientras un ronco gemido escapó de sus labios cuando separé mi boca para dejar paso a su lengua. Aquel sonido, unido al beso, hizo que el cuerpo me temblara por completo de anticipación, mientras el corazón me latía desbocado. No supe cómo ni cuándo, pero me encontré sentada a horcajadas sobre él, con sus manos debajo de la sudadera. El tacto de sus heladas provocó un nuevo estremecimiento que recorrió mi piel ardiente.

–Gallina –murmuró contra mis labios, con un dejo de humor, interrumpiendo el beso.

–Yo…

–Algún día me dirás, te lo prometo.

– ¿Y si no llega ese día? –Me enderecé un poco, pero sólo para poder acariciar mejor su rostro con mis manos. El seguía deslizando sus manos debajo de mi ropa, trazando líneas imaginarias a lo largo de mi abdomen, la espalda y el pecho. No puse ni una objeción a ello.

–Tengo mucha paciencia y una eternidad para esperar a que suceda.

Sonreí con suavidad, tal y como sucedía cada vez que se describía como paciente, pues la verdad es que esa cualidad no era precisamente su fuerte.

Al igual que él lo hacía conmigo, mis dedos esbozaban trazos irreales sobre la maravillosa perfección de su níveo pecho.

–¿Sabes? Esto, me recuerda un poco a Florencia. A la primera vez que tú y yo…

–¿De verdad?

–Sí. Esa noche me cuidaste, me llevaste a tu casa, me prestaste ropa y fuiste increíblemente dulce conmigo.

–¿Dulce? Nadie que conozco podría decir algo así de mí. Supongo que sólo contigo.

Volvió a unir sus labios con los míos, succionando casi con lujuria mi labio inferior.

–Te he extrañado. No tienes idea de cuánto. –pronuncié, rompiendo una vez más el beso entre nosotros.

–Lo sé. Aunque no es ni la mitad de lo que yo te añoré cada día desde que te dejé.

Con suavidad, me arrastró con él, de tal modo que quedó de espaldas sobre la cama y yo recostada sobre él, con la mejilla apoyada en su duro pecho.

Nos quedamos así por un buen rato, en completo silencio. Sus dedos sobre mi piel, sus brazos alrededor mío, haciéndome sentir segura y logrando apartar las preocupaciones de lo que nos esperaba detrás de la puerta de ese pequeño departamento.

–Tengo la sensación de que ya había estado aquí… no sé, como si fuera una especie de deja vu. –Dije con voz un poco ronca.

–¿En serio?

–Ajá…

–¿Y recuerdas lo que te conté aquella noche en Florencia sobre mi vida humana?

–Sí. –Aquellos recuerdos que había logrado extraerle gracias a mi don eran lo bastante tristes como para poderlos olvidar a voluntad.

–Te conté que habíamos tenido que escondernos en un apartamento diminuto, donde mi pobre hija había tenido qué pasar los primeros años de su hija encerrada entre cuatro paredes.

Rápidamente comprendí a dónde se dirigían sus palabras.

–¿Este es el departamento donde tú y tu familia vivieron ocultos?

–Así es. Y por esa ventana –pronunció con una inflexión en su voz que rápidamente me hizo desviar la mirada en dirección a ella –fue por donde fui lanzado mientras se llevaban a mi esposa y a mi hija.

–¿Por qué regresaste aquí? –me enderecé, apoyando el mentón en su pecho. Aquel lugar debía de estar lleno de recuerdos por demás dolorosos, ¿por qué rayos habría vuelto entonces?

–No sé, supongo que en el fondo soy un poco sentimental –pronunció con humor forzado, mientras entrerraba los dedos de su mano y desenredaba los mechones húmedos de mi cabello.

–¿Trajiste a Annie aquí después de que la sacaras del hospital de Londres?

–No. Mi pequeña pasó sus últimos días en un lugar adecuado, donde podían atenderla bien; era una casa de reposo a las afueras de la ciudad. Yo necesitaba un lugar dónde quedarme, y, no sé… supongo que elegí regresar a donde todo había empezado. Una forma de ir cerrando al fin una historia demasiado antigua.

De pronto, me sentí triste. Como si mi corazón se hubiera teñido del mismo color de las nubes que cubrían el paisaje exterior. Supuse que era en gran medida al recordar la historia de lo que fue la vida humana de Stan.

–¿La extrañas?

–¿A quién? ¿A mi hija?

–No, no me refiero a Annie. Hablo de Maia –pronuncié mirándolo directamente a los ojos. –Entonces… ¿la extrañas? –insistí nuevamente.

Honestamente, no podía dejar de estar celosa de lo que aquella mujer había sido para Stan mientras era humano.

–Lamento la forma en que todo terminó. Hubiera dado todo porque no tuviera qué pasar por tanto sufrimiento.

–Eso no fue lo que te pregunté.

–A veces extraño mi vida humana. A veces me pregunto cómo habrían sido las cosas si no nos hubieran descubierto esa noche; cómo habría sido nuestra historia si hubiéramos sobrevivido juntos aquella guerra.

–¿Todavía la amas? –sentí como si el corazón se me hubiera encogido nada más hacer la pregunta. Pero quería saberlo, era casi masoquista, pero necesitaba saber la respuesta.

–Fue la madre de mi hija, eso es algo que jamás podré dejar de lado.

Intenté disimular el dolor que me producía esa respuesta. Supuse que no lo logré, pues él se giró sobre su costado izquierdo, dejándome recostada de lado sobre la cama, mirándonos de frente uno al otro.

–Maya fue el amor de mi vida humana. Tú eres el amor de mi eternidad. No puedo darle la espalda a su recuerdo, porque significó mucho para mí. Es verdad que a veces la recuerdo, pero ya no duele su pérdida, sino la forma en que todo acabó.

»No haber sido capaz de proteger a mi familia es algo que nunca dejará de lastimarme.

–No debería preguntarte, no debería estar celosa de su fantasma pero… simplemente no puedo evitarlo.

–Supongo que es lo mismo que me pasa con el perro.

–Stan… –dije con reproche.

–Ok, ok… Con el lobito feroz.

–¿Tan difícil es llamarlo por su nombre?

–Lo siento, pero hablar de él es como tragar alimento humano. ¡Yiuk!

Entorné los ojos, derrotada. Intentar que Stan cambiara su actitud hacia Jake era como darme de topes contra la pared.

–No me has dado tu opinión acerca de lo que Jake y yo hablamos la otra noche.

–No es asunto mío.

–¿De verdad? –pregunté incrédula –Siempre tienes algo qué opinar en lo que a mi vida respecta.

–Esta vez, prefiero no decir nada.

–¿Por qué?

–Porque no.

Había esperado que dijera algo, lo que fuera, sobre el asunto. Pero a pesar de que todos habían escuchado perfectamente lo que nos habíamos dicho, nadie de mi familia, ni mis padres ni Stan, había mencionado nada al respecto.

Supuse que había sido demasiado el trajín en el que nos vimos inmersos antes de partir hacia Europa, que por eso no me había dicho nada con respecto a mi encuentro con Jake. Después, durante el vuelo, tampoco habíamos tenido oportunidad de hacerlo, pues habíamos tenido qué pretender que entre nosotros cinco no había relación alguna. Y en el viaje de Berlín a Praga, no había encontrado la forma de sacar a colación el tema.

–¿Nada?

–Ok, ok –pronunció con un dejo de cansancio –Lo único que voy a decir es que me alegro de que hayan aclarado las cosas y que de una buena vez entiendas que ni él fue una indefensa víctima ni tú una maldita bruja desgraciada.

»Tengo qué reconocer que se portó como un hombre, admitiendo que también tuvo parte de culpa en todo lo que sucedió entre ustedes. Por lo menos no intentó jugar con la carta del “pobrecito de mí” y dejarte cargando con los pecados y los remordimientos.

–Dijo que odiaba que yo lo quisiera poner en ese papel.

–A nadie nos gusta que nos victimicen. Es malísimo para el ego masculino.

»En fin, ya no quiero hablar de eso. Eso es algo que únicamente les pertenece a ustedes. Basta de recuerdos tristes, basta del pasado, ¿está bien?

Tomó mi mano y la llevó hasta sus labios, depositando un suave beso sobre mis nudillos. Afuera seguía lloviendo con fuerza, mientras nos aguardaban un montón de líos al cruzar la puerta, pero en ese instante, en medio de la locura que habían sido los días previos, me sentí tranquila, protegida. Estar con él me daba seguridad, aplacaba mis miedos y pesadillas. Era la primera vez en muchos días que por fin sentía una especie de respiro.

Podía pasarme una vida entera así, acostada a un lado de él, con su mano enlazada a la mía, disfrutando de su compañía. Me sentí un tanto sobrecogida, porque no sólo había deseo entre nosotros (siempre lo había estando juntos), sino que había, además, dulzura y ternura que me llegaban dentro, haciendo que el corazón se me inchara aún más si fuera posible.

–Deberías intentar dormir un rato. Estás cansada, se te nota.

–Ja, ja. Justo lo que quería escuchar: que me veo horrenda.

–No, eso no es verdad. Eres perfecta.

–Mmm, podría enlistarte todas las razones por las que en eso estás totalmente equivocado.

–Podrías, pero aún así, para mí seguirían siendo absolutamente deliciosa, bella, sexy…–su voz se volvió una especie de sensual susurro, provocándome una nueva oleada de estremecimientos de anticipación.

Entrecerré los ojos, esperando un nuevo asalto de sus labios sobre los míos. Casi podía sentir su respiración acariciando la tierna piel de mi boca.

Grrr

¿Qué demonios había sido eso?

Grrr”

–Será mejor que consiga algo para que te alimentes. De lo contrario, vas a terminar mordiéndome a mi.

–No tengo hambre.

Grrr

–Tu estómago no piensa lo mismo. –Pronunció con una sonrisita –voy a comprar algo de comida.

–¿Me vas a dejar sola? –noté la involuntaria nota de pánico en mi voz.

–Sigue lloviendo, no quiero que te mojes y agarres un buen desfriado.

–No necesito comida –justo cuando pronunciaba la última sílaba, mi traicionero estómago emitió un gruñido casi de película de terror.

–No lo creo. Hay un restaurant a la vuelta de la esquina. Es comida kosher, si no te importa.

Me encogí de hombros, me daba lo mismo si traía comida kosher, mexicana o de Marte. No tenía hambre, aún que mi traicionero estómago dijera lo contrario.

Vi como se movía con rapidez hacia la cómoda y extraía del segundo cajón una camiseta azul de mangas cortas. Se la puso a toda velocidad, se calzó las botas y salió disparado hacia la puerta.

–Vuelvo pronto. –Dijo con una sonrisa antes de cerrar la puerta tras de sí.

Me hundí un un poco más en el colchón, haciéndome un ovillo sobre él. No me gustaba estar sola en ese lugar; un aire triste impregnaba el minúsculo departamento. No sé, tal vez fuera por lo que había pasado ahí, por la historia que sabía sobre Stan y su familia, pero lo cierto es que sentía una especie de desasosiego en el corazón, provocándome un desagradable estremecimiento en la columna vertebral.

Deseé tener un reloj a la mano, saber cuánto había pasado desde que Stan había salido en busca de comida. Era una tontería, pero el tiempo parecía eterno y empezaba a sentirme sola sin él. Tal vez fuera por el ambiente triste, por estar en un país que no era el mío, por saber al peligro que nos enfrentábamos, y por un montón de cosas más, el caso es que me sentía bastante inquieta y con una especie de vacío en el pecho, de esos que a veces llamamos “un mal presentimiento”.

Agarré una flácida almohada y me abracé a ella. Giré la vista hacia la ventana, donde pude ver que la lluvia tomaba más fuerza.

Ojalá llevara un paraguas”, pensé para después reirme de mi innecesaria preocupación por él. Si terminaba hecho una sopa, lo último que pescaría sería un resfriado o una pulmonía.

De pronto, mi mente evocó los rostros de los miembros de mi familia. Me pregunté qué podrían estar haciendo en esos momentos; si estarían entrenando para el ataque o estaría buscando más aliados. La preocupación por ellos me invadió una vez más.

Al lado de Stan, el mundo parecía borrarse de mi consciencia. No podía concentrarme en nada que no fuera él; era como una especie de relajante muscular, mental y espiritual, todo en uno. Lo necesitaba a mi lado para sentirme bien, para alejar por un momento toda esa maraña de sentimientos que me dejaban reducida a nada. Deseé cerrar los ojos y que al abrirlos, ya hubiera pasado una semana o un mes, que todo hubiera terminado, que la cama en que estuviera fuera en algún lugar de América; que los Vulturis hubieran desaparecido por completo, que hubiéramos recuperado al abuelo Charlie sano y salvo… Que hubiera paz y tranquilidad en nuestras vidas, y que lo único que nos preocupara fuese encontrar un nuevo lugar donde vivir tranquilamente un par de años.

Cerré los ojos, abrazando con más fuerza la almohada. Quise hacer a un lado la preocupación, pensar en otra cosa que no fuera muerte y desolación. No ganaba nada obsesionándome por un futuro bastante negro, ¿verdad?

Con férrea determinación, intenté llevar mis pensamientos a cosas como la última película que había visto, el musical al que había ido un mes antes en compañía de Adele…

Suspiré con melancolía. ¿Cómo estarían en Nueva York? ¿Se habrían preocupado por mi desaparición? ¿Alguien estaría intentando encontrarme? ¿O… o simplemente me había encargado tan bien de alejar a la gente que a nadie le importaba un carajo lo que pudiera haber sucedido conmigo? Consideraba a la pelirroja Adele lo más parecido a una amiga y al resto de los chicos con los que trabajaba, bueno, la relación era superficial pero buena. Tal vez al único que le importara fuera a VJ, aún cuando nuestra relación era bastante intermitente. Sí, probablemente a él y al departamento de policía de Nueva York les intersaría saber donde rayos estaría yo.

Porque después de todo, en la ciudad había dejado un buen lío pendiente. Hasta la noche de mi fuga, yo era una sospechosa (sino que la principal) en la muerte de Jordan Kenneth Jr, el soltero de oro de Nueva York. Yo no lo había matado, pero como había sido la última persona con quien le habían visto antes de que su cadáver fuera encontrado, no se necesitaba ser un genio para saber en quién recaía toda sospecha. Supuse que no podría volver allá en por lo menos unos 40 años.

“¡Basta!”, mi mente me recriminó. Tampoco quería pensar en mis problemas con la ley. No quería pensar ya. Punto. No más Vulturi, no más Nueva York, no más Erinias. Necesitaba un respiro, aunque fuera por tres segundos.

Decidí concentrarme el el sonido de la lluvia contra el cristal; poco a poco fui descubriendo una especie de cadencia en el sonido, tan relajante que me finalmente me quedé dormida.

Todo estaba oscuro, pero podía sentir las húmedas baldosas bajo mis pies desnudos. Sonidos de algo arrastrándose acompañaban esa oscuridad. Llevaba las manos extendidas hacia el frente, titubeantes a lo que pudiera encontrar; temía caer pero ni de loca intentaría apoyarme en la pared, porque no sabía qué clase de bichos podrían estar rodeándome.

Uno, dos pasos más cuando el estrecho lugar retumbó con el potente aullido de un lobo. El corazón me latió desbocado, segura que era una especie de grito de guerra. Después del aullido, siguió un violento bufido; el terror me hizo emprender la carrera, sin importarme la oscuridad, las baldosas mojadas o el sonido de las ratas a mi alrededor. Mi instinto me decía que tenía que huir de ahí.

“¡Renesmee!”. Me detuve una fracción de segundo, reconociendo la voz de Stan como aquél que gritaba mi nombre. Traté de identificar de dónde provenía su voz.

“¡Renesmee! ¡Renesmee!” volvió a llamar, pero esta vez, el aullido siguió a su voz. Reanudé la marcha, segura de que ambos, tanto Stan como el lobo estaban cerca de mí.

Corrí, resbalando por momentos, recorriendo con angustia lo que parecía un laberinto sin salida. Stan seguía llamándome, el lobo seguía gruñendo furioso y después, reconocí la voz del abuelo Charlie en un agónico e incoherente monosílabo.

¿Dónde estaba? Ni idea, pero tenía qué salir de ahí; debía llegar a Stan para que me ayudase a dar con mi abuelo antes de que el lobo acabara con nosotros. Empecé a temblar de frío, pues el agua ya había empapado mi ropa; caí de bruces, completamente desorientada en medio de la oscuridad. Como pude, me levanté y seguí dando pasos, casi a tumbos antes de ver a lo lejos una especie de luz.

Avancé con ganas hacia allá, bastándome poco para comprender que efectivamente, aquél punto blanco era luz, ¡estaba cerca de la salida! Corrí con nuevos bríos, impulsada por salir de ahí y encontrar alguien que me ayudara. Sentía cómo sangraban mis pies, cómo ardían ese montón de pequeñas cortaduras al contacto con el agua fétida. Pero no importaba; iba a salir de ahí, iba a encontrar quién me ayudara a salvar a mi abuelo, y tal vez Stan me estuviera llamando desde fuera.

Faltaban un par de metros y la figura de un hombre alto se recortaba contra aquella cegadora luz. Sí, era Stan quien me esperaba ahí.

Detuve mi carrera nada más llegar al umbral, completamente cegada por el resplando del sol. Me costó un poco adaptarme al brusco cambio, pero eso era lo de menos, había logrado salir de ahí. Ya no había aullidos ni gruñidos aterrorizantes, ni siquirea seguía escuchando la voz del abuelo Charlie. Esbocé una enorme sonrisa; todo estaría bien.

Al fin, y después de parpadear incesantemente, pude ver a mí alrededor. Estaba a las afueras del palacio de los Vulturi en Volterra. Un tanto confundida, desvié la mirada hacia Stan, quien había permanecido impasible a mi lado; me llevé la mano a mi boca, intentando controlar el ahogado grito de terror: no se trataba de Stan, sino de Aro, quien me miraba con sinistra diversión.

Quise dar un paso atrás, alejarme de él. No importaba regresar a la oscuridad, tenía que huir de su maldad.

–Detenla. –Esbozó en una escueta orden.

Eso bastó para que unas fuertes manos me apresaran por los hombros, sometiéndome con pasmosa facilidad. Mis esfuerzos por escapar fueron deplorables, no tenía ni una oportunidad contra mi captor.

De pronto, esas manos me giraron, para quedar frente a frente a aquel que me retenía. Al verle, sentí como si me arrancaran el corazón en carne viva. Dolor, furia, terror… traición. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser él…?

–Ya sabes qué hacer –pronunció como una letal sentencia Aro a mis espaldas.

–Así es, maestro –dijo Stan con una brutal sonrisa, mientras sus ojos de un brillante escarlata me miraban fijamente y un hilo de sangre se deslizaba por la comisura de sus labios…

–Despierta, moje láska, sólo es un mal sueño. –Dijo mientras me zarandeaba suavemente por el hombro.

Me senté de golpe, sintiendo como si todo el aire se hubiera evaporado de mis pulmones. Empecé a respirar con violencia, mientras mi cuerpo temblaba descontroladamente. Stan me estrechó entre sus brazos, cobijándome en su pecho, intentando consolarme. Pero la pesadilla estaba tan reciente, que involuntariamente terminé envarada en su abrazo.

–Fue una pesadilla –pronunció con suavidad –Jamás podría hacerte algo así.

“¿Qué demonios? ¿Cómo supo lo que estaba soñando?”

–Mientras dormías, acaricié tu mejilla y pude ver tus sueños –respondió. Obviamente había expresado en voz alta las preguntas.

–Oh… yo… –no supe qué decir. Un rescoldo del miedo de mi pesadilla me acompañaba aún despierta, pero por otro lado, me sentía como avergonzada de que él hubiera visto que mi mente lo había elegido como el villano del sueño. –Lo siento…

–No pasa nada –repitió con la misma suavidad de antes –Fue solo un sueño y ninguna persona es capaz de controlar lo que ve en ellos.

Me llevé las manos al rostro, tallándomelo con brusquedad en un intento de apartar la modorra; me tomó bastante darme cuenta que estaba oscuro, que la única luz que había provenía de una lámpara de piso que había visto días mejores.

–¿Qué hora es? –la voz me sonó algo pastosa.

–Poco más de las ocho y media de la noche.

–¿¡Qué?! –chillé. ¿Cómo es que era tan tarde?

–Cuando regrese con la comida, te encontré profundamente dormida que no me animé a despertarte para que comieras.

–No debiste dejarme dormir tanto.

–¿Por qué no? Lo necesitabas después de estos días de locura. Aunque no quieras reconocerlo, tu cuerpo necesitaba un respiro.

–¿Tengo tiempo para darme una ducha antes de ir con las Erinias?

–Sí, falta todavía para ir a su encuentro. Pero, ¿podrías dejar de pensar en eso un rato y preocuparte en algo más?

–¿Cómo en qué?

–En comer, tal vez. Necesitas descansar, necesitas comer, necesitas atender todas las más básicas necesidades humanas para poder funcionar bien y hacerle frente a los Vulturi.

Al escuchar el nombre, no pude evitar recordar la imagen del Aro de mis sueños. Ni que en el, Stan era uno más de sus subordinados. Y una vez más, involuntariamente me eché a temblar.

–Hey, hey –Los brazos de Stan me envolvieron una vez mas –¿Sabes que yo no soy el enemigo, verdad? Solo fue un sueño. Yo estoy de tu lado, siempre.

–Lo sé… Disculpa, es sólo que fue tan… tan real que… Perdona.

–No pasa nada; siempre que sepas que fue un sueño, que la realidad no tiene nada que ver con eso. –Pronunció para inmediatamente después, darme un rápido beso en la frente y ponerse de pie. –Lo que compré para que comieras está frío y no tengo una estufa o un horno de microondas para que puedas calentarlo. –Dijo mientras señalaba con la mirada hacia una bolsa de papel marrón que descansaba sobre la cómoda. –Puedo ir a comprarte algo más si…

–No, así está bien. –le corté. Lo último que quería es que me dejara otra vez sola.

–Puedo tocar a la puerta de algún vecino y pedirle que me deje calentar la comida.

–No es necesario. Además, a ti no te gusta socializar con los vecinos, ¿Qué no?

–Por ti, podría hacer el intento –dijo con una traviesa sonrisa.

Casi por obligación más que por voluntad, me levanté y agarré la bolsa marrón para ver qué había en su interior.

–Esto no es kosher –dije al ver las costillitas agridulces de cerdo.

–Supuse que te vendría mejor algo de comida china.

Me encogí de hombros y me dispuse a sacar el contenido de la bolsa. Sinceramente, me apetecía más un litro de sabrosa sangre fresca, pero supuse que salir de cacería estaba descartado en esos momentos. Y la cacería humana… bueno, esa estaba en la lista de “Lo que no debe hacer un vampiro vegetariano”. Sin verdadero entusiasmo, le hinqué el diente a una fría y cebosa costilla de cerdo en salsa agridulce. No podía decirse que fuera lo mejor que hubiera comido en mi vida, pero tampoco quería parecer malagradecida con Stan, y como estaba segura de que él no me dejaría en paz hasta que no comiera lo suficiente, intenté dar buena cuenta del platillo así como del chow-mein y las verduras al vapor que le acompañaban.

–Creo que ya no puedo más… –pronuncié mientras palmeaba mi abultada tripa. Prácticamente me había metido la comida a fuerzas.

–Sí que tenías apetito.

–Ajá… –¡diablos! Por querer quedar bien, me iba a dar un entripado. No debí haberme comido los últimos cuatro bocados de brócoli.

–Tal vez deberías echarte otro rato antes de ir con las Erinias. Supongo que necesitas reposar después de… de cenar.

Por su voz, pude notar que mi exhibición de “glotona voraz” no lo había impresionado favorablemente, por decirlo así. Vaya, y yo que me había atragantado con tal de ponerlo en paz.

Justo cuando iba a darle una mordaz respuesta, el zumbido de su móvil captó nuestra atención.

Con movimientos por demás veloces, lo ví manipular el artefacto y leer vorazmente la pantalla.

–¡Souložit!

–¿Qué pasa?

–Neema. No ha podido convencer a los rumanos de que participen en el ataque al castillo de los Vulturi.

El alma se me fue a los pies. Esas eran noticias malas, muy malas para nuestro bando.

Stan leyó algo más antes de guardar el móvil en el bolsillo trasero de los vaqueros.

–¿Te importaría no tomar esa ducha de la que hablabas?

–¿Cómo?

–Se ha adelantado nuestra cita. Neema nos espera en Perlovka.

–¿Quiere vernos antes de que nos encontremos con el clan?

–No. Quiere decir que la Señora ha ordenado nuestra presencia en estos momentos. Así que si queremos su apoyo, será mejor que nos demos prisa. Hoy más que nunca, es necesario que decidan por nuestro bando.

Otra vez más, sentí el sofocón asfixiante. El momento había llegado, el encuentro con las Erinas estaba prácticamente a nada de suceder.

No pude evitar echarme a temblar, porque de alguna forma, el encuentro con el clan marcaba el inicio de la pesadilla; una de la que no estaba segura si podría despertar.

Añadir/Share

Bookmark and Share