Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

martes, 11 de septiembre de 2012

JURAMENTOS




–¿Cuándo…? –la voz me falló, sentía tanto pesar que era como si me hubiera quedado muda –¿Cuándo pasó?
Permanecí en la misma posición, moviendo únicamente un poco el rostro para mirarlos, en espera de la respuesta. Sentía una especie de vacío, como si algo hubiera caído hasta el suelo, haciéndose añicos. Lo que había ganado en unos días, se había derrumbado en unos segundos. Tenía la sensación de que estaba a punto de caer en el mismo pozo oscuro en el que me había enterrado durante los últimos años.
–Hace siete meses –respondió al fin Seth. El enojo se había esfumado por completo de su rostro, y ahora había una mueca de remordimiento, como si le pesara que yo hubiera terminado por saber lo sucedido con Claire.
Apreté los ojos con fuerza, mientras hacía memoria. Cuando el ataque, Claire tendría doce o trece años. Y de eso había pasado poco más de tres… Quince o dieciséis años, ¿cómo una adolescente de esa edad es que había terminado por arrojarse así de un acantilado? ¿Qué tan desesperada se sentiría? ¿Qué tan aterrorizada estaría?
Asesina”, una vocecita en mi cabeza me repetía incansablemente, sin piedad, recordando una y otra vez lo sucedido aquella noche en la reserva.
Me quedé tiesa, con la mirada fija en un punto en el vacío. En mi cabeza, aparecían imágenes de Claire, de sus padres, de Quil… flashazos de imágenes que eran como un látigo lacerante en mi consciencia.
–¡Renesmee!
Como si fuera una muñeca de trapo, Stan me levantó con una facilidad casi insultante, abrazándome contra su pecho, estrechándome como si con eso pudiera calmar mi dolor y mi remordimiento. Pero no me atreví a mirarlo, sencillamente me encogí  más en el refugio de su abrazo. No quería que viera en mi mirada, porque vendrían las preguntas y, como una cobarde, temía responderle. Temía que supiera que al final, yo no era mejor que los demás, que yo no había sido lo suficientemente fuerte para derrotar al monstruo que vivía en mi.
–¿Qué le han hecho? –Stan estaba colérico, podía sentirlo en cada sílaba que pronunciaba.
–Nosotros…
–Ellos no han hecho nada –dije, con voz ronca, sin levantar la cabeza. No quería causar algún problema entre Stan, Jake y Seth; después de todo, sólo me habían contado la verdad.
 –¿Qué tienes, entonces? –pronunció con preocupación.
Yo no pude contestar, era como si mi cuerpo hubiera renunciado a cualquier esfuerzo, a las palabras para explicarme y al valor para hacerlo. Simplemente, me abracé a él con fuerza y dejando que más lágrimas cayeran sobre su pecho.
En un rápido movimiento, tan rápido que apenas si me percaté de él, Stan terminó sentado sobre la tumba en la que yo había estado momentos antes. Me puso sobre su regazo y me rodeo en su abrazo, haciéndome sentir pequeña. Enterré el rostro entre su cuello, rodeándolo con mis manos, y estuve así quien sabe cuánto tiempo, en silencio todos, con mis lágrimas incontrolables, sin dejar de pensar una y otra vez en lo que Jake y Seth me habían contado, mientras el bombardeo de recuerdos de Claire parecía no tener control ni fin.
–Debieron guardar silencio –el tono brusco de Stan me tomó por sorpresa, pero no tanto como sus palabras. –¿Realmente creyeron que era el mejor momento para contarle algo así? ¡¿En qué demonios estaban pensando?!
Involuntariamente, me tensé en sus brazos. Era evidente que Stan sabía, pero ¿cómo? ¿Habría fingido irse con los demás, y en realidad se abría quedado todo ese tiempo escuchando detrás de una pared?
–Me lo mostraste –Stan respondió, como si hubiera podido escuchar las preguntas en mi mente.
Mi don. Aunque había logrado aprender trucos para mantenerlo a raya, lo cierto es que cuando mis emociones estaban alteradas, mi don se echaba a andar por si solo, como si tuviera voluntad propia. Así que le había mostrado a Stan mis pensamientos, sin darme cuenta de ello.
Aflojé el abrazo y me puse de pie al instante, adelantándome a cualquier rechazo de su parte. Clavé la vista en el polvoriento piso, incapaz de verlo a la cara, incapaz de soportar que me mirara con desprecio o con lástima.
–¡No tenían ningún derecho!
–Lo último que queremos es hacerle daño.
–Pues no lo parece. Tal vez lo que quieres es lastimarla.
–¡Eso es una estupidez! ¿Por qué querría hacerle daño a Renesmee?
–Quizás para que pague por haberte dejado.
El intercambio de palabras iba subiendo de tono, haciéndome reaccionar.
–¡Basta! –grité, mientras mi voz hacía eco hasta el último rincón del lugar.
Una pelea entre Stan y Jake era lo último que necesitaba en esa noche tan desastrosa.
–Stan, por favor –dije, con voz tensa y ronca, tanto que no podía reconocerla como la mía propia –Cualquier cosa relacionada a mí pasado con Jacob, sólo nos incumbe a él y a mí únicamente.
»Además, en algún momento  yo debía saber la verdad de lo que sucedió con Claire.
–Pero no tenías por qué enterarte justamente ahora.
–¿Quién decide cuándo es el momento exacto para conocer las consecuencias de nuestros actos? –Hice una breve pausa, intentando pasar saliva por mi garganta, que sentía pastosamente seca –No me lo dijeron por hacerme daño. No hay razón para que la tomes contra ellos. Si me lo terminaron contando fue porque yo empecé a hacer preguntas y… –lancé un suspiro cortado por un hipido – solo que no me esperaba cuáles iban a hacer las respuestas.
Guardé silencio, mientras me restregaba el rostro con las manos, intentando recuperar el control de mis emociones.  Pero, ¡carajos! Era complicado, sobre todo porque mi mente no dejaba de recordar una y otra vez el ataque a Claire, y lo que había pasado con ella. Tampoco ayudaba en mucho que la palabra “asesina” resonara tortuosamente en mi cabeza.
–Por favor, que no se enteren lo demás –pronuncié, mesándome nerviosamente el pelo –No quiero… no deben enterarse, por favor.
Empecé a dar unos cuantos pasos hacia atrás. Vi en la mirada de Stan la decisión de ir tras de mi, pero necesitaba estar sola. Alcé ambas manos, a manera de detenerlo.
»Necesito estar sola… por favor.
No esperé la respuesta, me di media vuelta y empecé a alejarme de ahí, casi a trompicones, sin mirar por donde iba. Tenía demasiados recuerdos dando vueltas en mi cabeza como para fijarme en lo que pasaba a mí alrededor.
Giré de izquierda a derecha, una y otra vez, en ese complicado laberinto mortuorio. Quería estar sola, flagelarme, arrepentirme, dejarme arrastrar a ese lugar oscuro al que pertenecía, del que no debía salir jamás.
No se cómo, pero al final llegué al pie de la escalera que llevaba hacia la puerta de la entrada a las catacumbas. Sin mucha elegancia,  me dejé caer sobre el tercer escalón, rodeándome las rodillas con mis brazos, apoyando la barbilla sobre ellas. Me sentía cansada, harta de todo.
Sí, harta era la palabra exacta. Harta de sentirme culpable, harta de mis remordimientos, de mi consciencia. Harta de luchar contra mi sed, harta de hacer daño, harta de mi naturaleza. Todo sería mucho más fácil, si tuviera alguna especie de botón que me permitiera apagar mi humanidad, dejar a un lado remordimientos, la lucha constante por mantener a raya al monstruo. Sí, todo sería mucho más fácil, el problema es que ese botón no existía y que yo había sido criada para que nunca olvidara mi consciencia, para que nunca olvidara que darle rienda suelta a mi instinto vampiro era malo, jodidamente malo.
Si solo hubiera una forma de ya no luchar, de abandonar esa pelea diaria que empezaba al momento de despertar cada mañana. Bestia y humano, depredador y presa. Ambas naturalezas absolutamente opuestas, atrapadas en el mismo cuerpo. Tal vez por esto es por lo que no hay muchos de mi especie, razoné. No solo porque la unión entre vampiros y humanas sea rara, sino porque los híbridos como yo terminan pegándose un balazo o locos al pretender balancear las dos caras de nuestra moneda.
Todo sería más fácil si cerrara los ojos y nunca más los volviera a abrir”, pensé. Sí, todo sería más sencillo, abandonar la lucha.
Pero dejarte ir a la derrota, justamente ahora, significaría el fin de todos los que amas. ¿Podrías darles la espalda a todos? ¿Podrías permitir el fin de Stan?”, terció una parte de mi consciencia, una parte muy pequeñita, pero que se resistía a dejar de pelear, a dejar que yo me dejara hundir sin más en el pozo oscuro.
Esa parte pequeñita era la que me hacía entender  que no debía permitir que nada me distrajera de la pelea contra los Vulturi. Tenía que ser práctica, no era momento de ponerme histérica. Debía poner todo en perspectiva: la supervivencia de mi familia, de Stan, de Jake, de todos los demás dependían de que yo me concentrara, de que lograra llegar a Marco y hacer lo que la Señora me había ordenado. No podía pensar siquiera en perder a alguien más, y si por un error mío eso llegaba a suceder, si por un titubeo o una desconcentración, le llegaba a suceder algo malo a alguien… Sacudí la cabeza con violencia, apartando ese pensamiento. Ni siquiera podía imaginarlo.  Debía cumplir con mi parte: marchar a Volterra, abrirme paso en medio de la batalla, resistir hasta llegar a Marco y después… después todo podía irse al carajo.
Y como una revelación, entendí que sobrevivir a la pelea en Volterra realmente no entraba como una prioridad en mis planes. Descubrir todo lo que desencadenó mi ataque a Claire me confirmó que a pesar de lo que hiciera, de todo lo que me esforzara, era una asesina por naturaleza. Y eso era una carga insostenible, sobre todo, porque si dejaba de mentirle a todos, pero sobre todo a mi misma, tenía que reconocer que había disfrutado al  atacar a Claire. La bestia se apoderó de mi en cuanto olfateé la sangre que emanaba de la herida de la chica al caerse sobre aquella roca; la bestia enterró en lo más profundo de mi psique todo lo que había aprendido sobre el bien y el mal, lo único que importaba era beber, regodearme con el sabor de la sangre de Claire, que llamaba a cada parte de mi ser para saciar esa necesidad que durante meses intenté dominar, la cual tontamente creí bajo control. No me importaba el terror de mi víctima, al contrario, era como si eso le diera un sabor más dulce a la bebida; el descontrolado ritmo del corazón era música para mis oídos, aunque iba bajando de ritmo a medida que la sangre se deslizaba por mi garganta. Ahí yo no era humana, era una bestia poderosa, un monstruo deleitándose de su presa.  Solo hasta la aparición de Quil fue cuando recuperé consciencia de lo que hacía. 
Las consecuencias de los actos de aquella noche me atormentaron durante años, día tras día, hora tras hora. Y eso sin saber lo que había pasado con Claire. Ahora que sabía que había muerto, ¿sería capaz de seguir existiendo con facilidad, sin dejar que los remordimientos volvieran a tomar el control de mi vida?  Ni siquiera necesitaba contestar esa pregunta, me sabía perfectamente la respuesta.
Esbocé una triste sonrisa, casi sarcástica. Por un momento, había creído que la vida había decidido perdonarme, que Dios me había dado una oportunidad de ser feliz, de superar todo el dolor del pasado. Había empezado a perdonarme a mi misma, a creer que Stan era el regalo de la vida, que tendría con él lo que mis padres tenían. Creí que él sería mi final feliz, mi “vivieron felices por siempre”, o por lo menos hasta el día que mi corazón dejara de latir, en un par de siglos más.  Pero claro, no sería yo si no sucediera algo que simplemente me explotara en la cara y esfumara la felicidad de mis manos nuevamente.
–Soy un jodido desastre –murmuré casi burlona. Y empecé a reírme, pero no era porque encontrara algo divertido en todo eso. Era una risa histérica, al darme cuenta de que no solo la vida no era fácil, sino que era una despiadada perra dispuesta a fregarte la existencia a la menor oportunidad. 



En algún momento debí quedarme dormida, agota del tobogán emocional en el que me había embarcado durante los últimos días, porque cuando volví  a ser consciente de mí, me encontré en brazos de Stan, acunada contra su pecho. Tardé un poquito en disipar las brumas del sueño y cansancio, antes de recordar todo lo que había pasado en los últimos ¿minutos? ¿horas? No tenía ni idea.
–¿Qué hora es? –dije, con la voz ronca aun por el sueño
–Tarde.
–¿Mis padres…?
–No ha regresado nadie aun de la caza.
Me enderecé un poco, sin levantarme de su regazo. Noté que seguíamos en el mismo escalón; debí caer rendida como un tronco, porque no me había despertado cuando él debió levantarme para rodearme en su abrazo.
–¿Cómo estás? –preguntó, mientras acomodaba un mechón de mi pelo detrás de mi oreja derecha. Su tono de voz era como el que un adulto usaba con un niño asustado.
–Me siento… no sé, como si caminara sobre el borde de un abismo –pronuncié casi monótona, sintiendo un hueco frío dentro de mi.
–Hey, hey… –Stan me abrazó con fuerza, como si con eso pudiera inyectar calidez a mi interior –No puedes retroceder a ese lugar. No puedo permitir que vuelvas ahí…
–¿Qué hago, entonces? Cuando sepan los demás… –exhalé con fuerza– Que maldita decepción terminé siendo, ¿no?
–¿De qué hablas?
–De que no importa cuanto trate, de cuánto me esfuerce, al final, no logo hacerlo. Todos esperan demasiado de mí, y no puedo cumplir con las expectativas. No puedo dominar lo que soy, no puedo doblegar al monstruo, a la asesina que está bajo mi piel.
–No eres una asesina y jamás podrías decepcionarnos.
–¿No? –pregunté con incrédula ironía –Tu mismo me dijiste una vez que yo era más fuerte que mi monstruo interior, y no, no lo soy. Maté a…
–Shh, eso no es verdad, deja de repetirlo. No es como si tú hubieras empujado a la chica al vacío.
–Pero si yo no la hubiera atacado esa noche, si no hubiera sido tan débil…
–Renesmee, escúchame, por favor. Eres la mujer más fuerte que he conocido en toda mi existencia.
Negué con la cabeza e iba a contradecir sus palabras, pero Stan  no me lo permitió, ignoró mis intentos por hablar y continuó:
–No sé como lo haces, porque yo estoy intentando adaptarme a la dieta Cullen, y es endemoniadamente difícil, cariño, pero tú logras hacerlo. Aquella noche del banquete en Volterra, a pesar de estar bajo la influencia del don de Akwa, pudiste detenerte, apenas si bebiste de aquél hombre.
–Pero ataqué a Claire… si no hubiera sido por la aparición de Quil, la hubiera dejado seca.
–Pero eso es porque intentaste cortar de tajo tu naturaleza. Tú misma nos contaste que estuviste sin beber durante todo el tiempo en que viviste en la reserva, era lógico que sucediera. Trataste de controlar tu naturaleza de una forma bastante extrema; te privaste de saciar tu sed, y si a eso le sumamos tu embarazo, todo fue como una olla de presión, en algún momento iba a estallar.
–No podía dar rienda suelta a mi instinto al estar en la reserva. No podía hacerle las cosas más difíciles a Jake.
–Reconozco que yo mismo he dicho que los vampiros somos unos monstruos, unos asesinos sanguinarios, pero tú eres diferente.
–¿Por qué?
–Porque mientras a nosotros nos convirtieron, con o sin nuestro consentimiento, tú naciste así, es parte de lo que eres. No pediste nacer siendo una semi-vampira, y no es justo que reniegues de ello, que te odies por eso. Es como pedirle a una persona que se odie por ser de piel oscura o por tener los ojos verdes, ¿me entiendes?
»Hace unos días te dije que debes de aprender a aceptarte y sólo así la lucha contra la sed no te va a parecer tan dura.
Lo miré, de verdad que quería convencerme con las palabras de Stan, pero era como si mi mente fuera una zona amurallada, donde no podían entrar otras razones más que mis sombríos pensamientos.
–No puedo creer que esto haya borrado de un plumazo todo el progreso que habíamos hecho en estos días. No pienso permitir que vuelvas a ese lugar donde te encontramos. No pienso permitir que te vuelvas esa persona extraña, llena de remordimientos, decidida a embarcarse a la autodestrucción como una forma de expiar los pecados cometidos.
No respondí, pues ¿qué podía decirle? No tenía sentido intentar mentirle, hacerle creer que podía convencerme de que todo estaría bien.
–No puedes culparte por la muerte de esa chica –continuó Stan – Ok, la atacaste, pero tal vez eso fue el catalizador de algo mucho más grande que más adelante acabaría por salir a la luz. No sabes toda la historia, no sabes qué fue lo que pasó después de aquella noche.
–No puedo evitar sentirme así...
–Lo sé. Uno de tus grandes defectos es esa manía de dejar que tu consciencia te torture. –Tomó mi barbilla entre sus dedos, obligándome a mirarle directamente. En sus ojos noté un brillo extraño, demasiado intenso –Pero como tú me dijiste antes, te necesito entera, fuerte. Sé que esta vez ganaremos, sobreviviremos,  pero eso no quiere decir que la lucha contra los Vulturi vaya a ser fácil. No puedo permitir que vayas con la mente dándole vueltas una y otra vez a tus remordimientos.
Guardamos silencio. Recordé todo lo que había pensado antes de quedarme dormida. Ya había meditado mucho, tomado decisiones, ya había peleado mi propia guerra interna, ya sabía el resultado.
 Stan y yo estábamos conectados de una forma cas inexplicable, podíamos sentirnos, como si su piel estuviera bajo la mía y viceversa. ¿Sabría del lúgubre derrotero de mis pensamientos? Esperaba que no, porque ya había decidido hacer todo lo que estuviera en mis manos con tal de que él sobreviviera. Y conociendo a mi vampiro cabezota, él haría lo imposible por mantenerme con vida, incluso a costa de la suya. Si sabía que me importaba un comino lo que sucediera conmigo… “Después de todo, tengo que mentirle”, pensé. Debía fingirle, y si era necesario también fingirme a mi misma, convencerlo de que pelearía a fondo y que sobreviviría.
Y sobre todo, tenía qué aprovechar cada minuto con él, cada segundo. Sucediera lo que sucediera, no iba a guardarme nada entre él y yo.
–Es una pena que esa chica haya muerto –dijo al fin, sacándome de mis pensamientos –Pero no puedes cargar con toda la culpa de lo que le sucedió. Sus miedos no sólo eran por nuestra especie.
–¿Cómo lo sabes? –pronuncié con el ceño fruncido, confundida.
–Black me lo dijo.
¿Había hablando con Jake? ¿Cuándo? ¿De qué? Las preguntas se me agolparon en la cabeza, y estaba segura que había puesto los ojos como platos. ¿Cómo había sucedido eso? Seguramente, mi rostro estaba completamente perplejo, porque Stan se apresuró a continuar:
–Cuando dijiste que necesitabas estar sola, él y yo no hablamos.
Abrí los ojos como plato, sorprendida. ¿De verdad? ¿Por qué? ¿De qué?... me quedé muda, con las preguntas agolpándose en mi cabeza-
–¿Sabes? –detecté cierto tono socarrón –En otras circunstancias, Black me hubiera caído bien. Incluso, creo que hubiéramos podido ser amigos.
»Tal vez podríamos serlo, pero definitivamente no en esta vida.
Lo miré perpleja, sin estar segura de que hubiera escuchado bien. ¿Lo había dicho en serio o era una muestra más de su sarcástico humor?
Tardé un poco en reaccionar, intentando procesar la imagen de Stan y Jake hablando.
–¿Hablaron o discutieron? –pronuncié al fin.
–Digamos que pudimos aclarar ciertas cosas.
–Stan, te dije que mi pasado con Jake es cosa de él y mía –un atisbo de enojo empezó a formarse en mi interior, así que hice el ademán de levantarme, molesta. Pero él fue más rápido, abrazándome con fuerza para detenerme.
– Repitió justamente lo que te había contado, aunque ya me habías mostrado algo con tu don…
–Aun así, no entiendo qué tendrían que estar hablando Jake y tú.
–Lo creas o no, es algo que debíamos hacer. –Fruncí el ceño, incomoda –No quiero los detalles de cada día que estuviste con él. Pero hay cosas que incluso nosotros mismos teníamos qué aclarar, cuentas qué saldar.
–¡Stan, por favor! –esta vez, ni toda su fuerza podía hacer que me quedara quieta. Me levanté de un salto, exasperada, poniendo los ojos en blanco –Tienes que parar… Lo de Jacob y yo es historia pasada, letra muerta. No entiendo por qué los celos –fue su turno de fruncir el ceño severo–Sí, celos. Las palmaditas en el trasero, los besos que quitan el aliento… todo un espectáculo para que los demás, corrijo, para que Jake capte el mensaje. Ya tengo demasiado en la cabeza como para tener qué lidiar con tu actitud de “yo Tarzán, tú Jane”.
–¿Yo Tarzán, tú Jane? ¿Realmente crees que me estoy comportando como una bestia irracional? –torció el gesto, como si realmente estuviera ofendido. Su mirada brilló de una manera tan peculiar que yo conocía bastante bien. Esa afrenta, según él, no se quedaría así.
–Sí. –La afirmación salió de mis labios con un dejo de provocación. –Bestialmente irracional, mandón, insufriblemente exasperante y testarudo.
–Te doy una oportunidad para que te retractes.
–No pienso hacerlo. Sabes que tengo la razón.
–Esas son acusaciones muy serias… Una afrenta que te puede costar muy caro.
Sentí que los vellos de la nuca se me erizaban, pero no de miedo, sino de anticipación. Reconocí el brillo del cazador en su mirada.
Stan se levantó lentamente, como si estuviera calculando cada uno de sus movimientos. Por cada paso que él daba hacia mí, yo retrocedía uno pequeño. Sin apartar mi mirada de la suya, en lo que dura un latido, llegó a mí, poniendo mis manos detrás de mi espalda, sujetando mis muñecas con una sola de sus fuertes manos.
Su rostro estaba apenas a milímetros de distancia del mío, sentía su frío aliento chocar contra la cálida piel de mi rostro, provocándome algo parecido a una descarga eléctrica en cada una de las terminales nerviosas de mi cuerpo. Deliberadamente, humedecí mi labio inferior con la lengua; observé como sus ojos siguieron con atención mi gesto.
–Mmm… yo no soy aquí la única bestia irracional dominada por los celos –su voz sonó casi gutural –Si mal lo recuerdo, ayer estabas más que dispuesta a marcar tu territorio frente a las chicas del burdel.
–Yo no estaba celosa –mentí descaradamente, mientras en mi mente aparecía el recuerdo de cómo había estado a punto de arrancarle cada pelo de su lustrosa cabellera a Aglaópe por coquetear con Stan.
–¿No?
Negué con un movimiento de la cabeza, incapaz de hablar. La sangre me hervía, corriendo furiosa por mis venas; mi respiración era torpe e irregular.
–Entonces, supongo que no tendrás problema alguno si le pido a Aglaópe o a Megera que me ayuden a entrenar un poco. Son excelentes en el combate cuerpo a cuerpo.
Combate cuerpo a cuerpo”, la frase me produjo una imagen en mi cabeza que nada tenía que ver con una pelea. Me imaginé a la Erinia acariciando descaradamente el cuerpo de Stan y eso fue como echarle un cerillo a un bidón de gasolina.
–Sobre mi cadáver –pronuncié letal, escupiendo cada palabra entre dientes.
Stan me dedicó una burlona sonrisa torcida y eso bastó para dar que algo explotara en mí. La necesidad de él, la necesidad de aprovechar las horas que pudieran quedarnos juntos. En ese breve tiempo, no habría palabras suficientes para decir todo lo que quería decirle; no podríamos hacer todo lo que alguna vez soñé hacer a su lado: caminar de la mano por las calles de Paris a media noche; tirarnos en la blanca arena de isla Esme, solos, dejando que el sol calentara nuestros cuerpos.
Necesitaba grabar cada centímetro de su piel en la mía, necesitaba su aliento en mis pulmones, sus labios en los míos. Necesitaba a Stanislav Masaryk, para siempre… fuera lo que fuera que eso durara.
De alguna forma, liberé mis manos aprisionadas tras mi espalda y esta vez, el ataque vino de mi parte. Busqué su boca con mis labios, voraz, posesiva, deslizando mi lengua por su boca hasta que abrió sus labios, permitiéndome acariciar su lengua durante unos instantes, antes de retirarla, provocándolo. Repetí la caricia una y otra y otra vez. Persuadiéndole, incitándolo. Al final, introduje mi lengua en su boca, sintiendo el roce de su respuesta.  No podía dejar de tocarlo, desearlo. Stan deslizó sus manos por mi cuerpo, con desesperación, mientras su lengua acariciaba la mía de una forma tan íntima, que me hacía pensar en él y yo desnudos, poseyéndonos. Tuve que separar mi boca de la de él para tomar aire; Stan deslizó la boca hasta mi cuello, lamiendo ahí donde mi arteria latía incontrolable, y la succionó levemente. Los chupetones de su boca hacían que la pulsación de mi cuello hiciera eco por todo mi cuerpo; incliné aun más mi cuello hacia atrás, para darle mayor acceso.
Con desesperación, ambos sacamos nuestras camisetas, separando él sus labios el tiempo justo que necesitaba para hacerlo. Sus dientes rasparon la piel de mi cuello, haciendo que mi sangre hirviera aun más si fuera posible.
No supe como, ni cuando exactamente, pero ambos terminamos únicamente con los vaqueros puestos, y el pecho expuesto. Fui levemente consciente de que la piel desnuda de mi espalda estaba apoyada contra la fría pared, pero no me importó, solo me importaba sentir su piel contra la mía. Deslicé mis manos sobre su musculosa espalda, sintiendo cada milímetro de su piel, cada hueso, cada músculo, arder bajo mi caricia. Sí, su naturalmente fría piel, al contacto de mis manos parecía dejar un rastro de fuego. Adoraba su piel, tan suave, tan lisa, como seda tensada sobre acero. Amaba su aroma, la forma en como llenaba mis pulmones su deliciosa esencia.
–Te amo… mé nebe, můj sladký láska
Escuché el par de zippers bajarse, para de inmediatamente, sentir como se deslizaba la tela de mis vaqueros a través de mi cadera y mis piernas. Estuve a punto de gemir de anticipación, pero aun en medio de la bruma erótica que nos envolvía, pude recordar que no estábamos solos; aún en la distancia, había quién podía escucharnos.
Me mordí los labios para no gemir, cuando sus diestras manos se deslizaban por mi abdomen y más allá. Mordí con tanta fuerza que pude probar mi propia sangre; pero eso no me importaba en lo más mínimo.
Stan metió una pierna entre las mías, haciendo que terminara por rodear su cintura con ellas.
Las frenéticas embestidas, su necesidad, la mía propia… era imposible de contener. Quería gritar, sentía que me estaba ahogando. Morderme los labios no era suficiente, en cualquier momento iba a terminar lanzando el grito delator de lo que estaba pasando.
La necesidad de poseerlo, de sentirlo bajo mi piel, en mi sangre rayaba en la locura. Así que hice algo a lo que me estaba haciendo adicta: beber de él. Besé su hombro izquierdo, acaricié la fría piel con mi lengua, deleitándome con el intenso sabor de su piel, y clavé los dientes en ella, con ansia. El flujo de sangre salió de inmediato, y succioné voraz, sin permitir que ni una sola gota de su preciosa sangre se escapara de mis labios.
Stan apenas si esbozó un leve gemido, pero no se apartó de mí. Me dejó seguir bebiendo, mientras aumentaba el ritmo de su posesión.
–Muérdeme –separé mis labios de su piel lo suficiente para pronunciar las palabras en un susurro.
–No… –masculló con la quijada tensa.
–Lo necesito –esta vez, tuve que separarme de la herida para levantar mi rostro hacia él –Por favor… lo quiero
Su renitencia se debilitó por un instante, algo debió de ver en mi mirada que lo hizo tambalear en su decisión de no morderme. Aproveché ese pequeño momento, era mi única oportunidad. Atrapé su cabeza con mis manos, y le obligué a enterrar su boca en la base de mi cuello.
–Te necesito… te amo. –Pronuncié, sabiendo que con eso minaría cualquier resistencia definitivamente.
Stan no me mordió en el cuello, se deslizó un par de centímetros y al igual que yo, puso su boca sobre mi hombro izquierdo. El mordisco dolió, y el veneno me escoció, pero aguanté, no quería que se detuviera por nada del mundo. Además, cuando él empezara a succionar mi sangre, sacaría el veneno de mi sistema.
No fui consciente del tiempo, ni del lugar, solo de que necesitaba estar con él, amarlo con todo mi ser, darle todo lo que era y poseerlo de la misma manera. Si no sobrevivía, ese sería mi último pensamiento antes de partir.
Y así, en medio de una furiosa entrega, bebiendo el uno del otro, sin importar donde estábamos, consientes única y egoístamente  de nosotros, llegó la explosión. Su simiente en mí, su cuerpo sosteniendo el mío, mi corazón latiendo por los dos.
Cerré los ojos por un momento y pensé que ese momento, ese instante de felicidad,  sería el recuerdo perfecto para mi día final.




Lo había conseguido, o al menos, eso había creído. Nadie sabía lo de Claire, nadie me había dicho nada al respecto, absolutamente nadie. Había logrado parecer calmada, casi imperturbable, pretendiendo que lo único que me importaba era la pelea contra los Vulturi. Ni siquiera mi padre parecía haber escuchado en mis pensamientos. Pero es que no había nada qué escuchar, porque había logrado poner la mente en blanco; con férrea determinación me había concentrado únicamente en lo que veía y escuchaba al momento. Mi madre había notado que estaba más callada de lo habitual y me había preguntado sobre ello. Yo había esbozado una sonrisa forzada y le había achacado mi estado de ánimo a que pronto estaríamos enfrentándonos a nuestros enemigos mortales, y también, a que me seguía sintiendo algo cansada y débil.  Solo una vez mi mirada se encontró con las de Jake y Seth, intercambiando conmigo el mensaje implícito de que el tema “Claire” quedaba vedado en esos momentos. El único que podía arruinarme la charada era Stan, porque estaba endemoniadamente preocupado por mi. Él no se había tragado el cuento de que yo estaba bien, que su terapia de la noche anterior había logrado que mi auto-desprecio desapareciera por completo. No era como si él me hubiera dicho algo, pero yo lo sabía por la forma en que me miraba, por como cuidaba hasta el menor de mis gestos a la distancia.
Los había escuchado hacer planes, repasar una y otra ve la forma en que llegaríamos a Volterra a través de la red de túneles subterráneos. Los había visto revisar cada uno de los planos del Palazzo Di Priori, pero apenas si les había prestado atención. Mi misión era simple: llegar a Marco, mostrarle lo que la Señora me había dicho y esperar… Esperar a morir, esperar a vivir, me daba lo mismo.
A lo único que realmente había prestado atención era a que habían decidido que serían Jake y Seth, acompañados por Neema y otra de las Erinias quienes irían en busca de mi abuelo y de Leah. Neema conocía el palazzo, ella podía guiarlos con facilidad hasta donde los Vulturi solían “hospedar” a sus “invitados especiales”. Jake y Seth intentarían hacer razonar a Leah (aunque ellos seguían negándose a creer que ella se hubiera vuelto cómplice del secuestro de mi abuelo). La Erinia (Mikahela, creo que se llamaba) los acompañaría en caso de que necesitaran apoyo a la hora de la pelea.
Los demás entraríamos divididos en dos grupos, quien sabe por cuales entradas subterráneas a través de los túneles de tío Emmett. Y de ahí, no sabía nada más…. Debería haberme preocupado más por prestarles atención, pero tener la mente en blanco y evitar que papá “escuchara” algo en mi cabeza requería demasiado esfuerzo. Incluso, temía quedarme dormida, pues mis sueños siempre habían solido ser demasiado reveladores; no quería ni siquiera que mi subconsciente me traicionara.
Escuché el repiqueteo de las campanas a lo lejos, llamando a misa. Conté una, dos, tres… siete. Así que debían ser las siete de la tarde, supuse que me quedaría por lo menos otra hora de libertad antes de regresar al encierro sofocante de las catacumbas. Le di una profunda calada al cigarro que sostenía entre mis labios, permaneciendo sentada en uno de los escalones del pozo medieval enclavado en una de las piazzas de San Gimignano. De pronto sentía alguna mirada curiosa sobre mí, pero realmente ni siquiera me molestaba en prestar atención. Me limitaba a estar ahí, resistiéndome a volver con los demás, dejando al tiempo pasar, y a la vez, temiendo que las horas se fueran de prisa.
Había convencido a papá para que me dejaran salir del escondite subterráneo. Había insistido en que me estaba muriendo de hambre (mentira), que necesitaba algo de ropa y zapatos que realmente me calzaran bien (verdad) y respirar algo de aire puro.  Decidí hacer mi petición a plena tarde, cuando el sol estaba en todo su apogeo, segura de que mi padre no se opondría a que yo saciara mis necesidades humanas, pero sobre todo, que nadie podría insistir en acompañarme. Quería estar sola, pero no para lamerme mis heridas, no para seguirme castigando por mis estupideces y errores cometidos. Simplemente quería salir de ahí.
Armada con la tarjeta de crédito de mamá, había recorrido las callecitas de San Gimignano, viendo pero sin mirar vitrinas, gente pasar, las casas y edificios. Mezclándome entre los turistas que atestaban cada calle, hundiéndome en el anonimato.
Me detuve apenas en una tienda para comprarme una muda de ropa, un par de botas de media caña, ajustadas por un par de agujetas  y sin tacón.  Incluso, me había dado el lujo de reservar una habitación en un hostal, todo para poder darme un baño y quitarme la suciedad de encima. Me había obligado a comprarme un sándwich, una lata de coca-cola y comer con más fuerzas que ganas; lo había hecho no porque tuviera hambre, sino porque seguía sintiéndome débil y por momentos, incluso mareada.  Era obvio, después de terminar intercambiando tanta sangre con Stan, era como  si fuera una bolsa de sangre para donar con patas.  Y el intercambio tampoco lo había beneficiado a él, cuyos ojos se habían vuelto más oscuros, con sendas ojeras bajo ellos. Como decía la tía Alice, teníamos la capacidad de anularnos mutuamente el buen juicio.
Otro de los lujos que me di, fue comprarme una cajetilla de cigarros y un encendedor de plástico, llenar mis pulmones con el tranquilizante humo del tabaco.  En menos de una hora, ya me había fumado 4 cigarrillos.
A cada calada, sentía que los nudos de mis músculos se relajaban un poco más. Lamenté no haber aprovechado para comprar una botella de vino, pero supuse que beber en la vía pública era un delito como en mi propio país. Además, papá me tenía atiborrada de antibióticos para la herida que me había cosido Stan, y según yo, el licor y esos medicamentos no eran la mejor combinación.
Creía que papá estaba haciendo un mar en un vaso de agua, no es como si se me estuviera gangrenando el brazo. Es cierto que se veía un poquitín verdusco y estaba tardando más de lo norman (lo que se entendiera como “normal” en mi) en curarse. Había sufrido otros cortes y golpes, pero esos ya estaban prácticamente curados. De repente, recordé algo, esbocé una sonrisa ladeada y me llevé la mano derecha sobre el medio camino al hombro izquierdo, justo ahí donde tenía la “herida” más reciente.
Papá había dicho que debíamos ser cautelosos, evitar que los demás supieran que Stan y yo habíamos intercambiado sangre. Era tabú, al igual que los niños-vampiro. Beber sangre de otro vampiro era el equivalente al canibalismo humano. Podía castigarse con la muerte, aun cuando se tratara de un intercambio voluntario, parte del sellamiento entre una pareja de vampiros. Estaba prohibido, sin excusas ni pretextos. El problema, es que Stan ni yo podíamos estar lejos el uno del otro; podíamos estar peleando, llorando, sufriendo, pero bastaba el mínimo gesto, la más ligera mirada para empezar de nuevo, para dejarnos llevar. Algunos podían decir que eran puras hormonas, que estábamos volviéndonos adictos a nuestra pasión; podrían tratar de reducirlo a simple sexo, a puro deseo carnal. Pero lo que había entro nosotros, era mucho más complicado de explicar, era algo que únicamente él y yo podíamos entender.
Los Vulturi, Claire, Stan, el Sellamiento, el abuelo Charlie… eran tantas cosas, era como estar haciendo malabares mentales. Tanto qué pensar, tanto qué abarcar y la verdad, es que nada estaba haciendo bien. Quería cerrar los ojos y que todo pasara. Cerrar los ojos y volverlos a abrir cuando todo hubiera terminado, o cerrarlos definitivamente, lo que fuera, pero dejar atrás todo de una maldita vez. Al día siguiente, me recordé, a esa hora empezaría nuestra marcha hacia Volterra.
Arrojé la colilla al suelo y la apagué con un pisotón. Saqué otro cigarro, me lo llevé a la boca y lo encendí dando una fuerte calada. Un viento frío se dejó sentir, alborotándome algunos mechones sueltos de la coleta con la que me había recogido el cabello. La tenue oscuridad empezaba a apoderarse de la ciudad, mientras las lámparas de la Piazza y de algunas casas y comercios se iban prendiendo poco a poco.  No tenía ni idea de qué hora sería, había estado tan sumida en mis propios pensamientos que no sabía si habían vuelto a sonar o no las campanas de la iglesia. Lo único seguro, es que no quería regresar aún, aunque si no lo hacía pronto, mi familia empezaría a preocuparse por mi.  
–Creí que habías dejado eso
Pegué un saltito, asustada por la voz que de pronto había sonado a mi costado izquierdo, prácticamente saliendo de la nada.
–Alice se va a poner frenética cuando se lo diga.
–No tiene por qué saberlo, a menos que le vayas con el cuento. –Ladeé la mirada, enarcando una ceja al verlo.
Stan se sentó a un lado de mi, tomando un cigarro de la cajetilla y encendiéndolo parsimonioso con el encendedor de plástico. Le dio una larga calada y me pareció una eternidad antes de ver como expulsaba el humo por su boca.
–Creí que lo odiabas –dije, señalando con un movimiento de cabeza hacia el cigarrillo –Si mal lo recuerdo, me llevé un par de críticas de tu parte por mi odioso vicio.
–Odio que tú fumes. No me gusta nada que pueda ocultar tu aroma natural.
No respondí. Me limité a contemplarlo detenidamente mientras daba fumada tras fumada antes de recordar que yo también tenía un cigarrillo en la mano.
Todo esto también lo estaba afectando. ¿Por qué demonios no salía de caza? Ni siquiera el color de sus ojos había tenido que ser camuflado; eran de un negro casi absoluto, haciendo imposible distinguir el iris de la retina. Ni hablar de los círculos oscuros bajo sus ojos, dándole un aspecto trasnochador o de enfermo.
–Tienes que beber –solté, sin poder evitar que mi tono de voz no sonara como una crítica.
No contestó. Sencillamente, le dio la última calada al cigarro antes de tirar la colilla a un par de metros de nosotros. Dejó salir el humo en forma de aros. Supuse que esa era la “técnica Stan #521 para evadir un tema”
–Debes hacerlo –insistí, negándome a permitir que me ignorara –Mañana iremos allá y no puedo dejar que no vayas al cien.
Esbozó una sonrisa burlona y encogiéndose de hombros, me contestó: –No sé de que hablas.
–Stan… –alargué la mano, posándola en su mejilla, mientras con el pulgar acariciaba la piel bajo su ojo izquierdo –Tienes sed. Lo sabes tan bien como yo –murmuré tan bajito, que apenas si me pude escuchar yo. Lo hice por precaución, no quería que nadie se enterara de lo que estábamos hablando. Sabía que él no tendría problemas para entenderme, aun si hablaba entre dientes.
–¿Y estas preocupada por mi?
–¡Claro que si! –chillé, retirando mi mano de su rostro, y  atrayendo de inmediato la mirada de un grupo de unas seis personas con pinta de turistas. Nerviosa, esbocé una sonrisa hacia ellos, esperando que volvieran a ignorarnos.
–¿Por qué?
Lo miré con incredulidad.
–¿De verdad no sabes por qué? –puse los ojos en blanco, era increíble este hombre. Recuperé mi tono de voz quedito, y lancé una rápida mirada para asegurarme que los turistas se habían olvidado de nosotros –Estoy preocupada porque no has bebido, porque te vas a ir a meter a un maldito baño de sangre contra unos asesinos que probablemente nos lleven unos siglos de ventaja en el arte de matar a sangre fría.
»Estoy que me subo a las paredes de preocupación por ti, no entiendo por qué si… –hice una pausa, nerviosa. Aunque los de mi especie estaban a por lo menos un kilómetro de distancia e, irónicamente, a más de 5 metros bajo tierra,  no me parecía una distancia lo bastante segura como para hablar de nuestros intercambios de sangre –¿por qué mi sangre no te ha servido? No entiendo por qué tus ojos se han vuelto negros.
–Tal vez porque la misma cantidad que he bebido de ti, es la misma que tú has tomado de mí –pronunció, encogiéndose de hombros, restándole importancia al asunto.
–Stan, esto es serio. Tienes qué ir y cazar. Lo que sea, pero tienes que beber.
–¿De verdad estás preocupada por mi?
–Por supuesto, tremendísimo cabezota.
–Me alegro –escupió con sequedad.
¿Qué se alegraba? ¿De qué venía eso?
–Ahora tienes una pequeña idea de como me siento yo –continuó, con un tono grave–Esa preocupación que dices sentir por mi no es ni una décima parte de la que yo siento por ti.
–¿Preocupado? ¿Por mi? ¿Y eso?
­–¿De verdad no sabes por qué? –repitió mis palabras, con la voz cargada de bastante ironía. –Kotě, me estás haciendo pasar un verdadero infierno.
Fruncí el ceño, ¿a qué se refería?
–No soy ningún estúpido. –Su rostro se volvió una máscara totalmente seria, mirándome con intensidad, como si estuviéramos solos, a pesar de estar en una Piazza rodeados por turistas y lugareños que rondaban por ahí, tan ajenos a la existencia de nuestro mundo –Te estas esforzando demasiado por aparentar tranquilidad, pero pareces olvidar que te conozco, te siento –Se mesó el cabello, con cierta frustración –Quiero zarandearte, hacerte reaccionar, pero me tengo que contener porque entonces tus padres se darían cuenta, y dejaste muy en claro que no quieres que ellos se enteren de nada.
»Pero no has podido despistar a tu padre, ¿sabes?
–¿Qué? ¿Qué te ha dicho? ¿Qué es lo que sabe? –mi voz sonó algo ansiosa. Había creído ser lo bastante lista como para evitar cualquier pensamiento o recuerdo que le dejara ver a papá alguna señal de lo que había descubierto y el montón de lúgubres pensamientos que me habían asaltado después de eso.
–Nada sobre la chica, pero sabe que algo está sucediendo contigo. Has estado demasiado tranquila, eso lo ha hecho darse cuenta de que algo no anda bien.
Me mordí el labio, nerviosa. Estaba hecha un lío, y de pasada, estaba liándoles las cosas a Stan y a mi padre, justo cuando debían estar enfocados en algo más importante que en mí.
–Podría pasarme días, meses, diciéndote lo mismo, tratando de hacerte entender que por lo que pasó con Claire, eso no quiere decir que tú seas mala. Pero si estás decidida a flagelarte, a hundirte en la miseria y la autocompasión… –soltó el innecesario aire de sus pulmones con violencia, exasperado.
–Lo siento –pronuncié con timidez, bajando la mirada.
–¿Por qué?
–Por no… por ponerte las cosas tan difíciles. Y siento también que te des por vencido conmigo.
Ahora fue el turno de Stan de poner su mano en mi mejilla, obligándome a levantar la mirada y dirigirla hacia él.
–No, eso nunca. Pase lo que pasé, jamás me daré por vencido contigo.
Esbocé una triste sonrisa torcida, sintiendo el picor de unas traicioneras lágrimas brillar al borde de mis ojos. Parpadeé un par de veces, decidida no llorar. Era otra de las cosas de las que estaba harta. Había tenido demasiadas lágrimas a lo largo de mi existencia, las suficientes para llenar un río.
–Diablos, soy mediocre como ser humano y mediocre como semivampiro. –traté de imprimirle cierta burla a mis palabras. –Y tú que quieres convertirme. Sería un desastre.
–Eso no lo sabes.
–Pero no es difícil imaginarlo. Me la pasaría en el vaivén de la psicopatía a la depresión. Y como vampiro, todo eso se intensificaría y sería un calvario existir así eternamente… terminaría por prenderme fuego a mi misma. O matando a todo el planeta entero.
–Mientras nos tengas a tu familia y a mi a tu lado, nada de eso sucedería. Deberías tener un poquito más de fe en ti misma.
–¿Fe? Tú no crees en esas cosas, si mal lo recuerdo. No crees en Dios.
–Pero creo en ti. Tengo fe en ti, en nosotros.
»Escúchame bien ­­–tomó mis manos entre las suyas –No tengo el don de Alice para ver el futuro, no sé que nos depare mañana, es más, ni siquiera estoy seguro de lo que podría suceder en los próximos cinco minutos, pero de lo que sí estoy convencido es de que cuando te conviertas, las cosas irán bien. Todos tus temores son imaginarios, eres fuerte, eres inteligente, compasiva… será difícil, no lo niego, pero serás capaz de superar todo. Yo estaré a tu lado, siempre.
Guardé silencio. Ese siempre sonaba tan pesado, teniendo en cuenta que lo último que me importaba era sobrevivir al día de mañana.
–Ven, acompáñame.
Stan se levantó de pronto, y con el mismo impulso, me puso de pie a mí también.
–¿A dónde vamos?
–De regreso a la iglesia.
Torcí el gesto. No tenía ganas de volver aún.
–Has estado horas fuera. Tu familia empieza a inquietarse.
–Supongo que tienes razón –concedí –Pero, ¿qué pasa contigo? Tienes que salir a beber –las últimas palabras las dije quedito –Puedo volver sola en lo que tu vas y…
–Prefiero acompañarte.
Estaba desconcertada, por decirlo de alguna manera. Digo, estábamos en medio de una conversación seria y de pronto, me sale con que teníamos que regresar. Pero no dije nada, simplemente me dejé guiar a través de las callecitas de la ciudad, aferrada a la mano de Stan mientras recorríamos la distancia hasta la vieja iglesia.
Llegamos justo cuando la gente salía de misa, así que con algo de cuidado fuimos subiendo los escalones, tratando de esquivar a la gente que salía del templo. No fue fácil, y en medio de unos cuantos codazos y unos “mi scusi”, llegamos al interior. Supuse que tendríamos qué esperar hasta que el sitio estuviera despejado, porque alguien podría vernos y hacérsele extraño que entráramos a la sacristía con tanta libertad y sin que nadie nos detuviera.
Stan me guio con firmeza hasta la primera banca del lado izquierdo, frente al altar. La iglesia olía  a cera, flores e incienso. Con timidez, volví la cabeza sobre mi hombro, apenas un momento, pero pude darme cuenta que había otras tres personas, pero estaban en las últimas bancas, las más cercanas a la enorme puerta de la entrada.
–Carlisle me contó que de pequeña, él te enseñó sobre religión. Su padre había sido un pastor anglicano, ¿verdad?
–Sí. Me enseñó todo lo que pudo sobre la religión. Papá quería que a pesar de lo que soy, recibiera la doctrina religiosa.
–Tu abuelo me dijo también, que eres muy creyente.
–Sí, pero ¿a qué viene todo esto? ¿Y cuándo hablaste con mi abuelo? –mi desconcierto aumentó. ¿A dónde quería llegar exactamente?
–Alguna vez hablé con él, mientras dormías. Quería conocer más de ti, como habías sido de niña. Y a tu familia le encanta hablar de lo dulce que eras de pequeña.
Bueno, no podía decirse exactamente que siempre fui una dulzura. Siendo honesta, de vez en cuando hacía mis pataletas, sobre todo cuando no lograba que mis padres me dieran todo lo que se me antojara. Mis tíos me tenían demasiado mimada y mis padres trataban de compensar eso con disciplina.
­­–Ok, pero no entiendo a qué viene todo esto.
–Bueno, a falta de la Abadía de Westminster, esto nos tendrá que valer –apuntó con un gesto de cabeza hacia el altar. Seguía sin comprender –Es hora de hacer algunas promesas. Corrijo, hay que hacer algunos juramentos. Entre las cosas que Carlisle me contó fue que te tomas muy en serio cuando juras algo; tanto así, que rara vez lo haces.
Era verdad. Una de mis filosofías de vida era que las promesas eran flexibles y algunas veces, se podían romper. Los juramentos no.
–Y aunque no eres católica, supongo que al final, es el mismo Dios para todos.
–Stan, creo que será mejor irnos… realmente no me empiezo a sentir cómoda con todo esto –la voz me salió temblorosa. No sabía qué se traía entre manos, pero yo no estaba dispuesta a dejar que me avasallara hasta arrancarme algún juramento que no estaba lista para hacer.
Hice un amago de ponerme de pie, pero bastó con que Stan pusiera su mano firmemente sobre mi muslo, para evitar que lo hiciera.
–Aquí, ahora, en este lugar, te juro salir de caza, recuperar las fuerzas y llegar bien a la batalla de mañana, tal y como tú lo deseas.
–¿De verdad vas a jurarme eso? Esto no es un juego, Stan. Estas cosas me importan, y si es una broma…
–Estoy hablando en serio. Te lo dije antes, cuando perdí mi humanidad, perdí mi fe en la existencia de un Dios que permitiera que monstruos como nosotros existieran. Pero tú me has devuelto la fe en alguien, en ti. Y es por esa fe, que juro dejar de ser un cabezota, como dices, y salir a alimentarme.
»Pero necesito que tú también me jures algo.
–¿Qué?
–Júrame que sobrevivirás al día de mañana. Júrame que no dejarás de luchar ni un segundo, júrame que no me dejaras solo, que lucharás, que el sobrevivir a la pelea no será lo que menos te importe.
¿¡Cómo lo sabe!?”, gritó mi mente, mientras habría los ojos como platos, sorprendida. Pero la pregunta sería más bien ¿cómo no iba a saberlo? Nuestro sellamiento había sido completado. Éramos uno solo, eternos, indestructibles. Sentimientos verdaderos maximizados, sentir al otro, ser el otro… Tonta de mí por pensar que por un minuto podía haberlo engañado.
No me di cuenta de que una solitaria lágrima se deslizaba por mi mejilla derecha hasta que la gota cayó sobre mi mano. Con del dorso, limpié el húmedo rastro de mi cara.
–No puedo…
–¿No puedes? Entonces, yo te hago otro juramento: si tú no sobrevives, yo tampoco. Mi existencia está atada a la tuya. No puedo concebir una existencia sin que estés a mi lado, laska. Salvaremos a tu abuelo humano, pero antes de acabar con el último Vulturi, dejaré de pelear.
–¡No puedes hacer eso! ¡Te lo prohíbo! –mi voz chillona resonó en el interior de la iglesia, atrayendo la mirada indiscreta de aquellos que todavía permanecían haciendo sus oraciones. No necesité echar un vistazo hacia atrás, podía sentir las miradas encima de nosotros. Respiré profundamente, intentando recuperar la calma.
–¿Por qué? ­– preguntó quedamente, tanto que apenas si sus labios se habían movido. –¿Por qué habría yo de sobrevivir?
–Porque te amo, y tu vida me importa más que la mía.
Stan tomó mi rostro entre sus manos, mirándome con ternura, con amor, con una maraña de sentimientos tan intensos que me desarmaron por completo, dejándome temblorosa.
–Yo no vivo. Existo. Y precisamente esa existencia, te pertenece por completo, es tuya, está atada a ti.
»Así como dices que mi “vida” te importa más que la tuya, yo siento lo mismo. Te juro, en este lugar, delante de tu Dios, que te seguiré allá donde  decidas ir. Juro pelear con la misma intensidad que tu, juro luchar hasta el final y juro dejarme matar en el instante en que tú decidas hacerlo.
Negué con un movimiento de cabeza. No quería escucharlo decir esas cosas, no podía, no debía decirlas.
­–Pero sobre todo, juro que jamás permitiré que te des por vencida. Juro que lucharé contra esa oscuridad que quiere poseerte nuevamente, juro que cada día pelearé por alejar cada sombra, cada fantasma. Juro que haré todo lo que esté en mis manos, e incluso lo imposible, por volver a ver esa brillante sonrisa, por hacerte feliz.
Me mordí el labio con fuerza, deseando detener las lágrimas que corrían con total libertad por mis mejillas. Ese hombre me amaba de verdad, me amaba a pesar de estar hecha un desastre. Me había amado en mis días más brillantes, me amaba a pesar de las sombras en las que me sumergía.
–Te amo. Te necesito más que a nada en este mundo. Y cada uno de esos juramentos que he pronunciado, pienso cumplirlos a raja tabla.
No contesté nada. No sabía qué decir, en mi mente se agolpaban tantas ideas, tantos pensamientos, pero simplemente, era como si mi cerebro y mi boca estuvieran desconectados. Stan también guardó silencio, librando mi rostro de su contacto.
–¿Qué quieres de mi, Stan? –pregunté con un hilo de voz, al fin.
­–No voy a presionarte para que me des algo que no quieras darme.
–¿Y todos estos juramentos, qué son?
–Un regalo para ti. Sabes, no tengo el dinero para llenarte de joyas, para poner el mundo entero a tus pies. No tengo mucho, solo el amor que siento por ti. Y cada una de esas palabras, es una pequeña muestra de lo que significas para mí.
Yo no necesitaba cosas materiales. Había nacido en una familia asquerosamente millonaria, había tenido todo cuanto había deseado. Poseía millones en joyas en un banco de Paris como parte de la herencia que tía Rose me había legado, una herencia que nunca había tocado. Mis padres me habían abierto un montón de fideicomisos, inversiones, bonos… Era una pobre niña rica a la que solo le faltaba una cosa, tal vez la más importante: ser feliz.
Stan tenía razón en algo: nuestras vidas estaban atadas la una a la otra, inexorable. Éramos uno solo, una sola alma, un solo corazón latiendo por los dos. Lo había sabido desde el principio, desde aquel día que desperté en Florencia, sin saber mi nombre, sin saber nada del mundo de los vampiros, de la sangre, el instinto asesino. Lo supe cuando mis ojos se encontraron con los suyos. Lo supe entonces, aunque no fui consciente de ello. Lo supe desde aquella primera noche entre sus brazos; lo sabía aun cuando le dije adiós pensando que era lo correcto. Siempre lo supe, aun cuando intenté relegar esa verdad a lo más profundo de mi psique y seguir con mi vida tal y como los demás esperaban que lo hiciera.
Lo sabía en ese instante, sentada frente a él, escuchando cada uno de esos juramentos. Mi vida ya no era solo mía, le pertenecía también a él. Hacerme daño a mi misma era hacerle daño a él. Empezaba a entenderlo, a comprender cuánto le debía a este amor.
Y por eso debes pelear. Por eso debes vivir, debes seguir adelante, luchar contra las tinieblas que quieren poseerte una vez más. Tienes que pelear, por los dos. Se lo debes a él, te lo debes a ti misma”, gritó esa pequeñita parte de mi voz interior que estaba decidida a no dejarse rendir tan fácilmente.
–No ha sido fácil, ¿sabes? He tenido tanto, todo lo que podría desear… Con un simple chasquido, podía conseguir lo que quisiera. Tuve una familia que me amaba incondicionalmente, que me mimaban a pesar de los esfuerzos de mis padres para que no me terminara convirtiendo en la terca, impulsiva e inmadura chica que terminó metiendo la pata una y otra vez, hundiéndose más y más en sus errores, como si se trataran de arenas movedizas.
»He tenido tanto  y he perdido el doble. Y he sido bastante cobarde, me he dejado vencer tantas veces, hundirme en mi propia miseria…
­–Renesmee, no…
–Es más fácil dejarte arrastrar hacia allá –dije, ignorando su intento de interrumpirme– Me canso de luchar, me canso de pelear contra mi misma, contra lo que soy. Y termino escogiendo la salida más fácil, estoy agotada.
–¿Piensas renunciar? –pronunció con las quijadas apretadas, tenso, enojado, incrédulo.
­–No –negué con la cabeza, intentando darle mayor énfasis a mis palabras –Quiero hacerlo, sería lo más sencillo, pero no puedo. ¿Sabes por qué? Por ti, por mi, por todo lo que hemos tenido que pasar para estar aquí.
»Tienes razón, nuestras vidas o existencias, nos pertenecen a los dos. Te amo, completa y estúpidamente. Y por este amor, por todo lo que hemos tenido qué pasar para poder estar juntos, debo pelear, debo luchar. Y te juro que lo haré, no va a ser fácil, va a ver momentos en los que voy a dudar, en los que esa oscuridad me va a hacer tambalear.
–Estaré a tu lado. Siempre –tomó mis manos entre las suyas con devoción. –Yo seré tu fuerza, tu apoyo, lo que sea que necesites.
–Te juro que sobreviviremos al día después de mañana. Te juro que lucharé por tener un futuro contigo, por pasar cada día de mi vida a tu lado. Hasta el último aliento, hasta el último latido.
Nos miramos por lo que me pareció una eternidad, contemplándonos, entendiéndonos. Él era él único capaz de disipar la oscuridad de mi alma, el único que podía hacer que yo no me rindiera.
De repente, Stan se llevó la mano izquierda al bolsillo delantero del vaquero que usaba, como buscando algo. Pensé que estaba buscando su móvil.
Finalmente, sacó la mano empuñada, sosteniéndola así durante unos instantes mientras decía:–He llevados esto desde que salí en tu búsqueda a Nueva York. Lo he guardado durante años, con la esperanza de que algún día podría dártelo.
Abrió la mano, mostrando en el centro de su palma una sencilla argolla de plata. Un aro perfecto, liso, sin ningún tipo de adorno o piedra.
­–Lo compré en nuestra primera cita oficial, aquella noche en Florencia, ¿recuerdas? –asentí. Tenía un nudo en la garganta, mientras sentía otra vez el picor de las lágrimas en los ojos. No estaba segura a qué venía esto, pero al mismo tiempo, lo entendía –En una de esas escapadas que tuve que hacer para cambiarme los lentes de contacto, pasé por un puesto donde vendían joyas de plata. Y vi este anillo, tan sencillo en comparación con otros que había ahí, y sin pensarlo siquiera, sin entenderlo, tuve el impulso de comprarlo.
»Lo he guardado desde entonces. Sabiendo que solo había una sola persona a la que podría pertenecerle alguna vez.
Tomó mi mano izquierda, y puso un suave beso en el dorso de mi mano. Me estremecí, no por el frio contacto de sus labios, sino porque de pronto sentía mi corazón latir como el aleteo de un colibrí.
–Sé que nunca has querido ponerte una alianza – entendí que se refería a que no acepté casarme con Jake –Y tal vez este no sea el mejor momento; tal vez no es lo que habías soñado, pero…
Guardó silencio, y no pude evitar sonreír. Mi vampiro checo, tan avasallante, tan cabezota, tan aguerrido, se estaba quedando sin palabras.
–¿Qué significa este anillo, Stan?
–¿No te lo imaginas?
–Quiero escucharlo de tu voz.
–Este anillo significa otro juramento más. Un juramento que pensé jamás volver a hacer, que había descartado por completo, pensando que eso pertenecía a un pasado y a una vida demasiado lejana.
»Este anillo significa que, si tu me aceptas, juro amarte hasta el último día. Juro amarte, respetarte, cuidarte y protegerte. Juro estar ahí para ti, siempre. Ser tu amigo, tu paño de lágrimas, tu roca, tu fuerza cuando la necesites.
–¿Me… me estás pidiendo que…? –la voz me salió ahogada de tanta emoción.
–Quiero que seas mi esposa. Cuando toda esta locura pase, podemos hacer una gran boda y…
–No quiero una gran boda. Quiero esto que tenemos aquí. Estamos en una iglesia, tenemos una alianza y no creo que nadie pueda amarse más de lo que tú y yo nos amamos. No necesito un vestido de diseñador, ni flores ni fiesta ni pasteles de boda, ni un juez de paz o pasar por la vicaría. Solo te necesito a ti.
Stan esbozó una amplia y luminosa sonrisa. Sin mediar palabra, se puso de rodillas ante mi, que seguía sentada sobre la banca de madera. Casi con reverencia, empezó a deslizar el anillo por mi dedo anular.
–Yo, Stanislav Masaryk, te tomo a ti, Renesmee Carlie Cullen como mi esposa, mi compañera, mi amiga, mi amante. Mi mundo entero. Juro que cada día lucharé por hacerte feliz, por hacerte reír, por hacerte sentir cuanto te amo.
Cuando el anillo llegó a la base del dedo, entrelazamos nuestras manos y fue mi turno de arrodillarme a su lado.
–Yo no tengo un anillo para ti en estos momentos, pero… –la emoción amenazaba con ganarme –Yo, Renesmee Carlie Cullen, te tomo a ti, Sanislav Masaryk como mi esposo, mi vida, mi amigo, mi todo. Juro que te amaré por siempre, aquí o en el más allá. No ha habido, ni hay, ni habrá nadie más que tú.
»Prometo luchar por los dos, por no dejar que esas sombras de oscuridad me nublen la vista y me impidan ver lo más importante. Prometo que cuando sienta que las fuerzas me flaquean, cuando sienta que estoy a punto de caminar por el borde del abismo, recordaré este momento, cuanto te amo. Y eso bastará para sacar mi fuerza y seguir adelante.
Con la mano derecha, me limpié las lágrimas del rostro y le di un tímido beso en los labios.
Eché un vistazo hacia las bancas de atrás. En algún momento nos habíamos quedado solos, teníamos la iglesia para nosotros dos. Y aunque no había caminado por el pasillo del brazo de mi padre, ni había gastado un dineral en una súper boda y tampoco había habido un sacerdote, pastor o juez de paz, yo me sentía tan casada y unida a Stanislav como si hubiera sido una boda tradicional.
–Más adelante, podemos hacer una boda con toda la regla para su familia, señora Masaryk.
Señora Masaryk”, me estremecí de emoción al escuchar las palabras. Que bien se sentía eso.
­–Si quieres, pero para mi esta es la boda que siempre quise tener. La única con la que alguna vez me permití soñar: contigo. No necesito nada más.
Me pregunté si el corazón podía estallar de felicidad. Quería que ese momento, esa sensación durara para siempre. No quería pensar en el ayer o en lo que podía pasar al día siguiente, todo lo que me importaba era lo que estaba sucediendo en esa antigua iglesia. Aun cuando yo no era católica, para mi tenía el mismo valor como si la hubiera oficiado un pastor anglicano.
De pronto, sentí como si el suelo temblara debajo de mí. Probablemente eran figuraciones mías, pensé. Pero una nueva sacudida y un vistazo al rostro sorprendido de Stan, me hizo entender que no lo estaba imaginando. Realmente estaba temblando.
Nos pusimos de pie en un suspiro. Los antiguos candelabros que colgaban del techo se movían con violencia antes de que los focos estallaran, regando vidrios por todos lados, sumiendo la iglesia en la oscuridad apenas cortada por las llamas de las veladoras y cirios, que parecían luchar por no apagarse.
Una de las puertas de la iglesia se abrió con violencia y a través de ella, pude ver tres figuras adentrarse al lugar. En medio de la confusión de mi cerebro, tardé en enfocar la mirada y entender qué es lo que estaba pasando.
Una de esas figuras iba por delante, cubierta de pies a cabeza por una larga capa negra. A cada paso que daba, las llamas de las velas se elevaban y enardecían. A medio camino entre la puerta y el altar, la imagen de uno de los santos explotó en añicos, mientras un enorme cuadro que estaba a unos cinco metros de nosotros, en la pared izquierda, caía estrepitosamente al suelo.
Instintivamente, me abracé a Stan, temblando de miedo ante lo que veía. Porque algo en mi cabeza me decía que lo que estaba pasando no era normal, que no se trataba de algún sismo producto de la madre naturaleza. Sobre todo, cuando al enfocar bien la vista, descubrí que las dos figuras que seguían a la primera se trataban de Vladimir y Stefan, los vampiros rumanos.
Sentí como si estuviera clavada al suelo, incapaz de moverme. La figura con la capa negra se detuvo frente al altar, apenas unos cuantos pasos de distancia de nosotros. Y con gesto teatral, se levantó la capucha y dejó caer la capa a sus pies. Abrí la boca con sorpresa, tanto que creí que la quijada me terminaría en el piso, tal como la capa negra.
Ahí, ante mis ojos, y con una expresión de pura malvada diversión, la Señora se hacía presente.
–Vaya, vaya, si son Stanislav y la pequeña mestiza. Justo a quienes estaba buscando.
La voz de la mujer me erizó cada vello del cuerpo. Exudaba pura maldad.
–Vladimir, Stefan, adelántense y llamen a mis hijos. Es hora de marcharnos.
¡¿Qué?! ¿Por qué? Aún no habíamos luchado contra los Vulturi. ¡No podían dejarnos tirados así como así!
Los vampiros siguieron las órdenes sin chistar, entrando por la puerta hacia la sacristía con paso decidido. No habían avanzado más allá de la puerta, cuando el grito casi inhumano salió de ahí. Reconocí el tono de voz del sacerdote de la iglesia. ¿Qué le habían hecho?
–¿Qué está pasando? –pregunté con un hilo de voz, intentando comprender e imaginándome lo peor.
–Me llevo a mis hijos.
–Pe-pe-pero ¿por qué? Creí que teníamos un trato…
–Lo teníamos, sí. Pero yo no hago tratos con aquellos que rompen nuestras leyes.
–¿De qué está hablando, Señora? –preguntó Stan, tenso como un animal listo para atacar a la menor provocación.
–De que ustedes han cometido un crimen de sangre. Es tabú, lo saben.
»Así que nuestro trato queda disuelto, y ustedes serán juzgados como debe de ser.
¿Juzgados? ¿Pero qué demonios…?
­–Serán condenados a la verdadera muerte.
¡¿Queeeeeeeeeeeeeeé?! ¡Tenía que estar bromeando! Ella no podía saber lo de Stan y yo… ¿o sí? Era una locura.
–Está equivocada, debe haber un error.
–¿Pretenden engañarme? Mestiza, no soy ninguna estúpida. No tienes idea cuántos años llevo vagando por esta tierra. Y por intentar engañarme, serás la primera en morir.
–¡No! –gritó Stan, furioso
La mujer lo miró tal como se mira a una alimaña. Se acercó a él, y sin el menor esfuerzo, lo agarró por el cuello y empezó a clavar sus dedos entre la piel de Stan. La presión sobre la piel era tal, que parecía que iba a romperle el cuello, incluso, podía jurar que escuchaba un sonido similar al de la porcelana resquebrajándose.
–Por favor, no –supliqué –Se lo suplico, no lo haga…
Sin pensarlo, me dejé caer de rodillas, horrorizada al ver como estaba dispuesta a hacerle daño a Stan.
–Por favor… se lo ruego… Haré lo que usted quiera, pero no le haga daño.
Me miró sobre el hombro, despectivamente. Y como si nada, soltó a Stan, dejándolo caer al suelo con la misma facilidad con la que lo había tomado por el cuello.
Me arrastré hasta Stan, horrorizada, intentando comprobar que no le hubiera hecho daño. O no mucho. Sentí que la sangre me abandonaba por completo, al ver parte de la piel de Stan hundida, brotándole sangre a través de las heridas.
–¿De verdad harías lo que yo quisiera? ¿Lo que fuera? –preguntó con una odiosa diversión en su voz.
Asentí, impotente, temerosa de lo que pudiera pasar. ¡Mi familia! Podía ocurrírsele hacerle daño a mi familia a manera de reprimenda. O por simple placer de hacerlo.
­–Bien, entonces tal vez,  y solo tal vez, haya una forma en que nuestra sociedad no se desintegre, después de todo.
»Todo depende, petite métisse, de lo que tengas para negociar.
Una nueva sonrisa cruel se formó en los labios de la Señora. Y algo me dijo que el trueque por su ayuda iba a ser de un precio demasiado caro qué pagar. 

Añadir/Share

Bookmark and Share