Espacio
–¡Demonios! –murmuré por tercera vez en
los últimos 15 minutos, sintiéndome una completa idiota por haber decidido
salir en el día más frío y nevado que pudiera recordar en mi vida. La
calefacción de mi SUV no parecía dar abasto, pero tampoco podía abusar de ella;
era muy consciente de los efectos que podía tener su uso incorrecto y prolongado
en la salud. Tal vez debería haberme
quedado en casa, en cama bajo 3 mantas, mi viejo pijama y el par de calcetines
más gruesos que pudiera poseer. Pero claro, era un lujo al que tenía que
renunciar por proteger mi paz mental y mi corazón…
Instintivamente, posé por un momento mi
mano izquierda sobre mi abdomen, recordando por qué había emprendido el viaje
hacia Seattle. Apenas era una pequeña protuberancia, casi imperceptible para
cualquiera de mis conocidos, pero mi cuerpo ya estaba empezando a sentir los
cambios. Y a antes de que la gente en la reserva se diera cuenta, quería estar
lo más lejos posible.
¿Estaba actuando como una cobarde
egoísta? ¡Claro! ¿Me arrepentiría de irme así? Muy probablemente, pero mi
instinto de conservación me hacían correr lo más aprisa posible, correr hasta
que los pulmones me ardieran por el esfuerzo.
Era 3 de Enero y había prometido dar una
respuesta a la oferta de trabajo más tardar el 8. Había dejado a los niños en
casa de Paul y Rachel, prometiendo volver por ellos una vez instalada y antes
de que el reiniciaran el colegio. Sinceramente, todavía no estaba segura de
aceptar el trabajo, mientras mi cabeza me decía que era la mejor oportunidad
que tendría profesionalmente para alejarme
de… de él, mi corazón me decía que
estaba tomando una decisión equivocada.
Odiaba dejar a mis chicos, y detestaba
aún más dejar a la tía Sue en un momento tan difícil para ella. Apenas un par
de días atrás, la madrugada del día primero de Enero, para ser más exactas, un
destrozado Seth había tenido que darle la noticia a su madre de la muerte de
Leah. No conocía bien las circunstancias, pero era claro que el viaje que
habían hecho intempestivamente Seth y Jake en búsqueda de mi prima no había
llegado a un buen fin. Y si las circunstancias eran manejadas con tanto recelo
y secretismo, eso significaba que el “secreto”
que rondaba a los Quileutes y del que definitivamente me negaba a reconocer,
estaba involucrado.
Y dado que los hombres se habían ido con
la familia Cullen, entonces…
Sacudí la cabeza, no era necesario
hondar en ello. Cada pensamiento que se iba por esos derroteros, significaban
un golpe a mi corazón. Y ya estaba cansada de ser el saco de boxeo emocional
que había sido las últimas semanas.
Decidida a concentrarme en la carretera,
sintonicé una estación cualquiera en el radio, intentando rellenar el silencio
del auto, porque el silencio me llevaba a pensar en una sola cosa, o mejor
dicho, en una sola persona. Suspiré profundamente al escuchar las notas de una
vieja canción country, y me limité a tararear la triste letra cantada por
Martina McBride.
Lamenté no poder tomar café, pero mi
embarazo me impedía hacerlo. Renunciar a mi dosis diaria de 4 tazas de cafeína no
había sido fácil, pero tenía que concentrarme en mi bebé, que a estas alturas
todavía era del tamaño de un frijol, “mi
pequeño frijolito”, pensé mientras esbozaba una ligera sonrisa. No era
sencillo manejar tantos sentimientos, el torbellino emocional en el que me
sentía sumergida gracias a mi relación con Jake, o mejor dicho, mi ex relación
con él. Pero jamás renegaría de mi pequeñín, era un regalo inesperado, pero una
bendición al fin.
Nunca me había detenido a pensar si
deseaba o no ser madre. No era algo que estaba en mi radar, ya que desde que
tenía memoria, el sueño de mi vida era ser médico y ayudar a mi gente, y luego,
cuando terminé siendo la madre adoptiva de los hijos de mi hermana y de Sam,
mis sobrinos y yo formamos una familia, la que nunca pensé en tener y no sabía
que necesitaba.
Y luego, Jake se unió a nuestra tropa…
Jake, con sus castaños ojos tristes y su
corazón roto llegó, convirtiéndose en la pieza que faltaba.
Lo amaba… no, lo amo. Lo amo tanto que
duele, que siento que no puedo respirar de la intensidad. Y pensé que él
también empezaba a hacerlo, que al fin empezaban a cerrarse sus heridas
emocionales y se quedaría con nosotros para siempre.
Pero ella, Renesmee, había regresado a
Forks, y con ella había traído el pasado, la historia inconclusa entre ellos.
Yo había sido testigo en primera fila, de la intensa y tumultuosa relación que
tuvieron; Jacob jamás había brillado como lo había hecho cuando estaba junto a
ella; nunca había reído o amado de la misma manera. Había una luz en su mirada
tan hermosa, tan brillante… y cuando ella se fue, todo eso desapareció. Fue
como ver la muerte de la estrella más fulgurante del cielo: violenta, rápida y
al final, solo dejó un enorme hueco que había absorbido cualquier esbozo de
felicidad del cuerpo de Jake.
Y aunque he amado a Jake desde tengo
memoria, jamás me alegré de que sus sueños de formar una familia con Renesmee
se desvanecieran. Porque su dolor es el mío, y si él no podía amarme de la
misma manera, yo sería feliz sabiendo que lo es con alguien más.
Pero a pesar de mi amor por él, tampoco
soy un felpudo. Lo amo, pero también me amo y me respeto a mí misma. Por eso me
hice a un lado y lo dejé ir, sin hablarle de mi embarazo. Tenía que darle la
libertad y conociéndolo, si sabía de mi hijo, jamás me dejaría, se quedaría por
un sentido del deber, y era algo que no pensaba permitir. Debía aclarar las
cosas con ella. Tal vez tendrían el cierre que necesitaban y podrían seguir
adelante con sus vidas, o tal vez…
“O
tal vez ya regresó con ella”, una vocecita retumbó en mi cabeza.
Era consciente que había una posibilidad
de que ellos regresaran, que ella se diera cuenta que él era su destino, su
final feliz. Tal vez ella se había dado cuenta del error que había cometido al
dejarlo de la manera en que lo hizo; tal vez terminó pidiendo perdón por los
pecados cometidos… o simplemente se arrojó en sus brazos diciéndole cuánto lo
había extrañado y eso habría bastado.
Y mientras mis pensamientos me
torturaban con esas ideas, en la radio empezó la vieja canción de Randy Travis,
“I told you so”…
–¿De verdad? –Pregunté a nadie en voz
alta, con una triste sonrisa burlona mientras mis estúpidos ojos empezaban a
soltar estúpidas lágrimas gracias a mis estúpidas y alocadas hormonas.
Para mí muy mala suerte, mi llanto ocasionó
que la máscara de pestañas se convirtiera en un desastre, chorreando no solo
por mi piel, sino también dentro de mi ojo izquierdo, provocando un ardor
incómodo.
Sí, lo que me faltaba. Quedar medio
ciega mientras conducía en la congelada carretera. Mientras mi ojo izquierdo parpadeaba como luz
intermitente, intenté alcanzar la caja de pañuelos desechables que estaban
debajo del tablero del auto, aunque para eso, tenía qué soltar una mano del
volante.
Mientras agarraba el volante con la mano
izquierda, con la derecha intentaba estirarme lo más que me dejaba el cinturón
de seguridad, intentando alcanzar la caja de pañuelos. Después de unos cuantos intentos, lo logré.
No sé por qué, pero me pareció una pequeña victoria haberlo hecho, tanto que me
hizo sonreír mientras halaba el pedazo de papel, lista para limpiar el desastre
que había hecho con mi llanto.
Pero la sonrisa me duró lo que un
suspiro, porque aunque habían sido apenas unos segundos, esa pequeña
distracción bastó para que perdiera de vista la carretera y no fuera capaz de
maniobrar a tiempo: de la nada, había aparecido un enorme venado, cruzando
ferozmente la carretera.
Mi instinto me hizo dar un tirón al
volante, esperando esquivar al animal, pero no solo no logré evitar el choque,
si no que de pronto el mundo pareció dar vueltas como un tiovivo sin control.
El miedo atenazó mi corazón, aferrada a
volante del auto, en un desesperado intento de detener la descontrolada
trayectoria.
“Por
favor, por favor”, repetí como un mantra, sin saber si lo decía en voz alta
o en mi mente. Por favor, que auto se detuviera; por favor, que mi “frijolito”
resistiera; por favor que… Jake volviera.
Un chirrido, un fuerte golpe y luego la
nada.
Un ruido en el fondo me sacó de mis
sueños.
Aunque no podía llamarse sueño si no
habían imágenes que recordar al abrir los ojos, ¿verdad? Sólo había sido
oscuridad, y al abrir los ojos, la luz
artificial que daba de lleno en mi rostro me provocó el más horrible dolor de
cabeza que jamás había sentido en mi vida.
Volví a cerrarlos, intentando que así se
detuviera la dolorosa punzada que me martirizaba en la sien izquierda.
–¿Ya despertaste, linda? –una suave y
gentil voz me preguntó, haciendo que frunciera el ceño con fuerza. Aún esa
suavidad empeoraba el dolor. -¿Cómo te
sientes?
–Me duele… cabeza –no pude reconocer mi
propia voz. Sonaba más ronca de lo normal; supuse que por eso me había dolido
la garganta al pronunciar esas tres palabras.
–Le avisaré a doctor que has despertado
y luego te pondremos algo para el dolor.
“¿Doctor?
“
Levanté la mano derecha hacia mi frente,
sin estar segura qué estaba pasando. ¿Por qué había mencionado a un doctor?
¿Qué demonios había pasado? ¿Dónde estaba?
–No, cariño, vas a lastimarte si
levantas el brazo así –volvió a pronunciar la suave voz. Con esfuerzo, logré
abrir los ojos y descubrí que la dueña de esa voz era una mujer de piel de
ébano y sonrisa amable, vestida con el característico uniforme de enfermera.
Con cuidado, volvió a posar mi mano sobre el colchón de la cama de hospital en
la que estaba tendida, mientras le daba un rápido vistazo a la intravenosa que
me conectaba a una bolsa de suero.
–Trata de no moverte, por favor. Ya regreso con el médico.
Cerré los ojos, y no supe si fue un
minuto o un mes lo que tardó en regresar la enfermera con el doctor. No
entendía porque estaba en el hospital.
Recordaba ir en la carretera, escuchando
viejas canciones country. Recordaba también que hacía mucho frío y que la
carretera estaba prácticamente congelada, y que trataba de ir con cuidado para
no tener un accidente…
Accidente.
Se me cortó la respiración al recordar
el accidente. El venado, el auto descontrolado… mi frijolito.
Instintivamente y con terror, puse mi
mano izquierda sobre mi abdomen, mientras mi mente hacía un rápido chequeo de
mi cuerpo. Yo era médico, así que si hubiera algo mal con el pequeño, lo
sabría, ¿verdad?
No pude evitar sentir que el corazón se
me aceleraba por el miedo a que algo le hubiera pasado a mi bebé por culpa de
mi imprudencia. Mi instinto profesional me hizo mirar hacia el oxímetro que
tenía en el dedo índice de la mano izquierda, comprobando que mi frecuencia
cardiaca estaba en 65 latidos por minuto, todo normal ahí.
Descartada una arritmia cardiaca, pero
sin abandonar mi gesto protector en el abdomen, paseé la mirada en la pequeña
habitación del hospital. ¿Dónde estaría? Las instalaciones no me parecían
conocidas, y la anodina blanca habitación, no indicaba de qué hospital se
trababa. Inclusive busqué en la bata hospitalaria que usaba algún logo o
bordado que me indicara donde rayos había terminado después de mi
accidente.
Justo mi mente se centraba en eso cuando
la puerta de la habitación se abría. Levanté la mirada, esperando encontrar a
un colega, pero en su lugar, ocupando cada centímetro de la habitación con su
imponente presencia, ahí estaba Jacob Black. Y por la manera en que apretaba su
quijada y el entrecejo, era evidente que estaba cabreadísimo.
Oh. Por. Dios.
Al final, ya muy entrada la noche, me
dejaron salir del hospital Claro, me habían tenido que hacer un montón de
exámenes para comprobar que estaba bien, o mejor dicho, que frijolito y yo estábamos bien. A pesar
de lo aparatoso del golpe, había salido con el labio roto, un moretón a modo de
banda de concurso de belleza (cortesía del cinturón de seguridad) y un chipote
a mitad de la frente.
Habíamos tenido mucha suerte, dijo el
médico que me había tratado. Así que no
necesité pasar la noche en el hospital. Dada mi condición, solo pudieron darme
tylenol para el dolor de cabeza; cualquier otra molestia, tendría que ser una
chica grande y aguantarlo.
Un muy serio Jacob había escuchado todo
en silencio, como una estatua. El único movimiento que se permitía era el constante
apretón de quijada, haciéndome consiente que su enojo iba creciendo más y más.
Un enfermero me llevó en una silla de ruedas
hasta la salida del hospital; Jake se adelantó para acercar su camioneta hasta
la entrada, y antes de que pudiera ponerme en pie y subir al asiento del
copiloto, Jake bajó, me tomó en brazos y me depositó con silenciosa calma sobre
el asiento de piel antes de salir del estacionamiento del nosocomio.
El ambiente tenso volvía sofocante el
interior del vehículo. Sabía que Jake estaba molesto, y lo entendía. Se había
tenido que enterar por otros de mi embarazo, cuando debería haber sido yo quien
se lo dijera.
Era como si pudiéramos cortar con un
cuchillo el silencio instalado entre nosotros. Respiré profundamente, llenando
de aire mis pulmones hasta el punto de arder. Tenía que amarrarme lo calzones
de niña grande y afrontar el error que había cometido. No era el momento de ser
una cobarde.
–Jake, yo…
–No. –el seco y determinado tono de su voz me paralizó por
un momento. Decir que estaba enojado era quedarse corta. Era evidente que
estaba bullendo por dentro.
–Pero…
–He dicho que no – Temblé ante sus secas
palabras. No había necesitado gritar para dejar en claro que no quería hablar
en ese momento.
Tragué saliva y guardé silencio,
dispuesta a darle espacio y tiempo para calmarse y poder hablar como personas
civilizadas y maduras. Aunque más que una actitud madura de mi parte, era más
bien que él me estaba aplicando la ley de hielo.
Así que me limité a girar mi rostro
hacia la ventana, pretendiendo observar las tranquilas calles de Port Angeles.
Al final resultó que, mientras estaba inconsciente después del accidente, me
habían trasladado en una ambulancia hasta esa ciudad.
No estábamos lejos de Forks, así que
supuse que tendría que aguantar una hora más de silencio antes de llegar a casa
y poner las cartas sobre la mesa. Pero sorpresivamente, Jake dio un par de
giros entre las calles de la ciudad, alejándose del habitual camino hacia
nuestra pequeña ciudad.
Paramos en un hotel; para mi asombro, en
lugar de dirigirse al lobby para reservar una habitación, Jake pasó de largo
hasta el extremo más alejado del edificio en forma de herradura. Supuse que
había aprovechado para reservar la habitación y conseguirme algo de ropa,
mientras me hacían los estudios en el hospital.
–No te muevas –me ordenó como el mejor
general de guerra. Algo me decía que sería prudente guardar silencio hasta que
estuviéramos a solas. No es que temiera de Jake, pero supuse que nuestra
conversación no era la adecuada de llevar a cabo en un lugar tan público, aun
cuando no había nadie a nuestro alrededor.
Con destreza, me ayudó a salir de la
camioneta, y llevándome al estilo nupcial, me cargó hasta dejarme suavemente
sobre el colchón de la única cama que había en la habitación. No sé por qué,
pero darme cuenta que era una cama de tamaño matrimonial hizo que mis mejillas
se encendieran.
Esperé a escuchar el clic de la
cerradura al cerrar la puerta, antes de decir algo, cualquier cosa que acabara
la tensión entre nosotros.
–Creo que…
–¡¿En qué demonios estabas pensando,
mujer?!
Hablamos al mismo tiempo, yo bajito, él
con la explosión de un volcán. No recordaba haberlo visto alguna vez tan
enojado.
–¿¡Por qué sales y te arriesgas estando
las carreteras congeladas?! ¡Te he
tenido siempre como una de las personas más sensatas en este mundo, pero vas y
te comportas como una temeraria!
»¿Por qué te arriesgas así? ¿Tan enojada
estás conmigo que pretendes castigarme así, volviéndome loco de preocupación?
Era consiente que había tomado una
decisión bastante tonta al intentar llegar a Seattle estando las nevadas al
orden de día. Pero escucharlo de la furiosa voz de Jake me hacía sentir no solo
una tonta, sino muy culpable de arriesgar mi vida y la de mi bebé. Un nudo en
la garganta empezó a formarse, mientras las traidoras lágrimas anegaban mis
ojos sin control
Intenté decir “lo siento”, pero mi garganta se negaba a emitir sonido alguno. En
su lugar, empecé a llorar desconsoladamente. Sin pensarlo, me llevé las manos
al rostro, intentando ocultar mi llanto.
No supe cómo, pero en un segundo había
estado sentada sobre el colchón de la cama y al siguiente, estaba sentada en el
regazo de Jake, mientras sus brazos me rodeaban en un fuerte abrazo. Me acurruqué en su pecho, y lloré no sé por
cuanto tiempo, sacando todo el estrés y el miedo que había sentido no solo por
el accidente, sino desde el día que supe que los Cullen habían regresado a
Forks.
Poco a poco, mi llanto fue remitiendo,
quedando apenas una pequeña estela de cortos suspiros, cargados de
sentimientos.
–No llores, por favor. –La voz de Jake
ya no estaba cargada de enojo, ahora era un destello de preocupación lo que las
envolvía –No me gusta verte llorar.
–Entonces no me grites –era consiente
que sonaba como una niña en berrinche, pero supuse que las hormonas de
embarazada hacían que mis emociones estuvieran descontroladas. Después de todo,
la que tuvo el accidente, fui yo, la que se estresó preocupada por frijolito, había sido yo.
–Lo siento, yo… –Jake resopló
exasperado, como si estuviera tratando de acomodar sus ideas. Con suavidad,
posó una mano bajo mi mentón, obligándome a mirarlo a la cara y fijar mi
atención en él. –No debí gritar, pero no
tienes idea de lo muerto de miedo que estaba por ti.
–¿Cómo supiste dónde estaba? ¿Cómo
llegaste aquí?
–Seth y yo volvimos de Suiza muy
temprano en la mañana; Jasper Cullen nos consiguió un vuelo privado hasta
Seattle y otro de ahí hasta Forks.
»Íbamos llegando a la reserva cuando
Paul nos informó que había escuchado por la radio que había un accidente en la
carretera, unos kilómetros más delante de Port Angels. Habían mencionado las
placas del vehículo involucrado, y luego, habían subido unas fotos en un grupo
de WhatsApp en el que está metido. Así fue como supimos que te había pasado.
Todos estaban muy preocupados, y yo estaba a punto de volverme loco pensando
que te podría haber perdido.
Me acurruqué más entre los brazos de
Jake, estremeciéndome al recordar el accidente. Realmente me había salvado por
los pelos de quedar gravemente herida.
–¿Quieres decirme qué paso? –Jake
pronunció con un tono tan suave, maravillándome de la capacidad de control que
tenía, ya que apenas unos instantes antes, me había gritado.
–Yo… –suspiré haciendo una breve pausa,
intentando que mi voz saliera lo más firme posible –Iba conduciendo, y de
pronto algo se me metió al ojo, y me empezó a arder horrible y… no sé… creo que
en lo que trataba de limpiarlo, perdí de vista la carretera y salió este enorme
venado y yo…. –hice una breve pausa,
tragando grueso, nerviosa –Supongo que tendré que dar gracias al cielo que salí
con apenas unos raspones
–Si, gracias a Dios, solo fue lo
material… tu SUV quedó prácticamente inservible. –Jacob me abrazó con más
fuerza. Me apoyé contra su pecho y al escuchar el latido de su corazón, el mío
se fue tranquilizando en su alocada carrera. –Todos estábamos muy asustados,
muy preocupados por ti… no podía pensar que te hubiera pasado algo, no después
de lo de Leah.
–¡Dios! Tía Sue ya tiene suficiente con
lo de Leah, y yo preocupándola de esta manera… lo siento tanto.
Cerré los ojos, todavía con mi rostro
sobre el pecho de Jake, intentando apagar el ruido en mi cabeza. Habían pasado
tantas cosas en casa, y lo último que necesitaba era contribuir al dolor de mi
familia. Era difícil no sentirme culpable y egoísta.
–Sabes que tenemos qué hablar, ¿verdad?
–La voz de Jacob rompió el momento de silencio, haciendo que el ritmo de mi
corazón volviera a acelerar. Nunca me había considerado una cobarde, pero no
podía negar que en esos momentos estaba nerviosa. Había llegado el momento de
poner las cartas sobre la mesa.
Retirando algunos mechones rebeldes de
mi cabello que habían caído sobre mi rostro, me enderecé hasta conseguir una
posición erguida. Hice el amago de levantarme del regazo de Jake, en un
desesperado intento de poner distancia entre nosotros, pero él fue más rápido y
me apretó aún más si era posible, con sus brazos pareciendo una prisión de
acero alrededor de mi cintura.
–¿Por qué no me lo dijiste?
“¡Wow!”,
pensé, eso era ir directo al grano. Jake era directo y odiaba andar con rodeos,
decía que no tenía caso andar por las ramas, era preferible atacar de lleno los
asuntos a tratar, y al parecer, esto no iba a ser una excepción.
–Ya lo sabías cuando terminaste conmigo.
–No era una pregunta. Supuse que me conocía lo suficiente para llegar a esa
conclusión.
Inhalé profundamente, tanto que sentí el
ardor en mis pulmones al llenarse de aire. Tenía pecados que confesar, esa era
la verdad.
–Sí, lo confirmé un par de días antes. –Jake
frunció el ceño, interrogante, pero no me interrumpió. Me estaba dando la
oportunidad de que me explicara, quería escuchar el por qué le había ocultado
mi embarazo. –Había tenido una leve sospecha cuando mi periodo se atrasó más de
una semana, por lo general soy muy exacta con esas fechas. Además, había empezado a sentir más sensibles
mis senos y había empezado a tener nauseas nada más ver u oler el atún.
»Me hice tres pruebas caseras y luego lo
confirmé en el laboratorio de la clínica de Forks. Cuando leí en el papel la
palabra “Positivo” me quedé congelada, incrédula… no sabía cómo reaccionar.
–Pero aun no entiendo por qué no me lo
dijiste.
–Pensaba hacerlo… cuando se asentaron
mis pensamientos, estaba feliz y creí que también lo estarías… un hijo de los
dos, algo que no habíamos planeado, ni siquiera hablado de ello, pero supuse
que… quise darte la noticia de una
manera especial, solo que…
–¿Solo qué…?
–Solo que ella volvió. –No me sentía capaz de pronunciar su nombre en voz
alta, era el eterno fantasma que había estado entre nosotros desde el primer
día –Había pensado prepararte tu cena favorita… –mi voz tembló, estaba haciendo
un esfuerzo titánico no llorar, pero me dolía recordar los días después de
confirmar mi embarazo. –Estaba hablando con tu hermana para pedirle que
cuidara a los niños esa noche, cuando entró Paul y nos contó que los Cullen
habían regresado, incluida ella.
»No te voy a mentir, al escuchar que
ella había regresado, fue como si me arrancaran el corazón. Era el fin.
Jacob hizo el ademán de interrumpirme,
pero no se lo iba a permitir, no cuando al fin se había abierto la compuerta de
mis sentimientos. Ya había callado por tanto tiempo, y por mí bien y por el de
mi bebé, era preferible dejar de una vez las cosas en claras, aunque doliera.
Porque, hasta el momento, no había dicho que hubiera regresado para quedarse,
¿verdad? Tal vez estuviera siendo considerado porque había descubierto que
estaba embarazada, tal vez había arreglado las cosas con ella y regresaría a su
lado una vez pasado el funeral de Leah.
–No te lo dije porque no quería
presionarte, no quería que creyeras que tenías un estúpido deber hacia mí. El
gran amor de tu vida había vuelto, y había mucha historia entre ustedes,
historia que no había tenido un cierre.
»Siempre fui consciente de lo que ella
significa para ti; no soy tonta, sé que desde que se fue, tu corazón quedó
incompleto. Yo fui el premio de consolación, la eterna amiga en la que te
apoyaste en tus días más negros.
–¿Pensabas decírmelo? –el tono de voz de
Jake volvía a ser duro, cerrado. Supuse que estaba molesto, pero ¡al diablo! La
verdad no peca, solo incomoda.
–Si, eventualmente…
–¿Eventualmente? ¿Qué demonios significa
eso?
–Que… que en algún momento te lo diría.
–¿Y eso sería…?
“Cuando
el corazón dejara de sangrar y pudiera volver a respirar sin dolor por tí”,
terminé en mi cabeza.
–Pero ya lo sabes –dije, eludiendo la
pregunta directa. Volví a hacer un amago para levantarme, necesitando más que
nunca de poner distancia física entre los dos. Su contacto quemaba, dolía
sabiendo que probablemente él jamás habría sido para mí.
Pero una vez más, el brazo de Jake
volvió a impedir que me quitara de encima de él.
–Así que, decidiste que lo mejor era
terminar conmigo y hacerte cargo tú sola de nuestro hijo, dejarme fuera de sus
vidas.
Así como lo decía, sonaba algo mezquino…
bueno, más bien bastante mezquino de mi parte.
–No es así, yo solo quería darte espacio
para que arreglaras tus cosas sin sentir que tenías que estar por obligación
conmigo.
»Y sigo pensando lo mismo; no tienes
ninguna obligación hacia mí. Si quieres ser parte de la vida de frijolito, no te lo voy a impedir.
Podemos tener una cordial relación co- parental y lo haremos funcionar aun
cuando ella y tú vivan lejos de Forks, porque…
Mi voz calló, porque Jacob me besó.
Y lo hizo como nunca lo había hecho, con
una pasión furiosa, con su lengua conquistando cada rincón de mi boca,
arrasando cualquier pensamiento o barrera que pudiera interponerse. Nos
habíamos besado un montón de veces a lo largo de nuestra relación, pero este
beso era especial, diferente a todos los demás, lleno de pasión, destinado a destruir
cada una de mis defensas hacia él.
Mis labios ardían ahí donde habían
terminado cortados después de mi accidente, pero no me importaba, porque el
beso de Jake parecía haber adormecido mi mente, dejando que mis sentimientos y
mis instintos tomaran posesión de mí. Podría jurar que había probado el sabor
metálico de la sangre brotando de mi herida, pero ni eso logró pararnos. Jake
me rodeaba y acariciaba mis costillas con su mano derecha, mientras que
enterraba la otra mano entre mi cabello. Mis brazos se aferraron a su cuello
posesivamente, reclamándolo.
Rompimos el beso hasta que nuestros
pulmones exigieron oxígeno, recordándonos que teníamos que respirar. Mi pecho
subía y bajaba descontrolado, y realmente no sabía si era por la falta de aire
o por la excitación del momento.
Bajé la mirada un segundo, y ahí fui
consciente de que estaba solamente en el bralette negro que Jake me había
comprado junto con el resto de la ropa con la que había salido del hospital; en
algún momento, tan inmersa como había estado por su beso, él había aprovechado
para desabrochar y quitar mi blusa.
Por instinto, traté de cubrir mis pechos
con las manos, pero Jake lo impidió, atrapando mis muñecas con una de sus
manos.
–¿Por qué…? No debiste besarme
–¿Por qué no? Eso es lo que cualquier
hombre hace con la mujer que ama cuando regresa a casa.
“con
la mujer que ama…” Abrí los ojos, sorprendida, sin despegar mi mirada de su
rostro. ¿Había escuchado bien?
–Te amo y no pienso irme a ninguna
parte. Eres mi hogar, y no concibo mi vida sin ti.
Mi cabeza negaba desenfrenadamente, no
queriendo hacerse falsas ilusiones.
–No puede ser… ¿y ella? ¿Qué? ¿Cómo? Ya
te dije que no quiero…
–Emma, eres tú, solo tú. –Jake me miraba
con intensidad, pero con también con un brillo de ternura y de algo que bien
podía ser amor, pero mis miedos se negaban a reconocer como tal –No voy a
mentirte, ver a Renesmee después de tanto tiempo y de la forma en que se fue,
removieron muchas cosas en mí –escuchar su nombre salir de sus labios me
provocó un estremecimiento involuntario –Pero pude cerrar esa historia, por fin
pude dejar atrás el dolor y todos esos feos sentimientos que venía arrastrando.
»Pero sobre todo, reconocí que soy un
tonto por no decirte que te amo. Tuve
que irme hasta el otro lado del Atlántico, rodeado de enemigos, para darme
cuenta que era un idiota por permitir que te alejaras de mí.
–Pero ella es tu impronta –pronuncié con
debilidad.
–La impronta dice que serás lo que la
otra persona necesite. Y hoy somos un par de extraños que están tranquilos
sabiendo que el otro encontró su verdadera felicidad.
Con cuidado, Jake nos puso de pie, uno
frente al otro.
No recordaba la última vez que había
visto una sonrisa similar en su rostro, tan brillante y llena de amor. Y al
parecer era por mí.
Atrapó mi rostro entre sus manos, y vi
la adoración que sentía por mi reflejada en su mirada llena de promesas para el
futuro.
–Emma Marie Young, te amo hoy, mañana y
siempre. Y prometo que jamás volverás a dudar de mi amor por ti, Te amo y
quiero que seas mi esposa, mi amor y mi compañera. ¿Quieres casarte conmigo?
Empecé a llorar descontroladamente,
asintiendo.
–Te amo y sí, quiero pasar el resto de
mi vida contigo, con nuestra familia.
Jake me tomó entre sus brazos,
abrazándome con fuerza, dando vueltas por la habitación, mientras me decía:
–¿Puedes volver a decirlo?
–¿Qué?
–La parte donde me dices que me amas
–Te amo –pronuncié feliz, con la sonrisa
más amplia que mis heridos labios me permitieron.
–¿Para siempre?
–Para siempre, Jacob Black
Muchas horas después, saciados entre las
sábanas, con mi espalda apoyada en su pecho mientras me abrazaba y una de sus
manos se posaba posesivamente sobre mi vientre, ambos empezamos a hacer planes
sobre el futuro. Algo que jamás me había atrevido a soñar siquiera.
–¿por qué frijolito? –preguntó de pronto, divertido, mientras trazaba
círculos imaginarios con sus dedos sobre mi vientre.
–En la última revisión que tuve con la
ginecóloga, me dijo que era del tamaño de un frijol y a partir de ahí, le he
estado llamando “frijolito”.
–No creo que frijol sea el apodo
adecuado para nuestro cachorro.
No pude evitar poner los ojos en blanco
mientras decía: –Te recuerdo que no necesito ni quiero saber el secreto de la
tribu. –Aunque ambos sabíamos qué eso era algo tarde. Lo había descubierto
gracias a Sam. –Así que prométeme no decirme jamás.
–Lo haré, si tú me prometes otra cosa a
cambio.
–Lo que quieras.
–Jamás me vuelvas a alejar, no quiero
nunca espacio entre nosotros.
–Dicen que a veces es necesario
–Conmigo no, no lo quiero
–¿Por qué? –pregunté, más por curiosidad
que nada.
–Porque en el espacio solo hay
oscuridad. Y tú eres la luz de mi vida.