Disclaimer

Nombres y personajes de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer (menos los que no salieron en la saga original). Lo único mio es la historia que va uniendo a tan maravillosos personajes.
Esto es un homenaje a una de mis sagas favoritas, sin fines de lucro, por mera distracción.

jueves, 22 de abril de 2010

SIN PRESIONES


Una vez que se fueron Jacob y Seth, no quedó otra cosa que esperar a que fuera pasada la media noche para seguir donde lo habíamos dejado. Los demás habían regresado al interior de la casa, dispuestos a darle mil vueltas al asunto, repasar una y otra vez cual sería la mejor forma de atacar a los Vulturi. Debíamos pensar en a quienes podíamos acudir en busca de apoyo para enfrentar a los vampiros italianos y quien de ellos podría decirnos que no. Todos hablaban al mismo tiempo, todos tenían algo qué señalar al respecto; llegó un momento en que me sentí completamente abrumada, no sólo por lo que se nos venía encima, sino que mi cabeza no podía dejar de lado lo que había descubierto de boca de papá y Stan.

Y cómo no pensar en ello cuando mi vida podía haber sido muy distinta si mi papá no hubiera metido sus narices…”, me dije a mi misma mentalmente. Papá levantó la mirada hacia mí, y supe que no había dejado de husmear en mi cabeza ni por un momento.

“¡Oh, por Dios! ¡Dame un respiro!”, gritó mi cabeza, con la esperanza de que el mensaje le llegara fuerte y claro.

Necesitaba un cigarro o un buen trago de alcohol, pero era imposible que pudiera conseguir lo uno o lo otro. Tenía que conformarme con conseguir un momento a solas conmigo misma.

Sin decir nada, y aprovechando que estaba cerca de la puerta, regresé al exterior, decidida a encontrar un momento de tranquila soledad. Era cierto que tenía, que debía concentrarme en el rescate de mi abuelo, pero mientras mi cabeza siguiera siendo un hervidero de pensamientos que nada tenían qué ver con el inminente viaje a Volterra, no iba a poder lograrlo.

¿Qué iba a hacer con eso que había descubierto? Buena pregunta.

No dejaba de pensar en cómo hubieran sido las cosas si Stan se hubiera quedado a mi lado desde entonces.

Una vez, estando en Volterra, hablamos de cómo podrían haber sido las cosas si nos hubiéramos conocido siendo humanos, coincidiendo en el mismo tiempo y espacio.

“Si hubiéramos tenido una típica vida humana, tal vez hubiéramos terminado casados, con cuatro hijos, dos perros, tres gatos y viviendo en una casita amarilla de puertas y ventanas blancas con un gran jardín para que todos pudieran correr por ahí”, esa había sido su respuesta. Y durante los últimos años, en el fondo había anhelado poder tener eso a su lado.

Había fantaseado con ello, me había visto rodeada de esos preciosos niños, viviendo en esa idílica casita. Había noches en que soñaba con ello, era tan dulce verme en ese mundo perfecto, rodeada por los brazos de Stan, sintiéndome amada. Éramos felices, con nuestra pequeña y perfecta familia.

Era horrible el despertar, tanto que llegué a odiar esos sueños. Porque dolía demasiado abrir los ojos y darme cuenta que todo había sido una mera jugarreta de mi mente.

Las primeras semanas después de la marcha de Stan, fueron espantosas. A la luz del día, aparentaba estar bien, intentaba demostrarles a todos que Stanislav era agua pasada, que lo había superado con facilidad, que tenían razón al decir que lo que había llegado a sentir por él no era más que producto de los días en cautiverio (o como papá solía decir, un síntoma de que padecía el “Síndrome de Estocolmo”); pero al caer la noche, cuando después de dar mil vueltas en la cama y por fin el sueño parecía vencerme, las únicas imágenes que teñían mi inconsciencia eran de Stan.

A veces creía que me iba a volver loca. No sabía qué era peor, si los días cuando tenía qué esforzarme para fingir delante de los demás que estaba bien, o las noches, cuando el protagonista de mis sueños y pesadillas era Stan. A veces soñaba con los Vulturi y lo sucedido en la pelea; recreaba la muerte de tía Rose, Sam, de todos aquellos que cayeron aquella noche. Y a pesar del terror, a pesar de lo espantoso de las imágenes, bastaba con ver a Stan para sentir que todo iba estar bien, para sentirme protegida y segura de que ya no habría más cosas malas en mi vida.

Otras veces, las imágenes eran tan dulces… Yo vestida de novia, con el mismo vestido que había usado mi madre en su boda, mientras Stan me esperaba al final del largo pasillo de la Basílica di Santa Maria Assunta (la iglesia de Volterra, era la única que había pisado en mi vida), rodeados por mi familia.

Lo peor es que, a pesar de mis intentos, no pude evitar que esos sueños me persiguieran aún estando al lado de Jacob. Aún cuando en esa época, soñar con Stan ya no era algo de todas las noches, aún así me odiaba a mi misma por ello, pero no podía evitarlo, no tenía control sobre ellos.

Sacudí la cabeza. No me gustaba pensar en Jake y en Stan al mismo tiempo. Lo sentía como algo inapropiado, como una traición para ambos.

Había estado caminando sin darme cuenta realmente hacia dónde se dirigían mis pasos, cuando por fin lo noté, no pude evitar esbozar una sonrisa un tanto incrédula. Había llegado a la orilla del río, al lugar justo donde Stanislav y yo nos habíamos dicho adiós. Bueno, por lo menos no podían acusarme de no ser sentimental.

Me agaché y tomé una pequeña piedra para lanzarla con fuerza sobre las heladas aguas del río. Uno, dos, tres botes dio antes de hundirse. Y mientras la perdía de vista, mis propios recuerdos se sumergieron en aquél adiós…

–Te prometí que recuperarías tu vida, que regresarías con tu familia y que todo lo que habías vivido en Volterra sería una pesadilla que con el tiempo olvidarías, ¿recuerdas?... Se feliz y trata de olvidar todo esto. Olvida Volterra, olvida la pesadilla…olvídame a mi.

–¿Alguna… alguna vez volveré a verte?

–¿Quién sabe? Nuestra existencia puede ser bastante larga y este mundo es demasiado pequeño… Además, todavía nos quedan por lo menos otro par de vidas… Y si no es en esta, ya nos tocará encontrarnos en la siguiente. Tal vez ahí las cosas sean mejores… tal vez ahí a mi me toque ser tu alma gemela.

–¿Lo prometes?

–¿Qué?

–Que nos encontraremos en la siguiente vida… y que me vas a esperar esta vez.

–Te lo prometo… si no fue en esta vida, será en la siguiente. Es lo justo… Sbohem, můj sladký láska...

Ahora entendía lo que había dicho con esa última frase. Esas palabras se habían quedado gravadas en mí, aunque nunca había querido saber su significado, pues tenía miedo que al descubrirlo pudieran hacerme más daño. Esa frase había sido casi un tormento, sin dejar de rondarme aún en mis sueños; Sbohem, můj sladký láska o Adiós, mi dulce amor”, en un idioma que sí entendía. Gracias al regalo de tía Alice había entendido qué me había dicho en ese entonces. Y efectivamente, me dolía haberlo descubierto.

¿Por qué? Porque eso significaba que me Stan me había amado entonces, y aún así se había marchado con facilidad.

Se fue porque pensó que era lo mejor para ti. Sabía que tú pertenecías a otro y que te quedarías con él. Tú misma ya lo habías decidido así antes de hablar con Stan.”, respondió mi vocecita interior.

Sí, era verdad, como también que si él me lo hubiera pedido, si él hubiera hecho el más mínimo gesto, hubiera mandado todas mis buenas intenciones al diablo y me habría quedado a su lado.

Pero aún así, no habrías sido feliz. Nunca hubieras podido quitarte el sentimiento de culpa por dejar a Jacob cuando más te necesitaba, cuando se suponía que era tu alma gemela”.

Bufé hastiada, porque siempre llegaba al mismo punto. Había deseado con toda mi alma tenerlo, pertenecerle. Habría dado hasta el último aliento, hasta el último latido de mi corazón por quedarme con él, pero… pero de haberlo hecho, jamás hubiera sido feliz al traicionar a Jacob de esa manera.

Pero tampoco lo había sido al quedarme y hacer lo “correcto”. Ok, hubo momentos en que creí serlo, en que pensé que mi vida al fin iba a ser perfecta, llena de paz y quietud. Pero a la distancia, si ponía en una balanza los pros y los contras de las decisiones que había tomado, era más que evidente que había provocado más daños que felicidad. Había herido a Jacob, mi vida era inmensamente triste y errática. Así que al final, había hecho todo menos lo “correcto”.

Suspiré con tristeza mientras deshacía la coleta con la que sostenía mi cabello y lo mesaba con suavidad, intentando calmar la tensión que sentía.

Stan me había soltado un “te amo” para el que no estaba preparada. Lo había dicho en medio de una discusión, y después de eso, no había vuelto a tocar el tema. Y eso me tenía desquiciada, preguntándome si lo había dicho en serio o si había sido un impulso y se había arrepentido de decirme esas palabras.

No había hecho el más mínimo intento de hablar conmigo. Bueno, tal vez yo tampoco había intentado con convicción acercarme a él, eso tenía que reconocerlo. El día anterior había querido hablar con Stan, pero a la mera hora, me eché para atrás, temerosa de lo que pudiera ocurrir entre nosotros. Tenía miedo de hablar con él, de abrirme a él, porque… porque eso significaba tener que ser sincera conmigo misma, enfrentar mis sentimientos hacia él.

Me dejé caer sobre el piso, rodeando con mis brazos las piernas flexionadas mientras apoyaba la barbilla sobre mis rodillas. Poco a poco, el cielo empezaba a teñirse con los característicos colores del crepúsculo mientras el aire empezaba a sentirse un poco más frío. Me estremecí, pero no por el clima precisamente, sino por esa especie de hueco que sentía dentro de mí.

Stan se fue pensando que era lo mejor para mí, que así yo tendría una vida perfecta y tranquila. Si algo compartía con papá, era el deseo de que yo nunca terminara convertida por completo, así que al saber de la visión de tía Alice, bueno, no había necesitado mucho más para convencerse de que quedarse era lo peor que podría hacer.

Se había marchado, pero de alguna manera, se había quedado en mí. Nunca lo olvidé, nunca lo dejé de pensar, nunca lo dejé de amar…

Sí, porque todavía lo amaba. Ya no tenía caso engañarme a mi misma. Amaba a Stanislav con toda el alma, nunca había dejado de hacerlo y dudaba mucho que alguna vez lo hiciera. No importaba cuántas cosas habían pasado en mi vida, cuantos hombres había conocido, porque sólo él era a quien pertenecía. Y eso me daba miedo, me dolía tanto que podía gritar por ello.

Tenía miedo de abrirme a él y volver a sufrir, terminar no siendo buena para él y otra vez pasar por una larga cadena de errores y arrepentimientos. ¿Qué tal que lo único que pudiera darle fuera amargura y dolor? ¿Qué tal que tampoco supiera cómo hacerlo feliz y terminara por abandonarme? Porque él podía hartarse de mí, decidir que yo no tenía remedio; podía irse con cualquier otra (no podía ignorar el hecho de que era un Casanova consumado) y eso me haría añicos. Me daba miedo ser feliz y que la vida me cobrara al doble todo el dolor que había causado antes.

Tal vez lo único que quedaba para mi era la soledad.

Las lágrimas empezaron a deslizarse por mis mejillas, y con gesto mecánico las limpié con el dorso de la mano derecha. Casi tallé con furia mi rostro, intentando borrar cualquier rastro de llanto. En algún momento tenía que volver con los demás y lo último que quería era tener qué dar explicaciones sobre el por qué había llorado.

–Aquí estas.

Contraje el aire, asustada por su repentina aparición al tiempo que giraba el rostro hacia la derecha; Stan estaba a unos cuantos pasos de mí, mirándome fijamente con el ceño fruncido. Era casi como si le hubiera invocado.

Bueno, tal vez hubiera algo de eso. Stan y yo compartíamos un lazo de sangre, que aunque no estaba completado, era irreversible.

–¿Qué tienes? ¿Por qué estás llorando? –en un parpadeo, estaba a mi lado en cuclillas, palpándome con suavidad de arriba a bajo, como para cerciorarse de que estuviera de una pieza completa –¿Qué ha sucedido…?

–Nada –pronuncié con sequedad, aún cuando no había sido mi intención. No podía evitarlo, era un reflejo casi de supervivencia.

–Las lágrimas nunca son por “nada”.

–Pues conmigo sí…

–No te creo.

–Ese es tu problema

–Tvrdohlavá jako mezek…

–No soy terca ni soy una mula –respondí apretando los dientes, al entender de inmediato las palabras de Stanislav. Me puse de pie casi en un salto, intentando poner un poco de distancia.

–¿Cómo es que…?

–¿Me estaban buscando? –lo atajé de inmediato, intuyendo perfectamente que él querría saber cómo había tendido sus palabras. Y lo último que se me antojaba era explicarle lo del regalo de tía Alice y que prácticamente me lo había devorado en un par de días; incluso lo había releído un montón de veces para asegurarme de que estaba entendiendo bien. –¿Han decidido cuándo partimos?

–Digamos que han tomado un receso. Emmett tiene que hacer unas llamadas antes de decidir cualquier cosa…

–Ah…

Fue todo lo que se me ocurrió decir. Por un momento, barajé la posibilidad de enfrentar a Stan y pedirle, no, más bien exigirle que me aclarara lo del “te amo”, pero al final, me acobardé. No podía evitarlo, me daba miedo lo que pudiera escuchar después.

Me abracé a mi misma, como si de repente tuviera frío mientras daba un par de pasos en dirección a la casa.

–Espera… –pronunció mientras con un rápido movimiento bloqueaba mi avance.

–¿Qué pasa?

–Tenemos que hablar.

–Mmm… ¿de qué?

–De nosotros.

–¿Y… y qué… tendríamos que hablar? –la voz me salió en un graznido, evidenciando lo nerviosa que estaba.

–De lo que te dije hace un par de días.

–¿Qué? No recuerdo nada en particular… –pronuncié con torpe ligereza, como intentando quitarle importancia a la situación. Aunque por dentro, no dejaba de reprenderme a mi misma por tomar esa actitud. Pero no podía evitarlo, quería protegerme, no quería salir lastimada.

–Renesmee, por favor, no. –La forma en que pronunció mi nombre con gravedad, con un ligero acento me provocó un estremecimiento de los pies a la cabeza. –No lo hagas, no más juegos.

–Yo no… no… Lo siento. –concedí al fin, clavando la mirada al suelo.

–Mírame, por favor –pronunció con paciencia, mientras con su mano me obligaba a obedecer su petición.

Maldije que fuera tan bello, tan perfecto; pero más me maldije a mi misma por ser débil ante él. No podía evitarlo, era difícil luchar contra la atracción. Supuse que así se sentirían las polillas hacia el fuego antes de morir consumidas por él.

–Sé que no es el mejor momento, pero no puedo más –continuó él, mientras acariciaba mi barbilla, la comisura de mis labios con el pulgar de su mano izquierda –Hace tres días te dije algo que… que tal vez no debí haber dicho.

Nada más escuchar sus palabras, sentí que el corazón se me caía hasta el suelo. ¿Se iba a retractar? Si era así, no quería escucharlo, no creía poder resistir que me dijera que no era verdad, que sus palabras habían sido un impulso tonto en medio de una discusión.

Me quedé callada, no porque no tuviera nada qué decir, al contrario. Eran tantas cosas las que se agolpaban en mi cabeza, sólo que de pronto sentí un enorme nudo en la garganta que no me dejaba expresar ninguna de ellas. Sentí un nuevo traicionero picor en los ojos, estaba segura que si no me esforzaba, empezaría a llorar como una tonta a la que le están rompiendo el corazón. Y lo último que quería era que se diera cuenta de cuánto me hería su rechazo, de cuánto daño podía hacerme al decir que no me quería, que lamentaba haberlo dicho cuando no era verdad.

–Supongo que… –dije al fin, con tremendo esfuerzo, y gracias al cielo, mi voz sonó tranquila, sin el dejo de desesperación que temía. Di un paso hacia atrás para poner cierta distancia –bueno, imagino que quieres retractarte de… tú sabes…

»Y… está bien. No pasa nada… A veces, al calor de una discusión terminamos haciendo o diciendo cosas que no queríamos. Es lógico, así que… no pasa nada.

“No pasa nada… no pasa nada…”, parecía disco rayado repitiéndolo hasta en mi cabeza. Pero tenía que sujetarme a él como un mantra, no podía desmoronarme.

Stan esbozó una sonrisa ladeada. ¿Encontraba divertido todo esto? Me sentía herida y él se reía ¿de verdad? ¡Pero qué le pasaba al muy…!

Maldito patán”, pensé mientras empezaba a tener unos enormes deseos de darle un buen bofetón que le borrara esa sonrisita.

Esa era otra de las reacciones que me provocaba Stan, podía pasar de la felicidad, a la tristeza y luego a la furia en menos de un pestañeo. Era el único que podía descontrolar mis sentimientos de esa forma; bueno, sin contar a tío Jasper, pero él lo hacía valiéndose de su don. Lo de Stan era cuestión de pura química.

–¿Crees que me estoy retractando? –dijo al fin, mirándome largamente y con cierta incredulidad. –¡De verdad lo piensas! –No era una pregunta, sino una afirmación.

–Pero tú dijiste que… que no debiste haberlo dicho. Y me has estado rehuyendo desde entonces; me ignoras, ¡como si yo te hubiera hecho algo imperdonable!

–No, no… ¡Diablos, estoy haciendo todo mal! –se pasó la mano por el cabello, en gesto un tanto frustrado. –Estoy hecho un lío. Sólo déjame explicarte las cosas con calma, ¿si? Sin interrupciones, por favor.

–Pero…

–Por favor, moje nebe –escuchar el cariñoso apelativo y con la ternura que lo pronunció, hizo que se debilitaran mis de por sí frágiles defensas. Empecé a sentir un poco de calor nuevamente en mi interior –No me estoy echando para atrás. Si te dije que te amo, es porque de verdad lo siento.

Levanté la mirada sin poderme contener, mientras Stan nuevamente se había acercado hacia mí. Atrapó mi rostro entre sus manos, con delicadeza, como si yo fuera de fina porcelana.

–Te amo –continuó –Sin ninguna duda, sin ningún motivo oculto. Te amo y jamás me cansaré de decirlo, esa es la verdad. Pero creo que no debí soltártelo así sin más, cuando sé que lo que menos necesitas en estos momentos es sentirte presionada; ya tienes más que suficiente con todos los problemas que has, o mejor dicho, hemos tenido últimamente, y lo que se nos viene encima no es nada alentador.

»No quiero presionarte, no quiero que mis sentimientos por ti sean un lastre.

–Stan… –la voz me salió completamente débil, casi en un susurro.

–No te estoy pidiendo nada, no te exijo nada. Necesitaba decírtelo porque ya no podía más. Sé que te sientes confundida, sobre todo con lo que descubriste sobre la charla que tuvimos tu padre y yo.

»También sé que tienes asuntos pendientes de resolver con… con él –torció el gesto, y no tuve duda alguna a quién se refería –Me cuesta admitirlo, pero estoy al tanto de lo que él ha significado para ti desde siempre, de que comparten un lazo muy fuerte que dudo que algún día pueda entender del todo. Y por eso mismo, debes resolver todas sus deudas pendientes.

»Sea lo que sea que decidas, sea quien sea con quien quieras estar, aceptaré la decisión, pero esta vez espero que decidas buscando tu felicidad y no esperando complacer a los demás. Te repito, no quiero presionarte, no quiero que te sientas obligada a corresponderme, pero eso no quiere decir que no me quede cerca de ti para cuidarte y que no voy a luchar por ti. No me voy a rendir.

El enorme nudo de mi garganta se había ido apretando con cada palabra de él. Podía ver la sinceridad en sus ojos, podía sentirlo en cada una de sus palabras. Quería gritar a los cuatro vientos, que él y todo el mundo escuchara lo que ya no podía negarme a mi misma: que lo amaba tanto que dolía. Pero no podía pronunciarlo, porque tanto como lo adoraba, tanto temía a decir esas dos pequeñas palabras; cada vez que las había dicho en el pasado, algo malo sucedía. Eran como una maldición que llevaba a cuestas.

Yo estaba maldita.

–¿Por qué? –pregunté con desesperación, importándome un bledo ya contener las lágrimas.–¿Por qué quieres amarme? No sirvo para eso… no sé hacer feliz a nadie. No… no merezco el amor de nadie.

–No, cariño, no. Eso no es verdad…. –sentí su frío aliento sobre la piel de mi rostro mientras iba depositando suaves besos sobre mis húmedas mejillas. Sentía el contacto de sus labios sobre mi piel como la caricia de una mariposa. –No quiero que vuelvas a decir eso jamás. Escúchame bien: mereces que te amen, merece ser feliz.

»Has pasado por demasiadas cosas, la vida ha sido especialmente dura contigo… pero eso no quiere decir que haya algo malo en ti.

Empecé a mover la cabeza con fuerza, tratando de refutar sus palabas.

–Sí lo hay… debe de haberlo, sino, ¿por qué sólo soy capaz de infligir pena y dolor en aquellos que me rodean? Estoy maldita…

–Shhh, shhh… –me silenció, apoyando el frío dedo índice contra mis labios. –No. Jamás vuelvas a decir eso. Grábate bien esto en la cabeza: no estás maldita, no hay nada malo en ti. Sólo… sólo es lo que te ha tocado vivir.

»Podría decirte un millón de motivos por los cuales es fácil amarte, por qué tengo la cabeza perdida por ti. Te amo por quien eres, por que eres mi destino…

No se en qué momento, la distancia de nuestros cuerpos se redujo aún más. Su rostro estaba a milímetros del mío, mi cuerpo completamente apoyado en su macizo pecho; sus brazos, sosteniéndome con fuerza, como si con eso quisiera protegerme de todos mis miedos.

–Te amo porque le has dado sentido a mi existencia. Has hecho que recupere la fe, que vuelva a creer que es posible la redención para mí.

Quería creerle, deseaba con todo el corazón creer que me amaba a pesar de todo, a pesar del tiempo, de la distancia y de mis errores. Quería creer que yo merecía esa clase de amor, que podía ser digna de la felicidad.

Empecé a llorar aún más si es posible, ahogándome por poder decir aquellas palabras que a él tan fácilmente le salían, pero era como si estuviera bloqueada, como si el miedo fuese una muralla inmensa que me impedía hacerlo.

–Te he echado de menos cada día, cada hora –susurró Stan contra mis cabellos –Estos años lejos de ti fueron el peor de los infiernos. Te deseaba a mi lado y me volvía loco de celos al pensar que estabas viviendo al lado de él, siendo feliz con él y creyendo que te habías olvidado por completo de mí, de lo que fuimos el uno por el otro en Italia.

»Hay muchas cosas de las que me arrepiento, pero de la que más es de haberme ido, de haberte dejado aún sabiendo que me amabas tanto como yo a ti. Fui un estúpido y un cobarde.

–¿Cobarde? –murmuré la palabra sin pensar.

–Sí, porque estaba abrumado por la intensidad de mis sentimientos. Estaba convencido de que, después de lo sucedido con mi familia, jamás iba a poder amar a nadie, que esa capacidad de sentir se había muerto junto con mi vida humana. Pero apareciste tú y volteaste todo. Llegaste sin pedir permiso, abriéndote paso, quedándote en mí.

»Cuando tu padre me dijo de la visión de Alice y me contó toda la historia entre tú y Black, el miedo que tenía de no ser suficientemente bueno para ti, de que estuvieras experimentando el “Síndrome de Estocolmo” y que en realidad no me amaras, todo eso fue lo que me dio el impulso para marcharme. No quería que cometieras un error, que echaras por la borda tu felicidad por alguien como yo.

»Pero el único error en todo eso fue darme por vencido tan fácilmente y marcharme. Debí quedarme, debí pelear por nosotros. Si me hubiera quedado, tal vez te hubiera ahorrado tanta amargura… Mi cobardía tiene algo de culpa en todo lo que has sufrido.

Empecé a hipar, elevando mi congoja a nuevas cotas. Lloraba desconsoladamente, con el cúmulo de emociones a tope. Me dolía imaginar cómo podría haber sido mi vida si él no se hubiera ido, si mi padre no hubiese intervenido. Todo eso, aunado al montón de estrés a la que había estado sometida desde aquella infame noche en que los Vulturi se habían aparecido por Nueva York, estaban haciendo mella en mí. Me pregunté cuánto más tardaría para desmoronarme por completo.

–No llores –susurró Stan acariciándome el pelo –por favor, láska, no llores más.

El labio inferior me temblaba y a través de las pestañas mojadas, pude ver el brillo que iluminaban sus ojos. Enlacé la mirada con la suya, perdiéndome en mis sentimientos y en los de él. Estuvimos así quién sabe cuanto tiempo, sólo lo necesario para que la tristeza empezara a transformarse en necesidad. Stan me miraba con intensidad, y supe que estaba excitado y ansioso. El deseo hervía en mi propia sangre, creciendo como una bestia en mi interior. No necesitaba ser telépata para saber lo que él estaba sintiendo; nuestro lazo de sangre me permitía hacerlo.

Acaricié su mandíbula con el pulgar de mi mano derecha, sintiendo la fría y perfecta suavidad de su piel. Contemplé sus labios algo separados y recordé lo dulces que sabían aquellas noches en Italia, lo bien que se amoldaban a los míos. Recordé también cómo me fundía en él, como nuestros cuerpos encajaban el uno con el otro, igual que piezas que faltaban en un rompecabezas.

Se inclinó, ladeó su cabeza y me besó como si deseara hacerlo desde hacía tanto tiempo. Fue un beso dulce, nada exigente. Una vez pasada la sorpresa, que duró apenas una exhalación, cerré los ojos, rodeándole el cuello con los brazos, apretando mi cuerpo contra el suyo.

Stan gimió. Podía sentir el fuego que ardía en su interior, pues era un reflejo del mío propio. El deseo empezaba a apoderarse de mí, consumiéndome sin piedad. La necesidad se apoderó de nosotros, mientras sus manos se deslizaban por mi espalda, apoyándose en mis nalgas. Sentí que me elevaba, sólo lo suficiente para rodearlo con mis piernas por su cintura.

Separó sus labios de los míos, y emití un gemido de decepción. Pero su boca empezó a recorrer mi piel, depositando un montó de besos por todo el camino de mis labios a la base de mi cuello; una de sus manos me introdujo debajo de mi camiseta, provocándome escalofríos de placer por el frío contacto.

–S-stan… –pronuncié con un gemido ronco y titubeante. No reconocí esa voz cargada de deseo como mía. No quería que parara, no sabía cómo hacerle entender cuánto lo necesitaba; era como un bálsamo para mis heridas emocionales.

–Lo sé… lo sé… –pronunció con la misma, sino es que más intensidad.

Enterré los dedos en su corto cabello, obligándolo a dirigir sus labios a mi boca. Deslizó su lengua por mis labios, entreabriéndolos con facilidad. Él acarició mi lengua con la suya durante apenas un instante y luego la retiró, provocándome. Repitió la caricia una y otra vez, incitándome, provocándome. Al final, fui yo quien introdujo la lengua en su boca, sintiendo el roce de su respuesta. Acaricié con ella el borde de sus filosos dientes, deteniéndome adrede en la punta de sus colmillos. Sentí el pequeño corte en mi lengua y de inmediato probé el metálico sabor de mi sangre.

Stan rompió el beso, asombrado.

–No debemos…

–Ni se te ocurra… – le interrumpí, antes de tomar por asalto su boca nuevamente.

No sabía si eso contaría como un paso más para completar lo del sellamiento, y sinceramente no me importaba. Porque lo cierto era que empezaba a tener unas ansias casi animales de clavar mis dientes en su piel y beber de él.

Me pregunté qué tanto tardaría en tumbarme en el suelo y dar rienda suelta a lo que queríamos. Recordé que estábamos prácticamente a la vista de cualquiera que saliera de la casa, pero ni eso fue suficiente para aplacar la pasión. Era como si mi buen juicio junto con la decencia, se hubieran ido volando por la ventana. Incluso, hasta me parecía un tanto poético que justo en el lugar donde nos habíamos dicho adiós, fuera el lugar donde nos reencontráramos en todos los sentidos.

Ejem… ejem…

Escuché el carraspeó. Supuse que habría sido de él.

–Ejem… ejem…

Se oyó nuevamente.

Stan va a tener qué cuidarse esa incipiente tos”, pensé tontamente, aún sumergida en mi mundo de pasión. Algo de ese pensamiento no cuadraba…

A los vampiros no les da tos…”, pronunció mi vocecita interior.

Un potente silbido se escuchó, tanto que podría jurar que hizo eco en el bosque.

–Siento interrumpirlos pero, necesitamos que vengan adentro.

Noté la diversión que teñía la voz de tío Jasper. Fue como un baldazo de agua fría, haciendo que me quedara completamente helada y petrificada en los brazos de Stan.

Sentí que el traicionero rubor iba apareciendo por todo mi cuerpo, dejándome en calidad de tomate ambulante. De alguna forma, me vi libre de los brazos de Stan y con los pies nuevamente plantados en el suelo. Apenas si pude darle un rápido vistazo al rostro de mi tío; bastó para darme cuenta de que estaba pasándoselo bomba a costa de mi vergüenza.

–Respira… sólo respira. Pronto pasará –susurró Stan contra mi oreja, provocándome un nuevo escalofrío. Intentaba ayudarme a recuperar el control de mi libido, pero con detalles como eso, distaba mucho de lograrlo.

–Creo que les daré un momento para que se recompongan… Pero no tarden, ni se entretengan otra vez, ¿vale?

Tenía la vista clavada al suelo, sintiéndome tan avergonzada como incapaz de mirar a mi tío. ¿Qué estaría pensando? ¿Y papá? Si mi padre había leído con su don lo que estaba pasando…

“¡Dios Mío”, gemí mentalmente con mortificación. Aunque podía ser que papá nos hubiera dejado tranquilos por un rato; de lo contrario, ya estaría ahí gritándole a Stan y queriéndole arrancar la cabeza.

El tío Jasper había dado a lo mucho un par de pasos cuando se detuvo y volvió el rostro hacia nosotros.

–Nessie, te recomiendo que te eches el pelo hacia adelante. –Levanté la vista al fin, sin comprender –Para que tu padre no vea el chupetón que tienes del lado derecho del cuello. –Agregó a modo de divertida explicación antes de reanudar la marcha.

Sentí que la quijada se me iba hasta el suelo, y con un rápido movimiento, llevé la mano hacia ese lado del cuello, como si así pudiera saber el lugar exacto donde tenía la marca.

–Papá me va a matar…

–No, no lo hará. Yo voy a estar a tu lado. –pronunció, entrelazando mi mano libre con la suya.

Miré su rostro y de pronto, el temor se disipó. Tal vez estuviera bloqueada para pronunciar esas palabras que él quería escuchar de mí, pero podía intentar hacérselo saber de otras maneras.

–Creí que no querías presionarme para tomar una decisión… –dije quedamente, mientras intentaba recobrar la compostura.

–Es cierto, pero también te dije que eso no significaba que no iba a quedarme y pelear. Lo único que no mencioné es que no pensaba hacerlo limpiamente. Voy a echar mano de todas las herramientas a mi favor.

Lo miré largamente, sin saber qué decir.

–Será mejor que vayamos si no queremos que tu padre y Emmett vengan por nosotros.

Y sin mucho esfuerzo, tiró de mí rumbo a la casa.

martes, 20 de abril de 2010

adoradas criaturitas del Señor...

Posteo rápidamente:
POR FAVOR NO SE PELEEEEN!!!
Y menos, con insultos entre nosotros. No me quiero ver ne la necesidad de borrar comentarios, porque creo en la libertad de expresión. Pero también creo que todos somos personas civilizadas y educadas y que mi fic es una mera distracción y algo para divertirse.

AGRADEZCO tanto al team Jacob como al team Stan su apoyo, que me sigan leyendo aun cuando mis baches creativos se alargan tanto, sus comentarios, sugerencias, etc. Pero por favor, no se insulten. Es divertido debatir, pero hay que hacerlo con educación y clase.

Un abrazo, sigo trabajando a ve si puedo terminar el día de hoy, porque mañana no voy a trabajar nadita en "Luna Oscura". El motivo es que mañana cumplo años, así que andaré de fiesta.

Cuídense muuucho y pórtense bien, ok?

lunes, 19 de abril de 2010

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....–Mírame, por favor –pronunció con paciencia, mientras con su mano me obligaba a obedecer su petición.

Maldije que fuera tan bello, tan perfecto; pero más me maldije a mi misma por ser débil ante él. No podía evitarlo, era difícil luchar contra la atracción. Supuse que así se sentirían las polillas hacia el fuego antes de morir consumidas por él.

–Sé que no es el mejor momento, pero no puedo más –continuó él, mientras acariciaba mi barbilla, la comisura de mis labios con el pulgar de su mano izquierda –Hace tres días te dije algo que… que tal vez no debí haber dicho.

Nada más escuchar sus palabras, sentí que el corazón se me caía hasta el suelo. ¿Se iba a retractar? Si era así, no quería escucharlo, no creía poder resistir que me dijera que no era verdad, que sus palabras habían sido un impulso tonto en medio de una discusión....

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