–Creo que está despertando.
–¿Está bien? La ponzoña…
–La estoy extrayendo… ya casi no quedan rastros en su sangre.
Escuché las voces un poco entre brumas, pero entendía perfectamente sus palabras. Poco a poco, el recuerdo de unos afilados dientes encajándose en mi piel me pareció demasiado horroroso y tuve miedo de abrir los ojos. Hacía muchos años atrás, había tenido un enfrentamiento parecido con mis enemigos y había terminado en manos de ellos, con un montón de mentiras, sin pasado y con otro nombre, todo para usarme como arma y volverme contra aquellos que amaba con toda el alma. A partir de ese encuentro, mi vida se había torcido por completo, llenándome de tantas pérdidas, de tanto dolor, culpas y remordimientos. Sí, temía abrir los ojos y encontrarme en una situación parecida, pues no estaba segura si podría enfrentarme otra vez a la misma pesadilla.
Aunque, por lo menos esta vez, parecía que mi memoria no se había visto afectada. Podía recordar perfectamente el ataque de Aftón, mi estúpido intento de bajar la borrachera con una larga y solitaria caminata, el encuentro con Stan, entre un montón de cosas más, incluido mi nombre.
Empecé a ser consciente de que estaba acostada sobre alguna especie de… ¿sillón?, más o menos blando y supuse que era algo pequeño, pues mis piernas estaban incómodamente encogidas sobre la superficie. Mi cabeza reposaba sobre algo duro y firme, aunque no incómodo, mientras que mi brazo derecho estaba suspendido en el aire, aunque algo lo mantenía firmemente sujeto, evitando que terminara entumido por la posición tan extraña.
Me removí un poco, intentando estirar las piernas, tratando de que mis pulmones se llenaran de ese tranquilizador efluvio que despedía aquello que servía de apoyo a mi cabeza. Lo mejor de todo, es que aquel ardor que había empezado a sentir por la mordida de Aftón se había ido, ya no sentía que ese agonizante dolor.
Me aventuré a abrir los ojos, porque si no había ardor, me daba la esperanza de que mi despertar no fuera tan terrible ni monstruoso. Con lentitud fui abriendo los párpados, y lo primero que vi fue la parte superior de una ventana de cristal y lo que me pareció el techo de un auto. Entrecerré nuevamente los ojos, tratando de adivinar en dónde me encontraba; abrí nuevamente los ojos, y esta vez paseé la mirada, girando el rostro un poco en el proceso, y me topé con el rostro de Stan. Esbocé una sonrisa de alivio al darme cuenta de que era él quien estaba conmigo y no alguno de mis enemigos. Pero la sonrisa se convirtió rápidamente en una mueca de confusión, cuando mi mente por fin procesó la imagen por completo: Stanislav tenía la boca pegada sobre mi brazo, justo donde me había herido primero con el cristal y donde después Aftón me había mordido. Incluso podía escuchar el sonido de sus labios succionando mi sangre.
–¿Qué… qué haces? –mi voz salió rasposa y con un toque de debilidad. –¿Por qué… por qué me muerdes? No quiero… no quiero ser un monstruo… Por favor…
–Shhh… –Stan separó sus labios de mi piel y a pesar de que pude ver sus blanca dentadura teñida por el rojo de mi sangre, aún así el miedo no se apoderó de mí. No, no tenia miedo, más bien era curiosidad. –No te estoy mordiendo. Estoy extrayendo la ponzoña de tu cuerpo; vas a estar bien, te lo prometo.
–Renesmee, ¿cómo te sientes?
–¿Tía Alice?... ¿dónde estoy?
–Sí, soy yo. Estamos en mi auto, rumbo al hospital.
–No… no, por favor… –pronuncié con esfuerzo. Realmente me sentía muy débil y mareada, pero lo último que quería era terminar en el hospital contestando preguntas sobre qué era lo que me había sucedido. –Llévenme… a casa… hospital no…
A pesar de mis esfuerzos por hablar con coherencia, lo cierto era que me iba sintiendo cada vez más laxa, sumamente mareada. Supuse que Stan había tenido que beber de mi para extraer el veneno, más el hecho de no haber comido nada sólido en las últimas horas (por no decir en los dos últimos días), daba como resultado mi debilidad.
Cerré nuevamente los ojos, cansada.
–¿Cómo te sientes? –Stan me preguntó con un susurro quedo, como si te miera que el sólo hecho de hablarme en voz alta pudiera lastimarme. Ya no succionaba mi sangre, pero aún así mantenía su mano aferrada a la mía, entrelazando sus dedos con los míos mientras con la otra mano apartaba un mechón de pelo que cubría parte de mi cara.
–Débil… mareada… y bastante cansada. –Los ojos empezaban a pesarme y sentía que estaba a punto de volver a caer a la inconsciencia, a pesar de mis esfuerzos. Pero realmente me sentía mal, bastante débil. Incluso, para mi bochorno, mi estómago rugió audiblemente en protesta por falta de alimento.
–Cierra los ojos, descansa, milovaný
Asentí, o creí hacerlo, realmente me pesaba todo el cuerpo que ya ni siquiera era capaz de distinguir alguno de mis movimientos o gestos.
–El hospital… –pronuncié nuevamente, intentando evitar a toda costa terminar en la sala de urgencias. No quería dar explicaciones, no quería verme en manos de extraños.
–No haremos nada que tú no quieras –volvió a hablarme bajito, esta vez cerca de mi oreja. No abrí los ojos, el cansancio me impedía hacerlo, más creí por un momento sentir el suave y frío roce de sus labios contra los míos. Emití un último suspiro, por primera vez en mucho tiempo me sentí segura.
Desperté nuevamente, no se cuanto tiempo después. Mis ojos se toparon contra una pared color crema, apenas iluminada por la débil luz de una larga lámpara de piso. No reconocí ni el color de la pintura ni la lámpara. Bajé la mirada y me di cuenta que estaba recostada de lado izquierdo, sobre una cama que no era la mía, envuelta en un par de sábanas de un anodino algodón blanco y un cobertor café claro que había visto mejores días.
Deslicé un poco más la mirada, observando un trozo de mi pecho desnudo, lo mismo que mis brazos, salvo por el considerable trozo de gasa y cinta micro-pore que cubría la parte herida. ¿Dónde estaba la blusa de seda negra? ¿Estaba desnuda debajo de las sábanas? Lo más probable, pues ya no sentía la ajustada piel negra de los pantalones adherida a mis piernas.
Un tanto asustada, me senté repentinamente, aferrando la sábana contra mi cuerpo como si se tratara de un escudo protector. Por el rápido movimiento, sentí un fuerte mareo, como si todo el mundo girara a mí alrededor. Me cubrí los ojos con la mano izquierda, tratando de que el malestar se me pasara.
–Deberías volver a acostarte. Aún te ves demasiado pálida y supongo que te sientes mareada.
Escuchar esa profunda y conocida voz masculina me llenó de sorpresa. ¿Entonces no había sido un sueño? ¿Realmente había sucedido todo? Aún con incredulidad, dudando si todo sería un sueño bastante bizarro, me descubrí el rostro y giré hacia la derecha, ahí de donde provenía la voz de él.
–¿Stan? –era una pregunta bastante estúpida, pues era claro que se trataba de él. Estaba sentado en el borde de otra cama parecida a la que yo me encontraba, mirándome con preocupación. Estaba sentado con las piernas abiertas, descansando los codos sobre sus macizos muslos mientras entrelazaba nerviosamente los dedos de sus manos; incluso, pude percibir la tensión de los músculos de su espalda. Aún llevaba la misma ropa que traía en el “Alphabet”, sólo que ahora las prendas estaban bastante arrugadas.
–Vuelve a recostarte, trata de descansar un poco más. –A pesar de a suavidad de sus palabras, pude detectar el pequeño dejo de autoridad que emanaban de ellas. No era simple sugerencia, él realmente esperaba que le hiciera caso.
–¿Dónde estamos? ¿Dónde está Alice? –pregunté mientras me volvía a deslizar lentamente sobre el colchón de la cama. No era que de pronto me hubiera vuelto la mujer más obediente del planeta, sino que realmente me sentía bastante atarantada y débil.
–Está afuera, haciendo un par de llamadas.
–¿Dónde estoy? –volví a preguntar, con más suspicacia. No podía evitarlo, la última vez que había despertado en un lugar desconocido y con Stan a mi lado, había sido en mi cautiverio con los Vulturis, con otro nombre y con unos planes demasiado malévolos para mí.
–Estamos en un hotel, fuera de… ¿Gary? Creo que así se llama la ciudad.
–¿Estamos en Indiana? –pregunté con sorpresa. Nueva York había quedado bastante atrás, ¿por qué? ¿Por qué me habían llevado ahí y no a mi departamento o incluso a la habitación del Waldorf-Astoria? –¿Qué hacemos aquí? ¿Qué fue lo que sucedió…?
–¿Qué es lo último que recuerdas?
–Aftón y Atenedora… la calle oscura… no estoy segura, todo me da vueltas y la cabeza me duele horrible. –Volví mirar el parche sobre mi brazo y recordé asustada –¡Aftón me mordió! Y… ¿tú bebiste de mí?
–Tuve que hacerlo, era la única forma de evita que la ponzoña hiciera efecto.
Guardé silencio, tratando de asimilar el hecho de que me había salvado por los pelos de terminar convertida esa misma noche o madrugada o como fuera. Al parecer, habíamos esquivado la visión de tía Alice, pero ¿por cuánto tiempo? La idea hizo que me estremeciera involuntariamente.
–¿Tienes frío? Te voy a pasar el cobertor de esta cama.
–No, no es necesario. –Le detuve a medio levantar. Me miró con el ceño fruncido, pero no insistió. De pronto me extrañó su actitud tan meticulosa para conmigo, como si yo fuera algo demasiado frágil que se pudiera romper de un momento a otro. –Estoy bien… ¿Por qué…? ¿Cómo…? No… –Me mesé la de por si enmarañada melena, en gesto nervioso. La preguntas se me amontonaban en la cabeza, tratando de salir todas al mismo tiempo de mis labios.
–Supongo que quieres saber cómo llegamos a ti y cómo fue que pudimos librarnos de los Vulturis.
–No me di cuenta de inmediato de que te hubieras escabullido del lugar, pero en cuanto noté que ya no estabas, salí tras de ti, aunque realmente no sabía qué dirección habías tomado… ¿Recuerdas la visión de la que te habló Alice, la que tenía que ver con tu…? –Asentí suavemente, pues sentía que cualquier movimiento brusco de mi cabeza era como un martillazo sobre de ella. Aún así, noté que Stan fruncía el ceño, como si la sola idea de que el ataque hubiera podido tener éxito le doliera. –Bueno, en pocas palabras, después de que te fueras del hotel, Alice volvió a tener otra visión parecida y estaba segura que el ataque sería esa misma noche; fue por eso que le pedí que me dijera dónde trabajabas y por eso te seguí. Tenía que estar seguro de que estabas bien y que no había la más mínima posibilidad de que la visión de Alice pudiera hacerse realidad. Digo, no sería la primera vez que una de sus visiones no se cumplen…
Fruncí el ceño. ¿Qué había querido con eso de que no sería la primera vez que no se cumplía una visión de tía Alice? Estuve a punto de preguntarle, pero él siguió con su relato, sin yo poder interrumpir sus palabras.
–Cuando llegué al bar, te busqué entre la gente y para mi respiro, vi que estabas bien, rodeada de tus amigos y sin señales de peligro. Te estuve cuidando un rato, observando a la gente que te rodeaba, estudiando al tal VJ; quería comprobar que eran de fiar, que ninguno de ellos podía haberte traicionado contando tus cosas a la prensa.
–Es imposible que fuera alguno de ellos. Ellos no saben de mi familia, de lo que dejé atrás antes de llegar a la ciudad hace unos años.
–Pero aún así, no podía descartar esa posibilidad… En fin, cuando estuve seguro de que todo parecía normal, llamé a Alice para que me alcanzara en el “Alphabet” y viera por sus propios ojos que tú seguías tan humana como siempre.
–O parcialmente humana… ¿Por qué no te acompañó desde un principio?
–Porque ha estado tratando de contactar a tu familia, se la ha pasado llamando por teléfono y mandando mails todo el día.
–Ok, volviendo al tema, ¿qué pasó después?
–Salí tras de ti, y justo unos segundos antes de que te fueras, llegó tu tía. Nos separamos para buscarte más fácilmente. –Stan suspiró brevemente, como si lo que fuera a decir le diera un poco de pena –Tal vez suene un poco tonto, o ilógico pero… no sé, es como si un sexto sentido me guiara hacia ti; de alguna forma supe qué camino tenía que llegar, sabía que debía darme prisa, que tenía que estar cuanto antes a tu lado… No sé, simplemente te sentí.
A pesar de mi debilidad, de mis dolores, de mi aturdimiento en general, no pude evitar emocionarme como una tonta con sus palabras.
–Unos metros antes de llegar, antes de doblar la esquina de la calle, supe que estabas cerca y en peligro. Llamé a Alice y a urgí a que llegara cuanto antes a donde nos encontrábamos. Llegué justo cuando Aftón mencionaba algo sobre el sabor y de inmediato comprendí lo que sucedía. Me sorprendió verlo a él y Atenadora, no tanto porque no creyera que los Vulturis no estuvieran tras de ti, sino porque fueran ellos quienes habían sido encomendados a la tarea.
»Cuando vi que Aftón se preparaba para una nueva embestida, sentí un odio descomunal, tenía que alejarlo de ti, no permitir que te hiciera daño y… no sé, de alguna forma saqué fuerzas para agarrarlo por las ropas y lanzarlo lejos de ti. Atenadora trató de atacarme, pero fui más rápido y pude detenerla gracias a mi don, lo mismo que a Aftón.
»Por suerte, Alice llegó rápidamente con el auto y en un parpadeo, te subió a él y nos alejamos a toda velocidad. Supongo que te preguntarás por qué no los matamos, pero la verdad es que eso hubiera llevado demasiado tiempo. Además, a pesar de la oscuridad de la calle, aún así alguien podría habernos visto y… bueno, ya te imaginarás lo que eso hubiera significado. Fue más fácil contenerlos con mi don aunque fuera por unos segundos y confiar en la habilidad de Alice para manejar peor que un loco conductor de fórmula Uno.
–Vaya… supongo que tuve suerte de que llegaras a tiempo. –De forma casi mecánica, deslicé mi mirada hacia la herida. Imaginarme la posibilidad de que Stan y mi tía no hubieran llegado y las consecuencias que hubiera tenido, hizo que me dieran nauseas. Respiré con profundidad, tratando de controlarlas, y el simple esfuerzo hizo que me ardiera la garganta y los pulmones. Realmente estaba débil, adolorida y sobre todo, empezaba a estar demasiado sedienta. Tantas horas sin alimento tradicional y sin mi dosis diaria de sangre de cerdo (o res) estaba pasándome altas cuotas. –Gracias.
–No es necesario que me las des.
No supe que contestar y él también guardó silencio. Tal vez horas atrás, hubiera sido un silencio incómodo, pero ahora era… no sé, distinto. No se podía decir que fuera uno de esos cómodos silencios que habíamos llegado a compartir cuando estuvimos juntos, pero tampoco era algo forzado. Se sentía algo distinto en el ambiente, estaba segura pero aún no sabía el qué.
–Tienes que alimentarte. –Pronunció por fin. –A pesar de lo que digas o de tus esfuerzos por aparentar lo contrario, se nota que estás mal, débil y adolorida. Incluso podría jurar que tienes demasiadas horas sin alimentarte, ¿o me equivoco? Es más, te apuesto que la alimentación está en los últimos lugares de tu lista de prioridades. Te juro que no me entra en la cabeza el por qué te castigas así.
–Stan… no estoy para sermones. –Proferí mientras, en un infantil gesto, me tapaba la cara con el cobertor café. Sentí que el colchón se vencía un poco a mi lado derecho al tiempo que con lentitud mi rostro volvía a ser descubierto.
–No es sermón, sólo que no me gusta tu estado. Me fui pensando que era lo mejor para ti, que era la única forma de que estuvieras feliz, plena, viva. Y ahora….
–¿Ahora, qué? Estoy hecha una piltrafa, según tú… –dije son un dejo de sarcasmo al tiempo que entornaba los ojos.
–Ahora me pregunto si realmente hice lo correcto. –Respondió él. Volví a quedarme sin palabras, sin saber qué responder. Sí, yo también había tomado decisiones basándome en lo que creía que era lo correcto, lo justo, y al final resultó que había terminado haciendo más daño del que pudiera haber imaginado.
–Debes alimentarte –volvió a insistir –Tienes que recuperarte lo más rápido posible, se nos vienen demasiadas cosas encima y es necesario que estés fuerte y sana.
–Mmm… ¿podrás conseguirme una “King Doble Whopper” con queso y tocino, una orden de papás fritas y un vaso de Coca-Cola, todo en tamaño super King?
–¿Eso es lo que quieres? –preguntó un poco atónito. No tanto por la cantidad, sino por imaginarse la comida humana. Yo sabía bien que los vampiros pensaban en la comida normal con la misma alegría que un niño de 5 años pensaba del betabel y las alcachofas.
–Supongo que en el mini-frigorífico no tienen un sabroso frasco de sangre de cerdo. –No podía evitar que la voz me saliera con sarcasmo, pero realmente me sentía bastante mal y el que me estuviera criticando mí demacrado aspecto no mejoraba en nada mi ánimo.
–Podría salir a cazar por ti, pero no sería lo mismo. Además, la sangre animal no ayudaría a que te recuperaras más rápido.
–¿Y qué propones? ¿Qué… que salga por ahí a…? No soy una maldita asesina… –Mi voz sonó temblorosa, incrédula y hasta un poco furiosa. La sugerencia de Stanislav me trajo recuerdos y sensaciones que había tratado de enterrar en lo más profundo de mi mente. El color de ojos de Stanislav era del mismo color del de los vampiros en proceso de vegetarianismo, supuse que estaba tratando de adoptar ese estilo de alimentación; entonces, ¿por qué me sugería lo que yo creía que iba oculto en sus palabras?
–¡Claro que no! –la idea pareció incluso ofenderlo. –Jamás te pediría o te sugeriría que atacaras a un ser humano. No eres una asesina. Una vez te dije que tú eres más fuerte que el monstruo interior, ¿lo recuerdas? Sigo pensando lo mismo.
“Si supieras….”, pensé con tormento.
–¿Entonces? Creo que no entiendo a dónde quieres llegar.
–Bebe de mí. –Soltó sin más, mirándome fijamente a los ojos, como estudiando mi reacción.
Abrí la boca tanto, que casi hubiera podido apostar que parecía como sacada de un cartón animado. Sentía que la quijada se me había ido hasta el piso, sin estar segura de que había entendido bien sus palabras.
–¿Qué?
–Que bebas mi sangre. Te ayudará a recuperarte de inmediato.
–Pe... pe… no… yo… tú –las palabras se agolpaban en mi boca que no podía pronunciar ninguna completa ni con coherencia. Guardé silencio brevemente, respirando otra vez a profundidad antes de intentar hablar con calma mientras aferraba con fuerza la sábana contra mi cuerpo, pues de la sorpresa sentí que se deslizaba un poco hacia abajo, haciendo que casi expusiera más piel de la estrictamente necesaria. –No es posible eso, ¿Qué no? El sabor es malo.
–No es precisamente sabroso. –concedió –pero es posible hacerlo. Míralo como el equivalente vampírico de lo que es el aceite de hígado de bacalao para los humanos. –Arrugué el rostro, al recordar ambos sabores. Durante un tiempo de mi cortísima infancia, el abuelo había tratado de que yo tomara ese aceite, alegando lo sano y beneficioso que sería para mi crecimiento. Nada más tomar la primera cucharada, con toda la dignidad que me daban mis
–No creo que sea buena idea…
–¿Quieres sentirte mejor? –asentí casi sin notarlo –Es la única forma que se me ocurre para hacerlo rápido y con lo que tenemos a la mano, sin tener que recurrir al pobre recepcionista del hotel.
Sabía que la idea debía horrorizarme, que debía negarme férreamente y desechar la sugerencia. Pero por extraño que parezca, no pude decirle que no. Tal vez sí estaba demasiado hambrienta, demasiado sedienta, tanto que mi cuerpo aceptaba el alimento sin remilgos, sin importar su procedencia.
Con la mirada clavada en él, sin perder un solo detalle de sus movimientos, observé a consciencia cómo se ponía en pié rápidamente para quitarse el saco antes de volver a sentarse a mi lado. Él tampoco apartaba la vista de mí, era como si también quisiera grabar a detalle cada una de mis reacciones, de mis miradas. Con presteza, se levantó, desabrochó la manga derecha de su camisa y empezó a doblarla con movimientos rápidos y precisos hasta la altura del codo. Tragué saliva, como si estuviera mirando la escena culminante de una película; Stanislav se llevó la muñeca hasta la altura de su boca ya abierta y acto seguido, clavó sus perfectos y blancos dientes en la suave y nívea piel. La habitación se sumió en un sordo silencio, donde era posible escuchar el suave desgarre de la piel de Stan, la forma en que empezaba a brotar la sangre através de la herida.
Su rostro se contrajo en una leve mueca de dolor, tan leve que casi me pasa desapercibida. Imaginé que su ponzoña, al clavar los dientes, le había escocido un poco. Acto seguido, escuché cómo succionaba un poco de su sangre y comprendí que era para eliminar cualquier posible leve rastro de su veneno. Él no quería que yo lo bebiera ni siquiera por accidente.
–Bebe, milovaný. Déjame sanarte, déjame ayudarte a ponerte bien otra vez.
La forma en que hablaba, la manera en que me miraba, me hizo sentir que había un doble significado en sus palabras. Puso la muñeca herida delante de mí, justo apenas a milímetros de mi sedienta boca. Vi cómo el carmesí y denso líquido brotaba de él, deslizándose lentamente por su fría piel y sin pensarlo ni una vez, dejé que mis labios entraran en contacto con su herida, deslizando la lengua primero para paladear el vital líquido que mi cuerpo demandaba. Al principio, el sabor me hizo torcer el gesto, pero a ese instinto animal que también era parte de mí parecía no importarle del todo, pues no fui capaz de dejar de limpiar casi con lujuria la sangre que escurría.
Cerré los ojos y sin importarme si la sábana se deslizaba para dejar expuesto mi desnudo pecho, sin importarme que estaba bebiendo la sangre que no era de un indefenso animal o cualquier otra cosa en este mundo, aferré con mis manos su brazo y empecé a succionar con ávida necesidad. Me acostumbré al agrio sabor de su sangre en segundos, y hasta de cierta forma, terminó por gustarme. De pronto me acordé de cuando había bebido por primera vez una cerveza: al principio había estado a punto de escupir el primer sorbo y para cuando iba a la mitad del primer tarro, ya le había encontrado gusto al sabor amargo del alcohol.
Empecé a sentirme bastante eufórica, con el corazón tomando un inesperado y violento repiqueteo, mientras la respiración se tornaba más agitada, más densa. El cuerpo empezó a hormiguearme con una extraña y fuerte excitación, e incluso, casi podía apostar que ya no estaba pálida y helada. Al contrario, sentí que ese antiguo rubor natural que hacía mucho que no aparecía en mis mejillas, regresaba con fuerza y que mi temperatura corporal subía un par de grados más.
–Aj… mmm… aj…
Los suaves jadeos que se le escaparon a Stanislav, lejos de hacerme sentir culpable o incómoda, parecieron meterle acelerador a mis sensaciones. No hice intento de apartarme de él, incluso, esos jadeos me apremiaron a succionar con más fuerza, haciendo incluso que en el proceso acariciara con mi lengua esa porción de piel rasgada de su muñeca. Yo sabía que no era un gemido de dolor, lo podía sentir. Era más bien una señal de que ese intercambio de sangre era excitante también para él.
Abrí los ojos nuevamente, esta vez con toda la intención de atrapar su mirada con la mía. Quería ver su reacción, descubrir tras su mirada lo que sentía al verme así ante él. Sus ojos bebieron de los míos, era como si una conexión demasiado fuerte e inexplicable se hubiera establecido entre nosotros dos. Ya no importaba el pasado, el presente o el futuro. Ya no había nada más allá detrás de la puerta de la habitación que fuera más importante que nosotros, que ese momento. Bien podría haber caído un meteorito y arrasar con la Tierra entera, y eso no nos habría importado. Estábamos atrapados el uno por el otro, y no sabíamos, o mejor dicho, no nos importaba salir de esa trampa.
Stan no hizo el menor intento de alejar su muñeca de mis labios, por el contrario, la dejó ahí sin inmutarse en lo más mínimo. Con su otra mano, acarició primero mi revuelto cabello, pasando sus dedos entre ellos como para alisarlos un poco. Tomó un rebelde mechón y lo acomodó delicadamente atrás de mi oreja izquierda, para después, con sensual lentitud, deslizar su mano sobre la piel de mi cuello hasta la base y recorrerla igualmente hasta el otro lado. Se detuvo un momento sobre la yugular, ahí donde se puede sentir el palpitar de corazón. No me avergonzó ni un poco que se diera cuenta la forma en que el mío parecía revolotear sin control; es más, me sentía orgullosa de que lo notara.
Deslizó un poco más la mano, y la posó sobre la parte superior de mi pecho izquierdo, justo donde el corazón se encuentra resguardado.
– To je, kam patřím. Toto je místo, kde se moje srdce patří…
Sus palabras salieron en un ronco susurro. Con suavidad, al fin separó su muñeca de mí. Con lentitud, se puso de rodillas a un lado de la cama, haciendo que nuestros rostros quedaran a la misma altura. Sin pensarlo siquiera, con mi lengua limpié las comisuras de mis labios, intentando saborear los pequeños residuos de sangre que quedaban en ellas.
Stan siguió con su mirada ese pequeño gesto y sus ojos parecieron enardecer.
Su rostro se acercó más al mío, ¿o era yo quien había recorrido la breve distancia? No lo sé, lo cierto era que una vez más su bello rostro estaba a milímetros del mío, si es que la palabra “bello” fuera justa y bastante para un hombre como él. Sí, porque a pesar de que hacía demasiado tiempo había sido convertido al mundo de las sombras y la muerte, lo cierto era que en esos momentos, Stanislav me parecía más vivo, más humano que nunca. En su rostro y en su mirada pude ver reflejado todas y cada una de esas pasiones y emociones que sólo se les achacan a aquellos que tienen un corazón que late. Sí, tal vez el corazón de Stan estaba inerte debajo de su pecho, pero no así sus emociones. Para lo que yo sabía que pasaría a continuación, no era necesario que el corazón de Stanislav pudiera latir en esos momentos; es más, con el mío era más que suficiente. El latiría por los dos, el sentiría por los dos si fuera necesario.
–Voy a besarte, y esta vez no pienso detenerme. –Anunció con decisión.
–No quiero que lo hagas.