La Señora
enarcó una ceja, lanzándonos una larga mirada y guardó silencio, a pesar de
las palabras de Stan. No es que él hubiera dicho algo como para sorprenderla o
avasallarla, era más bien como si estuviera estudiándonos.
Sentía el corazón repiqueteándome sin
control; me mordí el labio, nerviosa, y de vez en cuando, echaba una mirada de
reojo en dirección de la puerta de la sacristía. ¿Por qué los demás no venían?
Los rumanos ya deberían de haber llegado a las catacumbas y haber transmitido
las órdenes de la Señora a Eros y las
Erinias. Mi familia debió de haber sentido el temblor minutos antes de que ella
apareciera, ¿dónde estaban? ¿Qué estaría sucediendo con ellos?
–Entonces, ¿qué es lo que está buscando
en realidad?
–Stanislav Masaryk, siempre tan
temerario, siempre listo para el ataque, sin miedos, sin remordimientos –la
mujer al fin se dignó a hablar, esbozando una sonrisa ladeada, casi burlona –Dispuesto
a plantarse, sin importar quién es el enemigo. Admirable, definitivamente
estúpido, pero admirable.
Y antes de que pudiera darme tiempo de
respirar o parpadear, o incluso, para temer, la Señora se movió con una rapidez impresionante, hasta llegar atrás
de mi y rodearme con su brazo por el cuello, apretando con facilidad,
imposibilitándome moverme o respirar bien.
–¡No!
–¿No qué, Stanislav? ¿Estarías dispuesto
a tomar su lugar?
–Si.
Sentí que las órbitas de mis ojos estaban
a nada de estallar por la presión del brazo sobre mi frágil cuello. El pánico
empezaba a correr con violencia por mis venas; me costaba respirar, y sentía que las fuerzas empezaban a
abandonarme a toda velocidad. Pero a pesar de todo, intenté gritar, evitar que
Stan terminara en mi lugar.
Lo intenté, pero en vano. No podía
moverme, no podía hablar, y la mente empezaba a sentirme abotargada, a punto de
sumirme en una especie de bruma oscura… ¿De verdad ese sería mi fin? ¿Así, tan
fácil, sin siquiera poder un poco de lucha? ¡Dios! El terror se apoderaba de
mí, mientras los pulmones luchaban por recibir algo de aire, faltaba poco, casi
nada para que la penumbra de la inconsciencia se apoderara de mí.
Las voces de Stan y la Señora se escuchaban tan distantes, que
ni siquiera estuve segura de entender lo que decían. A pesar de mis esfuerzos,
cerré los ojos, totalmente vencida y me sentí caer por un abismo tan profundo,
como si no tuviera fin.